El arte de subir (y bajar) la montaña - Marcos Peña - E-Book

El arte de subir (y bajar) la montaña E-Book

Marcos Peña

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Beschreibung

Este libro es la historia de un viaje que empezó en 2019 cuando Marcos Peña finalizó su gestión como jefe de Gabinete en el gobierno nacional y decidió alejarse de la vida política después de casi dos décadas. Su saldo personal era agridulce y él estaba lejos de sentirse satisfecho. El camino a seguir quedó claro cuando pidió a sus colaboradores cercanos que le marcaran los puntos ciegos de su paso por el gobierno. Le respondieron sin concesiones. En los años que siguieron, el autor investigó, conversó con expertos y, sobre todo, indagó en él mismo para –según cuenta– ir desarmando de a poco el personaje-coraza que le había permitido atravesar esa etapa de alta responsabilidad y exposición. A poco de andar, algo le quedó claro: él no era el único. Peña sostuvo más de cuarenta extensas conversaciones con deportistas, políticos, artistas, científicos y emprendedores de trece países y de su misma generación –difundidas en su podcast Proyecto 77– que coincidieron en una idea: las experiencias de liderazgo extremo en distintos ámbitos deben entenderse como momentos puntuales en la vida de las personas, que hay que lograr transitar sin perder la conexión con uno mismo, con los demás y con la naturaleza. Basta de superhéroes. Es hora de prestar atención a la dimensión humana del liderazgo. En un tono personal y autocrítico, el autor –que hoy prefiere definirse como "entrenador de líderes"– ofrece en estas páginas un catálogo de reflexiones y consejos prácticos para todos aquellos que ocupan o aspiran a ocupar una posición de liderazgo, y para los que quieran asomarse a la experiencia de ascender y descender de la montaña de la popularidad, el éxito o el poder. "Escribir y publicar este libro es un ejercicio de autenticidad –dice Marcos Peña–. De encontrar una voz propia, que no parta del personaje político sino de mi persona. Lo siento como si fuese un álbum musical, mi primer álbum solista".

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Dedicatoria

Introducción. Mi primer disco solista

Parte I. Desconectado

1. El límite

2. Fin de una etapa

3. Espejo

4. Contanos: ¿quién sos?

5. De protagonista a consultor y entrenador

Parte II. Reconexión

6. La conexión con uno mismo: salud mental

7. La conexión con uno mismo: el cuerpo

8. La conexión con la naturaleza

9. La conexión con los demás: expresión y comunicación

10. La conexión virtual: el celular y la nutrición digital

11. La relación con el personaje: fama y avatares

12. Perspectiva: ampliar la mirada para conectar

13. Conexión compartida: equipo, entrenadores y guías

14. Conexión a largo plazo: pensar carreras sustentables

Parte III. Repensar el liderazgo

15. Ser más realistas con el liderazgo

16. Jugarse la piel: el valor de ser protagonista

17. Formación y acompañamiento permanentes

18. Cómo reparamos: procesando el trauma y capitalizando la experiencia

19. Cómo dialogamos: conexión de personas, no de personajes

20. ¿Cómo ayudamos? El rol de la ciudadanía

21. ¿Qué le dirías a tu versión de 18 años?

Listado de los episodios del podcast “Proyecto 77”

Referencias

Agradecimientos

Marcos Peña

El arte de subir (y bajar) la montaña

Cosas que aprendí sobre la dimensión humana del liderazgo

Peña, Marcos

El arte de subir (y bajar) la montaña / Marcos Peña.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2024.

Libro digital, EPUB.- (Singular)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-338-1

1. Liderazgo. 2. Experiencias Personales. 3. Salud Mental. I. Título.

CDD 158.1

© 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Diseño de portada: Emannuel Prado / <manuprado.com>

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: abril de 2024

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-338-1

A Lucas y a Joaquín, para que crezcan libres.

A Luciana, para que sigamos buscando hacernos viejitos juntos.

Introducción

Mi primer disco solista

Durante 2023, hice un podcast llamado “Proyecto 77”. Nació como una búsqueda personal compartida después de dieciocho años de vida pública y de actividad política, de los cuales tuve en los últimos cuatro un cargo de altísima responsabilidad como jefe de Gabinete del gobierno de Mauricio Macri. Fue una tarea muy exigente en lo personal, hermosa pero muy desgastante. Así fue como, en diciembre de 2019, al concluir mi tarea, decidí dar un paso al costado, meterme un poco para adentro y tratar de hacer esta búsqueda de reconexión. Un intento de comprender la dimensión humana de la experiencia que había atravesado. Como voy a contar en este libro, eso me llevó a diversos procesos terapéuticos y a indagar sobre temáticas de las que conocía poco, como la salud mental.

En diciembre de 2021, publiqué un paper[1] con algunas herramientas y aprendizajes recogidos en ese camino, en el que planteé la necesidad de que miremos la dimensión humana del liderazgo como un camino imprescindible para alejarnos de una idea mesiánica y personalista y, en cambio, construir un liderazgo más auténtico, conectado y colectivo.

