La comunidad terrestre - Achille Mbembe - E-Book

La comunidad terrestre E-Book

Achille Mbembe

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Beschreibung

Hablar de la Tierra es tener siempre presente la interdependencia que la habita y que define lo vivo en todas y cada una de sus manifestaciones. Los seres humanos y los animales, los vegetales y los microbios, los virus y las sustancias minerales, así como las bacterias e, incluso, los dispositivos tecnológicos, forman parte del gran mosaico que es la vida en común en el planeta. Sin embargo, Mbembe va más allá y acude al ancestral pensamiento animista africano para incluir todas las fuerzas invisibles que nos rodean y con las que también convivimos. La insondable riqueza de estas tradiciones le sirve como pie de apoyo para aventurar lo que, en vistas a un desastre ecológico inminente, parece más urgente: una nueva forma de relacionarnos con lo que nos rodea. La comunidad terrestre representa la culminación de la trilogía empezada por Políticas de la enemistad, también publicada en Ned, en la que el autor arriesga una comprensión de las principales fuerzas de transformación de la Tierra y sus habitantes. A la luz de lo que parecería desafiar la experiencia misma del pensar, Mbembe se hace cargo de la realidad de la urgencia que es la realidad de la vulnerabilidad, para afirmar que esta Tierra es la siguiente utopía con la que soñar.

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La comunidad terrestre

Achille Mbembe

La comunidadterrestre

Reflexiones sobre la última utopía

Título original en francés: La communauté terrestre.

© Éditions La Découverte, París, 2023.

© De la traducción: Víctor Goldstein

De la corrección: Carmen de Celis

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2024

Primera edición: mayo de 2024

Preimpresión: Moelmo SCP

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-19407-40-5

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Índice

Prefacio

La prueba de los límites

Ruptura genérica

Volver a tender lazos con las fuerzas del cosmos

Introducción

La fiesta de la siembra

Fuerzas del devenir

Poderes mutantes

Tres paradojas

1. La producción inerte

El fantasma de un lenguaje puro

Ecología general

Nomos de la Tierra y nomos racial

Agrietamiento espacial

Dialéctica de la vitalidad y de la movilidad

2. Toma de las tierras

Poder metamórfico

El cuerpo desmembrado

3. La segunda creación

El huevo del mundo

Elasticidad y maleabilidad

Miniaturización y digitalización

La totalidad mágica

4. El pesaje de las vidas

Seres técnicos y objetos vivientes

Del capital como campo magnético

Colonialismo tecnomolecular

La dialéctica de la imbricación y la separación

Vida y movilidad

La razón en juicio

5. La travesía del espejo

Captación

Transmigración de los tiempos

Trama planetaria

La comunidad de los diferentes

Derecho al futuro

6. La última utopía

Conciencia planetaria

El Todo-Mundo

Deseo de brutalidad

Del Todo-Mundo al Todo planetario

Conclusión

El grano y el limo

La restauración del mundo

Prefacio

Este ensayo es el último de una trilogía iniciada con Políticas de la enemistad1 (2016) y proseguida con Brutalisme (2020). El objetivo de esta trilogía era proponer, a partir de África, una comprensión inteligible de las principales fuerzas de transformación de lo viviente en la era de la planetización. En efecto, durante mucho tiempo, el planeta y el conjunto de sus habitantes vivieron al ritmo de certidumbres eurocéntricas. Prejuicios, en verdad, ya que la mayoría de esas certidumbres, por necesidades de la causa, habían sido revestidas con la máscara de lo que el filósofo Souleymane Bachir Diagne llama un «universalismo dominante».2 Desde entonces, el resto del mundo, por su parte, no ha dejado de desear fervientemente una descentralización que hubiese permitido hacer visibles las diferentes manifestaciones del genio humano y hacer valer otras imaginaciones del cosmos.3 Hay que creer que esa época, sin lugar a dudas, ya ha pasado, aunque, en ambos lados, a muchos todavía les cueste trabajo sacar todas las consecuencias de ese desplazamiento.

La primera es que no se ha perdido nada que sea necesario restablecer. Algunas pérdidas son no solo incalculables, sino también irreparables. Lo incalculable y lo irreparable, sin embargo, no eliminan ni proscriben la demanda de asistencia y de verdad, y mucho menos la de justicia. Por el contrario, no hacen sino subrayar su urgencia y su índole interminable. Por otra parte, podría ser que, en última instancia, hayan establecido el tipo de deuda a la vez insolvente e imperecedera sobre la cual descansa toda comunidad digna de ese nombre, toda comunidad más allá de la identidad, más allá del Estado nacional y más allá del contrato. La segunda consecuencia de ese desplazamiento es que, en el fondo, todo está por crear y por reinventar, e imaginar y nombrar son el punto de partida de toda reinvención. Nombrar, empero, es exhortar, incluso hacer comparecer con vistas a un juicio, es decir, a una decisión. La comparecencia se contrapone al olvido y al silencio. Rubrica un deber, el deber de presencia, y señala una obligación, la obligación de responder. Y puesto que siempre estamos ya presentes con otros, el nombre mismo de la existencia, es con ellos, en la relación, como se producirá la reinvención.4 La tercera consecuencia es que la Tierra es nuestro lugar de procedencia. Tal vez no sea necesariamente nuestro destino, pero en su materialidad es algo preconstituido, que por fuerza precede a nuestra existencia y que nos sobrevivirá. Por otro lado, esa existencia es por fuerza compartida. Sin la Tierra, ninguna otra cosa es posible. Por cierto, une y separa a la vez, pero impone siempre una relación de puesta en común, lo cual, después de todo, es lo propio de la relación.

