Cómo vivir de la arquitectura - Caterina de la Portilla - E-Book

Cómo vivir de la arquitectura E-Book

Caterina de la Portilla

0,0

Beschreibung

Una guía para vivir de la arquitectura de forma libre, estable y próspera, escrita por la fundadora de Líderes para la Arquitectura, la mayor comunidad hispanohablante de arquitectura y estrategia de negocio. Qué significa ser arquitecto hoy. Cómo funciona el mercado de la arquitectura. Cómo diseñar una verdadera propuesta de valor. Cómo liderar la venta, el dinero y los negocios. Cómo consolidar un flujo constante de clientes. Cómo realizar proyectos excepcionales. Cómo armar un estudio de arquitectura feliz y rentable. Cómo recuperar el sentido y la utilidad profesional. Cómo contribuir con tu trabajo en el futuro de la sociedad. Cómo ejercer con libertad. Cómo vivir de la arquitectura. La arquitectura fue una profesión de éxito. Hoy es un oficio a menudo precario y en plena transformación. Este libro ofrece todas las herramientas que los profesionales del sector necesitan y reclaman para adaptarse y perpetuar su valor en el futuro de la sociedad. «Con este método he logrado hacer de mi vida y mi trabajo un único camino donde yo soy el dueño, cumpliendo los objetivos que he ido estableciendo año tras año mediante el esfuerzo, para crecer y permitirme la vida que deseo cada día».  Borja Vildosola, arquitecto en España  «Formar parte de este método fue como un despertar profesional, sobre mi conciencia y mi conducta. No solo logré mi independencia, sino que además sé que estoy aplicando un método seguro, eficaz y perpetuo».  Claudia Bonari, arquitecta en Uruguay  «El cambio en mi carrera fue completo. Lo primero fue pensar la arquitectura como un servicio de ayuda para el otro. Lo segundo, alejarme del "yo" como arquitecta. Y lo tercero, practicar la escucha activa en las necesidades de los demás para ofrecer algo valioso».  Camila Toyos, arquitecta en Argentina  «He logrado implementar un sistema óptimo para mis intereses profesionales, personales y con grandes expectativas de lo que puedo lograr como arquitecto».  David Díaz, arquitecto en México  «Entendí que para ser un buen arquitecto no basta con saber de arquitectura, como nos enseñan en las escuelas, es imprescindible definir nuestros servicios en base a las necesidades del mercado con una estrategia sólida de ventas».  Rodrigo Tagle, arquitecto en Chile

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 540

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cómo vivir dela arquitectura

 

 

© del texto: Caterina de la Portilla, 2022

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: enero de 2023

ISBN: 978-84-19662-12-5

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Nèlia Creixell

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Cómo vivir dela arquitectura

Caterina dela Portilla

Miembros de Líderes para la Arquitectura que han puesto en práctica las herramientas y estrategias de este manual:

 

 

«Esta metodología es el punto de partida entre el antes y después en mi vida, aprendo a dignificar la profesión y los oficios en la arquitectura, además de recibir empatía y apoyo incondicional con el único interés de convertirnos en mejores profesionistas».

SANDRA DÍAZ, arquitecta México

«Tras mi experiencia trabajando en diferentes estudios de arquitectura pensé que tenía que existir otra manera más independiente de trabajar. Cuando encontré la metodología de Caterina supe que era lo que necesitaba. No me equivoqué, me enseñaron a transformar mi vida laboral desde lo personal, que es lo importante».

CAROLINA PERDIGÓN, arquitecta en España

«Antes estaba seguro de que esta vida libre, estable y próspera era solo para arquitectos europeos y norteamericanos. Pero ahora los clientes no dejan de venir y nosotros no dejamos de ayudarles».

JOE LÓPEZ, arquitecto en Guatemala

«He aprendido cuáles son las acciones realmente esenciales de mi práctica independiente con las que puedo asegurarme trabajo y satisfacción profesional y personal a lo largo de mi vida».

LAURA ARROYO, arquitecta en Reino Unido

«En mi carrera como arquitecta cambiaron mis pensamientos y paradigmas sobre temas como ventas, dinero, trabajo, éxito... la palabra “problema” ha dejado de ser sinónimo de frustración y miedo para transformarse en oportunidad, valentía, ayuda y cierre de clientes...».

Mª EUGENIA QUINTERO, arquitecta en Colombia

«Mi profesión dio un giro de 180°. Con tal de sobrevivir solía aceptar trabajos y proyectos incómodos, mal pagados, clientes muy complicados... Ahora decido con quién trabajar, y hago lo que más me gusta ayudando a otras personas».

ENRIQUE ACUÑA, arquitecto en México

«He logrado un cambio radical de vida: trabajar para mí misma como arquitecta, sin la incertidumbre que todo el mundo me decía que suponía el trabajar por mi cuenta. Ser consciente de que yo me creo mi propio camino y puedo llegar adonde quiera».

PAULA MENA, Arquitecta en España

«La transformación que tuve en mi vida no solo fue profesional sino personal y eso es algo formidable. El contenido y enseñanzas son aplicables para toda la vida si uno lo desea, lo cual lo hace más singular».

CAMILA MORA, arquitecta en Ecuador

«Mi viaje hacia la independencia en la arquitectura nace a partir de la urgente necesidad de buscar cambios significativos. A partir de ahí, la tarea de aportar valor y soluciones en la vida de las personas es el objetivo principal. Este es un despertar que trasciende la experiencia profesional hasta un reencuentro reconciliatorio con nosotros mismos como arquitectos».

NICOLÁS PRADO, arquitecto en Bolivia

«De desconocidos a clientes y de clientes a amigos. Da gusto ver cuando la arquitectura y lo bueno de ella permea en el bienestar de las personas y en los mismos arquitectos. Hoy disfruto de esta hermosa carrera con una gran familia acompañando que es la de arquitectos independientes».

HERNÁN JIMÉNEZ, arquitecto en Paraguay

«He aprendido a generar mi propio trabajo como arquitecta sabiendo que las circunstancias no condicionan mi éxito o fracaso ni que hace falta ser alguien conocido para poder aportar valor y que la gente lo vea. He aprendido cómo pensar, cómo escuchar, cómo actuar. He aprendido a saber lo que tengo que hacer para ser libre y las bases para poder emprender de una manera independiente. Y sobre todo a establecer una mentalidad “luchadora y constante” que muchas veces se me acababa olvidando porque no me lo terminaba de creer. Ahora sí creo».

NIEVES MARTÍN, arquitecta en España

«De venir del exilio sociopolítico de mi país natal a convertirme en un arquitecto plenamente independiente en el extranjero. Esto es parte de lo que la metodología y la comunidad han hecho en mí con sus herramientas y su alta calidad humana y profesional».

MARVIN ZÚNIGA, arquitecto en Panamá

«Tomar la decisión de formar parte de esta comunidad de arquitectos ha sido lo mejor que he podido hacer en mi vida profesional y personal. He conseguido los clientes ideales, cobrando lo que debe ser, además, empecé a perder el miedo a ser autónomo. Este método te brinda un soporte teórico, práctico y tecnológico que te da esa confianza tan necesaria para avanzar con seguridad y enfrentar lo que se viene».

CARLOS VÉLEZ, arquitecto en Perú

«Este método ha roto los esquemas preestablecidos en mis años previos como profesional autónomo (no independiente), con una práctica falta de motivación. Ahora al hablar al nicho de mi servicio, lo hago con confianza, y sin la ansiedad de vender, si no de enseñar a la persona o la empresa como la puedo acompañar en el camino hacia su situación deseada».

JOSÉ MANUEL MAYÉN, arquitecto en España

«Logré entender cómo fusionar mi vida personal, mi pasión, mis cualidades y mi profesión creativas en un camino de crecimiento. Todos son importantes, dejar de vivir a merced de una carrera tan poco valorada por mí misma. Cuando en realidad ha sido una oportunidad para servir a los demás, con la responsabilidad de construir mi futuro como lo necesito, merezco y deseo. Lo más maravilloso es que esto no es un “método”, es un estilo de vida».

