180 segundos - Alexander Giraldo - E-Book

180 segundos E-Book

Alexander Giraldo

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Beschreibung

Zico, el jefe de una pequeña banda de ladrones, que hace robos elaborados utilizando tecnología y tácticas particulares, decidió que es hora de retirarse. Impulsado por la inminente salida del país de su hermana Angélica, planea un último robo perfecto antes de marcharse con ella. Para llevarse un millón de dólares producto de un negocio de cambio de moneda, necesitará de una estrategia perfecta y un equipo afilado: su hermana Angélica, experta en sistemas de seguridad; el Guajaro, astuto asistente; Rincón, el nuevo miembro, un tipo duro, rápido y fuerte; y René, el brazo armado de la banda, ahora en la cárcel. El robo debe suceder en tres minutos exactos y este último golpe se perfila como el plan perfecto. Pero no cuentan con los caprichos del corazón de los miembros del equipo, y mucho menos con una unidad especial de la policía al mando del capitán Alzamendi, un inescrupuloso y astuto perro de caza. Cuando el tiempo y el destino se juntan, todo puede ocurrir. «180 segundos» es la historia de seres humanos corrientes, que ríen, aman y, aunque temen a la muerte, están dispuestos a lo que sea para cumplir sus sueños y proteger a los suyos.

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©️2022 Alexánder Giraldo

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Abril 2022

Bogotá, Colombia

 

Editado por: ©️Calixta Editores S.A.S 

E-mail: [email protected]

Teléfono: (571) 3476648

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7540-37-8

Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado 

Editor: Alvaro Vanegas @AlvaroEscribe

Corrección de estilo: Tatiana Jiménez

Corrección de planchas: Pablo Marín

Maqueta e ilustración de cubierta: Julián R. Tusso @tuxonimo

Diagramación: David Avendaño @art.davidrolea

Impreso en Colombia – Printed in Colombia 

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Escanea el código de la playlist de 180 SEGUNDOS y escucha las canciones de las que se habla:

PRÓLOGO

Muchos directores de cine y productores han llevado a la pantalla obras literarias mediante adaptaciones frente a las cuales siempre escuchamos la frase de cajón: «no es lo mismo». Estas adaptaciones, algunas con más éxito que otras, mal podrían ser «lo mismo», pues implican una suma y un radical cambio de lenguaje. En otras palabras, son el resultado de un enorme esfuerzo de síntesis y traducción metonímica, y en últimas de re-creación de las obras literarias mediante un guion, género literario híbrido que incorpora referencias a lo que será la película, y a las imágenes o fotogramas y sonidos, que corresponden a percepciones y sentidos ajenos a la lectura.

Algunos lectores estarán familiarizados con la película 180 segundos(2012) del director Alexánder Giraldo, y tentados a pensar que surgió de esta novela homónima escrita por el mismo Giraldo. Leyéndola descubrirán –¿cómo no?– que aunque ambos géneros –el literario y el fílmico– narran «la misma» historia, estamos frente a dos productos muy diversos. Pero, además: la novela 180 segundos no fue la base de la película, sino es al contrario: el texto literario siguió en el tiempo a la película y ello implica por lo menos una rareza. Estamos ante un director-guionista-escritor. Para mí, Giraldo, con gran valor y persistencia (asumiendo el riesgo de la redundancia) descubre con esta novela que había mucho más que contar de esos personajes, de sus voces interiores, de su psicología y de la historia misma y sus múltiples conexiones con otras historias. Descubre, en fin, que una historia es un orden probable de una maraña de relatos.

En mis años de estudiante de cine, comparaba guiones originales de grandes películas, con el fin de descubrir lo que podríamos llamar la traducción intermedia entre una novela y un filme. También estudiaba las distancias entre el guion mismo y la película, tratando de identificar lo qué había modificado el director respecto del guion; esto con el fin de entender mejor los aportes del director, y hasta de los actores, en la creación del personaje. Este era un ejercicio de gimnasia imaginativa que me ayudaba, pienso yo, a comprender mejor el oficio del director y la naturaleza colectiva y compleja de la creación fílmica.

