A Salvo en el Paraíso - Barbara Cartland - E-Book

A Salvo en el Paraíso E-Book

Barbara Cartland

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Beschreibung

Zarina, rica heredera iba a ser casada por su tío y tutor con un anciano noble. Desesperada por la noticia sale a cabalgar y para su sorpresa descubre que "El Priorato" cuyas tierras colindan con las de ella están en subasta por las deudas de su propietario. Al saber que Rolfe, el hermano del fallecido heredero había llegado desde la India para supervisar la subasta, se le ocurre una idea. Con mucha renuencia Ralfe acepta su plan : ella paga las deudas de su hermano y el fingirá ser su prometido y se fugan. Todo marcha bien hasta que Zarina enferma gravemente en las Costas de Calcuta….y cuando despierta en el Palacio del Virrey todo había cambiado en su vida. Publicado originalmente bajo el Título de: -A Salvo en el Paraíso por Harlequin Ibérica S.A.-A Salvo en el Paraísopor Harmex S.A. de C.V.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Capítulo 1 1887

ZARINA Bryden se bajó del carruaje que la condujera desde Londres y, como estaba muy emocionada, subió corriendo las escaleras. El viejo Mayordomo, que la conocía desde que era una niña, la estaba esperando en el vestíbulo.

–Bienvenida a casa, Señorita Zarina– le dijo–. Nos alegra mucho tenerla de nuevo entre nosotros.

–Es maravilloso estar de vuelta, Duncan– repuso la muchacha.

Conversó con el Mayordomo durante un minuto y después pasó al salón. Allí, se quedó contemplando todas las cosas familiares que no veía desde hacía más de un año. Cuando sus padres murieron en un accidente ferroviario, Zarina tuvo que dejar su hogar y trasladarse a Londres, donde vivió, con sus tíos.

Aquella fue una decisión inteligente, ya que así pudo asistir a un seminario para señoritas en Knightsbridge, una escuela de perfeccionamiento para las hijas de los aristócratas.

En ella hizo nuevas amistades. Cuando fue presentada en Sociedad, la invitaron a las mejores fiestas y a los bailes de mayor prestigio. Pero aquel éxito no era de extrañar.

Zarina no sólo era bella, sino también inmensamente rica. Como hija única del Coronel Harold Bryden, había heredado toda su fortuna. También su madrina norteamericana le dejó una enorme cantidad de dinero.

Su madrina, la Señora Vanderstein, tenía algo de sangre rusa en su familia y se sentía muy orgullosa de ello, por lo que pidió que su ahijada se llamara igual que ella.

Por su parte, se había casado dos veces, pero no tenía hijos. De modo que, a su muerte, le dejó todo cuanto poseía a Zarina. En aquellos momentos, la sociedad estaba muy interesada en las herederas americanas. Y no era de extrañar que Zarina, con su enorme cuenta bancaria, fuera el eje de muchas pretensiones.

No cabía la menor duda de que era una belleza, por lo que los jóvenes que le pedían matrimonio no lo hacían exclusivamente por su montaña de dólares.

Mas ahora que la Temporada Social había terminado, Zarina decidió regresar a su casa en el campo. Para ella, aquella casa siempre constituyó su hogar. Zarina hubiese querido regresar antes, pero sus tíos pensaron que no debía revivir el dolor que experimentara al perder a sus padres.

Ahora, mientras contemplaba el salón, Zarina comprendió lo mucho que Bryden Hall significaba para ella. Podía ver a su madre sentada junto a la ventana.

Era allí donde le había leído los cuentos de hadas que tanto le gustaban cuando era niña. Y por medio de su padre, disfrutó de muchos de los libros que llenaban la biblioteca. Su padre le solía describir los países que había visitado y lo fascinante eran.

–Tan pronto como tú seas mayor, mi muñequita– le había dicho–, te llevaré a Egipto, para que conozcas las pirámides. Pasaremos a través del Canal de Suez, que fue abierto hace dieciocho años, y nos dirigiremos al Mar Rojo.

–Vamos ahora, Papá– le suplicó Zarina.

Pero su Padre hizo un gesto negativo.

