Josh y Hazel - Christina Lauren - E-Book

Josh y Hazel E-Book

Christina Lauren

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Beschreibung

Josh y Hazel se conocieron en la universidad y no se parecen en nada. Para ella, Josh es el modelo perfecto para medir a los chicos con los que sale. Para Josh… ella solo es una chica. Diez años más tarde, se reencuentran y reinician su amistad que da paso a relación más profunda, más cercana, en la que incitan al otro a salir con nuevas personas y se preparan citas a ciegas. ¿Pero qué tan buena sería la idea de salir ellos dos?

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Solo amigos. Solo amigos. Solo amigos. Si se lo permiten lo suficiente, quizá se lo crean.

Hazel Camille Bradford sabe que es muy intensa. Tiene un ejército de mascotas, una fascinación por lo absurdo y una falta de filtro que le hace decir exactamente lo que no debe en el peor momento. Solo es un alma buena en busca de diversión sincera, pero, francamente, la mayoría de los hombres no está a la altura. Ellos se lo pierden.

Josh Im la conoce desde la universidad, y su apacible moderación resultó ser totalmente incompatible con la alocada jovialidad de ella. Desde la noche en que se conocieron –cuando ella le vomitó los zapatos– hasta cuando le envió un correo electrónico ininteligible en medio de una nebulosa posquirúrgica, siempre la ha considerado más un espectáculo que una compañera. Pero ahora, diez años más tarde, después de que una novia infiel haya puesto su vida patas arriba, salir con Hazel es un soplo de aire fresco.

No es que Josh y Hazel salgan juntos. Al menos, no entre ellos. Solo se organizan citas a ciegas dobles una peor que la otra, lo que significa que no hay nada entre ellos..., ¿verdad?

 

«Christina Lauren retrata con humor el mundo de las citas modernas».

—US WEEKLY

CHRISTINA HOBBS Y LAUREN BILLINGS son un dúo de autoras y mejores amigas que hace años escriben bajo el nombre de Christina Lauren. Juntas han escrito más de diecisiete novelas best seller que se han traducido a más de treinta idiomas.

Una luna sin miel se convirtió en best seller instantáneo de The New York Times, un éxito rotundo entre la crítica y GoodReads, Publishers Weekly y Buzzfeed, entre otros, lo consideran de «lectura obligatoria».

Esta es su cuarta novela publicada en VeRa, después del éxito de Una luna sin miel, La ecuación de las almas gemelas y Amor y otras palabras.

 

Visita su web

christinalaurenbooks.com

Y síguelas en

christinalauren

Para Jen Lum, Katie y David Lee

Prólogo HAZEL CAMILLE BRADFORD

Antes de empezar, debes saber algunas cosas sobre mí:

 

Estoy en la quiebra y soy holgazana: una pésima combinación.No puedo dejar de sentirme incómoda en las fiestas, por lo que, probablemente, intente relajarme con alcohol y acabe sin camiseta.Tienden a agradarme más los animales que las personas.Siempre pueden contar con que diga o haga lo peor en momentos delicados.

En síntesis, soy excelente para hacerme quedar como una idiota.

En principio, eso debería explicar por qué logré no salir con Josh Im: siempre fui una pésima candidata en su presencia. Por empezar, la primera vez que nos vimos, yo tenía dieciocho años, él veinte, y le vomité los zapatos.

Para sorpresa de ninguno de los presentes (y prueba cabal del punto número dos de la lista anterior), no recuerdo nada de esa noche, pero, créanme, Josh sí. Según dicen, derribé una mesa plegable llena de bebidas apenas unos minutos después de haber llegado a mi primera fiesta en la universidad, luego me retiré con mis compañeros ingresantes al rincón de la vergüenza, donde ahogué el bochorno en lo que quedaba de alcohol barato.

Cuando Josh cuenta la historia, se asegura de mencionar que, antes de vomitarle los zapatos, lo quise conquistar balbuceando: «Eres el chico más ardiente que vi en mi vida y sería un honor tener sexo contigo esta noche».

Después, me quité el sabor amargo de su silencio con un trago fatídico de triple sec de los abdominales de Tony Bialy. Y, cinco minutos más tarde, estaba vomitando todo el lugar, incluido Josh.

Y no terminó allí. Un año después, yo estaba en segundo año, Josh, en el último. Para entonces había aprendido a no beber tragos de triple sec y que si hay un calcetín en la puerta significa que tu compañero de dormitorio tiene compañía, así que no debes entrar. Por desgracia, Josh desconocía el idioma calcetín y yo desconocía que compartía habitación con Mike Stedermeier, mediocampista estrella y el chico con el que yo estaba acostándome en ese momento. En ese preciso momento. Es decir que, la segunda vez que vi a Josh Im fue cuando entró a su dormitorio y me encontró desnuda, inclinada sobre su sofá, recibiendo a su amigo en cuatro.

Pero tengo que decir que el mejor ejemplo es una pequeña historia a la que nos gusta llamar «El incidente del e-mail».