Para cinéfilos como yo, Giraldo ofrece un itinerario de adaptación y recreación diverso: del guion a la película (con todas las intervenciones y agencias que esta implica) y de la película a la novela (que adapta e indaga lo relatado en la película a profundidad). Me explico: el director, mediante el montaje y las escenas, controla el tiempo del relato: muy poco puede hacer el espectador frente al desarrollo y sucesión del tiempo que sobreviene en la sucesión misma de fotogramas: el tiempo y las acciones de la película sobrevienen. En una novela, el autor no es el «director» de su obra, sino el lector, quien controla el tiempo, y puede regresar, releer, buscar una referencia en su teléfono, meditar, hacer cortes… y, sobre todo, darle sentido a la historia. Un director que hace una novela de su película, renuncia a su poder sobre el tiempo y el sentido: es un pequeño dios que se exilia en favor del lector soberano. Giraldo le ofrece a este lector, no sólo otra versión de su narrativa fílmica dinámica, entretenida y moderna, sino también, un universo de referencias musicales y visuales que exceden la película.

Uno de los aspectos más sobresalientes a nivel literario de esta novela es su metanarratividad: personajes cinematográficos (ahora escritos) que sueñan con personajes de otras películas que, a su vez, son espejo en los que no logran verse con claridad, pero en los que el lector los reconoce. Angie y Zico, personajes de la novela, de manera más deliberada e insistente que los de la película, viven inmersos en una fantasía, donde las referencias a escenas de películas determinan el curso de su vida. Por ejemplo, Angie, en la oscuridad de una cinemateca, se imagina en la escena del baile de Bande à part (1964) de Jean-Luc Godard, departiendo y danzandocon sus personajes. Ella quiere «unirse o, al menos, encontrar esos amigos a los que no les importe nada el futuro y bailar con ellos», sin sospechar que esto ya ha ocurrido. Ella ya es parte de una banda que ignora trágicamente el futuro. El lector, sin embargo, lo sabe y no puede susurrarle al oído, como quisiera, que el destino ya ha lanzado las cartas de lo que vendrá. En otro momento, Angie (y tengo que confesar mi propia predilección por este personaje) descubre en Zico, su hermano, el delirio emocional del personaje interpretado por Robert De Niro en Taxi Driver (1976).

Angie responde a una invitación a almorzar de Zico con una frase icónica de Travis Bickle en Taxi Driver:«any way, any time…». Zico se conmueve con esa referencia, de nuevo sin poderse reconocer del todo en el delirio de Bickle, en su ternura y su destino. Soy un lector cinéfilo que deviene espectador de este libro cinematográfico: sus pequeños capítulos ágiles, como la historia misma, son escenas de esa nueva película que se construye en mi mente y que tengo que dirigir.

Soy consciente de que siendo un admirador de la película, tengo ya en mi haber un repertorio visual y leo en los capítulos la prolepsis de lo que sé –por la película– que vino a suceder. En otras palabras, yo ya sé que ¡el asesino es el mayordomo! Incluso los personajes ya están asociados a grandes actores y escenas memorables. Zico, Angie, Rincón, el Guájaro y otros personajes, son para mí cercanísimos a actores como Manuel Sarmiento, Angélica Blandón, Alejandro Aguilar y Harold Devasten. Así soy, un lector prejuiciado por 180 segundos(la película). Pero incluso los lectores no familiarizados con esta, notarán una ekphrasis del artefacto cinematográfico. Esta es una novela en la que se hace evidente el lenguaje y la compleja intertextualidad del cine , aunque uno no haya visto la película. La novela invita a soñar de una manera diferente una gran historia de personajes, de suspenso, de acción y de hermandad.

