¿Cuántas veces te lo tengo que decir? - Maribel Martínez - E-Book

¿Cuántas veces te lo tengo que decir? E-Book

Maribel Martínez

0,0

Beschreibung

Soluciones eficaces y sencillas para conseguir que nuestros hijos nos escuchen y nos respeten. ¿Cuántas veces les decimos las mismas cosas a nuestros hijos sin lograr nuestro objetivo? ¿Cuántas veces hemos de comprobar que no funciona para descartarlo como solución y hacer algo diferente? La psicóloga Maribel Martínez, experta en terapia breve estratégica, nos propone pautas eficaces y sencillas para conseguir que los hijos nos escuchen, nos respeten y nos obedezcan en situaciones normales y corrientes a las que todos los padres nos enfrentamos día a día: - Los valores: respeto a los padres y los hermanos - La autonomía personal: vestirse, estudiar, comer, dormir - La responsabilidad: puntualidad, deberes, colaboración en casa - La inteligencia emocional: miedo, frustración, pataletas, límites, rabia - La utilización de las pantallas: móvil, consolas, ordenador, tabletComo en la práctica profesional, en cada capítulo se parte de un caso concreto, se observa cómo se ha creado el problema y qué intentos de solución se han llevado a cabo sin resultado satisfactorio. Se especifica a continuación el objetivo real que se trata de alcanzar y se aportan estrategias prácticas para que padres y madres puedan resolver el conflicto con eficacia.    La crítica ha dicho... "Un libro imprescindible, eminentemente práctico y de un sentido común aplastante con soluciones eficaces para todos aquellos padres encerrados en un círculo vicioso del que no saben salir". Irene H. Velasco, El Mundo "¿Cuántas veces te lo tengo que decir?, esa pregunta que se muerde la cola inevitablemente en muchos hogares, encuentra respuestas concretas y estrategias prácticas en este libro de recetas educativas que ayudan a hilar el legado de nuestros padres con el porvenir de nuestros hijos, a no morir en el bum de la crianza intensiva y a progresar en la gestión de los miedos, las pataletas, el insomnio, las comidas (...), no como amigos ni como colegas, sino como adultos que asumen un papel inintercambiable, el de padres". Ana Abelenda, La Voz de Galicia "Un libro que muestra a los padres nuestros miedos y los ataca de frente de una manera práctica y útil, dándonos pautas y consejos para solucionar el día a día de la vida familiar". Carolina García, El País "Me gustaría pensar que este libro tiene fecha de caducidad, que habrá sido un superventas y que dentro de unos años, los padres y madres habrán aprendido de los consejos que se dan y dejarán de ser profesionales para pasar a ser personas que educan a sus hijos con libertad y autonomía. Por fin, un libro que, sin miedos, nos habla de palabras en desuso como autoridad, valores y límites". Anna Cler, TVE Catalunya "Un libro practiquísimo con todas las claves para evitar que nuestras criaturas se conviertan en pequeños tiranos". Rosanna Carceller, Rac1 "Un libro fantástico, práctico y real". Laura Oton, COPE

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 246

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© del texto: Maribel Martínez, 2019

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Manila, 65 – 08034 Barcelona

arpaeditores.com

Primera edición: octubre de 2023

ISBN: 978-84-19662-26-2

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación

puede ser reproducida, almacenada o transmitida

por ningún medio sin permiso del editor.

Maribel Martínez

¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Soluciones eficaces y sencillas para conseguir que nuestros hijos nos escuchen y nos respeten

A mis padres, mi primera fuente de amor.

A mi hija, un ser maravilloso. Gracias por todo lo que me has enseñado.

sumario

Agradecimientos

Prólogo

1. El respeto. El rol de los padres y el de los hijos

«¿Quieres hacer el favor?»

2. La relación entre los hermanos

«No os peleéis»

3. Poner límites y obedecer

«¿Cuántas veces te lo tengo que decir?»

4. Las pataletas. Tolerar la frustración

«Cariño, no llores y levántate del suelo»

5. El estrés de llegar puntual

«¡Venga, que llegamos tarde!»

