La imaginación y el arte en la infancia - L. S. Vogotsky - E-Book

La imaginación y el arte en la infancia E-Book

L. S. Vogotsky

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"«Pascal decía que la imaginación era una maestra muy pícara. Goethe dijo de ella que era la precursora de la razón. Ambos decían verdad.» Ahora bien, ¿en qué consiste exactamente la imaginación y en qué se diferencia la creatividad del niño de la del adulto? ¿Y cuáles son las líneas maestras de su desarrollo en la edad infantil? En un estudio pionero de la mejor divulgación científica, L. S. Vigotsky (1896-1934) examina la imaginación infantil a través de la escritura literaria, las representaciones teatrales –el dominio de la palabra escrita y hablada, respectivamente– y el dibujo. Y lo hace con una rotunda voluntad didáctica que explica el que tantos padres, madres y educadores sigan hallando, en las páginas de este «ensayo psicológico», una información práctica y teórica no sólo valiosa, sino sugerente y muy útil para la praxis educativa. Como expone Carolina del Olmo en el prólogo preparado para la presente edición, la imaginación infantil, tal como Vigotsky la concibe, y el papel que concede para su desarrollo a la escuela, en cuanto lugar de aprendizaje y experimentación por excelencia, no han perdido un ápice de actualidad."

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Akal / 50 aniversario

L. S. Vigotsky

La imaginación y el arte en la infancia

Ensayo psicológico

«Pascal decía que la imaginación era una maestra muy pícara. Goethe dijo de ella que era la precursora de la razón. Ambos decían verdad.» Ahora bien, ¿en qué consiste exactamente la imaginación y en qué se diferencia la creatividad del niño de la del adulto? ¿Y cuáles son las líneas maestras de su desarrollo en la edad infantil?

En un estudio pionero de la mejor divulgación científica, L. S. Vigotsky (1896-1934) examina la imagi­nación infantil a través de la escritura literaria, las representaciones teatrales –el dominio de la palabra escrita y hablada, respectivamente– y el dibujo. Y lo hace con una rotunda voluntad didáctica que explica el que tantos padres, madres y educadores sigan hallando, en las páginas de este «ensayo psicológico», una información práctica y teórica no sólo valiosa, sino sugerente y muy útil para la praxis educativa.

Como expone Carolina del Olmo en el prólogo preparado para la presente edición, la imaginación infantil, tal como Vigotsky la concibe, y el papel que concede para su desarrollo a la escuela, en cuanto lugar de aprendizaje y experimentación por excelencia, no han perdido un ápice de actualidad.

Lev S. Vigotsky nació en 1896 en el seno de una próspera familia judía de ocho hermanos en Orsha –hoy, Bielorrusia–, en los confines occidentales del Imperio ruso. Poseedor de una sólida formación humanística y en ciencias sociales, los intereses intelectuales del joven Vigotsky acabaron decantándole hacia una ciencia experimental que daba entonces sus primeros pasos, la psicología. A ella consagró un número asombroso de investigaciones –buena parte de las cuales permanece aún hoy inédita– en poco más de una década; Vigotsky fallecería en 1934 consumido por la tuberculosis, enfermedad que padecía desde 1919.

Entre las obras publicadas en Ediciones Akal de quien fue asimismo llamado el «Mozart de la psicología», figuran Teoría de las emociones (2004) y Psicología y pedagogía (Vigotsky et al.,2004).

Maqueta de cubierta

Jorge Betanzos y César Enríquez

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Primera edición en Akal, 1982

© del Prólogo, Carolina del Olmo, 2022

© de la presente edición conmemorativa, Ediciones Akal, S. A., 1982, 2022

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5520-4

PRÓLOGO

Carolina del Olmo

Hace ya años que es costumbre en muchas escuelas celebrar actos de «graduación» en el paso de educación infantil a primaria. Fue en la graduación de mi hijo pequeño, el año pasado, cuando tuve ocasión de conocer a la que había sido su maestra el último curso de la etapa: el coronavirus había mantenido a las familias lejos de los colegios y no nos habíamos visto hasta ese momento. Al terminar la ceremonia, la profesora iba de familia en familia, saludando. Cuando se acercó a mí tuvo lugar un diálogo bastante absurdo que recuerdo así:

Ella (sonriente).—Hola, encantada de conocerte. Todo muy bien con tu hijo. Un placer tenerlo en clase.