180 segundos, es una novela inteligente, mordaz, entretenida, conmovedora y con un ritmo agitado, como sus personajes. Sus páginas ruedan a 18 cuadros por segundo, como en el capítulo 13: «El plan», frenético, intenso: una fuga sin tregua en la que el lector se encontrará a sí mismo sin aliento. En otras secuencias, como en el capítulo final, el tiempo se hace exasperadamente denso: a 180 cuadros por segundo, esta lentitud está contrapuesta paradójicamente con la aceleración del ritmo cardiaco. Al fin de cuentas, cómo descubre uno de los personajes, «180 segundos, parecen poco, pero debajo del agua, por ejemplo, seguro se parecen a la eternidad».

Estoy seguro de que los lectores crearán sus propios personajes y esta cautivante historia tendrá en cada lectura la oportunidad de la emoción primera, de la novedad y la sorpresa. Esta es una novela sobre una banda y un golpe, pero también, sobre una ciudad: Cali, una urbe en la que el cine es una pasión como nos recuerdan los dos más grandes influenciadores de la cultura cinematográfica caleña: Andrés Caicedo y Jesús Martín-Barbero.

Ir al cine es y será siempre una experiencia maravillosa; hacer cine, algo fascinante: un vértigo, casi una adicción, por lo que desde sus comienzos fue una alquimia, o alguna forma de magia. Pero crear personajes de tanta riqueza afectiva como los que encontramos en 180 segundos, es un regalo que se le hace al cine y la literatura. Giraldo, parafraseando a Tarkovski, va «esculpiendo en el tiempo» una gran historia. Acaso el regreso de Angie y Zico, y para ellos otra oportunidad en la tierra.

Andrés Biermann Ángel

Director - Productor de cine y TV

Esta novela no la habría escrito sin el apoyo incondicional de Ana Sofía Osorio. Sus lecturas iniciales, las charlas que tuvimos sobre lo que buscaba, completaron el rompecabezas.

Gracias:

Alvaro Vanegas y Calixta Editores por creer en mi apuesta.

Raúl Hernández por las ocurrencias del pasado que se vieron; algunas reflejadas en el guion de 180 Segundos y que regresan por más a esta novela. En particular en el capítulo 10 («2 y 10»), una versión de aquel guion de cortometraje que escribimos juntos cuando comenzamos a imaginar que el cine no estaba tan lejos como creíamos.

Juan José González por ser lector beta de algunos capítulos.

Andrés Biermann, no solo por escribir el prólogo, sino por haber creído en lo que 180 Segundos tenía por dentro desde la primera vez que la vio. Sus palabras sobre aquella película han sido combustible para continuar imaginando.

Un agradecimiento especial para Alejandro Aguilar, Manuel Sarmiento y Angélica Blandón, actores de 180 Segundos. Durante estos diez años seguimos fortaleciendo una amistad a la que rindo tributo con esta novela.

Dedicado a los actores que interpretaron los personajes en la película 180 Segundos. Su trabajo fue la inspiración para esta novela.

Vivir en el otro por unos momentos, es caminar sobre el fuego en busca de agua.

Inolvidables: Manuel Sarmiento, Angélica Blandón, Alejandro Aguilar, Luis Fernando Montoya, Manuel Viveros, Alejandro Buitrago, Jesús Valencia, Iván Jara, Ariel Martínez, Harold De Vasten, Jorge Zúñiga, y , en especial, el profe, Diego Ramírez Hoyos.

1 Como Billy The Kid

Su papá le puso Zico porque gambeteaba como ningún otro niño, aparte tenía cierto parecido con Arthur Antunes Coimbra, sobre todo por los rulos crecidos y la cara de triángulo. Zico era goleador y el balón era su mejor amigo. El viejo lo metió en Colombia 86, una escuela de fútbol que esperaba sacar una figura inolvidable y buscaba niñitos por toda la ciudad de Cali con el mismo sueño. Todo iba bien hasta el momento en que ocurrió aquel terrible accidente; su tío Alirio fue quien le dio la noticia: sus padres habían muerto. El futuro de Zico no sería el fútbol. Ya no. Sin los viejos que lo llevaban a los entrenamientos y partidos como si fuera un profesional –lo que creaba una atmósfera de triunfo en cada pelota ganada, en cada gol metido, en cada carrera detrás del balón–. Sin ellos, el fútbol ya no tenía sentido. Sin ellos y solo con su hermanita, la vida tendría que ser otra. Zico tenía 13 y su hermana, 9.

