14 años de lujuria - Johan Erazo Necta - E-Book

14 años de lujuria E-Book

Johan Erazo Necta

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Beschreibung

No hay nada más importante en la vida que el amor. Aunque el amor se pueda manifestar de distintas maneras, todos sabemos, en el fondo, cuál es el amor más importante: el que crías junto con otra persona. Sin embargo, no es tan sencillo como conocer a cualquier persona por la calle y proponerle formar una familia: hay que buscar y buscar. En esa búsqueda perpetua está escrita nuestra historia, y la de Johan Erazo Necta no es distinta. En 14 años de lujuria vamos a conocer el camino que ha recorrido el autor por el amor. En esta ocasión, hemos de precisar que este amor es uno carnal, erótico y festivo, musical, juguetón, divertido, cariñoso y lleno de anécdotas que no se podrán olvidar. Muchos creen que este amor terrenal es el que no vale; no, al menos, al lado del amor platónico, esa adoración casi divina que nos han enseñado como el grado máximo de este arte. Nada más lejos de la realidad: para alcanzar el cielo, hay que pisar la tierra. Tocarla, rozarla, saborearla y trabajarla. Hay que caminar para correr y, luego, volar. Con un estilo desenfadado y una pluma certera a la hora de retratar cada encuentro amatorio, Johan hace que sus palabras se deslicen por el papel para presentarnos una parte importante de su vida. Gracias a su facilidad de palabra (cualquiera diría que están bien lubricadas con tinta), su relato vital se nos queda corto, con ganas de saber más sobre sus andanzas, pues son como una fuga momentánea hacia la felicidad; te acordarás, lector o lectora, de tus propias experiencias y, quizá, lances un suspiro, ya sea de melancolía o de envidia. Una cosa está clara: el amor nunca deja indiferente a nadie y este libro no es diferente. Larga vida al amor, ¡larga vida! 14AL

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Seitenzahl: 251

Veröffentlichungsjahr: 2024

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Johan Erazo Necta

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Fotografía: Christopher Rivadeneira & Kimberly Erazo

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-261-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

«Para KIMBO, la heroína de mi vida».

Yo soy el rey y tú, la reina,Bowie

.

A Zamora, Sucúa, Macas y Quito (Ecuador), ciudades de encanto que escribieron conmigo amatorio y telúrico.

Desde los cielos, sus pasos:

Pozito, pirito y el jefe.

Agradecimientos

A Rita Jáimez Estévez, por tu pasión en la lingüística y el vendaval vanidoso en letras…

A Angelita Tucupi «SHIRAM NUA», por tomarme y llevarme a escribir…

A Elena Necta Bernal «MADRECITA QUERIDA», quien, con amor, acompaña el viaje de mi vida.

PrÓlogo

14 años de lujuria te transportará a través de un viaje de atrevimiento, sugerencia y pasión, explorando los intrincados senderos de la vida, sumergidos en encuentros íntimos. Lejos de ser simplemente un relato carnal, el autor teje una narrativa profunda y conmovedora que va más allá de la mera sensualidad.

Descubrirás una historia desenfadada y carismática, donde cada página está impregnada de la esencia de momentos festivos, juguetones y musicalmente vibrantes. Johan, con un calibre certero y bien lubricada con tinta, nos sumerge en anécdotas que van más allá de la superficie erótica, llevándonos a reflexionar sobre la complejidad del amor y las conexiones humanas.

A través de la vida del autor, te embarcarás en una fuga hacia la felicidad, recordando sus propias experiencias, lanzando suspiros de amor y melancolía. Más que un sueño este amor con frenesí se delata como un elemento vital y necesario, lejos de la idealización del amor platónico.

14 años de lujuria es una oda a la tierra, a la pasión palpable, al trabajo que implica el amor verdadero.

¡Bienvenido a un viaje donde el amor se saborea y donde la vida se revela en toda su intensidad pasión y lujuria!

