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Novela basada en hechos reales. Para su realización fueron necesarias multiples investigaciones, inspiró la película El hombre de Maisinicú. Recrea la vida de un agente de la Seguridad del Estado cubano, quien combatió el bandidismo en la Sierra del Escambray en los primeros años de la Revolción. Esta obra es un reconocimiento especial a todos aquellos soldados cuya arma, es el silencio.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición: Laura Álvarez Cruz
Diseño de cubierta y pliego gráfico:Zoe Cesar Cardoso
Realización gráfica: Carla Otero Muñoz y Zoe Cesar Cardoso
© Fernando Díaz Martínez, 2019
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2019
ISBN: 9789592115446
Editorial Capitán San Luis, Calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba.
Email: [email protected]
www.capitansanluis.cu
facebook/editorialcapitansanluis
Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su transmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
A mis hijos:
María Fernanda, Mary Carmen y Keller.
A los valientes y abnegados
soldados del silencio.
Muchas son las personas e instituciones que han colaborado en esta obra pero, entre todos, considero que debo resaltar a:
Dirección Política del Ministerio del Interior; en particular a su jefe, el general de división Romárico Sotomayor, y al coronel Sergio Ortega Queralta, jefe del Departamento Ideológico.
Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE).
Museo Nacional de Lucha Contra Bandidos y a todo su colectivo, incluyendo los trabajadores de la casa museo Alberto Delgado y el monumento en Masinicú.
Dirección Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
Direcciones provinciales del Partido, del Poder Popular, de la ANAP y la Unión de Historiadores en Ciego de Ávila.
Secciones Políticas de las delegaciones provinciales del MININT en Ciego de Ávila, Camagüey, Sancti Spíritus y Villa Clara.
Jefaturas provinciales de la Seguridad del Estado en Camagüey, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Villa Clara.
Coronel Francisco Javier Salado Villacín, asesor general del libro.
José Rogerio Moya Díaz, quien impulsó la idea, una y otra vez, desde que la iniciamos.
Mayor Alejandro García Vigistaín, investigador; y al mayor Lietsey Roque Morgado, encargado de las fotografías, los aseguramientos e investigador.
Al grupo de investigadores de este proyecto, que realizaron múltiples entrevistas a distintas fuentes, lo que permitió ganar en tiempo y ahorrar recursos. De forma particular, al mayor (r) Luis Adrián Betancourt, al capitán Juan Piñeiro Castillo y a la capitana Magdely Espinosa, a Luis Raúl Vázquez, a Miguelina Duarte Thondik y a Jesús Méndez Nieblas.
Al grupo de apoyo integrado por Henry Sánchez Olivero, director ejecutivo y encargado de la correspondencia; Katia Balado Fonseca, búsqueda informática y de imágenes; Danisbel Hernández García y Kleysi Torres Rodríguez, coordinaciones especiales.
A los once poetas repentistas de conocido arraigo popular cuyas décimas, escritas especialmente para este libro, encabezan cada capítulo.
Mi reconocimiento a todas las personas que en distintos lugares nos han apoyado.
El hombre llena una copa ancha,
aunque no cabe el peso de su extraña gracia,
y brinda por lamuerte de su abril.
Después se sube a un sitio inexpugnable
y canta un canto que suena agradable,
mientras por dentro vuelve a maldecir.
El hombre niega de su rica tierra,
es su propio enemigo en esta nueva guerra:
el hombrevio su rostro sucumbir.
Que se abrabien la casa de la historia,
que se revise el trono de la gloria
porque un hombre sin rostro va a morir.
¡Oh, qué sensación,
no tener rostro y contemplar el mundo
con ojos tan profundos
como con ojos de guardián del sol!
¡Oh, qué sensación,
no tener rostro al contemplar la muerte,
correr la doble suerte
de rastreadores y de perseguidos,
teniendo tanto de estrella, escondido!
Cuanto millón de rostros no tendrá
el que nos regaló la claridad.