La prueba de los límites

En un momento de aceleración y confusión de los tiempos, a lo que hay que añadir la contracción de los espacios, consecuencia de la extensión planetaria de las tecnologías digitales, muchas potencias del mundo siguen alimentando reflejos predadores en los planos militar y económico. Sin embargo, desde el punto de vista de la producción de señales que hablen del futuro, no dejan de dar la impresión de girar en redondo. En la mayoría de los casos, las viejas pulsiones imperialistas en adelante solo se combinarán con un pasado de nostalgia.5 Esto ocurre porque el centro está ahora irremediablemente carcomido por un deseo exacerbado de fronteras y por el miedo al colapso, de ahí los llamamientos apenas disfrazados no ya a la conquista como tal, sino al cierre, incluso a la secesión.6

Si el temperamento está en repliegue y en cierre, es porque muchos han perdido la fe en el porvenir. Ya no esperan nada, salvo el fin mismo. Además, por mucho que se pretenda que la aceleración tecnológica y el paso a una civilización computacional constituyen la nueva vía hacia la salvación, todo ocurre como si, en verdad, la corta historia de la humanidad en la tierra ya se hubiera consumido. En consecuencia, la tarea del pensamiento no consistiría más que en tomar nota, en anticipar y anunciar la catástrofe.7 De ahí el espectacular ascenso de todo tipo de relatos del fin. En efecto, estos corren el riesgo de dominar las décadas venideras, y se difunden sobre un fondo de angustia y pánico de todo tipo. Por lo demás, la vida en el borde de los extremos está en vías de convertirse en nuestra condición común. Todos los estudios indican que la concentración del capital en unas pocas manos jamás alcanzó los niveles que hoy se conocen. A escala planetaria, una plutocracia devoradora no ha dejado de jugar aquí y allá para capturar y secuestrar los bienes de toda la humanidad y, pronto, el conjunto de los recursos de lo viviente.

Al mismo tiempo, capas enteras de la sociedad corren el riesgo incrementado de un desclasamiento vertiginoso. No hace mucho, tenían la posibilidad de reforzar su estatus, incluso de experimentar una movilidad ascendente. Como ahora la carrera está en declive, se ven obligadas a luchar, si no por la supervivencia, al menos para retener y, eventualmente, asegurar lo poco que les queda. Pero en vez de atribuir la responsabilidad de sus desgracias al sistema que las provoca, se vuelven contra otros, más miserables que ellas, una clase de personas superfluas ya lesionadas en su existencia material y en su dignidad, despojadas de casi todo, y en contra de las cuales ahora apelan a más brutalidad.8

Por otra parte, el aumento de la angustia tiene lugar sobre el fondo de una toma de conciencia mucho más acentuada que antes de nuestra finitud espacial. La Tierra no deja de contraerse. Es un sistema, terminado en sí mismo, que ha alcanzado sus límites. Algunos habrán vivido antes que otros esta experiencia de los límites y la letanía de situaciones extremas que genera. En muchas regiones del sur del mundo, crear vida a partir de lo inhabitable habrá sido nuestra condición durante siglos. La novedad es que ahora compartimos la prueba de los extremos con otros que no podrán proteger, en el futuro, ningún muro, ninguna frontera, ninguna burbuja o enclave.

La realidad de la contracción y el vuelco hacia los límites no se muestran solamente en el agotamiento vertiginoso de los recursos naturales, los combustibles fósiles o los metales que sirven para sostener la infraestructura material de nuestra existencia. También toman forma en la toxicidad del agua que bebemos e incluso del aire que respiramos, y se experimentan en la forma de las transformaciones que padece la biosfera. Así lo atestiguan fenómenos como la acidificación de los océanos y la destrucción de ecosistemas complejos, en suma, el cambio climático y la carrera hacia el éxodo de aquellos cuyos medios de vida han sido saqueados. En realidad, es el sistema nutricio de la Tierra misma el que se encuentra afectado y, con él, quizá la capacidad de los humanos de hacer historia.

Ruptura genérica

Ni siquiera nuestra concepción del tiempo dejó de ser cuestionada. Precisamente cuando las velocidades no dejan de multiplicarse y las distancias son conquistadas, el tiempo concreto, el de la carne del mundo y de su respiración, y el del Sol que envejece, ya no es extensible al infinito. En el fondo, ahora se nos ha contado. Estamos de lleno en la era de la combustión del mundo. Por eso, nos enfrentamos a la urgencia. Sin embargo, numerosos pueblos de la Tierra habrán experimentado, antes que nosotros, la realidad de la urgencia, de la fragilidad y de la vulnerabilidad vadeando los cuantiosos desastres que habrán marcado su historia, la de los exterminios y otros genocidios, la de las masacres y la desposesión, la larga letanía de las devastaciones coloniales.

La posibilidad de una ruptura genérica planea, pues, sobre la membrana misma del mundo. Por un lado, es propulsada por la escalada tecnológica y la intensificación del brutalismo; por el otro, por la lógica de la combustión y su lenta e indefinida producción de todo tipo de nubes de cenizas. Estrictamente hablando, la era de la combustión mundial es una era poshistórica. La perspectiva de tal acontecimiento ha reactivado viejas carreras, comenzando por la carrera hacia una nueva partición de la Tierra. También ha resucitado viejos sueños, comenzando por el sueño de la división del género humano en diferentes especies y variedades, cada una marcada por sus especificidades irreconciliables.

