Norte - Valeria Naya - E-Book

Norte E-Book

Valeria Naya

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Beschreibung

¿Qué pasa cuando la vida nos enfrenta a un desafío? ¿Y si la brújula nos muestra un rumbo diferente, un viaje de descubrimiento? ¿Dónde encontrar el coraje y la pasión para empezar de nuevo? Emma y David viven, respiran, celebran la amistad y el amor de los hijos, cada uno en unpunto del planeta, pero el destino les tiene preparado un encuentro y ningún sentimiento volverá a ser el mismo. Cuando un beso apaga el mundo y el universo entero cobra sentido, hay que atreverse a dar el paso. El amor puede esperarnos en cualquier punto cardinal.

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Tu mirada se aclarará solo cuando puedas ver dentro de tu corazón. Aquel que mira hacia afuera sueña, aquel que mira hacia adentro despierta.

Carl Jung

Todas las personas felices se parecen, pero el camino en cómo llegan a serlo a veces es sinuoso, movedizo, incierto… y en ocasiones, doloroso. Sabemos, quienes hemos vivido unos años, que aquello que el dolor nos enseñó se presenta como un andamio que nos permite escalar y mirar desde diferentes perspectivas.

Sobre contar esas historias se tejió VeRa; sobre compartir libros que hacen bien, VR. Enhebrando los sentimientos puestos en palabras, tomamos el legado de Lidia María Riba para transformarlo en Premio y elegir nuevas voces, nuevas historias, nuevos autores.

Amores rotos y reconstruidos, amores diversos –no solo adversos–. Segundas y terceras oportunidades, descubrimientos de hombres y mujeres que crecen, evolucionan.

Historias que sirven para encontrar un lugar en el mundo, para contarnos un lugar en el mundo… que tal vez nunca fue el punto de partida, pero se va a ir pareciendo al punto de llegada.

Un año atrás, la posibilidad de este Certamen también era un signo de pregunta, pero empezamos a contarnos la historia, a creer en ella, a vivirla, a trabajarla, a construirla, y hoy presentamos al libro ganador del primer premio del Certamen VeRa: la novela Norte, de Valeria Naya.

Este libro hoy es una celebración de la palabra, del sentimiento y de la literatura. Poder contar una historia. Una historia de amor.

Marcela Aguilar

Directora editorial de VR

Prólogo

Tengo una confesión que hacer: soy de las que saltan los prólogos, en especial si preceden a una obra de ficción. Por lo tanto, prometo ser breve y no revelar cuestiones clave de la trama de Norte, el segundo libro de mi querida amiga y colega Valeria Naya, que tengo el honor de “amadrinar” con estas palabras que le dedicaré.

Mi primer contacto con Vale fue a través de un correo electrónico que me envió el domingo 5 de enero de 2014, y que todavía conservo. Allí me contaba que, después de años, no solo había vuelto a leer por placer –resultaba evidente lo feliz que esto la hacía–, sino que había recuperado el deseo de escribir perdido en el camino de la vida. De hecho, ya había comenzado a concretar el deseo, y tenía escritos los primeros capítulos de la que después sería su primera novela, Alma. Amor en la tormenta, que publicó en 2017.

La historia era decididamente original, ambientada en la inundación ocurrida en su ciudad natal de La Plata el 2 de abril de 2013, un desastre sin precedentes, en el que perdieron la vida centenares de personas. Valeria había elegido ese cruel escenario para crear una inolvidable historia de amor. Todavía recuerdo cómo me impresionó su capacidad descriptiva, que se verificaba desde los primeros párrafos, mientras nos relataba la tormenta acabada en tragedia. Era como estar ahí, viéndolo todo.

Valeria cuenta con la capacidad imprescindible en un escritor para decodificar con notable claridad las imágenes, los diálogos y, sobre todo, las emociones que habitan su mente empleando el lenguaje escrito, talento que volvió a manifestar en su nueva novela Norte, ganadora de la primera edición del Certamen Literario de Novela Romántica Lidia María Riba.

En Norte, Vale de nuevo nos ofrece una trama original, con dos protagonistas como Emma Graviotti y David Soto, que ya han dejado atrás “la flor de la edad” y que arrastran pasados dolorosos. El encuentro de estas dos almas desencantadas y heridas será inevitable. Lo que cabe preguntar es: ¿los conducirá por una senda de sanación y de recuperación de sus propias esencias? ¿O volverán a repetir los viejos esquemas de dolor?

Me atrevo a pronosticar que Emma se convertirá en una favorita de las amantes del género de la novela romántica. Es una mujer ordinaria, como podría serlo cualquiera de nosotras, que vive una experiencia extraordinaria, de esas que nadie rehusaría, solo que para acceder a una vivencia de ese tipo existe un secreto, una clave, una llave: se llama coraje. Cuando Emma toma una decisión que a muchas asustaría, la de cortar con el pasado doloroso y desmotivador, pero conocido, para lanzarse a la conquista de un presente que la haga sentir viva, es suficiente para transformarse en la heroína que buscamos cuando nos sumergimos en las páginas de un libro.

Otro pronóstico que me atrevo a realizar, más banal, pero divertido, es que Norte inspirará el turismo literario en la bella ciudad de Madrid, escenario de esta historia. Más de una lectora recorrerá sus calles buscando a los protagonistas entre los transeúntes, y no verán la fuente de Cibeles sin imaginar a Emma tomándose una selfie.

Por último, expresaré un deseo: que esta entrañable historia se convierta en un puente que sirva a quienes la lean para reencontrarse con su verdadera esencia, valiente y decidida, como la de Emma. Doy por descontado que la disfrutarán hasta la última página.

Y quién te dice, querida Vale, y tengas la suerte que tuve yo de que, gracias a tus libros, conozcas a un ser tan magnífico como vos, a quien me enorgullezco de llamar colega y amiga.

Florencia Bonelli

Junio 2022

Capítulo 1

Mientras esperaba en la sala vip el llamado por altavoces para embarcar en el vuelo que la llevaba a Madrid, Emma abrió el cuaderno de viaje que le había regalado Abril, su hija, unos minutos antes, al despedirse en el hall de Ezeiza. Sentada en esos sillones cómodos, con su café en mano, se dispuso a admirar el trabajo de su hija.

Abril era muy creativa. Estudiaba arquitectura y concretaba todo lo que imaginaba en proyectos que asombraban por lo originales y prácticos. Funcionalidad y estética eran sus valores.

–Te hice un regalo, mami. En realidad, pensaba dártelo en tu cumpleaños, pero me faltó tiempo. No es algo muy costoso ni de marca. Me gusta regalar cosas personalizadas. Y como eres tan Virgo que duele, no puedes hacer nada sin planificar y controlar todas las variables.

–¿Qué hiciste? Pero si en mi cumple, hace unos días, me diste la valija que estoy llevando.