Además del fútbol, Zico heredó de su padre un gusto particular por el séptimo arte. Alirio, su viejo, lo llevaba de cine en cine en los teatros del centro de Cali, lo que para Zico era un paseo, para su padre era evadir, con elegancia, sus responsabilidades. Entrar en El Cid era de verdad emocionante para un niñito como él. A la sala se accedía subiendo un par de escalas y luego se descendía algunos metros en una plataforma plana, lo que hacía de la pantalla de El Cid un monstruo en el que las imágenes cinematográficas se quedaban grabadas para siempre en la memoria.

La primera película que vio en una sala de cine fue Aladdín, tenía nueve años. Los colores en la inmensa pantalla lo cautivaron, eso y que el personaje principal tenía la posibilidad de pedir tres deseos. Esa tarde, el cine fue todo para Zico.

La manera como su padre evadía el trabajo de cine en cine, le permitió a Zico ver otras películas que se le quedaron dando vueltas en la cabeza toda su vida: El fugitivo, Jurassic Park, El extraño mundo de Jack, La máscara, Street fighter: la última batalla con el enorme Jean-Claude Van Damme, Máxima velocidad, Toy Story, Apolo 13, Corazón valiente, Jumanji, Mortal Kombat, Día de la independencia, Misión imposible y La roca. Todas vistas con su papá antes de que ya no lo pudieran hacer.

Aún se pregunta si había algún tipo de mensaje del destino en que fuera El Profesor Chiflado la última película que vieran juntos; a él le parecía malísima, aunque era el último recuerdo con olor a crispetas y Coca-Cola junto a su padre en el Teatro Calima.

Hacer fila para entrar en los Cinemas 1 y 2 significaba esperar frente al local improvisado de libros de segunda en el piso de la avenida Colombia. Así, durante la espera, se encontró con otro gusto: la lectura de relatos del viejo oeste. Marcial Lafuente Estefanía era su autor favorito, junto con Lou Carrigan y Silver Kane; siempre le gustaron porque eran cortos y apasionantes, así que, mientras aguardaba junto con su padre entrar a cine de 3, se leía un par de buenos capítulos y después, en casa, continuaba. Ir a cine o leer historias de vaqueros a inicios de los 90 era la felicidad. Zico se dio cuenta de eso solo hasta que terminó el colegio y todo aquel mundo colapsó: los cines fueron abandonados o convertidos en parqueaderos y los libreros de segunda huían a donde él ya no podía encontrarlos. Se fueron, igual que sus padres, como un rocío de agua entre el viento.

Zico ya no piensa en el momento en que tuvo que convertirse en el hombre de la casa, tal vez nunca lo hizo. El tiempo pasó y ahora se encuentra en la página 55 del capítulo 5 de Whisky y Balas de Joe Grey, de la colección COLT 45:

Con la precisión de una máquina, el individuo que se hallaba en la puerta apretó los dos gatillos de sus Colts con una frialdad aterradora.

Los proyectiles escupidos por las dos armas impactaron con precisión matemática en la frente de los rufianes, enviándolos al otro mundo sin que apenas se percataran del tránsito de una vida a otra.

Dave Kerns se incorporó, sacudiendo la cabeza. Examinó los resultados de los disparos y se dirigió hacia su salvador.

—¡Doctor Clayton!… —exclamó—. Los mató como a víboras.

—Eran víboras —replicó Ray roncamente—. Y ahora no soy el doctor Clayton. ¡Esta noche soy «el Juez del Valle»!

Zico no ha dejado de leer los libros de bolsillo, admite que hacerlo no le permite ‘observar’ con atención sus objetivos cuando vigila. Y es lo que hace en ese momento: vigilar todo lo que ocurre en la oficina de compra y venta de moneda del segundo piso, justo en la carrera cuarta frente a la Plaza de Caicedo. Ahora está sentado en la plaza leyendo. Ya ha pasado por el local para cambiar algunos pesos por euros.