–Todavía tienes mucho que aprender en casa antes de que salgas a recorrer el mundo. Como ya te he dicho muchas veces, a mí me gustan las mujeres inteligentes, igual que tu madre, y no con la cabeza vacía, como la mayoría de las damas de la Alta Sociedad.

Zarina recordaba cómo su padre solía burlarse de muchas de las bellezas que triunfaban en Londres. Y cuando ella pasó a formar parte del mundo social, no le pasó por alto la persecución a que las sometía el Príncipe de Gales. Su Alteza Real era muy osado.

Pero sus amigas le dijeron que no le interesaban las jovencitas, por lo que jamás la invitarían a la Casa Marlborough. Aquello no le preocupó a Zarina en lo más mínimo. Lady Bryden, su Tía, conocía a muchas de las anfitrionas más distinguidas de Londres.

Su tío, el General Sir Alexander Bryden, había estado al mando de la Caballería Nacional, cosa que lo hacía persona grata en la mayoría de los círculos sociales. Zarina lo encontraba impresionante. Sin embargo, y como se trataba de su Tutor tenía que ganarse su aprobación cuando deseaba realizar algo.

A Zarina le había costado mucho trabajo convencerlo de que la dejara regresar a su casa tan pronto como terminara la temporada.

–Tu tía tiene muchas cosas que hacer en Londres objetó su tío.

–Pero tú y yo, Tío Alexander, sí podemos ir algunos días a Bryden Hall. Tengo que ver qué está sucediendo allí, pues, después de todo, la gente de la aldea, así como los que trabajan en la finca son mi gente.

Zarina se expresó enfáticamente, para que sonara como si aquello se tratara de una obligación, y así su tío accedería a su petición.

Y así fue.

–Muy bien, Zarina– dijo su tío–. Iremos el jueves, y quizá nos quedemos una semana. Voy a tratar de convencer a tu tía para que nos acompañe, aunque sé que tiene varias juntas a las cuales tiene que asistir.

Lady Bryden era muy aficionada a las obras de caridad. Sobre todo, porque la ponían en contacto con algunos de los miembros más prominentes de la nobleza y de la realeza menor.

Ahora, al mirar a su alrededor, Zarina sintió la presencia de su madre con tanta intensidad, que era casi como si pudiera hablar con ella. Ya sabía de antemano que se iba a sentir así. Pero, al mismo tiempo, no deseó evitarlo. Salió de su ensimismamiento cuando escuchó la voz de Duncan que le decía:

–¿Le gustaría que le sirviera el té en la biblioteca, como antes, Señorita Zarina?

–Por supuesto que sí, Duncan.

Zarina se quitó el sombrero y el abrigo de viaje y se los entregó al Mayordomo.

–Mi doncella viene en la carreta con el ayudante del General. Espero que la Señora Merryweather le muestre dónde se halla todo.

–Ya está esperando para hacerlo, Señorita Zarina– le informó Ducan–, y deseando verla a usted, al igual que el Cocinero y que Jenkins, en las caballerizas.

–Quiero verlo todo y a todos– dijo Zarina con una sonrisa–. ¡Es maravilloso estar de vuelta en casa, Duncan! Los he echado mucho de menos al igual que he extrañado a Mamá y a Papá.

Los ojos se le nublaron a Zarina y Duncan le dio unas palmaditas en el hombro, como lo solía hacer cuando ella era una niña, y dijo:

–No se ponga usted triste, Señorita Zarina. El amo habría querido que se mostrara valiente. Además, hay muchas cosas que tiene que hacer, ahora que está en casa.

Zarina sonrió forzadamente.

A continuación, se encaminaron por el pasillo hacia la biblioteca. Se trataba ésta de una hermosa estancia, con un balcón de bronce en una de las paredes, al cual se accedía por una escalera de caracol. El té fue servido delante de la chimenea. Como era verano, las flores ocupaban el lugar de la leña.

–Me pregunto cuándo llegará el General, Señorita Zarina– dijo Duncan–. Si no tarda mucho iré a buscar otra taza.

–Él viaja en tren y deberá estar aquí a las seis media, a tiempo para la Cena –informó Zarina–. Dígale a Jenkins que vaya a esperarlo a la Estación.