Para hacer “Proyecto 77”, fui en búsqueda de otras historias, de otros testimonios, de personas de mi generación pero de distintos lugares que hubieran pasado por situaciones de liderazgo extremo en sus ámbitos, de nuestro continente y de España, para preguntarles sobre distintas dimensiones de su experiencia: la salud mental y física, la fama, el contacto con la vida digital, con la naturaleza, el rol y el valor de los equipos, cómo mantener una perspectiva, cómo construir una carrera sustentable.

Algo que aprendí en esas charlas es que es interesante pensar el liderazgo como una cuestión que no está adscripta solo a un tipo de disciplina, rol o ideología. El liderazgo es mucho más descentralizado y podemos encontrarlo en la política, pero también en el mundo artístico, deportivo, emprendedor, científico. “Proyecto 77” nutre este libro, y podrán leer aquí extractos de esas charlas.

Fueron en total treinta y nueve conversaciones con personas de trece países, la gran mayoría nacidas entre 1972 y 1982. El corte etario tiene que ver con que yo nací en 1977 y quería buscar pares generacionales. Sentía que ellos me podían ayudar a entender cosas que yo había vivido, ya que uno de los problemas de tener mucha responsabilidad desde muy joven es que te desacoplás un poco de tus pares. Tenés más exposición pública que las personas de tu edad, y menos edad que aquellos con los que compartís escenario.

Fueron más de cuarenta y tres horas de conversaciones con políticos, deportistas, empresarios, religiosos, artistas, médicos, con destacadas historias de vida que generosamente se abrieron a contar en el marco de una charla relajada y abierta. Estoy muy agradecido con cada uno de los invitados, a muchos de los cuales no conocía en persona. De hecho, armar esa lista fue un hermoso ejercicio casero. Tenía como criterios la edad, quería que fuesen de distintos países, de distintas disciplinas, de distintas ideologías, con la mayor paridad posible entre hombres y mujeres.

Al igual que me pasó cuando publiqué el paper sobre liderazgo, me dio mucha intriga y un poco de miedo cómo iba a ser recibido, ya que hablar de vulnerabilidad en la política y temáticas como salud mental o el impacto de la fama no era lo más común. Para mi sorpresa, recibí muchos mensajes de dirigentes de diferentes fuerzas políticas y de distintas generaciones que me agradecían por dar visibilidad a estos temas. Fue como si hubiese hablado por muchos que no encuentran un espacio o una forma de decir y que están agobiados y estresados en mucha soledad.

También fue una primera prueba para volver a aparecer en la conversación pública, pero desde otro lugar, aceptando la vulnerabilidad, una actitud que me había faltado en los años anteriores. Me hizo bien. Me alivió. Decir lo que a uno le pasa ayuda mucho.

Si el podcast fue una búsqueda personal compartida y esa búsqueda fue un viaje interior, entonces este libro se enmarca en la literatura de viajes. De chico me enamoré del género leyendo Los viajes de Marco Polo, y luego seguí fiel a él. Toda mi vida viajé, y me defino como un viajero. Pero este viaje es distinto. Es un viaje interior. Quiero compartir mi experiencia, lo que fui encontrando, las cosas que fui aprendiendo en el camino, para que les puedan ser útiles a otros.

De chico también me enamoré de escribir. Era una manera de expresarme y de poner en palabras las cosas que tenía en mi cabeza. Decía que quería escribir novelas y trataba de hacerlo con esa inocencia de juego de la infancia. Estas páginas me permiten reconectar un poco con ese niño, que aprendió a escribir en inglés, con la estructura gramatical sajona, que en español parece que va de atrás para adelante. Sepan disculpar, contra ese desafío todavía combate mi escritura en español.

Escribir y publicar este libro es parte de un proceso terapéutico. Es un ejercicio de autenticidad. De encontrar una voz propia, que no parta del personaje político sino de mi persona. Lo siento como si fuese un álbum musical, mi primer álbum solista, luego de muchos años de ser conocido como parte de un grupo.

También es como mi propio episodio del podcast, ya que iré repasando cada tema que tocamos en las charlas con los invitados, contando mi historia personal y lo que fui viviendo en cada una de esas dimensiones. Irán apareciendo, además, citas de los distintos episodios a lo largo del texto, anotaciones que fui tomando y que pueden ayudar a iluminar conceptos e ideas. Hacia el final del libro desarrollo algunas propuestas para trabajar con personas en situación de liderazgo. Como anexo, se puede encontrar la lista de los episodios con una breve descripción de cada invitado.

Este libro es también una forma de darle cierre a una etapa de mi vida, y abrir otra. Tenía pendiente dar una devolución de mis aprendizajes luego de mi experiencia política. Siento la obligación de hacerlo después de haberme llamado a silencio estos años. Necesitaba un tiempo interno para procesar y sacar conclusiones que pudiesen servirles a otros. No quiero ponerme en el lugar de defenderme a mí o lo que hicimos desde el gobierno. Siento que es más importante poner a disposición ideas que puedan ser útiles para los demás.