6. Los deberes y los exámenes

«Vamos a hacer los deberes»

7. Las comidas

«Come, no te levantes de la silla»

8. Las pantallas

«Deja el móvil, apaga la Play»

9. Los miedos infantiles

«No tengas miedo, no hay monstruos»

10. Ir a dormir

«Ve a tu cama a dormir»

Conclusiones

Agradecimientos

Vaya por delante mi agradecimiento a todos los padres y madres a quienes he tenido la satisfacción de ayudar y que confiaron en mí siguiendo las pautas que expongo en esta obra, a pesar de que algunas de ellas les sorprendieran en un primer momento.

Un libro que es asimismo fruto de cuanto he aprendido de todos mis maestros y de los terapeutas con los que me he formado: Giorgio Nardone, Karin Schlanger, Miguel Herrador, Bill O’Hanlon, David Burns, Mathew Selelkman, Cloé Madanes, Joan Garriga, Mireia Darder, Andrea Fiorenza, Roberta Milanese, Luis Santiago, Walter Riso… Todos ellos me han enriquecido como persona y como profesional.

Gracias también a mis amigos Ricard y Marga por sus sabias críticas constructivas.

Por último, pero no menos importante, debo mi agradecimiento al ilustre académico y profesor Francisco Rico, que siempre confió en mí y sigue haciéndolo con los ojos cerrados. Así como a los editores de este libro, Joaquín y Álvaro Palau, padre e hijo, que han logrado con Arpa una combinación perfecta de experiencia, sabiduría, elegancia y tradición a la par que modernidad y visión de futuro.

Por cierto, queridos lectores, podéis subrayar, anotar y escribir en cada página de este libro, si eso ayuda a poner en práctica los conceptos y pautas. Si fuera así, haberlo escrito habrá merecido la pena.

Prólogo

Este es un libro sobre la difícil tarea de educar a los hijos, escrito bien entrado ya el siglo XXI. Si observásemos apenas una o dos generaciones atrás, comprobaríamos cuánto han evolucionado los objetivos educativos de los padres. Familias que vivieron una posguerra y una dictadura, para las que sobrevivir sin pasar hambre fue una prioridad. Los hijos tenían que crecer y, en cuanto fuera posible, ponerse a trabajar para dejar de ser una carga para la familia, que solía ser numerosa. Los matrimonios eran para toda la vida y la mayoría de padres no tenía estudios superiores. Se establecía un tipo de relación padres-hijos en consonancia con la realidad social, muy vertical y autoritaria.

La siguiente generación, a partir de los años sesenta y setenta, se centró en formar académicamente a los hijos y ofrecerles la oportunidad de tener un trabajo que les permitiera prosperar. Los padres podían estar pluriempleados y las madres comenzaron a incorporarse al mundo laboral. El control de natalidad ayudó a reducir el número de hijos, que bajó a una media de dos o tres. El divorcio posibilitaba que las parejas infelices pudieran rehacer su vida. El contexto sociológico y político de una democracia a partir de los años ochenta facilitó una relación paternofilial más cercana y transversal en la que los niños también tenían voz.

Actualmente, los objetivos educativos de los padres tienen en cuenta muchos aspectos: la educación en los valores, la inteligencia emocional, la formación académica, las actividades extraescolares, el aprendizaje de idiomas, la práctica de deporte, la alimentación sana, etc. Son padres que se preocupan por todo lo que afecta a sus hijos y se dedican a ellos en cuerpo y alma. Acuden a cursillos, leen libros, se implican en las asociaciones de madres y padres de los alumnos (AMPA) y en otras entidades relacionadas con sus hijos. En general, ambos miembros de la pareja trabajan, disponen de más recursos y cuentan con la ayuda de algún abuelo. Podría decirse que es una generación que ha «profesionalizado» la paternidad. Quieren ser padres excelentes, que sus hijos no sufran, que tengan una magnífica preparación para la vida y que sean felices.

