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Se presenta en esta antología anotada la obra lírica de Eunice Odio en la que se hace evidente la magia de la luz en sus palabras. Prueba de ello es el reconocimiento que en nuestros días ha llegado desde el distanciado cono sur hasta América del Norte para extenderse al viejo continente, y a todas las latitudes de la hispanidad, pues su poesía instala el margen poscolonial y la experiencia femenina en el centro del sistema, para dialogar en pie de igualdad con los grandes poetas de nuestra lengua. Aspiramos a que los lectores disfruten esta antología como homenaje y evocación de una poeta cuya voz ya forma parte de los autores trascendentes.
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Editores literariosCarlos E. PaldaoRima de Vallbona
Eunice Odio
Antología poética anotada
A Gerardo Piña-Rosales
por su dedicación y compromiso
con la lengua y las letras panhispánicas
en la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)
Eunice Odio
La magia de la luz en las palabras
Carlos E. Paldao y Rima de VallbonaEditores literarios
En los últimos tiempos se dieron cita en el escenario de las letras del mundo hispanoparlante varias evocaciones. Por un lado, la mirada recayó sobre el segundo centenario del natalicio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien Marcelino Menéndez y Pelayo no vaciló en caracterizar como una de las más grandes poetisas de la lengua castellana. Por otro, cumplieron su centenario cuatro escritores que contribuyeron, en diversa pero siempre relevante medida, a revolucionar las poéticas y los géneros en la segunda mitad del siglo XX: los argentinos Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares, el mexicano Octavio Paz y el chileno Nicanor Parra. Y el 2016 fue un año especialmente significativo, pues en abril coincidieron con solo un día de diferencia, otros dos aniversarios: los cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes y del Inca Garcilaso de la Vega –al igual que de William Shakespeare– y en febrero, los primeros cien años de la muerte de Rubén Darío. Todos ellos han sido motivo de merecidos reconocimientos, consistentes en ciclos de conferencias, simposios, muestras, films, ediciones especiales de sus obras y publicación de libros destinados a poner de manifiesto la calidad de sus respectivas aportaciones a la literatura y a la cultura hispánica.
Como profesionales de la lengua y las letras panhispánicas hemos adherido con entusiasmo a estos sinceros homenajes, pero hemos optado por centrar nuestra atención en aquellos cauces menos transitados de la creación literaria, recordando algunas voces no menores, aunque menos apreciadas con justicia, que en soledad y contra corriente han preparado el advenimiento de otras más caudalosas. Es así como desde esta mirada y sin vacilación alguna hemos optado por celebrar la figura de Eunice Odio (1919, San José, Costa Rica - 1974, México DF), figura fundante de la poética femenina en lengua española, de cuyo trágico fallecimiento recientemente se cumplieron cuarenta años y en el 2019 se cumplirá el centerario de su natalicio.
Nuestra iniciativa encontró favorable acogida en la Editorial Costa Rica, donde tenían previsto realizar una publicación sobre nuestra poeta, de quien Octavio Paz no vaciló en precisar “que nadie los entiende hasta que tienen años o siglos de muertos”. Autores de la talla de Alberto Baeza Flores, Alfredo Cardona Peña, Humberto Díaz Casanueva, Roberto Juarroz, Juan Liscano, Rodolfo E. Modern, Alfonso Orantes, Alfonso Reyes y William Carlos Williams, entre otros, no han vacilado en ubicar la figura de Eunice Odio junto a las de Milton, William Blake, Coleridge, Saint John Perse o Ezra Pound, de quienes podría decirse, parafraseando a Borges, que más que poetas son literaturas. Es que la poesía de Eunice ofrece a nuestra mirada actual dimensiones de originalidad y belleza tales, que no es preciso confiar al juicio futuro la justa evaluación de sus quilates. La voz de Eunice Odio trasciende tanto los anclajes epocales como los espacios geográficos que alguna vez ignoraron su palabra viva. Prueba de ello es el reconocimiento que en nuestros días llega desde el distanciado cono sur hasta América del Norte y se extiende al viejo continente, y a todas las latitudes de la hispanidad, pues su poesía instala el margen poscolonial y la experiencia femenina en el centro del sistema, para dialogar en pie de igualdad con los grandes poetas de nuestra lengua.
