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Una crónica narrativa que deja al descubierto el derrumbe que provoca una adicción en un ser humano. Relatado con crudeza, desmembrando cada una de las actitudes negativas que un adicto va adquiriendo y lo tremendamente difícil –pero no imposible– que resulta recuperarse. De transitar el camino de la vida a no poseer siquiera el control de si mismo.
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Seitenzahl: 265
Veröffentlichungsjahr: 2015
A Revertir
a revertir
Claudio Arnaldo Joulie
Editorial Autores de Argentina
Joulie, Claudio
A revertir. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.
E-Book.
ISBN 978-987-711-287-0
1. Autoayuda. I. Título
CDD 158.1
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño y diagramación: Maximiliano Nuttini
Diseño de portada: Justo Echeverría
valorarte.
A REVERTIR
APENAS…MOMENTOS EFIMEROS
UN ESQUELETO HIZO SLALOM EN 4x4
MI INFANCIA
UN HECHO FORTUITO
LA RELACION CON MIS HIJAS
MI AQUÍ Y AHORA
MIS FRUSTRACIONES
MIS ACTITUDES NEGATIVAS: SOBERBIA Y CONFIADO
VIVIR EN LA VERDAD
MI ACTITUD SOBERBIA Y EGOISTA
REENCUENTRO CON MIS HIJAS
MI ACTITUD JUSTIFICADORA
AMOTINAMIENTO
COMO ME VA LA CABEZA
MIS SITUACIONES IRREVERSIBLES
PORQUÉ ME HE EQUIVOCADO TANTO EN MI VIDA
QUE HERRAMIENTAS UTILIZO PARA MANTENERME ALEJADO DEL CONSUMO
MI INFANCIA Y ADOLESCENCIA Y LA INCIDENCIA EN MI SOBERBIA
DE QUE ME SIRVE DEPOSITAR LA RESPONSABILIDAD EN OTROS Y NO HACERME CARGO
MIS ACTITUDES NEGATIVAS
ROBINSON CRUSOE PATAGONICO
MIS CULPAS
DE LOS HEPATOGRAMAS
HABLEMOS DE FRANZ KAFKA Y OTRAS YERBAS
LA INCOMUNICACION
MIS ACTITUDES IMPULSIVAS
MIS EVASIONES
LA OLIMPIADA
LA ACTITUD PERMISIVA
PLACERES DEL ‘YO’ MALDITO
LOS EFECTOS DE REVERTIR
PRELUDIO SIN FIN
Muchas veces me he cuestionado las razones por las que llegué hasta acá.
Cada una de estas peguntas converge en una misma respuesta. ‘La Ansiedad’
Ansiedad a vivir cien vidas en una. Desde pequeño, aprendí el significado de ganármela.
Una vez aprendí lo que me enseñaban.
Una vez me gradué en la Universidad.
Y en otras, trabajé duro
Y llegó el tiempo de transmitir conocimientos y así sucedió.
Una vez fui docente.
Una vez decidí crear una Empresa y creció.
Y una vez me cansó.
Alguna vez amé.
Otras tantas viajé.
Muchas veces disfruté.
Una vez la vida, me premió con hijos.
¿Qué más necesité…?
Y una vez dejé todo por vivir otra vida pues de esta me aburrí.
Varias vidas viví luego.
La vigente, apenas comenzó.
Este libro no es una herramienta que me aportó el tratamiento por adicciones que llevo a cabo, fue exclusivamente una decisión propia y creo que ha sido la mejor. Cada vez que tuve sensaciones de consumo o enrosques me acordaba que estaba escribiéndolo y, como deseaba ponerle un final feliz, motorizaba el desenrosque.
Un libro…a veces denso; a veces ágil; a veces metafórico; a veces delirante, a veces kafkiano, pero siempre honesto.
APENAS…MOMENTOS EFIMEROS
Recuerdo muy bien el día en que nací, porque ese día…ese día no consumí alcohol.
