Negociaciones privadas - Tori Carrington - E-Book

Negociaciones privadas E-Book

Tori Carrington

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Beschreibung

eLit 395 Troy Metaxas era un hombre de negocios muy atractivo. Nunca mezclaba los negocios con el placer… ¡hasta que conoció a su nueva abogada! Kendall Banks. Una abogada brillante. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por salvar a su familia de la ruina, por muy alto que fuera el precio. Inesperadamente, Troy descubrió que Kendall lo había traicionado tanto en los negocios como en el plano personal. Sólo uno de los dos saldría victorioso de aquella nueva batalla…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Lori Karayanni & Tony Karayanni

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Negociaciones privadas, n.º 43 - octubre 2023

Título original: Private parts

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411805612

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Les dedicamos este libro a todos los hombres que se creen inmunes al amor, y a todas las mujeres que se han propuesto demostrarles lo equivocados que están…

Y a nuestra magnífica editora, Brenda Chin, que de vez en cuando considera necesario advertirnos que debemos tener cuidado con los límites, ¡aunque nos anima de todo corazón mientras luchamos contra ellos!

1

 

 

 

 

 

—¿Y por qué piensas que no nos lo está pidiendo sólo para poder intervenir y echarlo todo por tierra?

Troy Metaxas miró a su hermano pequeño desde el otro lado de la mesa, con la taza de café a medio camino hacia los labios. Tenía que ser Ari quien hiciera aquella pregunta.

Dejó la taza y se recostó en el respaldo del asiento de cuero. La Cafetería Calidad estaba adornada para la Navidad; la propietaria, que luchaba por mantener a flote el negocio, tenía preferencia por los copos de nieve y los carámbanos, seguramente porque ninguna de las dos cosas abundaba por allí, en la costa oeste del Pacífico. Sobre su mesa había colgado un ángel blanco de papel maché que giraba lentamente.

A Troy se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que Manolis tuviera planeado hacer exactamente lo que había dicho Ari. Por lo menos, mil veces al día. Sin embargo, desde que el poderoso hombre de negocios griego había vuelto a ponerse en contacto con él, una semana antes, ofreciéndole una rama de olivo además del contrato que Troy había estado intentando cerrar… bueno, había tenido que escuchar la propuesta.

Sabía que se estaba metiendo en un terreno difícil. Sin embargo, aquel proyecto era muy importante para él. Después de que el aserradero de la familia cerrara, cuatro años antes, había empezado a sentirse responsable de proporcionarle a Earnest otra fuente de empleo e ingresos. Entonces, la suerte se había unido a la persistencia, y Troy había tenido una idea que merecía la pena poner en práctica: crear una nueva empresa de fabricación de unas placas solares que revolucionarían la industria por su capacidad de capturar más rayos, y que al ser de película delgada resultarían también más baratas de fabricar, de modo que estarían al alcance de más gente.

Una situación beneficiosa para todos.

Miró a su hermano.

—Siempre y cuando consigamos poner en marcha el proyecto, ¿qué más da?

—Entonces, ¿tu consejo es que sonriamos y aceptemos?

—Exacto —le dijo. Después se inclinó hacia él por encima de la mesa—. Mira a tu alrededor, Ari. La tasa de desempleo en Earnest es del treinta y cinco por ciento. Y sin contar a los residentes que han tenido que marcharse porque perdieron su casa o porque necesitaban encontrar trabajo en otra parte.

Su hermano paseó la mirada por la cafetería. Era miércoles por la mañana, y había muy pocas personas, cuando antiguamente habría estado llena de trabajadores del aserradero que iban a desayunar antes de empezar su jornada. Cinco años antes, el turno de noche estaría terminando y haría lo mismo antes de marcharse a casa.

—La mitad de los negocios que había alrededor de esta cafetería tuvieron que cerrar, y otro veinticinco por ciento corre el peligro de que le suceda lo mismo —prosiguió Troy—. ¿No crees que merece la pena sufrir un poco de incomodidad?

Troy no mencionó cuál había sido el motivo del fracaso de las negociaciones entre los hermanos Metaxas y Philippidis, seis meses antes. No tuvo que hacerlo; el motivo estaba sentado frente a él. Ari había seducido a la prometida de Philippidis la noche anterior a su boda con el magnate, y se la había robado. Aquélla era la razón por la que el negocio se había hundido.