14AL

1. VIRGEN

Una vez, tuve un sueño de cuando nací. Ya más grande, ese sueño me hizo pensar que no alucinaba, que más bien era un recuerdo: yo tenía 14 años y repasaba mi historia, había nacido en la madrugada, veía a mi abuelita shuar, ella estaba ahí, al frente. Mientras me miraba, pensaba que algo pasaba conmigo, intuía que yo no quería venir a este mundo y vi que mi madre sufría sudorosa. Yo la escuchaba a pesar de la fuerte lluvia que golpeaba el zinc de aquella vieja cabaña de mi abuelo. No sé por qué, pero la veía de color cielo, tampoco sabía la hora, pero asumía que eran las 2 de la mañana: había terminado de nacer. Yo era más blanquito que la sábana que me cubría.

También recuerdo que había un reflejo, pero ignoro de dónde salía. Ahora sonreía mamá a pesar de su tristeza, porque había luz en ese diminuto espacio. No le molestaba que esa luz desarmonizara con el color de las tablas del techo. Yo sentía que ese pequeño mundo era el mío, latía por doquier, pero más allá de eso había mucha oscuridad en la habitación.

No nací en la ciudad. Afuera se expandía un azul nublado que arropaba a todo aquel pueblo pequeñito y perdido en medio de la Amazonía. Todo cantaba, desde su calor intenso hasta la tierra húmeda, los árboles y los pájaros. Sin embargo, algo raro ocurría, pero no entendí qué.

Escuché que mi padre era de Quito. Por cierto, no estaba en la casa; oí que estaba en un baile con su cuñada. Al menos eso fue lo que mi mamá le respondió a la abuela. Pero ese día no le presté atención a su ausencia.

Yo claramente sentía la presencia de un ángel, era una niña que rebotaba de alegría. Es como si la viera hoy en medio de la montaña. Preguntaba, agitada:

—¿Cómo es?, ¿cómo es?

Al ratito sentí su agitación porque me abrazó fuerte, pero con ternura… y sentí las manos de Dios. Era mi hermana Gina, había nacido 11 años antes… ¡Tan dulce como siempre! Ella aún mantiene esa luz y fue el motivo de la primera mía. Me dijo:

—Tienes pequitas blancas —Fue lo último que oí, pues aquel sueño se fue desvaneciendo. Ahora, después del tiempo veo una y otra vez esa misma escena en mi vida, creo que fue una realidad, tal como canta Óscar de la Rosa, vocalista del grupo La Mafia:

Y entre lágrimas, yo gritaba

porque en todo, tú eres el amor.

Traspasaste, el tiempo y la distancia

conjugaste, un solo corazón,

entregando, amor cuando se ama…

Y más que un sueño,

y más que la ilusión

como estrella, me llevas por tu cielo

tan inmenso, así es nuestro amor,

como aliento, que escapa de tus besos…

¿Qué pasó desde ese día? No sé qué tiempo transcurrió ni cómo, solo sé que fui un niño grande que llegó a la escuela. Pasaron los momentos de correr y jugar con la cara sucia y los zapatos parchados. Mi mamá seguía conmigo, me acompañó todos esos años. Luchó y trabajó sola… sola. Mi papá, de presencia intermitente, pasó a ser un recuerdo difuso: se fue hace fuuu; pero mi lucecita seguía ahí, ya con 20 años.

Yo empecé a crecer entre penumbras y atardeceres fríos en Quito, hablaba solo, pues me crie así. Solía caminar entre mi colegio y la ciudad, comencé a conocer sus parques, calles y recovecos, y también empecé a cantar con «El ídolo de esa generación», Guillermo Dávila. Así lo conocíamos, y yo apasionado descubrí otra vida al cumplir los 14 años.

Caminaba casi siempre con mi saco verde olivo, entre pantalones colgados y con un cuerpo más flaco que una garza, así me gané mi primer apodo: «Patas de garza». También recuerdo que, por aquella época como casi todos, encendí mi primer cigarrillo.

Ingresé al 4.º curso del colegio nocturno llamado «el de los señores Dillon» y para que el pantalón no se me cayera, ajusté mi correa sacando pecho, pero en mi interior estaba inseguro… Tenía mucha vergüenza de mi apariencia, los nervios me obligaban a comerme las uñas y hasta los dedos… Creía que no tenía cara, que se me perdía entre las mejillas.