Y también es un alegato político. Tengo un profundo amor y respeto por la actividad política. Creo que es una función noble, por más que muchas veces sea bastardeada y manchada. Pero creo además que la política se debe una profunda transformación para poder reducir el desacople con una sociedad que avanza muy rápido en cambios muy profundos. Y pienso que esa transformación tiene que ir por el lado humano de la actividad, por un cambio de consciencia hacia una política más horizontal, más colaborativa y grupal. Una política menos mesiánica, menos personalista y menos vertical. Y para eso necesitamos líderes más conectados consigo mismos y con los demás. Más conscientes de que hay que trabajarse personalmente, conocerse mejor, para así poder administrarse en los desafíos que tienen que enfrentar.

Con este libro quiero hacer un aporte en esa dirección. Dar un paso desde la primera persona. Ojalá sirva de inspiración para que otros se animen a hacer lo mismo.

[1] “Un nuevo liderazgo político para el siglo XXI”, que se puede encontrar en <shorturl.at/kszV7>.

Parte I

Desconectado

Cuando haciendo montañismo uno enfrenta una tormenta, se pone capas; se pone una primera capa, una segunda capa, hasta una tercera capa. Y si bien eso te protege, también te hace perder sensibilidad. Pero es lo que permite que no te mueras congelado. En política pasa algo parecido. Incluso sin buscarlo, uno empieza a desarrollar un mecanismo de autodefensa, de autoprotección, para no sucumbir ante los ataques permanentes. Para aguantar esa permanente hostilidad, uno empieza a desarrollar un cuero más duro que, al igual que en el montañismo, te protege pero te hace sentir menos, y te empiezas a desconectar, pierdes la capacidad de empatizar. Es una cuestión muy jodida porque tiene un impacto en la salud mental, en las relaciones familiares, incluso en la relación con uno mismo.

Gonzalo Blumel, exsecretario general de la presidencia de Chile (E30)

1. El límite

Nuestro departamento. Mayo de 2019.

Bancame, esto es lo que hago, no lo que soy. En diciembre corto, pase lo que pase.

Llevábamos tres años y medio de gobierno, y hacía doce meses que estábamos en crisis económica por la inestabilidad cambiaria. Para Luciana había llegado un límite, y para mí, una definición: me alejaba de la experiencia política o se terminaba mi pareja. Decidí poner fin a esa etapa política, e irme al finalizar el año y el mandato. Al forzar mi decisión, ella me ayudó a salvarme de un lugar peligroso. Sé que mi elección vino de un lugar muy profundo. Cuarenta y dos meses como jefe de Gabinete del gobierno argentino habían ido desgastando mi energía y mi motivación, y lo que más me sostenía era la responsabilidad y la necesidad de llevar la nave a buen puerto. Muchos me preguntaron en este tiempo si la experiencia me había “quemado”, pero siento que no, no era eso. Sí tenía claro que estaba en un límite en el que el personaje público ya estaba ocupando demasiado espacio en mí y que si seguía así podía llegar a lo que yo sentía que era un punto de no retorno.

La historia había arrancado dieciocho años antes, a mis 24, cuando comencé a trabajar en la Fundación Creer y Crecer, lugar desde donde en aquel momento se construía el nuevo proyecto político que luego sería el PRO. A los dos años asumí como legislador de la Ciudad de Buenos Aires, y cuatro después comencé un período de ocho años como secretario general del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Todo ese tiempo estuvo dedicado al desafío de comenzar un partido político nuevo, de cero, con la bandera del cambio, de la transformación, honrar ese mandato transformando la ciudad y luego llevarlo a nivel nacional, al ganar la presidencia.

Saber que más allá de que ganáramos o perdiéramos en las elecciones de diciembre de 2019 me corría de la política, lugar que había ocupado mucho de mi identidad, energía y pasión durante esos dieciocho años, me ayudó a transcurrir mucho mejor los muy complicados meses que vendrían. Me permitió empezar a ver de manera más consciente lo que estaba viviendo, las relaciones que había construido y las que había puesto en peligro. Pero como no compartí esta decisión con casi nadie, se generó una situación rara. En aquel momento, llevaba casi un año recibiendo cada vez más críticas, entre ellas, que me aferraba al cargo. No hubiese tenido problema en irme antes, pero sentía que no tenía esa opción. Eso me hizo darme cuenta de que hasta el final del mandato iba a estar en una situación vulnerable y peligrosa.

El cargo de jefe de Gabinete de Ministros existe en la Argentina desde la reforma constitucional de 1994. Se introdujo con la idea de diluir el presidencialismo con una figura semiparlamentaria, inspirada en los primeros ministros europeos. En la Constitución la síntesis de la tarea es: “Ejercer la administración del país”. En la práctica, el cargo quedó en un lugar híbrido entre el chief of staff de la presidencia estadounidense y esa idea original del primer ministro. En nuestra cultura, el rol terminó siendo el de un pararrayo del presidente, el fusible. En veintiocho años, hubo diecinueve jefes de Gabinete en el país, cada uno de los cuales tuvo un promedio de 1,4 años en el cargo. Solo dos, Alberto Fernández y yo, duramos el mandato completo de cuatro años del presidente. Un antecesor en el cargo me dijo al asumir: “Todos los días tu máximo logro será sacar un empate, nunca vas a ganar. Los triunfos son del presidente y de los ministros, los fracasos, tuyos”. Otra persona experimentada me advirtió: “Qué lástima, te vas a incinerar, ahora te toca abrazar ser mártir”. No era un panorama muy alentador.