Es en esta convicción que presentamos esta antología anotada de su obra lírica. Tal vez sea oportuno, a modo de orientación al lector, compartir algunas características para mayor legibilidad del texto. Inicialmente hemos optado por respetar en general el formato de la antología que publicó la EDUCA (Editorial Universitaria Centroamericana) en 1974, bajo el título Territorio del alba y otros poemas, pues la preparó Eunice poco antes de su muerte.
Sin embargo, para alcanzar uno de varios cometidos que nos hemos propuesto, además de dar a conocer su poesía, hemos querido rescatar poemas de Eunice que no fueron integrados en otras antologías, ni en la edición de sus Obras Completas (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica / Editorial de la Universidad Nacional, 1996). Tal es el caso de los poemas “Dos prolegómenos para una canción” y “Mi ciudad a 11 grados de latitud norte” –ambos pertenecientes al temprano poemario Zona en territorio del alba, publicado en Mendoza, Argentina (1953)– que la autora decidió no incluir en la selección preparada para EDUCA. El volumen I de las Obras Completas, dedicado a la poesía, siguió el criterio de la antología, soslayando el contenido del poemario original, del que no se había hecho hasta hace poco una segunda edición. Felizmente la EUNED (Editorial de la Universidad Estatal a Distancia) recientemente la rescató luego de un silencio de sesenta y cuatro años.
También con el ánimo de rescatar piezas poco difundidas, hemos enriquecido la primera parte de la antología de EDUCA con algunos poemas originalmente publicados en Repertorio Americano. Asimismo nos desviamos del texto de 1974 en la selección de poemas de Los elementos terrestres y de El tránsito de fuego. Vale la pena señalar que hemos explicado los cambios en notas al pie a lo largo de esta antología. En este orden de ideas, y con la finalidad de que los lectores aprecien mejor la complejidad del pensamiento poético de Eunice Odio, hemos intentado aclarar de manera accesible para quienes no estén familiarizados con ese tipo de poesía, los diversos procesos literarios a los que se adscribe su lirismo, como es el caso de la experimentación vanguardista, una simbología que hunde sus raíces en el inconsciente y la tendencia desrealizadora en la construcción de las imágenes.
Es interesante señalar que si bien Eunice nunca puso fechas a sus cartas –lo cual ha dificultado organizar sus epístolas inéditas, sobre todo las dirigidas a Rodolfo Zanabria– de manera curiosa, sí fechó sus poemas. Esto permitió que pudiéramos organizar sus poesías siguiendo el orden de las fechas de su publicación, desde sus comienzos en Repertorio Americano bajo el ala didáctica de Joaquín García Monge.
Eunice Odio invistió la magia de la luz en sus palabras proyectando fuera de sí un aura que conduce a develar el más allá de infinitos universos y significantes. Aspiramos a que los lectores disfruten esta antología que hoy ponemos en sus manos como homenaje y evocación de una poeta cuya voz ya está formando parte de los autores trascendentes.
Setiembre 2017
Los textos que abarcan los “Primeros poemas (1945-1953)” de esta sección, no fueron incluidos en Territorio del alba y otros poemas, antología que preparó Eunice Odio poco antes de morir y que fue publicada en San José, Costa Rica, en 1974 por EDUCA. Algunos, pero no todos, aparecieron en las Obras completas de las Editoriales de la Universidad de Costa Rica y de la Universidad Nacional (1996). Sin embargo, vieron la luz pública en diversas revistas como Repertorio Americano, Diario de Centro América, Zona Franca, Viento Nuevo, Poesía de América, Textos y otras. Como todos los que no se publicaron en las ediciones de sus libros podrían irremediablemente perderse, hemos incluido uno que hemos localizado en la revista Textos de Jalisco, México, de julio-agosto, 1979, pp. 11-13, mucho después de su muerte, aunque sobrepasa la fecha de 1953 de sus primeros poemas.
