Studiolo - Giorgio Agamben - E-Book

Studiolo E-Book

Giorgio Agamben

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Beschreibung

El célebre filósofo traza su paraíso personal de obras de arte. Cada imagen aquí incluida se acompaña de un comentario de Agamben, en una galería que recorre 5000 años de arte, que el pensador transforma en eternamente presente. En los palacios renacentistas se llamaba Studiolo al pequeño salón donde el príncipe se retiraba a meditar o leer, rodeado de cuadros que amaba de modo especial. Este libro es, para Giorgio Agamben, una especie de Studiolo. ¿No son acaso una especie de paraíso las imágenes de las cuales cada uno de nosotros querría estar siempre acompañado? Un paraíso de los sentidos, sin duda, pero también y ante todo de la mente, si de lo que se trata en esas imágenes es algo que de otro modo no sería dado comprender. Cada una de las imágenes aquí reunidas, tienen su punto de partida en la mirada y se acompañan de bellísimos comentarios de Agamben, en los que se entrelaza la crítica, el análisis, la historia, la sensibilidad, la reflexión. Independientemente de su situación en la historia del arte, las obras aquí reunidas son consideradas clásicas y de ellas se intenta extraer una lección o un consejo. La apuesta en la que se basa todo comentario filosófico es, de hecho, que el tiempo en el cual la obra fue producida no coincide por fuerza con el de su legibilidad. Y si llamamos presente al instante en el cual una obra alcanza su legibilidad, las obras comentadas en este libro, aunque compuestas en un lapso que va desde 5000 a.C. hasta nuestros días, pertenecen todas por igual al presente, convocadas aquí y ahora en un instante eterno.

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Agamben, Giorgio

Studiolo / Giorgio Agamben. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021.

Libro digital, EPUB - (Filosofía e historia)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8388-63-2

1. Filosofía Contemporánea. 2. Historia del Arte. I. Título.

CDD 195

filosofía e historia

Título original: Studiolo

Traducción: María Teresa D’Meza Pérez y Rodrigo Molina-Zavalía

Editor: Fabián Lebenglik

Diseño: Gabriela Di Giuseppe

Maqueta original: Eduardo Stupía

Producción: Mariano García

1ª edición en Argentina

© 2019 Giulio Einaudi editore s.p.a., Torino

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2021

www.adrianahidalgo.com

Questo libro è stato tradotto grazie ad un contributo alla traduzione assegnato dal Ministero degli Affari Esteri e della Cooperazione Internazionale Italiano. Este libro ha sido publicado gracias a la contribución para la traducción del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Cooperación Internacional Italiano.

La editorial agotó todas las posibilidades de búsqueda de los derechohabientes de las imágenes consignadas en el interior de este libro y está a diposición en caso de haber omisiones involuntarias.

ISBN: 978-987-8388-63-2

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel

Índice
Portadilla
Legales
Advertencia
El viejo y el desnudo
Los pliegues del mundo
La dormición del arte
El lugar blanco de la pintura
¿Qué es la inspiración?
El cobertor y el mar
El pozo y el vacío
El ícono y la muerte
Un invierno en Dios
Sin más secretos
La cruz ausente
El arte de los umbrales
Belleza que cae
La mirada del hombre antiguo
El cuerpo de la luz
Lo cotidiano y el misterio
Los zuecos en Dios
La prehistoria, aquí y ahora
Hacer ver lo visible
Anatomía del ángel
La visión y el horror
Bibliografía
Listado de imágenes
Acerca de este libro
Acerca del autor