–Porque sabía que la necesitabas, pero ese regalo iba acompañado de este otro, que no llegué a terminar. Se me ocurrió hacerte un cuaderno de bitácora muy especial. Elegí cada hoja, textura, color e imagen especialmente para ti. Espero que lo llenes de aventuras –dijo, la abrazó emocionada y, casi en un susurro, agregó–: A lo mejor, también con un nuevo amor.

–Abril Ferrero, no digas estupideces. Me conformo con hacer buenos amigos, viajar mucho y encontrarme conmigo misma –agregó Emma, aún conmovida, secándose las lágrimas.

–Bueno, ya verás que en la sección “Viajes” tienes para preparar listados de ropa, otra página para las cuentas de gastos, una más para anotar las posibles excursiones o puntos de interés, un bolsillo para poner pasajes y documentos.

–Gracias, hija de mi corazón. Te amo más que a nada, igual que a Gero. Son mis dos motores en la vida.

–Te amo, mamá. Y dale un abrazo a mi hermano por mí. Dile que lo extraño. Voy a ver cuándo puedo viajar a verlos. En cuanto tenga un respiro en la facultad, aparezco en Madrid.

–Te tomo la palabra. Y anótate en el plan de puntos de vuelo, porque vas a viajar seguido.

–Dale, ahora ve a la fila, a ver si llegas tarde. –Se abrazaron; antes de soltarse, Abril agregó–: El amor te puede encontrar donde menos lo esperes.

Una vez entregadas las maletas, solo con su bolso y el carry on a mano, se había trasladado a la sala vip de Iberia, cerca de la puerta 8, para esperar el llamado.

Miró el cuaderno. Era hermoso, con su espiralado en metal y papel reciclado. Observó con detenimiento la portada y contraportada. El motivo estampado era un mapa antiguo. Abrió la primera página y se encontró con la primera sección: “Datos personales”. Allí, y en varias páginas más, había un recorrido en imágenes y frases de la vida de Emma. Abril había seleccionado fotos de su niñez, adolescencia, juventud, matrimonio, los nacimientos de sus hijos, las situaciones importantes en la vida de los niños y la última foto que habían tomado de ellas dos con Gerónimo, antes de que él partiera a Madrid un año antes. Cada foto se acompañaba de un epígrafe, en algunos casos solo era la fecha y el lugar, pero en otros además se incluía una narración.

Los ojos de Emma, repletos de lágrimas, atestiguaban el camino en su propia vida. Había logrado mucho y había perdido también.

Se detuvo en la foto de sus padres: Elena y Benito. Los dos habían fallecido; su madre, cuando ella estaba embarazada de Gerónimo, y su padre, unos meses atrás, en el choque donde él manejaba y del que ella estuvo recuperándose durante un tiempo por las heridas sufridas. Los extrañaba mucho.

Necesitaba tomar distancia de todo y de todos. Hacía mucho que no sentía que vivía, sino que existía. Vivir y existir no eran lo mismo. Existía porque respiraba y porque comía de modo mecánico (de hecho, cada vez comía menos y su cuerpo mostraba una baja de peso que en otros tiempos hubiera celebrado). Ella, que era la reina de las pastelerías, había abandonado las confituras que elaboraba en el Hotel GV Internacional, donde trabajaba desde hacía diez años. Ya no sentía alegría cuando las preparaba. La mano izquierda, fracturada en el accidente, aún le dolía cuando usaba la manga de decoración.

Dio vuelta la página y se encontró con una foto de su casamiento. Qué hermoso vestido se había comprado para ese día especial, lástima que lo había quemado la noche en que le salió el divorcio. Tal vez, si lo hubiera publicado en las páginas de ventas online, hubiera recuperado algo de dinero y hubiera hecho feliz a alguna mujer. Tan feliz como ella no pudo serlo.

Marcos era un hombre atractivo, divertido y cariñoso. Eran muy jóvenes cuando se conocieron y se habían enamorado casi al instante; y ya maduros, cuando Emma descubrió que él le era infiel con una jovencita quince años menor. Dolida, lo enfrentó con rostro serio y le pidió la verdad. Marcos no le mintió:

–Sí, te pido perdón. Sé que te voy a lastimar mucho, pero necesito decirte que creo que la amo –lo dijo y se puso a llorar. La valentía le había alcanzado para confesar.

Tardó en recuperarse de semejante traición. Frente a sus hijos no hubo discusiones ni gritos. De manera civilizada, tramitaron un divorcio que terminó bastante rápido. Las noches de llanto y dolor solo las atestiguaban las paredes de ese dormitorio que los había cobijado en tiempos felices. La casa familiar quedó para Emma de común acuerdo. Y la había vendido apenas un mes atrás. Esa era la base que le permitiría iniciar una nueva vida en Madrid.

La página siguiente mostraba diferentes fotos y aventuras de Gerónimo. Qué bello bebé había sido. Y a sus veinticuatro era todo un hombre responsable. La informática siempre fue su punto fuerte; desde adolescente vivía conectado a la máquina, tratando de crear sistemas, de inventar algo que lo hiciera multimillonario. Estudió ingeniería en sistemas en la Universidad Tecnológica de La Plata, se recibió con un promedio altísimo y una empresa española le ofreció una pasantía. A los seis meses lo contrataron. Emma recordaba eso y se hinchaba de orgullo. Gerónimo había sido el de la idea del cambio de país. Incluso le consiguió un buen departamento en una zona hermosa de Madrid.

Volteó la carilla y se encontró con su princesa de Oriente: Abril. Desde muy pequeña era fanática de la única princesa de Disney que no usaba los tradicionales vestidos voluminosos, sino babuchas: Jasmine. Había visto Aladdín millones de veces, sabía los diálogos y las canciones de memoria. Abril era una luchadora, como la primogénita del sultán, por su derecho a elegir su propia vida. Y así lo había dejado en claro unos meses atrás, cuando Gerónimo y ella la convencieron de tomar la decisión.

A veces, el universo conspira a favor de quien lo necesita y no queda otra opción que abrazar la incertidumbre. Dar el primer paso no había sido fácil, para nada, pero cuando su mente estructurada aceptó el cambio de rumbo, se puso a organizar su nueva vida.

El GV Internacional pertenecía a una cadena hotelera española. Fundaron el primer hotel en Madrid y luego se habían extendido a varias de las ciudades más importantes del mundo. Los hoteles tenían un servicio de lujo en cuanto a comodidades. Emma era repostera y pastelera principal en el hotel de Buenos Aires, ubicado en la zona del Obelisco, monumento icónico de la ciudad. Cuando decidió cambiar de escenario, solo tuvo que tramitar un pase al hotel de Madrid y esperar a que hubiera una vacante. Seis meses después de haber presentado el pedido de traslado, le respondieron de modo afirmativo.