Esto es quizá lo que explica el relanzamiento, a escala planetaria, de las prácticas de selección y clasificación que habían marcado la historia de la esclavitud y de la colonización, dos momentos de ruptura transportados después por la tormenta de acero tanto como el combustible que habrá sido el racismo en la modernidad. Como en aquellas épocas, el nuevo impulso selectivo se apoya en la tecnología. Esta vez, sin embargo, ya no se trata solamente de máquinas, sino de algo más gigantesco todavía, algo sin límites, en la confluencia del cálculo, las células y las neuronas, y que parece desafiar la experiencia misma del pensamiento.

Por lo demás, la idea de una ruptura genérica, a la vez telúrica, geológica y casi tecnofenoménica, la encontramos también en el fundamento del pensamiento afrodiaspórico moderno, que está particularmente presente en las dos corrientes de pensamiento que son el afropesimismo y el afrofuturismo. En efecto, fuera del continente, la escritura y la creación estética negras habrán sido dominadas por el motivo de la búsqueda de los orígenes, de las huellas y también del retorno. Como el resto del mundo no dejaba de recordar a los negros que no estaban en su casa, o que no eran más que exiliados de la historia, se instaló la convicción de que la Tierra no era más que una inmensa prisión, un gigantesco lugar de cremación e incineración de vidas transformadas en desechos, en el punto de encuentro entre lo humano y el objeto.

Por otra parte, en el cénit del pesimismo racial, la propia razón moderna habrá hecho de África y del negro los signos premonitorios del devenir-crematorio de la humanidad.9 Si el negro fue excluido a la fuerza de la historia de la humanidad, es porque su entrada en esta corría el riesgo de rubricar automáticamente su fin. Viejo fósil y materia prima que se extrae y se quema para producir fuerza y energía, dependía en cambio del destino geológico de la Tierra y, en ese sentido, era indispensable para la vida de los humanos, categoría a la que supuestamente no pertenecía. Para oponerse a ese relato, los negros, en compensación, magnificarán África, viendo en ella su morada, pero también su ciudadela, el único lugar en toda la superficie de la Tierra donde podrían legítimamente aspirar al reposo y, quizá, regresar a la humanidad. De ahí la importancia, en la escritura africana y afrodiaspórica en particular, del tema del retorno a uno mismo, del retorno desde y hacia África.

Otros, en cambio, solo lo verán como una amplia reserva destinada al agotamiento. En diversas variantes del afrofuturismo y del afropesimismo, representará el símbolo manifiesto de todos los cuerpos a los que privamos del aire, la carne y los músculos que agotamos, los huesos que trituramos, en un vasto programa de combustión de naturaleza casi molecular, antes de la incineración. Esto es lo que explica el deseo de expatriación tan prevalente en el afrofuturismo, la búsqueda no de otras galaxias y otros planetas por conquistar y habitar, sino la voluntad de restablecer el vínculo con las fuerzas elementales y los elementos cósmicos, el nuevo arraigo con las fuerzas del universo en su conjunto, aquellas que son capaces de asumir la totalidad de la vida y trascender la muerte.

Volver a tender lazos con las fuerzas del cosmos

En realidad, África nunca estuvo fuera del mundo. Más allá de las dimensiones mortíferas de su historia, siempre fue portadora de lo viviente. En esta fase crítica del devenir del planeta, está obligada a volver a hacer del destino de lo viviente en su conjunto el objeto privilegiado de su búsqueda intelectual y de su creación imaginaria. No es necesario que perciba a ese ser vivo, como otros, en términos de fin del mundo o de pérdida de dominio sobre él en beneficio de la tecnología. Será beneficioso pensarlo más bien en términos de potencialidades, es decir, de aquello que, por definición, es incalculable e inapropiable. Por lo demás, no tiene elección. Debe mantener el porvenir abierto mientras se lleva a cabo un desplazamiento temporal de gran envergadura. Ha de conservar el futuro abierto a todos aunque, a fin de cuentas, resultara que la humanidad está destinada a desaparecer. O que el mundo se viera de nuevo conducido a una lucha sin cuartel de todos contra todos. Esa fidelidad al futuro sería entonces su contribución a los funerales de la humanidad, la cual, a través de su muerte, sería repatriada hacia sus orígenes cósmicos, no hacia lo universal o el universalismo, sino hacia el universo, del que es un elemento entre otros.

Pero ¿cómo ser fiel al futuro en cuanto promesa cuando este no deja de sustraerse y alejarse? Partiendo de la proliferación de la vida, de las vidas consideradas minúsculas, aquellas que son amenazadas por las fuerzas de la vulnerabilidad. Valorizando las múltiples y pequeñas bifurcaciones que se observan en todas partes.10 Estas constituyen otras tantas respuestas, a menudo muy frágiles, al cambio climático, a la pérdida de la biodiversidad, al agravamiento de las desigualdades y a las tensiones políticas que siguen haciendo de la guerra el sacramento de nuestra época. Es en esas pequeñas bifurcaciones y en esos micromundos donde encontramos las prácticas más significativas de invulnerabilidad. Estas muestran que el futuro no está determinado de antemano, e indican que el destino de África y el de la Tierra en general están en nuestras manos, y que el futuro dependerá de nuestra capacidad de articularnos con esos mundos en constante proceso de deshacerse y rehacerse, es decir, de reparar los lazos rotos.