–Muy bien, Señorita Zarina– repuso Duncan–. ¿La Señora viene con él?

–No. Mi tía tuvo que quedarse en Londres– respondió Zarina.

Y le sonrió al anciano cuando añadió:

–En realidad, yo hubiera preferido venir sola. Estoy segura de que Jenkins ha estado ejercitando a los caballos.

–Así lo ha hecho, Señorita Zarina. Y los ha cepillado hasta hacer que sus pieles brillen como el raso.

Zarina se rió.

Se daba perfecta cuenta de que en la casa se había hecho lo inimaginable para que su regreso a ella fuera muy feliz.

Durante su estancia en Londres, siempre mantuvo contacto con el Señor Bennett, que estaba a cargo de la mansión y de la finca. Su padre confió en él y ella sabía que podía hacer lo mismo. El Señor Bennett le escribía todas las semanas, comunicándole cuanto sucedía en la aldea. Y ella felicitaba a quienes celebraban sus bodas de oro y le enviaba regalos a los que se casaban, al igual que a los que tenían un bebé.

Asimismo, le había dado órdenes al Señor Bennett para que le subiera el sueldo a cuantos trabajaban para ella. Disponía de capital como para poder hacerlo y quería que la finca mejorase en todo lo posible.

Ahora, mientras se tomaba el té, le preguntó a Duncan por la gente de la aldea. El Vicario era uno de los vecinos que más respetaba desde que éste la preparase para su confirmación.

–El Reverendo sigue siendo el mismo– le dijo Duncan–. Está un poco más viejo y la cabeza comienza a llenársele de canas, pero continúa amable como siempre.

Hizo una pausa antes de añadir:

–Ha tenido últimamente algunos problemas con su hijo, pero supongo que el Señor Bennett le hablará de ello.

–Supe que el Señor Walter tuvo tres trabajos diferentes el año pasado– señaló Zarina–. Espero que ya se haya asentado.

Duncan hizo un gesto negativo con la cabeza.

–Uno nunca puede estar seguro con el Señor Walter. Hablaron de la familia del Vicario durante un rato. Luego, Zarina preguntó por el médico y sus hijos, así como por otros vecinos. Le complació saber que todos seguían allí, con muy pocos cambios.

Al terminar su té, subió al piso superior. Pasó junto a la puerta a medio abrir de su dormitorio y siguió hasta la habitación principal, que era la que ocuparan su padres.

Ingresó y, de inmediato, sintió el aroma a lavanda. Una vez más sintió como si sus padres estuvieran allí, esperándola. Las cortinas estaban echadas, por lo que las descorrió para que entrase la luz.

Miró la gran cama con cuatro postes.

¡Cuántas veces no se habría subido a ella para acostarse junto a su madre y pedirle que le contara un cuento!

Era muy doloroso regresar y no encontrar a sus padres allí. Sin embargo, era algo inevitable. Sentía que había descuidado demasiado tiempo a la gente que trabajaba para ella y que tanto la querían.

"Digan lo que digan mis tíos", pensó Zarina, "voy a quedarme aquí por lo menos durante todo el otoño".

Su estancia en Londres resultó muy emocionante, eso no podía negarlo. También fue agradable haber sido el centro de atención. Pero, al mismo tiempo, era imposible no darse cuenta de que, cuando entraba en un salón, de inmediato las viudas comenzaban a decir:

–Ahí está la heredera.

Lo mismo ocurría cuando asistía a una fiesta, a una comida o a una recepción. Al principio, apenas hizo caso de las murmuraciones. Pero no tardó en advertir que era su dinero lo que la distinguía entre los demás.

Y no había manera de escapar.

En cualquier caso, Zarina se dijo que aquello no tenía por qué constituir una barrera entre ella y la demás gente. Sin embargo, no podía por menos que ponerse en guardia cuando algún joven la sacaba al jardín y, sin más rodeos, le decía:

–La amo, Zarina, y deseo hacerla mi esposa.