A Nicolás Guillén, enorme poeta y gran amigo.
Esa mujer a la que vimos
pegándose a la luz,
apropiándose los faroles,
con los ojos en veredas caídas,
Señora exacta y sola es,
y va a morirse
en uno de estos días.
Me lo dijo en secreto
aquel señor que se nutre de diminutivos
esclarecidos y esfumados
en las salas de fluoroscopía.
Yo la había visto ya antes;
cuando solía irse
entre las voces y los cuerpos
de los hombres,
Señora exacta y sola de la umbría,
limpia de albas presencias,
merodeando entre los brazos hondos
de los prostíbulos,
desafiante de coloraciones dudosas,
enlutado de tréboles
su cuerpo todo un gajo
de nocturnas perspectivas,
marchando tras las voces airadas y rugosas
entre predicadoras hierbas
y caserías displicentes,
y ahora va a morirse,
decayendo,
tenaz en su morir,
liquido el paso
descontinuado y hosco,
Señora exacta y sola,
limpia de albas presencias.
A Pedro Juan Labarthe, mi poeta y hermano de siempre.
Por ahí viene volando
mi corazón de ajedrez.
No tiene bordes
ni diámetro.
tiene dos blancas ramitas
aguadas de largos viajes,
y altas
si lo quiere el día.
Por ahí viene volando
mi corazón de ajedrez.
¡Mira si puedes cogerlo!
¡¡Una, dos, tres!!
Corazón de blancas ramas
Se te fue.
¡Ay!
Se te fue el corazón,
Mira si puedes cogerlo
otra vez.
A Juan Manuel Sánchez, nuestro máximoJuan Manuel, como si fuera yo misma.
María de la Anunciación,
discípula de los chopos,
tenía un temblor de cristal
cuando dormía en el agua,
María de la Anunciación,
doctora antigua del huerto,
era maestra de grillos
y tejedora en la arena.
Sor María
tenía un amor,
con los trascielos del agua,
trascielada se ponía
en desvestida fragancia,
y murmuraban los grillos
y descendían las cigarras.
María de la Anunciación
tenía un temblor de cristal
cuando en el agua callaba.
De noche,
con la estrella,
se ve muy alto el muro vecino
sobre el mundo,
y hasta parecen muelles
en sus aguas gastadas,
y hasta hay niños que purgan
una pena de alondra,
De noche
con la estrella
hay corazones de hombre
que oscilan
sobre el muro.
Tarde en las ramas y en el agua,
agua de la tarde,
y el vendaval sonámbulo
de la clara mañana
con dirección al faro
de insomnios transparentes
de la tarde en el agua.
Ruiseñor
volador
un rosicler geométrico de alas,
rama del aire
en la ventana dulce
de la tarde en el agua.
El almendrolón
vive en el río florido,
y la almendrita,
ciñe verdes suspiros,
¡Ay!
Almendrita nocturna,
almendrolón dormido.
¡Quién te fuera llevando
inquieto
como te lleva el río
en su dulce espejito!
Maravilla almendrita
de espuma y sueño,
Almendrolón dormido.
Alizarín,
Pájaros polichinelas
dialogan en tu jardín,
diálogos de plumería.
Un pinzón trasnochador
piensa con alas curvadas,
que la alberca es un estambre
con fingimientos de agua
y espejos amarillos.
Un grillo
con voz de duda,
hace una pátina blanca
para que duerma la luna,
y murmuren las cigarras
su sospecha cristalina.
¡Ay!
Con el viento se pierden
blancas ramitas del día.
Clavelito de almendra,
¡Ay clavelito!