Nací en el frío invierno del año 1959, durante el mes de Junio. Tal como me lo contaron, ese fue un invierno durísimo así que lo hice con un poncho bajo el brazo. Debe ser por eso que soy amante del invierno, del frío, de la nieve y las tempestades; de ser posible, tumultuosas. No niego que me producen temor, pero el temor es un bien preciado del ser humano.
Un día cualquiera del año 2012, alrededor de las 15 horas, hacía calor, mi casa se encontraba en una ruta Nacional. Es antigua. Tiene solo una mano para cada lado en esta parte y los carriles son muy angostos. Tiene bastante tráfico, no excesivo. Me paré exactamente en la línea blanca divisoria de ambas manos de la ruta, muy borrada por el paso del tiempo. Extendiendo los brazos, apuntando al cielo, comencé a gritar ¡qué lindo es morirse… me quiero morir ya! El asunto es que lo decía riéndome. Me bajé la bragueta y comencé a orinar. No terminé de hacerlo que me fui para atrás y caí con la cabeza en la acera y el cuerpo en la banquina. Sé que no terminé de orinar en medio de la ruta porque sino no hubiese descubierto luego, -apenas algo recompuesto-, todo el pantalón mojado. Fácil… dos litros de alcohol convertidos en el líquido insípido, no siempre inoloro y no siempre incoloro comúnmente denominado orín. Mi primo estaba cerca y alcanzó a capturarme de las piernas y me arrastró hacia atrás, justo en el momento en que me esquivaba un micro que pasó en ese instante. Este micro no fue el único que me esquivó, por cierto. También me esquivó la muerte y por ende, también la vida. Unos meses después, mi primo falleció de un infarto, tal vez sea algo responsable por ello, tal vez no, solo sé que en ese momento no hice el duelo.
Este relato tal como lo expuse, hace suponer que yo lo viví concientemente y que lo recuerdo con exactitud. Pero no. Reconstruí la escena merced a mi primo que se encontraba a unos veinte metros de mí, que observó la situación desde la secuencia inicial hasta la secuencia final, cuando vino en mi búsqueda a rescatarme de la debacle.
Gracias Primo. Qué paradoja, vos falleciste apenas unos meses después de salvarme y yo aún, sigo vivo.
UN ESQUELETO HIZO SLALOM EN 4x4
Este capítulo que inserto hoy, 28 de Enero de 2015, cuarenta días después de haber finalizado la escritura de este libro, me fue sugerido hacerlo parte del mismo, producto de lo que llamo test de exterminio literario. Este test lo compuse con cuatro lectores que elegí con criterio imparcial. Mi terapeuta, un amigo que me conoce bien, un compañero de tratamiento y un ilustre desconocido para mí y recíprocamente. La información que recabé tuvo críticas fundadas y coincidencias, pero me dejaron como conclusión, que el libro aprobó el sencillo test con la salvedad de algo donde convergieron esas críticas. Ellas me indicaron que debía equilibrar la balanza intentando resaltar algunas cuestiones donde pudiera tratarme con benevolencia. Lo inserté aquí pues considero que el lector tendrá algo más de información para entender luego las causas que condujeron a mi propia debacle y destrucción.
Finales de Junio del año 1991, estando en Mendoza; le dije a una de mis primas que me acompañase a Penitentes –un centro de esquí de Mendoza- porque quería a aprender a esquiar. Al día siguiente me acompañó a una tienda llamada ‘Rezagos del ejército’. Recibe este nombre pues la mayoría de los productos que se venden en esta, son eso: ‘rezagos’, sobras de lo que alguna vez resultaron ser. Me embriagaba de emoción. Estuvimos allí por más de una hora eligiendo un par de tablas, botas de esquí, medias, botas de nieve y todo implemento pasible de ser utilizado. Me faltó comprar el famoso muñeco de nieve que aparece en innumerables fotografías. Debe tener innumerables nombres también. Siempre sonriendo el muñeco este. Además, es el típico muñeco decorativo de Navidad, algo que en el hemisferio sur, es tan ridículo como la fruta abrillantada que parece que tenemos obligación de comer, sino, no es Navidad. Es que los Argentinos somos malos para copiar. Y es esta una burda fotografía del invierno. El muñeco de navidad de nuestro hemisferio debería ser una mina bronceada en tanga. Ahí sí que superamos al primer mundo. Qué joder.
