Algo inesperado - Vi Keeland - E-Book

Algo inesperado E-Book

Vi Keeland

0,0
6,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

En la vida, solo podemos esperar lo inesperado Beck Cross, un empresario adicto al trabajo, está muy encariñado con su abuela Louise. Ahora, la anciana ha decidido viajar por el mundo junto con su amiga Eleanor y una lista de cosas que hacer antes de morir, como saltar en paracaídas o nadar entre tiburones. Semejantes temeridades no le hacen ninguna gracia a Beck, así que decide viajar a las Bahamas para hacerlas entrar en razón. Cuando llega al bar del hotel, en plena noche, conoce a una mujer llamada Nora y la química es inmediata. Pero menuda sorpresa se lleva Beck a la mañana siguiente cuando descubre algo totalmente inesperado…   Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 437

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Gracias por comprar este ebook. Esperamos que disfrutes de la lectura.

Queremos invitarte a que te suscribas a la newsletter de Principal de los Libros. Recibirás información sobre ofertas, promociones exclusivas y serás el primero en conocer nuestras novedades. Tan solo tienes que clicar en este botón.

Algo inesperado

Vi Keeland

Traducción de Claudia Casanova

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Algo inesperado

V.1: Octubre, 2024

Título original: Something Unexpected

© Vi Keeland, 2023

© de la traducción, Claudia Casanova, 2024

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024

Todos los derechos reservados.

Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Freepik - nadzeyashanchuk - valeniastudio - Iuliia Khramtsova

Corrección: María Ubierna, Isabel Mestre, Sara Barquinero

Publicado por Chic Editorial

C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10

08013, Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-19702-31-9

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Algo inesperado

En la vida, solo podemos esperar lo insperado

Beck Cross, un empresario adicto al trabajo, está muy encariñado con su abuela Louise. Ahora, la anciana ha decidido viajar por el mundo junto con su amiga Eleanor y una lista de cosas que hacer antes de morir, como saltar en paracaídas o nadar entre tiburones.

Semejantes temeridades no le hacen ninguna gracia a Beck, así que decide viajar a las Bahamas para hacerlas entrar en razón. Cuando llega al bar del hotel, en plena noche, conoce a una mujer llamada Nora y la química es inmediata. Pero menuda sorpresa se lleva Beck a la mañana siguiente cuando descubre algo totalmente inesperado…

Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today

«Una historia muy emocionante. Sin duda, una de mis novelas favoritas de Vi Keeland.»

Shelly's Book Corner

Para mi Sarah y su amor inquebrantable

por su abuela y Harry Styles

Capítulo 1

Nora

—Tienes que estar de broma… —murmuré. Me di la vuelta y grité—: Ah, y ¡gracias por cargarme a mí con la cuenta!

El camarero se acercó.

—¿Todo bien, señora?

Suspiré.

—Sí. El tío que conocí en Tinder resultó no ser lo que esperaba.

Una voz grave llegó desde el otro extremo de la barra.

—Qué sorpresa. Tal vez deberías intentar buscar en algún lugar un poco más respetable…

Entrecerré los ojos y lo miré.

—¿Perdona?

El tío agitó el vaso con hielo sin levantar la vista.

—¿Qué ha pasado? ¿No era tan guapo como parecía en la foto? Dale un respiro al tío. A las mujeres se os da genial esconder vuestro verdadero aspecto. Nos vamos a la cama con una morena de pelo largo y labios carnosos increíble y, por la mañana, nos despertamos junto a una persona que no reconocemos por culpa del maquillaje, las extensiones de pelo y la mierda que usáis para que parezca que tenéis los labios más gruesos.

«¿En serio?».

—Tal vez, si no fueras tan borde y miraras a la persona cuando le hablas, te habrías dado cuenta de que no uso extensiones de pelo, llevo muy poco maquillaje y estoy rellenita de forma natural en todas las partes donde tengo que estarlo.

Eso pareció llamar su atención. Levantó la cabeza y echó un rápido vistazo a mi cara antes de fijarse en mi escote. Fue la primera vez que lo vi bien. La cara que acompañaba a esa actitud no era para nada la que me habría esperado. Teniendo en cuenta que se había puesto a la defensiva cuando había dicho que el aspecto de mi posible cita no estaba a la altura, pensé que quizá tuviera experiencia decepcionando a mujeres. Pero estaba claro que ese tío no había decepcionado a nadie. Era más joven de lo que insinuaba su voz malhumorada, y a su pelo castaño oscuro no le habría ido mal un corte. Sin embargo, habría disfrutado peinándolo con los dedos si él hubiera sido mi cita de Tinder. Tenía una mandíbula fuerte y masculina en la que lucía una barba incipiente, una nariz romana, la piel bronceada y unos ojos aguamarina delineados con las pestañas negras más espesas que había visto jamás.

Lástima que también fuera un imbécil.

Cuando sus ojos por fin se encontraron con los míos, arqueé una ceja.

—¿Quién de nosotros es el superficial ahora?

Le tembló el labio.

—En ningún momento he dicho que no apreciara las cosas bonitas. Solo que deberías haberle dado una oportunidad al tío.

Sacudí la cabeza.

—No es que sea de tu incumbencia, pero la razón por la que ese tío no era lo que yo esperaba es porque tenía la marca de su alianza en el dedo. Seguro que se la ha quitado dos segundos antes de entrar. No tenía nada que ver con su aspecto.

—Entonces me disculpo. —Le hizo un gesto al camarero—. Yo invito a su próxima ronda.

Señalé el vaso medio lleno de whisky caro que había dejado el chico de Tinder antes de irse sin pagar.

—¿Qué tal si ese lo pagas tú?

Se rio entre dientes.

—Perfecto.

Tomé un sorbo de vino mientras pensaba en el imbécil con el que había perdido tres días hablando. Al final, volví a gritarle a don Arrogante.

—Oye, ¿qué usas?

—¿Perdón?

—¿Qué aplicación de citas usas? Has dicho que debería usar una más respetable.

—Ah. —Se encogió de hombros—. No uso ninguna.

—¿Estás casado?

—No.

—¿Tienes novia?

—No.

—Entonces, ¿qué haces? ¿Te paseas por el supermercado fingiendo que vas de compras?

—Algo así. —Sonrió con satisfacción—. ¿Tú siempre usas Tinder?

—Depende de lo que busque.

—¿Qué buscabas esta noche?

Pensé en la pregunta. Seamos realistas, había encontrado al chico en Tinder hacía tres días y había quedado con él en el bar del vestíbulo de mi hotel. Creo que estaba claro lo que ambos esperábamos que ocurriera. Pero, en realidad, no se trataba del físico, al menos no para mí.

—Olvidar —contesté.

Puede que la máscara de superioridad que llevaba el tío desapareciera, pero solo un poquito. Entonces le sonó el teléfono y deslizó un dedo para responder.

