'A solas en Casa' y otros cuentos eróticos de Camille Bech - Camille Bech - E-Book

'A solas en Casa' y otros cuentos eróticos de Camille Bech E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Entra al mundo de Camille Bech con esta colección de sus mejores historias de encuentros apasionados entre extraños y exploraciones explosivas de viejas relaciones.Sumérgete en estas historias:Tentaciones FrancesasA Solas en CasaIsabella y ForbesJoleenLa chica de la sección de lenceríaEn el Baño con la Sra. NielsenEl apartamento de arriba-

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Camille Bech

'A solas en Casa' y otros cuentos eróticos de Camille Bech

 

LUST

'A solas en Casa' y otros cuentos eróticos de Camille Bech

Translated by Cymbeline Núñez, Raquel Benitez

Copyright © 2020 Camille Bech and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen

All rights reserved ISBN: 9788726649079

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

Tentaciones Francesas

 

Anais y Pierre vivían en las afueras de Cannes. Estaban recién casados y mientras él iba todos los días a la ciudad cada mañana para comprar casas viejas para ser restauradas, ella se quedaba en casa disfrutando de su entorno de lujo, una casa que sus padres le habían regalado como regalo de bodas. Anais era hija única de un joyero acaudalado y no iba a tener problemas económicos durante el resto de su vida, ni siquiera si su marido faltaba. Pierre era todo lo que ella podía haber soñado: era guapo, inteligente y rico.

Él se había criado en un hogar que no tenía nada que ver con el de ella, pero tenía buenos modales, lo cual era importante, no solo para Anais, sino para sus padres. Era alto y masculino sin ser musculado, tenía el cabello negro revuelto que transmitía sensualidad y cuando se ponía gafas de sol Anais pensaba que parecía una estrella de cine. Encajaban muy bien los dos, ella era casi tan alta como él, su cabello largo rojizo era liso y su piel clara creaban un contraste agradable con sus ojos verdes y sus labios suculentos.

Cuando salían juntos, la gente les miraba y hablaba de ellos con algo de envidia, pero Anais había aprendido a apreciar la atención a raíz de su infancia y adolescencia, donde había experimentado más espectáculo que juegos. Pierre era un hombre bueno. Era cálido, algo que ella había necesitado toda la vida, pero que nunca había echado en falta porque nunca lo había experimentado, sin embargo, sabía que le faltaba algo hasta que le conoció a él. Anais estiró su cuerpo esbelto en las sábanas delicadas de seda. Pierre ya se había ido cuando ella despertó y vagamente recordó que él la había besado al despedirse, como siempre.

Ella suspiró con deseo y pensó que la luna de miel había pasado demasiado deprisa. Habían estado en el Caribe, donde se alojaron en un hotel de lujo y disfrutaron del sol cuando no estaban en la suite haciendo el amor la mayor parte del día y de la noche. Ella no se había entregado de esa manera a ningún otro hombre que hubiera conocido, con Pierre era diferente. Él podía persuadirla a hacer cualquier cosa porque su corazón estaba en todo lo que pedía. Ella había hecho cosas con él que nunca había hecho con nadie más, y él la apreciaba y, lo que es más importante todavía, la satisfacía.

Su deseo casi insaciable de sexo había contagiado a Anais, y se le ocurrió tomar la iniciativa, algo que de otra manera hubiera considerado un rasgo de una clase de mujer en particular. Pierre no podía evitar bromear con ella, y podía hacerla ruborizarse cuando le preguntaba con voz ronca qué pensaba ella que podrían decir el joyero y su mujer si supieran que su única hija era tan perversa.

 

Pierre miró su reloj, pronto sería la hora de comer, y quería encontrar un café pequeño donde comer y disfrutar del tiempo tan agradable antes de tener que ir a visitar un viejo castillo con viñedo que estaba en venta. Se dobló la chaqueta por encima del brazo y le dijo a su secretaria que se marcharía a casa después de visitar el viñedo. Eligió el primer café que encontró y se sentó con el periódico después de pedir una comida ligera. El tiempo era increíble y le encantaba estar sentado solo, viendo pasar la gente y los coches. Leyó el documento describiendo el viejo castillo con viñedo una última vez.