MARIANA LAMBERTI, arquitecta en venezuela

«En la comunidad encontré las herramientas de conexión para poder ayudar a las personas con la arquitectura, reencontrarme conmigo misma para ser dueña de mi vida y de mi tiempo y llevar en alto la profesión que tanto amo y así hacer realidad los sueños de las personas que confían en mi trabajo».

JULIETA ZÁRATE, arquitecta en México

«Pude reaprender a ejercer la arquitectura de una forma más beneficiosa para mí y para mis clientes. Implicó también un proceso de crecimiento para liderarme a mi misma e influir, dar valor e impactar en otras personas».

CONSTANZA ORTIZ, arquitecta en Argentina

«Logré conectar con mi alma, con mi propia esencia, encontrando así un lugar próspero y estable en el mundo del trabajo. El compromiso diario me dio la motivación para ir descubriendo un camino que ahora tiene un sentido y una dirección que yo misma marqué y tengo la libertad de modificarlo cuando lo desee».

SILVIA PIROTTO, arquitecta en Uruguay

«2017: no quería ser arquitecta, no estaba de acuerdo con la arquitectura convencional. 2022: lidero mi propio estudio enfocado a la bioconstrucción para cuidar del planeta con un impacto positivo. Hacemos proyectos, consultoría, cursos y además inspiramos a otros a transformarse para aportar cada vez más al mundo».

CARMEN VÁZQUEZ, arquitecta en España

«Principalmente ha cambiado mi persona, tanto en lo profesional como en lo personal, a lo largo de este proceso pude notar que los mayores obstáculos que me iba encontrando en mi desarrollo profesional eran aspectos y creencias que yo mismo ponía para no salir de mi zona de confort y no arriesgarme al fracaso o incluso evitar el éxito».

GERTH AYRES, arquitecto en Chile

«Cuando llegué con Caterina venía del cierre de mi constructora: una compañía que me tomó diez años formar y que no resistió un año de pandemia debido a que no teníamos un método establecido y formal para captar clientes; además, todos los clientes que teníamos quedaron a deber y sufrimos muchas pérdidas. Con el método encontré mi cliente ideal, que no regateaba el costo y que me buscaba para ayudarlo. Aprendí que ser arquitecto no es sinónimo de sufrimiento».

LILIANA ALARCÓN, arquitecta en México

«La metodología y la comunidad me permitieron ver mi carrera desde el punto de vista de ayudar, y que soy esa arquitecta indispensable que ciertas personas necesitan para alcanzar un sueño específico. Comprender esta nueva narrativa me permitió fluir con más confianza, independizarme y tener la certeza de que puedo dirigir el barco hacia más de un océano azul».

ANDREA ARAGÓN, arquitecta en Guatemala

«Tengo una nueva perspectiva de la profesión pero al mismo tiempo da espacio para plantearse preguntas trascendentales y sus respuestas vienen después de un ejercicio de autoconocimiento. Como arquitecta independiente he logrado recuperar y cumplir sueños que había olvidado. Si la arquitectura es un juego, este método es una estrategia para ganar».

CORY AGUILAR, arquitecta en México

«Con este método he logrado hacer de mi vida y mi trabajo un único camino donde yo soy el dueño, cumpliendo los objetivos que he ido estableciendo año tras año mediante el esfuerzo, para crecer y permitirme la vida que deseo cada día».

BORJA VILDOSOLA, arquitecto en España

«Formar parte de este método fue como un despertar profesional, sobre mi conciencia y mi conducta. No solo logré mi independencia, sino que además sé que estoy aplicando un método seguro, eficaz y perpetuo».

CLAUDIA BONARI, arquitecta en Uruguay

«El cambio en mi carrera fue completo. Lo primero fue pensar la arquitectura como un servicio de ayuda para el otro. Lo segundo, alejarme del “yo” como arquitecta. Y lo tercero, practicar la escucha activa en las necesidades de los demás para ofrecer algo valioso».

CAMILA TOYOS, arquitecta en Argentina

«He logrado implementar un sistema óptimo para mis intereses profesionales, personales y con grandes expectativas de lo que puedo lograr como arquitecto».

DAVID DÍAZ, arquitecto en México

«Entendí que para ser un buen arquitecto no basta con saber de arquitectura, como nos enseñan en las escuelas, es imprescindible definir nuestros servicios en base a las necesidades del mercado con una estrategia sólida de ventas».

RODRIGO TAGLE, arquitecto en Chile

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo

El arquitecto hoy

1.  El sentido de estudiar arquitectura

2.  De dónde viene la precariedad que vivimos

3.  Para quién y para qué somos útiles

4.  Arquitectos jóvenes: el yugo de la falta de experiencia

5.  Arquitectos veteranos: arquitectura para sobrevivir o para vivir

6.  Construir o no construir

7.  Dónde están los clientes: las plazas del mundo digital

8.  Cómo hacernos entender y recuperar el valor en la sociedad

9.  La industria que produce más riqueza del planeta

10. Método científico para conseguir proyectos con estabilidad

Capítulo 2

El mercado

1.  Por qué las personas contratan arquitectos

2.  Los océanos de la arquitectura

3.  Infinitas posibilidades de ejercer la arquitectura

4.  Cómo detectar un nicho de mercado con potencial

5.  Evaluación de un nicho de mercado

6.  Cómo saber si el nicho elegido representa una verdadera oportunidad

7.  El mito de la especialización

8.  Cómo evitar la feroz competencia

9.  Estabilidad profesional en un mercado cambiante

10. Miedo a no conseguir clientes. Miedo a conseguir clientes

Capítulo 3

La propuesta

1.  Cómo diseñar una verdadera «Propuesta de valor»

2.  Relación entre valor y dinero en la arquitectura

3.  Claves para la diferenciación de tu propuesta: innovar

4.  Cómo comunicar tu propuesta de valor

5.  Modelos y tipos de servicios de arquitectura

6.  Cómo definir los honorarios (sin referenciar tablas de coeficientes ni horas ni metros cuadrados ni presupuesto de ejecución material)

7.  Cómo ofrecer y trabajar con un presupuesto cerrado

8.  Introducción a los sistemas de diseño

9.  Esquema tipo de un servicio de arquitectura rentable

10. El error de ofrecer un catálogo de servicios

Capítulo 4

La venta

1.  Una nueva forma de pensar en la venta, el dinero y los negocios

2.  Sin reuniones no hay clientes

3.  Las expectativas de cualquier cliente de arquitecto

4.  Cómo filtrar a los clientes potenciales: el embudo de ventas

5.  Convertir una conversación con un extraño en una reunión de venta: árbol de respuestas

6.  Convertir una reunión de venta en un cliente: estructura y guion

7.  La clave para vender arquitectura: hacer la decisión pequeña

8.  Cómo manejar los «peros» del cliente en la propia reunión

9.  Después de la reunión: el dosier

10. Concreción y cierre del encargo: el primer pago

Capítulo 5

El cliente

1.  Cómo vive el cliente el desarrollo de un servicio de arquitectura

2.  La importancia de educar al cliente en el «cómo», no en el «qué»

3.  Los 4 tipos de clientes de arquitectura

4.  Diferencia entre una relación profesional funcional y una relación disfuncional

5.  Liderazgo para no hacer del caos del cliente, tu caos

6.  Comienza el encargo: el protocolo de trabajo

7.  Guía para tener reuniones productivas con clientes

8.  Estrategias para resolver escenarios conflictivos

9.  Fin del encargo: cómo cerrar y medir el éxito del proyecto

10. Los límites del cliente, nuestra razón creativa

Capítulo 6

La independencia

1.  El único requisito para ser arquitecto independiente

2.  La mente estratégica del Arquitecto Independiente

3.  Rentabilidad: ganar más dinero trabajando menos tiempo

4.  Qué es, cómo crear o reestructurar un estudio de arquitectura

5.  Cómo definir los roles de tu estudio de arquitectura

6.  Cómo buscar, filtrar, formar y validar a las personas para los roles de tu estudio (y cómo despedir)

7.  Principios para un estudio de arquitectura sano y funcional

8.  Protocolos internos: colaboradores fijos y puntuales

9.  Protocolos externos: clientes y proveedores

10. El nuevo perfil del arquitecto

Agradecimientos

Notas

PRÓLOGO

Quizá te preguntes dónde quedaron esos años dorados para los arquitectos, esa época en la que ser arquitecto era literalmente una garantía de buenos encargos continuados y una razón de estatus, distinción y riqueza en la sociedad.