Aunque a Troy le parecía que había ocurrido el día anterior, debía tener en cuenta que Ari estaba comprometido con Elena Anastasios, y que ella estaba entrando en el tercer trimestre de embarazo. Ya no era la novia infiel de Philippidis, sino la mujer que iba a convertirse en su cuñada y en madre de su sobrino o sobrina.

Ari cabeceó en aquel momento y dijo:

—Teniendo en cuenta todo lo que nos ha hecho ese desgraciado durante estos seis meses pasados, lo último que querría es asociarme con él. ¿Quién nos asegura que esto no es otra trampa? ¿Que no quiere que invirtamos los pocos dólares que nos quedan y luego volver a ponernos la zancadilla?

—¿Y si no es así?

Ari no parecía muy convencido.

—Mira, hemos agotado todas las demás posibilidades. O hacemos esto, o abandonamos definitivamente el proyecto. Y eso no es opción para mí. Además, esta vez sabemos con quién estamos tratando, y estamos preparados para lo que pueda hacer contra nosotros.

Ari miró el reloj. Troy estaba igual de impaciente que él. Quería que llegaran ya los otros tres hombres que iban a desayunar con ellos. Porque eso significaba que estarían mucho más cerca de la reunión que iban a tener con Philippidis un poco más tarde, aquella misma mañana, en las oficinas del aserradero.

La campana de la puerta sonó, y Troy miró hacia atrás. No era ninguno de sus tres compañeros de desayuno. Era una mujer vestida de negro, con unas mallas de correr y un jersey de algodón de la Universidad de Oregón. Estaba en forma, y llevaba el pelo rubio recogido en un moño en la nuca. Se quitó el jersey y dejó a la vista la camiseta.

Troy observó su figura curvilínea. Desde las pantorrillas, pasando por sus muslos firmes, las caderas redondeadas y más arriba, hacia sus pechos, que eran dos globos perfectos bajo la tela húmeda.

—¡Buenos días! —exclamó Verna, desde la ventana de la cocina—. Siéntese donde quiera.

A la recién llegada le faltaba un poco el aliento cuando le dio las gracias a Verna. Eligió la mesa que estaba detrás de Troy, y al pasar a sentarse estuvo a punto de tirarle el café.

—Disculpa —dijo ella.

—No te preocupes —respondió él.

Troy miró a Ari, y se lo encontró sonriendo.

—¿Qué?

Ari agitó la cabeza.

—¿He dicho yo algo? Porque creo que no.

Troy hizo un gesto de desagrado. ¿Desde cuándo era un delito admirar a una mujer? Sobre todo, teniendo en cuenta que hacía mucho tiempo que él no se permitía tal lujo. Por eso, y porque tampoco había tenido demasiadas oportunidades de hacerlo. Cuando uno vivía en la misma pequeña población en la que había nacido, y conocía a todo el mundo, era difícil mirar los pechos de una mujer y pensar en algo que tuviera que ver con el sexo. A Troy le parecía casi… incestuoso. Seguramente, conocería a su marido, a sus hijos, a sus padres y a sus abuelos. Además, ella tendría la costumbre de tomar cerveza demasiados viernes por la noche en el pub.

Aunque Troy tenía que admitir que últimamente había estado haciendo eso: devorar con los ojos a las mujeres del pueblo. ¿Cuánto hacía que no tenía una cita en condiciones? Demasiado tiempo. Y parecía que su cuerpo ya no estaba dispuesto a permitir que lo ignorara más.

En cuanto consiguiera cerrar aquel acuerdo, sacaría la agenda y llamaría a un par de conocidas de Seattle para salir con ellas. Se lo prometió a sí mismo.

—Oh, tu situación es lamentable, ¿no? —le preguntó Ari—. ¿Desde hace cuánto? —inquirió, arqueando las cejas—. Por favor, no me digas que desde Gail.

Troy lo fulminó con la mirada y se inclinó hacia él, diciéndole por señas que bajara la voz. Había muy pocos clientes en la cafetería, y seguro que la mujer que se había sentado tras él había oído lo que acababa de decir su hermano.

—Más tarde —murmuró.

—Bueno, ése es tu problema, hermano. Siempre lo dejas todo para más tarde. Reconoce que necesitas un buen revolcón.

La mujer tosió.

—Gracias —murmuró Troy—. Muchas gracias.

