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Él es todo lo que ella no quiere y todo lo que desea… Natalia tiene un plan: cero dramas, cero hombres complicados. Y le funciona… hasta que acude a la boda de su mejor amiga. Allí se cruza con Hunter: sonrisa pecaminosa, mirada letal y campeón olímpico de «no acepto un no por respuesta». Después de una noche de pasión, Natalia hace lo que cualquier mujer sensata haría: le da un número falso y huye pensando que lo suyo ha sido un paréntesis sin consecuencias. Error. Porque Hunter no se olvida de ella fácilmente. Y cuando el destino los cruza de nuevo, Hunter exige el número correcto porque no está dispuesto a rendirse. Para Natalia, mantener a raya a un hombre decidido —y tan deliciosamente terco— resulta misión imposible… Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today Finalista del premio Goodreads en la categoría de novela romántica favorita de los lectores
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Seitenzahl: 457
Veröffentlichungsjahr: 2025
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 10
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Epílogo
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
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Portada
Primera edición: septiembre de 2025
Título original: Something Borrowed, Something You
© Vi Keeland, 2024
© de la traducción, Andrea Arroyo Valverde, 2025
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Ninguna parte de este libro se podrá utilizar ni reproducir bajo ninguna circunstancia con el propósito de entrenar tecnologías o sistemas de inteligencia artificial. Esta obra queda excluida de la minería de texto y datos (Artículo 4(3) de la Directiva (UE) 2019/790).
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Ilustración de cubierta: Ala Cumali
Corrección: Nora Aparicio, Raúl Fernández
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-78-4
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Vi Keeland
Algo prestado
Traducción de Andrea Arroyo
Vivir no se basa en conseguir grandes victorias.
Se basa en la primera persona a la que llamas para contarle que has ganado.
Natalia
—¿Crees que existe alguna correlación entre ser inteligente y ser bueno en la cama?
Le di una calada a lo que quedaba del canuto y retuve el humo en los pulmones mientras le pasaba el porro a mi mejor amiga. Al menos esta vez no me atraganté ni tosí durante cinco minutos. Hacía diez años que ninguna de las dos fumaba marihuana, desde que íbamos al instituto. Parecía apropiado encender lo que Anna le confiscó ayer a su hermano de dieciséis años para marcar el final oficial de nuestra infancia.
—Estoy a punto de casarme con un hombre que crea robots que pueden aprender a pensar. Pues claro que voy a decir que los chicos inteligentes son mejores en la cama. A ver, Derek puede resolver un cubo de Rubik en menos de treinta segundos. Una vagina es mucho menos complicada.
—Su amigo Adam es dulce. Pero se pasó la última hora hablándome sobre un algoritmo que está creando para un robot de inteligencia artificial llamado Lindsey. Mi única contribución a la conversación fue alternar entre «guau» y «qué interesante». ¿Puedes decirle a Derek que tiene que buscarse amigos más estúpidos?
Anna inhaló y habló mientras trataba de no exhalar, lo que hizo que su voz subiera dos octavas.
—Fue al MIT y trabaja en una empresa de tecnología, no hay muchas personas estúpidas donde escoger. —Chocó su hombro con el mío—. Por eso necesito que te mudes aquí. No soporto estar rodeada de gente inteligente a todas horas.
—Qué maja eres —suspiré—. Al menos Adam es mono.
—Entonces, doy por hecho que esta noche se acabará tu período de sequía.
—Quizá mañana por la noche, después de la boda. —Sonreí—. Si tiene suerte. Aún sigo en el horario de Nueva York. Esta noche, para cuando sirvan el postre, lo único que querré será acostarme en la cama.
La futura novia y yo nos escondimos del resto de los invitados a la cena de ensayo detrás de un arco enrejado cubierto de hiedra situado en el patio del restaurante. Una voz profunda y gutural me dio un susto de muerte y estuve a punto de tirar ese maldito trasto al suelo.
—Menudo afortunado, ¿eh? ¿Estás tan buena de cara como lo estás de espaldas, o simplemente eres una engreída?
—¿Quién coño…? —Me di la vuelta y vi a un hombre que caminaba hacia nosotras en la oscuridad—. ¿Por qué no te metes en tus asuntos?
