95 Tesis para la nueva generación - Lucas Magnin - E-Book

95 Tesis para la nueva generación E-Book

Lucas Magnin

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En su nuevo libro, 95 tesis para la nueva generación, Lucas Magnin trae a Martín Lutero hasta el siglo XXI. A través de 95 ensayos polémicos y desafiantes, recupera la sabiduría del reformador para resolver algunos de los temas más urgentes del cristianismo actual (en especial, lo que más preocupa a las nuevas generaciones). Lucas Magnin profundiza la propuesta de Cristianismo y posmodernidad. La rebelión de los santos. A través de 95 ensayos polémicos y desafiantes, el autor argentino trae a Martín Lutero de este lado de la historia y lo expone a los dilemas actuales de la fe cristiana. Para muchas iglesias, Lutero y la Reforma son como parientes lejanos que se conocen poco y se recuerdan solo en ocasiones especiales. Incluso podríamos preguntar: ¿qué tiene que ver con nosotros? Con tantos cambios y desafíos que enfrentamos como cristianos hoy, ¿deberíamos tomarnos el tiempo para hablar de un monje alemán que vivió en el siglo XVI? En este manifiesto de espiritualidad y reforma, Lutero no es un objeto de estudio, sino un interlocutor. Lucas Magnin se pregunta por el presente y el futuro del cristianismo y lo hace mirando al pasado: en un diálogo fecundo con la teología, el contexto histórico y la biografía del gran reformador. Este es un libro para los creyentes y las iglesias que siguen buscando el Reino de Dios y su justicia en pleno siglo XXI —al igual que lo hizo la Reforma en el siglo XVI—. Cada una de las 95 tesis para la nueva generación identifica un conflicto o una pregunta y lanza un desafío a quienes tienen oídos para oír y están dispuestos a hacerse cargo del reto.

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Seitenzahl: 479

Veröffentlichungsjahr: 2022

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)»

© 2022 por Lucas Magnin.Todos los derechos reservados.

EDITORIAL CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

www.clie.es

95 TESIS PARA LA NUEVA GENERACIÓN:ISBN: 978-84-18810-86-2e-ISBN: 9788419055507Depósito Legal: B 9489-2022CristianismoGeneralREL070000

agradecimientos

A Almen por el ánimo, la compañía, los consejos, la inspiración y la paciencia en todos estos meses.

A Daniel Magnin, Graciano Corica y Jonatán Rodríguez por la lectura atenta y las sugerencias oportunas que enriquecieron estas páginas.

A los amigos y amigas con los que comparto la vida por la generosa atención con la que me escucharon introducir citas e ideas de Lutero de contrabando en casi cualquier ocasión. La vida en comunidad siembra en mí incontables ideas (y algunas florecieron acá).

A los que leerán este libro con mentes y corazones abiertos, con hambre y sed de respuestas. Que el Espíritu use estas meditaciones como una mecha para que el Evangelio brille con fuerza entre nosotros.

índice

Agradecimientos

índice

INTRODUCCIÓN

TESIS 1

Entender nuestro lugar en la historia es parte de madurar en la vida cristiana (y, de paso, nos evita algunos errores preocupantes).

TESIS 2

Los tiempos de gran incertidumbre pueden ser la excusa para entregarse al miedo o la motivación para conquistar mejores certezas.

TESIS 3

No nos horroricemos: nuestra fe no va a desaparecer porque debamos revisar algún dato equivocado de nuestro edificio teológico.

TESIS 4

La gente con miedo hace daño a otros, convencida de hacer lo correcto.

TESIS 5

Las ideas tienen consecuencias; por eso, conviene revisar muy bien lo que pensamos y creemos.

TESIS 6

El cristianismo debe ser, hoy más que nunca, un baluarte de sensatez.

TESIS 7

Levantar la voz contra las hegemonías intelectuales, el esnobismo y las modas culturales también es parte del rol de los profetas.

TESIS 8

Dios redime nuestras biografías, tendencias y particularidades para su gloria; allí encontramos nuestro mejor testimonio.

TESIS 9

La transformación de la Iglesia y del mundo es el fruto de una vida de santidad y devoción profunda.

TESIS 10

Lo que en un momento fue reforma, innovación y asombro, eventualmente se convertirá en estructura, atraso y rutina.

TESIS 11

Uno de los peores enemigos de la reforma de la Iglesia es la lavada de cara que no cambia las cuestiones estructurales.*

TESIS 12

Para hacer la obra de Dios es fundamental contar con buenos amigos.

TESIS 13

El autoritarismo es un insulto al Evangelio y no debería tolerarse en ninguna iglesia.

TESIS 14

Dios castiga a los que abusan de su pueblo, no importa si son “los de afuera” o “los de adentro”.

TESIS 15

Debemos siempre seguir al Buen Pastor; eso a veces significa alejarnos de aquellas comunidades de fe en las que su voz ya no se escucha.

TESIS 16

Romper todo no significa reformar la Iglesia ni cambiar el mundo.

TESIS 17

Todo esfuerzo de actualización o reforma debe responder, en última instancia, a un objetivo central: la fidelidad al Evangelio.

TESIS 18

En una época desencantada, estéril y técnica, la espiritualidad cristiana debe ayudar a reencantar el mundo.

TESIS 19

La culpa y la ansiedad pueden ser útiles a la institución eclesial, pero traicionan el mensaje liberador del Evangelio al generar dependencia espiritual.

TESIS 20

Debemos evitar a toda costa la falsa compasión cristiana que se expresa en el ofrecimiento de una gracia barata.

TESIS 21

Toda verdad -no importa de qué causa o ideología provenga- debe ser valorada y reclamada en nombre del Evangelio.

TESIS 22

Si realmente quiere ser cristiana, cualquier verdad, causa o ideología -por valiosa o urgente que sea- debe ser bautizada por la cruz.

TESIS 23

Nunca hay que confiar del todo en lo que nuestro entorno celebra y legitima.

TESIS 24

Debemos examinar con atención nuestras convicciones espirituales; hasta las más piadosas y nobles pueden ser agentes de vida o de muerte.

TESIS 25

Para criticar algo, primero es necesario entenderlo.

TESIS 26

Al dialogar con una cultura extraña, se deben evitar tres posiciones peligrosas: la retirada, la trinchera y la rendición.

TESIS 27

El diálogo de Jesús con sus contemporáneos tenía tres ingredientes fundamentales: alternativa, gracia y reconciliación.

TESIS 28

En el núcleo de la teología cristiana descubrimos la paradoja: una poderosa estrategia para desarmar la polarización y el fanatismo.

TESIS 29

El diálogo del cristianismo con la cultura debe moverse siempre, en tensión paradójica, entre la resistencia y la sumisión.

TESIS 30

La Iglesia muestra su fidelidad a la Palabra de Dios cuando brilla como un agente de justicia, paz y reconciliación en la sociedad.

TESIS 31

El diálogo de Jesús con sus contemporáneos tenía tres ingredientes fundamentales: Luchar contra la injusticia sin las armas del Evangelio es una batalla perdida.

TESIS 32

Cuando no sabemos qué hacer, llorar con los que lloran es una muy buena opción.

TESIS 33

Debemos atesorar la noción de pecado como una categoría clave de la antropología cristiana.

TESIS 34

El aspecto teológico del pecado personal no debe hacernos perder de vista la dimensión social y estructural del mal.

TESIS 35

Ni lo nuevo ni lo viejo son, en sí mismos, el camino.

TESIS 36

La Iglesia debe habitar en una paradójica tensión: la de ser un organismo organizado.