—Sólo era un comentario —dijo Ari, encogiéndose de hombros.

La propietaria de la cafetería, Verna Burns, se acercó a la mujer de la mesa de al lado y le ofreció café de la cafetera que llevaba en la mano. La mujer aceptó.

—¿Ari? —dijo Verna—. Dale las gracias a Elena por la bandeja de baklava que me envió, ¿de acuerdo? Se terminó en un abrir y cerrar de ojos. A todo el mundo le encanta.

Antes de que su hermano pudiera responder, sonó el teléfono, y Verna tuvo que ir a responder la llamada.

—¿Elena está haciendo baklava para la cafetería? —le preguntó Troy.

Ari dejó de sonreír.

—Sigue interesada en comprar el local.

—Y parece que tú no quieres.

—Vamos a tener un hijo dentro de tres meses. ¿Cómo va a cuidar del niño y ocuparse de este local?

—Las mujeres han estado haciendo ambas cosas desde el comienzo de los siglos, Ari.

—Sí, ya.

Troy notó que alguien le daba un golpecito en el hombro, y se volvió. Se encontró con la cara de diversión de su vecina de mesa. Tenía los ojos muy verdes, las mejillas sonrojadas y la boca carnosa y sonriente.

—Disculpa, ¿le importaría pasarme el azúcar?

Oh, sí, a él le gustaría mucho darle azúcar.

—Claro —dijo Troy. Tomó el azucarero de su mesa y se lo pasó.

—Gracias.

Troy se negó a mirar a Ari al darse la vuelta, pero oyó su risita.

—Ni una palabra —murmuró.

—¿Disculpe?

—¿Qué? Oh, lo siento. Estaba hablando con mi hermano.

—Ah, entiendo. Siento molestarle otra vez, pero, ¿hay leche en su mesa?

Troy tardó un instante en procesar su petición. Cuando se dio la vuelta, Ari estaba ofreciéndole la jarrita de la leche. Troy la tomó y estuvo a punto de derramar el contenido sobre la mujer, porque no estaba prestando atención.

—Disculpe —dijo.

—No ha habido ningún desperfecto, así que no se disculpe —dijo ella con una sonrisa.

—Bien hecho, habilidoso —le dijo Ari.

Troy lo fulminó con los ojos.

La mujer habló de nuevo.

—Bueno, supongo que como estamos tomando café juntos, será mejor que me presente —dijo, y extendió una mano esbelta—. Soy Kendall Banks.

Él le estrechó la mano.

—Yo soy Troy Metaxas. Y él es mi hermano Ari, aunque estoy pensando en repudiarlo.

Ella se rió mientras le estrechaba la mano a Ari.

—Ah, los famosos hermanos Metaxas. Me alegro de conocerlos.

—¿Es usted de por aquí? —le preguntó Ari.

—No, no. Sólo estoy de visita en el pueblo.

—¿Y se aloja en la pensión de Foss?

—Sí. ¿Cómo lo sabe? Bueno, no importa. Seguro que es la única de todo Earnest, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y de dónde es? —le preguntó Ari.

—De Portland.

Troy tenía ganas de meterle una servilleta en la boca a su hermano para impedir que siguiera con la conversación.

—Bueno, los dejaré que sigan desayunando. Ah, espere —dijo ella, y le tendió el azucarero y la jarrita—. Se los devuelvo. Gracias.

—Claro —respondió Troy, y puso ambas cosas sobre la mesa.

Por el escaparate de la cafetería, Ari vio a alguien que se acercaba.

—¿Es Palmer?

Troy siguió la mirada de su hermano y vio a Palmer DeVoe, una de las tres personas que iba a reunirse con ellos, además de Caleb Payne y Graham Johnson, el abogado de la empresa. Palmer salía de la tienda de Penelope e iba sonriendo y sacudiendo la cabeza mientras cruzaba la calle y se dirigía hacia la cafetería.

Cuando entró al local, Troy se levantó para saludarlo. Había jugado al fútbol con él en el instituto, pero más recientemente, Palmer había sido un competidor en los negocios. Hasta que había dejado su proyecto y le había ofrecido a Troy trabajar en su equipo.

Troy estaba convencido de que el último abandono de uno de sus colaboradores clave había influido en el cambio de actitud de Philippidis. Eso, y el hecho de que la madre de Caleb Payne, con quien había estado saliendo Philippidis últimamente, lo hubiera dejado en cuanto su hijo había puesto objeciones.