Hacer ‘inteligencia’ a un local que se va a robar implica paciencia, tranquilidad, sobriedad y más paciencia, sobre todo en el golpe número quince en dos años. Todo un récord que a Zico lo enorgullece; al final, Zico ve su vida como las películas y los libros que le gustan: llenas de adrenalina, giros sin un sentido lógico y entretenidas a morir.

Lleva un mes en observación del negocio de cambio de moneda. Cambia plata cada semana y, hasta ahora, nadie le ha preguntado ni dicho nada. En su bitácora tiene anotado que rotan a los vigilantes cada semana. Todos los días llega plata que es organizada y contada por dos o tres personas, siempre en la noche. Todas las mañanas la plata sale de nuevo en un circuito extraño para un ‘negocio normal’, que no es un negocio normal; Zico sabe que pertenece a un traficante que lo usa para lavar dinero. Esta información es importante para él, y lo es porque la eventual pérdida del dueño no llevará a involucrar a la justicia o a la policía. Los negocios del hampa tienen sus propias leyes y eso le da ventaja a personas como Zico, gente con la idea romántica de una ética de robar solo dinero asegurado o que le pertenezca a delincuentes. Eso de «pecar y rezar» le viene perfecto a la gente como Zico.

A Zico le interesan los atracos. Y le interesa que los golpes sean perfectos, sin armas y sin violencia. La sangre no es bienvenida en su negocio y entre menos trauma exista, menos persecuciones habrá. No cree en la violencia. Sí en las posibilidades de hacer dinero fácil.

Angélica, su hermana, a pesar de no ser de un carácter recio como él, es decidida y lo apoya hasta el final. Ella entiende que los seres humanos forjan su propio camino; el de ella y su hermano es el robo. Angie es la compañera de atracos perfecta para Zico, pues no interfiere en las acciones de manera física; se encarga de manejar la comunicación y la tecnología.

El tercer miembro es el Guájaro, a quién no parece importarle mucho lo que hace junto a la banda. Los robos, la vida fácil y el dinero los confunde con un trabajo. Cree que no hace nada malo; igual que Zico, dice que, mientras nadie salga herido, todo está bien.

El último integrante es René, el hombre fuerte de la banda, aunque René ya no pertenece a la banda, de hecho, no volverá a participar en ningún golpe, pues lleva cinco meses detenido por robo a mano armada junto a otra banda. Espera por un juicio y nada evitará que pase décadas tras las rejas.

Mientras Zico marca la página de Whisky y Balas en la que va su lectura, guarda el bolsilibro y se pone los auriculares de su sistema de audio. De golpe suena Como Billy the Kid de Attaque 77. Zico canta mientras camina por la Plaza de Caicedo:

Los rulos de niño se mantienen firmes en la cabeza de Zico, y el viento los mueve con ritmo propio. Su cara de triángulo sigue la canción de la banda argentina que tanto le gusta. Ataviado en su pinta deportiva de primera, camina por la plaza. Esa misma Plaza de Caicedo que recorría de la mano de su padre, mientras deambulaban de cine en cine y de cuchitril en cuchitril comiendo empanadas, salpicón y pandebono. Ahí, en esa Cali que ya no es, pero que se añora y se odia.

Zico camina con un día más de conocimiento del local de cambio de moneda que robará sin miramiento. Sin embargo, lo que más desea es llegar a casa y saber qué va a ocurrir con Ray Clayton, «el Juez del Valle».

2 Solo Cables

Angie manipula una vieja antena UHF –la «frecuencia ultraalta» es una banda del espectro electromagnético con la que se transmiten señales de televisión y de telefonía móvil–. Está empecinada en hacer que la UHF sea capaz de recoger la señal de la TDT y mandarla a un sintonizador para poder ver televisión sin ningún problema y, con ello, lograr un sistema casero ultra potente de señal Wi-Fi. Lo que Angie hace es destripar los cables de la UHF para empalmarlos con los de una antena Wi-Fi comprada en una ferretería. A este injerto le anexa un cable USB para lograr que su aparato funcione al conectarlo: Plug and Play.