Hoy los arquitectos nos enfrentamos a una época diferente. El mundo actual es volátil, incierto, complejo y ambiguo,1 plantear nuestro ejercicio profesional como lo han hecho nuestros predecesores, en la mayoría de los casos, ya no funciona. Cada día miles de arquitectos en todo el mundo experimentamos en primera persona cómo se va marchitando nuestra vocación, una tremenda incertidumbre económica para afrontar el final de mes y un deterioro cada vez mayor sobre el valor que la sociedad percibe de nuestra profesión y la utilidad de esta.

El mundo cambia.Entonces, arquitecto, toca cambiar.

Muchos de nosotros iniciamos el primer año en la escuela con una asignatura llamada Introducción a la Arquitectura. Asistimos a estas primeras clases como jóvenes estudiantes llenos de curiosidad, provenientes del mundo de los mortales para comenzar nuestro ascenso académico al cielo de los arquitectos. Muchos llegamos buscando una importante respuesta, una definición concreta de eso a lo que habíamos decidido consagrar el resto de nuestra vida: ser arquitecto y hacer arquitectura, ¿qué es?

Desde los inicios de nuestro viejo oficio nadie ha llegado a una definición universal de lo que significa ser arquitecto. A lo largo de todos estos siglos no ha habido unanimidad sobre qué es la arquitectura. Busca en los libros de historia, acude a las citas de arquitectos y críticos, pregunta a tus colegas: no hay una única respuesta. Esta flexibilidad es quizá la cualidad más bella de nuestra profesión.

Consciente o inconscientemente, a lo largo de la historia, la idea de lo que es la arquitectura y lo que hacemos como arquitectos para adaptarnos a las nuevas necesidades surgidas en la sociedad ha cambiado. No fue hasta la llegada del academicismo industrial, es decir, las universidades, y la obsesión por un conjunto reducido de grandes maestros, cuando empezamos a constreñir la definición de nuestro trabajo reduciendo sus posibilidades a la famosa expresión hacer casitas.

Como resultado, cuando terminamos la carrera y comenzamos en el mundo profesional, con grandes expectativas alimentadas después de años de noches sin dormir, correcciones durísimas y entregas constantes, nos llevamos la bofetada del siglo y nos sentimos más desubicados que un pulpo en un garaje. Salimos a la calle con el título de arquitecto bajo el brazo y empezamos a ver las señales que anuncian la crónica de nuestra carrera profesional: nos damos cuenta de que las personas no se matan por contratarnos, de que estamos rodeados por decenas de miles de arquitectos ofreciendo exactamente lo mismo, de que la cantidad de dinero que entra en nuestra cuenta bancaria no es ni suficiente ni frecuente y de que, básicamente, seguimos existiendo como gremio porque hay una ley que obliga a incluir en los proyectos la firma de un maldito arquitecto.

Sea cual sea la definición que tenemos ahora sobre lo que es la arquitectura y lo que hacemos como arquitectos… está rota. No funciona. Caput. Podemos pedirle a la sociedad que nos haga el favor y cambie para hacernos la vida más fácil, que vuelva a valorarnos como antaño y se apiade de nuestra situación, que entienda todo lo que podemos hacer y que nuestros honorarios lo valen, pero a estas alturas sabrás que la única opción real que tenemos empieza por cambiar nosotros.

Somos tres millones de arquitectos en busca de sentido. Lo que tienes en tus manos no es un libro. Es un salvavidas para un gremio abocado a la extinción. Paradójicamente las escuelas de arquitectura no han cambiado su canon idealista de formación, debido a una falta de comprensión del mercado actual y sus necesidades. Se estima que, a nivel mundial, hay una proporción de 1 arquitecto por cada 2.000 habitantes,2 esto conlleva competitividad, precariedad y vacío existencial para una generación que no entiende cómo, del gran polímata Brunelleschi, del maestro moderno Le Corbusier o del star-architect Foster, ha acabado así.

Es hora de redefinir el perfil del arquitecto para hacer perdurar nuestra labor en el futuro de la sociedad. Este es el manual práctico más completo y específico, basado en la experiencia de más de mil quinientos arquitectos de más de treinta países, para construir una estrategia de negocio sólida que devuelva el sentido y la utilidad a nuestra profesión.

Empezando por la transformación interna del arquitecto sobre su propósito, esta es una guía que paso a paso analiza el mercado actual y te ayuda a descubrir nichos de oportunidad, diseñar una propuesta arquitectónica singular y atractiva que te diferencie, dominar el arte de la venta para conciliar tu faceta creativa con tu faceta empresarial, liderar las relaciones con tus clientes y colaboradores imprimiendo orden al servicio, y a consolidar la independencia profesional duradera en el tiempo.

Mostrar el valor y la utilidad de nuestra profesión a la sociedad dará valor al concepto de arquitectura. De lo contrario, tendremos que buscar una nueva definición o, sencillamente, acabaremos extinguiéndonos como gremio. Somos libres para sobrescribir esta definición. Tenemos el deber y el derecho de cambiar y adaptarnos para que el mundo no se pierda nuestro singular ingenio para producir soluciones brillantes desde la arquitectura para afrontar los nuevos desafíos que se avecinan. Es la belleza de la evolución, del surgimiento de nuevas necesidades, demandas, aspiraciones y formas de vivir. Este mundo líquido representa un vasto océano de posibilidades para los arquitectos; los profesionales más cualificados —nosotros— tienen derecho a conquistar su trozo del pastel.

Estamos convencidos de la capacidad de la arquitectura para influir en la vida de las personas, en el bienestar de la sociedad y en los avances de una comunidad. Sencillamente no podemos dejar que se quede atrás, aislada y desconectada de la realidad. No podemos permitir que su utilidad se vaya diluyendo poco a poco y la funcionalidad de sus profesionales quede relegada a la mera figura legal.

Este manual desarrolla con precisión el método para recuperar la relevancia y el progreso que siempre ha representado la arquitectura. Es así como preservamos nuestra vocación de servicio y multiplicamos nuestra influencia, generando modelos de negocio innovadores que realmente ayuden y sirvan a las personas. Nuestro propósito es que la arquitectura y los profesionales que la representamos seamos protagonistas en la construcción del futuro. Liderando nuestra carrera particular lideramos un movimiento global.

Somos la comunidad global de Líderes para la Arquitectura, profesionales que vivimos y ejercemos en comunidad, con generosidad y empatía al servicio de esto que nos apasiona. Profesionales influyendo y dejándonos influir, generando un movimiento en el que cada uno de los integrantes suma su fuerza a la del otro, desde nuestro propio camino, pero siempre trabajando por una idea común: la relevancia de la arquitectura en la sociedad. Usando la metodología de este manual despertamos conciencias, aunamos talentos, generamos sinergias y provocamos una transformación real en el gremio.

Somos la primera comunidad global de arquitectura que ayuda a cada profesional a encontrar un espacio vital desde el que ejercer su profesión de manera libre, estable, próspera y conectada con la realidad.

Y es que la influencia de la arquitectura en el futuro vendrá dada por el impulso de muchos profesionales compartiendo una visión y un propósito, y por el éxito individual de cada uno de nosotros en lo que llamamos independencia.