Si cumplía con las descripciones, sería una inversión excelente que podría generarle mucho dinero. Si Anais hubiera estado interesada en algo semejante, él habría considerado comprar la propiedad para ellos dos, pero podía imaginarse muy claramente lo que ella diría ante la idea de vivir tan aislados en el campo.

—¿Disculpe, hay alguien en esta silla?

Él alzó la mirada para ver los ojos más maravillosos que había visto, y la mujer desconocida abrió los labios en una sonrisa seductora mientras él tartamudeó un «no» casi inaudible.

—¿Me puedo sentar aquí?

Él rió.

—Sí, sí, por favor, siéntese.

Todas las otras mesas estaban ocupadas y él no podía haberse negado incluso queriendo. En este caso, ni siquiera se le había ocurrido; le gustó desde el momento en que le miró a los ojos, ella era única y él tenía curiosidad.

—Zoe.

Ella le tendió una mano y él se presentó. Hablaron de esto y lo otro mientras ella estudiaba el menú y pidió.

—¿Entonces, a qué se dedica, señor Pierre?

Él rió ante la manera que tenía ella de dirigirse a él. Era hermosa, con el cabello largo marrón y los labios más seductores que había visto en su vida. «Se parece a una Sofía Loren joven», pensó él, mientras estudiaba sus labios y ella charlaba ágilmente.

—Yo compro viejas propiedades exclusivas y las restauro, ¿y tú qué haces?

—No pareces un obrero —indicó con la cabeza su camisa blanca y él volvió a reír.

—No, tengo gente para eso, yo solo las busco.

Ella sorbió su vino antes de contestar a su pregunta.

—Yo soy diseñadora, tengo mi propia marca de ropa y un estudio para costura justo a la vuelta de la esquina.

«Tenía que haberlo adivinado», se dijo él a sí mismo mientras observaba las manos de ella, finas y bien cuidadas.

—¿Es emocionante?

—Sí, de otra manera seguramente haría otra cosa —rió ella.

Casi se le olvidó la hora durante el rato que estaba con ella, y si no fuera porque tenía una cita programada con el agente inmobiliario, habría postergado la visita al castillo para otro momento.

—Oh, lo siento, tengo una cita, pero quizás pueda volver a verte en algún momento.

Ella se puso en pie también.

—Espero que sí. ¿Vienes aquí a menudo?

—A veces, mi despacho está ahí —dijo él señalando al edificio al otro lado de la calle.

Tenía una sensación alarmante en todo su cuerpo mientras se alejaba corriendo hacia el parking con la carpeta bajo el brazo. Cuando saludó al agente inmobiliario cuarenta y cinco minutos más tarde, un hombre mayor y distinguido, intentó prestar atención a la tarea. Se observó a sí mismo varias veces no ignorando lo que le decía el señor y cuando se despidieron más tarde él no sabía mucho más acerca de la propiedad de lo que había sabido antes de llegar.

 

Pierre saludó a su mujer amorosamente cuando puso el pie en la gran entrada de su casa. Ella se acercó a él con una sonrisa, le besó en la mejilla y le preguntó si tenía hambre.

—Hay cena en la terraza, cariño mío.

—Gracias.

Él la siguió al enorme jardín que parecía un parque mientras que sus pensamientos sobre Zoe gradualmente cambiaron ante la perspectiva de una agradable velada con Anais.

—Ha estado delicioso, Anais —dijo él cuando terminó de comer.

Él alzó su vaso en un brindis con el de ella mientras la observaba. Era bella y sus ojos le decían que era feliz. Cuando Pierre estuvo en la ducha una hora más tarde, el pensamiento sobre Zoe le asaltó de nuevo. Mentiría si dijera que no estaba deseando verla otra vez. Ansiaba a Anais cuando se metieron en la cama, quizás porque quería borrar la imagen de Zoe. La atrajo cerca de sí y respiró el olor seductor de su cuerpo. Ella vestía una corta camisola; nunca dormía desnuda y para él eso era muy seductor.

