20.000 leguas de viaje submarino - Julio Verne - E-Book

20.000 leguas de viaje submarino E-Book

Julio Verne

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Beschreibung

El increíble viaje de tres náufragos en el Nautilus, el submarino del enigmático capitán Nemo, es una historia en la que se enfrentan la justicia y el deseo de venganza, y triunfan el respeto y la amistad.

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COLECCIÓN La puerta secreta

REALIZACIÓN: Letra Impresa

AUTOR: Julio Verne

ADAPTACIÓN: Elsa Pizzi

EDICIÓN: Patricia Roggio

DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

ILUSTRACIONES: Damián Zain

Verne, Julio 20.000 leguas de viaje submarino / Julio Verne ; adaptado por Elsa Pizzi ; ilustrado por Damián Zain. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2019. Libro digital, EPUB - (La puerta secreta ; 19) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4419-07-1 1. Narrativa Francesa. 2. Novela. I. Pizzi, Elsa, adap. II. Zain, Damián, ilus. III. Título. CDD 843

© Letra Impresa Grupo Editor, 2020 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-126 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

LA LLAVE MAESTRA

Seguramente se acuerdan de Buscando a Nemo, la película del pececito. ¿Pero saben por qué su protagonista se llama así?

Todo comenzó cuando, en 1870, el escritor francés Julio Verne escribió una de sus mejores novelas: 20.000 leguas de viaje submarino. Su protagonista es nada más y nada menos que Nemo, el capitán del Nautilus. ¿Y qué tienen en común un capitán serio y muy importante con un pez payaso? Que, como el pececito, él también vivió bajo el mar y muchos lo buscaron y persiguieron.

Desde que Julio Verne dio a conocer su novela, el capitán Nemo atrapa a los lectores con su misteriosa vida, sus inventos y aventuras. El cine, la televisión, los historietistas se inspiran en él. Y como muestra, acá tienen algunos datos.

En 1907, 20.000 leguas de viaje submarino se convirtió por primera vez en una película. A partir de entonces, se filmaron adaptaciones de la novela, en las que se reproduce toda la historia o solo aparecen Nemo y su Nautilus, como en Viaje 2: La isla misteriosa. En YouTube encontrarán algunas de estas versiones: 20.000 leagues under the sea, de 1916, que es muda, y la más conocida, de los Estudios Disney, que se estrenó en 1954 y está doblada al español.

Les recomendamos que las vean. Descubrirán cómo eran las películas anteriores al cine sonoro, y se divertirán mucho con la de Disney. Pero la “nemomanía” no termina acá: también en YouTube podrán ver dibujos animados, escenas realizadas con la técnica de stop motion (utilizando muñequitos, en lugar de dibujos) y videos que muestran modelos a escala del Nautilus. Además, algo interesantísimo: el Viaje del Nautilus, un video realizado por Google en el que se ve, en un mapa, el recorrido del submarino. Pero todo esto queda para después de leer la novela, porque van a empezar por lo mejor: llegó la hora de dar vuelta la página y entrar en el increíble mundo del capitán Nemo.

Y si quieren seguir descubriendo sus misterios, no se pierdan las otras dos novelas de la trilogía: Los hijos del capitán Grant y La isla misteriosa.

I

LOS MISTERIOS DEL NAUTILUS

1. ALGO HUIDIZO

Un extraño suceso, un misterioso fenómeno hizo famoso al año 1866: varios buques vieron “algo enorme” en el mar. ¿Pero qué?

Todo el mundo estaba tan desconcertado como preocupado, en especial los capitanes de barcos mercantes y los de la Marina de guerra. Al principio, muchos creyeron que era un islote, una roca, un escollo. Pero no, pues cuando se le acercaban, huía a una velocidad excepcional. ¿Tal vez se trataba de un animal marino? Algunos lo habían visto expulsar altísimos chorros de vapor y agua, pero dudaban. En lo que sí coincidieron todos fue en que ese objeto o ser fenomenal era puntiagudo, a veces luminoso, y mucho más grande y rápido que una ballena.

El primero en encontrarse con esa masa móvil fue el vapor Gobernador Higginson. A este, le siguieron otros avistamientos. Los científicos no se explicaban el tamaño del animal, que superaba el de todos los conocidos. Pero no podían negar que existía. Entonces, el monstruo se puso de moda y los periódicos sensacionalistas se preguntaban si se trataría de la terrible ballena Moby Dick o del desmesurado Kraken, cuyos tentáculos pueden abrazar un buque y llevárselo a los abismos del océano.