El camino del arquitecto independiente pasa por la conciencia sobre el rol de uno mismo en la sociedad, la apertura mental para escuchar las necesidades reales de las personas a las que servimos y la adaptación a los nuevos paradigmas de vida. Es el camino que nos enseña a definir un espacio propio en el mercado desde el que ejercer nuestra profesión de manera libre, estable y próspera. Un espacio propio que nos enriquece en lo profesional pero también en lo personal; un espacio que se ajusta a las capacidades y valores de cada uno y en el que tener un brillo singular; un espacio que nos permita generar un beneficio económico amplio generando un impacto palpable y positivo en la vida de las personas.

El método que encontrarás en este manual es la fórmula para encontrar ese espacio: tu espacio en el mercado. Reconectando tus ideales, aquellos que te impulsaron a iniciar tus estudios, con la realidad. Queremos recordarte que puedes cambiar tu forma de encarar la profesión, que tienes la libertad de diseñar tu trabajo, que desarrollar tu vocación es compatible con generar un ingreso estable si cuentas con la metodología adecuada y el apoyo de una gran comunidad unida por el amor a la arquitectura y el orgullo de ser lo que somos.

Este es el manual para volver a creer en la arquitectura. Para volver a creer en ti.

Con mi propia experiencia y la de los miles de arquitectos que formamos la comunidad global de Líderes para la Arquitectura, daremos respuesta a las preguntas esenciales sobre nuestro rol profesional y te ayudaremos a encontrar tu lugar en el mundo. Un lugar en el que, en definitiva, puedas ser útil para ti y para los demás.

Te aseguro que no ha habido mejor momento para ser arquitecto.

No te quedes solo en las páginas de este manual. Experimenta el poder y la inspiración de un movimiento global en la arquitectura y hazte miembro de Líderes para la Arquitectura. Visita:

CAPÍTULO 1El arquitecto hoy

1. El sentido de estudiar arquitectura

Sin saber realmente dónde nos metíamos (con dieciocho años uno nunca sabe dónde se mete) arrancamos un largo capítulo universitario envueltos en proyectos hipotéticos para clientes inexistentes. Y así conformamos nuestra perspectiva arquitectónica, ajenos al mundo exterior. Cuando por fin salimos a ese mundo inhóspito y descubrimos que la realidad de ejercer como arquitecto está a años luz de cómo lo habíamos imaginado en la escuela, es normal que uno se pregunte para qué carajo ha invertido todos esos años en esa envenenada carrera.

Es difícil explicar por qué la formación está tan desfasada, por qué la mejor nota se la lleva el proyecto menos comprensible para la sociedad, por qué jamás aprendemos cómo poner precio a nuestros servicios ni qué relación guardan los honorarios con el valor que recibe a cambio el cliente; también es difícil explicar por qué no sabemos crear y gestionar un servicio de arquitectura rentable o por qué no sabemos cómo gestionar la relación con el cliente. Es difícil explicar cómo es que las escuelas de arquitectura inflaman un ego que después nos incapacita para practicar la verdadera escucha antes de lanzarnos como locos a dibujar rayas en un papel.

En fin, ¿qué se supone que tenemos que aprender si no es a desempeñar una profesión con la que ofrecer soluciones a necesidades del mercado para establecer intercambios de valor y poder vivir de ello? No es raro que muchos de nosotros, tras años de esfuerzo yermo, nos sintamos estafados por lograr un título insustancial y vacuo. No te culpo si alguna vez para ti también perdió sentido haber dedicado tantísimo tiempo, dinero y esfuerzo para sacar la carrera de arquitectura y condecorarte como arquitecto.

No obstante, con el paso de los años, podemos ver las cosas con distancia (creo que se llama madurar) y, dejando a un lado que no nos enseñaron a rentabilizar nuestra profesión, muchos descubrimos que estudiar arquitectura sí sirvió para algo muy importante que nada tiene que ver con el aspecto profesional más allá de que ganamos un título, un derecho legal y un par de capacidades técnicas que hay que refrescar en cada caso práctico que se nos presenta.

El regalo que nos dio la carrera de arquitectura es la valiosa y acérrima vocación que compartimos todos en el gremio. Un poderoso combustible que nos moviliza para seguir haciendo lo que hacemos a pesar de las dificultades. Estoy hablando de nuestra capacidad de entrega, de la capacidad de ilusionarnos, de soñar, de proyectar, de proponer, de inventar, de crear nuevas realidades y experiencias para las personas…

Sin importar la edad, la vocación detona en nosotros una poderosa imaginación muy parecida a los superpoderes que tenemos de niños; capacidades que otros pierden para siempre y que nosotros mantenemos indemnes durante toda nuestra vida. Esta vocación es la que nos lleva a amar tanto lo que hacemos, y sentimos un deseo genuino de que los demás también amen y valoren la arquitectura. «¿Cómo alguien no querría pagar por esto?», es una pregunta común que nos hacemos, como la que se hace el niño que no entiende cómo los adultos no quieren tirarse por un tobogán.

Sin vocación, ¿adivinas? La mayoría nos habríamos dado de baja de «la vida de arquitecto» hacía tiempo. No conozco muchas profesiones que conlleven como un hecho inevitable el nivel de sacrificio y degradación que nosotros soportamos: ¿Trabajar doce horas al día sentado delante de una pantalla, moviendo líneas de un lado para otro con los ojos escocidos y dolor de cabeza, cobrando una miseria sin poder disfrutar de unas buenas vacaciones, con un estrés inmenso y la lengua fuera hasta la siguiente entrega, cruzando los dedos para que no nos caiga una denuncia en cualquier momento? Y aquí seguimos, al pie del cañón.

Esta es la otra cara de la vocación: soportar demasiadas situaciones dañinas. Por vocación nos cuesta poner límites, decir no y velar por nuestro bienestar. A veces nos cegamos ante promesas de los proyectos con los que soñamos y nos conformamos con alimentarnos de la pasión que sentimos por nuestro trabajo. Aquí es cuando la vocación se vuelve la enemiga: cuando nos pensamos que somos arquitectos en lugar de personas que trabajamos como arquitectos. Es cuando la vocación se transforma en nuestro ego.

Llega un momento en nuestra carrera, cada uno a su nivel, en el que nos identificamos con el ego, perdiendo la referencia del propósito que en realidad tiene la arquitectura en nuestra vida. Muchos nos quedamos aquí atrapados para siempre, identificados con un mártir todopoderoso que deja de tener vida por una causa pasional. Es cuando el ego toma el poder y acabamos siendo sus fieles servidores, aceptamos trabajar gratis para ampliar el portfolio y la autoestima, aceptamos concursos endogámicos en busca de reconocimiento, aceptamos condiciones miserables por ganar una experiencia que nunca parece suficiente… Nuestra vocación se pone al servicio del ego y entramos en una espiral de apariencia, escasez y obsesión.

Por supuesto, la primera reacción es no querer admitir que estamos al servicio del ego; este pequeño monstruo es muy inteligente y sabe cómo protegerse. Pero cuando el peso de los años cae sobre nuestra espalda, vemos las consecuencias en otras áreas de nuestra vida: enfermedades físicas y emocionales, problemas con la pareja, falta de tiempo con los hijos, amistades descuidadas, aficiones olvidadas… son las señales de que algo no va bien. Estas señales nos traen el enorme regalo de tocar fondo, quitarnos la venda de los ojos y decir basta a este ego de arquitecto profundamente insoportable.

Aprendemos que solo dejando morir esta parte ególatra podremos ejercer la verdadera vocación que aprendimos en la escuela de una forma genuina, madura y profesional. La transformación fundamental que experimentamos es pasar de pensar que la vocación es:

hacer lo que me apasiona (EGO) a servir a los demás haciendo lo que me apasiona (VOCACIÓN)

Así nuestra vocación vuelve al camino correcto poniendo por delante lo más importante de la ecuación profesional: las personas.

A diferencia del sacrificio y la escasez que surgen cuando el ego toma el mando y que, paradójicamente, nos lleva a aislarnos del mundo que nos rodea, acudir a la llamada de la verdadera vocación deriva en una carrera que nos devuelve todo lo que queremos, precisamente porque aprendemos a dar de verdad. Aceptar que poner por delante las necesidades de los demás y encontrar la forma de ser útiles para ellos, irremediablemente, desemboca en la carrera con la que siempre soñamos.