Durante el semestre de primavera de mi segundo año, Josh fue mi profesor particular de Anatomía. Hasta ese entonces, sabía que era atractivo, pero no tenía idea de que era increíble. Estaba cubriendo horas extra en la oficina para ayudar a los que estábamos muy retrasados. Nos compartió sus notas viejas de clases y dio sesiones de estudio en cafeterías antes de los exámenes. Era listo, divertido y relajado de un modo que yo nunca podría llegar a ser.

Todos estábamos encandilados por él, pero para mí fue algo más profundo: se convirtió en la imagen de la perfección. Quería ser su amiga.

Resultó que me habían sacado las muelas de juicio. Antes del procedimiento, estaba convencida de que sería algo sencillo, jalar algunos dientes, tomar analgésicos, fin. Pero mis muelas estaban incrustadas, así que tuvieron que dormirme para extraerlas. Una hora más tarde, me desperté en casa, sudando por los analgésicos, con huecos dolorosos en la boca, las mejillas llenas de cilindros de algodón y el recuerdo intrusivo de que debía entregar un trabajo en dos días.

Tras ignorar el consejo de mi madre de esperar a estar sobria y su sugerencia de que tal vez debería escribirlo ella, redacté el siguiente e-mail, que Josh procedió a imprimir, enmarcar y colgar en su baño.

 

Quedido Josh:

En clases dijiste que si te enbiábamos nuestros trabajos le echarías un vistazo. Quería mandarte el mio y lo habia anotado en el calendario para no olvidarme. Pero pasó que me sacaron muela de juicio, todas en realidad. Me esforcé mucho en esta clase y apenas consegui una B (¡Aaah!). Eres mucho muy listo y sé que si me ayudas me ira mejor. Puedes concederme unos días extra???? No me siento muy bien con estas pildoras y se que no puedes hacer ecepciones con todos por favor si haces esto por mí todos mis deseos serán por ti a partir de ahora.

Te quiero.

Hazel Bradford (Hazel, no Haley como me dijiste esta bien no estes avergonzado avergonzado triste)

Deliberadamente, también imprimió, enmarcó y colgó su respuesta debajo.

 

Hazel, no Haley:

Puedo hacer la excepción. Y no te preocupes, no me avergüenza. No es como si te hubiera vomitado los zapatos o me hubiera revolcado desnudo en tu sofá.

Josh

En ese preciso momento, supe que Josh y yo estábamos destinados a ser mejores amigos y que nunca, jamás, podría arruinar la amistad durmiendo con él.

Por desgracia, se graduó y la posibilidad de dormir con él dejó de ser un problema, porque pasó casi una década hasta que volví a verlo. Pensarán que en ese tiempo dejé de ser un completo desastre o que él se olvidó todo eso del incidente Hazel, no Haley Bradford.

Bueno, se equivocan.

Capítulo uno HAZEL

Siete años después

Para cualquiera que me haya conocido en la universidad sería terrible descubrir que me he convertido en maestra de primaria, responsable de educar a niños con demasiada inocencia y mentes como esponjas. Pero, la verdad, creo que soy muy buena en lo que hago. Para empezar, no tengo miedo de ponerme en vergüenza. En segundo lugar, creo que hay algo en la mente de alguien de ocho años que resuena conmigo a nivel espiritual.

El tercer año de primaria es mi punto óptimo: los niños de ocho años son un subidón.

Después de dos años haciendo mis prácticas en quinto año, me sentía siempre pegajosa y agobiada. Tras un año con niños de tres y cuatro, supe que no tenía la tolerancia necesaria para vivir enseñándoles a ir al baño. Pero tercer año fue el equilibrio perfecto entre chistes de flatulencias, abrazos de niños que piensan que soy la persona más lista del mundo y tener autoridad suficiente para conseguir la atención de todos con una simple palmada.

Por desgracia, hoy es el último día de clases. Mientras descuelgo los múltiples pósteres inspiradores, calendarios, tablas de calcomanías y obras de arte de las paredes, me percato de que también es el último día que veré a esta clase de tercero en particular, y se me forma un pequeño nudo de pena en la garganta.

–Tienes la postura de Hazel Triste.

Volteo sorprendida de encontrar a Emily Goldrich detrás de mí; no solo es mi mejor amiga, sino que también es maestra (aunque no aquí en Merion), y luce arreglada y recién bañada, porque sus vacaciones de verano comenzaron una semana antes que las mías. Además, sostiene lo que espero que sea una bolsa llena de comida thai; tengo tanta hambre que podría comerme el broche en forma de manzana que tiene en el cabello. En contraste, yo me veo como un trapeador sucio, con la cabeza cubierta por los restos de los brillos que Lucy Nguyen decidió que serían una buena sorpresa para el último día.

–Estoy un poco triste –señalo a las tres paredes ya vacías del salón de clases–. Aunque también es catártico, en cierto modo.

Emily y yo nos conocimos hace unos nueve meses en un foro de política en línea, en el que era evidente que ninguna de las dos tenía hijos por la cantidad de tiempo que dedicábamos a quejarnos allí. Hasta que nos conocimos para quejarnos en persona con café de por medio y nos hicimos amigas al instante. O, para ser más precisa, yo decidí que ella era increíble y la invité a un café una y otra vez hasta que accedió. En palabras de Emily: cuando quiero a alguien, me convierto en un pulpo que le envuelve el corazón con los tentáculos, cada vez más fuerte, hasta que no puede negar que también me quiere.