Le cuelga sobre la frente un mechón de cabello de la mal recogida cola de caballo, y mientras juega con sus herramientas, lo sopla cada vez que le estorba. Las gafas recetadas desde que tenía ocho años logran que el rostro de Angélica luzca redondo, con facciones duras, sobre todo en los pómulos, donde tiene pecas; el contraste es particular. Los ojos color miel obligan a mirarlos muchas veces.

Angie trabaja en su experimento porque, de lograrlo, los golpes futuros tendrán una ventaja tecnológica única –eso y televisión e internet gratuitas–. Desde el principio, tenía bastante claros los problemas que se encontraría en este experimento; el más importante era el de la increíble facilidad que tienen las antenas Wi-Fi para registrar pérdidas de comunicación debido a las altas frecuencias que utilizan para el envío de señales. Por esto hace lo más corto posible el cable que va del adaptador Wi-Fi hacia la antena UHF.

En una «Radio-Frankenstein», ensamblada por Angie a base de cinco aparatos distintos, suena Rebel Girl de las Bikini Kill. La radio es un monstruo con cuerpo de parlante, con sendas entradas para CD, casetes y memorias USB. Junto a la Radio-Frankenstein, Angélica tiene una gran cantidad de aparatos en proceso de funcionamiento o ensamblaje, los cables dominan el espacio, así como todo tipo de piezas eléctricas análogas; aunque parece un taller de reparaciones eléctricas del siglo pasado, es su cuarto. En un contraste perfecto, las paredes están repletas de afiches, postales, fotografías de cine y música. El afiche de Barry Lyndon, El eclipse y Los 400 golpes sobresalen. El objeto principal es un gran collage en el que destacan fotografías de Angie y Zico en distintos lugares que habían visitado desde que eran niños.

Con la esperanza de que funcione, y después de muchos problemas de desconexión, consigue que todo quede fijo para poder meter el cable USB en el computador. Es justo el momento en el que el medidor de señal en la PC le muestra niveles altos de conexión. El rostro redondo de la mujer se llena con la sonrisa de la misión cumplida; piensa en el poco dinero que le ha costado el dispositivo, sobre todo, piensa en lo que ayuda al planeta al reutilizar materiales.

La última parte de su creación será incluir un pendrive en el que esté metida la distribución Wifislax –un componente Linux para descifrar contraseñas– y luego incluir los drivers para que funcione en Windows y se convierta en la herramienta perfecta de quien lo desee.

La canción de Bikini Kill da paso a Pretend we’re dead de L7, Angie canta a todo pulmón y con la sonrisa a tope:

Angie tiene claro que desde que tiene nueve años su hermano se ha encargado de cuidarla, y sabe que Zico siempre estará allí para ella.

Su hermano le ha ayudado a pagar sus estudios; desde la escuela hasta los superiores, aunque Angélica nunca ha terminado la universidad porque no cree en eso. Ha hecho cursos técnicos, diplomados y talleres prácticos; su interés está en la tecnología y no en terminar una carrera. Estudia lo que le interesa. Este dispositivo y todos los que usa para mejorar los robos no son solo motivaciones personales, son puentes para lograr que, en un futuro, su hermano y ella se alejen de esa vida llena de adrenalina. Angie se sumergió en el crimen por adaptación, o al menos en eso quiere creer; procura no pensar en ello, solo vive y disfruta de respirar y de vivir los pequeños detalles que las circunstancias le entregan.

Todavía es un recuerdo fresco, hace unos dos meses, Angélica abrió el casillero de correo electrónico y se encontró con la noticia, su rostro se veía reflejado en el inmenso monitor de su PC –armado pieza a pieza por ella misma–. En un principio, su gesto fue de incredulidad, un movimiento en los párpados, seguido del de las cejas, evidenciaba confusión. Leyó el mensaje. Sonrió. Volvió a leer. Por alguna razón, pensó que el mensaje que leía no era solo un mensaje, era un puente a un mundo que le cambiaría la vida para siempre.