La famosa sección nocturna de contabilidad tampoco me ayudaba mucho, me tenía en jaque porque solo sabía sumar y me amenazaba con saber que tenía que hacer T contables: «¿Cómo podría aprender ese mundo de números?», pensaba. Me atemorizaba también saber que se trataba de una institución mixta… había mujeres, muchas… y de todo calibre entre jóvenes y mayores. Eso me ponía de palo encebado porque era VIRGEN, pues hasta ese entonces ninguna mujer me había mirado ni para pedirme un lápiz, mucho menos para un beso. Creo que es la razón por la que no evoco ni cuento mis días de escuela.

Y hablando de besos, me parecía que pese a todo lo fachoso que era yo, tenía buenos labios, eran medios gorditos y ese rasgo iba a ser mi carta de presentación. Esperaba que hablaran por mí porque, aparte de todas mis falencias físicas, yo era medio mudito, no por callado sino por tímido.

Empecé a trabajar gracias a mi luz en una empresa vendedora de focos y brochas. Mis útiles eran un portafolio y la bicicleta, vehículo que me hizo «rico» ¡Ja!, ¡ja!, vendía como si los productos fueran mote porque ella me llevaba a cualquier lugar. Llegaba, me presentaba y los focos salían volando como por arte de magia. Ahora tenía mis sucres para las salchis y los pasajes del cole, aunque al final solo era un hobby.

De un momento a otro, no me di cuenta cuándo, todo cambió y muy rápido. Mi ángel de la guarda se fue… Sí, ese año mi hermana se casó y me quedé más solo que nunca.

Mientras… en clase los ojos me rebotaban, había chicas de toda índole. De una me gustaron sus senos grandes, ella era pequeña y bonita. Bueno, a mi favor yo también tenía algo más que mis labios, mi altura… y eso si sabía yo que les gustaba a las mujeres.

—Feo, pero no chiquito —les oía decir.

Pero se me fue la alegría de una. Un compañero mucho más vivo me la ganó, así que quedé como el perro del hortelano. Luis, recuerdo que era su nombre, era un tipo muy agradable. Poco después me hice su amigo porque, como dice el dicho, si no puedes ganarle, únete. Eso precisamente hice y me tocó andar de zopilote. Pero días más tarde, obtuve mi recompensa, la más grande del mundo, la que me vio nacer otra vez y dejar de ser niño.

Ya todos tenían su pelada, del mismo curso o de otros y yo naranjas verdes… Me faltaba lo que a todos les sobraba, labia. Estuve solo hasta que ingresó ella, amiga de la chica que me gustaba. Entró tarde a estudiar, pero puntual en mi vida. Fue como sentir un temblor y no saber adónde ir… Tan dulce y pequeñita, con un cuerpito bonito, y yo de dieciséis años, zumbambico de emociones, suponía que su pelo volaba, entonces, ahí me enredaba en lo mudo. «¡Dios!, ¿por qué no podía hablar?, ¿por qué ni “a” me salía?», me cuestionaba o retaba una y otra vez.

Todos los días llegaba antes al colegio para verla cuando ingresaba, intentaba que me mirara, que supiera que yo estaba ahí, fui vigilante, guardia de honor, jardinero, cazador y hasta agrimensor, pero nada.

Cierto día conversaban tres: ella, su amiga y el dichoso novio. Me acerqué excusándome en un deber, mintiéndome a mí mismo como si la luna hiciera que me acercara a mi destino: «Hay veces que te dejas llevar no por el instinto, sino porque magnéticamente los polos se atraen de cualquier forma y tienes que partir esa onda a ver si la luna tiene razón».

En ella pensaba todos los días y en aquel momento me gané su mirada, fue como si hubiera alcanzado una estrella. Pero no sé si estaba volando porque al siguiente día los cuatro ya salimos, por lo menos, a dejarlas en la parada. Ellas vivían juntas y facilitó el acompañamiento. Caminar a su lado era para mí un regalo de amor, pues comencé a sentir las burbujas que te revuelcan el estómago. Con su nombre clavado en mi pecho, empecé a temblar.