El tío dio unos pasos más y se colocó bajo el foco de luz que Anna y yo habíamos intentado evitar. Casi se me salieron los ojos de las órbitas. Era guapísimo. Y alto, muy alto. Yo medía un metro sesenta y dos y llevaba unos tacones de quince centímetros y, aun así, tenía que estirar el cuello para mirarlo. Tenía una melena oscura y sexy a la que no le vendría mal un corte, pero le quedaba perfecta. Piel bronceada, mandíbula cuadrada y cincelada, y una barba incipiente que probablemente le volvería a crecer en dos horas de toda la testosterona que exudaba el tío. Sus ojos eran de un azul claro que resaltaban su tez oscura, y unas pequeñas patas de gallo le marcaban la piel alrededor de los ojos de una manera que me hizo pensar que sonreía a menudo. Y menuda sonrisa. En realidad, no era una sonrisa amplia, sino más bien una torcida, como la de un gato que se ha zampado al canario.
El conjunto entero del hombre era demasiado para asimilar de una sola vez. Pero mientras yo me quedaba ahí plantada sin palabras, Anna lo abrazó por el cuello.
Esperaba que lo conociera y que no estuviera más colocada de lo que pensaba.
—¡Hunter! Has venido.
«¡Ufff!».
—Por supuesto que sí. Jamás me perdería la boda de mi mejor amigo con su chica. Perdón por llegar tan tarde. Estaba en Sacramento por negocios y me han cancelado el vuelo, así que he tenido que alquilar un coche y conducir hasta aquí.
El apuesto fisgón dirigió su atención hacia mí. Me echó un buen vistazo de la cabeza a los pies con una mirada increíblemente grosera y seductora a la vez. Se me endurecieron los pezones cuando vi que sus ojos azul cielo se oscurecían hasta convertirse en un atardecer brumoso mientras me recorrían por completo.
Cuando terminó, nuestras miradas se encontraron:
—Sí, lo estás.
«¿Qué?».
Al ver la mirada confusa en mi rostro, Hunter me lo aclaró.
—Estás tan buena de cara como de espaldas. Tienes razón. Sea quien sea con quien hayas planeado acostarte, es muy afortunado.
Me quedé boquiabierta. No podía creer el descaro de este tío… Aunque me empezaba a hormiguear la piel.
—Adam —le informó Anna— es su acompañante en la boda. Se acostará con Adam mañana por la noche.
Hunter me tendió la mano y asintió con la cabeza.
—Hunter Delucia. ¿Cómo te llamas, preciosa? ¿O debería llamarte «pareja sexual de Adam»?
Por alguna razón inexplicable, en lo más profundo de mi ser sabía que estrechársela era una mala idea. Mi cuerpo y el suyo nunca deberían tocarse, ni una sola vez. Aun así, lo hice.
—Nat Rossi —dije mientras le estrechaba la mano.
—¿Nat? ¿Es la abreviatura de algo?
—Natalia, pero nadie me llama así.
Volvió a sonreír.
—Un placer conocerte, Natalia.
Hunter no me soltó la mano mientras volvía a centrarse en Anna.
—¿Y por qué Adam está emparejado con la hermosa Natalia y no conmigo?
Mi amiga resopló. Era evidente que estaba fumada.
—Porque os acabaríais matando.
Pareció gustarle esa respuesta. Entrecerró los ojos y volvió su mirada hacia mí.
—Ah, ¿sí?
Sentí una descarga eléctrica entre nosotros, aunque algo me decía que era como la electricidad generada por un rayo en una tormenta. La última vez que había sentido una reacción física tan intensa por alguien fue cuando conocí a Garrett. Todavía había un agujero en mi delicado corazón por culpa de ese rayo.
—¿Recuerdas cuando el hermano de Derek, Andrew, perdió el trabajo y tenía problemas para sobrellevar situaciones sociales? —le preguntó Anna—. Empezó a quedarse en casa con demasiada frecuencia y me preocupaba que se estuviera volviendo agorafóbico.
—Sí —dijo Hunter—. Lo recuerdo. Fue hace unos años.
—Le sugerí que buscara un terapeuta que lo tratara, que lo ayudara a superar un momento difícil y sus miedos. ¿Y qué fue lo que dijiste?