Por lo general, el pretendiente de turno parecía muy sincero y enamorado. Sin lugar a dudas parecían muy enamorados. Pero Zarina ya había sido advertida de que el mismo estaba muy endeudado, o que se trataba del hijo de algún aristócrata, pero que sería su hermano mayor el que lo heredara todo.

Es más, Zarina sentía sospechas de cualquier proposición que le llegara después de una relación muy breve.

¿Cúal era la prisa, a menos que el pretendiente en cuestión necesitara su dinero?

¿Por qué no podía esperar hasta que se conociera mejor?

Sólo había una respuesta a todo aquello. Los pretendientes demasiado apresurados temían que otro se les adelantara. Ser el primero significaba obtener el control de su fortuna.

"¿Qué habría ocurrido si yo no tuviera dinero?", se había preguntado Zarina una noche.

Acababa de regresar de un baile durante el cual recibió tres propuestas matrimoniales. Y como conocía la verdad, le resultó muy humillante.

Ahora, mientras abría una ventana de la habitación de sus padres, se dijo que, por fin, se hallaba en su verdadero hogar.

La gente la quería desde antes de heredar su fortuna. Y no iba a quererla más porque tuviese muchos dólares en el banco.

Zarina observó el jardín, con sus áreas llenas de flores. Más allá estaban los árboles por los que ella había trepado cuando tuvo edad para hacerlo.

"Amo este lugar. Amo cada brizna de hierba, cada pájaro que está en los árboles y cada abeja que zumba sobre las flores", pensó Zarina.

"Estoy en mi casa, en mi hogar, y nadie puede evitarlo".

Permaneció un buen rato en la habitación de sus padres.

Luego, entró en la recámara adjunta, donde se encontraban muchos de los recuerdos de su madre, tales como adornos de porcelana, acerca de los cuales le habían contado muchas historias, y cuadros de diversos pintores franceses.

También se encontraban allí los libros que su madre le leyera una y otra vez.

"Voy a leerlos nuevamente", se prometió Zarina.

Un poco más tarde, escuchó un carruaje que se detenía afuera, y supo que su tío había llegado.

Zarina hubiera deseado volver a casa sola.

Pero cuando sugirió que no había razón por la cual alejar a su tío de Londres, su tía se horrorizó.

–¡Por supuesto que tienes que estar acompañada! decidió.

–¿Aún en mi propia casa?– preguntó Zarina.

–No eres una niña a cargo de una niñera– dijo su tía–. Eres una mujer joven. Si un caballero fuera a visitarte y no estuvieras acompañada, sería inadecuado que le hablaras.

Era inútil discutir, por lo que Zarina aceptó lo inevitable. Ahora, su tío había llegado.

Zarina pensó que, de alguna forma, echaría a perder la dicha de estar en casa y la feliz atmósfera del ambiente. Mientras caminaba hacia su propia habitación, escuchó la voz dominante de su tío retumbando en el vestíbulo.

Zarina entró en su dormitorio, donde se encontró a la Señora Merryweather, a la que besó con afecto.

–¡Es una dicha poder verla, Señorita Zarina!– exclamó la Señora Merryweather.

–Es maravilloso estar de nuevo en casa– repuso Zarina–, y todo se ve tan bien como siempre. Le estoy muy agradecida.

–Hemos hecho lo que pudimos– dijo la Señora Merryweather con satisfacción–. Ahora será como en los viejos tiempos.

Zarina se dio un baño que le preparó su doncella, que ya había llegado. Después, se puso uno de sus vestidos más bonitos, el cual lo había elegido su tía en una tienda de la Calle Bond, y bajó al salón.

Apenas estuvo a solas unos minutos antes de que su tío hiciera su aparición. Vestía muy elegantemente con ropas de etiqueta. Sus cabellos canosos los llevaba muy bien peinados. Según las palabras de su ayudante, todo en el estaba en su lugar.

–Al fin he llegado, Zarina– dijo cuando se acercó a ésta–. El tren se retrasó como era de esperar.

–Me alegra verte, Tío Alexander– repuso Zarina, y le dio un beso en la mejilla–. Duncan ha abierto una botella de champán para celebrar mi regreso a casa.

