El barco a ninguna parte - RONA ARATO - E-Book

El barco a ninguna parte E-Book

Rona Arato

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Beschreibung

Rachel observaba a los niños. Procedían de países diversos. Hablaban diferentes idiomas. Algunos habían estado en campos de concentración, mientras que otros habían permanecido ocultos con familias cristianas o habían vivido escondidos en bosques, escapando de los soldados nazis. No importa qué hubieran vivido, todos tenían algo en común. "Todos nosotros -pensó Rachel- somos refugiados sin patria ni hogar." La segunda guerra mundial se había acabado y una Rachel de once años y su familia estaban decididos a encontrar una patria donde poder construir una nueva vida. Decidieron abandonar Europa a bordo del Exodus, un barco que trasladó a 4.500 refugiados judíos a su Tierra Prometida, conocida como Palestina. A pesar de haber sobrevivido al Holocausto, los refugiados arriesgaron de nuevo sus vidas por un hogar libre de odios y opresiones. Pero en cuanto los destructores británicos rodearon el barco, se dieron cuenta de que la travesía iba a ser muy dura. Mientras Rachel y los otros niños estuvieron a bordo, jugaban y hacían amigos, intentando entender a los políticos y los contratiempos de su viaje. En ese momento, parecía que no les estaba permitido conseguir un nuevo hogar. Sin embargo, los pasajeros no renunciaron a sus esperanzas. Lucharon sin descanso hasta encontrar un lugar en el que vivir en paz, entrando así en la historia. Un libro conmemorativo del Holocausto, para jóvenes lectores. Rachel sobrevivió al Holocausto pero continuó buscando un lugar seguro al que llamar hogar.

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Seitenzahl: 132

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Rona Arato

El barco a ninguna parte

A Bordo del Exodus

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Colección Libros singulares

El barco a ninguna parte

Rona Arato

1.ª edición en versión digital: septiembre de 2017

Título original: The Ship to Nowhere

Traducción: Pilar Guerrero

Maquetación: Compaginem S. L.

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Diseño de cubierta: Isabel Estrada

© 2016, Rona Arato

Título publicado con permiso de Second Story Press, Toronto, Canadá

(Reservados todos los derechos)

© 2017, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-285-3

Maquetación ebook: [email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

PREFACIO

PRIMERA PARTE. De Europa a Palestin

Capítulo 1. Un barco de refugiados

Capítulo 2. La salida

Capítulo 3. En el mar

Capítulo 4. La vida a bordo del barco de refugiados

Capítulo 5. La historia de Rachel

Capítulo 6. La historia de Aviva

Capítulo 7. Nuevos amigos

Capítulo 8. La historia de Saúl

Capítulo 9. Miriam y Rachel

Capítulo 10. Izando la Estrella de David

Capítulo 11. La espera

Capítulo 12. El ataque

Capítulo 13. La batalla

Capítulo 14. La rendición

Capítulo 15. La respuesta en Tel Aviv

Capítulo 16. La llegada a Haifa

Capítulo 17. ¿Y lo siguiente?

Capítulo 18. A bordo del Ocean Vigour

SEGUNDA PARTE. Regreso a Europa

Capítulo 19. Port-de-Bouc, Francia

Capítulo 20. El mundo apoya un barco que se dirige a ninguna parte

Capítulo 21. El ofrecimiento del gobierno francés

Capítulo 22. En punto muerto

Capítulo 23. La huelga de hambre

Capítulo 24. Decisiones difíciles

Capítulo 25. Reunión con la prensa en Marsella

Capítulo 26. Viaje a ninguna parte

TERCERA PARTE. De regreso a Alemania

Capítulo 27. En el río Elba

Capítulo 28. En el campo de personas desplazadas

Capítulo 29. Los votos de las Naciones Unidas

Capítulo 30. La celebración de la vida

CUARTA PARTE. Un nuevo hogar

Capítulo 31. El Estado Judío de Israel

Capítulo 32. El viaje hacia Israel

Capítulo 33. El viaje final

Nota de la autora

Agradecimientos

El certificado

Bibliografía y fuentes

Créditos fotográficos

PREFACIO

Refugiado: del latín refugium, «lugar protegido».

Esta palabra se ha convertido, en la actualidad, en sinónimo de una persona que huye de un país extranjero, escapando del peligro o la persecución.