TESIS 37

La experiencia personal con Dios no es autónoma; siempre debe remitir a la revelación y dejarse interpelar por ella.

TESIS 38

Una teología falsa es la que promete aquello que Dios no ha querido revelar.

TESIS 39

La Escritura puede ser una gran aliada o la peor pesadilla; por eso, necesitamos tomarnos el tiempo para aclarar lo que realmente creemos sobre la Biblia.

TESIS 40

Poner la Biblia en manos del pueblo de Dios es una forma muy eficiente de reducir desigualdades, liberar conciencias y empoderar a los creyentes.

TESIS 41

Aunque madurar en la fe significa profundizar en lo que creemos, nunca debemos menospreciar la sencillez y claridad del Evangelio.

TESIS 42

Una mala comprensión del principio de la Sola Escritura deriva en un biblicismo literalista: un error peligroso que convierte a la Biblia en un fin en sí misma.

TESIS 43

El propósito de las Escrituras es conducir a Cristo; esa es la llave que abre los sentidos del texto bíblico.

TESIS 44

No podemos descubrir a Cristo al margen de donde Él ha querido revelarse.

TESIS 45

El principio de la Sola Escritura reconoce la instancia última de autoridad de la Iglesia, no es una negación de la historia, la tradición ni la teología.

TESIS 46

Sola Escritura no es un cheque en blanco hermenéutico.

TESIS 47

El antídoto para el fundamentalismo es el fundamento.

TESIS 48

La enseñanza elemental de las bases teológicas de la fe cristiana a todos los creyentes debe ser una prioridad de las iglesias.

TESIS 49

A veces, la única forma de salir de las polémicas teológicas y alcanzar la unidad de los santos es hacer silencio ante el misterio de Dios.

TESIS 50

“No conformarse a este mundo” es una invitación a vivir el Evangelio de manera profética, no a habitar en un gueto religioso.

TESIS 51

El cristianismo no se siente completamente en casa en ningún paradigma, cultura, grupo o época.

TESIS 52

“Solo Cristo” es una denuncia radical y profética contra toda forma de idolatría.

TESIS 53

Todo conocimiento teológico debe madurar hasta convertirse en doxología.

TESIS 54

Si no queremos que Jesús sea un significante vacío, útil para manipular, debemos asentar nuestra cristología en el testimonio de los evangelios.

TESIS 55

El peligro de toda identidad religiosa reside en su tendencia a percibir a “los otros” como el enemigo.

TESIS 56

El ejemplo de Jesús nos conduce a servir al prójimo, sin distinción, ahí donde necesita.

TESIS 57

Una experiencia mística real no le da la espalda a la realidad.

TESIS 58

Los desiertos espirituales y las crisis de fe son procesos naturales y necesarios de la vida cristiana.

TESIS 59

La piedad religiosa puede llevarnos por caminos oscuros; por eso, nuestra vida debe crecer a la luz de una confianza sencilla en Dios.

TESIS 60

Espiritualizar las respuestas no es lo mismo que responder las preguntas; necesitamos abordar el dilema humano de manera integral.

TESIS 61

El sacerdocio de todos los creyentes no es una excusa para el individualismo religioso: es una invitación a la solidaridad cristiana.

TESIS 62

El cristianismo del siglo XXI debe colaborar en la tarea de sanar y proteger la naturaleza de los abusos, la contaminación y la avaricia.

TESIS 63

El corolario natural de la gracia es una vida de gratitud a Dios que se derrama en servicio al prójimo, sin importar su condición.

TESIS 64

Un estilo de vida sencillo y generoso es una forma muy potente de hablarle a una cultura consumista, individualista e idólatra del dinero.

TESIS 65

Aunque la oferta suene tentadora, el pueblo de Dios debe evitar las alianzas con los poderes temporales si no quiere perder su identidad.

TESIS 66

La Iglesia es débil cuando busca imponer sus valores con la ayuda del Estado o el dinero, pero fuerte cuando acepta su misión: ser testimonio del Reino de Dios.

TESIS 67

El eje de la escatología cristiana es sencillo, pero potente: la victoria absoluta de Dios sobre las fuerzas del mal.

TESIS 68

Una sana escatología debe evitar dos peligros siempre al acecho: la especulación conspirativa y el triunfalismo apocalíptico.

TESIS 69

Lo que hace que la Iglesia se mantenga en pie es la fe en la gracia de Dios manifestada en Cristo Jesús, no una postura ética, política o ideológica.

TESIS 70

Más que un reservorio de valores o un imperativo moral para denunciar pecados ajenos, nuestras familias deben brillar como una sociedad de contraste.

TESIS 71

No podemos seguir haciendo la vista gorda ante el acoso y los abusos cometidos al interior de la comunidad cristiana.

TESIS 72

La marginación de las mujeres no pertenece al corazón del cristianismo; es un lastre que debemos sacudirnos de una vez por todas.

TESIS 73

Una Iglesia que margina a un sector del pueblo de Dios será una Iglesia débil y enferma: ha amputado una parte de la imagen de Dios.

TESIS 74

Aunque la vergüenza, la inexperiencia o la incredulidad nos alejen de los milagros, eso también es una parte fundamental de nuestra fe.

TESIS 75

Para aquellos que quieran sobrevivir a la modernidad líquida, caminar sobre las aguas es una obligación.

TESIS 76

Aunque los simulacros del poder de Dios son un placebo que se siente muy bien, lo que en verdad necesitamos es el poder real.

TESIS 77

Nuestra fe individual, eclesial y denominacional hace agua ante los desafíos actuales; por eso, necesitamos convocar a la tradición cristiana en nuestra ayuda.

TESIS 78

Es en vano repetir la polémica de hace cinco siglos: ni los evangélicos de hoy son Lutero, ni los católicos actuales son el papado medieval.

TESIS 79

Las renovaciones y reformas más poderosas surgen a menudo de las experiencias de humillación.

TESIS 80

Cuando compartimos la solidaridad que existe al interior de las iglesias con “los de afuera”, nuestro testimonio habla por nosotros.

TESIS 81

La comunidad cristiana debe ser un lugar de acogida para la fragilidad humana.

TESIS 82

La gracia de Dios nos invita a asumir un rol activo en la defensa de la dignidad de las personas.

TESIS 83

El cristianismo nos hace más humanos, no menos.

TESIS 84

Antes de abrir la boca, debemos detenernos para escuchar con atención el corazón de la cultura.

TESIS 85

La mejor estrategia para resistir a la secularización es trabajar por una cosmovisión cristiana integral que abarque la totalidad de la vida.

TESIS 86

Necesitamos volver a insistir en la importancia de las vocaciones en el desarrollo de la misión cristiana.

TESIS 87

La Iglesia no es un factor opcional en la experiencia de fe.

TESIS 88

Para afrontar su misión en el siglo XXI, la Iglesia debe apostar a la formación académica de intelectuales y teólogos e incorporarlos a su staff.

TESIS 89

La vanguardia teológica no puede nunca perder de vista al pueblo de Dios.

TESIS 90

Para acompañar a la Iglesia en el camino hacia la reforma, se necesitan amor, paciencia y estrategias pedagógicas.

TESIS 91

Tenemos que hacernos cargo de nuestras convicciones.

TESIS 92

La reforma se desvanece si no logra pasar de la polémica contra lo viejo a la creación de algo nuevo.

TESIS 93

Sin una entrega existencial y confiada en los brazos de Dios, el cristianismo no tiene sentido ni vale la pena.

TESIS 94

El cristianismo será una religión de alegría y plenitud o no será.

