La desaparición de Elizabeth - Annie West - E-Book

La desaparición de Elizabeth E-Book

Annie West

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Un hijo inesperado… con su esposa de conveniencia. Para el multimillonario Jack Reilly, el suyo era un matrimonio conveniente. Para Bess, una heredera venida a menos, era un matrimonio por amor. De modo que, meses después, cuando él le ofreció el mundo en bandeja, pero no su corazón, Bess supo que era hora de marcharse. Decidido a volver a encarrilar su relación, Jack planificó la reconciliación hasta el último detalle. Nunca imaginó que su reunión caribeña sería abrasadora o que Bess querría más de lo que él podía darle. ¿La noticia de que Bess estaba esperando un hijo les daría una razón para luchar por la oportunidad de ser felices?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 185

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Annie West

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La desaparición de Elizabeth, n.º 3072 - marzo 2024

Título original: Nine Months To Save Their Marriage

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805964

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Acepté esta relación con los ojos abiertos, Bess. Y, además, tiene sus compensaciones.

Lara levantó una mano para admirar su pulsera de diamantes mientras pasaba la otra por la delicada seda del vestido de diseño.

–No se trata solo de ropa y joyas, cariño –dijo luego, al ver que Bess seguía esos gestos con la mirada–. Puede que esté a disposición de George, pero cuando él se va de viaje hago lo que me apetece, como quedar contigo. Y me alegro de verte, ha pasado mucho tiempo.

–Sí, es verdad. Jack y yo no paramos de mudarnos.

Bess sonrió, como si saltar continuamente de una ciudad a otra fuese estupendo cuando lo que ella quería era echar raíces en algún sitio.

–Tú siempre eres buena compañía, pero no todo el mundo es así. La gente es estrecha de miras y… bueno, cuando no estoy con George no me aceptan en todas partes.

Bess no se sorprendió. Desde que se convirtió en la amante de un multimillonario, las mujeres de la alta sociedad no confiaban en Lara. Si había podido enganchar al famoso magnate podría enganchar a cualquier otro, aunque estuviera casado, parecían pensar.

–Las pones nerviosas. Nadie deslumbra como tú.

–Gracias, cariño. Lo intento –Lara esbozó una sonrisa, pero su expresión se volvió seria mientras contemplaba la Torre Eiffel por encima de los tejados de París.

–¿No eres feliz? –le preguntó Bess.

Su amiga se encogió de hombros.

–Ha sido mi decisión, pero a veces me gustaría tener lo que tú tienes.

–¿Lo que yo tengo?

Bess no se sentía precisamente feliz. Jack se ausentaba continuamente por motivos de trabajo y no vivían en ningún sitio fijo. Si hubieran comprado un apartamento en París en lugar de alojarse en un hotel, todo sería más fácil. Se parecería más al hogar que ella anhelaba.

«Quizá no sea el alojamiento lo que te molesta».

Bess apagó de inmediato esa vocecita interior, como hacía siempre.

–Tú y tu encantador Jack. Fue un matrimonio tan vertiginoso que al principio me pregunté… pero yo te conozco y sé que solo te casarías por amor. Recuerdo lo radiante que estabas en las fotos de la boda y a Jack se le veía tan enamorado…

Bess levantó su cóctel, ocultando la sorpresa detrás del vaso. Se le había encogido el estómago al escuchar la palabra «enamorado».

¿Vería Lara las grietas en la fachada? ¿Se habría dado cuenta de que no todo iba bien en ese matrimonio supuestamente perfecto?

Lara creía que Jack la amaba.

Si fuese verdad…

Había esperado que algún día lo hiciese. Que, aunque no se hubiera enamorado instantáneamente como ella, el amor llegaría con el tiempo.

Todavía estaba esperando.

–George es agradable –continuó Lara–, pero sus intereses siempre son lo primero. Está tan acostumbrado a salirse con la suya que nunca se le ocurre preguntarme qué quiero hacer.

Bess guardó silencio, pensando en su propio calendario social, diseñado para satisfacer las necesidades de Jack. Almuerzos con potenciales inversores, eventos para promocionar su negocio, cenas benéficas. Cada semana, su ayudante le enviaba un calendario de citas con abundantes notas para que pudiese desempeñar su papel, ayudando a Jack a relacionarse y hacer negocios con la élite de la alta sociedad europea.

Después de todo, por eso se había casado con ella.