Emily trabaja en Riverview con niños de quinto año (es una guerrera), así que cuando me contó que se había abierto un puesto allí en tercer año, corrí a la oficina del distrito con mi solicitud en mano. El problema fue que estaba tan desesperada por conseguir un puesto en una de las mejores escuelas que, al bajar del automóvil y comenzar a correr por las escaleras hacia recursos humanos, me percaté de que: 1) no llevaba sostén y 2) tenía puestas las pantuflas de Homero Simpson.

No importa. Me vestí de forma apropiada para la entrevista dos semanas después. ¿Y adivinen quién consiguió el trabajo?

¡Creo que yo!

(Bueno, no está confirmado, pero Emily está casada con el director, así que estoy bastante segura de que lo conseguí).

–¿Vendrás esta noche?

La pregunta de Em me arranca de la batalla física y mental que libraba contra una grampa demasiado testaruda en la pared.

–¿Esta noche?

–Hoy.

–Dame más pistas –solicito mirándola con paciencia por encima de mi hombro.

–Mi casa.

–¿Pistas más específicas? –He pasado muchas noches en su casa, jugando al dominó con ella y con Dave y comiendo lo que Dave hubiera asado ese día.

Em suspira, se acerca al escritorio y toma un martillo de mi caja de herramientas con estampado de dálmata para que pueda retirar la grampa de la pared.

–La barbacoa.

–¡Cierto! –Celebro con el martillo en alto, porque esa maldita grampa ahora es mía y puedo destruirla (o reciclarla con responsabilidad)–. La fiesta de trabajo.

–No es oficialmente de trabajo, pero algunos de los maestros más buena onda estarán ahí. Quizá quieras conocerlos.

La observo con cierta inquietud, ya que todas recordamos el punto número dos de mi lista.

–¿Prometes controlar mi consumo de alcohol? –le pregunto. Por alguna razón, eso la hace reír.

–Te llevarás bien con el equipo de Riverview –afirma, y me genera un cosquilleo de anticipación en las venas.

***

Creo que Emily no estaba bromeando. Escucho la música desde la calle apenas bajo de Giuseppe, mi confiable Saturno del 2009. Suena una canción del músico español que le gusta a Dave, acompañada por su estruendosa y fantástica risa y el inconfundible choque de vasos. El olfato me dice que está haciendo carne asada, lo que implica que también ha preparado margaritas, y eso implica que debo esforzarme por mantener mi camiseta en su lugar esta noche.

Deséenme suerte.

Me preparo, respiro profundamente y controlo mi atuendo por última vez. No por vanidad, lo juro, sino porque la mayoría de las veces tengo algo desabotonado, un dobladillo atorado en la ropa interior o alguna prenda al revés. Es algo que podría explicar, en parte, por qué los niños de tercero se sienten a gusto conmigo.

La casa de Emily y David es de estilo victoriano tardío, con una hiedra con voluntad propia que invade la pared lateral camino al patio trasero. Flores dispuestas en zigzag enmarcan el camino hasta la cerca, así que lo sigo rumbo al origen de la música.

Emily lo dio todo para esta barbacoa a la que llamó «¡Bienvenido, verano!»: colgó una guirnalda de lámparas de papel en el sendero e incluso colocó la coma en el lugar correcto en el letrero. Las cenas en mi casa constan de platos desechables, vino en caja y yo corriendo como una loca los tres minutos previos a servir porque quemé la lasaña por insistir en que NO NECESITO AYUDA, SIÉNTENSE Y RELÁJENSE.

Si hay alguien con quien no debería compararme es con Emily. La adoro, pero hace que los demás parezcamos plantas inertes. Le gusta la jardinería, teje, lee al menos un libro por semana y tiene el don envidiable de comer como un oso sin aumentar ni un kilo. También tiene a Dave, que, además de ser mi nuevo jefe (crucen los dedos), es progresista sin pretensiones y me hace sentir que es mejor feminista que yo. Mide más de dos metros (lo medí con espaguetis crudos una noche), y es atractivo de un modo que te hace dudar de que no sea bombero. Apuesto a que tienen un sexo increíble.

Emily chilla mi nombre en cuanto me ve, con lo que el grupo de mis futuros amigos se gira para ver por qué gritó.

–¡Trae tu trasero aquí!

Pero el aspecto del jardín capta mi atención: el césped tiene el tono verde que solo se ve en la costa del Pacífico y se extiende desde el sendero de piedras como una alfombra de esmeraldas, los canteros están llenos de hostas que comienzan a desplegar las hojas, con un roble gigante en el centro, que luce pequeñas lámparas de papel en las ramas tupidas que protegen a los invitados de los últimos rayos de sol.

Emily me invita a acercarme y, de camino, le sonrío a Dave. Cuando me ofrece la jarra de margarita en cuestión, asiento como diciendo «dah, Dave», y atravieso el pequeño grupo de personas (que quizá sean mis nuevos compañeros), hacia el extremo del patio.

–Hazel, ven aquí –insiste Em–. Hablo en serio, la adorarán cuando la conozcan –les dice a las dos mujeres a su lado.