Cuando asumimos, el contexto no era sencillo. Nuestra coalición tenía alrededor de un quinto del Senado y un tercio de la Cámara de Diputados, una quinta parte de los gobernadores, un país en default con múltiples problemas económicos y sociales, y un gobierno de coalición recientemente formado. En muy pocas semanas, pasamos de ser una fuerza política nueva que gobernaba la Ciudad de Buenos Aires a gobernar el país y la provincia de Buenos Aires. Además, generamos una enorme expectativa, lo cual nos autoimpuso una presión extra. Sabía que mi tarea sería compleja, desgastante y muy exigente. Todos los días, cada decisión que tomara iba a ser evaluada, tanto por la gente como por el mundo del poder.

Para complicarla más, no encaré el trabajo desde el bajo perfil. Asumí una tarea de vocería y tomé decisiones que sentí que eran coherentes con mis valores y con la integridad, intelectual y personal, que para mí es fundamental en la vida. Eso implicó muchos roces, conflictos y peleas. Por supuesto, en ese contexto tuve aciertos y errores, y pienso ahora con más experiencia que podría haber sido mejor no concentrar tanta carga ni enamorarme tanto de tirarme arriba de todas las granadas que había dando vueltas. Me hice cargo de muchas responsabilidades que no eran mías, y no me quejo, así entendí la tarea. Al principio me dio bronca la injusticia de ver que esa actitud no siempre fue recíproca con las de muchos colegas, pero hoy entiendo que lo hice convencido y que no vale quejarse el día después.

Gobernar un país tiene aspectos únicos, trascendentes, de los que estaré honrado y agradecido toda la vida. Poder realizar transformaciones que impactan positivamente en la vida de millones de personas es una experiencia única. También lo es el vínculo que construís con la gente que representás, que cree en vos y en lo que estás haciendo. O el orgullo que implica representar al país en el exterior, en el mundo. Pero también te pone en una privación legítima y voluntaria de la libertad, que te asfixia de a poquito. Cada vez más la gente que te rodea te ve como el personaje, el cargo, el rol, y te vas acostumbrando a que cada cosa que hacés puede tener una implicancia pública. Al mismo tiempo, tener que coordinar y liderar a dirigentes y funcionarios que en su inmensa mayoría eran algunos o muchos años más grandes que yo hacía que estuviese rindiendo examen todo el día.

Ese día a día de miles de decisiones, alta exposición, mucha energía puesta en lograr que todo el equipo se alinease detrás de un rumbo común y gran conflictividad resultó ser muy intenso. Fueron mil cuatrocientos sesenta días de bastante presión, con cientos de decisiones que tomar por día. En ese tiempo tuvimos dieciocho meses de crisis cambiaria, recibimos al G20 para cerrar un año de la tarea de liderar ese foro, me tocó encabezar dos elecciones nacionales como jefe de campaña (una ganada y otra perdida), más la permanente inestabilidad de gobernar un país con sus tensiones políticas y sociales y las crisis inesperadas que fueron apareciendo.

Esa responsabilidad de ser el número dos del gobierno nacional no estaba alineada con la estructura de apoyo personal que tenía. Vivíamos en un departamento alquilado de ochenta metros cuadrados en Palermo, en una zona donde estábamos hacía ya varios años. Nos encantaba porque era tranquilo, en el borde de lo que quedaba del viejo barrio y la parte más edificada. La habíamos elegido sobre todo porque nos quedaba cerca del colegio de mis hijos. Los fines de semana salíamos a andar en bicicleta, o al club que quedaba cerca. Los años en el gobierno de la ciudad no habían alterado mucho nuestro ritmo de vida. Si bien alguna persona me conocía, no era nada comparado con lo que pasó una vez que llegamos a la presidencia.

En el tercer año de gobierno tomamos la decisión de alquilar una casa fuera de la ciudad para irnos los fines de semana. Sentíamos el agobio de no tener un espacio para nosotros, de haber perdido esa libertad de andar por la ciudad como antes. Era paradójico, porque para sobrevivir necesitábamos encerrarnos un poco, tener un refugio. Sin ese espacio no sé si hubiésemos podido atravesar el último año y medio del gobierno.

Lo bueno de quedarnos los cuatro años en el mismo departamento fue que los chicos siguieron su vida lo más normal posible. Agradezco al día de hoy que los medios de comunicación hayan sido respetuosos de ese espacio y nunca se hayan instalado a hacer guardia en la puerta del edificio donde vivía. La única vez que apareció un móvil de televisión fue después de que terminó el gobierno. Al salir de la cochera, paramos un segundo para acomodar a todos en nuestra Suran, cuando me abordó un movilero de un canal de noticias por la ventanilla del conductor. En dos segundos me tuve que poner a pensar las respuestas a las preguntas que me hacía, mientras sentía que estaba exponiendo a mis hijos. Me sentí indefenso y violentado. La nota nunca salió al aire. Supongo que la escena era demasiado normal para el prejuicio que tenían de mí.