Yo (halagada).—Ah, me alegro, muchas gracias.

Ella (con gesto más serio).—Lo único… es que es un poco lento.

Yo (preocupada).—¿Lento de que le cuesta comprender?

Ella.—No, no, es muy espabilado. Pero es lento coloreando y tarda en acabar sus fichas.

Yo (estupefacta).— …

Ella (aún más seria).—Además, no presta atención a la caligrafía.

Yo (aún más estupefacta y farfullando).—Bueno, es que tiene cinco años…

Puede parecer una caricatura, pero juro que fue más o menos así. Nada más lejos de mi intención que generalizar. He conocido maestras magníficas, mucho más abiertas a la diversidad de intereses de los niños de cinco años. Pero lo cierto es que si tienes o has tenido hijos escolarizados en la escuela pública en los últimos, digamos, ochenta años, es probable que se te haya roto un poquito el corazón al ver cómo una institución de la que resulta difícil escapar (dejamos para otra ocasión la discusión de hasta qué punto puede resultar deseable hacerlo) coge a tu pequeño terremoto de tres años rebosante de ideas y lo sienta a hacer fichas hora tras hora, repasando líneas de puntos, coloreando, haciendo churros con plastilina… Sometido, en suma, al tormento de una disciplina impuesta a base de pura repetición y aburrimiento. Verdaderamente, es difícil no estar de acuerdo con eso de que la escuela mata la creatividad.

Últimamente estamos presenciando un resurgir bastante espectacular –y perfectamente comprensible, visto lo visto–, de las pedagogías innovadoras, que hacen de la creatividad y la imaginación su bandera. Los movimientos de renovación pedagógica que agitaron el panorama educativo español en las décadas de 1970 y 1980 fueron un intento democratizador colectivo, con talante crítico, impulso igualitarista y afán transformador que bebía de la mejor tradición de la escuela pública laica y republicana –esa que pulverizó el franquismo–. Hoy, en cambio, buena parte de las fantasías pedagógicas que triunfan cristalizan en torno a la figura del gurú de la educación que, con financiación del BBVA y apabullante terminología neurocientífica, viene a decirnos cómo hay que hacer las cosas para fomentar el máximo desarrollo de nuestras criaturas en la escuela.

Más allá de la caricatura, y dejando a un lado los proyectos heroicos que consiguen aprovechar los resquicios que deja la escuela pública para ofrecer una educación de calidad, atenta a las circunstancias y el entorno del alumnado y centrada en sus intereses, lo cierto es que todo parece indicar que vamos hacia una educación libre, significativa y creativa para las elites que puedan pagárselo, y una educación tan coercitiva, insignificante y repetitiva como siempre para el resto. Es posible que mi experiencia madrileña tiña de negro lo que solo es gris en otras partes de España, pero lo que percibo es la perpetuación de un sistema educativo público tremendamente infradotado e incapaz de paliar las desigualdades con las que las criaturas llegan al colegio, solo que ahora contaminado por una parte del léxico y los modos de hacer de las nuevas «escuelas creativas».

En este contexto y en este debate de «rabiosa actualidad» (yo, al menos, suelo salir rabiosa de las reuniones en el colegio de mis hijos), resulta de lo más refrescante leer un texto tan antiguo como este de Lev S. Vigotsky. Nacido en Rusia en 1896, Vigotsky es uno de los nombres más destacados de la psicología del desarrollo. Su tesis principal es que el desarrollo humano se produce siempre como fruto de la interacción social, y en el contexto de esta. Podría parecer una afirmación obvia, pero lo cierto es que tiene implicaciones de gran interés en muy diversos frentes. Con su énfasis en la interacción social viene a corregir un tanto el enfoque de Piaget, que seguramente prestó poca atención al entorno dialógico del aprendizaje al diseñar unas «etapas universales de desarrollo cognitivo» que, según decían las malas lenguas, solo se cumplían en sus nietos.