—¡Zico! —gritó y leyó de nuevo el mensaje en la pantalla—. ¡Zico! ¡Zico!

Un rayito de sol se colaba en la habitación, un corte de luz en medio del lugar oscurecido por las cortinas blackout y solo iluminado por la luz del monitor. La puerta se abrió de golpe y Zico entró en un solo movimiento, vestido apenas con una pantaloneta.

—¿Qué pasó? —dijo preocupado.

—¡Pasé! —gritó ella, todavía sentada frente al computador.

Zico dio una mirada rápida por todo el cuarto, al asegurarse que no se trataba de un peligro circundante, su gesto fue de confusión.

—¿Cómo así?

—¡Pasé! —Angie giró sobre la silla y se agarró la cabeza con las dos manos—. ¡Pasé!

A Zico la palabra esa le empezaba a sonar repetitiva y tonta.

—¿A dónde pasaste? ¡No entiendo! —Se puso molesto. Alcanzó a asustarse cuando Angie se puso de pie como un resorte y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Me aceptaron en la escuela! —gritó como si fuera un gol—: ¡Me gané la beca!

Unas cuantas lágrimas bajaron por las mejillas de Angie, que, junto al cabello revolcado, le daban el aspecto de una niña feliz.

Zico trataba de conectar las ideas, la información, las charlas del pasado, algo que le permitiera estar tan feliz como su hermana. Entonces pasó:

—¡No jodás! ¿La de Róterdam?

—¡Sí!

Se abrazaron y ambos saltaron como si se tratara de un gol en el último minuto del segundo tiempo suplementario de la última final de la última liga del último planeta. A ambos el corazón les latía fuerte y a toda velocidad, a Zico porque entendía lo que significaba aquella noticia; a Angie porque, a pesar de haber evitado terminar una carrera en sistemas o tecnología, esta beca en los Países Bajos sería la más grande posibilidad de cumplir, de verdad, todos sus sueños.

—¡Angie, manita! ¡Qué alegría! —dijo Zico y las palabras le salieron del corazón—. ¡Qué alegría tan hijueputa! ¡Nos vamos pa Holanda!

En cuanto escuchó el nombre del país mal citado, Angélica dejó de abrazar a su hermano.

—¿Nos vamos?

Los ojos de ambos se cruzaron con la seriedad de quien resuelve qué cable cortar antes que una bomba explote.

—¿Me vas a dejar acá o qué? —dijo Zico en un tono amenazador que le duró apenas unos segundos. Su rostro se llenó con una risotada y un nuevo abrazo.

—¡Aquí no se queda es nadie! —gritó Angie.

La Licenciatura en Tecnologías y Sistemas de Telecomunicación con énfasis en Nanotecnología parecía el epítome de lo que Angie conocía y experimentaba. No se trataba solo de hackear algo con un computador, era hackear con la electrónica, con el pensamiento y con la actitud. No había terminado ninguna de las carreras a las que se inscribió porque no pensaba convertirse en otro ladrillo en la pared; aunque ella era la porra que tumbaba ladrillos, esta oportunidad era distinta.

Esta oportunidad la sacará de Cali.

Esta oportunidad le cambiará la vida.

Esta oportunidad le cambiará la vida también a su hermano.

Angie sabe que le debe todo a Zico.

Estar cerca de él es cuidarlo.

Cuidar a Zico es evitar que la adrenalina sobrepase el límite.

Y esta oportunidad equivale a evitar sobrepasar los límites.

3 Marihuanero y punto

René es de los que mantienen siempre alto el volumen de la música. Para un punk renegado de 30 años, es lo mínimo que se le puede exigir. No es de escuchar música en audífonos, «se desperdicia la energía del bajo y de la batería», dice, «los gritos de los vocalistas tienen que vibrar por todo el lugar». Para él los parlantes son todo. Sin embargo, ahora se conforma con el sonido de Kill yourself de S.O.D. en los peores audífonos que pudo conseguir en el bloque número 2 del Complejo Carcelario y Penitenciario de Jamundí con alta y media seguridad. Aunque no logra diferenciar el sonido de la guitarra y del bajo, es peor no escuchar nada y quedarse con la atmósfera decadente de una cárcel colombiana.