A priori todo ello debería entenderse en clave positiva. Pero la realidad es que a menudo se desatiende el objetivo más importante: educar a nuestros hijos en la autonomía personal y los valores. En efecto, cada vez conocemos más casos de niños dependientes, inseguros, con trastornos de ansiedad, miedos, fobias, baja tolerancia a la frustración, adicción a las pantallas, rebeldía, falta de control de los impulsos, problemas para dormir, baja autoestima, poca capacidad organizativa, falta de motivación, etc.

A lo largo de este libro analizaremos de qué manera la mayoría de padres, aun con la mejor de las intenciones, se desvía de sus objetivos iniciales sin darse cuenta. Por ejemplo, ante el objetivo de que nuestro hijo coma de manera saludable, es decir, nutrientes variados (verdura, proteína, fruta, hidratos, mínimos azúcares, etc.), muchos padres topan con la típica dificultad de que al niño no le gustan determinados sabores (habitualmente verdura, pescado, fruta, etc.) y se niega o se resiste a probarlos. Ante eso, para que el niño no se quede sin comer, los padres le ofrecen una alternativa que saben menos conflictiva. De tal modo que el niño aprende que al negarse a probar algo o comer poca cantidad, le acabarán dando otro alimento que le gustará más. Sin advertirlo, los padres refuerzan el hecho de que el niño no pruebe ni coma ciertos alimentos que necesita para su salud. Grosso modo es así como se forma el problema, cayendo en la trampa de que «mejor que se tome un yogur que no que se vaya a la cama sin cenar». Sustituimos el objetivo de comer sano por el de comer. Si los padres actúan siempre de este modo, el problema se cronificará.

Detrás de esta bienintencionada reacción está el anhelo de que nuestros hijos sean felices. Tenemos en cuenta sus deseos para que sufran lo menos posible y que no haya conflictos. También subyace una concepción del niño como un ser débil o frágil, cuya salud puede peligrar si puntualmente una noche no cena. Como veremos, tales suposiciones y este modo de actuar pueden conducir fácilmente a un tipo de relación hiperprotectora y permisiva, lo que se conoce como hiperpaternidad1.

En cada capítulo abordaremos una de esas grandes problemáticas a las que nos hemos enfrentado todos los padres, veremos cómo se han generado y, lo más importante, cómo podemos resolverlas. Así, propondremos:

Pautas concretas y eficaces para conseguir educar a nuestros hijos como personas autónomas y con valores.Estrategias para resolver los problemas que ya hemos intentado solucionar sin éxito. Especialmente aquellos sobre los que hemos pensado «ya no sé qué hacer» o «lo he intentado todo».Una explicación sobre cómo se generan estos problemas cotidianos.Técnicas eficaces para conseguir el objetivo saludable. Algunas sorprenderán.Reflexión y autocrítica sobre cómo nos desviamos, sin darnos cuenta, de los objetivos iniciales en la educación de los hijos.Una nueva perspectiva educativa en la que nos cuestionemos como padres sistemáticamente: «Esto que hago ¿funciona? ¿Consigo el objetivo que quería? ¿Cuántas veces he de hacer o decir algo y comprobar que no funciona para descartarlo como solución y hacer algo diferente?».

A quién va dirigido

Básicamente a los padres y madres de niños y niñas de 5 a 12 años, es decir, toda la etapa de educación primaria. Naturalmente, como cualquier texto focalizado en la educación infantil, confío que también será de utilidad para maestros y educadores.

Asimismo, al ser un libro que nace de la práctica terapéutica, espero que muchos psicólogos hagan suyas las más de setenta herramientas y pautas que encontrarán aquí, con las que podrán ayudar a las familias con las que traten.

Cómo se estructura

Hemos dividido el libro en diez capítulos según los temas que consideramos más importantes para la educación en esta etapa de la infancia, los problemas que más preocupan a los padres que vienen a nuestra consulta.

Encabeza cada capítulo una frase o una expresión que los padres repiten habitualmente para intentar solucionar alguno de esos problemas cotidianos. Muchos os sentiréis identificados con ellas, pero, como veremos, son fórmulas que no funcionan.