¿Adivinen qué? Mi primera conversación con las otras maestras de tercer año de Riverside es sobre pechos y, esta vez, no fui yo quien la inició. ¡Lo sé, yo tampoco lo hubiera imaginado! Al parecer, Trin Beckman es la maestra con más antigüedad en tercero; cuando Emily señala sus pechos, coincido en que tiene una buena delantera. Ella parece pensar que se verían mejor en otra clase de sostén y comenta algo sobre tres lápices que no termino de entender. Por su parte, Allison Patel, mi otra colega, se lamenta de su copa A.

Emily señala su propia copa A y frunce el ceño hacia mi notoria copa C.

–Tú ganas.

–¿Y cuál es mi trofeo? ¿Un pene de bronce gigante? –pregunto. Las palabras se escapan antes de que pueda detenerlas. Podría jurar que mi boca y mi cerebro son hermanos que se odian y se hacen calzón chino, por eso generan momentos vergonzosos como este. Ahora, parece que mi cerebro ha abandonado la batalla.

Emily está atónita como un pescado. Allison parece contemplar la situación con mucha seriedad. Pero todas nos sorprendemos cuando Trin se echa a reír.

–Tenías razón, será muy divertido.

Suelto el aire al sentir un poco de alivio por su comentario, en especial al ver que está bebiendo agua. No le divirtió mi comentario porque estuviera mareada por las margaritas letales de Dave, sino porque le agradan las personas raras. Mis tentáculos de pulpo se agitan a los lados.

Una sombra se materializa a la derecha de Emily, pero me distrae la margarita que Dave me coloca en la mano.

–Bébela con calma, dinamita –me advierte antes de desaparecer.

¡Mi nuevo jefe es el mejor!

–¿Qué hacen por aquí? –pregunta una voz masculina desconocida.

–Hablábamos de que los senos de Hazel lucen mejor que los de todas nosotras –responde Emily.

Levanto la vista del trago para comprobar si conozco a la persona que ahora contempla mi pecho y… vaya.

Vaaaaaya.

Un par de ojos oscuros se desvía. Una mandíbula marcada se tensa. Mi estómago da un vuelco.

Es él. Josh.

El mismísimo Josh Im. La imagen de la perfección.

–Creo que me saltaré la charla sobre senos –dice con una tos seca.

Luce mejor que en la universidad, si es que eso es posible, bronceado, en forma y con facciones cinceladas. Aunque retrocede horrorizado, mi cerebro aprovecha la oportunidad para vengarse de mi boca.

–Está bien, Josh ya me vio los pechos –comento al pasar.

La fiesta se detiene. El aire se queda quieto.

–No es que haya querido verlos. –Mi mente hace un intento desesperado por arreglar esto–. Fue a la fuerza.

Unas campanas de viento resuenan a la distancia.

Las aves se detienen en pleno vuelo y caen en picada.

–No lo obligué yo –aclaro, y Emily gime con pesar–. Es que su compañero de habitación me tenía…

–Hazel. –Josh me apoya una mano en el brazo–. Ya.

–Esperen. –Emily nos mira confundida–. ¿De dónde se conocen?

–De la universidad –responde él sin apartarme la mirada.

–Días de gloria, ¿no? –pregunto con mi mejor sonrisa.

–¿Salieron? –curiosea Trin mirándonos expectante.

–Santo Dios, jamás –responde Josh con el rostro pálido.

Mierda, me había olvidado de lo mucho que me gustaba este hombre.

***

Ese pequeño embustero de Dave Goldrich, director de la escuela, espera hasta mi tercera margarita para decirme que tengo el trabajo como nueva maestra de tercero de Riverview. Estoy segura de que lo hizo para averiguar qué respuesta hilarante saldría de mi boca, así que espero no decepcionarlo.

–¡Ay, mierda! ¿Estás bromeando?

–No –se ríe.

–¿Ya tengo un legajo enorme en recursos humanos?

–Oficialmente, no. –Se inclina desde su altura cercana a la Estación Espacial para darme un beso en la cabeza–. Pero tampoco haré favoritismos contigo. Separo el trabajo de la vida personal, y tú tendrás que hacer lo mismo.

–¿Soy tu favorita? –Tomo lo único importante de lo que escuché y le ofrezco una sonrisa con mis hoyuelos encantadores–. No se lo diré a Emily si tú no lo haces. –Se ríe y finge querer quitarme la copa de la mano, pero lo esquivo y me acerco para preguntarle–: Respecto a Josh, ¿es ma…?

–Mi hermana no me dijo que te unirías al personal de Riverview. –Josh debe ser medio vampiro, porque juro que puede materializarse en espacios vacíos junto a cuerpos cálidos.

–¿Tu hermana? –Me paro derecha y me abanico la cara con la mano para despejar la confusión.

–Mi hermana –repite en tono pausado–. Emily Goldrich para ti, Im Yujin para nuestros padres.

De repente, todo tiene sentido. Nunca supe el nombre de soltera de Em ni se me ocurrió que su amado hermano mayor (oppa) del que siempre habla es el mismísimo Josh, a quien le vomité los zapatos hace muchos años. Vaya. Parece que esta es la versión adulta del hermano adolescente con frenos que vi en tantas fotografías en la sala de Em. Bien hecho, pubertad.