—Diles que me reuniré con ellos en cinco minutos —aseguró—. Tengo que subir a mi habitación a buscar la propuesta y mis notas. —No añadió nada más antes de colgar y levantar la cabeza en dirección al camarero—. Tengo que irme. ¿Puedes cargarlo a mi habitación?

El camarero asintió.

—Por supuesto.

—Habitación 212. —El tío arrogante se metió la mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes. Arrojó unos cuantos sobre la barra y a continuación me miró—. Carga su cuenta de esta noche también a mi habitación, por favor.

—Entendido.

Levanté mi copa de vino.

—Lástima que tengas que irte. Puede que no seas tan imbécil como pensaba.

Le tembló el labio.

—Yo he convocado la reunión, así que no puedo faltar. Pero, desde luego, yo me lo pierdo.

Sonreí.

—Por supuesto que sí…

Aunque, al verlo de pie y darme cuenta de que medía más de metro ochenta y que su camisa de vestir le quedaba muy bien, me pregunté si, después de todo, yo también salía perdiendo. No obstante, la cavilación desapareció con solo un gesto de la cabeza.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, le pedí al camarero que me guardara el sitio —a pesar de que era la única persona en el bar— y me dirigí al servicio. Bostecé mientras me lavaba las manos, de modo que pensé que era hora de dar por terminada la noche. Pero, cuando volví, había un hombre sentado en la silla contigua a la mía. Y no uno cualquiera: el tipo arrogante e increíblemente atractivo de antes.

Tomé asiento. Ahora tenía una copa de vino recién servido delante.

—¿Qué tal la reunión? —pregunté.

—¿De verdad te importa?

—No, pero soy educada. Algo que deberías intentar de vez en cuando. —Me volví hacia él e intenté ignorar que, de cerca, era incluso más guapo. Nunca había usado la palabra «ardiente» para describir una mirada, pero así era la suya. «Mirada ardiente y seductora». También olía muy bien—. ¿Sabes?, solo porque estés bueno no significa que puedas ser borde. Tal vez eso te funcione en el supermercado, pero no lo hará conmigo.

Enarcó una ceja.

—¿Crees que estoy bueno?

Puse los ojos en blanco.

—Deberías haberte centrado en la parte de ser borde. Por supuesto que lo único que has oído ha sido «bueno».

—¿Por eso elegiste al chico de Tinder? ¿Era educado?

—Era amable, sí. También era divertido y me hacía reír.

Levantó su copa.

—La amabilidad y la diversión te han conseguido un tío casado que te ha cargado con la cuenta. Tal vez deberías probar con alguien que esté bueno y sea borde.

Me reí entre dientes. Tenía razón.

—¿Tienes nombre? ¿O prefieres que me dirija a ti como don Arrogante? Porque así estaba pensando en ti.

Don Arrogante extendió una mano.

—Me llamo Beck.

Cuando puse la mía sobre la suya, se la llevó a los labios y besó la parte superior. Me produjo un cosquilleo en todo el cuerpo. Pero no lo admitiría.

—¿Es así como lo haces en el supermercado? ¿Besas la mano de una desconocida y la invitas a casa?

—Mi casa está a unos cinco mil kilómetros de distancia.

—Oh. ¿Así que no buscas reemplazar al tío que he echado a patadas hace un rato?

Sonrió.

—Si buscas activamente a un sustituto, aquí estoy. Pero, como mínimo, antes me gustaría saber cómo te llamas.

Me reí.

—Nora.

Asintió con la cabeza.

—Encantado de conocerte, Nora.

—¿Qué te trae al medio de la nada, Beck?

—He venido a ver a la familia. ¿Y a ti?

—Viaje de chicas. Estamos de paso unos días.

El teléfono de Beck vibró en la barra. Se inclinó hacia delante para comprobar la pantalla y sacudió la cabeza.

—Me voy medio día y se desata el infierno en la oficina.

—¿No vas a contestar?

—Puede esperar hasta mañana.

—¿Qué haces en tu día a día para ser un hombre tan popular?

—Me dedico a fusiones y adquisiciones.

—Suena interesante, pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que significa.

—Depende. Algunos días mi empresa ayuda a otras del mismo tamaño a consolidarse y a convertirse en una gran potencia. Otros días ayudamos a una empresa poderosa a absorber a otra más débil.

—¿La empresa más pequeña quiere que la absorban?

—No siempre. Hay transacciones amistosas y otras hostiles. La de esta noche, el motivo de todas las llamadas, no es una adquisición amistosa. —Dio un sorbo a su bebida—. ¿A qué te dedicas?

—Hago libros ilustrados.

—¿Como esos gordos con fotos de viajes o de la moda a través de los años o lo que sea que la gente deja a la vista en sus casas?

—Esos mismos.

—¿Eres autora o fotógrafa?

Me encogí de hombros.

—Ambas cosas, supongo. Aunque todavía me parece surrealista que me gane la vida haciendo algo tan divertido. Estudié periodismo y aspiraba a ser escritora. La fotografía siempre fue mi afición, pero ahora escribo los textos y hago las fotos para mis libros.

—¿Cómo acabaste en eso?

—Después de la universidad, me puse en contacto con una agente con la esperanza de vender una novela de suspense que estaba escribiendo. Por aquel entonces, tenía un blog por diversión. Hacía fotos de personas que vivían en las calles de Nueva York y debajo de cada una escribía una pequeña historia sobre la persona. Tenía un enlace en la firma de mi correo electrónico. A la agente no le encantó la historia, pero vio el enlace a mi blog y accedió para echar un vistazo. Y me preguntó si me interesaría proponerle un libro ilustrado. Le dije que sí, y en los ocho años siguientes creé veinticinco libros ilustrados sobre la gente que vive en las calles de diferentes ciudades. El año pasado empecé una nueva colección sobre el grafiti y los grafiteros en distintas ciudades.

—Eso suena mucho más divertido que fusiones y adquisiciones.

Sonreí.

—Seguro que sí. Me considero muy afortunada con mi carrera. Me gano bien la vida haciendo lo que me gusta y viajo por todas partes. Además, he conocido a gente increíble por el camino, y dono un porcentaje de todas las ventas de mis libros para que las personas necesitadas puedan aspirar a una vivienda.

Beck recorrió mi rostro con la mirada.

—¿Qué tratas de olvidar, Nora?

Tardé un segundo en entender a qué se refería. Era lo que le había dicho que intentaba hacer con el chico de Tinder.

—¿Acaso no todos queremos olvidar la vida de vez en cuando?

—Quizá. —Se frotó el labio inferior—. Pero, en general, hay algo en particular, como una relación difícil, estrés en el trabajo, dificultades económicas o problemas familiares.

Pasé un dedo por la condensación del fondo del vaso mientras Beck esperaba en silencio mi respuesta. Me volví hacia él.