Había vivido esa misma sensación de indefensión un día en casa durante una protesta en forma de cacerolazo. Tuve una angustia muy fuerte por sentir que no podía proteger a mis hijos. Escuchaba golpear cacerolas por las ventanas, muy cerquita de nuestro departamento, al tiempo que gritaban e insultaban al gobierno. Sé que sabían que yo vivía ahí. No eran demasiados, pero alcanzaba para ser amenazante. Me sentí aliviado cuando Luciana me dijo que los chicos se quedaban esa noche en lo de su abuela. Pero de todos modos me hizo ser más consciente de que estaba metido en una situación muy diferente a la que había vivido hasta entonces.

Cuando asumí, me informaron sobre los policías que estaban a cargo de cuidarme. Fue muy difícil adaptarme a eso. Como no iba con mi estilo ni el de mi familia estar moviéndonos todo el tiempo con custodia, pudimos negociar un esquema mínimo. Fue una negociación a lo largo de los cuatro años entre lo que necesitaba personal y familiarmente, y lo que correspondía por mi cargo institucional. Los fines de semana manejaba mi propio auto y pedía que si tenía que venir un auto de apoyo lo hiciera un poco más lejos, no pegado. Quería que mis hijos, que tenían 7 y 2 años cuando asumimos, pudiesen sentir un contexto lo más normal posible. Eso me llevó a un par de situaciones disparatadas, como las varias veces en que los custodios tuvieron que ayudarme empujando mi auto para que arrancara porque se había quedado sin batería. O cuando me esperaron en la terminal de Buquebus con un bidón de nafta porque habíamos vuelto de vacaciones con el tanque vacío y no podíamos llegar a la estación de servicio. Todo el equipo trabajó en todo momento con profesionalismo y calidad humana, y siempre estaremos agradecidos con ellos. Sin embargo, siento que la “burbuja” de seguridad es una de las cosas que te aísla, te potencia los miedos, te hace pensar que sos alguien que se merece ese trato distinto. Aumenta la desconexión y hace más difícil el día después.

He aprendido que en la posibilidad de no deshumanizarse está el desafío. Porque te deshumanizas. Toda esta parafernalia de la camioneta con vidrios oscuros, y la seguridad y uno bajarse y que te protejan, te confunde. Te hace pensar que eres distinto. Hay muchas anécdotas de artistas que en sus requerimientos del contrato piden que no haya nadie fuera de su entorno, que no se vayan a encontrar con nadie, porque no saben ya reaccionar con los mortales. O incluso que piden que no los vean a los ojos. Eso te deshumaniza totalmente.

Juan Fernando Velasco, músico y exministro de Cultura de Ecuador (E19)

Además del día a día exigente en la Casa Rosada, el trabajo demandó mucho viaje. La Argentina es el octavo país más grande del mundo, y cuando estás a cargo del gobierno tenés que andar todo el tiempo recorriendo. Las distancias son enormes. Los viajes se van sumando y te van desgastando. A eso se le agregan los viajes internacionales que, salvo a Uruguay, son largos o muy largos. Si bien el avión es uno de esos momentos en el que tenés algo de paz porque no hay señal de celular, al aterrizar te esperan los mensajes acumulados Era una tensión difícil de resolver, porque viajar ayudaba a multiplicar nuestra presencia como gobierno, conectarte con las realidades de las distintas zonas del país e incluso oxigenar la cabeza de la rutina diaria.

Otra cuestión que hace particular este trabajo es la obligación de estar en la prensa, muchas veces a la noche. Además, la “rosca” política y el mundo del poder son más bien nocturnos, por lo que, si arrancás temprano todos los días y tenés que quedarte hasta tarde para hacer prensa o ir a una cena, te vas quedando sin resto y empezás el día siguiente sin estar descansado. Todo eso contribuye a la asfixia, al cansancio y al desgaste. Para uno y para la familia de uno. Porque además cada invitación rechazada significa una o varias personas del mundo del poder ofendidas porque se sienten despreciadas. Mi política fue la de reducir al mínimo las presencias nocturnas y eso me generó roces con mucha gente.

Mientras la cosa va bien, las alarmas tienden a apagarse, uno vive el día a día y se va acostumbrando al rol y a lo que implica. No hay posibilidad de que te aburras, tenés mil decisiones que tomar por día, opiniones que dar, personas a las que recibir o atender, conflictos y crisis para resolver. Nunca tuvimos un momento fácil, pero ya venía acostumbrado de los ocho años en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, en los que tuvimos que enfrentar miles de situaciones complejas. Todo cambia a nivel nacional, sobre todo cuando se desestabiliza la economía. Son momentos en los que sube la intensidad y el impacto de cada decisión que hay que tomar.

Pese a esa tensión y exposición en la que vivía, prácticamente no hice terapia ni tuve asistencia psicológica durante esos cuatro años. En el último año comenzó a ayudarme Alberto Lederman, quien fue una persona clave para comenzar un trabajo personal y guiarme en la transición hacia la nueva vida que me esperaba. Alberto es conocido como consultor de empresas, pero además es una persona con muchos años de experiencia trabajando con líderes. Es una mente brillante, con un culto al bajo perfil. Con sutileza, como le gusta a él, me fue marcando la enorme omisión que tenía de mí mismo y cómo me ocupaba de todos menos de mí. Me ayudó a entender que eso no era casualidad, que respondía a cosas de mi propia vida y que tenía que comenzar a mirar para adentro. Le tendré siempre un inmenso agradecimiento por esa ayuda desinteresada y generosa sin la cual no sé si hubiese podido hacer lo que hice.