Silvio Rodríguez
El 26 de julio de 1965, en Santa Clara, durante el acto central por el XII aniversario del asalto al cuartel Moncada, el Comandante en Jefe Fidel Castro señaló:
Aquí, en esta provincia, el imperialismo y la contrarrevolución enseñaron al pueblo sus entrañas; en esta provincia perpetraron sus crímenes, no solo contra maestros y alfabetizadores, sino también contra obreros agrícolas y contra campesinos, tratando de sembrar el terror, perpetrando los mismos crímenes que el pueblo conocía de etapas anteriores.
Y la provincia se levantó contra sus enemigos, los campesinos de la montaña se movilizaron, los formidables batallones de Lucha Contra Bandidos surgieron con el propósito de aplastar a los contrarrevolucionarios. Fue larga la lucha, duró años. Unas bandas eran extinguidas y el enemigo introducía, armaba y organizaba nuevas bandas, hasta que fueron totalmente barridas […].
Hay que decir que ni un solo asesinato quedó impune; hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logró escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables.
Pero la erradicación de esas bandas no se hizo sin sacrificios. Miles de hombres, obreros y campesinos del Escambray la inmensa mayoría, lucharon durante años, persiguiendo incansablemente y sin tregua al enemigo y en esas operaciones doscientos noventa y cinco combatientes revolucionarios perdieron la vida en combate contra el enemigo, en accidentes ocasionados por el propio servicio; y fueron capturados en parte, y en parte aniquilados, 2005 contrarrevolucionarios.
Eres sueño en la memoria
de una hermosa clarinada
por tu muerte, camarada
está llorando la historia.
Cuba tiene en su victoria
un Alberto inigualable
que conociendo probable
la muerte y el sufrimiento,
nos regaló un monumento
con su ejemplo inolvidable.
Yara Luisa Aróstica Zulbarán2
Hace más de cuarenta años, cuando todavía era estudiante en una escuela de nuevo tipo radicada en mi provincia, nos proyectaron la película cubana El hombre de Maisinicú. En esa época éramos muy jóvenes, pero verla nos impactó a todos y, como es lógico, los comentarios se sucedieron. Aquellas imágenes durante el asesinato del personaje de Alberto nos marcaron con creces. Mi profesor de Historia nos había hablado del fenómeno del bandidismo contrarrevolucionario en Cuba, pero a partir de la película nos dedicamos a buscar información. Si bien el filme no es una copia fiel de la realidad, por la lógica licencia dramatúrgica empleada por el equipo de realización, sí despertó interés por el tema en quienes la vimos.
En la madrugada del 1ro. de enero de 1959, tras el triunfo revolucionario, la mayoría de los colaboradores más cercanos al dictador Fulgencio Batista y, sobre todo, los más comprometidos en los asesinatos, robos, y latrocinios, se fugaron para Estados Unidos de Norteamérica, tratando de evadir las leyes revolucionarias acabadas de instaurarse en el poder, pero no todos lo lograron.
Desde el inicio de la Revolución comenzaron las transformaciones para cumplir las promesas hechas por Fidel en el programa del Moncada. La aplicación de las medidas benefició a la mayoría de la población, pero afectó los intereses de los grupos dominantes hasta entonces, de los que se fueron y de los que se quedaron. La que más rabia causó fue la Ley de Reforma Agraria. Tales personas, inconformes unos y confundidos otros, se agruparon y comenzaron a cometer sabotajes y actos terroristas contra la Revolución por indicación de los servicios de inteligencia norteamericanos. La mayoría recibió recursos militares directos del gobierno norteamericano. Así comenzó el bandidismo en Cuba.
El Escambray fue uno de los escenarios donde los bandidos asesinaron a campesinos, obreros, estudiantes, hombres, mujeres y hasta niños, por aceptar los nuevos ideales que representaba la Revolución Cubana. Ante estas acciones se organizó la fuerza del pueblo. Los bandidos fueron cercados una y otra vez hasta ser aniquilados. Es justo reconocer las principales fuerzas participantes en estas acciones frente a la contrarrevolución: milicias obreras y campesinas, combatientes del Ejército Rebelde, batallones de Lucha Contra Bandidos, organizaciones como los CDR, la FMC y la ANAP y, especialmente, la labor encubierta y arriesgada de los agentes y colaboradores de la Seguridad del Estado, quienes permitieron ubicar a los enemigos para su neutralización. Entre los compañeros que aparentaron ser contrarios al gobierno para penetrar las filas enemigas estuvo Alberto Delgado Delgado, quien casi al final de esta historia fue salvajemente asesinado por estos elementos.