–Emily, ¿tu nombre coreano es Yujin? –grito por encima de mi hombro.

–Y él es Jimin –responde.

Miro a Josh como si fuera otra persona. Las dos sílabas de su nombre son como una exhalación sensual, lo que podría decir antes de un orgasmo cuando las palabras me fallen.

–Es el nombre más sexy que escuché en mi vida.

Él palidece, como si temiera otro ofrecimiento de sexo de mi parte, y yo me echo a reír. Sé que debería avergonzarme que la Hazel del pasado fuera tan inapropiada, pero no es que ahora sea mucho mejor, y arrepentirme no es lo mío. Los dos nos sonreímos durante tres respiraciones breves, compartiendo un momento de enorme diversión. Nuestros ojos están desorbitados como los de las caricaturas.

Pero, de repente, su sonrisa se desvanece cuando, al parecer, recuerda que soy una ridícula.

–Prometo no ofrecerme en la fiesta de tu hermana –le aseguro en falsa voz baja.

–Gracias –balbucea incómodo.

–¿Hazel se te ofreció? –pregunta Dave.

Josh asiente con la cabeza, pero mantiene la vista fija en mí durante unos segundos más antes de mirar a su cuñado, mi nuevo jefe.

–Lo hizo.

–Lo hice –coincido–. En la universidad. Justo antes de vomitarle los zapatos. Fue uno de mis momentos menos seductores.

–Y tuvo unos cuantos. –Josh baja la vista cuando le vibra el teléfono en el bolsillo. Lee el mensaje sin la más mínima expresión y vuelve a guardarlo.

Debe haber una cuestión de feromonas masculinas, porque Dave interpretó algo que yo no.

–¿Malas noticias? –le pregunta en voz baja y con el ceño fruncido, como si Josh fuera de cristal.

Josh se limita a encogerse de hombros sin cambiar de expresión. Cuando se hincha un músculo en su mentón, tengo que resistirme a presionarlo como si jugara al Simón dice.

–Tabitha no podrá venir este fin de semana.

Percibo cómo se me abre la boca.

–¿De verdad existe alguien llamado «Tabitha»?

Los dos giran hacia mí como si no comprendieran de qué estoy hablando. Pero, vamos.

–Es que... –sigo con vacilación– parece el nombre que le pondrías a alguien que esperas que sea muy muy… malvado. Que viva en una guarida y coleccione dálmatas.

Dave se aclara la garganta y bebe un trago largo de su bebida. Josh me mira fijamente.

–Tabby es mi novia.

–¿Tabby?

–Hazel. –Dave ahoga una risotada y me apoya una mano en el hombro–. Cállate.

–¿Irá a mi legajo? –Levanto la vista hacia su rostro familiar, barbudo y tranquilo. Ahora está oscuro, enmarcado por una hilera de luces de exterior.

–No. Pero eres una maniática. Dale un respiro.

–Creo que el hecho de ser una maniática explica, en parte, que sea tu favorita.

Dave estuvo a punto de echarse a reír, pero logra voltear y alejarse antes de que lo note. Y ahora estoy sola con Josh Im, que me observa como si estudiara una bacteria infecciosa a través de un microscopio.

–Siempre pensé que te había conocido en… una fase. –Dave eleva la ceja izquierda con elegancia–. Al parecer, eres así.

–Creo que tengo mucho por que disculparme, pero no puedo asegurar que no te exasperaré constantemente en el futuro, así que mejor espero hasta que seamos mayores.

–Puedo decir, sin ninguna duda, que nunca conocí a nadie como tú –afirma con una media sonrisa.

–¿Una pésima candidata?

–Algo así.

Capítulo dos JOSH

Hazel Bradford. Vaya.

Casi todas las personas con las que fui a la universidad tienen una anécdota con Hazel Bradford. Claro que mi antiguo compañero, Mike, tiene muchas (la mayoría de índole sexual y salvaje), pero otras son más parecidas a las mías: Hazel Bradford corrió una maratón por el lodo y llegó a la clase de laboratorio sin bañarse para no llegar tarde. Hazel Bradford consiguió más de mil firmas para entrar a una competencia para recaudación de fondos comiendo perros calientes, hasta que recordó, en medio del escenario y en televisión, que intentaba hacerse vegetariana. Hazel Bradford hizo una venta de garaje con la ropa de su ex, mientras él aún dormía en la fiesta en la que lo encontró desnudo con alguien más (casualmente, con otro chico de su pésima banda de garaje). Y, mi historia preferida, Hazel Bradford dio una presentación oral sobre la anatomía y el funcionamiento del pene para la clase de Anatomía.

Nunca supe bien si era inconsciente o si no le importaba lo que pensaran los demás, pero sin importar cuán caótica fuera, siempre lograba generar una inocente vibra salvaje y sin intención. Y aquí está en carne y hueso, con su metro sesenta y cincuenta kilos mojada, sus enormes ojos café y el cabello recogido en un moño gigante, y no creo que haya cambiado en nada.

–¿Puedo llamarte Jimin? –pregunta.

–No.

–Deberías estar orgulloso de tu herencia, Josh –comenta confundida.