Advertencia

En los palacios renacentistas se llamaba studiolo al pequeño salón donde el príncipe se retiraba a meditar o leer, rodeado de cuadros que amaba de modo especial. Este libro es, para su autor, una especie de studiolo. ¿No son acaso una especie de paraíso las imágenes de las cuales cada uno de nosotros querría estar siempre acompañado? Un paraíso de los sentidos, sin duda, pero también y ante todo de la mente, si de lo que se trata en esas imágenes es de algo que de otro modo no sería dado comprender. Los textos que acompañan las figuras reunidas allí intentan, por ello, ubicarse dentro de la tradición del comentario, que no de la crítica y la historia del arte. No obstante, desde el momento en que un studiolo concierne en primer lugar a la mirada, los aspectos críticos –es decir, destinados a desbrozar el campo de los obstáculos que impiden la visión– no pueden no entrelazarse aquí y allá con el comentario. Se trata a pesar de ello de un comentario, lo cual resulta del hecho de que las obras, independientemente de su situación en la historia del arte, son consideradas clásicas y de que se intenta extraer de ellas una lección o un consejo, sin importar que los alumnos a los cuales se dirige sean los ojos o la mente de quien lee o que los lectores sean competentes o incautos, estén cerca o lejos del tiempo en que las obras mismas fueron realizadas. La apuesta en la que se basa todo comentario filosófico es, de hecho, que el tiempo en el cual la obra fue producida no coincide por fuerza con el de su legibilidad. Y si llamamos presente al instante en el cual una obra alcanza su legibilidad, las obras comentadas en este libro, aunque compuestas en un lapso que va desde 5000 a.C. hasta nuestros días, pertenecen todas por igual al presente, convocadas aquí y ahora en un instante eterno: paradisus anime intelligentis.

Los textos “¿Qué es la inspiración?” y “La cubierta y el mar”

se publicaron en la revista digital De pictura, de la editorial Quodlibet.

Giovanni Bellini, L’ebbrezza di Noè, óleo sobre lienzo, 103 x 157 cm

El viejo y el desnudo

La primera impresión es claustrofóbica, de falta de espacio: el cuadro no es pequeño, pero las cuatro figuras están como encerradas en una caja. La impresión aumenta debido a la ausencia de un fondo: los maravillosos paisajes, tan característicos de Bellini, aquí han sido reemplazados por un telón de densos sarmientos de vides, que apenas deja entrever una roca a la derecha y un palo a la izquierda. El pie derecho de Jafet y, sobre el lado opuesto, el dorso de Sem y el pie de Noé tocan el borde de la tela, como si esta hubiese sido intencionalmente cortada demasiado justa. El espacio, sí, pero incluso el aire parece faltar; no obstante la desnudez del viejo tendido en el suelo, con la cabeza apoyada sobre una piedra, emana una luz tan deslumbrante que de golpe la caja se abre de par en par, y olvidamos que hasta hace un momento casi no podíamos respirar.

Longhi, que fue el primero en atribuir el cuadro a Bellini, lo definió como una obra tardía, “la primera obra de la pintura moderna”, compuesta tal vez un año antes de su muerte, cuando el príncipe de los pintores venecianos miraba con curiosidad las lecciones de Giorgione y de su “creado” Tiziano. Quizás en el viejo ebrio, desnudo, expuesto al ridículo y, a la vez, a la piedad es posible que el maestro se representase a sí mismo y a los pintores que estaban por ocupar su sitio en la escena veneciana.

¿Cuál es –más allá de los indicios autobiográficos– el motivo del cuadro, qué intentó representar el pintor? Todos conocen la historia de Génesis 9, 20-27: el patriarca borracho ha sido descubierto en la tienda y el hijo menor, Cam, ve su desnudez y corre a contárselo a sus hermanos, quienes, avanzando de espaldas para no ver a su padre desnudo, lo cubren púdicamente con un manto. Es probable que Bellini, quien hasta entonces nunca había pintado una escena del Antiguo Testamento, no estuviese interesado en el contexto teológico de la escena ni en la maldición que condena a la esclavitud a los descendientes de Cam. El sujeto del cuadro es el cuerpo desnudo, un tema en el cual el artista casi nunca se había afianzado. Como se ha observado, el viejo está acomodado en primer plano como la Venus que Giorgione había pintado un tiempo atrás. Bellini sustituye la incomparable belleza de la diosa por el cuerpo de un viejo, de quien delinea con cuidado el vientre magro pero flácido, el pezón izquierdo bien visible y el ombligo hundido. Y mientras que en la tradición iconográfica del episodio bíblico la escandalosa desnudez del padre se entiende al pie de la letra y lo que el viejo muestra descubierto es ante todo el sexo, en el lienzo de Bellini los hijos malamente han cubierto con un borde del manto rojo que destaca el cuerpo del yacente, ese falo que Cam había visto y habría querido mostrarles.