No recibir ayuda psicológica mientras estaba en esa posición de poder, fama y conflicto fue un error de inconsciencia y autosuficiencia. Y eso que Luciana me lo marcó desde el principio y no le hice caso. Si tuviese que señalar una sola cosa que haría diferente, sería eso. Y no solo tendría apoyo psicológico, sino también un equipo de personas que me pudieran ayudar a mantener la salud emocional, mental y física. Pero eso lo puedo ver hoy como conclusión, luego de cuatro años de trabajo personal y de investigación sobre lo que les pasa a las personas en situaciones de liderazgo extremo. Si bien no tenía un prejuicio contra la psicoterapia, sin duda algo permeó en mí debido a una cultura familiar muy reactiva a ella.

Lo sorprendente es que siento que no terminé “quemado” mentalmente, no tuve crisis nerviosas, no tuve que tomar medicación, no dejé de dormir y comer bien. Pienso, por un lado, que si hubiese tenido una crisis más visible, sería hoy más fácil transmitir el mensaje de la vulnerabilidad. Pero, por otro lado, me parece mucho más complejo no haber tenido ninguno de estos síntomas. Sentir que podría haber seguido perfectamente haciendo lo que hacía, y que incluso lo podría haber hecho en mejores condiciones emocionales que bastantes de mis colegas. Ese adormecimiento gradual y paulatino de los síntomas emocionales te puede llevar a una disociación, un entumecimiento, del que nunca puedas salir. Mirando para atrás, eso me asusta. Porque si perdés esa sensibilidad en el altar de lo que “tenés que hacer”, podés terminar la vida solo y enfermo, y nunca darte cuenta. Creo que al mismo tiempo esa disociación me ayudó a soportar el altísimo nivel de agresión que recibí en el último tiempo en el gobierno.

Trate de cuidar todo lo que pude los espacios personales mientras estuve en el cargo. No dejar de hacer deporte. Tratar de mantener los espacios familiares. Llevé casi todos los días a mis hijos al colegio. Muchos nos criticaron por esas costumbres, porque iban en contra de la idea de que un funcionario tiene que estar abocado 24/7 a su función. Lo que no registra esa crítica es el impacto de los cambios tecnológicos, que hace que estar en la oficina ya no tenga la misma importancia desde que existe el celular. Estás 24/7, sin importar donde estés. Y eso hace que muchas veces seas una presencia ausente en tus espacios personales. Porque no importa si es fin de semana, feriado, cumpleaños de un hijo, siempre va a haber un mensaje por WhatsApp o un llamado telefónico que atender. Eso tiene un costo sobre uno y sobre los demás. Antes no era así. A lo sumo te podían llamar por teléfono a tu casa, pero por definición eso estaba limitado. Ahora tenés todo el tiempo mensajes pendientes, o noticias o documentos que leer.

Pretender que el liderazgo político o el liderazgo económico o el liderazgo en general sea algo soft, sin conflicto, compatible con una vida familiar perfecta, con tiempo para la lectura y los paseos escuchando música por el campo es un pelín utópico. Si queremos feminizar los liderazgos y el mundo nos vamos a acabar dando contra una pared.

Cayetana Álvarez de Toledo, diputada en el Congreso de España (E13)

Hay quienes creen que todo esto es inevitable, que es inherente a la propia lucha por el poder. Y también hay gente que ordena toda su vida detrás de esa tarea política, muchas veces incluso como un emprendimiento familiar. En esos casos no hay espacios personales porque todo está subordinado a la lucha política, sea por idealismo o por ambición (o ambas). Lo respeto y lo entiendo, pero siento que no es sano y que definitivamente no era así como yo quería transcurrir en el poder. Porque cuando lo vivís así, cuando la persona y el personaje se vuelven uno solo, entonces la lucha por la permanencia en el poder se vuelve una pelea a vida o muerte, y ahí empiezan los problemas más graves. Aun cuando la circunstancia coyuntural o histórica implica una experiencia de gran intensidad, se requiere un cuidado y un mantenimiento para no volverte loco y hacer un buen trabajo.

Cuando me decían en la campaña “Esto es 24/7”, yo les decía: “Si yo no puedo ver a mi hijo a la mañana y no le puedo leer un cuento a la noche, probablemente voy a ser un pésimo presidente porque ni siquiera voy a estar conectado con mis emociones más básicas”.

Sebastián Sichel, excandidato a presidente de Chile (E07)

2. Fin de una etapa

El día de la dimisión fue muy contradictorio para mí, porque por un lado estaba diciendo adiós a una pasión, pero por el otro estaba aliviándome de un peso, de una presión mediática, social, política, incluso de seguridad. Esa noche me sentía triste y aliviado.

Albert Rivera, fundador del partido Ciudadanos de España (E01)

7 de diciembre de 2019. Plaza de Mayo.