Poniendo por delante a los demás,ponemos por delante nuestra vocación.

Así que si te preguntas para qué carajo estudiaste esta carrera, puedes reconectar con la valiosa vocación que sientes por tu trabajo y todas las personas que encontraste en el camino que, de una u otra forma, contribuyeron a tu pasión por la arquitectura. Muchos seres humanos nunca llegan a sentir la vocación en su vida, y creo que es un enorme regalo el que recibimos en nuestros años de estudio por el que debemos ser agradecidos. Ahora que sabes que la verdadera vocación no es hacer lo que te gusta a ti como arquitecto, sino una llamada a servir a los demás, comienza un nuevo horizonte de posibilidades. Y de eso hablaremos a continuación.

2. De dónde viene la precariedad que vivimos

Hace tan solo sesenta años (décadas 1960-1970) ser arquitecto se traducía en un porvenir garantizado de abundante riqueza. Los proyectos llovían del cielo, al igual que los clientes, el dinero y la fama, y los que vivieron esa época aún recuerdan la ingente cantidad de promociones y edificios que se construían cada año. Era la fiesta de la construcción, estaba todo por hacer y el simple hecho de contar con el título aseguraba jugosos encargos sin parar. Era habitual que un arquitecto acumulase propiedades en forma de edificios, apartamentos, villas, barcos, vehículos y demás piezas de lujo en su colección de vida.

Hace tan solo treinta años (décadas 1990-2000) ser arquitecto no te prometía un espacio en el salón de las estrellas, pero sí tener una vida bastante prolífica y holgada. Uno podía salir adelante con su estudio, mantener un equipo y construir con regularidad. De vez en cuando caía una gran obra y los ingresos permitían invertir en propiedades, lo que al final hacía posible mantener el estudio sin depender tanto del flujo o la cantidad de encargos. Mi propio mentor pertenece a esta generación y aún recuerdo el día en el que me dijo: «Caterina, si te digo la verdad no sé cómo funciona la comunicación previa para una obra menor… en mi vida solo he hecho obras mayores».

Hoy día ser arquitecto… en fin, qué te voy a contar. Los que hemos terminado la carrera en los últimos diez años nacimos con el estallido de la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, y al mismo tiempo los compañeros de generaciones anteriores han experimentado en su propia piel la rápida degeneración de nuestra profesión. «Pero ¿qué ha pasado?», nos preguntamos. Las razones, aunque desconocidas para muchos, son sencillas y te las explico a continuación:

Mucho antes de la industrialización educativa del siglo xix el título que conocemos hoy de «Arquitecto» no existía como tal. La arquitectura no era un área de conocimiento estanca y delimitada, sino que estaba estrechamente ligada a otras disciplinas como la pintura, la escultura, la artesanía, las matemáticas, la astronomía, la música o la poesía; ejemplo de ello es la carrera de numerosos creadores renacentistas tan prolíficos como Miguel Ángel, Leonardo, Donatello, Alberti, Brunelleschi o Rafael, por mencionar a unos pocos. Cabe destacar que ninguno de los clásicos que estudiamos en la carrera fue condecorado con el título de «Arquitecto Superior». Estos creadores fueron polímatas, artistas totales, productores insaciables de obras sin categoría ni etiqueta. ¿Dónde terminaba la obra pictórica y empezaba la obra arquitectónica? Los límites eran difusos y las posibilidades, sorprendentes.

Por aquel entonces el dominio de las Bellas Artes se lograba a través de la relación maestro-aprendiz, lo que derivó en una riqueza de corrientes y perspectivas, transmitida de generación a generación. El sustento de la mayor parte de estos creadores se debía a los mecenas (que no es lo mismo que clientes) y los estratos sociales en los que se expresaban estaban concentrados en torno a la iglesia, la monarquía y la burguesía como símbolos de poder y estatus.

¿Qué ocurría con el resto del mundo? Muy sencillo: la gente se hacía sus propias casas. Este era el terreno de los maestros de obra, los artesanos, los apañados y la cultura popular. Es por lo menos curioso que ahora, a diferencia de entonces, apenas dediquemos tiempo a estudiar esta valiosa tradición constructiva —que sucedía en paralelo por todo el mundo— íntimamente relacionada con los hábitos humanos y la pura necesidad de lidiar con las condiciones del entorno y los recursos disponibles.

Con la llegada del siglo xx y la progresiva centralización del poder estatal, la educación comenzó un fuerte proceso de estandarización, categorización y regularización. La arquitectura fue alejándose de las artes y oficios manuales hasta abstraerse en un ejercicio puramente intelectual (de ahí una de sus acepciones como profesión liberal, es decir, que se ha liberado del trabajo manual), colocando en un pedestal nuestra herramienta estrella: el proyecto arquitectónico. Y claro, las pasiones se alimentan de mitos. Los primeros programas formativos bebían ansiosos de los grandes creadores renacentistas, barrocos y neoclásicos y de sus construcciones colosales para la élite social. Según fueron pasando los años, emergió la siguiente generación de glorias a las que idolatrar hasta la extenuación en los programas universitarios, dando lugar a los mitos que todos conocemos: los maestros de la modernidad. Por supuesto ninguno de ellos poseía el título de «Arquitecto»: Wright dejó sin acabar sus estudios en ingeniería, Le Corbusier se formó en grabado y pintura, y Mies pasó a trabajar directamente en el taller de piedra de su familia… lo cual me parece un hermoso recordatorio para desmitificar el valor de un título universitario.

Así arranca la segunda mitad del siglo xx: la formación en arquitectura se estandariza en proceso de desvincularse de la práctica constructiva para ser un ejercicio puramente intelectual de proyección, alimentada por mitos de otros tiempos, cuyas referencias son obras ciclópeas para las más altas esferas de la sociedad. Si nos hubiéramos quedado aquí no nos habría ido tan mal, al fin y al cabo las élites sociales siguen queriendo contratar obras ciclópeas. El único problema es que empezamos a inaugurar universidades como si no hubiera un mañana y ocurrió algo muy previsible: un exceso de oferta para una demanda demasiado exclusiva.

La inauguración de la Bauhaus en 1919 en Alemania (Staatliche Bauhaus, Casa de la Construcción Estatal) supuso una primera advertencia de la creciente enajenación del ejercicio intelectual sobre el manual y el progresivo deterioro que sufrían las artesanías como consecuencia de los procesos industriales cada vez más frecuentes en el tejido social. Esta carrera hacia la estandarización no se detuvo y en España la formación en arquitectura se consolidó, tal y como la conocemos hoy, en la década de 1950 con la influencia de los planes de estudio introducidos por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura3 cuyo origen es la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid fundada en 18444 como primera escuela de arquitectura en España. El crecimiento de la institución fue paulatino (en 1900 la escuela contaba con apenas diez profesores),5 produciendo un número reducido de tiernos y puros arquitectos que iniciaban su carrera en un panorama de innovación tecnológica y posguerra en el que estaba todo por hacer. En otros países hispanohablantes como México, la formación en arquitectura se estableció como tal a partir de 1929 con la Escuela Nacional de Arquitectura; en Argentina, la Escuela de Arquitectura de la UBA se constituyó en 1901 separada de la Facultad de Ciencias Exactas.6 Es importante tener en cuenta el período histórico en el que se enmarca la aparición de las primeras escuelas de arquitectura especializadas por todo el mundo, una tendencia que siguió acelerándose en las décadas posteriores.