—¿Quieres saber por qué me gusta Tinder en lugar de conocer a gente en el supermercado o en un bar?

—¿Por qué?

—Porque es fácil encontrar a hombres que están encantados de hacerme olvidar, pero que no se preocupan lo suficiente para preguntarme por qué solo quiero sexo.

Beck inclinó su vaso hacia mí y luego se lo llevó a los labios.

—Entiendo.

Mientras bebía, me fijé en el grueso reloj que llevaba en la muñeca: Audemars Piguet, no Rolex. Siempre he pensado que el tipo de reloj que lleva un hombre dice mucho de él. La mayoría de los hombres usan un Rolex como símbolo de estatus, para demostrar que pueden gastarse el precio de un coche en adornar su muñeca. Y saben que los demás también lo saben, ya que es una de las marcas de lujo más populares del mundo. En cambio, Audemars Piguet no es demasiado conocida entre los no aficionados a la relojería, aunque, en general, es más cara. La mayoría de los hombres llevan un Rolex para otras personas, pero un Audemars Piguet se lleva para uno mismo. En mi opinión, don Arrogante había subido un peldaño.

Lo segundo que solía utilizar para evaluar a un hombre era la bebida que pedía. El vaso de Beck estaba lleno cuando volví del servicio, así que no tenía claro qué líquido ámbar era. Supuse que algún tipo de whisky.

—¿Eso es whisky escocés? —Señalé el vaso que tenía delante.

Me lo tendió.

—Bourbon. ¿Quieres probarlo?

—No, pero tengo curiosidad por saber de qué tipo es.

Ladeó la cabeza.

—¿Por qué?

—No lo sé. Siempre me ha parecido que cierto tipo de hombre pide cierto tipo de bebida. —Señalé su muñeca con la mirada—. Los relojes también pueden decir mucho sobre una persona.

—¿Así que mi reloj y decirte qué marca de bourbon bebo te ayudarán a averiguar quién soy?

Me encogí de hombros.

—Tal vez.

Terminó lo que quedaba en su vaso y le hizo una señal al camarero, que se acercó enseguida.

—¿Qué marca has dicho que era? —preguntó.

—Es un Hillcrest Reserve. Hecho a poco más de quince kilómetros de aquí por un destilador de tercera generación.

Beck empujó su vaso sobre la barra.

—Gracias. Tomaré otro cuando puedas.

Una vez que el camarero se alejó, Beck me miró.

—Al parecer, es un Hillcrest Reserve.

Fruncí el ceño.

—¿No lo sabías cuando lo has pedido?

Sacudió la cabeza.

—No. He preguntado si tenían alguno artesanal de fabricación local. Cuando viajo, me gusta probar la comida y el bourbon locales. Vivo en Manhattan. Puedo entrar en cualquier bar y tomarme un Macallan a doscientos dólares la copa. Pero no puedo conseguir Hillcrest Reserve.

Sonreí.

—Eso me gusta.

—Pero pareces sorprendida. Supongo que mi selección no coincide con el tipo de hombre que suponías que era.

—La verdad es que no.

—¿Qué creías que bebía?

Mi sonrisa se ensanchó.

—El Macallan de doscientos dólares, la copa que puedes conseguir en cualquier parte.

Se rio entre dientes.

—¿Y qué tipo de hombre pide eso?

Bebí un trago de vino y dejé la copa en la barra.

—El tipo que vive en Manhattan, trabaja en fusiones y adquisiciones y lleva un traje elegante y un Rolex. Básicamente, todos los imbéciles de Wall Street que están en la puerta del Cipriani durante la happy hour un viernes por la tarde.

Beck echó la cabeza hacia atrás mientras se reía. Acababa de insultarlo y le había hecho gracia.

—Supongo que la primera impresión que he causado ha sido una mierda.

Me quedé muda.

—Me has dicho que debería buscar un lugar más «respetable» para mis citas.

—Creía que te merecías algo mejor.

—Eres un mentiroso. Solo eres amable ahora porque sabes que buscaba una noche sin ataduras, y crees que tienes una oportunidad de ser el sustituto.

—¿No tengo ninguna oportunidad?

Aproveché un momento para mirarlo de nuevo. «Maldita sea, qué guapo es».

—Tienes una muy pequeña solo porque eres guapísimo.

Una sonrisa lenta y sexy se dibujó en su rostro.

—Me gusta tu sinceridad.

—A mí me gusta tu mandíbula.

Le brillaban los ojos.

—Más te gustará mi polla enorme.

Me mordí el labio inferior. La conversación acababa de tomar un giro hacia la mayoría de mis mensajes de Tinder (desde luego, un tema con el que me sentía más cómoda que hablando de por qué quería olvidar mi vida por un tiempo).

—¿Cómo sé que no eres un asesino en serie?

—¿Cómo sabías que el pardillo de Tinder no lo era?

«Touché». Le di un sorbo a mi vino.

—¿Cuántos años tienes?

—Soy lo bastante mayor para saber qué hacer contigo, y lo bastante joven como para no tener que tomar una pastilla para hacerlo.

Sonreí con satisfacción.

—Ah, ¿sí? ¿Sabes qué hacer conmigo?

Sonrió con seguridad.

—Sí, lo sé.

El aire crepitaba entre nosotros. Por alguna razón, sabía que ese tío podía cumplir su promesa. Tal vez fuera su confianza o porque un hombre con su aspecto tenía mucha experiencia. Esto último me habría desanimado si hubiera buscado algo más que un rollo de una noche, pero no importaba mucho si servía a mis propósitos.

Lo miré a los ojos, demasiado azules.

—Entonces explícamelo.

—¿Que te explique el qué?

—Lo que harías conmigo.

La sonrisa perversa que apareció en su rostro casi me hizo querer retractarme de lo que le había pedido. Casi.

Beck levantó el vaso y se lo acabó de un trago antes de inclinarse hacia mi oído.

—Empezaría enterrando mi cara en tu coño hasta que te corrieras sobre mi lengua. Luego te follaría como si te odiara.

Dios mío. Se me curvaron los dedos de los pies. «¡Adjudicado!».

Se apartó para mirarme y arqueó una ceja.

Me sentía al borde del abismo mientras me preguntaba si estaba loca por querer llevarme a ese hombre a mi habitación. Mientras deliberaba, miré hacia abajo.

«Madre mía». El pantalón de vestir se le había apretado en la parte superior de uno de sus muslos y se le marcaba un bulto que le bajaba por la pierna. Un bulto muy largo y grueso.

Yo era una mujer que creía en las señales, y esa no se me podía escapar, de modo que me bebí de un trago el vino que me quedaba, saqué una de mis dos llaves magnéticas de la habitación del hotel del bolso y la deslicé delante del hombre que estaba a mi lado.