Recién termina la marcha de despedida. Mucha gente agradecida, conmovida y asustada. “Gracias por intentarlo”, es lo que más escucho. Abrazos emocionados. Gratitud y miedo por lo que vendrá. Sobrecarga. La gente se aprieta contra las rejas de la Rosada, gritan nuestros nombres y nos piden que no nos vayamos. Estoy con mis hijos y con Lu. Se me caen lágrimas de emoción y de despedida. Sé que hasta acá llegué. Que necesito salirme, al menos un tiempo, de esta pelea. La sensación es que di todo y que se termina una etapa. Soy consciente al mismo tiempo de que la plaza no es representativa de las muchas emociones que había despertado a esa altura, pero a mí me pesó mucho más la expectativa de los que me querían que el enojo o el desprecio de los que me odiaban.

La marcha del “Sí, se puede” fue una de las experiencias más intensas que viví. Fueron treinta marchas en treinta ciudades en treinta días, entre las elecciones generales y la segunda vuelta electoral en 2019. Participaron en ellas dos millones de personas. En todas llegábamos al día de la marcha, incluso a la hora de convocatoria, sin tener idea cierta de si iba a ir alguien o no. Era un piletazo de fe en la gente y en la pelea común que estábamos dando con ellos y por ellos. Antes de cada marcha muchos de nuestros líderes políticos locales nos decían que era un error hacerlo y que no iba a ir gente. Tenía lógica, ya que el microclima político y mediático del momento era de gran desesperanza y sensación de fin de nuestras posibilidades. Una vez allí era entregarse en cuerpo y alma a esa gente que venía con sus esperanzas y sus miedos a ser parte de algo más grande que ellos mismos. Sentirse parte. Y te hacían sentir el afecto de manera muy intensa y física. Recuerdo que el día que más me impresionó eso fue en Córdoba, la última marcha de todas. Se estima que había más de trescientas mil personas, y al bajar de la camioneta sentí una onda de energía que me pegó en el pecho. Nunca había sentido algo así. Comprobé ese magnetismo que se puede generar cuando mucha gente se junta con una misma energía.

El último día en la Casa Rosada, el 9 de diciembre de 2019, fue un día de despedidas, tanto del equipo increíble que me acompañó esos cuatro años como de los empleados de la Casa, acostumbrados a trabajar en un lugar en el que cambian los inquilinos cada tanto. Dejaba de ser jefe de Gabinete. Como decía Albert Rivera, lo que sentía era una mezcla de alivio y tristeza.

El 10 de diciembre fuimos al Congreso a la entrega de mando. Nos apretamos en un palco con los colegas del Gabinete hasta que se hizo el traspaso y nos fuimos en una combi a almorzar a la Costanera.

Al llegar a casa tenía la tarde, y de algún modo la vida, libre por delante. Me saqué el traje (que no volví a usar desde entonces), dormí una siesta y nos empezamos a preparar para irnos en unos días a La Paloma, Uruguay, lugar que nos gustaba mucho y al que no viajábamos desde hacía varios años. Tenía mucha incertidumbre sobre cómo serían los próximos días y años. “Papá, ¿y ahora de qué vas a trabajar?”, me había preguntado Lucas, mi hijo mayor, llorando mientras me abrazaba la noche de la elección de octubre, cuando ya se sabía que habíamos perdido. La incertidumbre no es solo para uno, es también para tu familia.

Luego de unos días en La Paloma, nos fuimos a Pilar, y de ahí a Sudáfrica en el viaje largo que nos debíamos y veníamos planeando. Alquilamos un auto en el que hicimos 6 mil kilómetros. Fue un momento de mucha felicidad, estar en familia los cuatro, disfrutando el anonimato y la libertad. Al volver tenía que empezar a pensar en el futuro, definir el proyecto laboral, generar ingresos, ver dónde íbamos a vivir. Lo peor de esos tiempos era la sensación de amenaza que había en el aire. No estaba claro aún qué clima político iba a haber, pero las señales que recibíamos eran de mucha agresión. Traté de no poner foco en eso, pero tenía un poco la sensación de caminar con un blanco en la espalda. La vulnerabilidad que sentía era enorme, vivía con una sensación de alerta permanente. Por suerte, con el tiempo eso se fue diluyendo.

Todavía duraría un tiempo la adrenalina de lo vivido. Es como cuando terminás un partido de fútbol o tenis: recién unas horas o días después, cuando te enfriás, empiezan a sentirse los dolores. Pero ya empezaba a darme cuenta de que tenía partes entumecidas, de que me costaba registrar mis emociones. Subestimaba lo difícil y lo largo que iba a ser el camino de desactivar el mecanismo de protección, la coraza, que había construido a lo largo de los años en el poder para sobrevivir. Al decidir dejar la política, dejaba también al personaje que había funcionado como capa de protección. Lo bueno fue que me permitió meterme conmigo mismo, pero el costo fue la sensación de vulnerabilidad.