Pierre acarició sus pechos pequeños a través de la tela fina y transparente y ella se estiró seductoramente ante sus caricias y suavemente presionó sus labios contra los de él. Se besaron con ternura durante un largo rato. A ella le encantaban esa clase de prolegómenos y cuando sus labios se separaron de ella y se desplazaron hacia sus pezones, que gradualmente se habían puesto duros bajo la tela, ella contuvo el aliento. Él continuó acariciándolos, esta vez con los labios pero todavía a través de la camisola. Los mordisqueó con suavidad mientras su mano se deslizó más abajo, entre los muslos de ella.

Ella llevaba braguitas y cuando él encontró su clítoris lo masajeó ávidamente sin quitarle las braguitas. Estaba húmeda, Pierre lo percibió al desplegar sus labios inferiores con los dedos y ella se abrió de piernas para que él tuviera mejor acceso. Cuando él se puso de rodillas y cuidadosamente le bajó las braguitas, ella le miró con un deseo ardiente en sus ojos verdes. Anais quitaba el aliento de lo guapa que era, le costaba trabajo a él dejar de mirarla, la camisola se le había subido al ombligo y él podía discernir el contorno de sus pechos a través de la tela mientras se tumbaba boca abajo entre sus muslos esbeltos y la abría de piernas aún más.

Ella susurró su nombre una y otra vez mientras él empezó a acariciar su vulva con la lengua. Tenía un sabor maravilloso y no podía evitar deslizar su lengua dentro de ella mientras colocaba las manos en sus nalgas pequeñas y la alzaba hacia su rostro. Ella gimió suavemente mientras sus dedos revolvían el cabello de él. El calor se difuminó en ella hasta que sintió un deseo casi doloroso. Susurrando, le rogó que consumaran el acto. Él la besó ávidamente en la cara interna de su muslo mientras se colocaba de rodillas. Su erección era plena y agarró su miembro y lo deslizó dentro de su raja húmeda mientras la miraba con pasión.

Ella le miró con ojos brillantes y deseosos, y él la escuchó pedir una vez más que siguiera mientras alzaba su regazo hacia él. Lentamente, él cumplió con el deseo de ella, se deslizó dentro sin dejar de mirarla a los ojos ni una sola vez, y cuando su miembro se deslizó hacia dentro completamente, los dos respiraron jadeantes mientras se acercaron el uno a la otra. No pasó mucho rato antes de que el cuerpo de ella temblara bajo el suyo la primera vez; le mordió en el cuello y su oreja mientras le dejaba satisfacerla y cuando él percibió que ella estaba calmada otra vez, rodó su cuerpo y el de ella de manera que ella se puso encima de él.

—Anais, mi preciosa Anais.

Él agarró sus nalgas con firmeza mientras miraba sus pechos pequeños que solo se movían ligeramente mientras ella se frotaba hacia delante y hacia atrás en él. Se apoyó con las manos en el pecho de él mientras trabajaba para liberarlos a los dos. Fue fenomenal. Él sintió su orgasmo, se rindió ante su deseo propio, cerró los ojos y se vació en ella ante los sonidos exaltados de los dos.

 

Después, se quedó dormida entre sus brazos mientras él permaneció despierto, pensando en la mujer desconocida. Había algo seductor en ella, cada movimiento que había hecho le había comunicado algo a él, la manera que tenía de gesticular, los pequeños cambios sutiles de sus labios cuando le habló, su lengua cuando lamió la espuma de su café latte en su labio superior. Él esperaba volver a verla pronto, había algo seductor en ella, y él sabía que pasaría muchas horas de comer buscándola por el barrio.

Se preguntó si ella tenía marido, o un amigo. Claro que lo tendría, se dijo a sí mismo, las mujeres como ella lo tenían todo. Anais se movió en sueños y él retiró el brazo de debajo de ella mientras ella le daba la espalda con un pequeño suspiro. La amaba, era una buena esposa, pero eso no le impedía pensar en Zoe.

 

Zoe estaba ocupada con la colección de primavera que iba a presentar pronto. Había estado trabajando desde muy temprano en la mañana hasta tarde por la noche durante las últimas dos semanas y eso iba a continuar durante muchos meses. Ella y Robert se iban a Mónaco de vacaciones de verano. Irían allí en el yate de él y ella esperaba poder dejar de pensar en el trabajo y disfrutar del viaje. Había conocido a Robert hacía unos seis meses. Él era inglés y trabajaba en una empresa de construcción en la Riviera. Era ingeniero y una parte esencial de su empresa.