Lo cierto es que, al abandonar la tienda, parecíamos niños con juguete nuevo. Al relatar esto, observo un detalle de los que marcaré muchos. Una persona, en la misma situación, y que tuviera dos dedos de frente, hubiese ido primero a corroborar in situ, si realmente deseaba aprender a esquiar, tomar alguna clase, interiorizarse y luego sí, adquirir un equipo. Pero yo, para variar, hice lo contrario. Un año después, las tablas y las botas pasaron a formar parte del decorado del altillo de mi casa. No servían para nada.
Al día siguiente, estábamos en una pista de recontra principiantes por la que se ascendía gracias a una cuerda de acero con barritas, una de las cuales, separada de las otras por algunos metros debía colocarse entre las piernas trabando la misma con la entrepierna. Fueron unas cuantas horas de intentar lo imposible: Llegar hasta el inicio de la pista y bajarla con los esquíes en ‘V’ provocando el mismo movimiento que realiza un vehículo andando con el freno de mano puesto y el conductor no se aviva de ello; y además de esta emblemática situación que cualquier persona llevaría a cabo la primera vez que desciende por una pista, es no caerse , no una vez, sino, diez veces en doscientos metros, o sea un promedio de una caída cada veinte metros; si a esto le restamos los metros que el cuerpo recorre, luego de una caída y el que recorre desde el piso hasta que logra pararse –y eso sin tener en cuenta que casi siempre se le saldrá uno o ambos esquíes- el tiempo de descenso que en condiciones normales sería de treinta segundos será aproximadamente de quince minutos, sino más, y la distancia real recorrida con los esquíes en situación de deslizamiento verdadero, será seguramente de escasos veinte metros. Es decir: me caigo, se me salen los esquíes, me pongo los esquíes, me caigo, me levanto, me caigo, me levanto, me deslizo, e inmediatamente me vuelvo a caer. Y luego de muchos intentos, quizá, alguien se apiade de nosotros y nos enseñe alguna maña para reducir el tiempo a la mitad, así como la cantidad de caídas, ergo, también los golpes.
A pesar de esta coyuntura, nos fuimos felices de iniciar este deporte un poco tarde, pero iniciarlo al fin.
Es sabido, que una persona tiene más posibilidades de destacarse en alguna actividad –en especial una deportiva- cuando se aprende desde niño, sino se hace más difícil, porque a mayor demora, mayor dificultad.
Regresé una vez más allí, a los tres días.
Al regresar a Buenos Aires, les propuse a algunos amigos, que armáramos una salida a esquiar. Se prendieron cinco, cada uno con su mujer, excepto yo, que me encontraba “solari” y sin intención de tener pareja.
Elegimos lo que se acostumbra a llamar ‘ski week’ -semana de esquí, in english-. Fue un paquete turístico con avión, alojamiento, boletos para acceso a las pistas, incluyendo clases grupales de una o dos horas diarias. El lugar elegido fue Esquel, en la provincia del Chubut. No me detengo en el relato del viaje en sí, sino en lo que aprendí en esa semana. Y esto fue, literalmente un fiasco, ya que aprendí a descender la pista más boluda de ese centro de esquí, con un nivel de caídas mínimas y bajando a duras penas en paralelo; surge este nombre pues se desciende con los esquíes en paralelo, provocando un movimiento de cadera, balanceando suavemente el cuerpo hacia el lado opuesto rotándolo luego hacia adentro. Esto produce la curva de giro haciendo zigzag.