No cabe duda de la calidad de las mentes pensantes que formaron parte de la enseñanza de nuestra disciplina y de los brillantes paradigmas que iniciaron a lo largo del siglo xx, pero también es un hecho que el siglo xxi desemboca en una excesiva academización universitaria, con escuelas de arquitectura por doquier, lo cual deriva en la producción de réplicas exactas de arquitectos enajenados del mercado real, con aires de grandeza y títulos bajo el brazo. Como menciona la periodista Elisa Silió en su artículo de 2015, en España «se gradúan 2.000 arquitectos al año (hay 60.000 colegiados). Hace una década eran 15 escuelas de Arquitectura y hace 45 solo 6. En Madrid, la carrera se imparte en nueve escuelas, mientras que en Chicago, con casi el doble de población, apenas en dos. Desde que arrancó la crisis se han abierto nueve centros más en España y otros dos están pendientes de apertura».7

Aunque te cueste creerlo, el problema no es que el sistema universitario, completamente ajeno a la realidad del mercado, haya producido más arquitectos de los que hacen falta. El problema es que en las escuelas de arquitectura aprendemos a ser un arquitecto que hoy no hace falta ser.

¿Quién no fantaseó con hacer los proyectos de tercer, cuarto y quinto curso? Un gran museo para la ciudad, una gran vivienda para el artista más grande, una gran bodega en un paisaje idílico, un gran paseo marítimo, un gran rascacielos… ¡Todos! El problema es que solo unos pocos clientes tienen la capacidad de realizar semejante inversión, mientras que para el resto de mortales —con un presupuesto limitado— pasamos desapercibidos por grandilocuentes. Entre la majestuosa capilla de Miguel Ángel y la sublime casa de la cascada de Wright, los arquitectos peleamos desesperadamente por que alguien normal nos encuentre un día y nos diga: «Arquitecto, escúcheme. ¡Le estamos esperando!».

3. Para quién y para qué somos útiles

Muchos nos hacemos esta pregunta por primera vez. Quizás es la pregunta más madura que un profesional puede hacerse en su carrera. Quizás es la pregunta más hermosa que un ser humano puede hacerse en su vida. Nuestra razón de ser como arquitectos depende directamente de lo que otras personas consiguen gracias a nosotros. De hecho, si no somos útiles, no tenemos una profesión, tenemos una afición. Una muy cara. Ejercer la profesión implica entablar una relación con alguien más que con uno mismo.

Una de las poblaciones con mayor número de personas centenarias del mundo se encuentra en la isla de Okinawa, en Japón. Algunos dicen que esta longevidad se debe a los valores fundamentales que sus habitantes practican a lo largo de su vida, y que se aúnan en un concepto popular llamado Ikigai.

El Ikigai o motivación vital es, en palabras del periodista Francesc Miralles: «identificar aquello en lo que eres bueno, que te da placer realizarlo y que, además, sabes que aporta algo al mundo. Cuando lo llevas a cabo tienes más autoestima porque sientes que tu presencia en el mundo está justificada».8

Interpretación del concepto Ikigai desde el perfil del arquitecto.

Obnubilados con las grandes personalidades de la arquitectura, dedicamos nuestra energía a cultivar las habilidades y pasiones que conformarán un portfolio igual de admirable; habilidades y pasiones que solo tienen que ver con nosotros. En esta cultura endogámica, los arquitectos hablamos de otros arquitectos, asistimos a charlas para escuchar a otros arquitectos, leemos revistas que hablan de otros arquitectos, seguimos perfiles para ver las publicaciones de otros arquitectos, otorgamos premios a otros arquitectos, ¡hasta nuestras parejas son arquitectos! También leemos libros sobre arquitectos como el que tienes en tus manos (aunque irás viendo que este es poco ortodoxo para lo que estamos acostumbrados).

Resulta interesante observar que, aunque nos matemos por conseguir clientes, pasamos la mayor parte del tiempo rodeados de arquitectos (que difícilmente nos contratarán para hacer sus diseños) como si el resto de ejemplares de la especie humana no existiesen. En definitiva: invertimos la mayor cantidad de nuestra energía solo en lo que a nosotros se nos da bien y en lo que a nosotros nos gusta, obviando por completo la otra parte de la ecuación de la relación profesional: las personas a las que vamos a servir y que nos pagarán por ello, que no son arquitectos. Por eso encontramos un vacío existencial, pasional y económico. Resulta que, como los hemos excluido de la ecuación, no somos útiles para nadie.

La diferencia que hay entre una afición y una profesión es la utilidad que encuentra otra persona en lo que hacemos.

El único requisito para recuperar nuestra utilidad y encontrar así la razón de nuestra labor profesional, más allá de un portfolio inmaculado y unos cuantos seguidores en las redes sociales, es atender el deseo de otra persona. Así de sencillo. Así de complejo para nosotros que debemos entrenar la empatía.

Síntesis de los 3 elementos esenciales que componen nuestra utilidad en el mercado.

Lo sencillo no tiene por qué ser fácil; simplemente es conciso, directo, claro. Como un consejo que escuché de varios emprendedores americanos:«My business advice: build stuff people want» («Mi consejo empresarial: ofrece cosas que la gente quiera»).

La mayoría de arquitectos con los que empiezo a trabajar (y yo misma en mis comienzos como independiente) pasamos por un proceso muy intenso de duelo en el que tenemos que dejar morir esa parte egótica de nuestra identidad, superar la obsesión por lo que hacen otros arquitectos, quemar nuestro portfolio para siempre, echar a un lado nuestras habilidades y nuestras pasiones y asumir, muchos por primera vez, que no tenemos ni idea de lo que las personas quieren. De verdad. Si lo supiéramos no estaríamos aquí hablando. Este proceso de duelo, que para algunos de nosotros es, literalmente, como una pequeña muerte que vivimos con desazón y amargura, un proceso duro y muy vulnerable en el que admitimos que durante algunos años estuvimos perdidos con respecto a nuestro propósito profesional, es el paso previo a encontrar nuestra utilidad como arquitectos. Y para ello es fundamental comprender lo siguiente:

Ofrecer algo que alguien quiera no empieza por ofrecer algo; empieza por encontrar primero lo que alguien quiere.

Te invito a leer de nuevo esta idea clave: ofrecer algo que alguien quiera no empieza por ofrecer algo; empieza por encontrar primero lo que alguien quiere.

Uno de los empresarios que más admiro por sus valores humanos y éticos con respecto al mercado, Seth Godin, explica esta condición con una metáfora muy ilustrativa: si representásemos los deseos de las personas como puertas y nuestros servicios de arquitectura como las llaves que hacen posible su apertura, sería mucho más fácil encontrar primero una puerta y después diseñar su llave específica, que diseñar la llave y después salir a buscar la cerradura que le corresponda.9 Elegir primero una puerta (lo que alguien quiere o necesita) nos permite estudiar con paciencia su cerradura para diseñar la llave exacta (nuestro servicio de arquitectura como solución). Este es exactamente el proceso que seguimos con la metodología de Líderes para la Arquitectura, en el que es solo cuestión de tiempo comprender la forma exacta que nuestra llave debe tener para garantizar la utilidad de lo que ofrecemos. Si, por el contrario, primero diseñamos una llave (la que nosotros queremos) y luego vamos probando con las miles de millones de puertas que existen, entonces es solo cuestión de suerte que haya una coincidencia. Puede que funcione, pero puede que no, y en el caso remoto de que funcione no seremos capaces de replicar el proceso por tener una base fortuita, no metodológica.

Es decir, antes de lanzarnos al mercado con una brillante propuesta arquitectónica que no sabemos si se corresponderá con el deseo de alguien, será mucho más certero si primero detectamos los deseos que tienen las personas y concebimos después las propuestas que tanto estaban esperando. Solo así garantizamos que nuestro trabajo será útil, valioso y querido cuando lo saquemos ahí fuera. Así es como los proyectos se venden solos y consolidamos una carrera próspera. De la otra forma, que nos vaya bien es pura suerte y de la misma forma que llega, se puede marchar.

La metáfora de la puerta y la llave nos permite comprender el motor esencial del mercado que empuja a las personas a contratar nuestros servicios y soluciones arquitectónicas.