La historia de Rachel Landesman, el Exodus 1947 y sus valientes pasajeros y tripulación es particularmente relevante hoy en día por la terrible crisis de refugiados que afecta a todo el mundo. Millones de personas de todo el planeta buscan seguridad en algún lugar que les permita vivir con dignidad y de manera libre. A veces se desplazan a pie, y otras en botes, pateras o cualquier otro vehículo, pero sus días están dominados por el miedo, los peligros y las incertidumbres. Toda esa gente huye de la guerra, la pobreza y la discriminación –como las razones que hicieron que Rachel se marchara tras la segunda guerra mundial–. Para muchos de los judíos europeos que intentaban escapar de los nazis, no había lugar lo bastante seguro. En ninguna parte estaban a salvo y, como resultado, seis millones de personas fueron asesinadas simplemente por ser judías.

Tras la segunda guerra mundial, organizaciones internacionales creaban campamentos para personas desplazadas (DP) con la idea de ayudar a los supervivientes. En la actualidad siguen existiendo campos similares, donde hombres, mujeres y niños sobreviven en condiciones terribles. Como Rachel y sus compañeros de viaje hace 70 años, esperan con desesperación ser aceptados en algún país donde puedan reconstruir sus vidas. Mirando al pasado podemos entender mejor la necesidad de ayudar a gente de cualquier religión, raza o cultura, que sólo busca un nuevo hogar en el que pueda vivir en paz y libertad.

PRIMERA PARTE

De Europa a Palestina

Capítulo 1

Un barco de refugiados

Sète (Francia), 11 de julio de 1947

Rachel Landesman está de pie en el muelle del puerto de Sète, esperando el barco que la lleve a la tierra soñada: Palestina. «No tengo miedo», se dice a sí misma. Pero sabe que está mintiendo. Va a ser una travesía peligrosa. Embarcarán por la noche, muy tarde y en secreto, porque los británicos controlan Palestina y no quieren que los judíos desplazados emigren allí. Respira hondo. El aire es cálido. Huele a sal, a pescado podrido y a aceite.

A pesar del miedo, el corazón de Rachel está rebosante de esperanza. Estaba dejando atrás tanto Europa como los horrores de la guerra. Se dirigían a Eretz Yisroel, la ancestral tierra prometida del pueblo judío. Allí, por primera vez en sus vidas, podrían vivir libres y seguros como judíos.

—No quiero que nadie vuelva a llamarme «perra judía» nunca más –Rachel no se daba cuenta de que estaba mascullando esas palabras hasta que su madre la mandó callar–. –Perdona, mamá. –Rachel bajó la mirada.

—No pasa nada, le dijo su hermana mayor, Hensche. Sólo has dicho lo que todos estamos pensando.

—Pero no pensamos en voz alta –dijo la madre con mirada severa.

Hensche apretó la mano de su hermana. Rachel miró a su hermana. Hensche tenía diecisiete años, seis años más que Rachel. Había cuidado de su hermana pequeña más que de su propia vida, especialmente cuando acabó la guerra. Tras la guerra, estuvieron sobreviviendo en los campos de refugiados, y Hensche la consolaba cuando estaba triste o asustada. Por lo general, Hensche tenía una alegre disposición que casaba perfectamente con su pelo rubio; sin embargo, esta noche, sus ojos azules parecían preocupados.

Rachel se volvió hacia donde estaba su madre. Todo el mundo decía que mamá y ella se parecían mucho. Ambas eran pequeñas y tenían una melena castaño claro y unos ojos color avellana. Rachel admiraba a su madre, que las había sacado de Budapest, en Hungría, cuando los nazis invadieron su país, Checoslovaquia.

—Tomamos la decisión de unirnos a este grupo e irnos a Palestina –dijo mamá–. No quiero oír vuestras quejas, niñas. –La madre le hizo cosquillas en las manos y en la cara–. Necesito que seas valiente.

—Lo seré, mamá. –Rachel tenía los ojos llenos de lágrimas–. Cómo me gustaría que papá estuviera con nosotras. Rachel apenas recordaba a su padre, que fue capturado durante la guerra y nunca más volvieron a verlo.

—A todas nos gustaría. –Los ojos de la madre estaban empañados pero su expresión seguía siendo dura–. Ya sabemos que papá está muerto, así que tenemos que ser fuertes, como a él le hubiese gustado que fuéramos.