—Habitación 219. Dame diez minutos de ventaja para que me prepare.

Capítulo 2

Beck

—¿Dónde estás? Acabo de pasar por tu despacho y está oscuro. La reunión de Franklin empieza en diez minutos.

Pulsé el botón para activar el altavoz del teléfono y lo coloqué sobre el tocador del baño para poder terminar de afeitarme.

—Estoy en Idaho.

—¿En Idaho? —preguntó Jake—. ¿Qué demonios haces ahí?

—Al parecer, Sun Valley es un buen lugar para saltar desde acantilados. He venido a hacer entrar en razón a nuestra abuela, me ha bloqueado y no puedo llamarla.

—Ay, Dios santo. Deja en paz a la mujer. Está viviendo su vida y haciendo lo que quiere.

—¿Alguna vez te había mencionado que quería tirarse al vacío?

—No, pero seguro que yo tampoco le mencioné que quería tirarme a la enfermera que la atendió cuando estuvo en el hospital el año pasado. No lo contamos todo en las reuniones familiares.

Mi hermano no se preocupaba por nada. Quizá porque solo tenía veintitrés años y aún se creía invencible. Diez años y un matrimonio antes, probablemente yo también tenía muchas menos preocupaciones.

—Creo que la amiga con la que viaja es un poco inestable y la empuja a cometer algunas locuras.

—¿Por qué dices eso?

—Bueno, para empezar, esa mujer me mandó ayer un mensaje para decirme que debería dejar de creer que soy el ombligo del mundo.

—¿La amiga de la abuela te manda mensajes?

—La abuela me dio su número para emergencias justo antes de bloquearme.

—Déjame adivinar, ¿lo has usado para acosar a esa agradable ancianita porque no puedes contactar con la abuela?

—¿Agradable ancianita? —Tensé la piel del cuello y me afeité una línea limpia. Cuando tracé la curva de la barbilla, me corté. «Mierda. Maldita cuchilla barata de hotel». Cogí un trozo de papel higiénico para que dejara de sangrar—. Esa agradable ancianita también me dijo que era una viruta gris en una magdalena arcoíris.

Jake se rio entre dientes.

—Tío, te tiene calado y ni siquiera te conoce. Deberías relajarte un poco. La abuela solo quiere divertirse. Si yo estuviera en su lugar, preferiría tres meses de vida que un año esperando la muerte.

Fruncí el ceño. No volvería a meterme en ese debate. Hacía tres semanas que le habían dicho a nuestra abuela que el cáncer de páncreas había vuelto. Era la tercera vez en diez años, y ahora había hecho metástasis en los pulmones y el esófago. Los médicos dijeron que otra ronda de quimio y radio probablemente solo alargaría su esperanza de vida de tres a nueve meses, aunque también mencionaron que había un uno por ciento de probabilidades de que el tratamiento devolviera el cáncer a la fase de remisión y viviera mucho más tiempo. La abuela había decidido no someterse a ninguno esta vez, cosa que todos apoyamos, aunque yo, de manera egoísta, quería que aprovechara la oportunidad de seguir por aquí diez años más.

Pero luego decidió embarcarse en un viaje sin sentido con una mujer que ninguno de nosotros conocía, y últimamente parecía estar en una misión suicida.

—Tengo que colgar. No sé a qué hora se van y necesito un café antes de ir a discutir con la abuela.

—¿Qué quieres que haga con la reunión?

—Encárgate tú.

—Sueles odiar la forma en que me encargo de las cosas.

—Sorpréndeme. Adiós. —Colgué y terminé de afeitarme.

Un rato más tarde, bajé al vestíbulo del hotel en busca de cafeína. Después de servirme una taza, me giré para buscar la crema y el azúcar y me encontré con un precioso par de ojos verdes. En ese momento me lanzaban dagas.

«Mierda».

Nora. La preciosa rubia de la noche anterior.

Estaba sentada en una mesa a poco más de un metro y medio de distancia.

—Veo que has encontrado dónde está el café —comentó—. Sin embargo, ¿anoche te perdiste de camino al segundo piso?

Me metí las manos en los bolsillos. Me sentía como un idiota.

—En cuanto a eso…

Una voz conocida, que venía de detrás de mí, interrumpió nuestra conversación.

—Buenos días, cielo.

Me giré y me encontré a mi abuela. Supuse que me hablaba a mí, pero arrugó la frente al verme.

—¿Beckham? ¿Qué haces aquí?

—He venido a hacerte entrar en razón.

—Un momento… —Nora se quedó con la boca abierta—. ¿Beck de Beckham, el nieto gruñón de Louise?

Me volví hacia ella.

—¿Conoces a mi abuela?

—Eh… Hemos viajado juntas durante las últimas dos semanas.

—¿Tú eres Eleanor Sutton? Creía que habías dicho que tu nombre era… —«Mierda, tiene que ser una broma». Sacudí la cabeza—. ¿Nora…, diminutivo de Eleanor?

Suponía que Eleanor tenía setenta años, no que era una rubia explosiva de veintitantos.

La abuela hizo un gesto entre los dos.

—¿Os conocéis?

No le iba a explicar a mi abuela que le había dicho a su amiga que quería follármela como si la odiara y que luego no me había presentado para cumplir con mi palabra. Así que no estaba seguro de cómo responder. Por suerte, Nora fue más rápida que yo.

Mostró una sonrisa que hasta yo sabía que era forzada.

—Acabamos de conocernos en la cafetería.

Mi abuela dio un paso al frente y me besó una mejilla.

—Hola, cariño. Siempre es un placer verte. Pero, si has venido a echarme un sermón, me temo que has desperdiciado el viaje y puedes dar media vuelta, mover el culo y no dejar que la puerta lo golpee al salir.

No pude evitar sonreír.

—Veo que tu chispeante personalidad se mantiene intacta. ¿Cómo te encuentras, abuela?

—Si los estúpidos médicos no hubieran ido y me hubieran dicho que el diablo había vuelto, ni me habría enterado. Tal vez un poco más cansada de lo habitual, pero, ahora que lo pienso, no paramos ni un segundo.

—Me alegra oír eso. ¿Te traigo un café?

—Creo que tenemos que ponernos en marcha.

—En realidad… —Nora frunció el ceño—. Te he mandado un mensaje antes, Louise. Supongo que aún no lo has leído. Han cancelado el salto de esta mañana debido a los fuertes vientos. La empresa me ha dicho que me informarán a mediodía para saber si habrá una sesión de salto por la tarde; pero, si pudiera hacerse, no sería hasta las cuatro.

—Bueno, entonces… —La abuela se volvió hacia mí—. Estoy respirando y me he pintado como una puerta. De modo que puedes llevarnos a desayunar, a ser posible a algún sitio que tenga Kahlúa para echarle al café.

Sonreí.