Miró su reloj. Se acercaba la hora, su vuelo estaba en horario y de un momento a otro comenzaría el embarque. Se había permitido un pequeño derroche: un pasaje en clase ejecutiva. Era la primera vez que lo hacía, siempre abarataban costos para viajar con sus hijos y su esposo. No protestaba: conoció muchísimos lugares gracias al ahorro. Pero comenzaba una nueva vida y quería mimarse. De eso se trataba todo el cambio, de cuidarse, de volver a disfrutar los pequeños placeres, de sentirse viva…

Buscó su pase de embarque en la cartera. Recordó a Sandra, la amiga que había sido su paño de lágrimas y le había dado refugio en los peores momentos. Ella la había llevado al psiquiatra y a terapia luego del divorcio. Tomó el celular y marcó su número mientras caminaba a la puerta de embarque:

–Sandrita ¿cómo estás?

–Hola, amigueta. ¿Ya estás por subir al avión?

–Sí, estoy con un pie arriba. Quería decirte que te quiero infinitamente, y que en todo este tiempo fuiste y eres una gran amiga. Sé que esta palabra es muy pequeña, pero significa mucho: gracias –la voz de Emma se notó emocionada.

–Ay. Me haces llorar. Te dije que no iba a despedirte a Ezeiza para no llorar y me haces esto. Te quiero tanto, amiga. Espero que seas muy feliz en España, te lo mereces. ¿Y sabes qué más te mereces?

–No, pero sospecho que me lo vas a decir.

–Que encuentres un gran amor, un español que te dé vuelta como una media, que te deje boqueando aire en la cama después de una noche de sexo salvaje.

–Eres tremenda, Sandrita –rio Emma–. Sabes que ya no me importan esas cosas.

–¿Estás loca, amiga? Estás viva. ¿Mira si te pasa como al personaje de la novela que leímos hace poco, Caballo de Fuego? Matilde conoce al amor de su vida en un vuelo a París. Estate atenta a quién se sienta a tu lado.

–Olvídate, Sandrita. Si sube un hombre como Al Saud, a mí me toca al lado su mayordomo o el chofer, que además es un señor mayor, panzón y pelado, casado y con nietos.

–No hables así, que el universo te escucha y te da eso. Pensemos en positivo. Decretemos para el universo: “Emma conoce al amor de su vida en España”, dale, repite conmigo.

–Amiga, tengo que cortar, te prometo que intenciono no bien llegue a mi asiento. Estoy por entrar a la manga. Te adoro.

–Bueno, te tomo la palabra. Este viaje va a cambiar tu vida.

–Antes de irme quiero que sepas algo que decidí.

–¿Qué decidiste? No me asustes

–No es para asustarse. Acabo de abandonar mis antidepresivos y los tiré al cesto de la basura. No quiero seguir tomándolos. Quiero una nueva vida libre de químicos que me alteren los estados –dijo mientras tiraba las pastillas en un cesto.

–¿Te parece prudente, amiga? ¿Lo hablaste con el psiquiatra?

–Lo hablamos en la última consulta. Me dijo que quedaba en mí tomar la decisión. Él me había bajado la dosis al mínimo. Decidió que siguiera un tiempo más por el tema del viaje, pero me advirtió que cuando me sintiera segura podía dejarlo. Y en este instante me siento preparada.

–Me parece una excelente decisión entonces. La aplaudo. Este viaje ya está cambiando tu vida.

–Sí, siento una energía distinta dentro de mí; por primera vez en mis cuarenta y cinco años me siento así. De todos modos, me llevo el teléfono de una psiquiatra española a la que mi médico me derivó por si necesito ayuda. Así que estoy segura.

–Excelente. Llámame en cuanto llegues a Madrid y estés en tu departamento.

–Gracias, amiga, así lo haré.

Se despidieron. Emma guardó el teléfono, miró por última vez el blíster abandonado en el cesto de basura y dio un paso hasta la mujer de la aerolínea que esperaba su pase de embarque.

El espacio asignado en clase ejecutiva era realmente inmenso. Emma se sentó en su lugar y empezó a revisar cada recoveco.

Cada asiento contaba con su pantalla. Junto al suyo, encontró una consola con el control de entretenimiento y los del asiento, que lo convertían en una cama. Ahí mismo descubrió los auriculares y el amenity kit. Parecía una niña en una juguetería, cada cosa que descubría la sorprendía y la ponía feliz.

Casi a su lado, pero del otro lado del pasillo, vio a un hombre bastante guapo. De unos cuarenta años, tal vez. Él no parecía sorprendido por todo lo que lo rodeaba. Acomodaba sus pertenencias sin prestar demasiada atención. Se sentó, se estiró. Luego debió captar el gesto de Emma y la miró. Ella se puso nerviosa, cerró los ojos y repitió el mantra que había acordado con Sandra: “Conoceré al amor de mi vida en España”. El hombre la miraba divertido:

–¿Temor a volar? –dijo.

–No. Mi miedo no es a volar. Es que empiezo una nueva vida –respondió.

–Pues, enhorabuena. Mi nombre es Álvaro Carreras. ¿Te mudas a España? –acercó la mano para saludarla. Era español. De pronto recordó la novela que había mencionado Sandra.

–Emma Graviotti, encantada –estrechó su mano–. A Madrid, sí. Tengo un hijo que está viviendo allí desde hace tiempo y he decidido mudarme, aunque no con él. No suele ser buena idea mudarse con hijos adultos.

–Es muy cierto –ambos rieron.

En ese instante, una mujer muy atractiva se ubicó en el asiento junto al de Álvaro. Acomodó sus cosas y se sentó.

–Corazón –llamó él a la mujer–, te presento a Emma. Se está mudando a Madrid, a por la aventura.

La desilusión de Emma casi no se le notó en rostro.

–Hola, Emma. Soy Merche. Qué valiente de tu parte la travesía que estás iniciando –saludó con una sonrisa–. Pues ya tienes dos vecinos a quienes consultar si estás en algún apuro. Nosotros vivimos en las afueras de Madrid.

–Encantada, Merche. Estoy emocionada. Y el universo me dice que voy por buen camino, fíjate que todavía no despegamos de mi país y ya tengo buenos vecinos –aflojó y se resignó a que el mantra no hubiera sido eficaz.

Despegaron a horario, y muy pronto les tomaron la orden de comida, que se detallaba en los menús que habían repartido luego del embarque. Comenzó el servicio con una copa de vino tempranillo de la zona de Rioja. Emma degustó el tinto.

–Anda, maja, brindemos por una nueva vida en Madrid –propuso Merche.

Los tres hicieron chocar sus copas. Unos minutos más tarde llegó la comida. Luego de comer, Emma se acomodó y bajó el respaldo hasta encontrar una posición cómoda que le permitiera conciliar el sueño.

Con algunos minutos de anticipación a la hora pactada, aterrizaron en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Los trasladaron en bus hasta la Terminal 4 Satélite, donde arribaban los vuelos intercontinentales. Allí realizó los trámites de migraciones y recogió su equipaje. Se despidió de Álvaro y Merche, e intercambiaron sus números telefónicos.

Emma fue a la puerta de salida donde ya alguien la estaba esperando.