Un año después, a finales de Junio, de un invierno con mucha nieve, habiéndome comprado un VW Gol nuevo –en ese momento, el ‘juguete’ del mercado automotriz, al mes nomás de haber sido presentado en sociedad-, decidí emprender un viaje a Las Leñas, en absoluta y placentera soledad, ya que no se prendía nadie en ese viaje. Recuerdo que me resultó muy complicado el trayecto de los últimos setenta kilómetros hasta las Leñas. Peor fue el de regreso, ya que debí aguardar por muchas horas, a que las máquinas despejaran la ruta de la nieve acumulada. Pensaba permanecer una semana allí pero me tuve que ir dos días antes ya que Las Leñas iba a ser capturada por la reunión de Presidentes del Mercosur y todo el complejo -en su parte hotelera-, estaba ya reservada por las delegaciones de los distintos países miembros. Esos días tomé clases una hora después de cada almuerzo y reconozco que -obviando en este caso el costo que me insumió esta aventura-, la pasé de maravilla. El único recuerdo que tengo fuera del entorno y las actividades, fue la mañana que me iba. Tan tremenda nevada cayó la noche anterior, que los autos estaban tapados de nieve, sin siquiera poderlos distinguir por su color. Me llevó un par de horas ubicar el mío ya que en cinco días no lo había movido y no recordaba el lugar exacto donde se encontraba. Sabía con aproximación el área de búsqueda pero había en ella más de cincuenta vehículos que se encontraban bajo la nieve dentro de la playa del hotel donde me hospedé. Una por una fui despejando las patentes de los vehículos.
Los vehículos aún tenían la antigua característica en la patente. El mío era C1545123. Le pregunté a mi viejo si la tendría anotada en alguna de sus agenditas o en un sobre papel madera o que se yo en que cosa; no es que me la sé de memoria. Y allí fuimos a escarbar. Además me encapriché con encontrarla. Comencé a revisar tres cajones completos donde habitaban sobres, con contenidos inesperados y sin utilidad alguna. Se encontraba allí, documentación de la casa donde nací, escrituras varias de propiedades inexistentes, todas las pólizas de seguro de cada uno de los ex vehículos de su propiedad, de la mía, la de mi tío y la de mi hermano; probablemente la de algún que otro vecino o bien alguna que rescató del contenedor de basura de la esquina. Hasta había allí una notable colección de manuales de uso de todo aquel elemento eléctrico o electrónico que hubiese sido conectado -al menos una vez- a la corriente eléctrica de la casa, desde el año 1970 hasta la actualidad. Almacenaba también seis controles remotos que, al consultarle a mi viejo acerca de la utilidad de los mismos, me indicó que estaban allí pues los encontraba en la calle y por ahí servían. No se puede creer que haber descubierto el número de la patente del auto me hubiese llevado tanto tiempo.
Siendo la ‘C’ por Capital Federal habrá de darse por sabido que Córdoba protestó porque a sus autos le embocaron la ‘X’. Atrás de Córdoba vino Santa Cruz a las puteadas porque como existía la ‘S’ para Santa Fé, le tocó a esta provincia ser el último orejón del tarro. Le embocaron la ‘Z’.
Una vez que hallé la patente, no sería casual hallar el auto, aunque dudé un instante. Al salir, me detuvieron a la salida del complejo pues la ruta estaba bloqueada. Lo tomé con paciencia. No era para menos, estar allí, un lugar de ensueño del que por los siguientes diez años fui un asiduo visitante. Fue así que la obsesión -algo que me ha caracterizado siempre- por esquiar bien, me llevó a conocer todos los centros de esquí mas conocidos de Argentina y de Chile. Cuando digo esto, siento que no puedo obviar contar que, en uno de los viajes a Europa –el primero de ellos-, esquié en los Alpes Franceses haciéndolo en los centros de Tignés, Les Arcs, Chamonix, Megéve, este y aquél. Recuerdo el tren de Tignés que me transportaba desde la base del cerro principal hasta los 3000 metros de altura, el punto más alto para el descenso desde donde salían pistas en todas las direcciones. Ese tren subterráneo del primer mundo, era para nosotros ‘los Argentinos’ el equivalente al Sarmiento, un día laborable a las seis de la tarde inserto en la montaña que en nada se parecía a Plaza Once. Entiéndase el eufemismo. Ese tren Francés era para ellos, ‘berreta’, comparándolo con otros que recorrían diversos puntos del país.