La estructura de cada capítulo sigue las mismas pautas que utilizamos durante la terapia. Es decir, partimos de la descripción de un caso real en el que, obviamente, por motivos de confidencialidad, hemos cambiado los nombres y algunos datos que pudieran hacer reconocible a la familia protagonista. A continuación, se analiza cómo ha surgido el problema y qué intentos de solución se han puesto en marcha y no han funcionado. Especificamos el objetivo que se ha de alcanzar para resolver el problema. Finalmente, se aportan pautas y estrategias para que los padres lo puedan resolver.

Cómo leerlo

Nuestra recomendación es leer primero el prólogo. A continuación, los tres primeros capítulos, por ser los que ayudan a estructurar a la familia tanto en sus vínculos como en su funcionamiento diario. El resto de capítulos puede leerse en el orden que más urja, interese o motive al lector.

En qué nos basamos

Nuestra práctica terapéutica se basa en la terapia breve estratégica2, que podríamos definir en pocas palabras como la manera de resolver en poco tiempo problemas humanos complejos mediante soluciones aparentemente simples. Se trata de una terapia orientada a la solución.

Como terapeutas, observamos a nuevas generaciones de padres depositar en los hijos todo su amor y atención. Albergan magníficas expectativas de cómo debería ser la vida de sus hijos. Dejan de ser pareja para convertirse en padres, porque todo su tiempo, energía y atención se dirigen a su prole. Los niños nacen y se convierten indefinidamente en el centro de la familia. Todo gira en torno a ellos. Crecen sabiendo que sus necesidades son lo primero y que sus padres siempre se encargan de hacer que todo sea fácil.

Estos padres, queriendo lo mejor para su hijo,

Lo sobreprotegen, se adelantan a sus dificultades y miedos porque no quieren que lo pasen mal.Le ayudan en todo.Le preguntan la opinión sobre todo.Lo apuntan a múltiples actividades extraescolares.Lo sustituyen si hace falta (le hacen los deberes, hablan por él, le visten, le dan de comer…).

Pero también observamos qué efectos tiene todo ello. Básicamente mensajes entre líneas, como:

Te protejo porque no quiero que te pase nada. No soportaría que te hicieras daño ni que lo pasases mal.Te ayudo en todo lo que puedo o directamente lo hago por ti porque así acabamos antes (los deberes, vestirse), porque tú solo no puedes.Te pregunto sobre todo para que las cosas estén a tu gusto, para que seas feliz y porque no soportarías la frustración de que fueran diferentes a como tú quieres.Tu opinión vale tanto como la mía (tenga la edad que tenga el niño), quiero consensuarlo todo contigo y que estés de acuerdo, así harás las cosas convencido.Te lo explico y pregunto todo porque no quiero conflictos en esta familia y siempre nos entenderemos dialogando porque somos amigos.

Y esto tiene consecuencias importantes en el niño:

No aprende a tolerar la frustración.No sabe manejar emociones como la rabia o la ira.Cree tener derecho a todo, puede llegar a convertirse en un déspota.No aprende a realizar tareas que por edad podría realizar y le haría sentir bien.No se siente capaz de superar las dificultades que se presentan.Provoca conflictos porque sabe que los padres, para que «haya paz», cederán.No se plantea retos, antes de empezar ya se siente fracasado.Instaura la «ley del mínimo esfuerzo».Padece una gran sensación de incapacidad.Muestra baja autoestima.Es muy inseguro.Tiene muchos miedos.

Ahí está el pez que se muerde la cola (lo que denominamos «causalidad circular»): los padres perciben a sus hijos como seres frágiles. Les sobreprotegen. Los niños viven entre algodones y cada vez les da más miedo crecer. Perciben que afuera las cosas son difíciles. No se sienten capaces. Los padres siguen protegiéndoles. Los niños interiorizan que si se les ayuda es porque en realidad ellos solos no pueden llevarlo a cabo. Aumenta su inseguridad y disminuye su autoestima. Los padres ven que sus hijos se sienten inseguros, por lo que aún les protegen más.