—También me gustaría que Batya estuviera aquí. Rachel echaba mucho de menos a la primogénita, que fue su auténtica protectora durante los últimos meses de la guerra. Pero Batya las dejó al casarse y, junto a su marido, habían huido a Palestina antes que ellas.

—Veremos a Batya y a su marido cuando lleguemos a Palestina –dijo Hensche–. No te preocupes, Rachel.

Una mujer joven que estaba en la rampa de desembarco, los llevó hacia adelante. Tenía unos ojos negros grandes, la piel muy bronceada y un cabello oscuro largo que estaba recogido en una cola de caballo. Vestía unos pantalones cortos azules, una blusa y sandalias de piel, y tenía un aspecto distinto al resto de la gente que subía al barco. Parecía saludable y estaba orgullosa. Rachel la conocía como Aviva y les daba instrucciones cada mañana muy temprano. Aviva era miembro del Haganah, una organización paramilitar judía de Palestina y se encargaba del grupo durante el viaje.

Era su turno para subir a bordo. Rachel agarró su hatillo de ropa y siguió a su madre y a su hermana. A medio camino de la rampa de acceso al barco se detuvo y volvió la cabeza para mirar al muelle. Cientos de personas estaban esperando para subir al barco. Había un silencio espeluznante. Incluso los niños pequeños parecían percibir la importancia del momento. Ya no había vuelta atrás. «Hay que seguir adelante», pensó Rachel, estaban de camino a Eretz Yisroel. Con un profundo suspiro, siguió andando por la rampa hasta la cubierta del barco.

Capítulo 2

La salida

El barco se llamaba SS President Warfield. En un esfuerzo por burlar a los británicos, que querían impedir que los judíos refugiados llegaran a Palestina, llevaba bandera de Honduras y aseguraba que se dirigía a Turquía. A bordo, todo el mundo sabía que su destino era Palestina. Les habían dicho que los judíos de ese lugar los esperaban con los brazos abiertos.

En sus once años de vida, Rachel no podía recordar un solo momento en que su vida no hubiese estado definida por el hecho de ser judía. Durante la guerra, vivieron en un continuo nerviosismo por la posibilidad de ser enviadas a un campo de concentración nazi. Los nazis mataron a su padre. Y hasta el fin de la guerra, ella, su madre y su hermana se habían convertido en refugiadas sin hogar, sin patria, trasladadas de un campo de refugiados a otro.

Era la primera vez que Rachel subía a un barco. Con tanta gente a bordo, no todo el mundo encontraba un sitio para dormir. Rachel y su familia tuvieron suerte (les asignaron una litera en la bodega, debajo de la cubierta). La bodega era oscura y apestosa. La gente se apiñaba como podía, dos y tres personas en el mismo camastro, con sus posesiones tiradas por el suelo. Rachel caminó con cuidado hasta llegar a la litera asignada a su familia. Estaba debajo de un ojo de buey y, si se ponía de rodillas en la cama, podía mirar fuera y ver el agua. Exhaustas, su madre y su hermana se quedaron dormidas rápidamente. Pero Rachel estaba demasiado emocionada como para caer rendida. Con cuidado de no despertar a nadie, salió de la litera y subió a cubierta.

El barco no se movía. Seguían atracados en el puerto. Rachel oyó a alguien decir que las autoridades francesas les habían dado permiso para salir del puerto, pero no les habían concedido un remolcador. Sin un remolcador que los sacara del muelle, un barco tan grande era incapaz de llegar solo hasta el canal que los llevaría a mar abierto. Ella miró el cielo, que pasaba del negro a un suave azul grisáceo, y vio la bandera hondureña ondear en el alba. Habían salido de su hotel en Sète a medianoche y apenas había dormido, pero estaba demasiado excitada como para sentir cansancio. «Nos harán volver a la orilla –pensaba Rachel con el corazón en un puño–. No, por favor, eso no».

Y de repente sonó la sirena y el navío empezó a alejarse lentamente del muelle.

—Rachel, ¿qué estás haciendo aquí arriba? –Se dio la vuelta al escuchar la voz de su hermana.

—Quería saber qué estaba pasando –dijo mientras sonreía a Hensche–. Es tan emocionante. No teníamos un remolcador y todo el mundo creía que nos íbamos a quedar en el puerto… –Sus palabras se atropellaban–. ¡Mira! –repuso señalando la línea de costa–. ¡Nos vamos!