—Dije que estabas loca y que lo único que necesitaba era que le diesen una patada en el perezoso culo y un trabajo.
Anna sonrió.
—Nat es terapeuta conductual. Visita a personas con trastornos de ansiedad y se dedica a librarles de los hábitos que les causan estrés.
—¿Ese trabajo existe de verdad? —preguntó él, arqueando las cejas.
Le solté la mano.
—Pues sí. Trabajo sobre todo con gente que tiene trastornos obsesivo-compulsivos.
—Vaya, ¿quién lo iba a decir? Pensaba que te lo estabas inventando.
—Hunter es constructor —continuó Anna—. Construye grandes proyectos, como centros comerciales. Ya sabes, de esos en los que hay que talar todos los árboles del terreno para construir un montón de tiendas Gap, Baby Gap y Abercrombie. Construyó ese que se cargó una parte del parque al que solíamos ir de pequeñas en la zona alta: Medley Park. Derek y él crecieron juntos. No se ven a menudo porque Hunter se pasa varios meses viajando por todo el país por sus proyectos.
El señor Alto, Moreno y Guapo parecía orgulloso de ese currículo.
Le ofrecí una sonrisa falsa.
—Me encantaba aquel parque. Bien hecho al hacer estallar la huella de carbono del Upper East Side y profanar nuestro medioambiente.
—Eres amante de los árboles, ¿eh? Parece que Anna tiene razón. Si fuéramos acompañantes acabaríamos matándonos.
—Mmm… quiero tarta de queso. ¿Tienes sed? Yo mucha.
Sip.Anna estaba totalmente colocada.
—Todavía no hemos cenado —señalé.
—¿Qué más da? Vamos a coger algo de postre. ¡Venga! —Se lamió los labios y comenzó a caminar de vuelta al restaurante sin nosotros.
Hunter se rio entre dientes.
—Ha sido un placer conocerte, Natalia. Y, si las cosas no funcionan con el aburrido de Adam, estoy en la habitación 315 del hotel. —Me guiñó un ojo y se inclinó para susurrarme al oído—. Puede que acabemos matándonos, pero follar hasta morir es la mejor muerte de todas.
—¿Están ocupados estos asientos?
Adam y yo nos estábamos terminando el postre cuando Hunter se acercó y señaló dos sillas vacías frente a nosotros. La pareja que las ocupaba se había ido hacía unos minutos.
—Sí —mentí.
Adam tuvo la amabilidad de corregirme.
—En realidad, Eric y Kim estaban ahí sentados. Se han despedido hace un par de minutos, ¿recuerdas, Nat?
Una amplia sonrisa de satisfacción se extendió por el rostro de Hunter. Retiró una silla para su acompañante y se sentó justo enfrente de mí.
—Esta es Cassie. Es una diosa de la tecnología, graduada de Caltech. ¿Conoces a Adam, Cassie?
Eso captó el interés de Adam.
—Nos hemos conocido brevemente esta tarde, pero no sabía que te dedicabas a la tecnología. Yo estoy en el MIT. Trabajo con Derek en Clique, en el departamento de programación robótica.
La conversación entre Adam y Cassie se disparó como un tren desbocado. Ninguno de los dos notó siquiera la mueca de asco que le lancé al artífice de esta perfecta pareja de frikis tecnológicos.
Me incliné hacia delante y sonreí.
—Sé lo que estás haciendo —mascullé.
Hunter se recostó en su asiento con una sonrisa pomposa de oreja a oreja.
—No tengo ni idea de a qué te refieres.
—No va a funcionar.
—Lo que tú digas, pero estoy disponible si más tarde necesitas una alternativa.
Me terminé el café y me ajusté la parte delantera del vestido para revelar buena parte de mi escote. Luego cogí la servilleta de la mesa y la dejé caer discretamente al suelo. Cogí el tenedor, tomé un trocito de tarta de queso y lo dejé caer «accidentalmente» sobre mi escote.
Hunter observó toda la escena con interés.
Me incliné y envolví el bíceps de Adam con la mano.
—¿Tienes una servilleta? Se habrán llevado la mía cuando han limpiado la mesa y parece que he armado un buen lío.