Este sencillo y poderosísimo cambio de perspectiva es lo que nosotros, arquitectos independientes, llamamos despertar. Ya no se trata de desarrollar la alucinante paja mental que tenemos en la cabeza sin cauce ni dirección, sino de descubrir para quién y para qué puede servir nuestro chorro de creatividad y darle por fin el sentido que le faltaba. Cuando despertamos del sueño arquitectoide y cambiamos el sentido de nuestra observación (de mirar a nuestro ombligo a observar el mundo exterior con una actitud límpida), caminamos por la calle y detectamos oportunidades en cada esquina. Literalmente. En cada conversación que tenemos, en cada periódico que hojeamos o en cada situación del día a día vemos los destellos de una posibilidad de ser útiles para alguien, porque encontramos problemas, necesidades y deseos de personas aún por resolver. Este despertar significa que nuestra percepción ha cambiado y, como ponemos el foco en encontrar primero las puertas, descubrimos puertas por doquier.

En las próximas páginas te mostraré la cantidad ingente de puertas por abrir que tienen las personas en las diferentes áreas de nuestra sociedad; deseos cuyas llaves son los espacios y las experiencias que ofrece nuestra arquitectura. Por supuesto harás arquitectura y todo lo que te gusta, pero de momento lo único que necesito es que empieces a interiorizar la siguiente paradoja: si quieres hacer lo que más te apasiona y lo que mejor se te da como arquitecto, olvídate de lo que más te apasiona y lo que mejor se te da como arquitecto. Aprende primero a saber qué es lo que quieren los demás.

4. Arquitectos jóvenes: el yugo de la falta de experiencia

Para ofrecer un buen servicio de arquitectura solo hace falta una cosa: voluntad. Ni un título universitario ni cien años de experiencia representan nuestra capacidad para ayudar a los demás y tratar con clientes en el mundo real. La voluntad no se compra con un curso ni se adquiere a través de un máster ni hay que esperar a que llegue mientras trabajas para otros. Uno mismo la tiene dentro y tiene que aprender a sacarla.

Hay un yugo que los arquitectos tenemos que quitarnos, y es el yugo de la experiencia que no tenemos y que nos impide iniciar cualquier experiencia. Es el pez que se muerde la cola: no tengo clientes porque no tengo experiencia, y no tengo experiencia porque no tengo clientes. Si lo sumamos al precario panorama laboral que encontramos al iniciar nuestra andadura, ya tenemos la razón principal por la que estiramos el chicle de los estudios: acumulando créditos tratamos de llenar una confianza que no tenemos en nosotros mismos mientras el tiempo pasa y dependemos económicamente de otras personas. Y quiero decirte una cosa: si los seres humanos solo hiciéramos lo que ya hemos hecho anteriormente, no habría evolución. El mundo es de los arquitectos valientes, aquellos que estamos dispuestos a explorar soluciones para los desafíos aún por resolver.

Llega un día en el que ya no queremos estudiar otro máster y decidimos lanzarnos a la aventura de trabajar de verdad, y entonces un mensaje subliminal que habíamos escuchado repetidamente durante la carrera reaparece en nuestra cabeza: «Tendrás que pasar por muchos estudios y dejarte explotar hasta los cuarenta como delineante para ganar esa experiencia que aún te falta». ¿Qué experiencia se supone que desarrollamos así exactamente? Ser sumisos y aceptar condiciones de trabajo lamentables solo nos enseña a ejercer la profesión de esa misma manera.

El mundo no necesita otro estudiante de arquitectura diagnosticado con titulitis ni otro arquitecto becario aquejado de insomnio; necesita arquitectos que confíen en su voluntad para sacar adelante y con entusiasmo las soluciones que hacen falta aquí y ahora. Es la experiencia de hacer algo que antes no habíamos hecho lo que construye nuestros expertise y empuje como profesionales. Es hacer frente a las dudas y las inseguridades, pidiendo la ayuda necesaria en el camino, lo que solidifica nuestra capacidad como personas. Dicho de otra manera, el viaje real de la arquitectura empieza por no saber. Encontramos mil excusas para no dar el paso: soy demasiado joven, aún me falta mucho por aprender, nunca he tenido esa experiencia, seguro que hay alguien que lo hace mejor que yo…, pero si mañana vieras a un niño hundirse en la piscina olvidarías tus excusas sobre tu falta de experiencia como socorrista e irías a salvarlo. Punto. Eres arquitecto para ayudar a las personas y hay personas que te necesitan. ¿De verdad quieres que esperen debido a tu inseguridad?

Para fabricar esta voluntad es necesario cuestionar los pensamientos limitantes que aparecen de forma automática en tu cabeza y que te llevan a la parálisis cuando se presenta un nuevo desafío ante tus ojos. Entendamos de una vez que, con veinticinco años, un ser humano está perfectamente capacitado para ser útil en la sociedad y ofrecer algo valioso que responda, ya, a las necesidades de otra persona. Y para ello el mejor combustible es el entusiasmo: sí, el primer encargo no será el más rentable en términos económicos porque te devanarás los sesos, trabajarás horas de más, pedirás la ayuda que necesites incluso reduciendo tus ganancias si hace falta, pero sí será el encargo más rentable para la creación de tu expertise y, antes que pagar otro máster teórico que simule la experiencia, es mejor ser tú el que pague a un cliente para vivir la experiencia. Como ser padre o madre por primera vez, solo caminando hacemos el camino.

Ahora bien, además de esta acérrima voluntad que debes autofabricarte, recomiendo que sigas tres sugerencias que facilitarán mucho el inicio de tu trayectoria:

• Busca un arquitecto mentor/a

No tienes por qué hacer esto solo. Los arquitectos tendemos a la autosuficiencia y el recelo, y así nos empobrecemos. En lugar de ser otro lobo solitario, busca alguien que te genere admiración, con quien puedas compartir tus inquietudes y que pueda brindarte su experiencia profesional y vital. Puede formar parte de tu círculo de conocidos o no; puede ser mayor o menor; puede ser del mismo lugar o de otro; pero lo que sí tiene que suceder es que esa persona tenga algo que tú aspires a tener. Para que funcione esta relación, debe ser de mutuo acuerdo, respetuosa y transparente. La única obligación de este mentor/a es escucharte cuando lo necesites y compartir contigo su propia experiencia, por lo que recae en ti la responsabilidad de pedir ayuda, formular buenas preguntas para recibir buenas respuestas y hacer el trabajo. Un mentor/a no es alguien perfecto que lo sabe todo, por eso además sugiero crear una red de otros arquitectos y profesionales a los que llamar de vez en cuando para hacer consultas puntuales más técnicas o específicas. Acepta el hecho de que estas personas cobren a cambio de entregarte su conocimiento. Míralo como la más valiosa inversión: no solo has dejado de usar tu dinero para acumular más títulos académicos ajenos a la realidad, sino que además usas el dinero de tus clientes para ofrecerles el mejor servicio y aprender de la pura práctica.

• Construye una narrativa

No puedes ir por ahí diciendo «tengo veinticinco años y en mi vida he levantado un muro», porque ni yo te contrataría. Una narrativa es una manera de contar una historia de forma verídica y piadosa, contar lo necesario, para que resulte lo conveniente. Cuando me lancé como arquitecta independiente tenía veinticinco años y en lugar de decir «estoy empezando, por favor apiádense de mí» para presentarme a mis potenciales clientes, la narrativa que utilizaba era «he dedicado ocho años a mi ejercicio y formación como arquitecta». ¿Era verdad? Absolutamente, pero la información estaba dispuesta de forma conveniente. Los clientes reciben un dato concreto y simplemente ponen el foco en los siguientes pasos para hacer posible su deseo. Dar una respuesta directa y contundente lo antes posible es esencial porque así el cliente satisface su curiosidad desde el principio y no damos más bombo a un tema que, evidentemente, podría llegar a perjudicarnos. La mayoría de los clientes que dudan de nuestra falta de experiencia es porque nosotros damos demasiada importancia a la falta de experiencia. Y la verdad es que no se trata de si tienes o no experiencia, sino de si te dejarás la piel para ayudarlos en su propósito. Eso es lo único que importa.