«¡Mary!»… «¡Mary!»… Su nombre era un suspiro. Así de planetario y sutil yo caminaba con ella casi todos los días. Hablaba de no sé qué, ya que solo conversábamos sobre las clases. Con las justas me despedía en la mejilla, en aquella parada junto al parque en plena avenida 10 de agosto. Al principio corría para poder coger el bus que me llevaba cerca de casa, después pegado a su compañía, lo dejaba ir. En aquel entonces, yo vivía en el cerro y me tocaba andar toda la ruta a pata. Pensaba y pensaba cómo decirle algo más íntimo, pero también se trababa mi mente…

«¿Cómo empezó a salir conmigo?». Constantemente, invadido de emoción en silencio me preguntaba, y luego me reía de mí y me decía con agitación y temor: «Bueno, a decir verdad, a caminar conmigo», porque solo eso hacíamos.

Tal vez la pequeña gracia empezó en mí a reír porque ella en esos días me inició en el mundo de la felicidad, así lo sentía yo. Cuando timbraba la hora de salida, yo no era más que un perro faldero, pues arrancaba como pato en el agua a esperarla a la salida. Con las justas, le decía con la mano: «Te espero».

Creo que las palpitaciones aceleradas del corazón te impiden decirle a alguien: «Me gustas», «Me encantas». Ella, aún sin saberlo, me llenó el corazón. Yo no sabía si a esa edad se podía amar tanto y de esta forma, a mis dieciséis empecé a ver a una mujer como mujer y sin un centímetro de acercamiento.

Hasta que llegó el día: cargado de nervios y patas chuecas porque titiritaba, tenía que decirle eso que no es posible decirlo tan fácil. «¿Cómo no te enseñan en la escuela?» Había ensayado solito una y otra vez frente al espejo, encerrado en el baño, en mi habitación, en la cocina, en cualquier lugar de la casa cada vez que podía.

«A ver, ¿sabes que me gustas y que desde que te vi me enamoré de ti?». Sería algo más o menos así. Seguía cavilando: «¿Qué hicieras si te ve Sara?», y me reía solo. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Muchas emociones se debatían en mi interior… Podía iniciar con esta frase: «No sé cómo decirte esto y, bueno, la cuestión es que muero por ti»… y así…

Repasaba…, pero la lección de historia de la clase del reino del Tahuantinsuyo no me dejaba terminar de perfeccionar mi declaración. Bueno, eso creía yo.

Una tarde caminábamos ya cerca del parque y la parada del bus me amenazaba como una aspiradora gigante, así que reuní valor y empecé…

—¿Podemos pasar por el parque, pues siempre le damos la vuelta?

—¡Claro! —me respondió. Ya por el centro, entre árboles, sentí que había llegado el momento preciso. Ese que hablaba cuando algo le pasa a la luna, un electrocardiograma que te presiona diciendo: «¡Ya!, ¡ya!, ¡ya!», y lo lancé:

—¿Sabes que me gustas mucho y que pienso todos los días en ti?

Creo que ahí se detuvo el mundo y, por unos segundos, mi corazón. Desperté y ella me dijo:

—¿Por qué?

Entonces, se me vino una raíz cuadrada al pecho, a la cabeza… Estaba aturdido. Desconocía por completo el resultado.

—¿Por qué, qué…? —respondí pronto y sorprendido. La escena transcurrió en cuestión de segundos, pero a mí me pareció un cuento muy largo. Solo atiné a agregar—: Desde que te vi entrar a la clase, me impactaste. —Sin fuerzas, respirando con dificultad, casi sin poder hablar, pero antes de que respondiera con otra ecuación y me apagara la luz de aquella noche, exploté bajito y como acariciándola, le dije—: ¿Quisieras ser mi enamorada? —Lo recuerdo tanto porque ha sido la única vez que lo he dicho en mi vida…, y eso… hasta el día de hoy. Ahora lo repito igual que en aquel momento, lento y bajitico: «¿Quisieras ser mi enamorada? ¡Guao!, qué bonito se escucha».