Capítulo 2

Gerónimo la esperaba con un gesto de felicidad. Emma salió empujando el carro con todo el equipaje y al descubrirlo se emocionó. Corrió hacia su hijo y se abrazaron muy fuerte.

–Hola, mamá, qué bueno es verte. Te he extrañado tanto.

–Hola, hijo de mi corazón. Igual yo, con tu hermana te extrañamos muchísimo.

Ambos hablaban sin soltar el abrazo. De a poquito, fueron aflojando el nudo humano y se miraron emocionados. Ella lo vio más adulto; algo en su semblante le daba la sensación de estar ante un hombre y no ante el hijo pequeño que había despedido en Ezeiza un año y meses antes.

Gerónimo la miraba con una sonrisa dibujada en el rostro. Su madre se veía más delgada, pero su mirada y su sonrisa transmitían felicidad, buena energía. Estaba preocupado por los mensajes de su hermana que lo alertaban sobre la profunda depresión de Emma. Había empezado con el divorcio. Ella jamás había hablado mal de su padre, pero Abril y él comprendían lo que había sucedido y con la muerte del abuelo la tristeza se había profundizado. Gerónimo veía algunos vestigios en su cuerpo y en la tonalidad nostálgica en sus ojos, pero en ese momento la percibía entera, decidida, saludable. Sintió alivio. Vivir del otro lado del mundo y recibir los mensajes de su hermana sobre la salud de su madre lo tenía muy preocupado; además sabía que Emma jamás lo preocuparía diciéndole que no estaba bien. Verla le daba tranquilidad.

–Mamá, estás hermosa. ¿Qué pasó en este tiempo? ¿Te pusiste de novia? –el joven hablaba mientras empezaban a caminar hacia el estacionamiento.

–Pero, mira que eres loco. ¿De novia? ¿Qué les pasa a todos con ese tema? –dijo, y lo abrazó.

–No tendría nada de malo, mamá. Eres una mujer joven, atractiva, y estás radiante. Ah, y por si fuera poco, estás libre.

–Sí, todos esos calificativos no sé si me caen a mí, pero el último seguro –bromeó ella.

Llegaron al auto, cargaron las maletas y salieron del aeropuerto. Era muy temprano, pero Madrid iba tomando vida lentamente, como si se desperezara en su cama y fuera despertando los sentidos.

Se dirigieron al apartamento que Gerónimo había señado. Solo faltaba que Emma firmara una serie de papeles legales y transfiriera el resto del dinero al dueño anterior, que se encontraba en el barrio Retiro, cerca de uno de los mayores pulmones de la ciudad.

El piso, como lo había llamado Gerónimo, era bastante grande y cómodo. Emma solo había pedido que tuviera dos habitaciones para cuando fuera Abril, así tenía un espacio privado. Se ingresaba a un pasillo, luego a una sala de estar con sillones y muy luminosa. Ese espacio era realmente armonioso, blanco, con sillones color gris oscuro y una mesita de café. También había varios muebles bajos en forma de cubos. Todo se veía muy cómodo y práctico. Ella observaba todo sorprendida; si bien Gerónimo había enviado fotos y había realizado una videollamada para mostrárselo, nunca había podido ver en realidad las dimensiones. Dejaron las maletas. Ella se sentó en el sofá de dos cuerpos y comprobó que era muy cómodo.

–Mamá, la cocina y la habitación te esperan. ¿No tienes intriga?

–Sí, hijo, claro que sí. Es que es tan espectacular este primer ambiente que no quiero irme –su sonrisa dejaba claro que le gustaba todo lo que veía.

–Vale. Disfruta –él también se sentó.

–Es una belleza, hijo. Vamos, sigamos.

Pasaron a la cocina. Los muebles de laqueado blanco, los electrodomésticos en plata. Todo estaba impecable y le daba un aire profesional. Una pequeña mesa en madera de haya. Sillas del mismo material.

–Me encanta. Todo el departamento es muy luminoso, pero la cocina, con esos ventanales altos, me parece increíble. Hijo, has hecho una excelente compra.

–“Hemos”, mamá. Yo lo vine a ver, pero tú me diste el okey. Equipazo. ¿Podríamos armar un emprendimiento inmobiliario para argentinos que se vienen a España? ¿A que sí? Vamos a ver tu cuarto.

La habitación principal tenía una cama king size, con sábanas y acolchado y algunos almohadones, todo en tonos beige.

–Hijo, qué buen gusto. ¿Elegiste todo tú?

–Me ayudó Milena, una compañera de trabajo y gran amiga. Sabíamos que vendrías y este primer día no ibas a poder ir a comprarte lo básico, así que fuimos a ikea y lo hicimos nosotros. Esta noche nos espera Mile a cenar. Te va a preparar una paella.

–Bueno, me encanta que sean tan previsores. La verdad, así da gusto migrar –expresó–. Y esa chica Milena ya me cae bien. ¿Seguro que es solo una amiga?

–Era raro si no me lo preguntabas, mamá. Cómo te conozco –Gerónimo se tomó la cabeza exagerando la sorpresa–. Eres una celestina de pura cepa, como tú dices. Somos a-mi-gos –remarcó cada sílaba.

–Tu mirada me dice otra cosa, hijo. Pero está bien, si todavía no quieres contarme, te respeto –Emma caminó alrededor de la cama, acomodando algo del acolchado que no era necesario arreglar.

–Esas cuestiones son propias de ti. No sé a qué te refieres cuando me dices “tu mirada dice otra cosa”, los ojos no hablan.

–Pues ahí te equivocas; los ojos dicen mucho más que la boca. Hay sentimientos que se transparentan en la mirada y eso tiene conexión directa con el corazón. Cuando nombraste a Milena, te iluminaste, pero ya verás qué te pasa con ella… o no –agregó haciéndose la misteriosa. Los dos se echaron a reír.

–Eres tremenda, te extrañé mucho –la abrazó con fuerza.

Recorrieron la segunda habitación, que tenía un escritorio pequeño y una cama de una plaza y media.

Lo que la dejó más enamorada fue la terraza, donde había sillas y una mesa pequeña. Ya se imaginaba desayunando allí, viendo a la ciudad despertar o dormirse.

–Hijo, estoy feliz. Venirme a Madrid es como un renacimiento. Sé que es muy pronto, pero siento una recarga de energía increíble.

–Migrar es difícil, mamá. Hay que empezar de cero en todo. No hay amigos que te esperen para darte una mano de manera inmediata, no conoces los lugares, los medios de transporte, los tiempos, las costumbres. El proceso no es nada fácil.

–Pues yo ya tengo algo muy importante de mi lado –dijo sonriendo y abrazándolo–: a ti. Aunque la ley de la vida indica que yo debería hacerte la vida más fácil, allanarte los caminos, lo que sucedió acá fue exactamente al revés. Hiciste todo eso por mí, Pochoclo.

–Uh, hacía años que no me llamabas así.

–Siempre fuiste “mi Pochoclo”, porque eras un niño repleto de rollitos que daban ganas de mordisquear, y además siempre fuiste un dulce.