En este libro pretendo contar la vida de este hombre, enmarcada dentro de la tenaz resistencia de los cubanos por ser un pueblo libre frente a las innumerables acciones del imperialismo norteamericano y los que le hacen el juego. Han pasado muchos años y, desafortunadamente, varios de los protagonistas han muerto o se encuentran en difíciles condiciones de salud, lo que ha impedido entrevistarlos. De todas formas, en la mayoría de los casos quedaron muchas de sus declaraciones encontradas en archivos y otros testimonios ofrecidos para diversos medios. Ojalá esta obra sirva para comprender cuánto ha hecho el enemigo por eliminarnos y cuánto ha tenido que hacer nuestro pueblo por defenderse, destacándose en ello mujeres y hombres valientes que, como Alberto Delgado Delgado, sin pedir nada a cambio, lo entregaron todo, y por ello constituyen un ejemplo a seguir, particularmente para los jóvenes de estas y otras generaciones venideras.
Fernando Díaz Martínez
Niño huérfano de amor
en su vida y su pobreza
iba oculta la tristeza
como la espina en la flor.
hambre, miseria, dolor,
lágrimas en el semblante
fueron el fertilizante
que en inmedible abundancia
recibieron en su infancia
las raíces de un gigante.
Omar Mirabal Navarro
Las olas del mar repicaron una y otra vez contra el muro del muelle mayor en el pueblo de Caibarién, villa costera ubicada en la parte norte de la provincia Villa Clara. Los hombres fueron y regresaron cargando y descargando los barcos pegados al muelle. El ajetreo era enorme porque se mezclaban con el gentío que acudía sucesivamente al puerto para comprar o vender mercancías.
El muelle ardía de calor humano y del sol mañanero de aquel verano de 1917 cuando echó sus anclas el barco español donde venía como polizón Abel Delgado, procedente del puerto de Santa Cruz de Tenerife, en Canaria, de donde era oriundo. En las montañas de Villa de Arico había dejado a sus padres: Alberto Delgado y Guillermina González, que quedaron con la nostalgia por la partida del hijo. Venía huyendo, porque no tenía dinero para evitar el servicio militar, al amparo de un hermano de su padre, Felipe Ricardo Delgado Martín, que vivía en este pueblo de Caibarién desde hacía varios años. Este tenía una familia consolidada con Lucrecia Mesa Moreno, natural de Pinar del Río, y una hija adolescente llamada Nieves Delgado Mesa, nacida igualmente en Caibarién e inscrita en Remedios, cuya belleza destacaba entre los pobladores. Poco tiempo bastó para que Abel se enamorara de su prima hermana y contrajeran matrimonio. De tal unión nacieron seis hijos, entre ellos, Alberto Delgado Delgado, conocido más tarde como El hombre de Maisinicú.
Abel Delgado Martín se dedicó de inmediato, con la ayuda de su tío-suegro y el apoyo de su esposa Nieves, al negocio de los ferrocarriles, en el que prosperó rápidamente por su entrega y seriedad en el trabajo. Llegó a ser nombrado Superintendente de los Ferrocarriles Norte de Cuba, pero su actitud solidaria con varios de sus paisanos suspendidos por la compañía lo llevó a tener conflictos con los ejecutivos. Al provocarse una huelga ramal, apoyó incondicionalmente a los manifestantes, quienes reclamaban el cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas y el pago por el trabajo realizado. Abel fue expulsado del empleo y amenazado de muerte. Sin más alternativas tuvo que mudarse del pueblo y junto a su esposa Guillermina y su primera hija se fue para lo más intrincado de la zona de San Pedro, cerca del poblado Caracusey, en el término municipal de Trinidad. En aquel entonces, San Pedro pertenecía a Caracusey; pero hoy son independientes y considerados, en la actual división político-administrativa, como dos consejos populares del municipio Trinidad.
El padre de Alberto se ocupaba de hacer carbón, hacía carbón en la finca Ramblazo y en la finca Las Congojas, después en la finca de Donato García en el Manatí […].