–Lo estoy –respondo conteniendo una sonrisa–. Pero acabas de pronunciar Jee-Min. –Me mira con el rostro en blanco–. No es lo mismo –explico y repito–: Jimin.

–¿Jeee-minnn? –pronuncia con una expresión dramática y seductora.

–No.

Entonces se rinde, se endereza para beber un trago de su margarita y mira alrededor.

–¿Vives en Portland?

–Así es. –A la distancia, detrás de ella, veo cómo mi hermana se acerca a Dave, lo hace bajar a su nivel, le pregunta algo y, luego, ambos me miran. Estoy seguro de que acaba de preguntarle por Tabby.

Cuando Tabitha consiguió trabajo en Los Ángeles (el trabajo de sus sueños: escritora para una revista de moda), supe que habría fines de semana en los que alguno de los dos no podría viajar al sur (yo) o al norte (ella). De todas formas, me desmotiva que de los cuatro fines de semana que le tocaban a ella, haya cancelado tres a último minuto.

No es que se eche atrás, más bien tiene emergencias de trabajo. Pero ¿qué clase de emergencias puede haber en una revista de moda?

De verdad, no tengo idea. Como sea.

Hazel está hablando.

Vuelvo la atención hacia ella, justo cuando cierra lo que sea que estuviera diciendo. Luego me mira expectante, con su sonrisa abierta.

–¿Qué decías?

–Pregunté si estabas bien –repite despacio después de aclararse la garganta.

Asiento con la cabeza y me llevo la botella de agua a la boca para intentar borrar la irritación que debió haber visto en mi rostro.

–Estoy bien. Solo me estoy relajando. Fue una semana un poco larga. –Hago un repaso mental: trabajé un promedio de once horas y treinta y cinco pacientes diarios para poder tener el fin de semana libre. Asistí en un reemplazo de rodilla y uno de cadera, atendí bursitis, torceduras, ligamentos desgarrados y una pelvis dislocada que hizo que mis manos se sintieran débiles aun antes de empezar.

–Es que eres bastante monosilábico –responde, y yo la miro desde arriba–. Y estás bebiendo agua cuando Dave preparó margaritas.

–No soy muy bueno con… –comento y señalo la multitud creciente con mi botella.

–¿La bebida?

–No…

–¿Uniendo palabras para formar oraciones y oraciones para tener una conversación?

–Socializando en grupos grandes –concluyo enseguida con una mueca.

Con eso, me gano una sonrisa y observo cómo eleva los hombros hacia las orejas y su moño se sacude mientras se ríe con disimulo como una caricatura. Siento una punzada de culpa al pensar en que, a pesar de ser ridícula, también es muy sensual.

–Eres tan rara –comento para detener la reacción que desciende desde mi corazón hasta mi entrepierna.

–Es verdad. Paso todo el día rodeada de niños, ¿qué esperabas? –replica. Estoy a punto de recordarle que siempre fue igual, pero agrega–: ¿Cómo te ganas la vida?

–Soy fisioterapeuta. –Miro alrededor para ver si ha llegado mi socio, Zach, pero no veo su mata de cabello rojo por ninguna parte–. Mi compañero y yo hemos abierto un centro en la ciudad hace un año.

–Hablas de músculos todo el día –bufa celosa–, y trabajas con cosas lindas y profundas. Nunca podría dedicarme a eso.

–Bueno, a veces puedo decirles a algunas personas que se bajen los pantalones, pero no suele ser nadie a quien querría ver desnudo de la cintura para abajo.

–A veces me pregunto cómo sería el mundo si no se hubiera inventado la ropa –comenta pensativa.

–Jamás en la vida me pregunté eso.

–Si estuviéramos desnudos todo el tiempo –continúa como si no hubiera dicho nada–, ¿qué sería diferente?

–Probablemente no montaríamos a caballo –sugiero y bebo un trago de agua.

–O tendríamos callosidades en lugares extraños. –Se toca los labios con el dedo índice–. Los asientos de bicicleta serían diferentes.

–Es muy probable.

–Las mujeres nunca se hubieran rasurado la vulva.

–Hazel, esa es una palabra horrible. –Me estremezco.

–¿Qué? No tenemos vello dentro de la vagina –sentencia. Yo contengo otro escalofrío, y ella me observa con la mirada furiosa de una mujer desairada–. Además, nadie se estremece al escuchar «escroto».

–Sin duda me estremezco por la palabra «escroto», también «gónadas».

–Góóóóóónadas –repite alargando la palabra–. Horrible.

La observo durante un instante de silencio: tiene los hombros descubiertos y un solo lunar en el izquierdo. Tiene las clavículas bien definidas y los brazos marcados, como si hiciera ejercicio. Se me viene a la mente un breve recuerdo de haberla visto usando sandías como pesas.

–Siento que me emborrachas de solo escucharte –comento mirando su vaso–. Como si fuera por ósmosis.

–Creo que seremos mejores amigos –suelta y, ante mi silencio atónito, se extiende para alborotarme el cabello–. Yo vivo en Portland, tú también. Tú tienes novia y yo una extensa lista de series de Netflix atrasadas. Ambos odiamos la palabra «gónadas». Yo conozco y adoro a tu hermana. Ella me quiere a mí. Es el mejor escenario para una amistad entre un chico y una chica. Ya me viste en estados nada atractivos para una cita, así que es imposible que te asuste.