Como el caballero que era, Adam se disculpó con su interlocutora y se giró para prestarme atención. Sus ojos se posaron en la tarta de queso y al instante supe que había ganado. Esbocé una sonrisa triunfante y dejé que el informático me ayudara a limpiarme. Me sentí victoriosa al ver el ceño fruncido de Hunter.
Para ser sincera, durante la cena había decidido que no iba a acostarme con Adam, ya que necesitaba sentir cierta química con un hombre, incluso para un rollo de una noche. Pero me gustaba chinchar a Hunter.
—Soy muy patosa cuando estoy cansada —le dije a Adam—. Todavía sigo en el horario de Nueva York. Creo que voy a volver al hotel.
—Te acompaño —respondió rápidamente. «¿Cassie qué más?».
Hunter no se rindió con facilidad, eso tenía que concedérselo.
Se puso de pie.
—Tengo el coche aquí, puedo llevaros a los dos. ¿Estás lista para irte, Cass? Supongo que los cuatro nos hospedamos en el Carlisle.
Le ofrecí una sonrisa radiante al señor Persistente y entrelacé mi brazo con el de Adam.
—He venido en un coche de alquiler, así que Adam y yo podemos irnos por nuestra cuenta. Pero muchas gracias por la oferta, «Tanner».
—Hunter.
—Eso. —Sonreí.
El hotel estaba calle arriba, a un kilómetro y medio. Cuando entramos, vi algunas caras conocidas (amigos del novio) en el bar del vestíbulo. La fiesta parecía haberse trasladado de la cena de ensayo al hotel. Cuando pasamos por delante, uno de los chicos que reconocí le gritó a Adam para que se acercara a tomarse una copa con ellos.
Me miró antes de responder.
—¿Qué me dices? ¿Te apetece una copa antes de acostarte?
—La verdad es que estoy agotada por la diferencia horaria y todo eso. Pero ve tú. Diviértete.
—¿Estás segura?
—Segurísima. Me quedaré frita en cuanto mi cabeza toque la almohada.
Adam me dio un abrazo rápido para desearme buenas noches y me dirigí sola hacia el ascensor.
Era verdad que estaba agotada. Anna y Derek habían reservado las suites de la planta superior para los huéspedes que venían de fuera de la ciudad y me había olvidado de que tenía que meter la llave de la habitación en la pequeña ranura del panel del ascensor para subir a la planta. Tras presionar el botón unas cuantas veces, por fin me di cuenta y hurgué en mi bolso en busca de la tarjeta magnética. Me enfrasqué en la búsqueda hasta que oí una voz familiar.
—Natalia.
Levanté la cabeza y vi a Hunter frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja.
—Tú…
—Yo —dijo.
—¿Dónde está tu acompañante? —le pregunté tras mirar alrededor, por encima de su cuerpo grande e imponente.
—La he dejado en el bar con el tuyo para que puedan conocerse mejor —confesó, guiñándome un ojo.
—¿No te sentirás solo ahora? —pregunté con sarcasmo.
—Tal vez, pero se me ocurre una forma de solucionarlo.
—Vas a resolver el problema con tus propias manos, ¿eh?
Por fin encontré la llave de mi habitación entre el contenido desordenado de mi bolso. Hunter se rio entre dientes y me la quitó para meterla en la ranura. Pues claro que estábamos en la misma planta, íbamos a la misma boda. Cuando las puertas se cerraron, de repente el ascensor me pareció diminuto. No ayudó el hecho de que Hunter no se hubiera molestado en darse la vuelta cuando empezamos a subir. Se plantó delante, muy cerca de mí. Sin duda, mi cuerpo notó la cercanía.
—¿No sabes comportarte dentro de un ascensor? —pregunté—. Date la vuelta y mira los números como hacen las personas normales.
—¿Por qué iba a perder el tiempo mirando eso si las vistas de este lado son mucho más agradables?
—Sabes que no voy a acostarme contigo, ¿verdad?
—¿Por qué no? Ibas a acostarte con Adam.
—Eso es diferente.
—¿A qué te refieres?
—Ya conocía a Adam. Es un buen tipo.
—Yo también soy un buen tipo.
—No te conozco.
Hunter se metió las manos en los bolsillos.