Entre otras cosas, las tesis de Vigotsky nos pueden ayudar a navegar esas aguas agitadas que encontramos cuando nos animamos a alejarnos de la tierra firme de la educación autoritaria, dirigista y repetitiva, de la educación como mera instrucción, como ese embutir ideas en una mente infantil supuestamente vacía. Y es que, al apartarnos de esa aburridísima tierra firme, no son pocos los que naufragan en las aguas del rousseaunismo más ramplón, que concibe la crianza y la educación como un mero acompañamiento al natural y libre despliegue de las potencialidades infantiles, que no debemos contaminar con ningún elemento cultural o civilizatorio que nosotros, adultos grises y echados a perder, podamos aportar. Por ofrecer un ejemplo sencillo y, de nuevo, de rabiosa actualidad: frente al sopor de las manualidades dirigidas y las fichas de colorear, no es raro encontrar talleres y escuelas de arte que se jactan de dejar que los niños «se expresen» con diferentes materiales, sin orientación alguna por parte de los «acompañantes adultos».

El caso del encuentro de Tolstói con las narraciones de los niños campesinos que analiza Vigotsky en las páginas de este libro resulta de lo más instructivo. En su artículo «Quién debe enseñar a escribir a quién: ¿los hijos de los campesinos a nosotros, o nosotros a ellos?», Tolstói avanzaba peligrosamente desde la fabulosa intuición de que la verdadera tarea del educador «no consiste en habituar apresuradamente al niño a expresarse en el lenguaje de los adultos, sino en ayudar al niño a elaborar y madurar su propio lenguaje literario» hasta una postura que Vigotsky califica de reaccionaria, y en la que se refleja «la idealización de la edad infantil y la actitud negativa hacia la cultura y la creación artística que caracterizaba sus concepciones religiosas en el último periodo de su vida». En palabras del propio Tolstói, citado por Vigotsky, «nuestro ideal está en el pasado, no en el futuro. La educación estropea a la gente y no la endereza; no se puede enseñar ni educar al niño por la sencilla razón de que el niño está más cerca que yo, más cerca que cualquier adulto, del ideal de armonía, verdad, belleza y bondad hasta el cual, en mi soberbia, quiero elevarle».

Sin embargo, como bien señala Vigotsky, cuando se analiza los procedimientos que seguía Tolstói en las sesiones de creación literaria con su grupo de niños campesinos, se ve que lo que hacía era, precisamente, «darles educación literaria»:

Despertó en ellos formas de expresar sus vivencias y su enfoque del mundo que no conocían en modo alguno hasta entonces y, junto con los niños inventaba, construía, combinaba, les inspiraba, les planteaba temas, es decir, canalizaba en lo principal todo el proceso de su actividad creadora, les mostraba métodos literarios, etc. Y todo eso es educar, en el sentido más genuino de la palabra.

La comprensión justa y científica de la educación no consiste en modo alguno en inocular artificialmente en los niños ideales, sentimientos o criterios que les sean ajenos.

Vigotsky muestra nítidamente cómo la imaginación se desarrolla con el juego libre, pero también señala cómo se enriquece cuanto más amplias sean las referencias disponibles; es perfectamente consciente de que la imposición de temas empobrece la capacidad literaria de los niños, pero sabe también que las técnicas de expresión escrita tardan en adquirirse en comparación con la expresión oral y que hay ahí un amplio campo para el aprendizaje guiado y la instrucción; ofrece ejemplos brillantes de la exuberante imaginación infantil, pero advierte de cómo su funcionamiento desbridado conduce a resultados pobres en comparación con la creatividad más madura, que construye a partir de elementos extraídos de la experiencia y la formación.

Hace tiempo leí un reportaje sobre la falta de alcance de la imaginación de los niños que viven en comunidades con severa privación material. Cuando eres muy pobre y tu vida es un encadenamiento de duras tareas orientadas a la mera supervivencia, tu imaginación se resiente. Como quería citarlo, estuve un rato buscándolo –sin éxito– a través de Google, y todas las búsquedas que se me ocurrieron para dar con el reportaje me llevaban invariablemente a titulares del tipo «A estos niños no les importa la pobreza; les sobra imaginación» o «Cuando la imaginación es capaz de superar la pobreza». Lamentablemente, las cosas no son así. Vigotsky señalaba cómo «el ansia de crear se encuentra siempre en proporción inversa a la sencillez del entorno». Lo que significa, como alertan algunas voces críticas con esa vertiente espectacular de la innovación pedagógica actual, que si las cosas no se hacen bien corremos el riesgo de ver cómo la ventaja de partida de quienes nacen en entornos culturalmente estimulantes se refuerza exactamente igual o incluso más que con las aburridas y repetitivas técnicas de la educación más dirigista.