—Hecho.

—Creo que yo me quedo aquí —respondió Nora—. Tengo trabajo con el que ponerme al día.

—Tienes que comer. Tal vez incluso deje que mi nieto pague la cuenta. Además, quizá pueda demostrarte que no es tan idiota como parece por escrito.

Daba la impresión de que Nora quería retirarse de nuevo, pero era difícil decirle que no a mi abuela.

—Vamos. —La abuela hizo un gesto hacia el vestíbulo—. Se suponía que íbamos a tirarnos en paracaídas, por lo que no hay nada que tengas que hacer que no pueda esperar una hora.

Nora forzó una sonrisa.

—Claro, vamos.

* * *

—Tomaré unos huevos benedictinos y un café con un chupito de Kahlúa —le pidió la abuela al camarero.

El hombre sonrió.

—Me temo que no tenemos Kahlúa. En realidad, no tenemos ningún licor.

—No pasa nada. —Mi abuela palmeó su bolso—. Tengo un poco aquí. Puedes fingir que no me ves mientras lo echo en nuestras bebidas. No quiero quitaros el dinero, pero tampoco espero que me quites la felicidad.

El camarero se rio.

—Haré la vista gorda.

Nora fue la siguiente en pedir su comida. Mientras hablaba, me concentré en el movimiento de sus labios, esos labios que había imaginado alrededor de mi polla mientras me aliviaba en la ducha esa mañana. No había sido fácil comportarme la noche anterior, sobre todo después de darme cuenta de que mi habitación se encontraba al otro extremo del mismo pasillo de la suya. Pero, cuando pagué la cuenta del bar y vi cuántas copas de vino se había bebido, no pude hacerlo. Quizá era un hombre del que algunas mujeres se arrepienten, pero nunca sería porque no hubieran tenido la capacidad de decir que no.

—¿Señor? —Levanté la vista para encontrar al camarero con cara expectante.

La sonrisa traviesa de Nora me hizo sospechar que sabía en qué pensaba en ese momento.

Me aclaré la garganta.

—Tomaré los huevos benedictinos y un café con crema, por favor. —Cuando el camarero se marchó, me puse la servilleta sobre el regazo—. ¿De qué os conocéis? No recuerdo que mencionaras a Nora antes de este viaje.

La abuela palmeó la mano de Nora.

—Vive en mi edificio.

—Al menos el blog ahora tiene sentido. —La compañera de aventuras de la abuela había documentado su viaje desde el principio, y la había grabado en vídeo haciendo todo tipo de locuras. La página se llamaba Vive como si te estuvieras muriendo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Nora.

—Bueno, había dado por hecho que eras mayor. No conozco a demasiada gente de la edad de mi abuela que tenga un blog. —Miré a la abuela—. No te ofendas.

Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Bueno, si ella no se ofende, yo sí. No hay una edad determinada para que las mujeres hagan cosas. ¿Por qué solo una persona joven puede escribir en un blog o practicar paracaidismo?

Ay, Dios. Esa sí que era la mujer con la que me había enviado mensajes.

—No he dicho que la gente mayor no pueda hacer esas cosas. Solo he dicho que no conozco a demasiados que lo hagan.

—¿Alguna vez te has parado a pensar que eso se debe a que los jóvenes de mente estrecha son intolerantes con la edad y desaniman a sus familiares a vivir su vida al máximo cuando, en realidad, deberían animarlos? Lo creas o no, tu abuela no tuvo que ir a una clase de tecnología en la biblioteca para saber cómo bloquearte.

Miré a mi abuela.

Sonrió.

—No me mires en busca de ayuda. Has cavado tu propia tumba con Eleanor desde que te di su número para usarlo en caso de emergencia.

—Hablando de esos maravillosos mensajes que hemos intercambiado —siguió Nora—. La próxima vez que seas borde conmigo o me exijas que le pase un mensaje a tu abuela, sobre todo uno que sabes de sobra que le molestará, también te bloquearé.

Por lo general, si alguien me hablara así, me pondría en pie de guerra y esperaría mi turno para partirle la cara. Pero, por alguna extraña razón, lo único en lo que podía pensar era en discutir con esa mujer en privado y luego quitarle esa actitud a pollazos.

Sonreí con satisfacción.

—Tomo nota. Gracias por avisar.

Mi conformidad pareció disipar su enfado y, durante medio segundo, me planteé sacar a colación el número de muertes que se habían producido al saltar en paracaídas en los últimos años solo para discutir otra vez con ella. Pero entonces la abuela se puso a hablar de una excursión de esnórquel que estaban planeando, y la forma en que se le iluminaron los ojos hizo que se me ablandara el corazón. El esnórquel parecía bastante inofensivo…

—Y, una vez que le cogemos el truco —explicó—, empiezan con el cebo.

—¿El cebo?

La abuela asintió.

—Para los tiburones.

«A la mierda el inofensivo viaje para hacer esnórquel».

—¿En serio, abuela? ¿Nadar con tiburones? ¿Por qué no puedes hacer esnórquel y observar los peces de colores?

—¿Por qué haría eso cuando puedo ver a un monstruo gigante con cinco filas de dientes comerse todos los peces de colores?

—Entiendo perfectamente que quieras viajar y hacer cosas, pero ¿por qué tienen que ser todas peligrosas? Nunca tuviste ganas de hacer nada de esto antes de enterarte…

La abuela frunció el ceño.

—Me enteré de que me estoy muriendo. Puedes decirlo, Beckham. Me estoy muriendo. Lo más probable es que dentro de unos meses ya no esté por aquí. Así que ¿por qué no hacer cosas que me dan un subidón de adrenalina y me hacen temer mi propia mortalidad? Está claro que sentada en casa no le temo a nada. Quiero decir, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Cruzar con el semáforo en rojo y que me atropelle un taxi? Quiero sentirme viva. Y, diablos, si me voy un poco antes de lo esperado porque las alas de mi traje aéreo no aguantan lo suficiente o un tiburón piensa que sería un buen postre, al menos tendré un obituario de la hostia.

Era lo bastante listo como para saber cuándo debía callarme. Ya hablaría con mi abuela cuando estuviera sola y no tan irascible. Cambié de tema e intenté disfrutar mientras me explicaba todas las cosas que habían hecho hasta entonces. El resto de la comida transcurrió en paz.

Cuando volvimos al hotel, la abuela dijo que iba a descansar un rato. Mencionó que había estado demasiado nerviosa por el inminente salto en paracaídas para dormir bien por la noche, por lo que la acompañé a su habitación y le pregunté si podíamos comer juntos, los dos solos.

En la puerta, me dio un beso en la mejilla.

—Estoy encantada de pasar tanto tiempo contigo como sea posible. Pero no me harás cambiar de opinión, Beck.

—¿Te paso a buscar hacia el mediodía?