Subiendo van al monte
los peregrinos,
a lavar una torre
de cien suspiros,
¡Ay!,
claveles dormidos.
¡Ay!
Clavelitos.
Amores van en sandalias
cruzando el río,
para ver a la niña
lavando lirios.
¡Ay amores,
Por el aire y por el río!
Las alcaldesitas,
una a una,
y dos a dos,
sueñan que el monte suspira.
Las alcaldesitas,
sueñan que se van al monte
Por el río.
Era la tarde delgada
como una gota de lirio.
Las alcaldesitas,
pies en el tibio sendero
ojos en sombra de almíbar
y labios en la alameda.
Soles en sueño se quedan,
el lucerón en el cielo
les repica sus espuelas,
¡Ay!
Llevan ceñidas sus medias,
y en la mirada una torre,
Que las alcaldesitas,
vuelta abajo y sin veleta.
Con la mirada huyendo en una lágrima,
Cómo hacemos, amigo,
para decirte
que estamos casi al frente de nuestro cuerpo,
desgajados,
puros
en pleno alumbramiento con tu muerte,
Cómo hacemos con tu velocidad aniquilada,
Cómo hacemos, amigo, para decirte
que estamos más arriba de la frente,
Que hemos llegado a tu ciudad muy húmedos,
todos al borde de un escalofrío,
al filo de una lágrima,
Cómo hacemos todos
llorando a la orilla virginal de tu pañuelo,
Cómo hacemos,
amigo,
para decirte,
que tu semblante sube aislado y hondo,
y tu paso adelántase suavísimo,
a tono con el fiel de la congoja,
Porque es que ahora
se detiene tu olor en la fragancia,
y tiene un gesto de agua
tu silencio,
Porque es ahora que se pone
tu carne toda larga,
tu piel toda brumosa,
y tu materia esquiva,
se vuelve terminante a cada beso,
Cómo hacemos
tan turbios, nosotros,
como establos,
como piedras,
tan tersos todos,
tan cambiados;
Tan faltos hasta de tu solapa familiar,
Si la brutal ternura se amontona,
y el cielo cae de tu alma
en cada pecho,
Cómo hacemos,
hermano,
para decirte.
Costa Rica, enero 8 del 46
A los milicianos de dentro y fuera.
Porque en España ardía la voz,
Ardía el vientre floral de la mujer
encinta con el mundo,
Ardía la arteria triste desnuda.
Ardía el humus conciso de los hombres,
Ardía el húmedo estuario de tu daga
total y coronada.
Porque en España
se cubrían de lujosos cadáveres
los párpados de las muchachas
y el alba cercenada
soñaba con obispos y medusas,
y murmuraba el hombre su cándida estatura
más allá de su muerte conquistada,
Porque en España,
Miliciano español
encubierto por escombros doloridos,
y tu cielo veloz acuchillado,
Mientras los enlutados,
perdían tu ancha jornada de magnolias,
y revolvían
hasta variarla toda,
la gracia popular de las tahonas,
tú estabas en la época lluviosa de tu sangre,
y tu cuerpo,
en aire de paloma entrecortada,
recorría este suave desorden de ecuadores,
esta fácil ternura de los rostros de América.
Salud
Miliciano Español
a tu frente militar
y a la turbia excelencia de tu sangre.