Perdón, amigo lector, me quedé pensando, me arropó el recuerdo…

Había aprendido muy bien en la clase de Matemáticas del licenciado Marroquín que «cuando no sepas una respuesta, responde una y haz otra enseguida, pero fulminante». Y me dijo:

—Sí.

Y para yo no perder la costumbre con las mejillas coloradas le pregunté:

—¿Sí qué?

Ella me respondió:

—Sí quiero ser tu enamorada.

Yo no me sostenía… Mis piernas eran gelatinas y mi corazón una montaña rusa. Pero ella parecía tranquila y me miraba con ternura y picardía.

La escena era la indicada, ella estaba junto a un árbol. Yo intuía que debía iniciar un beso para sellar nuestro pacto de amor, pero no sabía cómo hacerlo… Solo había visto los besos en las telenovelas venezolanas, y la verdad es que la TV de mi casa era bien pequeña.

Pero yo tenía un dote con el que se nace, que desconocía o que estaba dormido y que hasta ese día estuvo en reposo. Hoy puedo decirlo: Cuando naces con ello, luego lo descubres y explotas. Y para mí en ese momento se encendió y fue total. Suave y firmemente me acerqué y la besé… Y no me pregunten cómo, dónde, cuándo lo aprendí. Ya lo dije: lo tenía dormido y definitivamente despertó porque la seguí besando sin soltarme de su cálida y suave fuente. ¡Chuta!… Fue mi primer beso tan perfecto como si lo hubiera hecho cien veces. «Se es temeroso de lo que te gusta y después de sentirlo quieres quedarte con ese temor».

Fui despegándome de sus labios tan despacio que cuando los sentí a un milímetro de los míos, famélico volví a sumergirme en su oasis, ahora con mis manos abrazando su cintura y una bomba de tiempo a punto de explotar en mi corazón que me decía «más», «más», «más». Empecé a sentir de forma peculiar el viento que diera a unas hojas de menta como el árbol de mi historia, porque se movía mi bragueta, combinada con el rocío de la mañana: se había mojado, así mi cuerpo empezó a sentir.

Fue un 3 de junio de 1992, cuando me nació el amor y sin darme cuenta ya había pensado en ello desde que nací, porque mi madre y hermana me enseñaron amar. Pero este amor distinto ya me latía, ya me arrastraba porque desde que la vi ya solo pensaba en ella, y Guillermo Dávila ya hacía de las suyas.

Las horas, se pasan volando,

y es poco el trabajo adelantado para tu retrato,

sospecho, que no tienes prisa,

y que te complace, ver que poco a poco

solo pienso en ti,

solo pienso en ti,

solo pienso en ti,

solo pienso en tiiiiii…

Mi diario vivir cambió para siempre a partir de aquel momento. Todos mis días se llenaban de caminatas después del cole y de besos interminables en aquel parque que fue mi refugio, mi escondite, y en aquel árbol que vio encenderse mi cuerpo con un sostén de caricias. Eso sí, siempre aderezado como AU-D y sus Tres notaspara ti que sonaba como himno de la lujuria en ese tiempo.

No amanecía en mis días, pues la soñaba despierto, sol a sol había más. Ya no sabía cómo llegar después de los besos a acariciarla más, pues mis manos retozaban por su cuerpo sin atreverse a tocar delicadamente sus lindos pechos, los sentía tan cerca, gravitaban. Entre agites y zumbidos los tocaba por debajo sintiendo sus faldas, todo por encima de su suéter, pues Quito a esas horas era un frío del demonio. Siempre fue entre las 10 y las 12 de la noche las horas más cortas y los besos más largos, pero todo avanza, como en el Jardín del Edén. «La fruta prohibida tiene un camino deseoso, llena de aventuras peligrosas que te convierten en un ladrón de Amor». Y yo estaba condenado a robar.

Y así fue cuando me acerqué a ellos como una meta de atleta y sí… descubrí la piel más deliciosa del cuerpo de una mujer, sus senos.