También encontramos padres demasiado permisivos, que para que sus hijos se sientan felices procuran evitar su frustración, ponerles límites o decirles que no. En estos casos la causalidad circular se basa en esa idea de permitírselo todo, a menudo para compensar el poco tiempo que pasan con los hijos y por pena y hasta temor de disgustar o enojar al hijo. A partir de ahí tenemos los ingredientes perfectos para que ese pequeño crezca con tics despóticos, creyendo tener derecho a todo y enfadarse de manera desproporcionada ante a cualquier «no». Son los futuros adolescentes tiránicos, que han crecido pensando que mandan en la familia y que las cosas han de ser como ellos digan, que poseen todos los derechos y ninguna obligación.

En los últimos veinte años, en mi práctica diaria como profesional pionera en la terapia breve estratégica en España, he podido ver y comprobar los modelos que no funcionan (autoritario, hiperpermisivo, sobreprotector, hiperestimulador, hiperpaternal, etc.) y diseñar un modelo práctico mediante el cual ofrecer pautas, herramientas y estrategias a muchos padres para resolver los problemas cotidianos de la educación de sus hijos.

Aunque pudiera creerse que problemas como el miedo a la oscuridad, las peleas entre hermanos o la negativa a ir al colegio requieren que el niño vaya a terapia, mi experiencia me ha demostrado que no es así. Trabajamos con los padres y les proporcionamos las pautas que han de aplicar para resolver cada problemática. Los padres son los guías de los niños, de modo que reforzando ese concepto los progenitores se convierten en las personas confiables que cuando un hijo está mal pueden ayudarle de forma definitiva y en poco tiempo.

También utilizo y expongo aquí otras fórmulas educativas de reconocida validez. Junto a las estrategias, configuran un conjunto ecléctico muy eficaz para guiar a los padres en la difícil tarea de educar.

Por último, debo confesar lo mucho que he aprendido de la maravillosa y difícil experiencia de la maternidad en primera persona. Siempre lo digo: no hay máster con el que haya aprendido tanto como con mi hija. Antes de nacer ya me enseñó que no debía aspirar a ser una madre perfecta, pues, lo confieso, yo también quise serlo en un primer momento. Pero por mucha teoría que yo supiese, por muchas familias a las que ya hubiese ayudado, no sería nunca una madre 10. Me equivocaría seguro. La ansiedad con la que hubiera vivido esa autoexigencia me habría llevado al desastre. De modo que me sigo equivocando y sigo aprendiendo. Recuerdo que al ponerle límites a mi hija, cuando era pequeña, y en respuesta a sus quejas, opté por decirle: «Es que te ha tocado la peor madre del mundo», afirmación que ponía fin a su protesta, pues ambas estábamos de acuerdo en que yo era «tan mala que era la peor» porque le había contestado a algo que no. Con el tiempo ella entendió por qué lo hacía. Pero mientras tanto, «ser la peor madre del mundo»3 significaba que le ponía límites o una dificultad que ella debía superar, y que eso la haría crecer, sentirse capaz, más autónoma, con más autoestima y con valores, en este caso el del esfuerzo. Así, mientras oía mi autodefinición, aparentemente nefasta, yo pensaba: «¡Vamos bien!».

1

El respeto. El rol de los padres y el de los hijos

«¿Quieres hacer el favor?»

«No podemos proteger a nuestros hijos de la vida, por tanto, es esencial que los preparemos para ella».

rudolf dreikurs

Toni y Marga acuden a mi consulta desesperados. Tienen dos hijos, Iván y Adri, de 10 y 5 años respectivamente. Lo primero que me dice el padre al entrar en la consulta es: «Esto se nos está yendo de las manos». Relatan diversos ejemplos cotidianos en los que intentan, sin mucho éxito, que sus hijos les respeten y cómo, en ocasiones, el mayor llega a insultarles. Una escena típica con el más pequeño es el momento en que está jugando en el parque y se le dice que hay que volver a casa, que ya es la hora. Adri comienza a chillar: «¡No! Todavía no. ¡No quiero!», y le da patadas a la madre, quien se ha resignado a aprender a esquivarlas. Cuando le digo que eso es una agresión, responde: «Bueno, ya sabes, cosas de niños, es pequeño». Marga «pacta» «un ratito más» y le explica al niño que luego se tendrán que ir porque ella tiene que hacer la cena y él tendrá que bañarse, y si se hace tarde no dará tiempo. Sin embargo, cuando le dice que ya ha pasado el tiempo añadido, la escena se vuelve a repetir, de manera que muchas veces lo acaba llevando a casa en brazos y pataleando.