Salud a tu mejilla levantada,
Salud
Miliciano Español
Discípulo tatuado
en la cubierta extraña de Guernica,
Salud al espinazo de tu espada,
Porque en España,
cuando los enlutados
pacían en tu dulzor enrojecido,
y comían de tu carne derramada,
tú eras como un ángel escolar
en la esquina del mundo,
Como un sol destapado con tu herida,
Salud
Miliciano Español ,
griterío original de días degollados,
Herida desplomada en las puertas del hombre,
para que el hombre oyera
tu iracunda fragancia
y acogiera
el alto decaer de tu cintura,
el cálido color de tu armonía,
Salud a tu lacónica silueta
melancólico el gesto entre las rocas,
y tu mirada envuelta en una lágrima,
Salud
hasta tu corazón más íntimo
y en tu sudor mas íntimo,
y hasta en el dorso
más olvidado de tu hueso
desordenado y alto,
Salud a esa tu muerte aun desechada
tu muerte aun húmeda y sola
al socaire del olivo,
Salud
Miliciano Español,
Dinamitero que ardes
con tu boca en armas
y tu fragor al cinto,
Salud hasta en
tu niño fusilado
que deslinda su ombligo entre tu frente,
Salud
Miliciano Español
Porque cuando en España
los arzobispos desfondaban a Cristo
y te pateaban el muslo y los dedos largos,
tú estabas con el rostro dividido
y con el sexo lleno de semanas
eternamente oscuras.
Porque cuando los militares de medio rostro
mutilaban la era embarazada
y se masturbaban la mente con un paraguas
tú estabas cerrado a todas las sangres,
parado sobre todos los asaltos,
y tu cuerpo de suave corola destituida
tenía una voz para tu mismo cuerpo,
Salud
Huésped funeral y hermoso,
Salud entre tu frente que está al socaire del olivo
aun sola;
porque aun
entre los relojes de los bufetes
y de los tocadores,
los arzobispos y los medios rostros de los traidores,
se masturbaban la mente con un paraguas,
y en tu España,
y en la mía,
en la de todos,
aun arde tu cuerpo como un clavel de asalto.
Aquí,
amigo,
Miliciano español,
poblado, hermano nuestro,
sobre tu corazón de polvo y estampido
nosotros estamos parados al pie de las cosechas,
Sobre lo que parece que se ha roto en el llanto,
Estamos todos,
mostrando el tanto de brillo de una lágrima.
Somos los apasionados magníficos,
los pequeños exaltados,
siempre floridos,
los de rostro transitable,
Estamos todos
esperando sobre la piedra erguida,
somos los de dentro y los de fuera,
somos todos los americanos.
A pepón de la Campa por su metro noventade estatura y sus dos mil metros de España.
Pepón de la Campa Campa
dinamitero insumiso,
Pepón te llaman a gritos,
turbiones de Guadarrama
y alertas de los olivos,
Pepón de la Campa Campa,
Dinamitero insumiso.
Pepón por ocho costados,
Pepón por quince banderas,
y cuatrocientas heridas,
Te llevan veinte mil hombres
en sus solapas gastadas,
y en sus sudores más íntimos,
Te llevan las niñas fértiles
en sus cinturas soñadas,
y en sus vientres españoles,
Pepón sin cielo sabido,
Pepón sin tierra de almohada,
Canta, canta la honda entraña,
Pepón de la Campa Campa,
en tu mochila de españas
un luto de sangre viva
por los altos olivares.
Dinamitero insumiso,
Dinamitero abrupto
de los propios andamios de tu frente,
Dinamitero inflorescente
de la vida
y de la muerte
en el huraño cielo de tu daga;
Piedra aguda en el aire,
en tu espinazo mal herido
miras al bien sangrando,
Dinamitero de la Vida,
Mira que te están gritando
turbiones de Guadarrama
y alertas de los olivos
Pepón de la Campa Campa,
dinamitero insumiso.
Costa Rica, 1946
I
Todos los rostros dormían
en la calle mal dormida,
mas no duerme la tapada
que amores tiene en la noche
y lágrimas en el alba.
II
Hiere la calle una sombra
de nocturneces y aromas,
es la tapada que va
trillando el sol de sus faldas
con el rubor de su manto,
manto de vidrio encubierto,
lunar de las amapolas.
III
Húmeda de oscuridades,
queman sus pasos el suelo,
y un agitar de palomas
nubla plumoso los cerros.
¡Dolores!
¡Carmen!
¡Inés!
¡Dejaste el rostro en el lecho
como si fueras a morir!