—Hunter Delucia, veintinueve años, soltero, nunca me he casado, sin hijos. Me gradué y me doctoré en Berkeley. Grado en ingeniería arquitectónica. Crecí en la casa de al lado de Derek, somos amigos desde que íbamos en el cochecito. Él te confirmará que soy un tipo decente. Tengo una casa en Calabasas, a una hora de la feliz pareja, sin hipoteca. Además, la construí yo mismo y hay muchos árboles en la propiedad, lo que debería darme puntos extra, por cierto. El último chequeo médico que me hice fue hace un mes y estaba limpio como una patena. Y lo más importante… —Se acercó un paso, nuestros cuerpos prácticamente se tocaban—. Creo que eres extremadamente sexy. Hay una química increíble entre nosotros y creo que deberíamos explorarla.
Tragué saliva. Por suerte, el ascensor pitó y las puertas se abrieron en la planta de arriba. Necesitaba un poco de aire que no oliera a Hunter Delucia, así que esquivé al hombre que estaba ahí plantado cual árbol y salí. Me siguió de cerca. Cuando me detuve en seco tras darme cuenta de que iba en la dirección equivocada, Hunter se estampó contra mí. Sus manos me atraparon y me presionó las caderas con los dedos para evitar que me cayese de bruces.
—Guau. ¿Estás bien?
—¿Qué cojones? Casi me tiras al suelo.
—Te has parado en seco.
—Si no te tuviese pegado al culo, no te habrías estampado contra mí.
Seguíamos de pie en medio del pasillo y él todavía me agarraba las caderas con firmeza… y era una sensación muy placentera. Dios, había pasado mucho tiempo desde la última vez. Más de dos años.
Sus dedos me apretaron un poco más fuerte e inclinó la cabeza para susurrarme al oído:
—Hueles increíble.
Su roce era de lo más ardiente. Cerré los ojos. «Mmm… Derek y él son amigos desde pequeños. No puede ser tan mal tío. Tal vez…».
Por suerte, el otro ascensor me salvó de hacer algo estúpido. Algunos amigos de Derek se bajaron y no parecieron notar lo que pasaba entre Hunter y yo.
—¡Oye, Delucia! —Un brazo le envolvió el hombro—. Chupitos en nuestra habitación.
Sacudí la cabeza para despejarla y aproveché la oportunidad para escapar, de modo que prácticamente corrí por el pasillo hacia mi habitación. Por supuesto, mi habitación tenía que estar al final del pasillo. Hunter gritó mi nombre mientras yo introducía la llave en la puerta con torpeza. Lo ignoré y me metí dentro a toda prisa. Apoyada contra la puerta cerrada, dejé escapar un suspiro de alivio.
«¿Qué demonios estoy haciendo? Contrólate, Nat». ¿Huir literalmente de un hombre en lugar de limitarme a rechazar su oferta o decirle que se vaya a la mierda? Sin embargo, este hombre tenía algo que me hacía sentir inquieta y nerviosa, como si tuviera la necesidad de salir huyendo.
Pegué un bote cuando oí un suave golpe en la puerta en la que seguía apoyada.
—Natalia.
¿Por qué demonios tenía que llamarme así?
—Estoy durmiendo.
Lo escuché reír.
—Solo quería decirte que mi habitación está justo al lado. Incluso el hotel cree que deberíamos acostarnos.
Negué con la cabeza, pero con una sonrisa en los labios.
—Buenas noches, Hunter.
—Buenas noches, Natalia. Estoy deseando verte mañana.
Natalia
Había un equipo de personas ocupándose de la futura novia. Jack Johnson canturreaba sobre hacerle unas ondas en la enorme suite nupcial, que olía a lilas (el aroma favorito de Anna). Cada vez que caminaba por el distrito floral de Nueva York en primavera, esperaba verla a la vuelta de la esquina.
Cuando me vio entrar, su reflejo levantó una copa de champán.
—Me voy a casar, joder.
Por regla general, cualquier cosa que tuviera que ver con el matrimonio sacaba a relucir mi lado amargado y pesimista, ya que me hacía pensar en mi matrimonio fallido, pero reprimí mis sentimientos sobre el tema por el bien de Anna. Tomé la copa de su mano y le devolví la sonrisa.
—Te vas a casar, joder.