Posterior a ese viaje -no recuerdo exactamente la fecha-, en 1994 probablemente, estando en Valle Nevado, -uno de los centros de Esquí cercanos a Santiago de Chile- me atreví a participar de una competencia de Slalom. Esta es una competencia cuyo objetivo es esquivar banderines, uno a la izquierda, el siguiente a la derecha y así hasta el final. Uno de los sueños –obviamente para mí- que deseaba. Y lo cumplí. Ni recuerdo como salí, pero no fui primero, tampoco último. Otro de los sueños era descender una pista de nieve honda sin pisar -comúnmente llamada fuera de pista, muy conocida por esquiadores, en especial los asiduos visitantes de Las Leñas. Se llama ‘Marte’. La bajé y ese sueño también lo cumplí. No necesité más para considerar que había aprobado esta materia. Y aunque hace unos cuantos años que no esquío, no dudo que volveré a hacerlo y no me habré olvidado de ello.
Una vez que había incorporado este tipo de aventura, en ese mismo año, compré una Land Rover Discovery cuando el uno a uno de ‘Mendez’ lo permitió. Demoré un mes en decidirme, pero me elegí la mas utilitaria de todas, no por la facha, sino por la prestación. Y no tuve como objetivo tener esta camioneta para levantar mujeres, aunque reconozco que no fueron pocas las desconocidas que pusieron el pié en el estribo y depositaron su humanidad en el asiento del acompañante.
Tener una cuatro por cuatro en ese momento, era difícil, no solo por el valor sino porque no eran muchas las que habían sido importadas. Además de Land Rover, llegaron las Toyota, las Mitsubishi, las Cherokee y algunas pocas más. Con ella participé de muchas travesías organizadas, y algunos pseudo rallys, recorriendo lugares que difícilmente hubiera conocido de no ser por ello. Conocí por citar un ejemplo, el área donde se estrelló el avión que llevaba a los miembros de la selección de rugby de Uruguay de la que posteriormente salió el libro ‘Viven’.
No puedo obviar que, tal como me sucedió con el esquí, sufrí varios contratiempos antes de dominar el vehículo. La primera vez, en Miramar, se estancó en la playa a los dos minutos apenas, de ingresar a ella. La marea subía y no aparecía nadie dispuesto a sacarme de allí. Eramos cuatro y no pudimos hacerlo. El mar se estaba enamorando de la ‘camio’ y la quería capturar efectuando avances sin prisa pero sin pausa. Oh… la marea. Parecía estar recitándole un poema de Neruda. Sí, el desesperado era yo, ya que al asegurarla, la compañía hacía constar entre muchas otras cosas que no pagaría sustracciones provocadas por elementos catalogados como ‘No humanos’. Me imagino denunciándolo en la comisaría: ‘Me la robó la marea’.
Un par de horas después de intentos fallidos, un camioncito voluntarioso, que portaba los elementos adecuados para tal acción -llámense ganchos y lingas-, se apiadó de la Discovery y nos arrastró a zona segura. Antes de salir de la playa me volví a enterrar. O sea que de las seis horas que habíamos programado el recorrido playero, estuvimos andando apenas diez minutos.