¡Dejaste tu pecho abierto
y el corazón peregrino
se te adelanta en el sueño!
IV
Castillo de luna abierta,
carnación de hombre que espera,
simetría de carne quieta
en una esquina del ansia.
¡Tapada,
te está esperado!
¡Cuidado Tapada antigua!
Cuidado que te han mirado
las farolas encendidas,
y han murmurado una lumbre
para tu calle perdida.
La luna está amaneciendo
en noctílucas ardientes.
La luna se está quemando
sobre su campo de noches,
La luna guiña reflejos
y construye ecos dorados,
Luna,
amapola quemada
en el fuego de la noche,
Luna,
alondra en sombra clara,
dame tu lumbre quemada
para repetirla en faros
de espumas y madrugadas.
Zafra del negro en la sombra,
zafra del negro llorando,
Dorada zafra escodida.
en la sangre renegrida
por la pena que se va:
Pena dulce que se aleja
del sudor erecto y llano,
Río de alarido y esfuerzo
que se va y vuelve llorando,
cuando en el pecho picando
vuelve la caña a surgir
del oro negro y golpeado
por el martillo sin manos
y el corazón sin sonido.
Zafra del negro en la sombra,
pena dulce que se aleja
del sudor erecto y claro,
río de alarido y esfuerzo
que se va y vuelve llorando
cuando en el pecho picando,
brota la caña y se va.
Dedico estos poemas al poeta nicaragüense
José Coronel Urtecho.
Él sabrá acogerlos y ser justo con ellos.
Pertenecen todos, con excepción de los dos
poemas del desvelo, al libro inédito, Territorio del alba.
San José, Costa Rica, enero 1947
La lluvia
ha dejado guardado su vestido,
para que no lo vean las furias,
para que no lo toquen los pararrayos
con sus dedos de vino
y llanto.
La lluvia,
melancolía de nube descendida,
ha dejado guardado su vestido
en las puntas del aire.
Sobre la falda
se pasean los pájaros,
entre su burla de agua
la sonrisa menor de los arcángeles.
Pájaros que albas madrugadaspor posarte en ramas verdes...[9]
Blas Franco
Alba
de corazón amedrentado,
y de sandalia entre las hojas,
queda,
de crestas frías desbridadora,
tenue,
en lumbre ardida,
y de color
abierta.
Frutal en corazón originado,
vierte el cuenco de alondras
para el día,
Cuerpo alegre quemándose los dedos
va el alba rosa en mineral vestido.
Alta está la azucena descubierta
donde un aire caído se apresura
a ser aroma donde el suelo brota.
Ahí donde el claror brisas deslumbra,
un buey azul con deshojado belfo
la orla gastada de la luz consume.
A Quico Fernández, en Granada,Nicaragua, para que lo alojedebidamente entre sus devociones.
Entre arcángeles y mangos
San Jerónimo bendito
resuena de enero a mayo.
Sansebastianes desnudos
amarrados a su pecho,
le sacan el corazón
con palitos y banderas.
San Jerónimo bendito,
–la barba en clave de sol
y aroma de crepé lila
no tiene borde su casa
ni ganado su colina.
Solo,
por la carretera,
San Jerónimo declina,
mientras llueve le han brotado
recodos y remancillos.
San Jerónimo de día
pone la luz,
y en la noche
luceros y hierbecillas.
Dic. 24-26
En el río una niña
come cerezas
suspirando en el aire
su flor entera.
mientras pasan y pasan
con plumas quedas,
gallitos desmayados
y enredaderas.
En el río las niñas
comen cerezas
derramando en el aire
sus flores nuevas.
Flores con pies desnudos
y vientre alegre.
¡Niñas!
Niñas con violoncines
y cascabeles.
¿Dónde estarán las niñas
de medio rostro,
que enjugan con suspiros
su media sombra?
¿Dónde estarán las niñas
de los arroyos,
las niñas desveladas
de capricornio?