De vuelta en mi habitación, decidí llamar a la puerta de Nora. Agradecí que mantuviera en secreto lo que había pasado entre nosotros. Y le debía una disculpa. También me di cuenta de que tendría más posibilidades con la abuela si Nora estaba en mi equipo. Aunque eran una extraña pareja, parecían muy unidas.

A Nora se le desencajó la cara cuando abrió y me vio.

—Espero que no creas que seguiremos con lo de anoche. Perdiste tu oportunidad cuando me dejaste plantada.

—En cuanto a eso…

Empezó a cerrar la puerta.

—No necesito explicaciones. Tú te lo pierdes.

Metí un pie en el hueco.

—Espera un segundo. Me gustaría explicártelo de todos modos.

Puso los ojos en blanco.

—Di lo que tengas que decir y vete.

—Te tomaste seis copas. Lo vi cuando pagué la cuenta.

Se encogió de hombros.

—¿Era demasiado dinero para ti? No te lo devolveré.

—No me quejo del coste. Pero las seis copas son la razón por la que no vine, por mucho que quisiera. Y, créeme, tenía muchas muchas ganas de hacerlo. Puede que incluso me quedara diez minutos delante de tu puerta intentando convencerme de que no sería un capullo por llamar, ya que me habías invitado. Pero, al final, no podía aprovecharme de una mujer que había bebido demasiado.

—Solo dos de esos vinos eran míos. Louise y yo quedamos con dos chicas para tomar algo antes de encontrarme con el pardillo de Tinder. Le dije que yo pagaría la cuenta. Estaba perfectamente sobria, y más teniendo en cuenta que llevaba allí sentada un par de horas. —Ladeó la cabeza—. Y, por cierto, buscaba que se aprovecharan de mí.

Dejé caer la cabeza.

—Joder.

—De todos modos, fue para bien. Es obvio que no sabía que eras el nieto de Louise, el que me ha estado dando órdenes como si trabajara para él.

Me pasé una mano por el pelo.

—Es mi abuela. Estoy preocupado por ella.

Nora se llevó las manos a la cadera.

—Porque está haciendo cosas peligrosas por primera vez en su vida, ¿verdad?

—Así es.

—¿Sabías que tu abuela tiene el título de submarinista? Fue una de las primeras mujeres en hacer el curso de certificación en 1967. Su tipo de inmersión favorita era para explorar restos de naufragios en alta mar.

—¿De qué hablas?

—¿Sabías que a los veintitrés años navegó por las cataratas de Lava, uno de los descensos de aguas bravas más difíciles del mundo?

—¿En serio?

Asintió con la cabeza.

—Tu abuela no es la mosquita muerta que crees. Es la hostia. Tal vez, si dejaras de verla como una mujer vieja y frágil que necesita que la cuiden, serías capaz de darte cuenta.

—¿Por qué nunca dijo nada?

Nora negó con la cabeza.

—Quizá porque nunca preguntaste. ¿Sabes cómo se conocieron ella y tu abuelo? ¿O por qué vamos a un rancho de Utah a visitar a un hombre que ella no ha visto en sesenta años?

Ya había soltado lo importante. Ahora solo me estaba cabreando.

—¿Sabes quién se sentó a su lado cada día después de su primera operación de páncreas? ¿O después de que el cáncer regresara y ella estuviera enferma durante meses por el tratamiento? No pongo en duda que te preocupes por tu abuela. Lo único que digo es que debes apoyarla en sus decisiones, sean cuales sean.

Me quedé callado un momento.

—¿Por qué haces esto?

—Porque has llamado a mi puerta.

Negué con la cabeza.

—No. ¿Por qué viajas con una mujer que te triplica la edad? ¿Qué ganas con eso?

Se le dilataron las fosas nasales.

—Que ¿qué gano yo? Que te den.

—La gente no suele hacer cosas sin sacar algo a cambio.

—¿Qué insinúas?

—No insinúo nada. Solo te pregunto por qué haces este viaje.

Su respuesta consistió en un gruñido. Como si fuera un animal. Justo antes de darme con la puerta en las narices.

Parpadeé un par de veces y entonces una sonrisa se dibujó en mi cara, algo que me sorprendió incluso a mí. Probablemente necesitaba que me examinaran la cabeza, pero Nora Sutton estaba sexy de cojones cuando se enfadaba.

Capítulo 3

Beck

—Espero de verdad que no hayas venido aquí esperando que se repita lo de anoche —soltó Nora.

Tomé asiento en la barra junto a ella y negué con la cabeza.

—El jet lag me está volviendo loco.

Asintió y volvió a fijar la mirada en su vino.

—¿Qué tal el salto en paracaídas de esta tarde? —le pregunté.

Nora frunció el ceño.

—¿Louise te ha dicho que hemos ido?

Negué con la cabeza.

—Resulta que estaba mirando por la ventana hacia las tres de la tarde y os he visto salir a hurtadillas hacia el coche. Dos minutos después, la abuela me ha llamado para decirme que aún no se había echado la siesta, pero que probablemente dormiría unas horas. He sumado dos más dos. Además, he visto la foto que has colgado en tu blog. Por cierto, es la primera imagen tuya que publicas. ¿Por qué?

—No me había dado cuenta. Pero supongo que es porque el blog trata del viaje de Louise.

—Y bien, ¿qué tal la tarde?

Nora sonrió.

—Ha sido increíble. Aunque no te habría gustado. Parece que estás en contra de la diversión.

El camarero se acercó y pedí el mismo bourbon de la noche anterior.

—No te gusto demasiado, ¿verdad? —le pregunté.

—La verdad es que no. Creo que eres arrogante.

Esperé a que me trajeran la bebida y me la tomé de un trago. Me quemó al tragar, pero me sentó bien.

—A mí tampoco me caes especialmente bien. Opino que eres creída e irritante.

Sonrió mientras se llevaba el vino a la boca.

—Parece que te gustan algunas partes de mí. Esta mañana, durante el desayuno, te he visto echarme un vistazo varias veces.

—También me he quedado mirando la foto que has colgado en tu blog. Pero llevabas un mono ceñido de goma. Hasta los putos pájaros te miraban. Eso no significa que me gustes.

Ella sacudió la cabeza y se rio.

—Bueno, parece que tendremos que encontrar una manera de tolerarnos, ya que a ambos nos importa tu abuela. Quizá deberíamos darnos la mano y hacer las paces.

—O… —Esperé hasta que me miró—. Podemos follarnos con odio hasta que se nos pase.

—Parece que solo hablas de follar con odio. ¿Es lo que te gusta?

—Nunca lo he hecho. Pero me cabreas, y eso hace que quiera arrancarte la ropa.

Me miró la entrepierna y suspiró.

—Qué pena que seas el nieto de Louise. Porque a mí también me gusta una parte de ti.