Ese mismo año, en la playa ‘La Frontera’ en Pinamar, me prendí con un tipo que tenía una cuatro por cuatro, que la sabía lunga en la arena y estaba totalmente pirado. Dí una vuelta con él como conductor de mi camioneta para aprender cuestiones elementales, por ejemplo, que en la arena se usa la cuarta y la quinta, ambas en alta, nunca en baja, o cómo se gira al llegar al tope de un médano del que nunca se conoce qué sigue a continuación ya que el efecto del viento modifica diariamente la conformación de los mismos, y si un día memorizas un circuito, al día siguiente es otro totalmente diferente. Lo cierto es que el tipo este, ya en su camioneta me dijo que lo siguiera con la mía. En la primera de cambio enfiló para el médano más alto y en punta, que observó. Lo seguí. Cuando llegué arriba y me aprestaba a efectuar el giro de bajada me cagué en las patas, levanté el pié del acelerador, no hice el cambio correcto y se mancó, quedando literalmente colgada con una inclinación de mas de cuarenta y cinco grados. Medio tanque de gasoil se volcó mientras pensábamos como salir de la situación. El flaco me la quiso resolver y me dijo que lo dejara a él; le respondí: ‘si yo me metí en esta, salgo de esta’. Y fue así que haciéndole caso a él, giré el volante hacia la derecha hasta tope y dejé que el vehículo se deslizara hasta quedar derecho. ¡Que cagazo que me pegué! Eso fue suficiente para decidirme a recorrer el país haciendo travesías. Ya sea por trabajo o por placer, las únicas provincias que nunca conocí han sido Formosa y –lamentablemente- Jujuy. No conozco el cerro de los siete colores aún.
Mi objetivo era aprender a esquiar en serio y lo logré con creces. Otro objetivo era conocer recónditos lugares de Argentina solo posible con la doble tracción y también lo logré. Admito que pudo haber existido en estas situaciones, no solo curiosidad. Y para rematarla se me ocurre contar que uno de mis caprichos fue querer vivir con un esqueleto. Y no paré hasta conseguirlo. Lo tuve sentado en un sillón del living de mi casa junto al hogar a leña que tenía al costado del ingreso a la misma. Le puse un cigarrillo en la boca y lo fumó hasta que más de un año después me lo saqué de encima porque me cansé de su compañía. Su nombre era ‘Chuki’.
Doce años viví con uno de mis amores. Su nombre: ‘Claire’. Una doberman hermosa que no faltó a ninguna travesía. Aún tengo el recuerdo de una de ellas, donde Claire –la mascota de varias expediciones- salió en el programa ‘off road’ de TyC Sports, capturando de la boca del conductor, con absoluta delicadeza, una soberana tira de asado como premio a la mejor compañera.
También se me antojó aprender a pescar truchas con mosca. Para lo cual tomé clases en Villa la Angostura y en un lago poco conocido de Chubut excepto para los fanáticos de la pesca con mosca, ya que las truchas que allí se capturan se igualan en tamaño solo a las que se pescan en Río Grande en la Tierra del Fuego. Y el motivo es clarísimo una vez que se conoce. Es que los salmónidos que habitan en estos dos lugares tienen conexión con el mar, donde el alimento abunda y por ende, aumentan de tamaño. Luego nadan contra la corriente de alguno de los ríos con desembocadura en el océano, desovan en ellos y descienden en busca de las aguas tranquilas y profundas de algún lago.
Estaba fascinado con el chiche nuevo así que en invierno, esquí; en verano pesca con mosca en los lagos del sur y; en cualquier momento del año, dos travesías.
Así era mi vida, tan superficial como ávida de conocimientos; eso no lo puedo negar. De la sentimental, cero al as. Para qué. Mujeres no me faltaban. Eso sí: no me pidieran que durase más de un año con una, pues nunca me gustaba festejar el aniversario de pareja. Ni ahí. Cada relación tenía garantizada su fecha de vencimiento. Es una lástima relatarlo así. Si alguien piensa que esto era disfrutable, digo que sí. Pero… cuántas cosas me perdí.
Una ‘Reflexión’ -para los pacientes del tratamiento-, está compuesta por seis carillas manuscritas en forma legible cuya finalidad es la de desarrollar en profundidad un tema, normalmente, una actitud negativa que se tiene.