Ya con besos más intensos se revelaron a mis manos caminando debajo de su blusa. No lo podía creer, ya copando totalmente uno de ellos, suave y terso hasta el centro de su pecho, donde las yemas de mis dedos reposaban, inclinando un poco su cuerpo para llegar más lejos. Ella anclada a mí con sus brazos y yo con mis ancas a su media cintura, ya sus pechos, su cintura, su espalda, rozaban a plenitud mis manos con toques de sensibilidad y de alevosía. Era mi cielo convertido en paraíso.

Dejamos de hablarnos y convertimos nuestras citas en noches infinitas de miradas atrevidas.

Besé por primera vez y cada vez no pasaba de una. No había parte alta que no tocara y ella a mí. La otra parte para mí era una guerra mundial impenetrable… Las horas se extendían en el reloj de los quiteños, pero no en el mío que siempre vio la separación demasiado pronto. Nuestros abrasadores amarres duraban hasta la 1, a veces se prolongaban hasta las 2 de la mañana y no me importaba regresar a casa caminando. Derrotaba el miedo de andar 2 horas de un lugar soñado a los lugares más peligrosos de la ciudad. Yo vivía en la colina más alta de Quito, zona roja del barrio El Placer.

Corrieron los días y semanas entre cuadernos, besos y deseos interminables, noches exquisitas de un amor de primavera. «No sé si el amor pregunta por ti, si no estás en la lista, pero si supe que el amor llega a ti cuando no debe llegar». Es el sentido común que con el tiempo te da las respuestas. Más adelante se darán cuenta de por qué lo digo.

Mientras caminaba en el cielo, no veía las letras de mi colegio, solo sus besos en mí, debería ser así… Y así fue porque las cosas se dan según la velocidad del reloj que cada uno marca sin darse cuenta, no importa la edad que tengas, y más aún si nadie te aviso que las horas no regresan.

Un día el cole organizó una vuelta de verano para caminar en la montaña frente a la ciudad. Por supuesto, estuvimos juntos desde principio a fin. Ya en la subida, cogidos de las manos y beso tras beso se fueron calentando los motores… pues algo que caminaba conmigo se iba mojando, mientras me preguntaba cómo se hacía el amor: eso que sabes que no sabes, pero sabes y que es la materia de la vida que nadie te enseña, pero la vas oliendo como un sabueso ciego: tiene el hueso cerca, pero no sabe dónde está.

«Te veo venir, soledad», decía Franco de Vita… y se venía ese momento. Ya después alcanzamos la cima, compartimos la ciudad bajo nosotros y los famosos poncakies. Disfrutamos comiendo, lento, saboreando cada bocado. Empezamos la bajada, ya más ligeros de todo, la gente se fue dispersando por diferentes lados. Mi mente solo discurría en la posibilidad de una oportunidad, y pensaba rápidamente por dónde me desviaba para poder «conversar». Me preguntaba cómo vencer esa mala querencia por ella porque ya la amaba. Pero, así como el reloj marca la hora exacta, encontré el lugar para decirle bajito:

—Vamos para acá… más tranquilos conversamos.

Asumí que ella también lo quería.

«¿Te has dado cuenta de que cuando cantas una canción y no sabes la letra tartamudeas en silenció para decir que estás cantando?». Yo siempre he creído que si quien te acompaña te imita es porque quiere lo mismo. Así ocurrió en aquel momento y supe que los dos queríamos.

Ya en el lugar y bien camuflados no hubo palabra que no fuese con un beso. Caímos al césped, yo de lado y mis manos con la experiencia previa que nuestros iniciales encuentros me habían dado, acariciaban sus pechos sin cesar. También cubrían sus muslos y piernas, tocaba un vals sobre su calentador gris, iba de arriba abajo y no sabía cómo parar en el centro. Cantaba como Montaner: «en la faz de su cuerpo quiero crecer…como semilla alegre de girasol». Ya ahí… sentí que caían las primeras gotas en mi caballero, mientras mis manos se iban introduciendo desde el medio hacia abajo, yo había alcanzado ya esa parte mágica en la que sientes estar en la luna porque tocas profundo hasta sentir los primeros pelitos caminando cerca del paraíso, cerca de la primera manzana.

