Los bosnios - Velibor Colic - E-Book

Los bosnios E-Book

Velibor Colic

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Beschreibung

Los Balcanes, años 90… He aquí la estremecedora novela de una época terrible. He aquí un libro de relatos emocionante y lúcido sobre los muertos de aquella guerra: lápidas, casi, más que capítulos. He aquí, también, la autobiografía de su narrador, un joven escritor bosnio convertido en soldado en medio del Apocalipsis. Los hombres y mujeres de cada bando, las palabras comunes (y las diferentes), las ciudades arrasadas… Y, escasos como diamantes, algunos pequeños gestos de bondad y ternura en medio de la barbarie. Son éstos, junto al bienvenido humor, los únicos momentos de "descanso" que tendrá el lector de esta obra maestra del dolor, de la vergüenza y de lo incomprensible, intensa y hermosamente desoladora como pocas. «Ante una de las escasas casas musulmanas del barrio serbio de Modriča descubrieron, en una mezcladora de cemento, el cadáver machacado de una niñita de nueve años, desnuda. Desde el principio de la guerra no había electricidad en Modriča, por tanto debían de haber hecho girar la mezcladora a mano.»  «Durante uno de los bombardeos de Sarajevo, Huso, a quien la alerta sorprende en la calle, se apresura a refugiarse en la bodega del edificio en el que vive. En el patio, se encuentra a su vecino Haso balanceándose en un columpio para niños. —¡Eh, Haso! —dice Huso, sin aliento—. Todo Sarajevo a punto de palmarla, y tú no encuentras nada mejor que hacer que columpiarte. Salva el pellejo mientras estés a tiempo… —Si no me estoy columpiando —responde Haso—, ¿no ves que estoy fastidiando a un francotirador serbio?»

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LARGO RECORRIDO, 45

Velibor oli

LOS BOSNIOS

TRADUCCIÓN DE LAURA SALAS RODRÍGUEZ

EDITORIAL PERIFÉRICA

PRIMERA EDICIÓN: mayo de 2013

TÍTULO ORIGINAL: Les Bosniaques

El propio autor ha decidido que Los bosnios se traduzca a partir de la versión francesa.

© Velibor Čolić, 2000

© de la traducción, Laura Salas Rodríguez, 2013

© de esta edición, Editorial Periférica, 2013. Cáceres

[email protected]

www.editorialperiferica.com

 

ISBN: 978-84-18838-92-7

 

La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

LOS BOSNIOS

 

 

 

 

 

Ave María, gratia plena... Ave María, reina de los croatas. Ave María por aquellos a quienes encerraron tras las alambradas. Ave María por el péndulo detenido en el campanario de la catedral. Ave María por el trigo y las perdices que en él se esconden. Por el espanto en los ojos, las orejas, las piernas. Ave María por los ángeles que cantan en el firmamento. Ave María por aquellos que combaten por su país al tiempo que le echan el ojo al de los demás. Ave María por el insecto que no se atreve a posarse en las alambradas. Ave María por las serpientes que tuvieron la sabiduría de meterse bajo tierra. Por el árbol, la piedra, el agua.

Ave María por la hoja muerta en la calle del rey Tomislav de Sarajevo, por esta ciudad que aún recuerda nuestros rostros.

Ave María por los jorobados, los tullidos, los hambrientos. Por el perro privado de su hueso. Por las mujeres, madres y amantes. Ave María por los soldados, de nuevo los soldados, como siempre los soldados... Ave María por la tristeza que me invade todas las noches. Ave María por la mañana, el día, el crepúsculo y la noche. Por la nieve y la lluvia. Ave María por junio, julio y agosto. Por las sombras sobre el oleaje. Por la tempestad que ahueca las velas. Ave María por los que se han ido, los que pronto se irán y por aquellos que se quedan.

AVE MARÍA POR LOS NIÑOS AÚN POR NACER Y LOS MUERTOS, PUES EL REINO DE LOS CIELOS LES PERTENECE.

Ave María por estas veintisiete ciudades mártires. Ave María por las novias abandonadas.

Ave María por Mary-Jane, mujer maravillosa, a quien mi amor no pudo bastar. Ave María y llena seas de gracia por Alexandra M., que se oculta en la calle de los príncipes abatidos.