Este libro no fue escrito de un tirón. Obra de un tejedor, fue objeto de una verdadera composición a lo largo de varios años. Es posible encontrar sus orígenes en la conclusión de Salir de la gran noche, en un recodo de los tres motivos centrales, que son: el imperativo de la declosión o la «política del ascenso en humanidad» o incluso el «proyecto de una vida humana plena», el acto de «hacer comunidad» en la medida en que participa de una «voluntad de vida» y la llamada a la «invención de un imaginario alternativo de la vida, del poder y de la ciudad».11

En Crítica de la razón negra se examinan las condiciones de posibilidad de esta «comunidad» hecha «ciudad». Desde el origen se trata de una «ciudad» más allá de las fronteras de la raza, del Estado o incluso de las diásporas, a escala mundial. «Porque, efectivamente, no hay más que un mundo. El mundo es un todo compuesto por mil partes. Por todo el mundo. Por todos los mundos». Pero, cuando hablamos del mundo, lo que tenemos en mente es en realidad lo viviente en su conjunto: la vida como método, pero también como idea preconcebida. Porque «si la humanidad entera se confía al mundo y recibe de este último la confirmación de su propio ser tanto como la de su fragilidad», entonces «la diferencia entre el mundo de los humanos y el mundo de los no humanos no es más una diferencia de orden externo». En efecto, «es en la relación que el hombre mantiene con el conjunto de lo viviente como se manifiesta, en última instancia, la verdad de lo que es».12

Muy pronto, también, en Salir de la gran noche se recurre a las dos nociones de lo semejante y lo en común.13 En la época, el esfuerzo apunta a volver la espalda a los debates sobre la identidad, la diferencia y la alteridad. Estos no solo marcaron una parte importante de la filosofía francófona después de la Segunda Guerra Mundial. También dejaron huellas indelebles sobre partes enteras del pensamiento poscolonial o descolonial, impidiendo de paso su capacidad de pensar en el Todo. Por lo tanto, había que privilegiar otras perspectivas. Había que rememorar todas las pérdidas, todas las deudas y todas las derrotas. Había que recordar, sin concesiones, la obligación de reparación, restitución y justicia.14

La convicción era que «el pensamiento de lo que está por llegar habrá de ser un pensamiento de la vida, de la reserva de vida, de lo que debe escapar del sacrificio».15 A contramano de la filosofía de la identidad, la diferencia y la alteridad, se trataba entonces de hacer valer que el ser-en-común depende de la puesta en común. Dicho lo cual, lo que viene estará basado no solo en una ética del encuentro, y sobre todo del caminante, sino también en la puesta en común de las singularidades y en el hecho de aprender a vivir en adelante expuestos unos a otros. Lo que viene se construirá sobre la base de una distinción clara entre lo «universal» y lo «en común», implicando lo universal «una relación de inclusión en algo o alguna entidad ya constituidos», y presuponiendo lo en común «una relación de copertenencia entre múltiples singularidades».16

Es en la conclusión de Crítica de la razón negra donde se sientan las bases de la reflexión sobre el con, la comunidad en cuanto tal. La cuestión de la comunidad universal, se aclara, «se plantea en los términos de una habitación de lo abierto, de un cuidado puesto en lo abierto —lo que es completamente diferente de una gestión orientada a cercar, a quedarse encerrado en lo que, por así decirlo, resulta familiar—».17

Pero mientras que hasta entonces se trataba sobre todo de una cuestión de «mundo» y de «relación mundial», con Políticas de la enemistad aparece verdaderamente el motivo de la «Tierra» no solo como «lo que nos es común, nuestra común condición», sino también como una «era», la «era de la Tierra».18 Es significativo que la aparición de esta era se encuentre asociada al doble motivo de la lengua y la escritura:

En la era de la Tierra, en efecto, tendremos necesidad de una lengua que constantemente horade, perfore y cave como una barrena, sepa volverse proyectil, una suerte de pleno absoluto, de voluntad que, incesantemente, taladre lo real. Su función no será solamente hacer saltar cerrojos, sino también salvar la vida del desastre que acecha.

Cada uno de los fragmentos de esa lengua terrestre será arraigado en las paradojas del cuerpo, de la carne, de la piel y de los nervios. Para escapar a la amenaza de fijación, de encierro y de estrangulamiento, y a la amenaza de disociación y de mutilación, la lengua y la escritura deberán incesantemente proyectarse hacia el infinito del afuera, erguirse para aflojar el torno que amenaza con sofocar a la persona sometida y a su cuerpo de músculos, de pulmones, de corazón, de cuello, de hígado y de bazo, el cuerpo deshonrado, hecho de múltiples incisiones, cuerpo divisible, dividido, en lucha contra sí mismo, hecho de varios cuerpos que se enfrentan en el seno de un mismo cuerpo, por un lado el cuerpo del odio, espantoso fardo, falso cuerpo de abyección aplastado de indignidad, y por el otro el cuerpo originario pero sustraído por otro y luego desfigurado y abominado, que literalmente se trata de resucitar, en un acto de génesis verdadera.19

La comunidad terrestre retoma, casi ladrillo a ladrillo, una serie de intuiciones fundamentales y otros bosquejos que, en las obras precedentes, solo figuraban en forma de esbozos. Esta los reitera, los desarrolla, los amplifica, y sobre todo los pone en resonancia con nuevos fragmentos, comentarios, observaciones y anotaciones metódicamente acumulados a lo largo de numerosos encuentros y sesiones de escucha, diálogo, relecturas y meditaciones. Los más importantes tuvieron lugar en el marco de los Talleres del Pensamiento en Dakar y del seminario anual que dirijo en la European Graduate School.