–Gracias por recordarme mi sobrepeso infantil –bromeó él.

–Exagerado. Nunca tuviste sobrepeso. Eran rollitos normales en un bebé. Y yo disfrutaba de mordisquearte cada vez que te bañaba, y tú lo disfrutabas porque no parabas de reírte.

–Me gustaría aclarar que sí me allanaste los caminos. Que hoy estemos los dos aquí es tu responsabilidad, mamá. Si papá y tú no hubieran pagado mis estudios, y si tú no hubieras tramitado el reconocimiento de la ciudadanía italiana, no se hubieran abierto las puertas de Madrid. Así que la ley de la vida no se ha equivocado. Tú abriste el camino, yo solo ayudé con algunas cosas.

–Te adoro, hijo. Mil gracias por tu ayuda.

–Pues, esta mujer nueva tiene algunos trámites ineludibles por delante y seguro querrás acostarte a descansar un poco.

–Es cierto, volvamos a la cocina, preparo un café y me cuentas de esos trámites.

Caminaron abrazados hacia la cocina. Emma preparó dos tazas de café estrenando la hermosa cafetera de su nuevo paraíso culinario. Su hijo sacó de un cajón unos panes brioche con chispas de chocolate para acompañar la infusión.

Se sentaron en la terraza. Gerónimo llevó una carpeta que había preparado con el recorrido de los trámites de los días siguientes. Le explicó a su madre que lo primero que debían hacer era el nie, Número de Identificación del Extranjero, que se tramitaba en las oficinas de extranjería. Él había resuelto algunas cuestiones, pero debía presentar la documentación pertinente: su pasaporte italiano, una copia de su contrato de trabajo con la empresa hotelera, completar e imprimir un formulario y pagar un impuesto.

Disfrutaron el sabor de ese café mientras trabajaban en la computadora portátil de Emma y realizaban la primera parte de lo necesario para registrarse. Debía presentarse en el hotel en una semana, así que aprovecharían a dejar todo listo antes.

Luego fueron a hacer unas compras al supermercado y a una casa de celulares. Emma necesitaba un chip español. Compraron uno.

El joven la dejó en su apartamento y enseguida le envió un breve mensaje a Abril y a sus amigas, donde les contaba que había llegado bien a Madrid, ese era su nuevo número y pronto les escribiría con más noticias. A Abril y a Sandra les envió, además, fotos del apartamento y de ella con Gerónimo en la terracita.

Su amiga Sandra la llamó enseguida. Emma tomó el celular y se acomodó en la terraza. La ciudad estaba en plena acción, el sol bañaba la azotea, los sonidos propios de Madrid la rodeaban. Se sentó y atendió.

–¡Amigueta! –gritó Sandra. Emma alejó el celular de su oído y luego lo volvió a acercar–. Estaba muy preocupada. ¿Cómo fue el vuelo?

–Hola, amiga. Perdón que no me comuniqué antes. Hace un rato que fuimos con Gero a comprar el nuevo chip y por eso tardé. Por suerte el vuelo fue espectacular. Viajar en ejecutiva es lo máximo. Como dicen mis hijos, “es todo lo que está bien” –ambas rieron–. Todo increíble.

–Ay, Emmita, qué alegría me das. Cuéntame, ¿encontraste un “papurri”?

–¿Sabes que sí? Pero, como te lo había anticipado, a mí esas cosas no me pasan. Un muchacho bastante guapo, comprometido con una chica también hermosa. Charlé con ellos todo el viaje.

–Bueno, amiga, no desesperemos. Ya llegará. En algún lado debe haber un hombre increíble que te está buscando. Ya lo vamos a encontrar.

–Sandrita, no me desespero.

–Lo sé, lo sé. No quise decir que necesites un hombre para ser feliz. Pero sí está bueno tener un compañero de vida, alguien con quien festejar lo bueno y que nos ayude a soportar lo malo.

–Sandrita, he vivido acompañada. Mientras estuve casada con Marcos, viví lo que describes y luego lo perdí todo. Esa sensación de haber perdido por completo la vida no se la deseo a nadie. Todo lo que componía mi futuro, mi porvenir, se derrumbó. ¿Cómo hace un ser humano para sentirse vivo cuando no existen más que incertidumbre, inseguridad, soledad?

–Se rearma, encuentra nuevos proyectos y vuelve a caminar apoyándose en los afectos.

–Así es, amiga. Para seguir viva, primero hay que dejar de sentirse víctima del destino cruel. Lo importante no es lo que hayamos padecido, sino lo que hacemos luego con ello, lo que aprendemos. Lo que hemos vivido le ha pasado también a otra gente; el destino nos enfrenta a situaciones de las que debemos aprender.

–Y esas situaciones siempre ayudan a hacer limpieza, porque es ahí cuando una se da cuenta de quiénes son amigos de verdad. Cuando me separé, hace años, lo comprobé.

–Exactamente, fue todo un proceso para mí también, Sandrita. No soy la única que lo ha vivido. Pero gracias a eso pude aprender. Mi destino está en mis manos. Mi futuro, mi vida son el resultado de las decisiones que he tomado y que seguiré tomando. Y por ahora un hombre no está en mis planes; si aparece, estaré feliz de aceptarlo, pero no lo necesito para ser feliz. No sé si soy clara.

–Lo sé, la cultura nos ha acostumbrado a pensarnos en par para sentirnos plenos.

–Claro. Creo en el amor, pero también creo que el camino es el inverso. Yo debo sentirme plena, feliz conmigo misma, y luego, recién ahí, podré encontrar a ese otro ser que también se sienta pleno antes de conocerme.

–Me gusta escucharte, amiga.

–Pero es que es verdad. La cultura nos ha puesto el chip de que somos mitades y debemos encontrar la otra que nos haga sentir “completos”. Y yo, la verdad, me siento bastante completa sin estar con nadie. Cada una es una totalidad, un todo. Y la idea de estar en pareja debería ser complementarse, es decir, encontrar otra totalidad que junto a mí potencie su plenitud y la mía.

–Es difícil escapar de los mandatos. Me cuesta aún. La terapia ayuda tanto.

–Eso, y los millones de mujeres que trabajan en el mundo para cambiar estas visiones.

–Amiga, estoy tan feliz por esta decisión. Sé que me va a costar muchísimo no tenerte cerca, pero es lo mejor para ti.

–Bueno, espero que compres un paquete de llamadas ilimitadas, porque nos la vamos a pasar hablando por teléfono –bromeó Emma.

Unos minutos después hizo una videollamada con su hija, a quien le mostró cada recoveco de su nuevo hogar. Le comentó sobre su conversación con Sandra.

–El tema con Sandrita es que tuvo muchísimas parejas que no le aportaron nada a su vida, ni siquiera amor –aclaró Abril–. Si ella buscara relaciones sin futuro, y se planteara pasarla bien por un rato, lo que hace está perfecto. El problema es que piensa en encontrar al hombre de su vida de este modo y se encuentra con tipos que están en plan de divertirse. Y luego sufre.