TESIS 95

La gracia de Dios se renueva con cada fracaso.

EPÍLOGO

APÉNDICE

Tabla cronológica de la vida de Martín Lutero

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

INTRODUCCIÓN

Martín Lutero, ese extraño monje que vivió en Alemania hace 500 años, sigue presente en el imaginario de las iglesias evangélicas como una especie de bandera que se desempolva en ocasiones especiales. Puede ser a finales de octubre para conmemorar la Reforma, en el medio de una polémica anticatólica o en alguna mención pasajera sobre la importancia de las Escrituras, la fe o la gracia. La sombra de Lutero es difusa sobre las incontables ramas y grupos que componen el protestantismo. Aunque por lo general desconocemos buena parte de sus ideas y dilemas vitales, lo tenemos guardado por ahí, como una especie de amuleto.

Lutero condensa la imagen más popular de la Reforma. Defensores y detractores lo han ensalzado a lo largo de la historia como ángel o como demonio, como el único paladín de la fe en una época oscura y también como el más perverso de los herejes del cristianismo. Al igual que Moisés, Juana de Arco y Julio César, es un símbolo que trasciende su propia biografía y desaparece entre medio de su legado.

No solo estuvo en el momento justo y en el lugar indicado para dinamizar la reforma que la Iglesia de fines del Medioevo estaba pidiendo a gritos. Además, por su propio magnetismo vital, Lutero dio un enfoque muy personal a muchos de los debates teológicos más importantes de su tiempo y de la posteridad. Su forma de pensar las Sagradas Escrituras, la fe, la Cena del Señor o la autoridad en la Iglesia se extendió mucho más allá de las paredes de la Iglesia luterana.

Hans Küng afirma que la obra de Lutero produjo un completo cambio de paradigma en la historia de la Iglesia y la fe cristiana. No se puede, según él, pensar el cristianismo fuera de la sombra que se extiende desde Lutero. Fue una nueva concepción global, una nueva gramática teológica, comparable solamente con la revolución que desató el giro copernicano. «Como los astrónomos después de Copérnico, Galileo y Kepler, así los teólogos después de Lutero se habitúan, como quien dice, a otra manera de ver»1. Fue, en palabras del historiador Bernard Coster, una refundación del cristianismo.

El obispo anglicano John Robinson, quien tuvo su momento bajo el sol en los años sesenta, en medio de los debates sobre la teología secular y la teología de la muerte de Dios, escribió lo siguiente: «A la larga, quienes modifican más profundamente la historia no son los que aportan una nueva serie de respuestas, sino los que posibilitan una nueva serie de preguntas»2. Lutero puso sobre la mesa un sinfín de ideas novedosas (y, al mismo tiempo, antiguas) sobre Dios, pero hizo algo más. Con su gesto de reforma, su cuestionamiento del statu quo de su época y su énfasis en la libertad de conciencia inauguró un nuevo momento histórico: la experiencia de la modernidad.

Es cierto que, al leer al propio Lutero, es fácil perderse entre debates que tienen muy poca relación con nuestra experiencia de Dios en el siglo XXI. Los ejemplos sobran: la situación de las órdenes mendicantes, las distinciones medievales sobre el sentido de la Cena del Señor, la polémica sobre la validez de las misas privadas, los sutiles comentarios sobre la injerencia que debían tener los príncipes, etc. En pocas palabras: estamos hablando de un mundo que ya no existe. Y, sin embargo, hay en Lutero una potencia que logra sobreponerse a los cinco siglos que nos separan de él para seguir dirigiéndonos la palabra.

Muchos tenemos la sensación de que estamos a las puertas de una nueva reforma de la Iglesia. Mi generación anhela una transformación estructural de la experiencia cristiana que pueda conectar mejor con el ejemplo de Jesús y, al mismo tiempo, logre responder con mayor claridad a las preguntas y los dilemas de nuestros contemporáneos (que son también los nuestros). Pero eso que se espera es también algo que se desconoce e incluso se teme. El camino a la reforma es misterioso y todo faro que ilumine la búsqueda es un buen comienzo. Por eso, para muchos de nosotros —que seguimos creyendo que la vida cristiana no es una causa perdida, que no queremos resignarnos a la entropía del cristianismo ni volvernos cínicos al respecto de la Iglesia y el seguimiento de Jesús— la figura de Martín Lutero es un consuelo y un estímulo.

Estas 95 tesis para la nueva generación son algunas reflexiones que nacieron de forma bastante espontánea, mientras estudiaba al reformador. Están escritas de tal manera que cada lector pueda elegir cómo leerlas. Quizás respetando el orden que yo propongo, o quizás saltando por temas o intereses, como una Rayuela desordenada. Quizás meditando de a poco y a conciencia en cada una de mis propuestas, tal vez devorando estas páginas en un pantagruélico atracón literario.

Para sacar mayor provecho de las conexiones e implicaciones de estas ideas, en algunas ocasiones desarrollé dos tesis en un mismo ensayo. Además, para no naufragar entre fechas y datos, agregué al final una tabla cronológica con la biografía y algunas de las obras principales de Lutero.

Hay una escena de Los reyes, el poema dramático inspirado en el mito del minotauro, en el que Julio Cortázar pone en boca de Ariana las siguientes palabras: «Eres como una lámina de bronce, me oigo mejor si te hablo»3. Lutero será a continuación, para mí también, como una lámina de bronce: un personaje que me ayudará a desentrañar muchos temas que me cargan la mente y el corazón. Eso significa que no emprenderemos un estudio detallado y sistemático sobre la teología o la vida de Lutero (aunque también habrá un poco de esto).

El método de estas tesis será un poco diferente. En algunos ensayos, dedicaré bastante tiempo a explicar sus ideas o un evento importante de su biografía con la intención de extraer una aplicación actual o un desafío vigente. En otros, por el contrario, me enfocaré por completo en un dilema de nuestro tiempo y convocaré al reformador para aportar únicamente un detalle, una cita ocasional o una anécdota menor.

La intención de este ejercicio hermenéutico es acercar a Lutero, traerlo de este lado de la historia y ponerlo a dialogar con los conflictos actuales de nuestra fe. Vamos a extraer, de esa prolífica cantera que llamamos Martín Lutero, un tesoro invaluable para meditar en las complejidades y urgencias que tiene el cristianismo hoy. Intentaremos discernir la sabiduría que existe en su pensamiento y su biografía, en la valentía de sus preguntas y el laberinto de sus respuestas, en sus brillantes aciertos y también en sus vergonzosos errores. Y en medio de todo eso, aunque sea tímidamente, intentaremos oír el oportuno consejo de Dios.

Chesterton dijo que «las ideas pierden en altura lo que ganan en anchura»4. Este es un libro más ancho que alto. Hablar con propiedad de fenómenos tan complejos y variados como los que aquí abordaré es, desde el vamos, una misión casi imposible. Los lectores de estas páginas pertenecerán a contextos muy diversos; por ese motivo, es probable que las noventa y cinco tesis resuenen en cada persona de maneras diferentes. A fin de cuentas, la experiencia de fe de una iglesia neopentecostal de la ciudad de Guatemala, de una comunidad reformada del interior de España o de un grupo de universitarios un poco incrédulos de Buenos Aires es dramáticamente diferente. Es el riesgo de lanzar una botella al océano o publicar un libro como este: nunca se sabe quién lo va a encontrar.