El estilista que se ocupaba de su peinado sonrió y negó con la cabeza.
—A sofisticadas no nos gana nadie, ¿verdad? —dije.
En dos horas, mi mejor amiga caminaría hacia el altar para casarse con un joven rico, atractivo y experto en tecnología que besaba por donde ella pisaba. Estaba muy lejos de lo que había sido mi farsa de matrimonio.
—Vi que Hunter te siguió hasta la puerta anoche —comentó Anna—. La pobre Cassie no tenía nada que hacer con lo pegado que lo tenías.
Necesitaba mi propia mimosa para hablar sobre ese hombre. Me terminé la copa de Anna y fui hacia la barra para rellenársela y servirme una para mí.
—¿Recuerdas cuando teníamos diecisiete años y me enamoré perdidamente del señor Westbrook, el profesor sustituto de inglés?
—¿Cómo iba a olvidarlo? Tenía veintitrés años y era guapísimo.
—Hunter… bueno, no estoy segura de qué pensar de él, si te soy sincera. Es lascivo, atrevido, persistente… tremendamente sexy.
—Guapísimo, económicamente estable, seguro de sí mismo, tremendamente sexy —añadió Anna.
—Sí. Todo eso —suspiré—. Pero tiene algo… no sé muy bien qué es, pero tengo la sensación de que es tan prohibido como el señor Westbrook en el instituto.
Los ojos de Anna brillaron al ver mi imagen en el espejo.
—¿En serio?
—¿De qué demonios te ríes, bicho raro?
—Te parece prohibido porque hizo que sintieras mariposas en el estómago.
—Qué va —mentí.
Ni siquiera sabía por qué mentía al respecto. Además, las mariposas que sentí no eran las típicas que revoloteaban en el estómago, puesto que estas volaron un poco más al sur.
—Ya te digo que sí.
—Que no.
—Entonces, ¿por qué no cedes? Acabas de decir que piensas que es sexy. Te estabas planteando acostarte con Adam y no es ni la mitad de sexy que Hunter.
Recordé la forma en que me hizo sentir la mano de Hunter en mi cadera la noche anterior, y las mariposas volvieron a revolotear en mi vientre. Las puñeteras se estaban compinchando con Anna para demostrar algo que no estaba dispuesta a aceptar.
—Es demasiado arrogante para mí.
—Te gustan los arrogantes. De hecho, todos los chicos con los que has salido lo eran.
—Exacto. —Asentí—. Estoy harta de arrogantes.
Anna sonrió de forma socarrona y se volvió hacia su estilista.
—No hay duda de que se va a acostar con él.
El estilista me miró y luego se giró hacia Anna.
—Lo sé.
Derek y Anna se casaron en un acantilado con vistas al océano. A pesar de mi desprecio hacia la institución del matrimonio, lloré lágrimas de felicidad. También me di cuenta de que a más de uno de los padrinos se les llenaron los ojos de lágrimas. Uno en particular parecía captar mi atención. Después de que Hunter me pillara dos veces admirando lo guapo que estaba con el esmoquin y el cabello peinado hacia atrás, logré evitar hacer contacto visual con él durante el resto de la ceremonia y la primera hora del banquete. No fue fácil, teniendo en cuenta que debíamos permanecer cerca debido a nuestras funciones como parte del cortejo nupcial, pero aun así lo conseguí.
Hasta que salí a bailar una canción lenta con el padre de Anna.
—¿Puedo interrumpir? —Hunter le dio un golpecito a Mark en el hombro—. Estás acaparando a la invitada más hermosa de la fiesta.
El padre de Anna sonrió y señaló a Hunter con el dedo.
—Menos mal que has dicho «invitada», porque la novia está preciosa esta noche.
Los dos hombres se dieron unas palmadas en la espalda y luego pasé a los brazos de Hunter. A diferencia de Mark, que había mantenido el cuerpo a una distancia prudencial del mío mientras bailábamos, Hunter me dio una mano, me deslizó la otra por la espalda y la usó para atraer mi cuerpo hacia él. «Maldita sea, qué gozada».
—Me estás sujetando un poco fuerte.
—Solo me aseguro de que no huyas otra vez.
—¿Otra vez? Nunca he huido de ti —respondí levantando la cabeza hacia arriba.