Los dos sabían que solo estarían juntos mientras él trabajara en Francia, ya que ninguno de los dos quería abandonar lo que habían creado para sí mismos. A ella le parecía bien, no tenía planes de empezar una familia y los niños no eran parte de sus planes de futuro. Robert era un hombre encantador, le colmaba sus sueños mientras durase la cosa. Después sería un recuerdo, un buen recuerdo, así que todo le parecía bien. A menudo se pasaba por el estudio mientras ella cosía tarde por la noche, creando pequeños detalles para la colección de primavera, luego hablaban y él se encargaba de conseguir comida para que ella no se agostara allí.

A veces hacían el amor allí mismo y otras veces ella le pedía que se marchara. Él a menudo le decía que la quería, y quizás era cierto, pero ella era cautelosa con palabras mayores. Zoe le decía lo mucho que le apreciaba y lo gran amante que era, pero nunca que le amaba. Acababa de cumplir los treinta y cinco, y pensó en los años pasados con satisfacción; no tenía razón para quejarse, la vida había resultado ser exactamente como ella había soñado. Ya de pequeña había sabido que su vida no sería como la de su madre. Sus padres se habían divorciado cuando ella tenía siete años y su madre trabajó hasta enfermar en un trabajo que pagaba poco para poder cuidar de su hija.

Su padre, por otro lado, había disfrutado de la vida en un apartamento de lujo en el centro de París, había tenido muchas mujeres, algunas de las cuales habían intentado hacer el papel de madre para la pequeña Zoe cuando iba de visita de vez en cuando. Zoe lo había odiado y se sentía mal por su madre desde que tenía memoria de ello. La madre había merecido algo mejor, pero desgraciadamente nunca volvió a encontrar el amor. Cuando Zoe, con veintiséis años, consiguió su propio estudio de costura y empezó a ganar un buen dinero, en lo primero que pensó fue en su madre.

Alquiló un apartamento para su madre en el mismo edificio donde vivía ella y las dos se veían a diario, no durante mucho tiempo, pero siempre la visitaba para asegurarse de que estaba bien antes de subir las escaleras al cuarto piso. Su madre tuvo cáncer y murió después de una breve etapa a la edad de cincuenta y seis años. Habían pasado ya dos años y Zoe no había visto a su padre desde el día en que le negó la entrada al funeral. «Tú te lavaste las manos, papá, te despediste de mamá hace muchos años, en este día quiero estar a solas con ella».

—Así que sigues aquí —Zoe alzó la mirada y se encontró con los ojos de Robert, que la miraban con amor.

Todavía le faltaba mucho por hacer para terminar, y realmente no tenía tiempo para hablar con él. Por otro lado, era difícil decepcionarle cuando la miraba así.

—Robert, hola —ella le besó suavemente en los labios antes de seguir colocando alfileres en un vestido.

—¿Estás demasiado ocupada?

Ella le miró sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.

—Sí, tengo que terminar esto antes de irme a casa.

Él se sentó en el borde de la mesa y la agarró. Estaba loco por ella, y ella era sofisticada y sensual como ninguna otra mujer que hubiera conocido. La abrazó con fuerza mientras la besaba más fuerte y con más exigencia, y Zoe no tardó mucho en devolverle el beso. Sin embargo, no duró mucho antes de que ella se soltara y reanudó su trabajo en el vestido mientras le decía que era en serio lo de que estaba ocupada.

—¿Vendrás a Mónaco conmigo, verdad?

—Espero que sí —dijo ella sin mirarle.

Él suspiró y dio zancadas en el suelo frío de cemento, sabía que su trabajo era su vida entera, pero a veces deseaba que ella le diera una prioridad a él.

—Zoe.

—¿Sí?

—He venido para tener sexo contigo, ¿es completamente imposible?

Ella rió mientras estudiaba el vestido y ajustaba el cuello un poco.

—Probablemente, Robert, pero te puedo dar la llave para que me esperes en la cama.