Hablar de Lutero no tiene que ver con una excepcionalidad teológica de la Reforma, como si el Espíritu Santo hubiera levantado vuelo tras la muerte del último apóstol y hubiera vuelto a la tierra en el siglo XVI. Tampoco tiene que ver con una especie de orgullo protestante ni con creer que la tradición reformada es infalible. Conocer solo un poquito de los vericuetos de la historia frustra cualquier pretensión de superioridad. Creo, sin embargo, que el sendero abierto por la Reforma sigue siendo válido hoy porque hay allí muchas señales que apuntan al seguimiento de Cristo. Lo importante aquí no es Lutero. Más bien, nos sirve hablar de estas cosas en tanto y en cuanto nos guíen a la gracia que hemos recibido. Parafraseando a Pablo, en el ejemplo de la Reforma descubrimos un poco cómo es eso de imitar a Cristo.

No creo que Lutero nos sirva como un amuleto protestante o un trofeo para poner sobre una repisa de respeto y honor; creo que lo necesitamos, más bien, como un espejo que nos ayude a mirarnos mejor a nosotros mismos y a ver también el rostro del Maestro.

TESIS 1

Entender nuestro lugar en la historia es parte de madurar en la vida cristiana (y, de paso, nos evita algunos errores preocupantes).

Me parece que esta primera tesis tiene que empezar por afirmar algo muy básico: entre nosotros y la Reforma protestante hay una distancia inmensa. Y vamos a viajar un poco más atrás para decir también: entre nuestra experiencia de la fe cristiana y la Iglesia primitiva hay también una distancia inmensa. Son dos afirmaciones que probablemente sonarán demasiado obvias para algunos; pero para otros —como fue mi caso en algún momento— serán un buen punto de partida para empezar a navegar por este libro.

Situados como estamos en nuestro propio entorno —histórico, cultural, geográfico y, por supuesto, religioso—, es fácil olvidar que nuestra posición en el universo es justamente eso: una posición. Los peces también dan por evidente que toda la realidad es agua. «Como el aire que respiramos, esa forma es tan traslúcida, tan penetrante y tan evidentemente necesaria, que solo con un esfuerzo extremo logramos hacernos conscientes de ella»5.

Es probable que muchas de las personas que lean estas páginas se identifiquen, sin más, como “cristiano evangélico” o “cristiano protestante”. Después de ese rótulo, quizás sigan otros adjetivos, como “carismático”, “bautista”, “reformado”, “relevante”, “pentecostal” o “independiente”. Todas esas aclaraciones representan, en palabras de José Míguez Bonino, los diferentes rostros del protestantismo. A pesar de las diferencias que podamos encontrar, todos esos rostros «tienen “un aire de familia” innegable»6 que los conecta con un origen común.

Esa tradición teológica e histórica compartida incluye: el estallido del pentecostalismo, las misiones norteamericanas e inglesas de los siglos XIX y XX, los avivamientos o Grandes Despertares*, el pietismo de los siglos XVII y XVIII, las iglesias congregacionalistas y libres, el puritanismo que buscaba (¡ya en el siglo XVI!) renovar la Iglesia anglicana y finalmente la Reforma protestante que Lutero impulsó y Calvino sistematizó.

Anatole France escribió en una ocasión que es bastante inusual que un maestro pertenezca, en la misma medida que sus discípulos, a la escuela que él mismo ha fundado. Cuando intentamos tender puentes que atraviesen esos quinientos años entre Lutero y nosotros —¡para no hablar de los dos mil años que van hasta Jesús!—, es fácil que muchos sientan una continuidad directa o una prolongación natural que va desde su propia experiencia de fe hasta la teología que los reformadores hicieron en el 1500 o que la Iglesia primitiva proclamó en el siglo I. No es sorprendente, por ejemplo, escuchar que muchas iglesias mencionen las Cinco Solas como estandartes inconfundibles de su fe, heredadas directamente de la Reforma. A su vez, consideran que esos principios fueron una aplicación sin escalas de la enseñanza del Nuevo Testamento.

No obstante, no hay que esperar mucho para descubrir que la comprensión que tienen de la Sola Escritura o la Sola fe muchos de estos creyentes honestamente convencidos de esa continuidad, difícilmente represente el sentido que esas ideas tenían para los reformadores. Generalmente se usan las mismas palabras —Biblia, Iglesia, salvación, autoridad—, pero el puente que conecta los sentidos se ha cortado. Puedo imaginarme una escena de lo más divertida, en la que reformadores como Lutero, Zwinglio o Calvino repiten las palabras de Hechos 15:24, pero ahora hablando de nosotros: «Tenemos entendido que unos hombres de aquí los han perturbado e inquietado con su enseñanza, ¡pero nosotros no los enviamos!»**.

Cuando trazamos un árbol genealógico de nuestra propia fe y podemos asumir el camino que hizo el Evangelio para llegar hasta nosotros, muchas vendas se caen. Podemos notar la distancia —teológica, existencial, geográfica, cultural, histórica, lingüística— que hay entre nuestra experiencia de fe y el mensaje de los reformadores. Podemos reconocer las diferencias entre nuestras prácticas eclesiales y el testimonio apostólico del primer siglo. Somos seres históricos y una de las peores cosas que podemos hacer, en nuestro intento de vivir la fe cristiana en plenitud, es transitar nuestra vida como si la historia no existiera.

El recorrido de las próximas páginas nos hará tomar conciencia de la distancia que existe entre nosotros y la Reforma —y, por extensión, la Iglesia primitiva y Jesús—. Ese aprendizaje es doloroso, no lo voy a negar. Entender nuestro lugar en la historia complica las cosas. Sería mucho más satisfactoria la sensación de haber sido enviados en un viaje en el tiempo, a bordo del DeLorean, hasta nuestros días.

Si toda nuestra fe viniera certificada con un sello de calidad inviolable, firmado por Lutero o el apóstol Pablo, o si pudiéramos trasladarnos olímpicamente hasta la Reforma del siglo XVI —o, mucho mejor, hasta el mismo Aposento alto en Jerusalén—, podríamos evitar muchos complejos procesos de reflexión teológica. Ciertamente, ser hijos de un repollo o una cigüeña nos ahorraría mucho trabajo.

Pero el Señor —que nos dio el ejemplo al encarnarse en la historia— ha decidido en su eterna sabiduría bendecirnos de esta manera. Nos ha invitado —sin atajos, sin DeLorean y sin cigüeña, a la luz del testimonio de su obrar en la historia y del consuelo de su Espíritu— a vivir aquí y ahora, abrazados a la promesa de que estará con nosotros hasta el fin del mundo.

** El primero fue el de Whitefield, Wesley y Edwards (1730-1740). El segundo fue el de Finney y el Movimiento de santidad (desde 1820). El tercero (de la segunda mitad del siglo XIX) fue el de Moody y Parham; este último fue maestro de William Seymour, el pastor detrás del avivamiento de la Calle Azusa, evento que marca el nacimiento histórico del pentecostalismo. A esta historización clásica, se le agrega a veces un cuarto Gran despertar, durante la segunda mitad del siglo XX, catalizado por Billy Graham y el Jesus Movement.

**** A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Traducción Viviente (NTV). También son citadas la Reina Valera 1960 (RVR1960), la Reina Valera Contemporánea (RVC), la Dios Habla Hoy (DHH), la Palabra de Dios para Todos (PDT) y la Nueva Versión Internacional (NVI).

TESIS 2

Los tiempos de gran incertidumbre pueden ser la excusa para entregarse al miedo o la motivación para conquistar mejores certezas.