Ya no había un zoom de mis ojos en ello como los soñaba, pues había llegado completo por encima total de su vagina, sintiendo también su humedad a través de mis manos y mis dedos, ya poquito a poquito, fueron escalando por su interior.

¡Qué sensación! Esta también forma parte de mí. Así como cuando dices por primera vez «¿Quieres ser mi enamorada?» y sientes que será la mejor forma de preguntarlo en tu vida, así mismo es la mejor sensación sentir la pasión. También lo dice el cantautor Luis Eduardo Aute:

Húmedas llamas

los labios que con tus dedos

delicadamente delatas, dilatas para mí

mostrándome obscena, la cueva del milagro

por donde mana el líquido rayo de la vida,

incandescente fuente, lechosa lava,

salpicaduras de agua profunda que inunda

mojándolo todo, mojándolo todo,

volando por universos de licor.

Los pasos se iban dando y el atardecer iba tocando mi piel con su piel, ya palpando mis dedos en su miel y mi boca fundida entre sus besos. Fui bajando poco a poco su pantalón; sus zapatos y los míos se salieron solitos, también el saco y todo lo demás. Solo quedaron las prendas que se permiten dejar para el silencio del viento. «Cuando estás en la cima, solo sientes el viento y lo sentirás todo, no hay otra forma de vivirlo, vuela».

Sentía mi erección a mil por segundos y su hambre por doquier. Yo, VIRGEN, en la cima y con el viento a mi favor, bajé su prenda y me quité la mía y subí sin miedo a nada, aunque temblaba, era la sensación del cuerpo a cuerpo. Encima de ella yo goteaba y su profundidad surgía, con mi mano lo encañé y fue ahí donde se introdujo, resbaló raudo, como quién conocía el camino: Siguiendo los pasos, metiéndome preso en la cárcel de sus piernas. Creo que no se puede repetir en la vida esa primera sensación de sentir por dentro. Naufragué, el vaivén me llevaba… y volaba y volaba… Ella venía encendida, tuve la sensación de que me acercaba al fuego.

Poco a poco…, no importó el tiempo…, el lugar ni nada, y cayó el gran mito de la primera vez: no dolió. Entonces, pasó solo hacer un cuento de hadas porque si toleró, pero me fulminó y me encantó como el mar y sus delfines, y entendí a Sergio Dalma:

Bailar pegados es bailar,

igual que baila el mar

con los delfines,

corazón con corazón

en un solo salón, dos bailarines

abrazadísimos los dos,

acariciándonos,

sintiéndonos la piel.

Nuestra balada va a sonar,

vamos a probar, probar el arte

de volar.

Descubrí el cielo, el rincón prohibido. Se volvió adicción y el corazón no supo más que amar: pensé que en la vida no podría haber nada más y seguí así, encontrando con ella el sabor de la vida, de sus manos, de sus besos, de su cuerpo… y repetirlo una y otra vez como un niño que atesora su juguete… Y sí, era un niño jugando la travesura de amar. Así fue también cuando probé mi primera gota de ron. ¡Alegrías de pirata conquistador sin haber navegado!

Encontrábamos mínimas habitaciones, lugares y escondites para irnos a amar, era un carrusel de emociones. Así fue, el tiempo no se detuvo ni para cerrar los ojos y volverlo hacer. Para nosotros, se escuchaba sexo en las calles y en el mundo, lo hacíamos todos los días como adictos al placer, sin pensar que los eternos gemidos de saliva, la devoción por los besos, combinados con sabor y eyaculación, terminarían con una nueva esencia de vida.

Llegue así a los 17 años, entre letras, censuras y descubrimientos. La vida me empezó a enseñar que todo pasa rápido, también que ese tiempo de cerrar los ojos para sentir el deseo sexual y amar terminaría y no por poder dejar de amar, sino porque trae accesorios consigo. Nadie te dice que toda acción tiene su reacción y que escondido en los rincones de la pubertad existen límites que marcan en la vida, pues fue tanto amor, tanto amor, que no encontré el momento para darme cuenta de que tal vez no fue amor, pero lo sentí, pasó por mí y sonreiré siempre porque hoy es toda mi alegría.