Como a los seres humanos les fascina lo maravilloso, esa aparición sobrenatural produjo una gran conmoción en el mundo entero. Pero pronto, algo nuevo despertó el interés de la gente y dejó de hablarse del monstruo. Hasta que, a principios de 1867, nuevos hechos llegaron al conocimiento del público.

El 5 de marzo, el buque canadiense Moravian navegaba por el Atlántico a 27º 30’ de latitud y 72º 15’ de longitud, cuando chocó con lo que parecía una roca que no figuraba en ningún mapa. Los oficiales de guardia observaron el mar con atención, pero solo vieron un remolino a poca distancia, como si algo hubiera sacudido violentamente el agua. El Moravian continuó su viaje, sin averías aparentes. ¿Había chocado con un escollo submarino? ¿O lo había golpeado un objeto enorme, tal vez el resto de algún naufragio? No se supo. Pero en el puerto, vieron que una parte de la quilla del buque estaba destrozada. Y si no hubiera sido por la gran calidad de su casco, se habría ido a pique con sus doscientos treinta y siete pasajeros.

El 13 de abril, el Scotia navegaba a 45º 37’ de latitud y 15º 12’ de longitud, con mar sereno. Pero, mientras los pasajeros merendaban en el gran salón, algo golpeó contra el barco. El impacto casi no se sintió y nadie se habría dado cuenta, si varios marineros no hubiesen subido al puente gritando: “¡Nos hundimos!”.

El casco del Scotia estaba dividido en compartimientos herméticos de modo que, si alguno se inundaba, el barco podía seguir a flote. Inmediatamente después del golpe, el capitán descubrió que el quinto compartimiento estaba invadido por el mar. Entonces, ordenó detener las máquinas y un marinero se sumergió para examinar la avería. Cuando volvió a la superficie, informó que en el casco había un agujero de dos metros de ancho. Era imposible tapar una entrada de agua tan grande, así que el Scotia debió continuar su travesía algo sumergido.

Ya en el puerto, los ingenieros que examinaron el barco no pudieron creer lo que veían: el casco, construido con una plancha de acero de quince pulgadas de espesor, estaba tan bien perforado que un taladro no lo habría hecho mejor. Era evidente que el instrumento que había producido semejante agujero debía tener una potencia poco común.

Este último suceso volvió a atrapar el interés de la gente y, desde ese momento, todos los accidentes marítimos sin causa conocida se atribuyeron al fantástico animal. Justa o injustamente se lo acusó de muchísimos naufragios. Y como su existencia hacía peligrosos todos los viajes en barco, el público exigió que se liberaran los mares de él, a cualquier precio.

2. ¿UN MOUSTRO MARINO?

En esa época, yo trabajaba en el Museo de Historia Natural de París. Había ido a los Estados Unidos a realizar una investigación científica y estaba de paso en Nueva York, cuando se produjeron los incidentes del Moravian y del Scotia. Estaba perfectamente informado sobre el tema. ¿Cómo no estarlo? Las noticias habían aparecido en todos los diarios y el misterio me intrigaba. Era indudable que había algo, pues la perforación del Scotia lo demostraba. ¿Pero qué?

Los choques habían ocurrido en fechas muy cercanas y a enormes distancias. Por eso, ya nadie suponía que se trataba de un islote flotante, ni de los restos de un naufragio. ¿Cómo podrían desplazarse a tanta velocidad? Solo quedaban dos soluciones posibles: o era un monstruo de una fuerza colosal, o un barco “submarino” de gran potencia.

Después de investigar en todo el mundo, esta última hipótesis se descartó. Era imposible que un particular o el gobierno de un país construyeran un submarino y lograran mantenerlo en secreto. Entonces, volvió a salir a flote la idea del monstruo marino y la gente se dejó llevar por las más absurdas fantasías.

De algún modo, yo era un experto en el tema ya que, tiempo atrás, había publicado una obra titulada Los misterios de los grandes fondos submarinos. Por eso, me consultaron sobre el fenómeno. Mientras pude, me negué a hablar. Hasta que me vi obligado a dar alguna explicación, cuando el New York Herald publicó en un artículo: “Pierre Aronnax, profesor del Museo de París, debe dar su opinión”. Analicé la cuestión y el 30 de abril envié esta nota al diario:

«Después de examinar el caso, debo admitir la existencia de un animal marino de una extraordinaria potencia. Hasta ahora, nadie exploró las grandes profundidades del océano, así que ignoramos qué hay allí. Suponiendo que no conocemos todas las especies que lo habitan, ¿por qué no aceptar que pueden existir animales adaptados a las grandes profundidades que, de vez en cuando, suben a la superficie? Si, por el contrario, conocemos todas las especies, hay que buscar este animal entre los seres marinos ya catalogados. En este caso, yo diría que se trata de un narval gigantesco.