Sonreí.

—Quizá deberías ver esa parte de cerca. Si es justo en tu cara, mejor.

Se rio y se terminó el vino antes de volverse hacia mí y tenderme una mano.

—¿Amigos?

Le cogí la mano, pero, en lugar de estrechársela, me la llevé a los labios y le mordí un dedo.

—¡Ay!

Besé la zona y sonreí.

—Si insistes. Aunque me gusta más mi idea.

—Apuesto a que sí…

Como no quería ser un cerdo, cambié a un tema más seguro.

—Y, bien…, nunca te había visto por aquí. ¿Cuánto hace que vives en Vestry?

—¿Vestry?

—Las torres Vestry. Mi abuela dijo que vivías en su edificio.

—Ah, sí. —Sacudió la cabeza—. Ya. No hace mucho. Alrededor de un año, tal vez. Pronto volveré a California. Soy de allí. Me mudé a Nueva York para la universidad y ya no volví.

Nos quedamos callados unos segundos.

—¿Puedo preguntarte algo sin que te enfades?

Sonrió.

—Es probable que no. Pero dispara de todos modos.

—Antes te he preguntado por qué hacías este viaje…

—En realidad —interrumpió—, me has preguntado qué ganaba con el viaje, como si estuviera jugando a algo.

—Cierto. —Asentí—. Tal vez mi pregunta no ha sido muy agradable. Estoy seguro de que mi personal confirmaría que tengo la costumbre de hablar sin rodeos, lo que a veces puede resultar incómodo.

—Supongo que más a menudo de lo que imagino.

—Probaré a plantear la pregunta de esta manera: cuando te enteraste de que mi abuela planeaba este viaje, ¿qué te hizo decidirte a acompañarla?

Nora se quedó mirando su copa de vino.

—Mi madre murió muy joven. Solo era un poco más mayor que yo ahora. Pensar en ello me ha hecho plantearme las cosas de otra manera. En lugar de preguntarme por qué debería ir, ahora me pregunto por qué no debería. La vida es corta.

—Lo siento mucho.

—Gracias.

—¿Te importa si te pregunto cómo murió?

Se le tensó el rostro, transmitía dolor, y me arrepentí de inmediato de haber formulado la pregunta.

—Lo siento. —Levanté una mano—. No debería haberlo preguntado.

—No pasa nada. Se llama rabdomiosarcoma, es un tumor cardíaco maligno. Es poco común.

—¿No se podía tratar?

—Algunos pueden quitarse, otros no. Ella no fue una de las afortunadas.

Asentí con un gesto.

—Gracias por contármelo.

Se terminó el vino.

—¿Ahora me toca a mí? No tengo ninguna pregunta, pero lo que tengo que decir seguro que te hará enfadar.

Sonreí.

—Dispara.

—Deja de darle el peñazo a tu abuela por sus elecciones. Son suyas, y está disfrutando.

—Ya lo he visto. Tenía una sonrisa enorme cuando volvisteis al hotel después del salto.

—Da miedo saber que perderás a alguien. Lo entiendo. Pero te prometo que tu abuela no desea morir. Solo quiere sentirse viva, y acercarse a la muerte a su manera se lo permite.

—Haré un esfuerzo.

—Habla de ti constantemente, ¿sabes?

—Oh, oh.

Nora sonrió.

—La mayor parte de lo que cuenta es bueno. Aunque quiso abofetearte cuando le dijiste que le prohibías tirarse desde la avioneta. ¿No te has dado cuenta de que cuando le dices a cierto tipo de mujer que no puede hacer algo solo consigues que quiera hacerlo con más ganas?

Me froté el labio.

—Un cierto tipo de mujer, ¿eh? Tengo la sensación de que, en este viaje, mi abuela no es la única que entra en esa categoría.

—Puede que no. —Sonrió.

Me incliné hacia ella.

—Te prohíbo que te acuestes conmigo.

Nora inclinó la cabeza hacia atrás entre risas. Era una vista espectacular.

—Tu abuela dice que eres un chulo —dijo mientras sacudía la cabeza—. Ya veo por qué.

—¿Qué más dice mi abuela sobre mí?

—Muchas cosas. Que eres inteligente, el primero de tu clase en Princeton. Que tienes éxito: creaste tu propia empresa un año después de acabar la universidad e invertiste sabiamente en propiedades inmobiliarias en Manhattan. Que trabajas demasiado, y que, al parecer, eso viene de tu abuelo. Que estás divorciado y tienes una niña adorable que creo que tiene seis años…

Asentí.

—¿Qué más?

—Estás muy unido a tu hermano, que tiene diez años menos que tú, es todo lo contrario a ti y te saca de quicio, pero, aun así, lo contrataste porque eres muy leal. Ah, y una vez fuiste con tu abuela a recoger a tu hermano pequeño a la guardería. Insististe en que tú debías llevar el portabebés en lugar de ella. Y ninguno de los dos os disteis cuenta hasta que llegasteis a casa de que habíais cogido al bebé equivocado. Cuando volvisteis, la policía estaba allí porque la madre pensaba que alguien le había robado al niño.

Dejé caer la cabeza.

—Madre mía, ¿tenía que contarte eso? Me había vendido tan bien con lo del principio…

Sonrió.

—Otra vez, cuando estabais en el metro, un ratón corrió por el vagón. Tú preguntaste cómo había entrado y tu abuela te contó que el esqueleto de los ratones les permite colarse por pequeñas rendijas. Dormiste boca arriba durante un mes antes de que ella descubriera que temías darte la vuelta por miedo a que te entrara uno en el culo.

—¿En serio? ¿Por qué te contó eso?

Se encogió de hombros.

—Una noche estábamos en el andén del metro esperando un tren y un ratón cruzó corriendo las vías. Louise se echó a reír a carcajadas y luego me explicó por qué. No mencionó tu edad, así que espero que no fuera demasiado reciente.

—Listilla. —Terminé mi bebida y levanté una mano para llamar al camarero—. Tienes una ventaja injusta. No conozco ninguna historia sobre ti.

—Y así seguirá siendo. —Se rio.

El camarero se acercó. Señaló mi bebida.

—¿Lo mismo?

—Por favor. —Miré a Nora—. ¿Otro vino?

Ella negó con la cabeza.

—No, gracias.

—Tómate otro. Me voy por la mañana, y ni siquiera te estoy molestando ahora mismo.

—En realidad, tengo trabajo que hacer, correcciones de mi próximo libro que necesito aprobar. Son para hoy.

Qué decepción. Incluso sin la posibilidad de volver a su habitación, Nora parecía animada. Y yo disfrutaba escuchando lo que salía de aquellos labios carnosos, aunque seguía deseando meter algo entre ellos.

Sacó la cartera.

La detuve.

—Invito yo, por favor. Es lo mínimo si tenemos en cuenta todo lo que haces con mi abuela.