El comportamiento de Iván, de 10 años, demuestra que no obedece ni respeta a sus padres. Nunca han logrado que los ayude a poner la mesa para la comida. Iván se niega cada vez. De pequeño ponía mil excusas: «Estoy jugando», «Ahora voy», «No sé hacerlo», etc. A medida que iba creciendo, su padre, viendo que no obedecía, se enfadaba, ya no era tan amable e intentaba mostrarse más serio. Pero el resultado era el mismo: Iván no colaboraba, ni con esa tarea ni con ninguna otra. Al contrario, el tono de las respuestas fue alzándose hasta alcanzar un grado inadmisible. Ante esta situación, la madre acusa al padre de tener poca paciencia y cuando Iván comienza a chillar prefiere asumir ella las tareas para mantener la paz en la casa.

En los últimos meses Iván ha insultado a la madre en varias ocasiones cuando ha recibido un «no» como respuesta. Un día en que el padre le prohibió ver una película que acababa de madrugada, Iván empezó a chillar: «Porque lo digas tú», «Haré lo que me dé la gana»; ante lo cual, la madre, para calmar la escena, intentó convencer al padre (delante del hijo) de que «por un día, no pasa nada». La respuesta de Iván, volviéndose con cara de odio hacia el padre, fue: «Es que eres imbécil, me tienes harto». La madre miró a su marido con expresión de «mira la que has liado» y el padre, enfadado, se levantó del sofá y se encerró en su habitación. Iván vio la película hasta el final.

Ambos llegan a la consulta peleados entre ellos, reprochándose el uno al otro la falta de respeto de su hijo y viendo, además, cómo el pequeño Adri, con tan solo 5 años, empieza también a levantar el tono de voz y a oponerse a los padres de forma más agresiva.

  Objetivo

• Conseguir que los hijos respeten a los padres.

Este es un objetivo trascendental en la educación de los hijos. A partir de él conseguiremos todos los demás. Si un hijo no respeta a sus progenitores difícilmente les puede obedecer. En muchas ocasiones, los padres pretenden conseguir la obediencia cuando todavía no se han ganado el respeto. En general, una persona puede lograr ser respetada de dos maneras:

Imponiendo miedo: un modelo autoritario nada recomendable.Logrando ser una persona «respetable» en el sentido literal del adjetivo, es decir «digna de respeto».

Desde mi punto de vista, se trata del concepto fundamental de la relación entre padres e hijos, y no viene dado de fábrica por el hecho de ser papás. Hay que ser digno de ese respeto. Es decir, hay que ganárselo.

 Cómo se crea el problema

Debemos contextualizar el problema en la sociedad española actual, y podemos remontarnos hasta un par de generaciones anteriores para entender cómo han evolucionado los objetivos de los padres.

Una posguerra y una dictadura condicionaban todo. Sobrevivir y no pasar hambre en un entorno con pocos recursos y mucha opresión era lo prioritario. Los hijos tenían que espabilar rápidamente y no ser una carga. Con cinco o seis años se ocupaban de los hermanos más pequeños y en cuanto podían comenzaban a trabajar para ayudar a la familia, que solía ser numerosa.

La generación posterior, la de los años sesenta y setenta, procuró que los hijos pudieran estudiar y dispusieran de más opciones laborales. Las familias ya no eran tan numerosas (dos o tres hijos).

En la actual generación de padres encontramos personas con formación académica y acceso a un caudal inagotable de información. Su objetivo es que los hijos triunfen y sean felices y, si es posible, que sean brillantes y no les falte de nada. Las familias actuales son muy diferentes a las de nuestros padres y abuelos. Tienen entre uno y dos hijos, y los padres sienten su éxito o fracaso como propios.