El cambio inferior del nivel de vida no disminuyó la moral de este hombre decidido a construir una familia sobre la base del respeto y la honradez, sin embargo, ante su anterior actitud de solidaridad obrera solo obtuvo por empleo el corte de madera y su posterior quema para la fabricación de carbón vegetal. Fueron tiempos muy duros, él no era un hombre de campo, ni estaba acostumbrado a tales rigores, pero allí logró establecerse.
Máximo Rogelino Zúñiga Muñoz.3
Con mucho trabajo mis padres y mi hermana Guillermina, quien había nacido en Caibarién, fueron a dar a la finca Las Cabezadas, cerca de Ojo del Agua, de San Pedro muy para adentro. En este lugar nació mi hermano Alberto el día 10 de diciembre de 1932, a las once de la noche, siendo recibido por una comadrona llamada Rosita, quien atendió a mi mamá en los restantes partos. Ella no sabía de medicina, pero era una mujer muy dispuesta que vivía a dos kilómetros de nuestra casa. Alberto fue el mayor de los varones. Siempre fue muy saludable y preocupado por todos los demás hermanos. Jamás padeció de enfermedad alguna a pesar de no recibir asistencia médica. Tal vez el monte y el trabajo lo inmunizaron.
Imeldo Delgado Delgado.
Alberto Delgado Delgado fue de procedencia social obrero campesina. Nació y se crió en una familia muy humilde, llena de necesidades, lo cual influyó en que desarrollara una responsabilidad humana y laboral que lo acompañó durante toda la vida. La prole Delgado Delgado estuvo precedida por Guillermina, quien fue la primogénita y nació el 13 de enero de 1929; luego fue secundada por Alberto, quien nació el 10 de diciembre de 1932; seguido por su hermano Juan, el 9 de diciembre de 1934; luego, Imeldo, el 27 de noviembre de 1938; Macrina, el 27 de noviembre de 1940; Elena Nivaria, el 31 de julio de 1942; y, por último, en 1946, un varón, al que lamentablemente la experiencia de Rosita la recibidora y los buenos rezos de los vecinos no pudieron salvar. Aun cuando a Nieves la sacaron en hombros en una hamaca de saco por dentro del monte, llegó muerta al igual que el niño, quien no pudo nacer a tiempo por lo grande que era. El médico encontrado estaba a más de 10 kilómetros. Nieves fue enterrada en el cementerio de Remedios.
La tristeza copó la familia y agobió el corazón de Abel, quien quedó solo al cuidado de sus hijos pequeños, incluyendo a Alberto que tenía siete años. En esta cruzada de dolor lo acompañó su primo y compadre José Martín García, que había viajado desde Canaria con él, también de polizón, durante la travesía marina hasta Cuba.
A pesar de haber nacido en 1932, Alberto no fue inscrito hasta 1946, lo que pudo efectuarse gracias a la promulgación de un decreto presidencial de fecha 5 de marzo de 1946 que amparaba a los emigrantes extranjeros a poder reconocer a sus hijos nacidos en suelo cubano.
La madre se llamaba Nieves Delgado, murió durante un parto muy lamentado. Cuando ella se murió eran muy pobres y aquí unos cuantos compañeros se reunieron para comprarle una corona a Nieves. Esa colecta la organizó Reinaldo Socarás […].
Nieves era una mujer muy bella, una mujer muy bonita, que se veía que era una persona educada, decente, de naturaleza muy fina, parecía española, de modales muy finos y los dos: Abel y ella, eran personas muy humanas […] Lo que pasa es que tenía una pobreza muy grande, pero sentía la pobreza de los demás y la sufría como suya, y no es porque ahora resulte que sean padres de Alberto, sino porque es una realidad que la palpé, que la viví […].
Máximo Rogelino Zúñiga Muñoz.
Mi padre y nuestro padrino José Martín García se levantaban a las 4 de la madrugada para dejar hecho los quehaceres del hogar. A las 5, una hora después lo hacíamos los demás. Los más grandes ayudaban a vestir a los más pequeños. Todo parecía muy sencillo.