Ave María por la Yugo, Alemania, Gran Bretaña, Francia...

Y ruega por nosotros, por todos nosotros, que estamos en el camino...

Campo de Slavonski Brod, julio de 1992

HOMBRES

MUSULMANES

La muerte es la descomposición de la materia, no del alma.

 

 

 

 

 

ADEM

Como el primer hombre, se llamaba Adem (Adán). Ninguno de nosotros conocía su apellido. Vivía con su madre a las afueras de la ciudad, en una casita de adobe. En su tierna infancia, Adem había sufrido el ataque de unas ocas que le habían dañado la columna vertebral. Desde entonces, no era más que un hombre a medias. Caminaba encorvado como el filo de una hoz, marcado —lo que constituye en Bosnia la mayor de las maldiciones, ya que a las personas estigmatizadas se las abandona en la calle—.

En la calle, allí estaba Adem el primer día de la guerra. Su cara de gorrión no podía comprender de qué se trataba. Preguntaba qué ocurría a sus conciudadanos, que se apresuraban en una u otra dirección y le respondían: «¡ES LA GUERRA, POR DIOS!». Él había oído hablar de la guerra a lo largo de sus cuarenta años de vida, se hacía una idea.

La ciudad se iba quedando vacía.

Por primera vez, Adem se dio prisa en volver a casa.

Allí, en su casa, se dio de bruces con unos extraños soldados; entendía su lengua, reconocía entre ellos a algunos de sus vecinos, pero no alcanzaba a comprender qué querían de él. Estaban ebrios; llenos de arrogancia y ebrios.

Le dieron una buena paliza.

No estaba en condiciones de suponer cuánta humillación, tanto para él como para ellos, representaba esta somanta de palos. Gemía despacito mientras se abatían sobre él sus puños sólidos y sanos, mientras respiraba su aliento a vino. Su joroba nunca había pesado tanto.

Cuando perdió el sentido caía la noche, la primera jornada de guerra en Bosnia tocaba a su fin.

Unos días más tarde, resultó que pasamos por los barrios de la pequeña ciudad, destruida por entero. Alguien tuvo la idea de ir a echar un vistazo a la casucha de adobe que, como de milagro, había permanecido intacta.

Nos asaltó un terrible hedor dulzón.

Por primera vez en su vida, Adem estaba erguido.

Estaba de pie contra la pared de su casa natal, empalado en una estaca. Le habían roto la columna vertebral para enderezarla.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, mayo de 1992

IBRO

El gitano Ibro se ganaba la vida vendiendo papeles viejos y botellas vacías. Poseía una desvencijada carretilla y varias generaciones de habitantes de Modriča lo habían oído, por la mañana, soltar su famoso: «¡Transportes de todo tipo! ¡Cargamos a muertos y vivos!». Vivía en una extraña choza, en una calle cercana al Centro de Salud. Tenía una mujer sordomuda y un hijo retrasado de unos quince años. El 17 de mayo, cuando el ejército serbio entró definitivamente en Modriča, el gitano Ibro se negó a huir, pese a ser musulmán. No mostraron piedad alguna con él. Los soldados serbios le cortaron el cuello, como a su mujer y a su hijo y, como en «tiempos de los turcos», plantaron las cabezas sobre las estacas de la empalizada que rodeaba la casa. Según nos contaron los testigos, en el patio había, sobre la mesa, una botella de raki y café recién hecho. Para dar la bienvenida a los militares, si venían.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, junio de 1992

ALMA

La llamábamos Alma, simplemente. Tenía siete años y vivía de la caridad, brutal y voluble, de los borrachos a los que vendía flores y su sonrisa de niña en los cafés.

La primera bala que un francotirador disparó desde lo alto de las colinas alcanzó en plena garganta a esta abejita diligente y desenvuelta.

Conseguimos enterrarla.

En el parque, en las traseras de la mezquita de la ciudad, alguien escribió con un rotulador negro, sobre una delgada plancha de madera colocada ante el túmulo de tierra recién removida, estas sencillas palabras: ALMA (1985-1992).