Ella encontró la llave en su bolso y se la puso en la mano mientras le besaba en la boca y le pedía que se fuera para que ella pudiera trabajar. Le entró hambre cuando Robert abandonó el estudio. No había comido nada desde que se sentó en la mesa de Pierre en la terracita. Se fue a la habitación trasera y se preparó un poco de pan con queso y, mientras sorbía su café, pensó en Pierre. Era atractivo, un francés auténtico. Apostaría que era un amante fantástico. Lo había intuido en sus ojos. Estaba segura de que había pensado en ello. Él la había observado cuando pensó que ella no se había fijado.

Zoe tenía un instinto con los hombres. Sabía bastante acerca de qué pensaban y, lo que es más importante todavía, lo que querían. Pierre era un tipo de sexo oral, sus labios bien formados estaban hechos para eso y parecía tener la cantidad correcta de dominación para que le excitara una mujer arrodillada, lista para usar sus labios. Ella había visto la alianza en su dedo y supuso que tenía una mujer dulce y bien adaptada en casa. Terminó el vestido y decidió que era hora de irse a casa, Robert la estaba esperando y sabía lo que significaba eso.

Zoe miró hacia el edificio de oficinas en el otro lado de la calle, todas las ventanas estaban a oscuras, pero le iba a buscar en el futuro. Se fue directamente al baño cuando llegó a casa y mientras estaba bajo la ducha, sintió el deseo de tener un marido. Sonrió ante la idea de Robert tumbado en el dormitorio, él era dulce y ella disfrutaba pasar el rato con él, era paciente y nunca hacía las cosas a medias. Cuando apagó el agua de la ducha y salió ante el gran espejo, tenía a otra persona en mente, sentía curiosidad por saber cómo podría ser él.

Robert estaba dormido cuando ella se metió en la gran cama a su lado, pero se giró hacia ella y la tomó entre sus brazos en cuanto sintió su cuerpo desnudo contra el suyo. No dijeron nada, pero sus labios se buscaron en un beso largo y húmedo, lo cual les hizo sentir oleadas de deseo a los dos. Él amaba su cuerpo. Ella era seductora y tenía la sangre caliente más allá de cualquier límite cuando quería, pero también podía ser distante y casi indiferente. Ambas caras de ella le gustaban y sabía que tanto si fuese la una o la otra, Zoe le diría que no si no quisiera estar con él.

—Ponte boca abajo, Zoe, te daré un masaje.

No era difícil persuadirla, a ella le encantaban sus masajes, lo hacía bien y a menudo terminaba por quedarse dormida bajo sus manos fuertes. Sintió el aceite gotear en sus hombros, espalda y trasero, y suspiró de placer mientras él lo extendía y empezaba a masajear sus músculos doloridos.

—¿Terminarás a tiempo para irnos a Mónaco?

—Mmm… creo que sí. ¿No dudas de que quiera ir, no?

—No, solo estoy deseando hacer este viaje y para mí es muy importante que vengas.

Había ido bajando hasta sus pequeñas nalgas redondas y ella gimió de ternura mientras sus hábiles manos se ocupaban de ella. Siguió por la parte trasera de sus muslos y grácilmente evitó tocar sus genitales, ella suspiró, la sensación ardiente no se iba, estaba segura de que dejaría una mancha de humedad en la sábana en caso de alzarse.

—Eres bueno, Robert —susurró mientras él seguía con sus pantorrillas y los pies.

Robert metió sus dedos de los pies la boca, uno detrás del otro, y los chupó como ella chuparía su pene. Zoe sintió su excitación crecer. Cuando él se tumbó medio encima de su cuerpo y lamió y besó sus brazos, hombros y cuello, ella tembló con anticipación. Era el final perfecto para el día y ella no podía hacer nada más que recibir. Su mano descansó en la nalga de ella, donde tenía un tatuaje de una rosa, y él trazó el diseño con un dedo mientras le decía quedamente lo que la presencia de ella le hacía sentir. Alcanzó un pañuelo que colgaba de una silla al lado de la cama y se la puso como un antifaz, tapándole los ojos; ella no podía verle y él podía oír en su respiración que eso la excitaba.