Como todos mis libros anteriores, este retoma, a veces verbatim, intuiciones y reflexiones iniciadas aquí y allá, en textos destinados a un público amplio. Estos fragmentos son objeto de prolongaciones, incluso de «aumentos», en el marco de argumentos generalmente transversales, sustentados por un denso aparato crítico y notas y referencias de una notable riqueza. Tales son, por lo menos es lo que esperamos, las condiciones de posibilidad de un pensamiento verdaderamente abierto, en creación permanente, siempre en vías de pensarse a sí mismo.

1. Solo a título indicativo, el hecho de citar un libro en castellano significa que tiene traducción en nuestra lengua. Únicamente se darán sus referencias completas (editorial, etc.) cuando sean citados con dichas referencias en el texto o en las notas al pie. (N. del T.)

2. Souleymane Bachir Diagne, «La fin de l’universalisme européen sera le commencement de l’universel», Philosophie magazine, 19 de octubre de 2022. [Salvo indicación en contrario, todas las traducciones de las citas textuales son del traductor de la presente obra. (N. del T.)]

3. Édouard Glissant, Une nouvelle région du monde. Esthétique I, Gallimard, París, 2006.

4. Édouard Glissant, Poétique de la Relation. Poétique III, Gallimard, París, 1990.

5. Paul Gilroy, Mélancolie postcoloniale, Éditions B42, París, 2020.

6. Referente a la manera en que el catastrofismo en su versión ambiental se articula con las tradiciones de demonología, véase S. Jonathan O’Donnel, «Damned ecologies. Environmental demonology and apocalyptic normativization in American spiritual warfare», Environmental Humanities, vol. 14, n.° 3, 2022.

7. John Beck y Mark Dorrian, «The time capsule and the cut-up. Negotiating temporality, anticipating catastrophe», Theory, Culture & Society, vol. 37, n.os 7-8, 2020.

8. Achille Mbembe, Brutalisme, La Découverte, París, 2020.

9. Véanse los dos números especiales, «Black temporality in times of crisis», South Atlantic Quarterly, vol. 121, n.° 1, 2022 y «2020: One pandemic, two pandemics, Black Lives Matter», South Atlantic Quarterly, vol. 121, n.° 3, 2022.

10. Alondra Nelson, Body and Soul. The Black Panther Party and the Fight against Medical Discrimination, University of Minnesota Press, Mineápolis, 2013.

11. Véase Achille Mbembe, Sortir de la grande nuit. Essai sur l’Afrique décolonisée, La Découverte, París, 2010, capítulo 2 y pp. 242-243. [Hay versión en español: Salir de la gran noche. Ensayo sobre África descolonizada, trad. de Inmaculada Ortiz, Bellaterra, Barcelona, 2021.]

12. Achille Mbembe, Critique de la raison nègre, La Découverte, París, 2013, p. 258. [Hay versión en español: Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo, trad. de Enrique Schmukler, Futuro Anterior y Ned Ediciones, Buenos Aires y Barcelona, 2016. Las citas (al igual que las subsecuentes, en cuyo caso daremos la paginación entre corchetes) son transcripción textual de este libro y este traductor, pp. 316-317.]

13. Achille Mbembe, Sortir de la grande nuit, op. cit., p. 117 y sigs.

14. Véase en particular el último capítulo y la conclusión de Achille Mbembe, Brutalisme, op. cit.

15. Achille Mbembe, Critique de la raison nègre, op. cit., pp. 257-258 [p. 315].

16. Achille Mbembe, Sortir de la grande nuit, op. cit., p. 119.

17. Achille Mbembe, Critique de la raison nègre, op. cit., p. 262 [p. 321].

18. Achille Mbembe, Politiques de l’inimitié, La Découverte, París, 2016, p. 178. [Hay versión en español: Políticas de la enemistad, trad. de Víctor Goldstein, Futuro Anterior y Ned Ediciones, Buenos Aires y Barcelona, 2018. Las citas anteriores, y la que viene a continuación, son transcripción textual de este libro y este traductor, pp. 177-178 las anteriores, p. 189 la siguiente. (N. del T.)]

19. Ibid., pp. 178-179.

Introducción

Las siguientes reflexiones se refieren, de manera general, a la Tierra, su devenir y, sobre todo, el tipo de comunidad que forma con la cohorte de especies animadas e inanimadas que la habitan, que han encontrado refugio o residen en ella.

La historia de la Tierra se inscribe en aquella, más amplia, del universo y su expansión. Al mismo tiempo, es inseparable de la de lo viviente, comenzando por el Sol, el sistema que lleva su nombre, así como de la nube molecular, el disco de gas (hidrógeno, helio) y los polvos de óxidos metálicos, silicatos, carbono y hielo que fueron sus constituyentes primordiales. Por otra parte, está estrechamente ligada a la de los océanos y las bacterias.

Es cierto que, al utilizar la energía de la radiación solar para sintetizar moléculas orgánicas, los vegetales proveen de alimento a los animales. Pero las profundidades oceánicas, donde la luz solar jamás llega, también albergan oasis de vida. Como recuerda Michel Rouzé, «esos oasis contienen bacterias capaces de sintetizar materia orgánica a partir de los minerales que emanan de las fuentes de agua caliente». Al servir de alimento a otros organismos, las bacterias dan «la señal de partida a una cadena alimentaria que desemboca en los vertebrados, pasando por los moluscos y otros invertebrados».20 Por lo tanto, a la energía solar, indispensable para la vida en la Tierra, hay que añadirle la energía calórica, que, descansando en gran parte en la función nutritiva de las bacterias, hace de la historia de la Tierra una historia de biosimbiosis.