–Me temo que lo intentarás de todas formas –replico después de tragar rápido el sorbo de agua.

–Creo que tú crees que soy divertida –agrega ajena a mis palabras.

–Divertida como un payaso.

–¡Pensé que era la única persona en el mundo a la que le gustaban los payasos! –exclama mirándome emocionada.

–Bromeaba. –No puedo contener la risa–. Los payasos son aterradores. Ni siquiera puedo pasar cerca del drenaje de mi calle.

–Bueno. –Enlaza su brazo con el mío y me lleva hacia el corazón de la fiesta. Cuando se acerca para susurrarme al oído, mi estómago cae como en el primer giro de una montaña rusa–. Desde aquí, solo podemos avanzar.

***

Hazel nos lleva hacia un par de hombres parados cerca del asador; son John y Yuri, dos colegas de mi hermana, y ahora de ella. Su conversación se detiene cuando nos acercamos, y Hazel extiende una mano firme:

–Hola, soy Hazel. Él es Josh.

Los tres la miramos entretenidos; nos conocemos hace años.

–Ya nos conocemos –responde John con la cabeza inclinada hacia mí. Le estrecha la mano a Hazel, y yo observo cómo ella contempla sus rastas hasta los hombros, bigote, boina y camiseta que dice «A LA CIENCIA NO LE IMPORTA LO QUE TÚ CREAS». Yo contengo la respiración, a la espera de lo que le dirá, pues como hombre blanco con rastas, John se la dejó muy fácil, pero, en cambio, gira hacia Yuri y le estrecha la mano con una sonrisa.

–John y Yuri trabajan con Em –le digo y señalo a John con la botella–. Como habrás notado, él enseña ciencias en los cursos más avanzados. Yuri enseña música y teatro. Hazel es la nueva maestra de tercero.

Ellos la felicitan, y Hazel les da las gracias.

–¿Tercero tiene música? –le pregunta a Yuri.

–Desde el kínder hasta segundo año, solo tienen canto. En tercero comienzan con un instrumento de cuerdas. Violín, viola o violoncelo.

–¿Yo puedo aprender? –Eleva las cejas despacio–. Es decir, ¿puedo quedarme en la clase?

Los dos le sonríen con desconcierto, como si pensaran «¿Está hablando en serio?». Imagino que la mayoría de los maestros de primaria duerme, come o llora en sus horas libres.

–Siempre quise ser la próxima Yo-Yo Ma. –Hazel hace un bailecito en el lugar y finge tocar el violoncelo.

–Supongo… que sí –responde Yuri, dominado por el poder de la risa cómica de Hazel Bradford y por su honestidad encantadora. Yo me volteo para mirarla, preocupado por el problema en el que el hombre podría haberse metido, pero él no parece para nada preocupado al enfocarse en sus pechos.

–Yo-Yo Ma comenzó a dar presentaciones cuando tenía cuatro años y medio –le digo.

–Entonces, será mejor que me dé prisa. No me decepciones, Yuri.

Él se ríe antes de preguntarle de dónde es. Mientras la escucho a medias (es hija única, oriunda de Eugene, criada por una madre artista y un padre ingeniero, estudió en Lewis & Clark), miro mi teléfono celular para leer los últimos mensajes de Tabby, con unos cinco minutos de diferencia entre cada uno. Odio que saber que estuvo mirando su teléfono me provoque una pizca de placer.

No te molestes conmigo.

Le dije a Trish que sería el último viernes que trabajaría hasta tan tarde.

¿Quieres que intente llegar mañana o sería una pérdida de tiempo?

No te enfades, Josh. Josh, lo siento.

Exhalo controladamente y escribo una respuesta:

Estoy en la fiesta de Em, recién leo tus mensajes. No estoy molesto. Ven mañana si quieres, pero es tu decisión. Sabes que siempre quiero verte.

***

–¿Dijo que serían mejores amigos? –Mi hermana contempla una camiseta con el ceño fruncido antes de arrojarla de vuelta a su pila en Nordstrom Rack–. Yo soy su mejor amiga.

–Eso fue lo que dijo. –Siento la risa que asciende por mi pecho, pero se detiene antes de salir al recordar a Hazel aceptando la cuarta margarita de Dave y pidiéndome que le acomode la camiseta dentro del pantalón–. Es como una droga.

–Ella me cambió. También te pasará a ti.

Sé bien a lo que se refiere Em, pero al ver el efecto que Hazel tuvo en ella (la hizo más divertida y le dio más confianza social, algo que recién ahora puedo atribuirle), no creo que ese cambio sea algo malo. Además, Hazel es muy diferente a Tabby y a Zach, a todos, en realidad, y aunque es el polo opuesto de mi novia y de mi mejor amigo, dos personas calladas y observadoras, creo que sería divertido tenerla cerca. Como tener una rica cerveza en el refrigerador que siempre es una grata sorpresa encontrar.

¿Es una metáfora horrible? Le echo un vistazo a mi hermana y evalúo el daño que podría provocar con el gancho para ropa que tiene en la mano.