–No sabía cuánto tiempo pasa sola una amante –dijo Lara entonces.

Su amiga siguió contándole sus problemas, pero Bess solo escuchaba a medias. Podría estar describiendo su matrimonio con Jack. Siempre en segundo lugar, siempre a su disposición. Las ambiciones de su marido tenían prioridad sobre su relación, aunque Jack Reilly ya era multimillonario.

Sí, podía ser tierno y cálido, y también taciturno, pero cuando se proponía seducir, cosa que hacía a menudo, era imposible resistirse. Un simple beso y se le doblaban las rodillas.

Bess tomó un sorbo de cóctel para contrarrestar el calor de sus mejillas.

–Aunque tengo mucho tiempo para mí misma –siguió Lara– es difícil planear nada porque George espera que esté lista para él en cualquier momento.

De nuevo, Lara podría estar describiendo su propia vida. Cada vez que empezaba a acomodarse en una ciudad, Copenhague, Madrid o Londres, Jack o su ayudante le informaban de que debía hacer las maletas. No había tiempo para acostumbrarse, para hacer amigos o para formar un hogar.

–Nunca me atrevo a relajarme con una camiseta vieja o un pijama de franela –estaba diciendo Lara–. En fin, perdona, sé que no debería quejarme cuando lo tengo todo.

Bess se sentía atrapada por una sensación de horror que le helaba la sangre.

Jack se había casado con ella, pero bien podría ser su amante.

La verdad la golpeó como un martillazo, encogiendo sus pulmones y destrozando su magullado corazón.

Esa vocecita interior, la que normalmente silenciaba, estaba de nuevo en su cabeza.

«Eres una esposa trofeo, poco más que una amante con una alianza en el dedo».

La única diferencia entre Lara y ella era una boda. Ella tontamente ilusionada y Jack satisfecho por adquirir un activo que lo ayudaría a dominar el mercado mundial de energías renovables.

Después de dieciocho meses de matrimonio, Jack no la amaba más de lo que la había amado el primer día.

Bess sintió un dolor interno que amenazaba con consumirla. Porque, finalmente, se enfrentó con una verdad que había evitado durante demasiado tiempo.

Su marido nunca la amaría.

Y cada día que pasaba en ese matrimonio la mataba lentamente.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Diez meses después

 

Bess se puso las gafas de sol para mirar el resplandeciente cielo azul, el mar de color turquesa y una playa de arena tan blanca que parecía de azúcar. Más allá había una maraña de vegetación, con algunas casas escondidas entre los árboles.

Tomando la mano del piloto, saltó del hidroavión al muelle.

Había visto algunos lugares increíbles, pero ninguno como aquel.

Que estuviera allí para asistir a una celebración y no para trabajar lo hacía aún más especial. Desde que dejó París, y a Jack, casi un año antes, se había lanzado a un desafío tras otro, disfrutando de la libertad de emprender proyectos que ponían a prueba sus habilidades, brindándole una satisfacción que no había sentido desde que dejó de ser una simple anfitriona para los negocios de su marido.

Bess sacudió la cabeza. Eso era historia antigua.

Tomó aire y respiró el aroma del mar y algo dulce, seguramente flores tropicales. Tenía tantas ganas de explorar. Disfrutaba de su trabajo, pero estaba lista para relajarse y aquel parecía el lugar perfecto. Solo su prima Freya podía encontrar un sitio tan maravilloso.

–Esto es el paraíso –murmuró.

El piloto asintió mientras sacaba su maleta del hidroavión.

–Desde luego. Además, estas islas son tan exclusivas que los periodistas están vedados. ¿Es la primera vez?

–Nunca había estado en el Caribe.

–Pues has elegido lo mejor de lo mejor. Lujo y privacidad, un entorno paradisiaco y un servicio de lo más discreto.

El alto americano sonrió y Bess pensó que era muy guapo. Sin embargo, no hacía que su pulso se acelerase.

Solo un hombre conseguía hacer eso.

Se le encogió el corazón mientras se preguntaba si siempre sería así. Tal vez algún día, en el futuro, estaría lista para otra relación, cuando el divorcio hubiera finalizado.

–Yo me quedo a dormir, pero me iré al amanecer –dijo el piloto–. Voy a tomar una copa. ¿Te apetece?

–Gracias, pero ha sido un viaje largo y necesito descansar un rato.

El americano sonrió.

–Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.

Una joven se acercó entonces al muelle para darles la bienvenida a la isla y para acompañarla a su bungaló.

La excusa de Bess sobre su necesidad de descansar no había sido una mentira piadosa. En cuanto entró en el fantástico bungaló, rechazando cortésmente una visita guiada por la isla, se quitó los zapatos y se tumbó en la enorme cama, suspirando. Después de meses durmiendo en un duro colchón individual, tardó apenas unos segundos en quedarse dormida.

El sol se había puesto cuando abrió los ojos. Una impresionante puesta de sol pintaba el cielo de color rosa y mandarina y el único sonido era el canto de los pájaros.

Bess sonrió, encantada. Le gustaba la naturaleza desafiante de su trabajo, pero parecía como si hubiera pasado toda una vida desde la última vez que pudo dedicarse a no hacer nada.

No hacer nada significaba tiempo para pensar en Jack. ¿Era de extrañar que trabajase hasta desfallecer para no arrepentirse de haberlo dejado?

Dejarlo había sido la única forma de mantener la cordura y recuperar algo de respeto por sí misma. Había cometido un error colosal al casarse con él. Cuando el amor se volvió una prisión, convirtiéndola en una ciudadana de segunda clase en su propia vida, no tuvo otra opción.

Y si una pequeña parte de ella todavía anhelaba el romántico final feliz con el que siempre había soñado, el tiempo y la distancia la estaban curando de ese engaño.

Estaba olvidándose de Jack. Tenía que hacerlo.

Decidida, se concentró en el paisaje, no en su magullado corazón. Unas vacaciones era justo lo que necesitaba. Aunque estaba allí para asistir a una celebración, una boda secreta. Habría muy pocos invitados, pero la novia estaba relacionada con la realeza y el novio era un príncipe heredero. Freya y Michael volverían a casarse más tarde en una gran ceremonia, pero aquella sería su verdadera boda y Bess estaba decidida a no decepcionar a su prima, de modo que sacó de la maleta un vestido rojo de seda, tan suave como el agua.

Su trabajo en remotas escuelas de África y el sudeste asiático exigía algodones lavables, no sedas. Había pasado mucho tiempo desde que se puso algo tan bonito.

Bess retiró la mano abruptamente. El precioso vestido le recordaba el mundo que había compartido con Jack, donde ella usaba exquisita y carísima ropa de alta costura porque esa era la imagen que él quería que proyectase. Una ropa que luego él le quitaba por la noche…

Un fuego se encendió en su interior, el fuego que Jack siempre había atizado.

Intentando controlar la traicionera debilidad de su cuerpo, Bess utilizó la ducha al aire libre en el patio privado del bungaló, temiendo que si se sumergía en la enorme bañera no querría salir nunca.

Una vez seca, vestida y ligeramente maquillada, se calzó unas sandalias rojas a juego con el vestido y se volvió hacia el espejo.

Se sintió aliviada al ver que había elegido bien. Se había recogido el pelo, un hábito que había adquirido mientras vivía en países cálidos, y quedaba perfecto con el vestido de cuello halter.

Bess sonrió, complacida. Durante meses había evitado los espejos tanto como era posible. Al principio porque tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Pero ya no lloraba, estaba bien.

El tiempo estaba haciendo su trabajo. Poco a poco, las cosas iban mejorando.

 

 

–¡Bess! –Freya saltó de su hamaca frente a la piscina para abrazarla–. Quería ir a tu bungaló, pero Michael dijo que era un viaje muy largo y necesitabas descansar.

–Michael tenía razón. Estaba fuera de combate –dijo ella, devolviéndole el abrazo.

Era como si volvieran a ser adolescentes, cuando Freya iba a Moltyn Hall a pasar el verano o Bess visitaba a su prima en Dinamarca. Un reencuentro con Freya era lo más parecido a volver a casa.

Su casa ya no era un sitio familiar para ella. Solo había vuelto a Moltyn Hall una vez desde su boda y había sido una visita fugaz, ya que su padre y Jillian tenían otras prioridades.

–Deja que te mire –murmuró, apartándose un poco–. Nunca te había visto tan feliz. Estás guapísima.

Freya soltó una carcajada.

–Michael me hace sentir así.

–¿Estás segura de que quieres formar parte de una casa real?

–Es parte de la vida de Michael. Sé que a veces será difícil, pero estoy loca por él y él también me quiere.