Esa historia se divide en eones, eras, períodos, épocas y edades. Va desde el tiempo infernal de los orígenes hasta el de la creación de la corteza continental; desde el establecimiento de la tectónica de placas hasta la oxidación de envoltorios externos como los océanos y la atmósfera; desde las glaciaciones globales y la aparición de las primeras grandes faunas y sus comunidades de animales macroscópicos hasta las manifestaciones fundamentales de la vida.21

Como resultado de un proceso de acreción, el cuerpo del planeta es impulsado por la energía que acumula en forma de núcleos atómicos radioactivos y que se disipa en forma de calor. Ese mismo cuerpo, entidad esférica, está compuesto por un núcleo de aleación ferrosa, un manto constituido por átomos más o menos masivos, una corteza, una atmósfera y un campo magnético. Pero decir que la Tierra tiene una historia y que esta se encuentra profundamente ligada a la historia de la vida también significa que tendrá un fin. Al igual que sus nacimientos, sus muertes se producirán en la escala del tiempo geológico. Esta es la razón por la cual todo, tanto los nacimientos como las muertes, tendrán cada vez un alcance cósmico. Un día, en efecto, tras haber consumido todo el hidrógeno que tiene en el centro, el Sol se apagará.

Esta extinción será precedida por la intensificación de su luminosidad, seguida de temperaturas cada vez más insostenibles. La producción de oxígeno ya no será posible. Las formas de oxidación de la Tierra habrán agotado las reservas de O2. La aceleración del efecto invernadero habrá transformado por completo la superficie del planeta, que comenzará a fundirse. El envejecimiento del Sol acarreará el retorno a una Tierra totalmente mineral. Una vez licuada, pasará del horno a un frío extremo. Será entonces cuando la noche de la Tierra envolverá, completa y definitivamente, al conjunto de la creación.

Mientras tanto, tratándose de la Tierra, lo que debemos tener en mente es una cadena simbiótica; en realidad, la extensión de lo viviente y sus innumerables manifestaciones. Forman parte inseparable de ella los seres humanos, las especies animales, vegetales y minerales, los microbios, los vientos, los tornados y los huracanes, las bacterias y los virus, así como los mares y los océanos, los cielos, el clima, los dispositivos tecnológicos y otros aparatos artificiales y exteriorizados. Por ejemplo, ¿qué decir de los suelos y los glaciares, de la mezcla rocallosa depositada por los ríos, de las colinas estriadas, de la arcilla, la piedra y las estatuas?22

La fiesta de la siembra

Tal es también el caso, por lo menos en las metafísicas animistas de los antiguos africanos, de todas las fuerzas invisibles y oscuras, de todos los genios, de los ancestros y sus sustitutos, así como de los espíritus y las máscaras, de las fibras rojas, de las vestimentas y los adornos, de los cinturones de cauri, de las calabazas de mango largo y las canastas de sésamo, de las danzas y ceremonias, de los funerales y las fiestas, la innumerable exuberancia de la vida.23

No todas estas fuerzas pertenecen a la misma especie; en sentido estricto, se trata de entidades diferentes. Pero, cada una a su manera, son bosquejos de lo viviente. Intercambian entre sí todo tipo de flujos y energías. Algunas son capaces de extensión y modificación recíproca. Otras están en competencia. Pero, en general, todas ellas están sujetas a mutación, y la supervivencia de unas depende de la del resto. Forman una trama; mejor dicho, una comunidad: la comunidad de los habitantes de la Tierra.

En una novela escrita en 1952, titulada El bebedor de vino de palma, Amos Tutuola presenta un cuadro conmovedor de esas metafísicas, diferentes maneras de pensar, de pensar otra cosa, de pensar de otro modo que nosotros, que muchos, recientemente, han creído asignar erróneamente a «sociedades inferiores». En primer lugar, aprendemos que no existe ningún muro estanco entre las formas vivientes, regidas como están por la circulación permanente de flujos y energías. Con el objeto de adaptarse constantemente a las condiciones cambiantes de su entorno recurren a transferencias, intercambios y recombinaciones de materiales y accesorios de todo tipo. Los seres humanos toman en préstamo las plantas, que a su vez adoptan la forma de animales, que no vacilan en revestirse con la máscara de sus ancestros, sobre un fondo de infinitas variaciones, a lo largo de líneas a menudo muy alejadas unas de otras.

Luego aprendemos que no hay un regidor supremo de la vida en la Tierra. Al igual que la Tierra misma, la vida es un vasto mosaico. Cada forma de vida es en sí misma una fuerza. Contiene y alberga facetas, incluso restos de otras formas de vida, según el principio del entrelazamiento y de la permanente puesta en común. Cada ente, incluidos los humanos, no es tan solo un sujeto compuesto, la suma relativa, en un instante determinado, de múltiples combinaciones. Por ser el producto de recombinaciones, mutaciones y transferencias diversas, cada sujeto viviente está también, y por definición, constantemente abierto a lo incompleto y a lo inexplorado.

La división entre el mundo de los seres humanos y el mundo de las cosas es relativa. Si la persona humana difícilmente puede hablar en nombre de la cosa, la cosa, a su vez, no puede hablar en nombre del ser humano. Si se mira más de cerca, las montañas, los ríos y los arroyos, los animales y las plantas son personas naturales. Estas se distinguen de las personas humanas. No necesitan ser protegidas por figuras tutelares. De hecho, son los humanos los que necesitan tutores y representantes. Es lo que ocurre con los ancestros. Son ellos quienes requieren una intermediación. A menudo buscan a esos intercesores fuera de la especie. La persona humana, por su parte, es una entidad fundamentalmente porosa. Va y viene, nace, crece y muere. Sobre todo, está en tránsito. Otras entidades, en cambio, se mantienen en pie y perduran.