El humanista italiano Lorenzo Valla desenmascaró en 1440 uno de los fraudes más famosos de la historia. El documento conocido como Donación de Constantino afirmaba que, al mudar la capital imperial a Constantinopla en el año 330, el emperador Constantino había dejado a cargo del papa no solo la ciudad de Roma, sino también el resto del Imperio romano de Occidente. Ese era el fundamento de las atribuciones territoriales que el papado tenía sobre Italia y buena parte de Europa. El Derecho Canónico puntualizaba lo siguiente:

El emperador Constantino donó al obispo de Roma la corona imperial y toda la magnificencia imperial en Roma y en Italia y en todas las tierras que, en Occidente, pertenecen al emperador. […] Deben tener los obispos sucesores del Príncipe de los Apóstoles, mayor autoridad y poder en la tierra que la que posee nuestra majestad imperial.7

La autoridad del papa —no solo espiritual, sino también política— sobre el emperador quedaba así legalmente establecida. Al analizar las palabras y giros lingüísticos de la Donación de Constantino, Valla concluyó que el documento no podía haber sido escrito en el siglo IV. La hipótesis más creíble situaba su redacción en el siglo VIII, como parte de una disputa contra los herederos de Carlomagno por unos territorios italianos.

La obra de Valla no tuvo grandes consecuencias en el momento de su publicación. No fue más que un rumor que circulaba en ambientes académicos. De hecho, durante un siglo más, la Donación siguió siendo considerada como verdadera por los juristas.

Sartre escribió que, cuando cae la noche y la seguridad se vuelve penumbra, hay que tener muy buena vista para poder distinguir al buen Dios del diablo. En la bruma posmoderna en la que andamos, cuesta muchísimo gritar «¡Tierra a la vista!». Somos náufragos de identidad en unos tiempos líquidos. Las generaciones que nos precedieron podían hablar de “normal”, “verdad”, “perversión”, “familia”, “éxito”, “mujer” o “bueno” a partir de implícitos acuerdos de la tradición occidental. Hoy la incertidumbre es nuestro acuerdo. Nos cuesta dejar de sospechar de todo.

La hipótesis de que existe cierta objetividad en el lenguaje ha perdido el consenso del que gozó en el pasado. Lo mejor que nos va quedando son las opiniones, los recorridos vitales, la reivindicación que pueden ofrecer las subjetividades al dar su testimonio. Cada cuerpo se aferra a la madera que puede, la que le da algún tipo de equilibrio mental. Desde ese púlpito inquieto, proclama su verdad con la esperanza de que esa voz ayude a reconstruir algún tipo de tejido social.

Y si ya la mera existencia en esta era turbulenta es un cóctel de ansiedades, problemas de identidad y angustia, ¡cuánto más el hecho de ser una Iglesia en misión! Nos sentimos acomplejados y siempre bajo el escrutinio. Nos debatimos entre dos formas de culpa: primero, la de rozar en ocasiones el fanatismo religioso; y segundo, la conciencia de lo mediocre que es nuestro testimonio cristiano.

Aunque la sensación es a menudo bastante asfixiante, hay un dato que puede darnos esperanza: la Reforma protestante brotó justamente en medio de una asfixia similar. A comienzos de 1520, entre dudas cada vez más significativas sobre la legitimidad del papado, llegó a manos de Lutero una copia de la obra de Lorenzo Valla. Fue la gota que rebalsó el vaso: la Donación de Constantino no era un título de propiedad legítimo. Eso significaba que durante siglos la iglesia de Roma había lucrado y hecho guerras sobre la base de un fraude.

Si hasta ese momento Lutero intentaba conciliar sus descubrimientos bíblicos con la institución del papado, después de esa lectura su tono cambió drásticamente. Ese mismo año publicó A la nobleza cristiana de la nación alemana y La cautividad babilónica de la Iglesia: dos tratados en los que hablaba abiertamente, por primera vez, del papa como el Anticristo.

Habían pasado ochenta largos años de incertidumbre y creciente descontento desde la acusación de Lorenzo Valla. Finalmente, las cosas cayeron por su propio peso.

Compartimos con Lutero el hecho de habitar en un ambiente intelectual de cambios profundos. A nivel político, económico, cultural y artístico, la desconfianza generalizada en las explicaciones antiguas nos arroja a un futuro incierto. Nos dijeron que el mundo tenía una forma, unos colores y una coherencia, pero al final la cosa no era tan así. Como sucedió con la Donación de Constantino, estamos tomando conciencia de muchos fraudes que algunos usaron para perpetrar sistemas opresivos e instituciones corruptas.

El vértigo que sentimos es como el de esos pajaritos a los que empujan de golpe del nido caliente. Pero es justamente en tiempos como estos, en palabras de Dave Grohl, cuando aprendemos a vivir de nuevo. Podemos llorar sobre la leche derramada y lamentarnos hablando del mundo que se nos escapa. O podemos aprovechar el vértigo y la urgencia para obligarnos a levantar vuelo de una vez por todas.

Tenemos que aprender a surfear la ola de la incertidumbre y el relativismo para poder encontrar, entre los escombros, verdades menos adulteradas y mejores certezas que las de nuestros predecesores. Henri Nouwen decía que ese duro camino es justamente el que nos permitirá ser «flexibles sin caer en el relativismo, firmes en nuestros planteamientos sin ser rígidos, espontáneos en el diálogo sin llegar a ser ofensivos, corteses y generosos a la hora del perdón sin ser excesivamente blandos, y verdaderos testigos sin convertirnos en manipuladores»8.

Ante las preguntas más desconcertantes que emanan de las demandas políticas, ambientales, económicas, de género, bioéticas o cibernéticas, la promesa de Jesús sigue siendo pertinente: «No se preocupen de antemano por lo que van a decir. Solo hablen lo que Dios les diga en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo» (Mc. 13:11).

No creo que esta asfixia que sentimos represente la muerte del cristianismo. Quizás la verdad sea todo lo contrario: que estamos en la hora undécima, justo antes de un cambio inmenso, a las puertas de una nueva reforma que llegará para trastocar los tristes fraudes que algunos han hecho en el nombre de Jesús.

TESIS 3

No nos horroricemos: nuestra fe no va a desaparecer porque debamos revisar algún dato equivocado de nuestro edificio teológico.

TESIS 4

La gente con miedo hace daño a otros, convencida de hacer lo correcto.

El siglo XVI me parece algo fascinante: una era que rediseñó el mundo. Pienso en la conflagración de sucesos que hicieron tambalear Europa: como un terremoto epistemológico, todo lo que sabían entró en crisis. El ascenso de la burguesía y la conformación de los estados nacionales europeos, el despertar del racionalismo y los primeros pasos del método científico, todo señalaba que una era de cambios estaba despuntando. Las noticias de un Nuevo Mundo recién descubierto —con exóticos habitantes e incontables tesoros— se oían con pasmosa sorpresa; si tuviéramos que actualizar el efecto a nuestros días, quizás podríamos compararlo con el aterrizaje repentino de un puñado de naves extraterrestres en nuestras ciudades. Así de escalofriante. La Reforma llegó también para hacer tambalear los estamentos sociales y religiosos más arraigados. Y mientras tanto, desde Oriente, los ejércitos otomanos de Solimán el Magnífico trepaban por Europa y llegaban a sitiar peligrosamente la mismísima Viena.

Es el siglo de Leonardo Da Vinci y Moctezuma, de Iván el Terrible y Nostradamus, el tiempo de Romeo y Julieta, la Capilla Sixtina, la matanza de los hugonotes y el calendario gregoriano. No sorprende que Don Quijote, en los primeros años del siglo siguiente, quisiera evadirse a la fantasía de los libros de caballería antes que habitar en esa era tan inestable.