»El narval suele medir treinta metros de largo y tiene una especie de espada que es, en realidad, un diente duro como el acero. Ese diente puede medir hasta tres metros de largo. Imaginemos que hay un narval diez veces más grande y que tiene una fuerza proporcional a su tamaño. Ese animal podría perforar el casco del Scotia. Por lo tanto, creo que se trata de un narval enorme, armado de un espolón como el de los buques de guerra. Así podría explicarse este fenómeno inexplicable».

Mi opinión ganó muchos seguidores. A la gente le encanta creer que existen seres sobrenaturales y el mar es el mejor lugar para imaginarlos, porque allí viven las mayores especies de mamíferos. ¿No podrían ocultarse también inmensos moluscos, langostas de cien metros o cangrejos de doscientas toneladas?

En definitiva, el público aceptó la existencia de un ser misterioso. Y en lugar de preocuparse por su origen (como los científicos), reclamó que fuera eliminado a toda costa, para proteger los viajes por mar. Entonces, para perseguir al narval, la Marina de los Estados Unidos equipó un excelente buque: el Abraham Lincoln.

Pero, como suele ocurrir, bastó que se decidiera ir detrás del monstruo para que este no apareciera. Durante dos meses, ningún barco lo encontró en su camino. Fue como si se hubiera enterado de que estaban tramando una conspiración contra él.

La impaciencia aumentaba cuando por fin, el 3 de julio, un vapor lo vio, al norte del océano Pacífico. Y como el Abraham Lincoln estaba listo para zarpar, Farragut, su capitán, decidió partir. Unas horas antes de que saliera, recibí una carta de la Marina. Me invitaban a formar parte de la expedición.

3. COMO EL SEÑOR GUSTE

Tres segundos después de leer la carta, yo ya había decidido que lo más importante en mi vida era liberar al mundo de ese animal.

–¡Conseil! –grité de inmediato.

Conseil, mi asistente, era un joven tranquilo, serio y trabajador. Conmigo había aprendido las clasificaciones biológicas y podía enumerar todas las clases, subclases, órdenes, familias, géneros, subgéneros, especies y variedades de animales. Pero solo sabía clasificar. En la práctica, no podía distinguir un cachalote de una ballena. Más allá de esto, era un excelente muchacho. Aunque tenía un defecto: era tan formal que nunca se dirigía a mí sin utilizar la tercera persona, lo que me irritaba bastante.

–¡Conseil! –repetí.

Durante los últimos años, me había seguido a todos los lugares donde me llevaron mis investigaciones científicas. Y jamás lo había oído quejarse sobre la duración o las dificultades de un viaje. Pero esta vez se trataba de una expedición que podía prolongarse indefinidamente y, además, arriesgada: perseguir un animal capaz de echar a pique un barco, como si se tratara de una cáscara de nuez.

–¡Conseil! –grité una vez más.

–¿Me llamaba el señor? –preguntó cuando, por fin, apareció.

–Sí. Prepárate. Partimos en dos horas.

–Como el señor guste –respondió tranquilamente.

–Guarda mi ropa y ¡date prisa!

–¿Y las colecciones que trajimos de Nebraska?

–Voy a ordenar que nos envíen todo a Francia.

–¿Es que no regresamos a París?

–Sí... claro... –respondí–. Pero tomaremos un camino un poco menos directo, eso es todo. Viajaremos a bordo del Abraham Lincoln. Se trata del famoso narval. Vamos a liberar los mares de él. Es una misión importante, pero... arriesgada. Esos animales pueden ser muy caprichosos...

–Como al señor le parezca –respondió Conseil, con calma.

–Piénsalo bien. Es un viaje del que podríamos no regresar –le advertí, porque debía decidir si deseaba ir o no.

–Yo haré lo que haga el señor –dijo, simplemente.

Un cuarto de hora más tarde, llegábamos al muelle de Brooklyn. Subimos a bordo del Lincoln y busqué al capitán Farragut. Apenas me dio la bienvenida, ordenó soltar las amarras. Si hubiera llegado quince minutos después, habrían zarpado sin mí y me habría perdido ese viaje extraordinario, sobrenatural, inverosímil, cuyo relato, sin duda, a algunos les resultará increíble.