—Llámalo como quieras, pero me has estado evitando como si tuviera algo contagioso.
—Probablemente tengas algo contagioso —murmuré.
Me ignoró.
—Estás preciosa esta noche. Te queda bien el pelo recogido.
—Gracias.
Me acercó todavía más a él, de modo que me obligó a apoyar la cabeza en su hombro, y se inclinó para susurrarme al oído.
—Me muero por soltártelo luego.
«Qué huevos tiene el tío».
Y, Dios, ¿por qué demonios quería que me soltara el pelo?
—Estás mal de la cabeza. De hecho, casi todo lo que me has dicho desde que nos conocimos ha sido inapropiado.
—¿Así que solo tú puedes hablar de que planeas follar con alguien? ¿Yo no puedo?
—No he hablado de que planeo acostarme con nadie.
—Estabas hablando con Anna de que querías acostarte con Adam cuando nos conocimos.
—Era una conversación privada.
—Esta también lo es —contestó mientras se encogía de hombros.
—Pero… —Me quedé perpleja, en parte porque tenía algo de razón. En mi mente, estaba bien hablar de acostarse con alguien con una tercera persona, pero estaba mal que fuera tan brusco al hablar con la parte potencialmente involucrada. No tenía mucho sentido, pero me aferré a una razón que sonaba lógica—. Eres vulgar al hablar del tema. Yo no fui explícita. No es lo que dices lo que resulta ofensivo, sino el modo en que lo dices.
—Entonces, ¿no te gusta que te digan guarradas? Quizá nunca te las han dicho bien.
—Lo han hecho la mar de bien.
—¿Así que sí que te gusta que te digan guarradas?
Este hombre era imposible. Por suerte para mi cordura (y puede que también para mi fuerza de voluntad), la canción que estábamos bailando terminó y el DJ anunció que era la hora de la cena. Sin embargo, Hunter no aflojó su agarre.
—El baile ha terminado. Ya puedes soltarme.
—¿Me guardas otro para más tarde?
—Ni hablar —le dije a la vez que una sonrisa de oreja a oreja.
Por supuesto, a Hunter le gustó esa respuesta. Se rio entre dientes y me besó la frente.
—Apuesto a que eres una fiera en la cama. Estoy impaciente.
—Disfrute de su velada, señor Delucia.
Sentí sus ojos clavados en mi culo mientras salía de la pista de baile.
Solo había estado legalmente soltera durante casi dieciocho meses. No tenía intención de volver a casarme, así que cuando llegó el imprescindible momento del lanzamiento del ramo de novia, me quedé en el asiento. Como era lógico, Anna no pensaba permitirlo. Le arrebató el micrófono al DJ e insistió en que yo, así como algunos otros que huían de esta tradición en concreto, saliéramos a la pista de baile. En lugar de montar una escena, obedecí, aunque me quedé a un lado de forma intencionada. No quería tener nada que ver con ese ramo.
El DJ instó a los asistentes a hacer una cuenta regresiva para el lanzamiento mientras Anna permanecía de pie en medio de la pista, de espaldas a todas las mujeres solteras y ansiosas.
—¡Tres, dos, uno!
Anna no llegó a tirar el ramo de espaldas por encima de la cabeza. En cambio, se dio la vuelta y arrojó la maldita cosa directamente hacia donde yo estaba apartada. Por instinto, atrapé el ramo de flores que se precipitaba en mi dirección.
Uff. Quería matarla.
Sobre todo cuando miré al otro lado de la pista y vi a Hunter, que se crujía los nudillos de forma exagerada con una gran sonrisa mientras me miraba fijamente.
Diez minutos después, me acerqué a Anna a medida que veía cómo la pista de baile se llenaba de hombres solteros ansiosos por atrapar la liga que su marido le acababa de quitar. Me apoderé de un vodka con arándanos bien cargado, por si necesitaba un poco de coraje líquido.
—Si Hunter atrapa esa cosa, te mataré.
—Los que más protestan suelen ser los que más tienen que ocultar.
—A los que causan problemas, les patean el flacucho culo —le respondí.
—Es un tipo genial. No se me ocurre nadie mejor para colarte la mano por debajo del vestido.