Un teólogo luterano llamado Andreas Osiander fue el responsable de editar en 1543 un libro que haría tambalear no solo el mundo, sino el universo mismo: De revolutionibus orbium coelestium. El autor de ese documento era el astrónomo prusiano Nicolás Copérnico. En sus páginas proponía un giro científico incalculable: pasar de una visión geocéntrica —la tierra como centro del cosmos— a una heliocéntrica —el sol está en el centro y la tierra gira a su alrededor—.

Osiander sabía que tenía en sus manos un libro controversial, que ponía en crisis todo un paradigma. Sabía también que Lutero, Melanchtón y Calvino se oponían a la teoría heliocéntrica porque creían que era bíblica y teológicamente errada.* Así que agregó un prefacio al comienzo del libro en el que quitaba relevancia a las ideas de Copérnico y las presentaba únicamente como un ejercicio de imaginación matemática: «Que nadie espere nada cierto de la astronomía», acotaba, porque «estas hipótesis no necesitan ser verdaderas ni probables»9.

Uno de los grandes lectores de Copérnico fue Giordano Bruno, un astrónomo, filósofo y poeta italiano que pasaría a la historia como un mártir del librepensamiento. Bruno abrazó el sistema copernicano y fue incluso más allá. En sus escritos se encuentran desperdigadas algunas ideas que han sido ya refutadas, pero muchas otras que la ciencia ha ido confirmando desde entonces: que la Tierra gira alrededor del sol y que además gira sobre su propio eje, que la percepción del movimiento es relativa, que el sol es una estrella, que en el cosmos hay otras estrellas y planetas similares al nuestro, etc.

Todas esas afirmaciones no contradecían a las Escrituras ni a la fe cristiana desde la perspectiva de Giordano Bruno, pero la Inquisición no lo vio de la misma manera. Un 17 de febrero de 1600 fue quemado vivo en una hoguera en el Campo de’ Fiori de Roma.

El caso de Bruno puso en alerta a la curia sobre el peligro que representaban esas nuevas ideas de la astronomía para la Iglesia católica. Su expediente sería un modelo para la infame persecución que algunos años después se desataría sobre Galileo Galilei. La teoría de Copérnico fue declarada herética en marzo de 1616; en 1633, después de un proceso que se extendió por más de veinte años, Galileo fue condenado por hereje. Pasó el resto de su vida bajo arresto domiciliario. Tendrían que transcurrir doscientos lentos años hasta que los libros de Copérnico y Galileo fueran finalmente quitados del Índice de libros prohibidos de la Iglesia católica.

La Inquisición de hace siglos hacía añicos a quienes pusieran en duda alguna pieza, por pequeña que fuera, de su edificio teológico. Creían que, si se caía una pieza, todo se desmoronaba. Pero hoy sabemos, sin sombra de dudas, que Giordano Bruno, Copérnico y Galileo tenían razón y que podemos seguir siendo verdaderos cristianos, amar a Dios, servirlo con devoción y ser fieles a su Palabra mientras creemos que la Tierra gira alrededor del Sol.

No hay contradicción entre ese dato y nuestra fe. No hay herejía. Se sacó esa pieza y el cristianismo se mantuvo intacto. Pensaban que su religión y su mundo llegaría a su fin si cambiaba la teoría que explicaba el movimiento de los astros; sin embargo, contra todos sus cálculos y miedos, el mundo y la fe sobrevivieron sin mayores complicaciones.

Un poco más lejos del ojo de la tormenta, otros intelectuales y científicos —como René Descartes y Johannes Kepler— miraban con atención el proceso contra Galileo y reflexionaban sobre la relación entre la fe y la ciencia. Francis Bacon, otro contemporáneo, fue quizás quien logró sintetizar esas reflexiones de la forma más memorable:

Dice nuestro Salvador: «Erráis por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios» (Mt. 22:29), poniendo ante nosotros dos libros o volúmenes que hemos de estudiar si queremos asegurarnos contra el error; primero las Escrituras, que revelan la voluntad de Dios, y luego las creaturas, que manifiestan su poder; de las cuales las segundas son una llave de las primeras, no solo porque a través de las nociones generales de la razón y las normas del discurso abren nuestro entendimiento para que conciba el sentido verdadero de las Escrituras, sino principalmente porque abren nuestra fe, al llevarnos a meditar debidamente sobre la omnipotencia de Dios, que principalmente está impresa y grabada sobre sus obras.10

Muchos de los grandes científicos de la época eran creyentes devotos que entendían su estudio de la naturaleza como un acto de adoración. Estaban seguros de que el cristianismo no es una absurda teoría, incoherente con los hechos y datos duros, sino una explicación perfectamente razonable para entender la realidad. La Iglesia había comprendido mal un elemento concreto de esa realidad —en este caso, el movimiento de los astros—, pero eso no significaba descartar la fe, sino permitirle enriquecer con los nuevos descubrimientos su verdad eterna. No tenían dudas de que semejante revolución científica no destruiría el cristianismo, sino que lo haría más fuerte.

En la otra vereda, sin embargo, la Iglesia percibía los nuevos descubrimientos como una amenaza de vida o muerte. El Salmo 93 comienza con una adoración: «¡El Señor reina! ¡El Señor se ha vestido de magnificencia! ¡El Señor se ha revestido de gran poder! ¡El Señor afirmó el mundo, y este no se moverá!» (vs. 1; RVC). Justamente, los inquisidores usaron esa última frase como prueba para demostrar la herejía de Galileo.

¿Qué pensarán dentro de doscientos o trescientos años sobre las “demostraciones” que damos para justificar que tal o cuál idea es una herejía? ¿Qué dirán las próximas generaciones sobre las opiniones que nos emperramos en defender, incluso cuando los datos duros cuestionan nuestras interpretaciones? ¿Realmente se vendría el mundo abajo si algún detalle de lo que sabemos no fuera tan así? ¿Desaparecería el cristianismo si ciertos hechos anecdóticos no resultaran ser tal como los aprendimos?

Algunos creyentes están prestos a prender fuego a cualquiera que ose revisar algún dato de su fe. A veces esto sucede con temas de la tradición, la denominación o por gustos personales. Veo muy a menudo actitudes como esa en torno a las investigaciones de los biblistas sobre cuestiones arqueológicas, exegéticas o de géneros literarios de la Biblia. Pienso, por ejemplo, en la reconstrucción histórica que sugiere la mano de tres autores detrás del libro de Isaías, no uno, como se pensaba. O las hipótesis sobre la autoría del Pentateuco, que ponen en duda la postura tradicional sobre el rol de Moisés en la escritura de los primeros cinco libros de la Biblia. O aquellas evidencias arqueológicas y literarias que reconocen que el relato de la Creación de Génesis 1 es un brillante poema teológico más que un texto científico. Estudiosos que han dedicado su vida entera al análisis detallado del texto bíblico desarrollan investigaciones similares sobre temas tan fascinantes como el Jesús histórico, el corpus paulino, las tradiciones de Israel, la literatura apocalíptica y sapiencial o el proceso de formación del canon.

«Se podría escribir una “Historia eclesiástica del pánico”, cuyo hilo conductor a través del tiempo es la lucha de la apologética cristiana contra la independencia creciente del hombre; una historia de condenas, de excomuniones»11. El instinto de preservación nos pone a la defensiva frente a todo aquello que parezca atentar contra nuestra supervivencia. Puede ser un animal salvaje o un asalto a mano armada, pero puede ser también una idea o un dato que hace tambalear nuestra cosmovisión.