La casa nuestra estaba muy cerca de la costa, a 8 kilómetros donde los domingos íbamos a pescar, para asegurar parte de la alimentación de la semana, así fuimos aprendiendo estos menesteres. Alberto no era buen pescador, pero tenía que ir como parte de los deberes familiares. A él sí le gustaba montar a caballo y lo hacía muy bien, sobre todo en Dorado, el caballo de papá. Dorado fue su mayor entretenimiento por aquellos tiempos. Él lo bañaba, le buscaba la comida en los alrededores. Para montarlo, se arrimaba a una piedra y así subía sobre su lomo.
La casa no era muy grande, pero papá nos acomodó a todos. Las muchachitas en un cuarto seguido del suyo, en el otro, los varones y el padrino. En cuanto oscurecía nos acostábamos. En aquella soledad donde vivíamos, no había otra cosa. En la casa, todo escaseaba, no había ningún equipo electrodoméstico como ahora, no teníamos vecinos cercanos, ni luz eléctrica, ni casi muebles tan siquiera. La ropa se compraba una muda por año para cada quien, y los zapatos muchas veces era un par por si te enfermabas, para uso de todos. Recuerdo con tristeza que nunca tuvimos día de reyes magos, ni juguetes. Papá, para decir algo, nos explicaba que era porque las veredas estaban intransitables y los camellos de los reyes se podían atascar. Yo llegué en mi inocencia infantil a molestarme cada vez que llovía. Jamás supimos lo que fue un cumpleaños, ni al menos un cake. La única fiesta que yo recuerde era el día de nochebuena, cada 24 de diciembre, donde se mataba un puerco y lo comíamos acompañado de un garrafón de vino dulce y alguna que otra golosina. Ese día papá y el padrino jugaban a las cartas, lo que aprendimos todos, unos con otros.
Desde muy pequeños tuvimos que trabajar, aprender a cocinar, a recoger carbón, a ordeñar las chivas que eran bastantes y a recoger los huevos en medio del monte. Alberto aprendió a cocinar los frijoles que daba gusto comerlos. En muchas ocasiones él era quien iba a realizar las compras en la bodega de San Pedro.
Imeldo Delgado Delgado.
Yo recuerdo ver venir a Alberto Delgado Delgado, montado indistintamente en un burrito o en un caballo, traía leche de chiva para venderle a Guzmán Pérez, era un niñito. Ellos fueron personas muy humildes, que pasaron mucho trabajo en medio de los montes donde hacían carbón. Sí, empezó viniendo a tomar clases para aprender a escribir con una maestra que también venía a caballo desde Trinidad, llamada Candita Cajiga, pero eso fue pocas veces. Ellos vivían muy lejos de la escuela, a más de 10 kilómetros, eran huérfanos y la verdad es que les fue imposible.
Yo los pelaba a todos y su papá me pagaba en los días de fin de año, cuando le liquidaban la venta del carbón.
Abel hizo cuanto pudo por salvar a sus hijos y a duras penas lo logró. En ello concentró todos sus esfuerzos, aglutinando la ayuda de su compadre y el del resto de los pequeños. En tales circunstancias nada es más importante que sobrevivir.
Abel, el papá de Alberto, se veía que era una persona humanitaria y de ideas progresistas. Él conversaba mucho conmigo. Él era español, de la gente de José Azaña y criticaba mucho a Franco, el dictador español. Además, Abel era un hombre que leía mucho, era una persona muy culta, leía cuanto podía, todo lo que estaba a su alcance, un periódico, un libro, una revista. No puedo decir que era comunista, pero sé bien que tenía ideas muy progresistas y avanzadas. Yo no podía tampoco apreciar el alcance de sus ideas porque yo no sabía nada de socialismo ni de ideas avanzadas, porque yo era un muchacho y aquí todo lo que se sabía era del capitalismo, y esas ideas no se divulgaban, a no ser cuando venía por aquí Jesús Menéndez en su faena, en los problemas azucareros, que vino una vez o dos. Gaspar Jorge García Galló vino también a una reunión, que tenía en el parquecito que había en San Pedro y de esa manera conocimos algo de socialismo y de progresismo. Pero Abel, sí era una persona que estaba al tanto de esas ideas y era muy conversador. Murió como de sesenta años, de cáncer, relativamente joven.
Máximo Rogelino Zúñiga Muñoz.