–Lo sé. Me ha tocado levantar sus pedazos cada vez que la destrozan. Hoy la escuché más reflexiva sobre el tema.

–Estaba pensando que podría invitar a la tía Sandrita al próximo taller de constelación familiar que organice mi terapeuta Silvia. Estoy segura de que debe haber algún karma que la retiene en ese lugar del que no puede salir. ¿Qué te parece?

–Me parece una excelente idea, hija. No sé si aceptará. A mí me costó muchísimo decidirme, pero cuando me llevaste el año pasado me hizo tanto bien…

–¿Recuerdas tu resistencia al principio?

–Es que cuando no se conoce y te dicen de ir a una constelación familiar, lo primero que piensas es que se trata de estafadores.

–Y nada que ver. Nadie te preguntó ni un solo dato. Solo formulaste tu consulta al universo y la constelación familiar respondió.

–Y vaya que dio respuesta. Lo pienso y todavía se me eriza la piel –dijo, a la vez que se frotaba el brazo con piel de gallina.

–Es muy fuerte, sí.

–Fuerte y liberador. Porque la realidad es que la energía empezó a fluir y las cosas se me fueron dando casi de una manera natural. El trabajo, Madrid, lo de la casa, todo. Es como si el destino me diera lo que necesito.

–Así es. Entrégate al universo. Lo que deba ser será. Abraza la incertidumbre y trabaja muy fuerte para cumplir tus metas; el universo estará contigo.

–No lo dudo ni un segundo, hija.

Se despidieron y Emma se fue a bañar. Media hora después tocaba el timbre Gerónimo, que le indicaba que la esperaba con el auto en marcha. Compraron algunos pasteles para el postre, además de la botella de vino que llevaba Gerónimo.

El apartamento de Milena se encontraba en el barrio La Latina y hacia allí se dirigieron. Gerónimo realizó una recorrida para que su madre conociera el emblemático lugar. Emma observaba todo con ojos adánicos, sorprendida del ambiente bohemio, sus calles retorcidas y estrechas, las plazas anchas, los bares y los edificios antiguos. Esas calles guardaban la historia más antigua de la ciudad y se la susurraron a Emma en esa primera noche en Madrid.

Capítulo 3

Era una noche bastante calurosa todavía; el verano seguía estirando sus placeres. David Soto terminó su turno, se puso su borsalino negro, que había incorporado hacía años a su vestimenta, y salió. Trabajaba en la Guardia Civil, en la Policía Judicial específicamente.

Tenía 49 años y llevaba once divorciado. Volvía cada noche a su piso en Puerta del Ángel a cenar y dormir. Desde el divorcio, no había vuelto a enamorarse y establecía relaciones informales. No estaba dispuesto a poner el corazón de nuevo y sentir dolor cuando la relación fracasara. Su vida se repartía entre el trabajo, su hijo Francisco, de 26 años, con quien compartía además el ámbito profesional, y sus amigos. Las mujeres entraban de noche y salían por la mañana.

Ese día había sido una jornada laboral compleja. Habían comenzado a investigar un secuestro, así que cruzó tareas con su hijo. Francisco prestaba servicio en la Brigada de Homicidios y Desaparecidos del Cuerpo Nacional de la Policía, en Madrid, que se encargaba de los homicidios y las desapariciones que otras fuerzas policiales no habían podido resolver. Según el caso, se les pedía colaboración para acortar plazos de resolución. Esa había sido la situación de ese día: un joven empresario desaparecido. Encontraron su auto y dentro había rastros de sangre.

Decidió que comería algo en su restaurante favorito de La Latina. En la heladera había dos cervezas y algunos vegetales a punto de morir. Debía realizar algunas compras y cocinar, pero no tenía ganas de hacerlo. Al día siguiente, si tenía suerte, saldría del trabajo antes para ir al mercado.

Antes de subir al auto, mandó un mensaje al grupo de amigos de WhatsApp “Barones de la Cerveza”.

En camino a La Latina. Una caña bien helada junto a unas exquisitas tapas. ¿Alguien que se sume? No hay mejor plan que amigos y cañas.

Siguió caminando hacia su Seat León mientras escuchaba la entrada de respuestas. Conocía bien a su grupo: bastaba que uno diera el puntapié inicial para que el resto se uniera.

Antes de dar marcha al motor, revisó el teléfono. Antonio tenía cena familiar; César, una cita con una morocha ineludible; José Manuel no había visto el mensaje. El único disponible era Alfonso, que enseguida puso “Yendo”.

Era día de semana. Se alegró de que Alfonso fuese a compartir la cena; tenía ganas de charlar con alguien de cualquier cosa para olvidarse del trabajo. Ser investigador traía consigo una labor intensa de meditación sobre cada caso, había que revisar una y otra vez cada detalle y cada punta que se había encontrado para desarmar el ovillo. Necesitaba distenderse; dejar de pensar un rato en el hombre desaparecido, alejarse un tiempo de lo que investigaba y luego regresar le ayudaba a ver otras perspectivas. Alfonso era un gran amigo, además de tener una vida bastante divertida, así que estaba seguro de que iba a desconectarse de la investigación. Esas noches en que quería alejarse de su trabajo era cuando más extrañaba su vida familiar.

Hacía cinco años que Marina, su ex, se había vuelto a casar. Era feliz al lado de Goyo, un joyero que era un buen esposo para ella y siempre había tratado bien a Francisco.

David recordaba las cenas de cuando eran una familia. Escuchar las andanzas de Marina y su hijo se convertía en su escape de la oscuridad en la que vivía. Los hechos a los que se enfrentaba mostraban la mezquindad del mundo, los egoísmos, la falta de códigos. Si su vida laboral era la penumbra, la vida familiar era su luz, y hacía tiempo que la había perdido. Por eso necesitaba encontrarse seguido con sus amigos y con Francisco, con quien cenaba una o dos veces por semana. Esas reuniones eran una inyección de energía.

Se dirigió hacia el barrio La Latina, aparcó y decidió caminar. La noche estaba fresca y maravillosa. El cielo, completamente estrellado. Percibió que el celular vibraba por un mensaje. Era un texto de Alfonso donde le preguntaba en qué restaurante se encontrarían. David respondió con el eslogan del restaurante, uno que todos conocían “Que la inspiración nos pille comiendo”. El restaurante elegido era La Musa Latina. Alfonso comprendió el dato y respondió con un emoji con un guiño.

David llegó a la puerta de La Musa Latina y esperó a Alfonso. Cuando se encontraron, se dieron un abrazo y entraron. La barra informal que se ubicaba dentro del local estaba completa, así que decidieron ocupar una mesa en la terraza. Las vistas de la Plaza de la Paja eran increíbles esa noche. David se sacó el sombrero y lo puso sobre la silla a su lado.

–Todavía usas ese gorro de viejos. Ya te hemos dicho que te hace ver mayor, colega –insistió Alfonso.