—Sí, de una vez por todas, espero.

Hensche se dio la vuelta para echar un vistazo a la cubierta. Había padres cuidando de sus hijos agotados. Un grupo de jóvenes estaba reunido alrededor de un muchacho que tocaba la armónica. Dos señores mayores jugaban al ajedrez sobre un barril colocado del revés. Todo el mundo se detuvo cuando escucharon una voz que les hablaba por el megáfono:

«¡Mazel tov! Felicidades a todos por este día. Formáis parte de una misión tan valiente como importante. Somos 4.500 perso­nas a bordo. Todos y cada uno de vosotros estáis en este barco por la misma razón: navegar hacia Eretz Yisroel, hacia la vida, hacia la libertad».

El mensaje se dijo primero en hebreo, luego en yiddish y, finalmente, en polaco. El gentío lanzó vítores. Rachel gritó tan fuerte que se le quebró la voz. Hensche le echó un brazo por encima. Le señaló la bola dorada del sol naciente, ascendiendo sobre sus cabezas. Ya estaban fuera del puerto y el mar parecía infinito.

—Estamos en camino –dijo Rachel antes de quedarse helada–. ¡Mira Hensche! –Y señaló un barco británico que se les había colocado a lo largo.

—¡Es un barco de guerra! –exclamó un hombre que estaba al lado.

—¿Cómo lo sabe? –preguntó Rachel.

—¡Mira los cañones!

Rachel entornó los parpados para ver mejor. El barco estaba pintado de gris plateado. Los flancos estaban llenos de cañones y metralletas, todos apuntándoles.

La noticia empezó a correr por el barco: «¡Es un destructor!», «¡Van a atacarnos!», «¡Si nos disparan moriremos todos!».

Todo el mundo miraba y comentaba. Muchos pasajeros se asomaban para ver el barco británico, tantos que el President Warfield se empezó a ladear peligrosamente. Rachel se vio en medio del tumulto cuando el barco se ladeó vertiginosamente y la barandilla se doblaba hacia el agua. «Vamos a volcar», pensó mientras se agarraba con desesperación a la barandilla.

—¡Regresen a su sitio de inmediato! –gritó el comandante en hebreo, por megafonía.

—¡Todo el mundo a su sitio! –repitió una segunda voz, en polaco.

Poco a poca, la gente se fue moviendo hacia distintas partes de la cubierta y el barco pudo recuperar su posición.

—¡Rachel! ¿Estás bien? –Hensche la agarró para sacarla de allí.

—Me encuentro mal –dijo mientras se tapaba la boca con la mano.

—Respira hondo.

Rachel tragó. Tenía el estómago revuelto y las piernas se le doblaban.

—¿Te encuentras mejor?

Rachel asintió. Arrugó la nariz de asco porque muchos pasajeros estaban vomitando por encima de la barandilla. Por un momento sintió la oleada de las náuseas y buscó ayuda en su hermana.

La madre apareció y corrió hacia sus hijas.

—¡Estos locos por poco vuelcan el barco! Rachel, hija, ¿te has lastimado?

—Está asustada –Hensche apartó el pelo mojado de la cara de Rachel–. Ahora ya se encuentra mejor.

—Veo que llevamos escoltas. –La madre señaló el barco británico.

Rachel miró el barco inglés para examinarlo mejor. Era un barco de guerra, cargado de armas que podrían derribarlos y echarlos al agua. Oyó disparos y, al volverse, vio otro destructor británico, en el lado opuesto del barco.

Un avión con la Union Jack (la bandera británica) los sobrevolaba. «Estamos rodeados –pensó Rachel–. No hemos engañado a los británicos ni por un momento».

Capítulo 3

En el mar

Una vez el barco siguió su rumbo, los líderes de la Haganah organizaron a los pasajeros en grupos. Querían que la gente estuviera tranquila y ocupada, para que ignorase los barcos de guerra ingleses, con los que se encontraban con bastante frecuencia. Rachel fue asignada a un grupo de niños, en cubierta, y estaba contentísima porque su líder era Aviva.

Aunque la cubierta estaba abarrotada, todo el mundo estaba perfectamente ordenado, y la gente sentada con sus grupos correspondientes. El día era soleado, con un claro cielo azul. Comenzó a andar por cubierta, con cuidado de no pisar a nadie. Aviva la vio y la llamó para que volviera con su grupo.