Fuera cual fuera el motivo, Troy se alegraba de poder asociarse con el griego. Era mejor tener un amigo receloso que un enemigo enfadado. Philippidis había puesto muchos obstáculos a su proyecto de reconvertir el aserradero en una fábrica de placas solares. Tantos, que Troy había estado a punto de abandonar.

Entonces, Philippidis se había puesto en contacto con él y le había pedido que concertaran una reunión para ver si, por fin, podían poner en marcha el proyecto.

La oferta había llegado en el mejor de los momentos.

Palmer asintió hacia la mujer que estaba detrás de Troy y se sentó junto a él.

Ari sonrió. Troy hizo un gesto de consternación.

—¿Dónde están Caleb y Graham? —preguntó Palmer.

—Llegarán en cualquier momento.

Alguien abrió la puerta de la cafetería nuevamente.

—Hablando del rey de Roma… Creo que acaban de llegar.

—Bien —dijo Troy.

Cuanto antes comenzaran a trabajar, mejor…

2

 

 

 

 

 

Tres horas más tarde, Troy estaba en su despacho con el teléfono pegado a la oreja. Intentaba convencer a un proveedor de que esperara una semana más al visto bueno de un pedido que había hecho medio año antes.

Apenas era consciente de su entorno.

Había crecido en aquel viejo aserradero. Se había escondido muchas veces debajo del escritorio de metal que había a su derecha, y que había pertenecido a su padre, y antes a su abuelo. Había apretado la nariz en las paredes de cristal de la oficina, y había jugado en la pasarela de metal y en las escaleras que daban al espacio abierto de abajo, donde estaba toda la maquinaria que trabajaba sin pausa, pero que en el presente sólo se conservaba por motivos sentimentales y que no tenía ningún uso real.

De vez en cuando, Troy percibía el olor a madera y se acordaba de tiempos pasados. Pero sobre todo, estaba concentrado en el futuro.

—Tendré que subir el precio —dijo el proveedor.

Troy se frotó los párpados cerrados. Al abrir los ojos, vio el sobre de la felicitación de Navidad que había recibido aquel mismo día. Era de su ex novia, Gail. Y de su ex mejor amigo, Ray. Que se habían casado, y que eran un matrimonio que enviaba felicitaciones de Navidad conjuntas.

—Mire —dijo Troy al teléfono—, mi secretaria me está avisando de que tengo que comenzar una reunión. Déjeme que vuelva a llamarlo un poco más tarde, o mañana a primera hora…

Rápidamente zanjó la llamada, y se quedó un momento inmóvil, recuperando la orientación mientras miraba fijamente la tarjeta. Últimamente, sus jornadas estaban llenas de llamadas de teléfono, y eso estaba empezando a pasarle factura. Había hablado hasta quedarse ronco, y se había dado con tantos muros que había llegado a pensar en comprarse un mazo.

—¿Listo? —le preguntó Ari desde el umbral de la puerta.

Troy miró a través del cristal. La sala de reuniones estaba al otro lado del pasillo. En medio había cinco despachos, también acristalados. Los participantes en la reunión estaban cerca de la sala, tomando café y hablando los unos con los otros.

Él ni siquiera se había dado cuenta, lo cual era decir mucho, porque habrían tenido que pasar por delante de su despacho.

Observó a Manolis Philippidis, que era el único que estaba sentado. Tamborileaba con los dedos en la mesa, y era el único que estaba sentado.

Troy tiró la felicitación a la basura y tomó una carpeta que le tendía su secretaria, Patience. Después, siguió a su hermano hasta la sala de reuniones.

Cuando terminó de saludar a los demás, se vio frente a Philippidis. Le tendió la mano, temiendo que el griego rechazara su gesto. Sin embargo, Philippidis se puso en pie y le estrechó la mano.

—Vamos a hacer negocios —dijo Troy, que se sentía mucho más ligero mientras tomaba asiento en la cabecera de la mesa.

—Siento llegar tarde —dijo una voz femenina desde la puerta.

Troy miró hacia ella y vio a una rubia muy guapa, de preciosas piernas, que entraba en la sala. Una rubia que le resultaba familiar.