–¡Champán!– exclamó el General–. Pues no te diré que no, después de un viaje tan cansado. La gente habla maravillas acerca de la conveniencia del tren, pero yo prefiero mis caballos.

–Yo pienso lo mismo– dijo Zarina con una sonrisa–. Nos llevó poco más de tres horas llegar hasta aquí y fue muy agradable viajar a través del campo.

Durante la cena, hablaron de diversos temas referentes a la propiedad y el General dijo:

–Mañana visitaremos la finca y veremos qué han hecho respecto a la limpieza de los árboles que se cayeron en el bosque durante el invierno pasado.

–Estoy segura de que todo estará exactamente como sugerimos– opinó Zarina–. El Señor Bennett es muy eficiente.

–Es un error no inspeccionar las propiedades de uno hasta el último rincón– observó el General–. Y eso es lo que debemos hacer, Querida, antes de regresar a Londres. Hubo un breve silencio antes de que Zarina interviniera:

–Yo estaba pensando, Tío, que me gustaría quedarme aquí por lo menos hasta el invierno. Después de todo, éste es mi hogar. Y si tú y mi tía quieren que tenga una dama de compañía quizá alguna de mis antiguas institutrices pueda venir a quedarse conmigo.

El General permaneció callado por el momento.

Tomó un sorbo de champán y, luego, dijo:

–Eso es algo acerca de lo cual quiero hablar contigo después de la cena, Querida.

Su forma de expresarse le dio a entender a Zarina que se trataba de un tema que no deseaba plantear delante de la servidumbre. Y Zarina se preguntó qué le querría decir. Mientras hablaban de otras cosas, la muchacha se dijo que no permitiría que le hiciera cambiar de opinión.

Lo que ella deseaba era quedarse en su propio hogar. Después de todo, faltaban por lo menos dos meses para que comenzara lo que se conocía como la temporada de invierno.

Ello ocurriría cuando la Reina regresara de Balmoral. Entonces, la mayoría de los aristócratas que se habían ido a cazar a Escocia también volverían a Londres.

"Yo prefiero montar mis caballos sobre mis propias tierras que salir de paseo por Rotten Row", pensó Zarina.

Sin embargo, tenía el presentimiento de que su tío se iba a oponer a sus sugerencias. Su tío esperaba que ella lo obedeciera.

"No lo haré", se dijo Zarina indignada. "Quizá él sea mi Tutor, pero es mi dinero el que estoy gastando, y tengo derecho a hacer mi voluntad".

Una vez que terminaron el café y el General se tomó una copita de oporto, abandonaron el comedor. Su tío le había dicho que no quería que ella lo dejara solo, como hubiera sido lo correcto.

La forma cómo habló hizo que Zarina pensara que él sospechaba que ella iba a desaparecer, subiendo a su habitación. De modo que se dirigieron al salón.

Duncan había encendido los candelabros de cristal, lo que hacía que la estancia se viera muy acogedora. Zarina pensó en los felices que todos serían si sus padres se encontraran allí. Recordaba cómo su padre solía reírse de las cosas que ella le decía. Su madre la miraba con gran amor en los ojos, dándole a entender lo mucho que significaba para los dos.

El General se detuvo delante de la chimenea. Por la expresión de su rostro, Zarina imaginó que su tío se disponía a pronunciar un discurso. Trató de recordar si había hecho algo mal, pero no halló ningún error en su comportamiento. De modo que se sentó en un sofá no muy lejos de su tío.

–Una de las razones por la cual no te acompañé cuando partiste hoy, Zarina– comenzó a decir el General–, fue porque había de asistir a una reunión muy importante, que tenía que ver contigo y con tu futuro.

–¿Qué tenía que ver conmigo?– preguntó, extrañada, Zarina.

Le pasó por la imaginación que alguno de los hombres que le propusiera el matrimonio la noche anterior debió haber hablado con él.

Zarina había asistido a un baile ofrecido por la Duquesa de Devonshire. Su tía quedó encantada cuando ella recibió la invitación. La Casa Devonshire estaba en Piccadilly.

Era una de las casas más notables de Londres, con sus barandales dorados y su jardín que bajaba hacia la Plaza Berkeley.

También sus dueños eran notables.