Lo otro que René extraña es carburar buena marihuana. Todos saben que la clave está en que el THC sea hembra; lo ideal es buscar un nivel medio de THC del 25 % o más, todo depende del fenotipo. A René le gusta salir al vuelo o, mínimo, quedarse pegado al sofá. Alguna vez invirtió en un laboratorio en el páramo de Las Hermosas. Le prometieron que iban a producir Fat Banana, Wedding Gelato, Purple Queen, Royal Gorilla y nunca llegó ni a Colombian Gold. Los pillaron y tuvo que mandar a perseguir a sus socios por meses.

René es marihuanero y punto. No hay duda de eso. Nunca le interesó la coca, las anfetaminas, el crack o la heroína. Él se queda con el ron y una buena marihuana bien hecha, no como la que tiene que compartir en el bloque número 2. René fuma de lo que tiene en las manos y escucha con lo que tiene en sus oídos, no hay más.

Conoce a Zico desde que estudiaron en el Liceo Ciudad de Cali, a donde llegaban todos los estudiantes expulsados de otros colegios. Allá había tres grupos: los vagos de plata, los metaleros y los vagos-vagos. Zico y René eran del tercero, compartieron los dos últimos años de bachillerato, nunca se graduaron, encontraron mayor aprendizaje con los Mellizos, una importante banda de ladrones de bancos. Zico y René llegaron como mensajeros, luego fueron centinelas y alguna vez condujeron a los ladrones fuertes de un lado para otro. Con los Mellizos nunca robaron de verdad, sin embargo, aprendieron lo necesario y crecieron.

El reproductor MP3 con punk y hardcore-punk seleccionado, pasa de S.O.D. a Gotta go de Agnostic Front:

Hoy cumple cinco meses. Claudia pudo traerle el reproductor, unas camisetas, unas cuantas revistas de crucigramas y la biografía de Mike Tyson. Todavía espera por el juicio. El robo a mano armada no fue planeado y tiene claro que fue ambicioso. No todos los jefes de banda son como Zico. Hay límites que no se pueden pasar. René quiso de más. Esta nueva banda ya había dado tres golpes fuertes en municipios pequeños, tal vez eso lo motivó y se confió. Lo definitivo es que, de los seis ladrones, cuatro están muertos, el tercero en coma y él encerrado.

Cinco meses y la única que lo visita es Claudia. Su Claudia. La misma que hizo la selección de canciones que escucha y la misma que administra la sala de ensayos para bandas de punk y hardcore-punk locales que ambos montaron hace dos años. Cinco meses y Zico no lo ha visitado. El nombre de su amigo llega a su cabeza en cuanto suena Step Down de Sick of It All:

Sick of It All es lo mismo que Zicofirol, y entre los dos se entienden. Son amigos desde siempre y desde siempre se han cuidado. René aplasta lo que queda del porro asqueroso en el concreto del penal. Cabecea al ritmo de Step Down y canta:

Canta y se pregunta si sus amigos pueden ser tan malos amigos para no visitarlo. René tiene claro que está en la cárcel por ambicioso. Zico no puede olvidarlo. No ahora. Zico tiene que venir y conversar con él. Zico tiene que ayudarle. Porque si Zico no le ayuda, entonces nadie le podrá ayudar.

4 Premoniciones

Zico es del tipo de persona que cree en las premoniciones. Cree que se trata de un movimiento interior que hace el alma y es gracias a eso que, quienes las tienen, pueden ver o presagiar lo que va a acontecer. No es que con ese movimiento se pueda saber lo que va a pasar en el futuro, piensa Zico, pero son unas imágenes que se alcanzan a ver en fragmentos de segundo; aunque no lo diga, cree en eso ciegamente. Su ejercicio como ladrón ordenado y selectivo se basa justo en las premoniciones, son las indicaciones del destino y tiene que hacerles caso.