–Amigo, amo estos sombreros. Son elegantes, me sientan de maravilla y me hacen lucir misterioso. Muchas mujeres me han pedido que lo usara cuando estábamos en la cama. Y, tú sabes, si ellas lo piden, debo dárselos –respondió bromeando David.

–Vale, vale. Entonces nos iremos a comprar esos panamás en equipo, a ver si todos las enamoramos como tú.

–Esta preciosura –dijo, mientras levantaba el sombrero– no es un panamá, sino un borsalino. Son de fieltro. Los panamás son de paja.

–Te has puesto purista de esos cascos… Me da igual el que sea, si cumple con el efecto.

Ambos rieron y terminaron de acomodarse. Enseguida se acercó el camarero para tomar la orden. No necesitaron ver la carta, tenían decididos los platos antes de entrar: una porción de bomba de patatas rellena de carne, tempura de langostinos, tortilla española. Beberían cervezas artesanales: David había elegido una Bastarda Ipa y Alfonso una Bastarda Lager. El camarero se retiró para preparar la comanda. Unos minutos después, regresó con las cervezas.

–Brindo porque ha sido un día demasiado intenso y está terminando –propuso David.

–Pues, vale, amigo. Bebamos porque lo hace de la mejor manera: con tapas, cañas y amigos. ¿A que sí?

–Así es; agradecido de que hayas podido venir, Alfonso. Necesitaba despejar mi mente.

–¿Qué caso de mierda te ha tocado investigar?

–Preferiría no hablar de eso. Ya te enterarás por la mañana en las noticias.

–¿Te ha tocado el caso de la desaparición del empresario? No lo puedo creer.

–¿No te digo? Ya salió, es claro. Sí, ese es el caso. Y hay muchas presiones. El tipo es influyente y desde arriba nos han pedido celeridad.

–¿Y tienen algunas pistas firmes?

–Amigo, no te ofendas, pero preferiría hablar de otros temas, quiero descansar mi mente de todo este embrollo. Hay pocas pistas. Necesito tomar distancia para aclarar mi enfoque.

–Pues, mira que eres raro. Para aclarar el enfoque en fotografía, suelen decir que hay que acercar, abrir más la lente. Y tú necesitas alejarte.

–Ya ves, cada uno tiene sus técnicas. Mis mejores fotos son las que he sacado a distancia, con calma, esperando el instante justo –mientras hablaba, David ubicaba los dedos índice y pulgar de cada mano formando un cuadro, intentando hacer foco para sacar una fotografía imaginaria.

De pronto, entró en el cuadro una mujer que lo deslumbró. La acompañaba un hombre más joven. Caminaba con gracia, moviendo sus curvas, pero se la notaba ajena al efecto que producían sus caderas al bambolearse por el paso. La cabellera castaña caía desordenada en ondas sobre los hombros. Ella hablaba y reía. David se quedó en silencio, con el gesto sorprendido, como si la pantalla que era su mente se hubiera apagado de pronto en medio de la frase.

Alfonso, que lo escuchaba atento, lo observó con curiosidad y siguió la trayectoria de los ojos que habían congelado su movimiento. Descubrió a la caminante que pasó sin notarlos.

–David, ¿me escuchas? ¿Qué pasó?

La voz de Alfonso pareció sacarlo de un trance. Las manos seguían formando el cuadrado de enfoque.

–¿Qué? ¿Qué dices?

–Tú qué dices. Me estabas contando lo de tu método para hacer enfoque y de pronto te quedaste helado. ¿Has visto un fantasma?

–Nada ha pasado, solo que me pareció ver a alguien conocido.

–Pues si ese alguien es conocido te voy a solicitar, colega, que me la presentes. Una mujer bastante seductora y tiene un andar muy sensual.

–Pero mira que eres loco, Alfonso. Me pareció alguien conocido, pero no lo era. Y si realmente lo fuera, no te la presentaría. Me guardaría el secreto de su identidad y del conjuro de su andar –bromeó David. A pesar de intentar distraer a su amigo, la buscó rápidamente para ver dónde se encontraba, si se había sentado en alguna de las mesas. Pero no la volvió a ver. La misteriosa mujer había desaparecido.

–David Soto se ha vuelto a enamorar.

–No seas pesado, ¿quieres?

–Pues que te he pillado mirando a esa mujer y he visto algo que nunca antes.

–Pues te equivocas.

–Puede ser, pero si fuera de ese modo te haría ver más humano.

–¿Cómo más humano? Explícame, que no comprendo. Si soy humano como tú y como todos, que debajo de la piel tengo sangre, venas, carne y músculos, como todos.

–Es que tu vida es tan solitaria, sin ninguna mujer que te acompañe… Pareces un tipo duro, casi un robot.

–Pues, venga, que no deseo que otra vez me destrocen el alma. Así que, cuando tengo ganas de compañía, llamo a alguna de las amigas que me ha dejado su número de teléfono. No voy por las calles de Madrid rompiendo corazones, prometiendo relaciones con las que sé que no cumpliré. Soy honesto. Quiero lo que quiero y punto.

–¿Y qué es eso que quieres?

–Una noche de pasión, placer, pero luego nos despedimos y cada uno a su vida.

–Puede ser que tú seas más honesto que nosotros. Pero yo puedo asegurarte que la he pasado de maravillas también… Y cuando creen que me están enamorando, se esmeran tanto por seducirme, por ser las únicas en mi vida, que no puedo lastimarlas y decirles que no lo lograrán, que este corazón no se enamora.

–¿Y tú eres el que dice haber reconocido la llama del amor en mi mirada? Déjame decirte, colega, que no eres una voz autorizada. No reconocerías el verdadero amor aunque lo tuvieras delante de tus narices –David le dio un gran sorbo a la cerveza, necesitaba sentir ese sabor intenso y amargo.

–Puede que sea así. En realidad, no lo busco, pero si me atropella una como esa fémina que pasó hace unos minutos, puedes quedarte tranquilo que no la perdería de vista hasta conseguir su número. Luego disfrutaría de ese cuerpo y la haría gozar del mío. Si el amor llega, pues nadie lo sabrá. El viaje seguro será divertido.

–Sabemos que amor y sexo pueden ir por separado. Uno puede tener buen sexo sin amar. La diferencia entre tú y yo es que yo establezco mis relaciones con claridad. Busco buen sexo, pasarla bien con alguien; no busco amor, reclamos, ni mentiras. Honestidad, sí. En cambio, tú les muestras una película, les das la idea de que habrá amor y solo quieres la parte del sexo de la ecuación. Por eso luego recibes reproches, enojos, y vives en mentiras.

–Sí, es cierto. Me encantan las mujeres enamoradas de mí, pero no logro enamorarme de ninguna.