Los padres se han «profesionalizado». Antes de tener un hijo ya han consultado libros sobre el embarazo, el parto y la crianza. Antes de que nazca la criatura ya han acudido a cursos y charlas. Se informan ampliamente sobre temas pedagógicos, nutricionales o de primeros auxilios. Por lo general, este proceso se vive con mucha ansiedad, porque algunas de estas tendencias son contradictorias entre sí y llegan a generar inseguridad y angustia frente a su rol de padres.Creo que hemos de hacer más caso al propio sentido común. Todos lo tenemos, pero algunas personas confían más en esa información externa, que no siempre es fiable.

Para la actual generación de padres y madres el objetivo es que los hijos sean felices, a toda costa. Como objetivo no es malo, pero primero habría que definir qué significa ser feliz, lo que sería motivo de otro libro o de otros muchos. En todo caso, para ejercer como padres saludables que pretenden que sus hijos sean felices, deberíamos tener presente siempre que una de nuestras misiones es educar en la autonomía personal y en los valores, y no confundir ser feliz con conseguir siempre lo que uno quiere, ni consentir todo para no causar ningún disgusto o frustración.

Para entender cómo es posible que los padres no sean respetados por sus hijos, describiremos los dos modelos familiares más habituales hoy en día: el sobreprotector y el permisivo. A veces, incluso, ambos conviven en la misma familia.

Los padres sobreprotectores son aquellos que, a medida que crece el bebé, no «actualizan» su percepción del hijo y lo siguen tratando como si no fuera capaz de hacer prácticamente nada él solo. Estos padres cronifican la ayuda en las tareas cotidianas, como vestirse, comer y hacer los deberes. Asocian las dificultades propias del aprendizaje con el sufrimiento, sin valorar que los niños, al superarlas por sí mismos, se sienten más capaces y su autoestima aumenta progresivamente. Podríamos decir que este tipo de padres no quiere que sus hijos sufran ni física ni emocionalmente. Esta manera de actuar crea en el niño una sensación de inseguridad muy grande: se siente débil e incapaz, lo cual tiene consecuencias para su autoestima, y se convierte a menudo en una profecía autocumplida. Esta actitud impide una de las misiones más importantes de los padres:prepararlos para la vida mediante las pequeñas dificultades cotidianas, que tendrán que superar y les harán crecer.

Por su parte los padres permisivos, con el objetivo de que sus hijos sean felices, evitan que se frustren. Con la mejor de las intenciones, les permiten casi todo y se sienten bien cada vez que su hijo les pide algo y pueden contestarle que sí. Son niños que ignoran qué es un «no» como respuesta, no tienen límites y están muy consentidos. Creen que por el hecho de existir ya tienen derecho a todo. En general son padres que trabajan mucho, y durante el poco rato que ven a los hijos no quieren enzarzarse en una discusión. Piensan: «Para un ratito que estoy con él…».

Por ejemplo, cuando Adri quiere quedarse en el parque un rato más y le complacen, después de haber agredido a la madre. Marga empatiza con el deseo de su hijo, le da pena —«Pobrecito, es normal que quiera jugar»— y no tiene en cuenta la manera en que el niño lo ha conseguido. La madre, sin darse cuenta, ha reforzado positivamente ese comportamiento. Adri se habrá salido con la suya, de modo que el próximo día volverá a hacer lo mismo. Ante cualquier negativa de los padres, él incrementará el nivel de la agresión o el tono de voz, y si logra quedarse un poco más jugando habrá aprendido que «si insisto lo consigo», «si pego o chillo tengo lo que quiero».

Otra característica común, y bienintencionada, de esta generación de padres y madres es que se relacionan con sus hijos como si fueran sus iguales, es decir, siempre tienen en cuenta sus opiniones y deseos. Pero, como hemos visto, la buena intención no siempre es efectiva. Pongamos algún ejemplo:

¿Qué quieres para merendar? (posibles respuestas: bollería industrial, chocolate, nada, unos caramelos, etc.).¿Dónde queréis ir de vacaciones? (posibles respuestas: infinitas y posiblemente ninguna realista con la economía familiar; y si hay más de un hijo, cada uno querrá algo diferente).¿Vamos a la playa mañana? (posible respuesta: no, quiere ver dibujos todo el día).¿A qué colegio quieres ir? (posible respuesta: al que vaya su amigo).¿Qué quieres cenar? (posibles respuestas: pizza, macarrones, etc.).¿Quieres ponerte el abrigo? (posible respuesta: no, aunque haga 5 grados de temperatura).¿Te quieres quedar esta tarde en casa de los abuelos? (posible respuesta: no, que allí no están sus juguetes, quiere ir a casa).

