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Este libro es una creación de Manuel García, una auténtica mina de placeres prohibidos y encuentros apasionados, diseñada especialmente para satisfacer los apetitos eróticos más audaces de los lectores adultos homosexuales. Prepárate para sumergirte en un torbellino de deseos inconfesables, en un universo erótico que arde de pasión y seducción. Con su escritura magnética y sensual, García estimula tus fantasías más secretas, llevándote en un viaje más allá de los límites de la intimidad masculina. La obra desafía las convenciones y rompe todos los tabúes, ofreciéndote un vistazo de los encuentros más explosivos, las conexiones más profundas y los placeres más extasiados. Las páginas de este libro revelan historias que te mantendrán pegado a las palabras, despertando un deseo que no podrás ignorar. Déjate llevar a mundos desconocidos, donde el pecado es el motor de las emociones más intensas. Los personajes creados por García se revelan en encuentros transgresores, en momentos de pasión desenfrenada, en una sinfonía de deseo que enciende tus fantasías más oscuras. La escritura provocativa y detallada de Manuel García es una explosión de sensualidad que te hará estremecer de placer. A través de sus relatos, te invita a explorar tu sexualidad sin inhibiciones, a entregarte a tus instintos más profundos, sin remordimientos ni restricciones. El presente trabajo de ficción es el pasaporte hacia un mundo de lujuria y aventuras prohibidas. No dejes escapar esta lectura que te llevará a un territorio de placer intenso, de sueños descarados y sensaciones que te harán estremecer la piel. Siéntate, relájate y regálate el placer de vivir una lectura que te brindará emociones sin límites, que estimulará tu imaginación y encenderá una llama de deseo que no podrá ser domada. Estos cuentos te están esperando, listos para llevarte más allá de los límites del placer, donde la pasión es soberana y el éxtasis es tu compañera de viaje.
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Seitenzahl: 128
Veröffentlichungsjahr: 2024
§§
2 contra 1
Juegos Sexuales Gay e Historias Explícitas Tabú para Hombres Maduros
MANUEL GARCÍA
Notas
Manuel García © 2024
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida de ninguna forma sin el permiso escrito del editor, a excepción de las citas breves utilizadas en artículos o reseñas.
Estas novelas son totalmente una obra de ficción. Los nombres, los personajes y los acontecimientos que en él se representan son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, sucesos o lugares es totalmente casual.
Ninguno de los personajes representados en estas historias es menor de 18 años, está ligado por la sangre o participa en actos de los que no desea formar parte.
Impresión y distribución: Heinz-Beusen-Stieg 5 22926 Ahrensburg
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1. Un hombre que cambia tu vida
2. 2 contra 1
3. Sobredosis de pollas
4. Un maestro al que amar
5. Rescatado por un camionero
6. Con el propietario y una pareja
7. Presentación en un camping
8. Malditos buenos deseos
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1. Un hombre que cambia tu vida
Mi corazón está pesado. Sentada en el salón de mi piso, contemplo el cuadro antiguo de la Adoración de los Reyes Magos. Siempre me ha gustado, por el violento efecto de claroscuro de la escuela de Caravaggio y por la intensa carga emocional que desprenden los rostros de los Reyes Magos, adorando al que cambiará el curso de la historia de la humanidad. Casi un presagio de los acontecimientos que trastornarán mi existencia, que determinarán indeleblemente un antes y un después: antes y después de él.
Un abismo más allá del cual no hay vuelta atrás. Un violento claroscuro, de colores fuertes, con destellos de luz que se abren paso en la oscuridad, como en el cuadro que estoy mirando.
Acabo de volver de la universidad, donde enseño historia medieval, y sigo llevando el traje de franela gris hecho a medida, la camisa de sarga de algodón con finas varillas azules y la corbata de Hermes que me regaló mi mujer por mi onomástica. En mi mano un vaso de ginebra con hielo.
También fue profesora universitaria, como su padre y el mío, y así sucesivamente. Familias respetables y conocidas en la ciudad, las que son puestas como ejemplo, honradas, que se reúnen en los eventos culturales más importantes, en las recepciones más codiciadas.