4. NED LAND

El Lincoln salió del puerto entre cientos de pequeñas embarcaciones que querían verlo partir. También en los muelles, los curiosos agitaban miles de pañuelos para saludarlo. Hasta que entró en mar abierto, en las oscuras aguas del Atlántico.

El capitán Farragut estaba seguro de que el animal existía y había jurado que o mataba al narval o el narval lo mataría a él. Los hombres de la tripulación compartían su opinión. Calculaban las posibilidades de encontrarlo y, día y noche, observaban las aguas, a pesar de que todavía estábamos muy lejos del Pacífico.

El Lincoln tenía todo lo necesario para pescar al gigantesco cetáceo: desde arpones de mano hasta un excelente cañón instalado en la proa. Pero llevaba algo mejor aun: a Ned Land, el rey de los arponeros.

Ned Land era un canadiense alto, robusto y con una destreza sin igual en su peligroso oficio. Difícilmente una ballena o un cachalote escapaban a su arpón, porque no solo era fuerte, audaz y astuto, sino que, además, tenía una potente mirada telescópica. Creo que Farragut había acertado al contratar a ese hombre que, por sus ojos y sus brazos, valía tanto como toda la tripulación junta.

También, era serio y poco comunicativo, y cuando le llevaban la contra, Ned Land se enojaba muchísimo.

A mí me gustaba oírlo relatar sus aventuras en el mar. Y nunca le hablaba del narval gigantesco, porque era el único a bordo que no estaba convencido de su existencia. Hasta que, el 20 de agosto, tres semanas después de nuestra partida, le saqué el tema.

El Lincoln navegaba a sesenta kilómetros de las costas argentinas. En ocho días más, atravesaría el estrecho de Magallanes y entraría en el Pacífico, donde habían visto por última vez al monstruo. Sentados en la cubierta, Ned Land y yo charlábamos, mientras mirábamos el mar misterioso. Entonces mencioné al narval, y las posibilidades de éxito o de fracaso de nuestra expedición. Y como él me dejaba hablar sin decir nada, le pregunté:

–¿Tiene algún motivo para no creer en la existencia del cetáceo que perseguimos?

–Quizá, profesor Aronnax –me respondió.

–Pero usted no debería dudar, porque conoce mejor que nadie a esos grandes animales marinos.

–Justamente por eso desconfío. He perseguido, arponeado y matado muchos cetáceos. Pero ninguno podría haber roto el casco de acero de un buque.

–Sin embargo, está demostrado que el narval atravesó barcos con su diente.

–Yo no los vi y, hasta no tener pruebas de lo contrario, niego que las ballenas, los cachalotes o los narvales puedan hacer eso. Quizá, un pulpo gigantesco...

–Menos todavía, Ned. El pulpo no es un vertebrado y, por lo tanto, no es fuerte. Aunque midiese ciento cincuenta metros, resultaría inofensivo para barcos como el Scotia. Hay que dejar para los cuentos las proezas de los krakens o de otros monstruos de esa especie. Pero sí debemos aceptar que existe un mamífero poderoso, provisto de un diente con una extraordinaria fuerza de penetración.

–¿Y por qué debería ser tan poderoso?

–Porque como se lo ve poco en la superficie, debe vivir a grandes profundidades. Y allí hace falta una fuerza enorme para resistir la presión del mar. A medida que se desciende, el agua ejerce mayor presión sobre los cuerpos. Por ejemplo, si usted bajara a mil metros de profundidad, debería soportar diecisiete millones quinientos sesenta y ocho mil kilogramos. Y quedaría como si lo aplastara una aplanadora.

–¡Demonios! –exclamó el arponero.

–Si hay animales que viven en esas profundidades, calcule la resistencia de sus esqueletos.

–Deben estar fabricados con planchas de hierro de ocho pulgadas, como los buques acorazados.

–Así es. Y piense en el desastre que puede hacer un cuerpo tan fuerte contra el casco de un barco. Entonces, ¿lo convencí? –le pregunté, finalmente.

–Me convenció de una cosa, profesor. Me convenció de que, si esos animales existen en el fondo del mar, deben ser tan fuertes como usted dice.

–Pero si no existen, arponero testarudo, ¿cómo explica el accidente del Scotia?

–Porque... ¡porque eso no es verdad!