Cuando nos batimos en retirada, la misma mano anónima olvidó una rosa roja sobre la pequeña tumba.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, mayo de 1992

HASAN

El último pensamiento de Hasan P., mientras los serbios, en el patio delantero de su casa, se esforzaban por romperle los brazos y las piernas a golpes de barra de acero, fue para su hijo de doce años, Titomir, nacido pocos días después de la muerte del gran presidente yugoslavo.

Aquella mañana, cuando los soldados serbios entraron en el barrio musulmán de la pequeña ciudad de Modriča, Hasan P., sentado en el banco que había delante de su casa, bebía raki, que había puesto en el pozo para que se refrescara. Estaba perfectamente tranquilo y sólo algo achispado cuando se levantó para abrir el portón a cuatro militares serbios.

Éstos no tenían nada particular que reprocharle. Hasan P. tuvo el tiempo justo de exhalar un suspiro desgarrador, de emitir un grito ronco que cubrió el estruendo de los cañonazos antes de que las barras de acero teñidas de sangre se abatieran sobre su cuerpo crucificado por el espasmo de la agonía. La sangre de Hasan Pozderac, al manar y humedecer el polvo del patio, tenía el color de la herrumbre. Según afirman los testigos que pasaron por aquella calle destruida unos días más tarde, por completa casualidad, el ejército serbio, los hombres de las barras de acero, seguía dándose un festín bajo las parras, tras el portón cerrado.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, mayo de 1992

ŽIGA, EL ACORDEONISTA

Žiga el acordeonista, juerguista, perezoso y vagabundo, murió al cruzar la calle, cuando un obús se llevó por delante su cabeza.

Hasta aquel instante funesto, había vivido su vida en una especie de alegría onírica: cantaba viejas canciones bosnias con su voz quebrada, acompañado de su acordeón, en pequeñas tabernas llenas de humo y efluvios alcohólicos. Las bebidas fuertes, el trato con las mujeres fáciles y sus confusos sueños de borrachín habían arruinado la salud de este ladronzuelo y timador que en ocasiones se daba al juego. Los primeros días del bombardeo de Modriča, Žiga el acordeonista recorría las calles, solo y cegado por la embriaguez. Una suerte loca le permitió escapar a la lluvia destructiva que caía de las colinas.

Justo antes de que lo mataran, Žiga el acordeonista, por fin sobrio, había decidido refugiarse en una bodega. Se le había visto abandonar el Café de la Ville, en ruinas, y correr, cual extraña y torpe avecilla, buscando amparo.

Cuando ya no le quedaban más que tres pasos para ponerse a cubierto, su cabeza chocó contra el firmamento, por primera y última vez en su vida, y voló en pedazos bajo la mirada de sus conciudadanos.

Todo sería mucho menos extraño —tanto esa muerte como las que siguieron a lo largo de aquella sangrienta primavera en Bosnia— si no hubieran encontrado, al recoger su cadáver en un momento de tregua de los cañonazos serbios, una botella de cerveza intacta en su mano crispada.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, mayo de 1992

MAID

Cuando el soldado bosnio Maid Š. saltó del camión, en las ardientes tinieblas, le pareció que una mano, como enmudecida por voluntad divina, lo levantaba del balasto esparcido a lo largo de las vías del ferrocarril que llevaba a Belgrado y lo proyectaba contra un muro ciego, membrana de dolor sembrada de destellos de su conciencia desfalleciente.

El soldado bosnio Maid Š. cayó sobre una señal en forma de cruz. En aquella noche infernal del día de San Antonio de Padua, perdió para siempre el uso de su brazo derecho y de su pierna izquierda. De hecho, a consecuencia de una severa lesión de la columna vertebral, aquellos miembros quedaron paralizados.

Donji Kladari, Bosnia-Herzegovina, junio de 1992

SENAD

Mientras volvía de montar guardia, Senad O. se detuvo ante la casa de su vecino para pedirle un vaso de agua. Éste, Hazim, acompañado de su hijo Bego, acababa de salir al patio, con una jarra de agua fresca en la mano, cuando un obús cayó entre ellos.

Se oyeron dos explosiones, porque Senad O. tenía una granada de mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta de su uniforme.

Cuando acudimos a toda prisa, advertimos, a través del humo y el polvo, un gran agujero en lugar de su corazón.

Modriča, Bosnia-Herzegovina, mayo de 1992

HADŽIB, REY DE LOS GITANOS