La primera vez que tuve que escribir una reflexión en el tratamiento -se me proponía una cada fin de semana, amén de otras actividades que debía realizar-, me sugirieron la que sigue a continuación. Corría el mes de Junio del año 2014. Cuatro días después de mi cumpleaños número 55.
MI INFANCIA
Nací en Buenos Aires, en el barrio de Devoto, en un departamento ubicado en la planta superior de la casa de mi abuelo paterno. Alfonso se llamaba; mi abuela se llamaba Rosa, pero para nosotros siempre fueron Pepé y Memé. A este lugar lo recuerdo muy bien. Contaba con un solo dormitorio, cocina, baño, un living pequeño y un patio pequeño con muchas plantas y un gran tanque donde mi papá hacía detergente para comercializar. La marca era WalClau. Mi nombre es Claudio y el de mi hermano Walter, de ahí el nombre de la marca. Como yo fui el primer niñito de esa casa, según me contaban, era visitado continuamente por la familia, amigos y vecinos. Parece ser que ya desde pequeño era quilombero. Alrededor de los cuatro meses de edad, lloraba mucho, parecía que sufría. Me llevaron varias veces al médico, también a más de uno y el problema no era descubierto, hasta que uno lo detectó. Tenía dolores muy fuertes en los oídos, era otitis. Por muchos años el oído fue para mí un problema. No recuerdo como fue la solución pero a partir de ese momento, el martirio comenzó a mermar hasta que desapareció.
Antes del segundo año de vida, se decidió que tenían que extraerme las amígdalas, algo común en esa época y que en la actualidad no se acostumbra a realizar. Tal como me lo contaron mis padres, vino un día el médico, me sentaron en la mesa de la cocina, me aplicó anestesia y me las extrajo. Los llantos eran tremendos.
Cuando tenía dos años y medio nació mi hermano. La verdad es que tengo anulado ese momento. Solo sé que me cuidaban mis abuelos y mi tía. La casa de mi abuelo era muy grande, un largo pasillo por el que se llegaba a un living gigante. Para ir a mi casa usábamos la entrada a la casa de mi abuelo y en la cocina había una escalera que llegaba al departamento. Además había otro departamento más grande, también, arriba de la casa de mis abuelos con entrada independiente, habitado por la familia de mi tío, y entre ambas entradas había un local. La casa de mis abuelos contaba con dos patios bien definidos que al atravesar ambos se ingresaba a la bodega -en realidad no era tal, sino una planta fraccionadora de alcoholes- que contaba con salida a la calle trasera y abarcaba un cuarto de manzana, en el barrio de Villa Devoto.
En esa época, el alcohol era enviado desde Mendoza a Buenos Aires en tren, luego en camiones con barricas de roble, también en camiones con depósitos repletos de alcohol; no hay que olvidarse que el alcohol en contacto con el oxigeno sufre una degradación considerable; se pica. En la bodega trabajaban mi padre, su hermano y un primo de ellos.
Merodeaba yo, por los cinco años. Mi hermano, dos menos. Fue en esa época que sufrió él, uno de los accidentes que acostumbraba provocarle. No recuerdo haber sido celoso de él, pero como hermano mayor lo guiaba para donde quería. Un día, jugando en el pasillo a los mosqueteros cada uno tenía un fierro. Se entendía que debíamos atacarnos. En esa primera batalla lo derroté. Le clavé el fierro en un ojo. Se lo hice pelota. Lo llevaron de urgencia al hospital de ojos Lagleize y alcanzaron a salvárselo. En la actualidad sigue viendo nublado con ese ojo. Lo tuvo tapado varios meses. Un día me quisieron agarrar en la puerta varios chicos para pegarme, yo atiné a huir pero fue en vano, comenzaron a patearme. Mi hermano escuchó los ruidos y así de chiquito salió como una tromba a defenderme y empezó a repartir de forma tal que logró que se alejaran. Walter, mi hermano tenía apenas seis años.