Incluso cuando el objetivo es que el niño colabore con alguna tarea de la casa, en lugar de decir «Ayúdame a poner la mesa» o «Ve poniendo la mesa mientras acabo de hacer la cena» les preguntan:

¿Pones la mesa?¿Qué tal si vas poniendo la mesa?¿Quieres poner la mesa?

La lista de ejemplos no acabaría nunca, porque los padres, para tener a sus hijos contentos y «hacerles felices», son capaces de preguntárselo casi todo. Obviamente, si nos ponemos a pensar lo que significan esas preguntas para un niño concluiremos que no está preparado para contestarlas porque no sabe nada sobre nutrición, economía familiar, medicina, logística, conciliación familiar, pedagogía, criterios educativos, etc.

No solo no pueden responder de forma eficaz a esas preguntas y, por tanto, lo harán en función de sus intereses infantiles, sino que reciben un mensaje entre líneas de que se les tiene en cuenta para todo, su opinión se puede considerar a la misma altura que la de los progenitores, las cosas han de ser a su gusto, no pueden frustrarse, tienen voz y voto igual que los papás, etc. Los padres tratan a los hijos como si fueran sus iguales, como si fueran amigos.

El problema comienza cuando la respuesta del hijo no es factible. ¿Qué sucede si responde que para merendar quiere caramelos o una tableta de chocolate? Se le dice que no puede ser. El niño estalla en cólera, pues se le ha creado una expectativa falsa al preguntarle su opinión, y ahora su deseo no se hará realidad; lo cual es una contradicción. El niño crece entendiendo que lo que él desea es prioritario para todos. De esta manera, en la jerarquía familiar su posición es privilegiada, está incluso por encima de los padres, y, por tanto, por encima de él no hay nadie. ¿Dónde encontrar la figura de guía y autoridad en su vida?

Los niños no tienen experiencia vital para tomar determinadas decisiones, la adquieren progresivamente y se les puede ir enseñando, como veremos en el siguiente capítulo, pero lo más grave al respecto es entender el rol familiar que ocupan. Los hijos necesitan que los padres les guíen y les enseñen cómo se han de hacer las cosas. Necesitan sentir que sus progenitores son fiables y saben qué hay que hacer y cómo hacerlo. Eso les da seguridad.

En un caso como el que hemos descrito, en el que los hijos no respetan a los padres, es importante entender cómo se ha llegado a ese punto en que un niño de 5 años agrede físicamente a su madre y otro de 10 la insulta.

Los padres quieren que los hijos les obedezcan y les respeten. Para ello les explican con toda la paciencia del mundo los motivos por los cuales han de hacer las cosas («Nos tenemos que ir a casa porque tengo que hacer la cena, y tu tendrás que darte un baño antes de dormir y si no nos vamos ahora se hará muy tarde y todo se retrasará, dormirás menos y mañana tendrás sueño y estarás cansado»). Los padres quieren que los hijos les entiendan, pero los niños no atienden a estas razones. ¿Alguien realmente imagina una respuesta del tipo?: «Es cierto, vámonos ya que así no te estresarás y dará tiempo a todo, yo ya he jugado un buen rato y volveremos otro día». Pues no. Eso no va a pasar. De modo que dar tantas explicaciones no funciona. En la infancia no se razona así. Ellos viven el presente y por tanto no pueden prever, como los adultos, las consecuencias de la falta de planificación. Solo piensan en el ahora: «Estoy jugando y pasándomelo bien y no quiero dejar de hacerlo». Y esto es lo que sucede:

El niño se opone y utiliza sus inmaduras fórmulas de chillar y patalear.