En mi casa se trabajaba prácticamente para comer. Criábamos gallinas, puercos, chivos, pescábamos, sembrábamos viandas de todos los tipos, y todo lo demás que mi papá buscaba. Allí trabajamos desde niños. A Alberto le gustaba mucho comer cosas fritas, viandas, huevos, pescado, frutas, pero le encantaba el arroz congrís con mucha manteca por arriba.
Solamente en fin de año se vendían algunos animales y con ese dinero papá nos compraba la mudita de ropa de cada uno. El azul era su color preferido. No fue bautizado, ni tuvo padrinos, al menos de niño.
Juan Delgado Delgado.
Por suerte para esta familia, fueron personas muy saludables, no solo Alberto, sino todos los demás. En esos tiempos la atención médica en Cuba era un servicio muy limitado, había que pagarlo y no todo el mundo poseía los recursos financieros necesarios.
La vida nos ayudó en cuanto a no padecer de enfermedades, si uno se enfermaba había que caminar a caballo 10 kilómetros y si se buscaba al médico, también a caballo, la consulta costaba cincuenta pesos. Imagínate tú que el saco de carbón lo pagaban a un peso y cincuenta centavos.
En casa todo era a base de medicina verde. Las medicinas costaban mucho. Lo más difícil era las espinas en los pies, entonces primero nos echábamos resina de manajú y, cuando la sacábamos, un poco de luz brillante.
Imeldo Delgado Delgado.
Los campos cubanos siempre han sido ricos en tradiciones de todo tipo, pero en estas zonas intrincadas y cercanas a las costas la vida tomaba tonalidades muy limitadas, que eran matizadas por elementos diversos y casi siempre con singularidad religiosa, como parte de la añoranza que sentían los vecinos del lugar. En los llanos de San Pedro, como en otros lugares de Cuba, los vecinos se reunían para realizar el guateque y otras actividades similares que eran muy comunes los fines de semanas; otro momento de reunión era en los velorios.
A Alberto lo que más le gustaba desde niño, era participar en los velorios de santo, o alumbrado, como le llamábamos entonces. En ellos jugaba con todo el mundo y se reía mucho con los cuentos que allí se hacían. A él se le ocurría cada cosa del cará.
Su carácter fue muy estable: callado, no le gustaba que se metieran con él ni con sus cosas, en momento era rabioso, pero muy humano. Era una persona muy fuerte, medio barrigoncito. No era problemático, pero no le aguantaba nada a nadie.
La música campesina y la bailable popular eran sus preferidas. Era tremendo bailador, llevaba el ritmo en la sangre.
Los días 3 de mayo de cada año íbamos a San Pedro, a unas fiestas que se celebraban allí, por cierto que se efectuaban tremendos torneos a caballos o carreras de cintas, como también le llaman.
Imeldo Delgado Delgado.
De niño andábamos juntos, nos queríamos mucho, mucho más después que murió mamá. Pasamos tanto trabajo que parece mentira, pero no sé cómo nos salvamos. Todo giraba alrededor del monte y del carbón, sufrimos no solo materialmente, sino sentimentalmente.
Juan Delgado Delgado.
Alberto tenía muchas habilidades para armar un horno y para llenar los sacos. Después de la muerte de mamá cogió el hacha y se fue para el corte como si ya fuera un hombre. Qué triste, verdad.
Como fue el hermano varón mayor tuvo que llevar las riendas de todo. Mi papá era un isleño muy fuerte, pero de repente empezó a sentirse mal de salud y esa carga de la vida cayó sobre los hombros de Alberto que era casi un niño.
Papá fue llevado por unos tíos que teníamos en Caibarién, al hospital de Remedios, ahí vino lo peor […].
Imeldo Delgado Delgado.
La enfermedad de papá desencadenó en un cáncer en el estómago y enseguida se murió. Fue enterrado en el cementerio de Caracusey. Era el año 1952, cómo olvidarlo.
Juan Delgado Delgado.
Antes de la muerte de papá, Guillermina mi hermana mayor se enamoró de Elio Pérez Chaviano, hijo de un campesino que vivía relativamente cerca de nosotros, en una finca de su padre, entonces ella se llevó a las otras dos hermanas nuestras que eran más pequeñas, quedando los varones solos. Enseguida murió papá. No llegó a seis meses de estar en cama.