En un momento dado comencé la escuela primaria. Me pasaba a recoger el micro escolar. Comencé yendo a la tarde hasta que en segundo grado, con siete añitos, nos mudamos antes de comenzar el año lectivo a dos cuadras de la escuela, casa esta donde viven mis padres y también yo.
Recuerdo, los últimos dos años previos a la mudanza; algunas cosas resultan difíciles de olvidar.
También recuerdo que ya viviendo en mi nueva casa, a veces acompañaba a mi Papá desde la bodega a casa, caminando hasta tomar el colectivo. Antes de pasar por la cárcel de Devoto, había un poste inclinado de madera con una ranura, y este se apoyaba en otro. Durante mucho tiempo pasábamos por debajo y siempre había una moneda en la ranura. Tardé mucho tiempo en conocer el engaño pero yo deseaba ir a casa para pasar por allí y encontrar la moneda, en realidad no siempre había alguna, a veces, mi viejo no la ponía el día anterior.
La Bodega fue para mí, algo exótico. Allí viví la primera impresión dolorosa. Observé varias veces a mi tío bebiendo a las escondidas, a veces siquiera escondido. Terminaba sus días embriagado. Hago hincapié en estas cosas así como otras que luego mencionaré ya que pretendo relacionar mi infancia con la posterior adicción al alcohol. En esos años me acuerdo cuando venía la enfermera a darme inyecciones. La veía entrar y entraba en pánico. Como casi siempre estaba en la casa de mi abuelo, tenía muchos lugares para esconderme de ella a pesar que era la mamá del mejor amigo de mi papá. Demoraban un tiempo considerable en encontrarme. Me buscaban todos y siempre me encontraban. Para mí, se había convertido en un juego. Sistemáticamente me echaba a llorar y el pinchazo siempre sucedía.
También en esa época tuve mis primeras situaciones de descubrimiento de la sexualidad. Menciono las dos que recuerdo en ese tiempo, a los casi siete años. Cada vez que venía una amiga de mi mamá, compañera de costura, en lo que trabajaban juntas en la casa de mi abuelo, solía acompañarla su hija un año mayor que yo. Jugábamos a la mamá y al papá y nos escondíamos para darnos besos. Allí supe inconscientemente que mi sexualidad ya se estaba definiendo.
En esa época, en verano, al terminar las clases, mis abuelos paternos me llevaban en tren a Mendoza en las que pasaba las vacaciones. Casi todos los años, dos meses allí. Pero hubo dos años en los que mis abuelos maternos me llevaron de vacaciones a Bialet Massè, cerca de Carlos Paz, en Córdoba. Íbamos con un primo hermano de mi abuelo, con su mujer y su hija de once años. Yo tenía seis y luego siete. Esos dos veranos aprendí dos cosas que no se me olvidan; una fue atrapar pejerreyes del arroyo que pasaba por la casa cuando abrían las compuertas del lago San Roque. Venían cardúmenes de ellos. La otra, fue que esta chica, cuando se iban de paseo los mayores y quedábamos solos, me hacía juegos sexuales como uno especial que era atarme en una silla y besarme, ya no me acuerdo donde no. Lo que sí recuerdo es que todo eso me encantaba. Estaba fascinado.
Así fue como mis padres, teniendo yo siete años, compraron una casa -la misma en la que hoy día vivo con ellos-. Esto me trae a la mente una situación extraña. Mi cama, mi habitación y mi casa, después de casi cincuenta años volvieron a ser las mismas, ambas tres, Un círculo imperfecto pero círculo al fin. Esto no es ni más ni menos que mi gran fracaso, pero habrá tiempo para analizarlo mas adelante. Un primer análisis de este suceso era para mi hermano y para mí, algo muy especial pues significaba la posibilidad de tener una habitación para ambos. Fue, a pesar de ser niños, una sensación que no se olvida. Es una demostración, quizá la primera, que le sucede a un niño; algo así como romper el primer eslabón de una cadena que permite el tránsito hacia la independencia como ser humano.