Por otra parte, es significativa la manera en que lo viviente constituye un acontecimiento. Reconocer el acontecimiento y saber leerlo y descifrarlo consiste, por lo menos en parte, en establecer distinciones entre lo posible, lo probable y lo plausible. Este es, por ejemplo, el papel de la adivinación.24 Gracias a las técnicas de la adivinación, es posible develar el porvenir y relacionarse con los espíritus de los muertos. Se utilizan diferentes procedimientos para transmitir un oráculo. Por ejemplo, el adivino coloca piedritas en un cuerno de antílope. Agrega un pequeño resto seco de un cadáver humano y pedazos de corteza seca de un árbol, y oculta todo en un cruce de caminos. También puede recurrir a ciertas plantas de cebolla, sobre todo las que tienen flores. En este caso, tritura granos de maíz y dispone en el suelo la papilla así obtenida; a continuación, marca con diferentes signos una varita de palmera Raphis y una púa de puercoespín, y recubre todo con un cesto invertido. Bajo el cesto hay cigarras encerradas. El adivino repite la pregunta formulada y vuelve a su casa. Durante la noche, los insectos alterarán la varita de bambú y la púa de puercoespín. Por la mañana habrá que descifrar la posición de la varita y de la púa teniendo en cuenta si los signos están vueltos hacia la tierra o no.25 Los adivinos son aquellos-que-ven-la-noche.26 Descifradores de los presagios, también son especialistas del dibujo, de la colocación de bastoncitos y de la lectura. Puesto ante el agujero de la araña, cada bastoncito lleva una marca particular y un nombre. En el «paradigma de la araña», se distinguen no menos de ocho bastoncitos con nombres tan variados como el «camino», el «tambor de llamada», el «dorso», el «machete», el «poste de la cabaña», la «serpiente» o la «cabeza de hombre». Al salir de su agujero, la araña, inevitablemente, tropieza con los bastoncitos. Si se encuentran boca abajo en el suelo, el presagio es favorable.27

En el universo que describe Tutuola, todo cuanto es motivo de asombro es cierto. Lo verdadero se manifiesta por medio de signos. A priori, no hay una universalidad de signos. Estos a menudo varían. Un signo utilizado en una región determinada puede no usarse en otra, o bien ser interpretado de manera diferente. Todo signo tiene un interior y unos contornos. El valor de los signos también es variable.28 De manera general, el arte de la adivinación tiene puntos en contacto con el simbolismo de los números, y este último está vinculado estrechamente con la realidad del secreto. De ahí, por ejemplo, la noción de «cuenta secreta» en los mitos bambara. Esta cuenta, compuesta de un primer grupo de ocho signos, reproduce los siete primeros números que se grabaron en el espacio en el momento de la formación del universo. Expresión aritmológica del conjunto de la creación, la figuración de los números, en la mayoría de los casos, se lleva a cabo mediante trazos verticales. Estos pueden ubicarse en círculo o tacharse horizontalmente.29 Los signos numéricos pueden trazarse con ocasión de los acontecimientos más diversos, ya sea el nacimiento de gemelos o el derrumbe de un granero. En algunos casos, prestar juramento sobre determinados números es una práctica usual.

Sin embargo, lo que es solo se vuelve real, es decir, animado y productor de efectos, cuando es puesto en relación con otros existentes. Ese volverse real es permanente. Jamás toma las mismas formas y casi nunca desemboca en un cierre definitivo. En otros términos, nada se crea de una vez por todas y todo es susceptible de revisión. Se producen acontecimientos inesperados. Otros, que supuestamente deben ocurrir, no suceden, o pasan cuando nadie los espera. En el fondo, nada impide formalmente la realización de cualquier cosa. A cambio, tampoco nada es seguro ni estable.30 Todo puede cambiar en cualquier momento. No existe la imposibilidad absoluta. La gama de probabilidades es casi infinita. Para los actores implicados en el drama de la existencia, lo único que cuenta es la capacidad, llegado el momento, de convertirse en algo diferente de lo que eran.

Por otra parte, personas humanas, objetos, entidades visibles e invisibles, nada es pasivo. Nada es una repetición permanente de lo mismo. Todo es radicalmente aproximativo. Ninguna entidad, ningún sujeto tomado por separado, tiene dominio total sobre su libertad y su destino, y mucho menos sobre aquellos de los otros. Todo se negocia. En principio, el tiempo no tiene ni comienzo ni fin. Tiene una extensión ilimitada, inagotable, pero también se compone de segmentos, de diferentes enramadas. Lo viviente es arborescencia. Resultado de pasados entremezclados e indiscernibles y concentrado en múltiples presentes, está hecho de multitud de futuros posibles. No solo está tejido de incertidumbres. Lo aleatorio forma parte de su material, de su «célula-huevo». Juego de dados, está constantemente expuesto a la desintegración. Como cada riesgo no deja de amenazar con transformarse en riesgo de muerte, un sujeto viviente es aquel que ha sabido engañar a la muerte cambiando de identidad cuando era necesario. Está preparado para incesantes mutaciones y es capaz de cambiar de estado o de condición, sobre todo en el momento fatídico.