Tengo 56 años y todavía me consideran un hombre guapo. Nunca he confiado mucho en mi aspecto físico, aunque bien cuidado y deportivo, y creo que el éxito que siempre he tenido con las mujeres, y que siempre ha despertado tantos celos en mi mujer, está más bien motivado por una fascinación que yo definiría como intelectual, debido a mi cultura y a mis intereses, que van desde los viajes por todo el mundo hasta la buena lectura, pasando por mi pasión por el teatro y el cine de autor y mi interés por los más variados géneros musicales.
Mi esposa es una mujer hermosa, culta y refinada, capaz de llegar a lo más profundo del alma, conocida por su elegancia nunca ostentosa pero siempre de buen gusto.
Tenemos una hija que va a la universidad en Estados Unidos, a la que ya no vemos casi nunca. Su vida está ahora en el extranjero, su trabajo está allí y sus afectos están allí. Tan bella como su madre, ha tomado de mí una curiosidad versátil e ingeniosa sobre todas las cosas del mundo.
Los acontecimientos que voy a relatar ponen fin al momento más turbulento de mi existencia. Son acontecimientos que han marcado mi vida desde hace aproximadamente un año y han provocado profundas laceraciones en mi realidad y en la de los que me rodean.
El año pasado, en el departamento de la universidad donde enseño, Jacopo superó el procedimiento de selección para profesor titular. Es un hombre de 46 años con un currículum muy respetable, un colega realmente estimulante, brillante, desenvuelto, a primera vista alguien que transmite confianza, con quien se puede establecer una colaboración fructífera.
Se trata de un perfil poco frecuente en mi entorno laboral, en el que uno se encuentra más a menudo con colegas cerrados en sus privilegios, con una comunicación fría y formal y con una carga humana difícil de encontrar.
A veces, cuando me relaciono con alguno de ellos, siento cierta aflicción al pensar en sus alumnos.
Jacopo, en cambio, responde al perfil del profesor capaz de establecer una empatía instintiva con los alumnos, de los que conmueven a los alumnos y, quizás, no sólo a ellos.
Tiene un rostro abierto y generoso, iluminado por unos ojos rayados de verde, a veces velados por la melancolía, una nariz regular y una boca bien dibujada, capaz de abrirse en una sonrisa que encanta, tierna pero también seductora.
Su pelo es castaño claro, grueso pero con un corte muy corto que apenas sugiere un carácter ondulado, tal vez rebelde. La barba es espesa, bien cuidada, más oscura que el pelo, con vetas de cobre y oro.
Su físico es deportivo, sin los excesos de la frecuentación del gimnasio, tonificado.
Es muy alto, mide 1,80 metros, y tiene los hombros anchos y erguidos. Sus manos son encantadoras: sus dedos son largos y nudosos, y sus uñas están naturalmente cuidadas. Son tan claras como su tez y cuando cierra los nudillos se vuelven rosas. Cuando te da la mano, lo hace con un gesto viril, franco y envolvente; siempre te deja soltar el apretón. Te deja una sensación de agradable calidez. Te sientes tranquilo.
Está casado pero no tiene hijos. Su mujer es muy joven, de una belleza impresionante, quizá inadecuada para él en términos de cultura y clase, pero definitivamente sensual.
Su madre es francesa, vive en París, y de ella ha tomado un estilo que no deja indiferente, así como un "erre" redondo que le viene de ser bilingüe italiano-francés.
Viste de forma deportiva y aprecio mucho la facilidad con la que llega a la universidad, quizá con vaqueros, pero sin perder nunca la elegancia. Me encantan sus jerseys de cachemira de cuello alto, llevados en piel.
Nuestro primer encuentro fue en la universidad, en la cantina. Le invité a comer conmigo y estuvimos hablando mucho tiempo, tanto que llegué tarde a clase.
Por la noche, en casa, durante la cena, hablé con entusiasmo de él a mi mujer, señalando lo impresionado que me había quedado por su genuina facilidad y su culta preparación. Un colega ideal.
Quizás un amigo, añadió mi mujer.