–El amor, mi amigo, es un sentimiento muy complejo y simple a la vez. El amor del bueno es aquel que escucha en los silencios, que da apoyo, que pone el hombro para luchar juntos a la par, que ayuda, aunque no se lo pidan y que pide ayuda cuando lo necesita, que confía y que comparte. Eso es amor, así de complejo, y es simple a la vez: se siente o no. Yo ya lo viví, lo perdí, paso. Prefiero no arriesgarme.

–El que no arriesga no gana, dice mi amigo el argentino.

La frase de Alfonso le quedó resonando en los oídos. David quería volver a sentir, pero el miedo era más fuerte.

Y sí, la frase le enfocó el futuro: sin amor no había victoria.

Gerónimo quiso pasear por La Latina. Aparcaron el auto y rodearon un sector de restaurantes por la Plaza de la Paja.

–Dios mío, hijo, qué belleza de lugar.

–Se llama Plaza de la Paja, mamá.

–Pero qué lugar místico.

–Cuando vine por primera vez hice un free tour, y la chica que nos dio el paseo nos contó que esto era la antigua morería, era un arrabal situado fuera de la antigua muralla de Madrid. Las callejuelas adyacentes mantienen su antigua fisonomía. La inclinación de esta plaza se debe al barranco del antiguo arroyo de San Pedro.

–Me sorprendes, hijo. Recuerdas todos los datos.

–Es que estoy enamorado de esta ciudad. Además, en este tiempo, aprovechando mis días libres, he conocido muchas ciudades pequeñas y pueblos cercanos. Te encuentras con cada tesoro que te deja sorprendido.

–Me encanta. Ya conoceré yo también. ¿Has viajado con tu auto?

–Al principio me movía en tren y bus. Ahora que he comprado el auto, seguiré recorriendo motorizado. Aunque viajar en tren es cómodo.

–Es cierto, además, así se disfruta de cada detalle que se perdería al conducir. Y ya que sabes tanto de este lugar, cuéntame la razón del nombre tan curioso.

–Pues, verás, originariamente era el gran mercado de Madrid, pero esto fue en el siglo xiii, creo. El nombre se debe a la paja que se vendía en este lugar, entregada como diezmo al cabildo de la Capilla del Obispo.

–Hijo, amo que seas tan memorioso.

Caminaban a la par, recorriendo el lugar, observando cada detalle, el cielo oscuro como una cúpula pintada y decorada de estrellas luminosas. Todo tenía a Emma obnubilada. Gerónimo estaba feliz de haberla llevado a pie por esa zona.

Al llegar a la parte donde las terrazas gastronómicas invadían el espacio, debieron ponerse uno delante del otro por la estrechez del camino. Él se ubicó a la cabeza para guiar el recorrido.

Caminaron unos ciento cincuenta metros y llegaron al edificio de Milena. Gerónimo tocó el portero eléctrico y ella les abrió. Los esperaba con la puerta de su piso abierta y ella en el umbral.

–Hola, Mile, te presento a mi mamá, Emma –Gerónimo se acercó a su amiga y le dio dos besos en ambas mejillas, a la usanza española. Cuando él se separó, la joven sonrió a Emma.

–Hola, Emma, encantada de conocerla. He escuchado tanto de usted que es como si la conociera –dijo, a la vez que se acercaba para saludarla.

–Hola, Milena. Es un placer conocerte. Por favor háblame de “tú”, que me haces sentir muy vieja –respondió, mientras recibía sendos besos.

–Vale. Encantada de conocerte, Emma –corrigió Milena.

–Yo también –Emma continuó–. Muchísimas gracias por invitarme a conocer tu casa y cocinar para mí. Realmente significa mucho que me abras las puertas de tu hogar.

–El placer es todo mío. Me encanta cocinar para la gente que quiero y Gero es un gran amigo, así que la mujer que lo trajo al mundo, por propiedad transitiva, es mi amiga también.

–Me encantan las analogías que hacen los informáticos, todo relacionado con las matemáticas –bromeó Emma mientras entraban.

–Debo decir en mi defensa –empezó Gerónimo– que las matemáticas están en todas partes. El tema es que solo los que las amamos podemos identificarlas.

–Bueno, soy más de la poesía, de las novelas. O sea, no gastes tiempo en explicarle a una neófita en las matemáticas cotidianas. Entiendo su utilidad, pero de ahí a verlas en todos lados, hijo, ya me duele la cabeza.

Los tres rieron. Emma se quedó maravillada del pequeño apartamento decorado de modo minimalista. Gerónimo descorchó el vino que habían llevado, mientras Emma entregaba el paquete con confituras a Milena.

Sirvieron el tinto. Brindaron por un nuevo comienzo y luego Milena sirvió la paella, que estaba a punto. Los aromas de los mariscos, el pollo, el arroz especiado inundaban el lugar.

–Eso tiene un perfume, Mile, que invita a comerlo ya mismo –expresó Emma con expectación.

–Espero que les guste. Gerónimo ha comido otros platos tradicionales que he elaborado, pero no la paella.

–¿Y cómo aprendiste, Mile? Es raro que alguien tan joven y que no se dedica a la gastronomía haga comidas tan elaboradas –consultó Emma.

–Mi abuela. Ella amaba cocinar, era su forma de darnos amor. Era una valenciana bastante dura para expresar sus sentimientos. Tal vez no te diera un beso, pero apenas te veía entrar por la puerta, te ofrecía algo rico.

–Qué lindo suena eso, Mile. La gente mayor fue criada con estándares distintos, es cierto. Eran menos expresivos. Un buen plato de comida es una gran demostración de amor.

–Ella era gran cocinera. Tengo un cuadernito con sus recetas, aunque era muy celosa de ellas y me temo que ha escondido algún ingrediente, puesto que no logro que tengan el mismo sabor.

–Yo sospecho que te dio todos los ingredientes, pero la mano de la cocinera también le suma sabor. Mi mamá solía pasarme sus recetas; yo las seguía al pie de la letra, pero nunca logré que las cosas me quedaran igual –Emma recordó con nostalgia.

–Puede ser. Ahora ustedes dirán qué tal me ha salido esta paella.

Los tres dieron el primer bocado y, de manera automática, cerraron los ojos al sentir que sus bocas se inundaban de sabores y texturas. El arroz cremoso, a punto, con el sabor del azafrán, los mejillones, las almejas, los camarones, los langostinos y el toque de pollo eran una explosión para el paladar y las papilas gustativas. Era como estar a orillas del océano, pero seguir pegado a la tierra; una mezcla muy interesante.

–¡Niña! –expresó Emma–. Esto es un manjar.

–Está muy sabroso, Mile –confirmó Gerónimo.

–Gracias, me alegro mucho de que les guste. Estaba algo nerviosa, ahora podré relajarme – respondió la joven sonrojada.

La cena continuó entre charlas y consejos a Emma sobre qué lugares conocer en Madrid. Armaron un listado de los sitios que debía visitar antes de empezar a trabajar. Emma llevaba en su cartera el cuaderno de bitácora que le había regalado Abril y allí fue anotando los nombres, los medios de transporte que podía usar y los horarios más convenientes.