Escuché los sonidos de su corazón y paralizó mi cuerpo. Aquellos meses de adicción y locura fueron suficientes para dar de ellos el fruto del amor, lo temía y contaba con las manos que no podía ser, pero fue. Aquella amiga encontrada, en mi primera guarida, en donde abracé su recato, me regaló el Amor.

El amor de un hijo que nadie puede esperar y que nadie puede imaginarse. «No estás preparado para nada, son las noticias de la vida que te enseñan a aprender, le dan la vuelta a tu mundo y no hay edad para ello… no hay…».

Sí… un bebé que te adelanta la vida, te apresura las decisiones… así se acercaban mis 18 años. Ya sin tanta conciencia de mi conciencia, me casé y la luz de mi vida, mi hermana, me apadrinó. Tenía que hacerlo, de lo joven a lo caballero me faltaba mucho, pero la voltereta me obligó y me puse los zapatos. Casado y alborotado, cumplí 18 y al mes siguiente nació mi hija, oyendo cantar a The Beatles Here Comes The Sun, viniendo mi sol…

Ella es el motivo de estas páginas, pues han pasado 25 años y de aquel primer sueño que empecé a los 14 han corrido 30. Ahora tengo que contarles los siguientes 14 años hasta alcanzar los 28, porque la historia no terminó cuando me casé, comenzó cuando aprendí que la vida zarandea. A veces no encuentras el amor de tu vida sino la traición. También comprendes que la infidelidad de un momento es el principio de otra. Por algo dice El bandido:

Ahora que te busco y tú no estás,

recuerdo que solo la tristeza quiere

hablar conmigo.

Ahora que la lluvia se ha llevado el último

jirón de tu vestido,

ahora que he olvidado lo que soy,

recuerdo en el pasado lo que he sido.

Amiga.

Por ti, Mary…

2. ROCÍO

Así como cuando nace una flor que tiene su proceso, así me pasó, pero en versión invierno… Ya casado y con la responsabilidad encima, los lloros y las necesidades, descubrimos que no se vive del amor, y que las cortas sábanas necesitaban más.

Fuimos a vivir a un lugar muy cerca de Quito junto a su familia como quien se empieza a obedecer desde el principio. Tal vez con las mismas ganas de seguir amándola, pero ya con el cuello doblado y el pantalón más alzado para ponerme la casa al hombro, casa… sí, porque esta no caminaba sola. Había que pagar arriendo, impuestos y demás, y, por supuesto, las cositas de las risas que llegaban a diario por el latir de mi bebé en casa. Me respaldaba mi corazón y un título de bachiller que recién lo logré. Es decir, por aquel tiempo recibí triple regalo: mi matrimonio, mi hija y el bachillerato. Así que emociones no me faltaban; pero, ¡claro!, esta convivencia incluía unos suegros, cuñados y vecinos no elegidos.

Terminé el colegio con una carta de contabilidad que no me garantizaba nada, pues la calle estaba llena de aspirantes y en las oficinas escaseaban las oportunidades… Con la marcha de los días sin puertas abiertas, la desesperación me ganaba.

«El amor lo vence todo», dicen… También que hay un principio y un fin con él, y que no hay nada qué hacer si no estás con él, si no estás con Dios.

Y las manitas de él siempre estuvieron junto a la luz que me vio nacer y crecer: Mi madrecita querida. Ella, aunque muriéndose de iras por todo el «pequeño trajín» que le hice por andar de enamorado, estuvo a mi lado viendo cómo podía adaptarme a ser padre y esposo a la vez, sin saber qué significaban esos roles. Pero yo seguía encantado de dormir juntitos y seguir en las travesuras que llenaban los espacios de responsabilidad.

Me tocó salir a la calle en busca de trabajo y leer los clasificados uno a uno, a ver si me cuadraba algo con lo joven y apuesto hombre casado que ya era…

Las calles estaban vacías para mí y las luces se me iban apagando, trabajo no encontraba, «pero todo tiene su final» dice Lavoe y «mi sueño se hizo realidad». Empecé en una lavadora de carros, con trapo