Los días y las semanas siguientes se caracterizaron por la intensificación de nuestros encuentros, que siempre sorprendían por las cosas que nos unían y que lentamente, sin que me diera cuenta, iban estableciendo una fina red a mi alrededor, envolviendo imperceptiblemente mis acciones, mis pensamientos. Hilos de seda, casi transparentes, que me unían a él, fijando cada día un nudo cada vez más apretado, tan apretado como indisoluble.
Un hechizo que me embrujaba, que me atraía hacia él con una sugestión magnética.
Pero no le entendí. No entendía sus miradas, el tacto de sus manos sobre mí, cuando no perdía ocasión de tocarme la mano, cuando me las ponía sobre los hombros para tranquilizarme, apretando cada vez más su agarre para hacerse sentir sobre mí, tal vez cuando me daba una goliarda bofetada para burlarse de mí, luego se demoraba en la nuca, terminando por acariciarme sólo en el aliento de un instante.
Sobre todo, no entendía cuando, a veces, mientras me hablaba, incluso cuando deliraba sobre temas relacionados con la universidad, el tono de su voz cambiaba repentinamente, se volvía más cálido y luego se detenía bruscamente, dejando lugar a un breve silencio lleno de un significado incomprensible para mí en ese momento, con sus ojos enfocados en mí, como si quisiera escudriñar y violar mi intimidad.
Esos tonos, esas miradas eran de investigación, querían preguntarme: '¿No lo entiendes? Pero no lo entendí. Todavía no.
Nuestro trabajo nos ponía a menudo en estrecho contacto y compartíamos la misma visión de la enseñanza universitaria, el mismo enfoque de los alumnos y las mismas teorías sobre la historiografía.
Hacía tiempo que planeaba una publicación sobre algunos documentos altomedievales, había reunido material muy interesante y en parte inédito y quería proponer una lectura moderna de estos textos.
Fue Jacopo quien me propuso escribir juntos un libro sobre este tema que tanto le apasionaba y sobre el que había recogido datos raros y preciosos.
Acepté con entusiasmo porque creía en la sinergia en los trabajos intelectuales, cuando hay integración de pensamiento y armonía de método. Vi todo esto en él, y juntos podríamos haber producido una publicación que pudiera representar por fin elementos nuevos en un campo que ahora es casi estéril.
Una cierta euforia se apoderó de mí a medida que nos reuníamos, cada vez más a menudo, para realizar este proyecto, ya que nos enzarzamos en acaloradas discusiones que, aunque estuviéramos en bandos opuestos, siempre acababan en acuerdo.
Un día, en la sala reservada para mí en la universidad, junto a la suya, nos encontramos trabajando juntos en el libro que iba a publicar.
Los dos estábamos delante del ordenador, en el mismo lado del escritorio. Podía oler su perfume, imperceptible, de colonia inglesa. Sus hermosas manos se movían armoniosamente sobre el teclado del ordenador. Casi podía sentir el calor de su cuerpo.
Mientras tanto, hojeé viejos pergaminos, con cuidado, rozando las páginas con los dedos.
"¡Qué manos tan bonitas tienes!"
"Tú también", respondo rápidamente.
Entonces, de repente, nuestras rodillas se tocaron. Era inevitable, teniendo en cuenta la corta distancia que nos separaba, pero percibí una demora por su parte, un momento demasiado largo. Un momento que marcó un comienzo.
Moví la pierna, porque ese momento me causó vergüenza.
De nuevo, tras unos instantes, sentí su pierna rozar la mía. Esta vez me había buscado, no podía ser casual, gestos demasiado contiguos para ser accidentales.
De nuevo, un retraso, un momento demasiado largo, pero decido no moverme. Yo también vacilo y nos quedamos así, nuestras piernas adheridas la una a la otra, una cercanía inesperada que hace que el tiempo se detenga en una dimensión en la que sólo siento la sensación de un roce, casi una caricia. Ni una mirada, ni una palabra, sólo un toque, casi una caricia.
La llamada a la puerta de uno de mis asistentes me despierta, nos alejamos como si la intimidad que se había creado fuera un inconveniente a disimular y volvemos a nuestros asuntos.