• No rebajes tus honorarios por tu poca experiencia

La señal más clara de que utilizamos una mala estrategia de venta es que un cliente potencial insista en que le mostremos proyectos anteriores, momento fatídico para cualquier joven arquitecto. Cuando esto ocurre quiere decir que no nos hemos posicionado de la manera adecuada ante sus ojos y preguntar por nuestra experiencia solo es una forma de calmar sus dudas sobre nuestra capacidad para ayudarlo. Desarrollaremos los mecanismos de la venta en el capítulo 4, pero te adelanto que en ningún caso te recomiendo que bajes tus honorarios o que hagas descuentos por tu corta experiencia porque esto solo te delata haciendo sonar la sirena en los oídos del cliente y además empeora tu capacidad para ayudarlo. En el capítulo 3 aprenderás que tus honorarios equivalen al valor que tu cliente recibirá de ti y es el filtro necesario para dar con esos clientes de calidad que de verdad confían en tu capacidad, por no decir que los clientes de calidad son precisamente los que saben que lo barato no es bueno. En definitiva, no tienes que malpagarte hoy para lograr unos honorarios mínimamente decentes mañana; de hecho, cerrarás mejores clientes si cobras unos honorarios mínimamente decentes hoy para lograr unos honorarios extraordinarios mañana.

Por cierto, cuando alguien duda de ti por lo joven que eres no te lo tomes como algo personal. Ponte en su lugar: apenas tienes arrugas en la cara y les estás pidiendo que te encarguen la gestión de su dinero, su tiempo y sus deseos. Yo sé que eres plenamente capaz de hacerlo siguiendo las anteriores sugerencias, pero te toca conquistar primero su confianza. Por eso te invito a ser paciente, a no volver a quejarte de que no tienes experiencia porque nadie te da una oportunidad y ponerte a trabajar para construir tu propia voluntad. Si sigues estas pautas tu oportunidad llegará, te lo aseguro.

¿Sabes cuál es el cliente más importante? El primero. Porque es la única barrera que tienes que romper para dejar atrás el yugo de la experiencia. Recordarás a tu primer cliente con muchísimo cariño el resto de tu vida, porque fue la persona que, sin saberlo, hizo posible el resto de tu trayectoria profesional. En mi caso él se llama Christopher y, sin que lo sepa, le estaré siempre agradecida.

5. Arquitectos veteranos: arquitectura para sobrevivir o para vivir

No hay peor cárcel que la que uno se fabrica a sí mismo. Con el paso de los años y de forma sibilina la arquitectura y el trabajo van ocupando cada minuto de nuestra vida. Aceptamos los primeros encargos de conocidos y echamos a caminar con nuestro estudio. Después llegan otros conocidos y después llegan nuevos clientes y sus referidos, algunos favores, algunas consultas no cobradas, algunos concursos que quedan en nada, promesas que no se concretan, demasiados deberes, ofertas que generan esperanzas… y así cada año vamos sumando capas de responsabilidad en vista a un futuro mejor que no termina de llegar. Nuestra rentabilidad cada vez es menor, los picos de trabajo y las largas esperas nos desgastan y hace años que no cogemos unas buenas vacaciones.

Muchos arquitectos sentimos que si dejamos de achicar agua un minuto nuestro barco se hundirá. Por no saber si podremos cerrar clientes el mes que viene corremos con la lengua fuera detrás de cada posibilidad de cliente, entorpeciendo nosotros mismos el flujo de trabajo y añadiendo caos y sorpresas a la rutina de cada semana: malentendidos que generan malestar, retrasos que se solapan con nuevos trabajos, decisiones que anulan decisiones, «yo pensé que tú pensabas…». Hemos creado una jaula de oro y se llama estudio de arquitectura.

En cuestión de cinco o diez años la montaña de problemas es tal que solo nos queda seguir adelante. «Es solo un mes malo», nos decimos. «Cuando termine este proyecto las cosas volverán a su cauce», «si no fuera por este cliente…», «voy a darme un año más».

Cuanto más le damos al trabajo, más nos pide. Los hijos, el deporte, los amigos, las aficiones, el tiempo libre y los fines de semana pasan a un segundo plano y muchos incluso recibimos la visita de alguna enfermedad. Esto no es drama, es la realidad de muchos arquitectos que rondando los cuarenta, los cincuenta o los sesenta experimentamos las consecuencias de ejercer la arquitectura en modo supervivencia. Llega un punto en el que uno observa a su alrededor y se pregunta: «¿Cómo he llegado hasta aquí?». Como independientes, la respuesta siempre empieza por nosotros.

Los arquitectos compartimos un rasgo de personalidad íntimamente relacionado con la forma en la que proyectamos arquitectura. Cuando uno se sienta a desarrollar una planta nuestro cerebro trabaja en múltiples escalas al mismo tiempo: empezamos dibujando una distribución espacial a 1:100 y entonces nos quedamos mirando una esquina que nos llama la atención, imaginando la luz y los materiales, recreando la carpintería que completará el cerramiento, su encuentro con la fábrica que torcerá con un cierto ángulo hasta rematar el… y de repente nos vemos dibujando el detalle de ese encuentro a 1:10, matizando hasta el tipo de tornillo que tendremos que utilizar. Esta estructura de pensamiento tan hermosa que compartimos está perfectamente representada en los planos del arquitecto italiano Carlo Scarpa.

Proceso mental de Scarpa para el proyecto de la Villa Ottolenghi (1974-1978, Verona, Italia). Fuente: The Architectural Review.

Sin embargo, esta extraordinaria capacidad que tenemos de imaginar absolutamente todo lo que proyectamos en diferentes escalas juega en nuestra contra a la hora de liderar nuestra carrera profesional como lo que es: un negocio que tiene que funcionar para hacernos felices. Debido a este rasgo de personalidad los arquitectos somos extremadamente eficientes y extremadamente poco efectivos. Somos eficientes porque tratamos cada miserable tarea con el mismo nivel de importancia y somos muy buenos ocupándonos de ejecutar absolutamente todo, añadiendo nuevas capas de tareas a una cebolla cada vez más compleja. Con esta estructura de pensamiento, como si desarrollásemos un plano arquitectónico, diseñamos nuestro día a día profesional. Sin embargo, al darle la misma importancia a todas las cosas estamos obviando lo verdaderamente importante, lo cual acaba siendo engullido por lo urgente, que casi nunca es importante.

La Matriz de Eisenhower es un marco de trabajo simple para priorizar las tareas. Su nombre deriva del presidente número 34 de los Estados Unidos: Dwight D. Eisenhower, cuyas ideas fueron sintetizadas en esta matriz por Stephen Covey.

Hay dos métricas muy sencillas que nos permiten ver de frente lo poco efectiva que es nuestra manera de trabajar: de media, los arquitectos autónomos trabajamos cincuenta horas a la semana… fines de semana aparte… entregas aparte… Y a pesar del enorme volumen de horas y la gigante presión con la que trabajamos, la retribución que logramos es descaradamente insuficiente.10

Unos datos: en España los arquitectos ingresamos una media de 20.720 euros brutos anuales11 (unos 1.200 euros limpios al mes, por debajo del mínimo establecido en convenio); un 86,7 % de quienes respondieron a la encuesta considera que la situación «ha empeorado» y tan solo un 5,2 % de ellos considera que su trabajo «está bien retribuido». En Europa tampoco tiramos cohetes: la media se encuentra en 33.000 euros brutos anuales (con lo que es imposible ahorrar un céntimo); en países latinoamericanos como México el salario medio se encuentra en los 11.000 pesos brutos mensuales12 (que apenas da para pagar un alquiler) y en Chile ronda el millón de pesos brutos mensuales13 (con lo que, después de pagar el alquiler, te queda solo la mitad para vivir medianamente y olvidarte de ahorrar); en Estados Unidos el salario medio es de 76.000 dólares brutos anuales14 (unos 3.700 dólares limpios al mes siendo el coste de vida medio entre 1.800 y 3.500 dólares al mes) mientras que el salario medio de una economía tan boyante y puntera como la de Singapur ronda los 96.000 dólares brutos anuales15 (que no es para tirar cohetes si consideramos que se trata de la segunda ciudad más cara para vivir del mundo16 junto con París).