Pronto sintió cómo ella elevaba los brazos hacia el cabecero de la cama antes de atar sus muñecas a las barras metálicas. Seguía tumbada boca abajo y ahora podía sentir la mancha de humedad bajo su cuerpo, estaba excitada y esperó el siguiente movimiento de él con anticipación. Le oyó salir de la cama e ir a la cocina. Él abrió la puerta de la nevera y la puertecita del congelador. En cuanto regresó, se arrodilló y ella gimió sonoramente cuando le dio la primera cachetada en la nalga. Siguieron más cachetes, le golpeó varias veces, sus nalgas le ardían y el calor se difuminó hacia su vulva excitada.

Ella gimió sonoramente cuando sus manos golpeaban sus nalgas doloridas. De repente se detuvo y ella sintió los cubitos de hielo que él usaba para calmar su piel dolorida y caliente. Cuidadosamente, deslizó un cubito de hielo por la cara interna de su muslo. Primero una pierna y luego la otra, y ella le rogó en la oscuridad que consumara el acto. Percibió que él se tocaba a sí mismo con la otra mano; era un pensamiento agradable, le encantaba cuando los hombres se tocaban a sí mismos, mostraba su vulnerabilidad, y ella sentía crecer su ternura por él mientras él resollaba tras ella. No dijo nada cuando se inclinó hacia ella y empujó sus genitales contra los de ella.

Zoe estaba mojada y él separó sus piernas con las suyas y la embistió fuerte una vez para entrar. Ella expresó su excitación y él se movió más deprisa, le excitaba oírla; Zoe pronto iba sentir un orgasmo, la conocía, nunca tardaba en sentir el primero. Ella forcejeaba y tiraba de las cuerdas que la tenían atada al cabecero de la cama, quería ser liberada, pero él la ignoró mientras se alzaba con los brazos para poder emplear más fuerza en cada embiste. Sabía perfectamente cuando ella iba a llegar al clímax, su cuerpo entero tembló y sus arrebatos de pasión se convirtieron en sonoros jadeos y movimientos de ordeño en torno al miembro de él.

—Zoe…

Nadie se corría tan grácilmente después de un tratamiento tan rudo como Zoe, era un regalo para los hombres, era independiente y fuerte, además de tan malditamente seductora. La embistió un par de veces más antes de salir de ella y terminar él con la mano. Ella meneó el trasero mientras él se vaciaba en sus nalgas. La soltó del cabecero de la cama antes de quitarle la venda de los ojos y usarla para limpiar de semen su trasero.

—Sigues siendo capaz de sorprenderme, Robert.

Ella se estiró y le invadió una sensación de bienestar en todo el cuerpo, había sido un final precioso para un día agitado.

 

Una semana más tarde, Pierre iba a firmar la escritura del viñedo y después quería encontrar un lugar donde almorzar. No había visto a Zoe desde aquel día y había dejado de pensar en ella todo el rato. Él y Anais habían estado en Cannes durante todo el fin de semana. Habían tomado prestado el barco de los padres de ella y había sido todo un éxito. Hicieron el amor la mayor parte del sábado y había tenido la fortuna de expandir sus fronteras sexuales. Él amaba a su mujer, pero ella carecía de esa iniciativa que él poseía, y sinceramente esperaba que eso se desarrollara con el tiempo.

—Oh, perdón —él alzó la mirada, iba camino a su coche cuando una mujer se tropezó con él y se le cayó el maletín y algunos folios en la acera—. Zoe —una vez más, casi se ahoga en sus ojos, que se volvieron cálidos e intensos cuando le reconoció.

—Pierre… ¿eres tú realmente?

Él deseaba abrazarla, salir corriendo con ella y seducirla.

—Déjame ayudarte —dijo ella, y se inclinó para recoger los folios.

Pierre quería decir muchas cosas, pero de repente no se le ocurrió nada, ella no podía desaparecer, ahora no, él quería concertar una cita con primero.

—Lo siento mucho. Espero que no te haya hecho llegar tarde a algo.

—No, no… puedes compensármelo comiendo conmigo más tarde.

Ella le miró detenidamente como si estuviera buscando el motivo real de la invitación.