Sonrió con tristeza.

—Aún no lo entiendes. Recibo tanto de Louise como lo que yo le doy. No es un favor ni una carga. Solo hacemos cosas que ambas queremos hacer. —Metió la cartera en el bolso y se levantó—. Pero gracias de todos modos. Ha sido un placer conocerte, Beck. Al menos, creo que lo ha sido.

Me reí entre dientes.

—Todavía tengo la llave de tu habitación, ¿recuerdas? Podría dejar que acabes tu trabajo y luego terminar lo que casi empezamos anoche.

Se inclinó y me besó una mejilla.

—Seguro que no es una buena idea ahora que sé que eres el nieto de Louise. Pensaba utilizarte.

—Me parece bien que me utilicen…

Se rio.

—Buenas noches, Beck. Quizá volvamos a vernos algún día.

Capítulo 4

Beck

—Justo cuando empezaba a sentirme cómodo dando órdenes por aquí… —Mi hermano se apoyó en el marco de la puerta de mi despacho—, vuelve el ogro.

—¿Tú has dado órdenes? ¿Tengo que declararme en quiebra?

Jake se apartó de la puerta y entró en mi despacho. Se apoyó en el respaldo de una de mis sillas de invitados y la inclinó para que las patas delanteras se despegaran del suelo. Fijó la mirada en las múltiples tiritas que tenía en las manos.

—¿Qué demonios te ha pasado?

—Bitsy es lo que ha pasado —refunfuñé.

Jake levantó las cejas.

—¿La perra de la abuela? ¿Te ha mordido?

—Esa perra me odia. La cabrona espera hasta que me quedo dormido, y luego se sube a la cama para despertarme mordiéndome los dedos. Todas las malditas noches.

Mi hermano se rio.

—No tiene gracia. También puedes llevártela tú, ¿sabes? Tuve que pedirle al hijo del vecino que la cuidara mientras no estaba.

—La abuela te lo pidió a ti. Además, a veces no vuelvo a casa por la noche.

Sacudí la cabeza.

—¿Querías algo? Tengo que ponerme al día.

—¿Qué tal la abuela?

—Pues cabezota. Obstinada. Terca.

Jake sonrió.

—Así que ¿actúa con normalidad? ¿Todavía no hay señales de que el cáncer la afecte?

Me quité la chaqueta del traje y la colgué en el respaldo de la silla antes de moverla para tomar asiento.

—Creo que podría ser la primera persona a la que el cáncer tiene demasiado miedo para atacar por tercera vez.

—¿Conociste a la mujer con la que viaja? ¿La que se ha comportado como una zorra contigo?

—Oh, sí, por supuesto que la conocí.

—¿Y fue muy mal? ¿Os peleasteis otra vez?

—Algo así…

No le conté que, aunque la amiga de la abuela podía ser como un grano en el culo, también había sido el objeto de mis sueños las últimas noches. Si mi hermano lo supiera, no dudaría en subirse a un avión e ir a visitar a nuestra abuela. Jake, con su aspecto juvenil y la estructura ósea y la sonrisa con hoyuelos de nuestro padre, podía encandilar a cualquier mujer que conociera. El hecho de que llevara trajes de cinco mil dólares y un reloj llamativo también ayudaba. En ese momento, posé la mirada en la muñeca de mi hermano. Un Rolex. Pensándolo bien, quizá no lo tendría tan fácil con Nora…

—¿Qué me he perdido por aquí? —pregunté mientras me remangaba la camisa.

Mi hermano se sentó.

—No quería contártelo mientras estabas de viaje, pero nuestros auditores han pillado a alguien robando.

Tensé las manos.

—¿A quién?

—Ginny Atelier, del departamento de cuentas a pagar. Mientras revisaban los números, vieron que algunos de los cheques de caja no tenían sus recibos correspondientes. Cuando le preguntaron al respecto, se echó a llorar y admitió que había cogido el dinero.

«Joder». De todas las personas que trabajaban para mí, ¿tenía que ser ella?

—¿Dio alguna razón?

Mi hermano asintió.

—Afirma que su madre está enferma y que necesita dinero para comprar medicamentos que su seguro no cubre. Ya he hablado con Recursos Humanos. Esperan tu visto bueno para despedirla.

Respiré hondo y negué con la cabeza.

—Quizá no deberíamos despedirla.

Abrió los ojos de par en par.

—¿Qué has dicho? Vale, es una historia que toca nuestra fibra sensible, pero no despedirla es lo último que esperaba de ti.

—¿Por qué? Tengo corazón…

Mi hermano me miró con los ojos entrecerrados.

—No, no lo tienes. Has despedido a gente por mirarte mal, así que tiene que haber algo más. ¿Qué ocurre?

Me pasé una mano por el pelo y suspiré.

—Maldita fiesta de Navidad y esos estúpidos martinis de menta. Por algo bebo bourbon y me alejo del vodka.

Jake se rio.

—Dios mío, ¿te has liado con una empleada? Eres un capullo. ¿Cuántos sermones me has echado sobre mojar mi pluma en la tinta de la empresa?

—Eres un empleado.

—¿Y? ¿Solo el jefe puede follarse a empleadas?

—Tú eres el capullo.

—Quizá. —Mi hermano se echó hacia atrás con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero al menos no me he follado a nadie del personal.

Suspiré.

—Déjame hablar con los abogados antes de tomar una decisión sobre cómo gestionarlo.

—Entendido, hermano.

Encendí el ordenador y esperé que captara la indirecta de que la conversación había terminado. Por supuesto, no lo hizo.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Hay algo más de lo que tengamos que hablar? Si no, tengo mucho trabajo que hacer.

—No, solo disfruto del incendio. Tus cagadas son muy poco habituales.

Señalé la puerta.

—Lárgate. O reemplazarás a Ginny en la cola del paro.

* * *

No suelo consultar los mensajes durante una reunión, pero esa era aburridísima, y en la notificación apareció el nombre de Nora, así que lo abrí. Una foto de mi abuela montada encima de un delfín llenó la pantalla. Parecía Rose en Titanic, con los brazos extendidos mientras el animal la impulsaba hacia delante. Sonreí y respondí.

Beck: Esa sí que es la velocidad de mi abuela.

La respuesta fue tan rápida como su ingenio.

Nora: Sé bueno o no te enviaré más fotos. Tu abuela disfruta de la vida. Quizá deberías intentarlo alguna vez. ¿Qué haces ahora mismo? ¿Sentado en alguna reunión aburrida?

Me reí entre dientes.

La analista que hacía la presentación dejó de hablar y todas las cabezas se giraron en mi dirección. Debía de haber hecho más ruido de lo que pensaba. Sacudí la cabeza y señalé las cifras proyectadas en la pantalla.

—Prestad atención.