Sin relación alguna entre ellos, cada uno de los colectivos, de las entidades y de los objetos que componen lo viviente es perecedero, putrescible y susceptible de cesación de la vida, y cada uno de esos acontecimientos es furtivo y efímero. Juntos, injertados unos en otros, todos esos bosquejos son capaces de multiplicar su potencia y de transformarse en ensamblajes dinámicos. Con su vida reforzada y su fuerza multiplicada, se transforman en otros tantos espejos de la Tierra y manifiestan su capacidad de perdurar. Por estar abiertos unos a otros, hechos los unos para los otros, otorgan a la Tierra las propiedades de un vibratorio, el escenario a la vez solar, nocturno y lunar, el ligamento que posibilita el paso de una forma a otra, la metamorfosis.31

Siempre en línea con estas metafísicas, la Tierra presenta, por tanto, propiedades vibratorias, corpóreas, sensoriales y carnales. Estas propiedades preexisten a las de los seres humanos, en realidad los recién nacidos del cosmos. El cuerpo y la carne de la Tierra son los homólogos del cuerpo y la carne de la multitud de seres que la componen o que ella acoge, sus habitantes. Como todo cuerpo, el de la Tierra es líquido y mineral, fungible y perecedero. También está abierto a heridas. En contacto permanente con las cosas de la muerte, está expuesto al riesgo de descomposición, a la manera del difunto bajo su mortaja roja.

La Tierra no puede acceder a la duración ilimitada salvo que sea capaz de fecundidad y regeneración. La fecundidad y la regeneración, a su vez, no son posibles a menos que se constituyan reservas. En ausencia de esa capacidad de generación y regeneración periódicas, no es más que la máscara ensombrecida de una vasta casa mortuoria. Esta es la razón por la cual, entre los antiguos africanos, la cuestión referente al devenir de la Tierra o el destino de la técnica adoptaba a menudo la forma de una larga meditación sobre la temática del grano, la siembra y la germinación.32

Porque si realmente hay un enigma que la mayoría de los mitos y saberes ancestrales se esfuerzan por resolver es el de saber cómo pasar de un mundo a otro, de una forma a otra, y, al hacerlo, insuflar nueva vida a lo que está amenazado por la muerte. Esta es también la función asignada a las técnicas y otros objetos, comenzando por las máscaras, una forma eminente de conmemoración de los difuntos, en verdad la primera de todas. Tal es también la función del material litúrgico, ya se trate de crosses de jet,33 de la piedra sobre la cual se coloca a los recién nacidos para la imposición del nombre, de la piedra sobre la cual descansan las estatuillas de madera del santuario, de la tortuga que representa al ancestro, o incluso de la serpiente que viene de noche a lamer y limpiar al sacerdote.34

Las técnicas son utensilios de vida. Su rol y el de los objetos es, de hecho, aumentar su potencial de energía y, al hacerlo, ayudar a los seres humanos a contarse, a completarse, a aumentar sus fuerzas y a establecer un puente entre su propia restauración y la del mundo. Se cree que, gracias a técnicas y objetos, es posible desentrañar los misterios del lenguaje secreto, el secreto de la muerte, y recorrer la paleta de las metamorfosis que preceden a la fiesta de la siembra.35

Fuerzas del devenir

De todos los cambios brutales que afectan lo viviente en esta era terrestre, tres en particular merecen ser examinados a partir de la dialéctica animista de la siembra, el grano y la germinación. Resultado de la combustión —en curso— del mundo, el primero atañe a la eventual salida del nicho climático en el cual humanos y no humanos han prosperado desde hace seis mil años.36 En efecto, aunque no todas las regiones del planeta se vean afectadas de la misma manera y en el mismo grado, el sobrecalentamiento, en todas partes, es real.

Son incontables los casos de acidificación de los suelos o de descenso del nivel de las napas freáticas. Los recursos en aguas profundas no dejan de disminuir, amenazando la rentabilidad de los cultivos incluso en regiones del globo que hasta ahora parecían preservadas. En casi todas partes, el aprovisionamiento de las zonas urbanas exige cada vez más agua, mientras que los períodos de sequía no dejan de prolongarse. Por otra parte, en muchas regiones del mundo se observa una disminución del contenido de humedad de los suelos, que varía en función de la naturaleza del suelo (según se trate de suelos humíferos y con gran capacidad amortiguadora, o de suelos arenosos y otros).

Por su parte, el fenómeno recurrente de las crecidas de los ríos provoca fuertes migraciones de sedimentos, movimientos de abarrancamiento y de oscilación de la napa freática. Desde este punto de vista, la deforestación representa un factor importante en la amplificación de las inundaciones. La degradación de las tierras, a su vez, tiene por efecto exacerbar la competencia y las luchas por el acceso a los recursos naturales y a su control. También contribuye a la destrucción de ecosistemas específicos que hasta ahora garantizaban la vitalidad de los hábitats de algunas especies biológicas. Así, en muchos países de la cuenca del Congo, por ejemplo, la evolución negativa de la cobertura vegetal no ha dejado de intensificarse desde el inicio del siglo xx.

Cada año, inmensas extensiones de bosques frondosos se transforman en bosques abiertos. Sabanas arboladas se convierten en sabanas arbustivas. La pérdida de fertilidad de los suelos ha desembocado en reducciones equivalentes de los rendimientos o la productividad de las tierras. De esto ha resultado una disminución de la riqueza biológica original de las tierras, de su capacidad de regeneración y del potencial natural de los suelos. Sin embargo, tratándose de suelos, lo que también está en cuestión son las aguas, los peces, las plantas, la fauna, los recursos energéticos, los animales y otras especies.