Ya en Sudáfrica empezamos a ver las noticias de un virus nuevo que andaba haciendo estragos en Italia y España. Al volver vía Angola, tuvimos el primer contacto con la paranoia que comenzaba alrededor del covid-19: oficiales de salud y migraciones vestidos de blanco, con trajes anticontagio, repartiendo alcohol en gel y midiendo la temperatura. A los pocos días, ya en casa, nos enteramos de que el país se iba a cerrar. Llegaba el aislamiento y todo quedaba en suspenso. Nos instalamos en la casa que teníamos alquilada en Pilar hasta que pasara la pandemia, sin saber que allí estaríamos por varios meses.

3. Espejo

Saber “con esto me voy a realizar y con esto no” supone un equilibrio emocional que creo que está particularmente desatendido. Ahí es donde el grupo te puede ayudar a conocerte a vos mismo, te puede hacer confrontar con quien sos.

Rodrigo Zarazaga, sacerdote jesuita argentino (E28)

Pilar, Buenos Aires. Marzo de 2020.

Me gustaría pedirte tu feedback sobre los puntos ciegos, la parte que no vi, lo que creés que podría haber hecho mejor.

Mandé este texto, palabras más, palabras menos, a cincuenta personas cercanas. Parientes, amigos, colaboradores, colegas. Arrancaba la pandemia y su confinamiento, y decidí aprovechar el parate para ir a fondo y meterme conmigo mismo. Sentí que ese ejercicio de espejo me podía dar pistas de por dónde mirar. Las críticas y los ataques de mis rivales políticos o de quienes no me querían eran más o menos repetidos y no iba a encontrar mucho elemento novedoso allí. La crítica que más me interpelaba era la de que era un soberbio, que no escuchaba, que me encerraba.

Lo que me devolvieron mis personas más cercanas es un diagnóstico bastante consistente: había desarrollado un problema de desconexión emocional. No voy a repasar las partes positivas que también me hicieron llegar porque no vienen al punto. Hay suficientes libros de personas hablando bien de sí mismas como para sumar otro. No es la idea de este libro. Además, lo que buscaba con este ejercicio era iluminar aquello que tenía que trabajar. Comparto los principales puntos:

Creo que siempre te costó hablar de tus sentimientos, Nunca sabía yo si todo estaba bien, porque así como nunca te enojabas, tampoco ponderabas.

Distante. Muchas veces impenetrable y frío.

No te permitiste que las relaciones laborales se alimenten o retroalimenten con el afecto. Evidentemente eso quedó guardado para tu mundo más íntimo. La distancia que ponés generó muchas veces un sentimiento de orfandad muy grande y una frustración por no dejarte ayudar ni acercarnos cuando queríamos hacerlo y sentíamos que era lo necesario y justo.

Siempre me llamó la atención tu control de las emociones. Pero creo que te aleja de las personas que te quieren/queremos. Muchas veces, después de encontrarnos, había quienes me preguntaban: “¿Cómo lo viste a Marcos?”. Y la verdad es que siempre fuiste muy insondable. Ni la frustración ni la alegría. Ni el embole ni el entusiasmo. Es decir, Marcos, el monje de clausura. En las situaciones más complejas (postabril de 2018), ese encierro fue cada vez mayor. Como te escribí una vez, yo pensaba que podía ser conmigo, pero no con los demás. Pero no, era con todos. O al menos con todos aquellos con los que yo hablaba para preguntarles. Eso no sé si es una característica tuya. Es decir, no sé si es algo que te sucede cuando estás muy presionado o si te sucedió a partir de la catarata de quilombos que sobrevinieron a la devaluación. Pero, en cualquier caso, no fue algo positivo.

Otra de las consecuencias de no dejarte ayudar fue que personas como yo (más emocionales) sintieran que eso venía de la desconfianza. De esa sensación de no dejar a nadie entrar en tu círculo más íntimo. Y no dejar a nadie entrar en tu círculo más íntimo y compartir emociones hace que sea muy difícil generar vínculo. Y eso me parece algo que no te ayuda a relacionarte con las personas. Te vuelve muy eficiente a la hora de opinar sobre temas porque no te involucrás, pero a lo que decís o hacés le falta emoción. Y no involucrarte hace que la otra persona lo note y desconfíe. Entonces la relación ya está como viciada.

Muchos de los que estábamos en tu equipo hablábamos de la distancia que sentíamos, como si hubiera un cartel en tu frente que decía: no acercarse demasiado.

Sos una persona siempre muy hermética. Es difícil saber qué estás pensando. La diferencia, que se ve con claridad ahora, es que también fue difícil entender qué estabas sintiendo. Es como un submarino que estuvo en aguas profundas.

Creo que lo negativo era la sensación de que era difícil dar un paso, tal vez algo explícito, en la confianza política. Sin dudas había una sintonía que podía interpretarse como confianza pero que no llegaba a pasar a otro estadio que hubiera permitido trabajar mejor.

Entiendo que uno puede estar muy convencido de sus ideas, de la información que maneja y la metodología que usa, pero es un error si eso lo vuelve a uno impermeable a otras miradas y opiniones, a críticas constructivas. De alguna manera fuiste dando la impresión a más y más gente de que no escuchabas, de que te fuiste cerrando en un grupo muy chico de gente, y que más allá de eso no había nada que terceros pudieran aportar.

Creo que sería positivo para vos hacer el ejercicio de tratar de despojarte un poco de tus ideas en el proceso de analizar un tema y tener que tomar decisiones.