Michael Kiwanuka seguía tocando de fondo y esos sonidos marcarán para siempre un momento memorable. Una señal…. la primera, para mí.
Pasaron algunos días más durante los cuales nuestra relación continuó como siempre en el plano profesional y con creciente intensidad en el plano de la amistad: poco a poco nuestro conocimiento descendió a profundidades a veces insondables. Me sorprendí a mí misma haciéndole confidencias personales que nunca había compartido con nadie más.
También me contó secretos inconfesables relacionados con su espinosa relación con su madre.
Es bueno dejarse llevar, abandonar el lugar de aterrizaje en el que siempre nos hemos refugiado, y encontrar un amigo con el que recorrer juntos un tramo del camino.
Un día, estamos en el comedor de la universidad, junto con algunos colegas y estudiantes de doctorado.
Un ambiente jovial y de charla. Luego, solos, él y yo nos dirigimos a la máquina expendedora de café, ya que pronto comenzaría una sesión de exámenes para ambos.
De la mochila llena de libros y fotocopias, sacó el envoltorio de una conocida librería de nuestra ciudad.
"Contiene una novela que me gustó mucho, que me marcó. Me encantaría compartir tus opiniones cuando lo hayas leído. Cuando puedas".
"Gracias Jacopo. Es un gesto que aprecio mucho". Diciendo esto, me dispongo a desenvolverlo.
"No, ahora no…. estamos esperando a nuestros alumnos. Cuando llegues a casa, tranquilo".
Le doy la mano, su hermosa mano. Lo hago con vigor para expresar mi gratitud y mi amistad. Le miro a los ojos, los ojos de un nuevo amigo al que me siento cada vez más unido.
Por la noche, en el taxi, de camino a casa, por fin puedo desenvolver el regalo. "Una vita come tante", una novela de la que he oído hablar, un caso de publicación. Más de mil páginas, espero tener tiempo para leerlo, si no tendré que esperar a las vacaciones de Navidad para hacerlo.
Una vez en casa, me dirijo a mi estudio para ponerlo a la vista, en un estante de la estantería y antes de hacerlo lo hojeo para leer algo de información sobre el autor.
Es entonces cuando descubro la dedicatoria que Jacopo ha escrito para mí. "Para un colega. Para un amigo. Para alguien que tiene tanto que enseñarme. Para alguien que puede comunicarme tanto. Caminar juntos a través de la amistad que con delicada delicadeza se perfila en esta novela. Una invitación".
Tengo que sentarme en la silla. Me sirvo un poco de ginebra y añado hielo. Quiero volver a leer la dedicatoria, una, otra y otra vez.
La ginebra está haciendo efecto, una perturbación desconocida se apodera de mí, pero también un sentimiento anónimo, al que no puedo dar nombre, ciertamente algo parecido a la felicidad.
Leo y releo esas palabras que me hipnotizan, me envuelven. El colofón es muy claro: la novela trata de una amistad entre hombres que se convierte en amor.
Me gustaría llamarle, pero no lo hago. Prefiero estar a solas con mi turbación y ese sentimiento anónimo, dejo que me acunen, suavemente.
No lo entiendo claramente, quizás he bebido demasiada ginebra, no quiero entenderlo, pero sé que estoy bien, sé que me ha hecho feliz.
Un amigo, un verdadero amigo, hace esto.
Esta vez, no una señal, sino un mensaje que sólo pedía ser leído para ser entendido. El primero para mí.
John Coltrane seguía tocando de fondo y esos sonidos marcarán para siempre un momento memorable, el segundo.
Esa misma noche me puse a leer la novela, a pesar de que estaba agotada por una intensa sesión de exámenes. Leí las primeras ciento cincuenta páginas y las devoré. Eran las dos de la mañana y se me hacía tarde para dormir. Los pensamientos se agolpaban en mi mente, persiguiéndose unos a otros de forma desordenada: un buen viático para el insomnio.
Afortunadamente, al día siguiente, trabajaba desde casa para corregir los trabajos escritos de mis alumnos.