Al escoger este tema, Bellini recordaría el altorrelieve que desde niño había visto en innumerables ocasiones mientras caminaba a lo largo de la orilla frente al Palacio Ducal. En el relieve, ubicado sobre la columna precisamente en la esquina sur del palacio, Noé es representado de pie, sosteniendo en una mano una escudilla de vino que derrama en el suelo (en el cuadro la escudilla se halla inclinada en la tierra en primer plano, con apenas un resto de vino). A su lado y por encima de él se retuerce un denso sarmiento, del cual el viejo borracho toma un racimo. Del otro lado de la esquina, justamente como en la pintura, Sem sin mirar al padre cubre su desnudez, mientras Cam, con un doble gesto de las manos, parece querer interrogarla.

El tema del cuadro no es, entonces, la desnudez, sino una desnudez que ha de ser cubierta. El viejo maestro no quiere rivalizar con las estupendas Venus de los jóvenes, nuevos maestros. La desnudez que muestra es la suya, la de un viejo que se ha desnudado en su obra y ahora quiere sólo ser cubierto, con un gesto sometido que apenas desplaza el borde de un paño rojo encendido por una luz albicante, que en poco tiempo más podría ser un sudario. Y no interesa si alguien ríe, como Cam, cuyo gesto que intenta frenar a los hermanos no es ciertamente hostil. Como se ha sugerido, el cuadro podría ser en realidad una Piedad, o, más aún, como lleva a pensar el plano inclinado en el cual Noé está acomodado, una Deposición en el sepulcro. Pero tampoco esto cuenta. Al viejo maestro le importa sólo el juego de las seis manos que parecen perseguirse y llamarse, las líneas horizontales de las rodillas y de los codos, y luego de nuevo ese rojo, que se jaspea de oro al contacto del cuerpo tan blanco, tan luminoso.

Jan Van Eyck, De Heilige Barbara van Nicomedië, técnica mixta sobre tabla, 32,3 x 18,5 cm

Firmado en el marco: Joh(ann)es De Eick me fecit

Los pliegues del mundo

La leyenda comienza como una fábula: “Había una vez en la ciudad de Nicomedia un hombre de nombre Dióscoro, ilustre por su nobleza, que descollaba por sobre todos por la abundancia de bienes temporales. Tenía una hija bellísima [speciosissima] llamada Bárbara. Su cuerpo era tan bello que su padre la amaba más que a ninguna otra cosa. Por esta razón hizo construir una torre altísima y allí la encerró, para que ningún otro hombre pudiese verla”.

En ese momento, la leyenda áurea quita la palabra a la fábula, la alegoría edificante sustituye a la narración fantástica. “La muchacha beata rebosaba de ingenio [ingeniosa] y desde tierna edad, abandonando todo pensamiento vano, se había puesto a pensar las cosas divinas [coepit divina cogitare]”. Al ver en un templo las estatuas de los dioses paganos que el padre veneraba, comprendió que ellos en realidad eran humanos y no divinos. Y puesto que los cuatro elementos de los que está hecho el ser humano no pueden hacerse a sí mismos, sino que son criaturas, de ello dedujo que debía existir un ser que los hubiese creado. Y sabiendo que había en Alejandría un hombre de nombre Orígenes, que educaba a los humanos en las cosas divinas, le escribió una carta comunicándole sus intuiciones y sus dudas. La respuesta del sabio no se hizo esperar: “Debe saber, muchacha, que el verdadero Dios es uno en la sustancia y trino en las personas, esto es, padre, hijo y espíritu santo”.

Y aquí la leyenda de Bárbara se confunde con la de la torre que el padre estaba haciendo construir para ella. Observando que los arquitectos, al seguir las indicaciones del padre, habían colocado dos ventanas en la torre, la joven solicitó con insistencia y logró que allí se abriese una tercera ventana. Y cuando Dióscoro preguntó la razón de esta intromisión, ella respondió: “tres iluminan el mundo y regulan el curso de las estrellas: el padre, el hijo y el espíritu santo”. El destino de la mártir en ese momento quedó sellado. Los incestuosos celos del padre se transformaron en furia homicida. Tras haberla hecho torturar con hierros ardientes en la esperanza de que se arrepintiese, Dióscoro primero encerró a su hija en la torre para luego conducirla a la cima de un monte y decapitarla, pero mientras descendía del lugar donde había consumado su delito un fuego celestial lo fulminó.