Finalmente, no quería dejar pasar la ocasión de señalar lo acertado y simpático que resulta, desde esta especie de presente neorromántico-liberal que habitamos, con su culto al Steve Jobs de turno, el énfasis de Vigotsky en la vertiente colectiva y casi siempre anónima de la creación:

Un gran sabio ruso decía que, así como la electricidad se manifiesta y actúa no solo en la magnificencia de la tempestad y en la cegadora chispa del rayo, sino también en la lamparilla de una linterna de bolsillo, del mismo modo existe creación no solo allí donde da origen a acontecimientos históricos, sino también donde el ser humano imagina, combina, modifica y crea algo nuevo, por insignificante que esta novedad parezca […]. Si agregamos a esto la existencia de la creación colectiva […] comprenderemos cuán inmensa es la parte que, de todo lo creado por el género humano, corresponde precisamente a la anónima creación colectiva de inventores anónimos.

[…] Suele hablarse tanto –dice Ribot– del vuelo libre de la fantasía y de la omnipotencia del genio que se olvidan las condiciones sociológicas de las que, a cada paso, una y otro dependen. Por muy individual que parezca, toda creación encierra siempre en sí un coeficiente social.

CAPÍTULO I

Arte e imaginación

Llamamos actividad creadora a toda realización humana creadora de algo nuevo, ya se trate de reflejos de algún objeto del mundo exterior, ya de determinadas construcciones del cerebro o del sentimiento que viven y se manifiestan solo en el propio ser humano. Si nos fijamos en la conducta del hombre, en toda su actividad, percibimos fácilmente que en ella cabe distinguir dos tipos básicos de impulsos. Podría llamarse a uno de ellos reproductor o reproductivo: suele estar estrechamente vinculado con nuestra memoria; su esencia reside en que el hombre reproduce o repite normas de conducta ya creadas y elaboradas, o bien evoca y revive las huellas de antiguas impresiones. Cuando recuerdo la casa donde pasé mi infancia o países lejanos que visité hace tiempo, estoy reproduciendo huellas de impresiones vividas en la infancia o durante los viajes. Con la misma exactitud, cuando dibujo del natural, escribo o realizo algo con arreglo a una imagen dada, no hago más que reproducir algo que tengo delante o que asimilé o elaboré con anterioridad. Todos estos casos tienen de común que mi actividad no crea nada nuevo, limitándose fundamentalmente a repetir, con mayor o menor precisión, algo ya existente.

Es fácil comprender la enorme importancia que a lo largo de la vida del hombre tiene la pervivencia de su experiencia anterior, en qué medida eso le ayuda a conocer el mundo que le rodea, creando y fomentando hábitos permanentes que se repiten en circunstancias idénticas.

Fundamento orgánico de esta actividad reproductora o memorizadora es la plasticidad de nuestra sustancia nerviosa, entendiendo por plasticidad la propiedad de una sustancia para adaptarse y conservar las huellas de sus cambios. Desde este punto de vista, diremos que la cera es más plástica que el agua o que el hierro, porque se adapta a los cambios mejor que el hierro y conserva mejor que el agua la huella de estos cambios. Solo ambas propiedades en su conjunto crean la plasticidad de nuestra sustancia nerviosa. Nuestro cerebro y nuestros nervios, poseedores de una plasticidad enorme, modifican fácilmente su finísima estructura bajo la influencia de diversas presiones, manteniendo la huella de estas modificaciones si las presiones son suficientemente fuertes o se repiten con suficiente frecuencia. Sucede en el cerebro algo parecido a lo que pasa en una hoja de papel si la doblamos por la mitad: en el lugar de la doblez queda una raya como fruto del cambio realizado; raya que propicia la reiteración posterior de ese mismo cambio. Bastará con soplar el papel para que vuelva a doblarse por la misma raya.