El corazón de Bess se encogió al ver el brillo en los ojos de su prima. Por supuesto que se querían.

–Lo harás de maravilla. Michael y su familia han tenido mucha suerte.

Su prima hizo un gesto con la mano.

–Bueno, háblame de ti. Estás estupenda. Como si acabaras de salir de un spa en lugar de venir de las selvas de Indonesia.

–Timor Oriental, a unos mil kilómetros al este de Bali. Es un sitio asombroso.

Freya la llevó hacia las hamacas.

–¿Y te gusta tu trabajo? Me preocupaba que te hubieras lanzado sin pensar en lo difícil que sería.

Bess se encogió de hombros. Las dificultades que había experimentado no eran nada comparadas con la alegría de contribuir a algo que valía la pena, ver el entusiasmo de sus alumnos y ser recibida tan calurosamente por sus familias.

–Nada te prepara para la realidad, pero estoy muy satisfecha.

Además, no había sido tan difícil como lanzarse al matrimonio con la noción romántica de que todo saldría bien, para luego enfrentarse a la devastadora realidad.

–Pero dime, ¿cómo organizasteis esta fuga? Los miembros de familias reales no hacen eso.

Freya sonrió.

–Los padres de Michael pensaron que querríamos pasar algún tiempo a solas antes de la gran ceremonia en la catedral y todo el alboroto. Después de la ceremonia de mañana, Michael me llevará a un sitio donde estaremos los dos solos. ¿No suena como el paraíso?

Con el hombre adecuado lo sería, pensó Bess.

Ella no había tenido luna de miel. Aunque se alojaron en un hotel de cinco estrellas después de la boda, donde descubrió los placeres del sexo con su nuevo marido…

Su pulso se aceleró entonces. Ese recuerdo, al menos, no se había empañado.

Pero el resto del tiempo lo habían pasado entre extraños con quienes Jack quería hacer negocios. Incluso las comidas y cenas en famosos restaurantes habían sido eventos para establecer contactos, no citas románticas.

–Suena estupendo. ¿Quién más vendrá a la boda?

Freya tomó su mano.

–Espero haber hecho lo correcto, pero no estoy segura del todo –empezó a decir–. Me preocupaba que fuese difícil para ti, pero Michael y él son amigos y… en fin, nos aseguró que no habría ningún problema. Además, Michael dijo que nada te impediría venir a mi boda. Quería contártelo la semana pasada, pero no pude comunicarme contigo.

Bess frunció el ceño. La expresión culpable de Freya no inspiraba confianza.

–Me quedé sin batería y la comunicación por móvil no es fácil allí de todos modos. Pero no importa, puedes invitar a quien te parezca.

La idea de desconectar le había parecido ideal. Una forma de evitar los cotilleos de la prensa sobre su ex.

Un grupo se acercó a ellos entonces. Michael, el prometido de Freya, iba hablando con otro hombre al que no podía ver bien.

–Bess, tengo que decirte una cosa…

Su voz fue ahogada por los saludos cuando el grupo llegó a su lado.

Pero la mirada de Bess estaba clavada en el hombre alto y de pelo oscuro que iba al lado de Michael.

Los ojos azul cobalto, entornados bajo las rectas cejas, oscuras como el carbón, se encontraron con los de ella y se alegró de estar sentada porque la tierra parecía haberse abierto bajo sus pies.

–Hola, Elisabeth. Cuánto tiempo –dijo el único hombre al que nunca había esperado volver a ver.

Jack Reilly. Su marido.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jack miraba fijamente a la mujer a la que no había visto en casi un año, atónito por el impacto de su presencia. Creía estar preparado para esa reunión y no había dejado nada al azar, pero ese impacto lo tomó por sorpresa.

Era más atractiva de lo que se había permitido recordar.

No era la mujer más bella que había conocido, pero algo en Elisabeth la distinguía de las demás. Su recién adquirido bronceado destacaba el brillo de sus inolvidables ojos de color coñac…

Unos ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

Y se alegraba. Después de la sorpresa que ella le había dado en París, se alegraba de poder devolverle el favor.

La ira y la indignación por su abandono habían sido compañeros constantes. Todavía estaban allí, pero ahora eclipsados por algo más primitivo, una efervescencia en su sangre, un hormigueo que le hacía sentirse más vivo, más vital que cuando conseguía un triunfo profesional.