He vivido esa sensación muchas veces y puede ser desesperante. Pero después de haber resistido a esos embates y haber atravesado terremotos epistemológicos de todos los tamaños y colores, aprendí algo. Es lo que también nos enseña la historia de Galileo, una convicción que intento recordarme cada vez que un nuevo elemento pone en crisis mi edificio teológico: mi fe no depende de algunos datos menores ni se va a desmoronar si algo ajeno a mi órbita se suma a la ecuación. Más bien, nuestra fe «está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas. Y la piedra principal es Cristo Jesús mismo. Estamos cuidadosamente unidos en él y vamos formando un templo santo para el Señor» (Ef. 2:20-21).

La gente con miedo hace daño a otros convencida de estar haciendo el bien. Y, como supo decir Sebastián Castellion, matar a un hombre para defender una doctrina, no es defender una idea: es matar a un hombre. Ser más cerrados en nuestras ideas no nos convierte necesariamente en personas más piadosas y fieles —de igual manera, ser más abiertos en nuestras ideas no es sinónimo de libertad y lucidez—. Dios no se espanta de las novedades de hoy, así como tampoco se amedrentaba de los hallazgos de ayer. El edificio de la fe cristiana no es tan frágil como para que se haga añicos con cada cambio del viento, cada nueva invención o descubrimiento.

La vida de los creyentes anticipa el Reino de Dios, pero no lo realiza plenamente. La Iglesia está sujeta (como el resto de los mortales) al error, a la ambigüedad, al duro oficio de desaprender lo aprendido para hacer lugar a nuevos saberes. «A la Iglesia peregrina en la tierra no le es dado comprender todos los caminos que ha recorrido y recorrerá la historia en su marcha hacia la meta final (una meta que se habrá de alcanzar, aunque no sepamos cuándo ni cómo)»12.

Anclarnos obstinadamente a ciertas hipótesis sobre datos menores, anecdóticos y no fundamentales de la Escritura o el universo no es un acto de lealtad cristiana. Parafraseando a Pablo, si nuestra esperanza en Cristo se cae a pedazos al cambiar una fecha o la presunta autoría de un libro de la Biblia, entonces probablemente «somos los más dignos de lástima de todo el mundo» (1 Co. 15:19).

* En una de las Charlas de sobremesa, Lutero dijo de Copérnico: «Este loco quiere trastocar toda la ciencia de la astronomía; pero, como consigna la Sagrada Escritura, Josué ordenó detenerse al sol y no a la tierra».

TESIS 5

Las ideas tienen consecuencias; por eso, conviene revisar muy bien lo que pensamos y creemos.

Antes de que Lutero apareciera en escena, hubo varios personajes que prepararon el camino a la Reforma. Figuras como Pierre Valdo, John Wyclif o Jan Hus insistían en reformar la Iglesia mediante una purificación de las costumbres, es decir, una santificación individual y eclesial. El predicador Girolamo Savonarola, por ejemplo, era famoso por organizar la hoguera de las vanidades: una quema pública de objetos lujosos y asociados con la vida libertina. Savonarola denunciaba con ese acto la corrupción de la Florencia renacentista gobernada por los Medici. La valentía profética del predicador italiano le granjeó poderosos enemigos, como el inmoral papa Alejando VI, que lo excomulgó y lo condenó a la hoguera.

Lutero tenía catorce años el día en que Savonarola fue quemado como hereje. Su ejemplo de valentía profética fue uno de los modelos que inspiró la vocación del reformador. Más de dos décadas después —de camino a la Dieta de Worms, acusado también él de herejía y sin saber si volvería de ese viaje o si moriría como mártir—, Lutero llevó consigo una imagen del monje italiano.

Lutero no fue ni el primero ni el último en buscar purificar las prácticas y costumbres de la Iglesia de su tiempo. Sin embargo, su Reforma hizo algo diferente de las anteriores: se centró en una revisión de la dogmática. No solo se enfocó en las costumbres, la moralidad y las fallas individuales; «que la vida del papa y de los suyos sea como fuere. Ahora estamos hablando de su doctrina»13, dijo. No apuntó su artillería contra los pecados de la Iglesia, sino contra las enseñanzas pecaminosas.

«Hay que distinguir entre doctrina y vida», decía Lutero; «si no se reforma la doctrina, la reforma de la moral será en vano, pues la superstición y la santidad ficticia no pueden reconocerse sino mediante la Palabra y la fe»14. Aunque Lutero admiró a precursores de la Reforma como Savonarola, Wyclif y Hus, también los criticó por haber denunciado las deficiencias morales de la Iglesia, pero sin atacar la teología que estaba en su base. Habían apuntado a las consecuencias del problema, pero no habían hecho nada por tratar las causas.

C. S. Lewis dijo que podemos pasarnos la vida sin prestarle atención a las ideas teológicas, ignorando esa dimensión de la realidad. Pero eso no significa que no tengamos ninguna posición tomada sobre el tema. Más bien, significa que tenemos «un gran número de ideas equivocadas: ideas malas, mutiladas y obsoletas. Porque gran número de las ideas que en cuanto a Dios se hallan en boga en nuestra época son simplemente las que los verdaderos teólogos estudiaron hace ya siglos y descartaron».

Nuestras ideas teológicas no son abstracciones intrascendentes que tiñen de un color u otro nuestra fe. No son un mero telón de fondo de la verdadera vida cristiana. Las ideas filosóficas y religiosas son peligrosas, «tan peligrosas como el fuego, y nada puede apartar de ellas esa belleza que les confiere el peligro. Pero solo hay un modo de cuidarnos de su peligro excesivo, y es penetrar en la filosofía y empaparnos de religión»16.

Revisar, deconstruir, meditar y filtrar nuestras ideas sobre Dios y el mundo debería ser uno de los primeros pasos para la reforma de nuestra espiritualidad cristiana. No es un trabajo destinado a los intelectuales con poca fe. No es una distracción de la verdadera espiritualidad. Como dijo Richard Weaver hace algunas décadas, las ideas tienen consecuencias.

Si predicamos la centralidad del Evangelio en todas las áreas de la realidad, lo que creamos de Dios, la Biblia, la salvación y la misión afectará notablemente (para bien y para mal) nuestra vida, nuestra comunidad de fe y la sociedad.

TESIS 6

El cristianismo debe ser, hoy más que nunca, un baluarte de sensatez.

TESIS 7

Levantar la voz contra las hegemonías intelectuales, el esnobismo y las modas culturales también es parte del rol de los profetas.

Como una levadura altamente eficiente, el movimiento filosófico que conocemos como posmodernismo abonó la sociedad occidental hasta crear ese espíritu de época que conocemos como posmodernidad. De las ácidas disputas en el interior de las escuelas marxista y estructuralista fue naciendo, a mediados del siglo XX, un método de crítica cultural que tensionaría la racionalidad moderna como nunca antes. Lo que empezó como una antítesis a ciertas tesis de la filosofía de su tiempo, logró convertirse, en cuestión de un par de décadas, en un discurso que no solo conquistó la academia (en especial, las Ciencias Sociales), sino que permeó los debates políticos, éticos y culturales de manera total.

Sobre el escenario de una economía consumista, saturada por la oferta permanente de atractivos estilos de vida, montada en los rieles de la hipercomunicación y la instantaneidad de internet, el espíritu del nuevo siglo se fue fortaleciendo. ¿Cuáles son los trazos de esa nueva hegemonía intelectual? En muy pocas palabras:

la insistencia en la maleabilidad de aquello que consideramos real; el mantra foucaultiano de que todo es discurso; el lema derridiano de que no hay nada fuera del texto;la desconfianza lyotardiana frente a cualquier cosa que uno pudiera considerar metarrelato;la crítica a toda idea de objetividad y orden como nociones opresivas y deshumanizantes; el rechazo posestructuralista a cualquier categoría; la afirmación de la plena artificialidad de toda explicación.