Estuvo a punto de caerse de la silla al darse cuenta de que era Kendall Banks, la mujer de la cafetería. La vio saludar a Philippidis, y después al resto de los presentes, antes de presentarse ante él.

Aparte de su nombre, era la sonrisa atractiva lo que más la relacionaba con la mujer a la que había conocido un poco antes. Por lo demás, era distinta. Tenía el pelo suelto por los hombros, de un rubio dorado y cálido. Iba discretamente maquillada, y llevaba un traje de color morado, con la falda por encima de las rodillas, y zapatos de tacón.

Troy se tiró del cuello de la camisa mientras le estrechaba la mano.

—Hola de nuevo —dijo ella con una sonrisa—. Disculpen mi retraso —añadió mientras caminaba hacia el único asiento que quedaba libre—. El sheriff me paró por exceso de velocidad y… bueno, después sí que tuve que pasarme del límite, pero no importa.

Hubo algunas risas.

—¿Le ha puesto una multa Barnaby? —preguntó Ari.

Kendall sonrió.

—Claro que no.

Philippidis carraspeó.

—La señorita Banks será la persona encargada de preparar el documento del acuerdo —dijo—, dado que mis abogados habituales —añadió, mirando a Caleb y a Palmer— trabajan ahora para ti.

Troy no podía apartar la vista de Kendall, que se había sentado al otro extremo de la mesa. Por su forma de arquear la ceja, Troy pensó que ella no debía de saber el detalle que acababa de mencionar Philippidis. ¿Significaba eso que tampoco sabía la historia que había tras sus negocios?

Ari fue quien carraspeó en aquella ocasión.

—¿Troy?

Troy pestañeó y miró a su hermano.

—Sí, muy bien —dijo. Abrió su carpeta y su secretaria comenzó a entregarle las notas que había impreso—. Si van a la página dos, párrafo cuatro…

 

 

Tres horas más tarde, después incluso de haber comido, Kendall estaba en la mesa de la sala de reuniones, rescribiendo notas que no necesitaba reescribir, haciendo tiempo para que se marcharan todos los demás participantes.

Por fin, Troy y ella se quedaron a solas.

Kendall cerró su carpeta de cuero lentamente y se apoyó en el respaldo de la silla, observando a Troy mientras él caminaba desde la puerta, donde acababa de despedirse de su hermano, hacia la ventana que daba a la maquinaria, a su derecha.

—¿Antes esto era un aserradero? —preguntó ella.

Aunque, en realidad, Kendall estaba admirando más la figura de Troy con aquel traje azul marino que ninguna de las otras cosas que tenía a su alrededor.

Cuando se habían conocido en la cafetería, ella se había quedado asombrada por lo atractivo que era. Y la conversación que mantenía con su hermano antes de que llegaran los demás le había parecido sumamente divertida.

Así que no había ninguna mujer en la vida del señor Metaxas. Tampoco había ningún hombre en la suya. Su último novio la había dejado alegando que era demasiado atrevida, demasiado franca.

¿Cómo iba a saber Kendall que la madre de su novio no estaba al tanto de que él se había quedado en paro tres meses antes?

Bien, pues ya lo estaba. Y Kendall se había quedado sin pareja. Aunque no lloraba demasiado por ello. En realidad, sólo habían estado saliendo cuatro meses.

—Sí —dijo por fin Troy Metaxas, en respuesta a su pregunta, girándose desde la ventana—. Mi familia dirigió este aserradero durante un siglo. Tuvieron que cerrarlo hace cuatro años.

Kendall asintió.

—Me gusta que conserve la historia de su familia.

Ella había alejado un poco la silla de la mesa, y se cruzó de piernas despacio. Troy estaba a su derecha, de pie, y podía ver todos sus movimientos sugerentes.

Y no la decepcionó. Miró con atención sus piernas. Ella trabajaba mucho para mantenerlas en forma. Corría cinco kilómetros cuatro veces a la semana, así que sabía que eran fantásticas. Y no tenía reparos en usarlas para sacar provecho de ellas.

—¿Y cuánto tiempo lleva trabajando usted para Philippidis? —le preguntó él.

Ella arqueó las cejas.

—¿Cuánto? Bueno, ésa es una pregunta complicada.

Troy esperó.

—Verá, yo no trabajo directamente para Manolis. Él me ha traído a esta reunión para llevar la documentación de este proyecto en concreto.

Kendall no entendió el gesto de escepticismo de Troy.