–Es mitad «caos exasperante» y mitad «color en un paisaje monocromático». –Em me da la camiseta y me la cuelgo en el brazo. Siempre dejo que ella elija mi ropa–. No puedo creer que Tabby no haya venido, otra vez.

No morderé el anzuelo. Es la tercera vez que intenta tener una conversación sobre mi novia.

–¿No sabe que las relaciones llevan trabajo?

–Tiene que cumplir fechas de entrega, Em –le recuerdo mirándola de reojo.

–¿De verdad? –replica con voz aguda e irritada, mientras se desquita con un par de pantalones, que arroja sobre la pila frente a ella–. La forma en que evita venir no parece como si…

Me preparo con una inhalación profunda, pero espero que no termine la oración.

–¿Te estuviera engañando? –concluye.

Y lo hizo.

–Emily –digo con tranquilidad–, cuando Dave trabaja mil horas en la escuela y tú vienes a cenar a mi casa y te quejas de que no lo ves hace días, ¿yo te digo «quizá esté con alguien más»?

–No, pero Dave no es un grandísimo idiota.

–¿Qué problema tienes con Tabby? –Con eso logra alterarme, y se sobresalta por mi tono elevado, algo extraño en mí–. Siempre ha sido amable contigo.

–No es que seas demasiado para ella ni ella para ti –explica–, sino que están en círculos diferentes. Tienes diferentes valores.

Es verdad que nuestros padres, que se mudaron desde Seúl a los diecinueve años, recién casados, no son muy fanáticos de Tabitha, pero creo que no les agradaría mucho ninguna chica que no sea coreana. Por desgracia, no creo que Emily se refiera a eso, así que la miro desconcertado. Ella se gira hacia mí y enumera las razones con los dedos:

–Tabby es la única persona que conozco que usa sábanas de seda y pasa horas arreglándose para lucir natural, como si acabara de salir de la cama, mientras que tú amas acampar y a veces todavía usas los pantalones deportivos que te regalé para Navidad hace nueve años.

Niego con la cabeza, porque sigo sin entender el punto.

–Ella piensa que Heathers es una buena guía de etiqueta social –continúa–. Se ríe con Romy and Michele’s High School Reunion sin la más mínima ironía, pero miró cuatro películas de Christopher Guest completas sin que se le escapara ni una sola sonrisa. Y las veces en las que sí viene a verte, pasa la mitad del tiempo debatiendo sobre Who Wore It Better? en Instagram.

–Así que… –Parpadeo mientras intento unir los puntos–. ¿Tu problema es que piensas que es… superficial?

–No, no es lo que quiero decir. Si eso la hace feliz, bien. Lo que intento decir es que no tienen mucho en común. Cuando los veo interactuar, solo hay silencio o «¿Me pasas las zanahorias?». Ella está muy muy metida en el mundo de la moda, en Hollywood y en las apariencias. –Se me queda mirando y, al tiempo que cambio la pila de ropa de un brazo al otro, entiendo el mensaje silencioso.

–Bueno, que a mí no me importe lo que uso sirve de algo. Obviamente, dejo que las mujeres que me rodean elijan por mí.

Ahora entorna los ojos, y veo cómo cambia el hilo de la conversación con astucia.

–¿Qué hacen cuando está aquí?

Repaso las imágenes de las últimas visitas de Tabby: sexo; caminar a la tienda de la esquina; Tabby no quiso ir a caminar ni a remar, yo no quise recorrer bares, así que nos quedamos por más sexo; cena en un restaurante cercano, seguida por más sexo.

Estoy seguro de que Emily no quiere que sea tan específico, pero, al parecer, no necesita que responda, porque sigue adelante.

–¿Y qué hacen cuando tú la visitas?

Sexo; clubes nocturnos; restaurantes abarrotados; todos en sus teléfonos celulares, escribiéndole a alguien en la misma habitación; más clubes; yo quejándome de los clubes; yo caminando solo al Gran Cañón, para volver a su casa a tener más sexo.

–Como sea. Me estoy entrometiendo demasiado.

–Así es –afirmo y la guío hacia la caja; ya me aburrí de ver ropa. Luego pago, le agradezco a la empleada y nos vamos por el camino pavimentado del centro comercial al aire libre. Tenemos que esquivar empleadas que nos atosigan para ofrecernos muestras de cremas.

–Volvamos al tema del que estábamos hablando –comenta Emily con una sonrisa conciliadora.

–Creo que hablábamos de la barbacoa –concedo.

–Mejor dicho, hablábamos de Hazel –corrige mirándome de reojo, y la revelación me da una bofetada de frente. Me doy la vuelta y la detengo con una mano en el hombro.

–Ya tengo una novia.

–Soy consciente de eso –afirma y arruga su rostro.

–En caso de que estés intentando iniciar algo entre Hazel Bradford y yo, desde ya te digo que no somos compatibles.

–No estoy intentando nada –protesta–. Ella es divertida, y creo que necesitas más diversión.

–No estoy seguro de poder manejar la diversión de Hazel –advierto con una mirada precavida.

–Supongo que solo hay una forma de averiguarlo. –Emily se cuelga una bolsa sobre el hombro y me ofrece una sonrisa pícara.