Lo mismo ocurre con la huella que deja la rueda sobre la tierra blanda: se forma una rodada que fija los cambios producidos por la rueda al pasar y que sirve para facilitar su paso en el futuro. De igual modo, las excitaciones fuertes o frecuentemente repetidas abren en nuestro cerebro senderos semejantes.

Resulta, pues, que nuestro cerebro constituye el órgano que conserva experiencias vividas y facilita su reiteración. Pero si su actividad solo se limitase a conservar experiencias anteriores, el hombre sería un ser capaz de ajustarse a las condiciones establecidas del medio que le rodea. Cualquier cambio nuevo, inesperado, en ese entorno que no se hubiese producido con anterioridad en la experiencia vivida no podría despertar en el hombre la debida reacción adaptadora. Junto a esta función mantenedora de experiencias pasadas, el cerebro posee otra función no menos básica.

Además de la actividad reproductora, es fácil advertir en el ser humano otra actividad que combina y crea. Cuando imaginamos cuadros del futuro, por ejemplo la vida humana en el socialismo, o cuando pensamos en episodios antiquísimos de la vida y la lucha del hombre prehistórico, no nos limitamos a reproducir las impresiones experimentadas por nosotros mismos. No nos limitamos a reavivar las huellas de pretéritas excitaciones llegadas a nuestro cerebro, nunca hemos visto nada de ese pasado ni de ese futuro, y sin embargo podemos imaginarlo, podemos formarnos una idea, una imagen.

Toda actividad humana que no se limite a reproducir hechos o impresiones vividas, sino que cree nuevas imágenes, nuevas acciones, pertenece a esta segunda función creadora o combinadora. El cerebro no se limita a ser un órgano capaz de conservar o reproducir nuestras pasadas experiencias, es también un órgano combinador, creador, capaz de reelaborar y crear, con elementos de experiencias pasadas, nuevas normas y planteamientos. Si la actividad del hombre se redujera a repetir el pasado, sería el hombre un ser vuelto exclusivamente hacia el ayer e incapaz de adaptarse al mañana diferente. Es precisamente la actividad creadora del hombre la que hace de él un ser proyectado hacia el futuro, un ser que contribuye a crear y que modifica su presente.

La psicología llama imaginación o fantasía a esta actividad creadora del cerebro humano basada en la combinación, dando a estas palabras, imaginación y fantasía, un sentido distinto al que científicamente les corresponde. En su acepción vulgar, suele entenderse por imaginación o fantasía lo irreal, lo que no se ajusta a la realidad y que, por lo tanto, carece de valor práctico. Pero, a fin de cuentas, la imaginación, como base de toda actividad creadora, se manifiesta por igual en todos los aspectos de la vida cultural posibilitando la creación artística, científica y técnica. En este sentido, absolutamente todo lo que nos rodea y ha sido creado por la mano del hombre, todo el mundo de la cultura, a diferencia del mundo de la naturaleza, es producto de la imaginación y de la creación humanas, y está basado en la imaginación.

Todo descubrimiento –dice [Théodule] Ribot– grande o pequeño, antes de realizarse en la práctica y consolidarse, estuvo unido en la imaginación como una estructura erigida en la mente mediante nuevas combinaciones o correlaciones. […]

Se ignora quién hizo la gran mayoría de los descubrimientos; solo se conservan unos pocos nombres de grandes inventores. La imaginación siempre queda, por supuesto, cualquiera que sea el modo como se presente: en personalidades aisladas o en la colectividad. Para que el arado, que no era al principio más que un simple trozo de madera con la punta endurecida al fuego, se convirtiese de tan simple instrumento manual en lo que es ahora, tras toda una larga serie de modificaciones que se detallan en las obras especializadas, ¿quién sabe cuánta imaginación se habrá volcado en ello? De modo análogo, la débil llama de la astilla de madera resinosa, burda antorcha primitiva, nos lleva a través de una larga serie de inventos hasta la iluminación por gas y por electricidad. Todos los objetos de la vida diaria, sin excluir los más simples y habituales, viene a ser algo así como fantasía cristalizada.