Todas estas hipótesis han fermentado un clima intelectual de irracionalismo, subjetivismo y escepticismo que los escritores naturalistas del siglo XIX podrían tildar de fantástico.

Las Fake News, la posverdad, el auge de grupos extremistas, el relativismo epistemológico que inunda cada conversación y la carnicería discursiva en las redes sociales no solo son culpa del algoritmo y la exacerbación psicológica de una sociedad cada vez más individualista. Son, en buena medida, las consecuencias prácticas de ese paradigma que se convirtió en la hegemonía cultural de Occidente en las últimas décadas.

Estamos en presencia de lo que Milan Kundera denomina Homo sentimentalis: «El sentimiento se ha revalorizado y la razón, devaluado. El cogito ergo sum (“Pienso, luego existo”) de Descartes ha sido sustituido por el “siento, luego existo”»17.

Con desfachatada insensatez, muchas de las mentes más brillantes de la academia y la cultura sembraron anárquicos vientos que minaron la confianza de Occidente en la razón, la ciencia y la posibilidad de abrazar algo que se acerque al menos un poco a la verdad. Estas son las tempestades que cosechamos.

Lutero ha sido frecuentemente acusado de ser un irracionalista. Y la verdad es que, cuando uno lee algunas de sus expresiones más pintorescas, pareciera que el título le cabe a la perfección. Solía hablar de la razón como Frau Hulda: «La novia del diablo, la razón, esa ramera encantadora, […] la meretriz más seductora con que cuenta el diablo»18. En más de una ocasión, mostró una completa hostilidad hacia la filosofía y el mundo intelectual de las universidades más prestigiosas de su tiempo. Pero si analizamos sus ideas con detenimiento, las cosas se ponen mucho más interesantes.

Lutero creía que la razón, como el resto de las dimensiones de la experiencia humana, lleva en sí la marca de la Caída. Entendía que el pecado no solo es una cuestión moral, sino que también afecta nuestra capacidad de pensar correctamente. Su problema no era la razón en sí. De hecho escribió, en 1536, que «tras la caída, Dios no quitó la majestad de la razón humana, sino por el contrario la confirmó»19. En la Dieta de Worms, cuando peligraba su cabeza, pidió precisamente ser refutado mediante una sencilla exposición de las Escrituras y mediante la razón. Lo que le molestaba no era el intelecto, sino un tipo de razón autosuficiente y presuntuosa «que se arroga el conocimiento de aquello que pertenece al “reino” de la fe»20.

Ese tipo de razón y no otra era la que Lutero consideraba “prostituta del demonio”. Y para él no había intelectuales que encarnaran mejor ese tipo de actitud fanfarrona y pedante que los teólogos de la gloria. Lutero llamaba así a los filósofos y teólogos escolásticos que, a comienzos del siglo XVI, todavía constituían el núcleo duro de la hegemonía intelectual de su tiempo. Con sus categorías estructuradas y sus sofisticados métodos de validación, la filosofía y teología escolástica de fines de la Edad Media dominaba las universidades más prestigiosas de Europa.

La figura de Aristóteles era omnipresente para los escolásticos, que afirmaban que no se podía ser un verdadero intelectual sin basar las propias opiniones en la tradición aristotélica. La escolástica tardomedieval no era ya el sistema imponente de la Summa de Tomás de Aquino, ni tenía la potencia analítica del sutil Duns Escoto, ni ofrecía una lógica invencible como la de Guillermo de Ockham. En la época de Lutero, la escolástica era puro escolasticismo: la cáscara débil de un imperio intelectual agotado por las disputas internas, la exageración y el elitismo.

El lenguaje enrevesado y los silogismos oscuros de la escolástica convirtieron al Evangelio en una actividad a la que solo unos pocos accedían: «Una filosofía teológica en la que el cristianismo originario del Nuevo Testamento era solo un elemento entre otros, y ni siquiera el dominante»21. Por la presión de los pares y el prestigio intelectual que ofrecía, la escolástica se había convertido, a principios del siglo XVI, en una hegemonía cultural que había cooptado la capacidad de análisis de la academia.

Años antes de su ruptura con la Iglesia católica, en un enorme acto de valentía epistemológica, Lutero rompió con Aristóteles:

Me duele en el corazón que ese pagano maldito, altanero y perverso haya seducido y engañado con sus falsas palabras a tantos de los mejores cristianos. Dios nos ha atormentado con él a causa de nuestros pecados. […] Sé muy bien lo que digo. Conozco a Aristóteles tan bien como tú y los tuyos. También yo lo he leído y oído con mayor entendimiento que Santo Tomás y Escoto. De ello puedo gloriarme sin vanidad y, si fuera menester, lo probaré. No me importa que durante tantos siglos muchas altas inteligencias se hayan afanado por él. Tales objeciones no me impresionan, como anteriormente lo hicieron.22

Mientras las universidades repetían, hegemónicamente y sin mucho pensamiento crítico, su dependencia a la filosofía aristotélica, Lutero afirmaba que un verdadero teólogo no pude llegar a serlo sin desembarazarse antes del molde de Aristóteles.

Si reducimos la ecuación histórica al mínimo, quizás no sea exagerado afirmar que la Reforma protestante fue una reacción —ejecutada desde el interior de la academia misma— contra el esnobismo de los intelectuales de su tiempo. Lutero no fue un irracionalista, sino, precisamente, un intelectual hastiado del vaho de la academia y dispuesto a cuestionar la intelligentsia de su tiempo.

A través de la polémica, las paradojas y los contrastes, intentó despegarse de la sobreintelectualización de los escolásticos, de su lógica disociada de la revelación y de las sutilezas que convertían la vida en un juego de palabras. Lutero fue «un pensador inconformista […] que siempre conservó una sana desconfianza hacia la razón»23, las modas académicas y el esnobismo de las élites culturales. Lutero acusaba a los escolásticos una y otra vez de ser sofistas*, es decir: charlatanes, relativistas, tramposos, esnobs.

El siglo XXI galopa al ritmo de la irracionalidad territorial, la inconsistencia, el fanatismo, el chantaje emocionalista y los impulsos sectarios. Es una era desquiciada: ha perdido su quicio, su eje, su órbita. Y el cristianismo, en tiempos como estos, no puede darse el lujo de arrojarse a la insensatez ni de engrosar las filas del absurdo, el arrebato pasional o la superficialidad.

«Simplones» —dice Proverbios 1—, «¿hasta cuándo insistirán en su ignorancia? Burlones, ¿hasta cuándo disfrutarán de sus burlas? Necios, ¿hasta cuándo odiarán el saber? Vengan y escuchen mi consejo. Les abriré mi corazón y los haré sabios». A los creyentes nos toca, en medio de estas tempestades, evitar la deliciosa pendiente de la irracionalidad fanática y tomarnos el lento y duro esfuerzo de examinarlo todo.

Especial trabajo les toca, en ese horizonte turbulento, a los estudiantes, intelectuales, teólogos y artistas que, desde la fe, deberán disputar sentidos a un siglo cautivo de ideas a menudo insostenibles. Ideas que, por la presión de los pares y el prestigio intelectual que arrastran, parecieran ser la voz autorizada de la cultura y la academia.