—De acuerdo, ¿misma hora, mismo lugar?

—Sí, digamos que sí y… ¿a qué hora era exactamente?

Ella rió por el azoramiento de él. Era dulce, ella sintió una cierta incomodidad en él y le colocó una mano en el brazo.

—A la una.

—Vale, nos vemos entonces, Zoe.

Se alejó corriendo hacia el parking y pronto estaba cruzando Cannes; iba a ser un desafío llegar a tiempo e incluso más difícil volver para poder almorzar con Zoe. Había algo en esa mujer, ella le atraía, y supo desde el momento en que vio sus bellos ojos la segunda vez que ella podía ser un problema en su matrimonio con Anais. No le importaba, tenía que volver a verla, y ahora solo le quedaban dos horas para estar juntos en su mesa en la terracita del café.

Un rato más tarde no sabía de qué había hablado con el abogado, pero comprobó la firma en el cheque en su coche de vuelta, por lo menos parecía aceptable. Quería llegar al despacho para cambiarse de camisa antes de su cita con Zoe. Aparcó corriendo. Se miró en el espejo una vez que se puso una camisa limpia, estaba satisfecho, sabía que era atractivo y nunca le habían faltado mujeres en su vida. Ella ya estaba sentada cuando él llegó cinco minutos más tarde, se puso en pie y él la besó en ambas mejillas mientras disfrutaba del olor a ella.

—Estaba deseando volver a verte —dijo ella mientras estudiaba el menú.

Pierre alzó la mirada, ella tenía una personalidad muy directa, lo cual le sorprendió un poco, pero indudablemente hacía que la situación fuese más fácil.

—¿Estabas deseándolo? Pero… ¿por qué?

—Me gustas.

—Mmm.

Pidieron y mientras comían ella le habló de su colección y le preguntó si quería visitar su estudio de costura alguna vez.

—Trabajo hasta tarde por la noche, puedes pasar cuando quieras.

—Sí, me encantaría, ¿Qué te parece mañana a eso de las ocho? ¿Estaría bien entonces?

Ella tomó su mano por encima de la mesa y dejó que sus dedos se deslizaran por la alianza de él, pero le miró a los ojos.

—Sí, eso estaría bien, Pierre.

No pudo interpretar la sonrisa de ella, pero sintió la reacción en sus pantalones. Se despidieron después de comer, los dos tenían cosas que les esperaban y no importaba ya tanto ahora que sabían que se verían la noche siguiente. Anais estaba con sus amigas los jueves, así que él tuvo la excusa de decir que se tenía que quedar en la oficina hasta tarde. Durante el resto del día no pudo dejar de pensar en Zoe, la imaginaba con sus ojos en situaciones inadecuadas para su matrimonio.

Cuando se sentó en la terraza con Anais más tarde esa noche se sintió culpable, eran unos recién casados y ella confiaba en él. Nunca había habido líos en la familia de Anais. Ella daba por descontado que él no la engañaría, lo cual hacía naturalmente más cómoda la cosa, ya que ella no le preguntaría nada. «Y las cosas no han llegado a ese punto; todavía», se aseguró a sí mismo sin mucha convicción.

—¿Ha pasado algo, Pierre? Tienes la mirada tan pensativa, cariño.

—No, solo pensaba en lo feliz que soy de tenerte.

Le brindó su sonrisa más espectacular y estiró una mano hacia ella. Era tarde, y ella sugirió que fuesen a la cama, no parecía tener ninguna segunda intención y él no iba a iniciar nada.

—Buenas noches —le dijo ella besándole.

—Subo enseguida —le contestó él acariciando su rostro cuando ella se inclinó hacia él.

El pensamiento acerca de Zoe volvió en cuanto ella salió de la terraza. Era espectacular, era completamente opuesta a Anais, piel dorada y un poco exótica con sus ojos marrones y su cabello largo castaño. Sus labios eran bellos y sensuales, los ojos de él habían descansado en los de ella mientras le hablaba, era alta y esbelta como Anais, pero su pecho era abundante y su contorno era excitante. Cuando subió al dormitorio, Anais estaba dormida y él suspiró con alivio antes de desnudarse y meterse cuidadosamente en la cama.