Su pelo castaño brillaba y el vestido rojo intenso parecía acariciar su delicioso cuerpo. La forma en que la seda se ajustaba a su busto, y el hecho de que estuviera apenas sujeto por dos finas tiras atadas al cuello, era pura provocación.

Una vez se habría vestido así para tentarlo, para compartir el asombroso placer sexual que había sido el sello distintivo de su matrimonio.

Pero Bess no sabía que él acudiría a la boda, pensó entonces. ¿Se había puesto ese tentador vestido para otro hombre?

–Hola, Jack.

La voz ronca de Elisabeth creó un rastro de fuego desde su torso hasta sus ingles.

Elisabeth parecía tan afectada como él. Porque, a pesar de tener la barbilla belicosamente levantada, sus pezones empujaban contra la delicada tela del vestido y esa nota ronca en su voz delataba cierta excitación.

Para su sorpresa, ella era virgen cuando se casaron, de modo que él era el único hombre que conocía esa nota traicionera en su voz.

A menos, por supuesto, que hubiera compartido su vida con otro hombre desde que lo dejó, pensó, frunciendo el ceño.

No sabía lo que había hecho durante los últimos diez meses, pero la conexión entre ellos todavía estaba ahí. Seguían deseándose el uno al otro.

Y pensaba aprovecharse de eso.

Elisabeth se levantó, con esa gracia innata que lo había atraído desde el principio. ¿Porque se sentía en desventaja al estar sentada?

Jack quería acariciarla, redescubrir cada centímetro de su cuerpo, aunque lo conocía de memoria.

–No esperaba verte aquí. No sabía que Michael y tú tuvierais una relación tan estrecha.

¿Había una acusación en su tono?, se preguntó Jack.

Su expresión era serena para que nadie notase que ocurría algo extraño. Siempre se le había dado bien proyectar serenidad y tranquilidad. Esa era una de las razones por las que la había elegido como esposa. Después de sus experiencias infantiles, no tenía ningún interés en atarse a una mujer dominada por las pasiones.

–Hemos desarrollado un proyecto conjunto y descubrimos que teníamos mucho en común –Jack hizo una pausa–. Tú nos presentaste, ¿recuerdas?

–Claro que me acuerdo. Estabas deseando hacer negocios con él –respondió Bess, bajando la voz–. Me alegra saber que valió la pena.

Jack se puso rígido. Había dicho «hacer negocios» como si fuera algo malo, en lugar de la fuente de ingresos que le había permitido vivir rodeada de lujos y que había rescatado a su padre de la ruina.

Por supuesto que había estado interesado en sus contactos. La familia de Elisabeth, a pesar de la inestabilidad financiera de su padre, formaba parte de la élite europea. Su padre era un aristócrata inglés y su prima Freya estaba relacionada con la familia real danesa. Cuando Freya se comprometió con un príncipe heredero, interesado en soluciones energéticas innovadoras para su país, Jack vio una gran oportunidad.

–Mis negocios están prosperando y me complace contar con Michael entre mis amigos.

Ella lo miró con el ceño fruncido, como si no lo creyese. Y no era de extrañar ya que él no hacía amigos fácilmente porque siempre estaba trabajando.

Tal vez había cultivado la amistad de Michael para tener acceso a la prima de Elisabeth, Freya. Porque cuando Elisabeth lo dejó en París, sencillamente desapareció. Y, para él, acostumbrado a llevar el control de su mundo, la desaparición de Elisabeth había sido como caer por un precipicio. Solo a través de Michael supo que ella estaba bien, viviendo en lugares lejanos.

No había tenido reparos en utilizar su amistad para organizar aquella reunión. Además, Michael lo había entendido.

–¿Es por eso por lo que estás aquí, Jack? ¿Para apoyar a tu nuevo mejor amigo?

–Naturalmente. ¿Qué otra razón podría tener?

«Quiere que hayas venido aquí por ella».

Bess sacudió la cabeza, sin dejar de mirarlo a los ojos.

–El Jack Reilly que yo conozco nunca actúa por razones sentimentales. Siempre hay alguna ventaja que obtener, un trato que cerrar o una persona importante a la que conocer.

Esas palabras le dolieron, aunque no debería ser así. Él no se disculpaba por ser un hombre ambicioso, por eso tenía tanto éxito. Sin embargo, ella hacía que pareciese moralmente cuestionable.