—Si es tan genial, repíteme por qué no ha sido mi acompañante.
Anna suspiró.
—Es inteligente, seguro de sí mismo y un auténtico seductor.
—Y…
—Y también lo conozco desde hace cuatro años y cada vez que lo veo está con una mujer diferente y preciosa. Pensé que, después de lo de Garrett, quizá querías probar con un tipo diferente.
Me bebí la mitad de la copa cuando mencionó a mi exmarido.
—¿Por qué me atraen los imbéciles?
—Porque son atractivos. En parte, es lo que los convierte en imbéciles. Y Hunter no es un mal tío. De verdad que no. Apuesto a que también es genial en la cama. Si yo fuera tú, elegiría a Hunter en lugar de a Adam para un rollo de una noche. —Se giró para mirarme—. Hunter es sexo, no amor. Tiene problemas para comprometerse. No sé muy bien por qué. Pero los chicos del cortejo nupcial hicieron camisetas de béisbol con apodos en la espalda para la despedida de soltero. En la de Hunter ponía: «Hunter, el anticompromisos». Siempre y cuando vayas con la mentalidad adecuada, seguro que te sorprenderá.
De repente, un fuerte rugido nos hizo volver al presente. No habíamos visto a Derek lanzar la liga, pero era imposible obviar la sonrisa arrogante del hombre que estaba dándole vueltas en el dedo mientras me miraba.
—¿Hay alguna posibilidad de que no cumplas con la tradición de la Costa Este en la que el hombre que atrapa la liga se la pone en la pierna a la mujer que atrapa el ramo? —Anna sonrió de forma socarrona.
—Ni de broma, vamos.
El alcohol se me subió a la cabeza. Tras terminarme el vodka con arándanos que me estaba tomado mientras charlaba con Anna, procedí a pedir otro y a terminármelo en un tiempo récord. Lo que significaba que estaba muy borracha para cuando el DJ colocó una solitaria silla en medio de la pista y me llamó por mi nombre. Derek y Anna también se unieron a nosotros mientras todos los invitados se dedicaban a observar.
—¿Por qué no te sientas, Nat? —preguntó el DJ mientras le daba unos golpecitos a la silla—. Nuestra preciosa novia dejó que el caballero que atrapó la liga escogiera la canción. He pensado que podíamos ponerte un fragmento de la canción para ver si te gusta, ya que te meterá la mano por debajo del vestido.
El DJ presionó un botón en su iPad y la música comenzó a sonar a todo volumen. «You Shook Me All Night Long», de AC/DC, para ser exactos. Diez segundos después, presionó otro botón y la música se apagó.
—Bueno, ¿qué te parece? ¿Hunter ha elegido la canción perfecta para esta noche? —preguntó de nuevo por el micrófono.
Negué con la cabeza mientras la multitud se reía y a Hunter le brillaban los ojos.
—Muy bien, quizá sea mejor dejar que tú elijas la canción. ¿Tienes algo en mente que parezca más apropiado?
Lo pensé un momento y luego le hice señas al DJ para que se acercara y pudiera susurrarle al oído.
Sonrió y presionó más botones en su iPad antes de decirle a Hunter:
—Noto cierta discrepancia por aquí. Puede que las canciones que habéis escogido oculten algún mensaje.
Hunter me miró y me encogí de hombros justo cuando el DJ puso mi canción. «Ridin’ Solo», de Jason Derulo, sonó en la pista de baile y Hunter se echó a reír con la cabeza inclinada hacia atrás. Cuando las risas del público se calmaron, el DJ comentó que las cosas irían mejor si él elegía la canción.
Así pues, Hunter se arrodilló al son de «Single Ladies», de Beyoncé. Naturalmente, hizo todo un espectáculo. Le dio vueltas a la liga en el dedo índice mientras honraba a los espectadores con una gran sonrisa. Luego, me levantó el pie despacio, posó un suave beso en el empeine y me deslizó la liga por la pantorrilla.
—¿No es un auténtico caballero, señoras y señores? —preguntó el DJ por el micrófono—. ¿Seguirá subiendo?
El brillo perverso en los ojos de Hunter me dijo que para nada planeaba ser un caballero. Durante los siguientes minutos, mientras el sector masculino gritaba «¡Sigue subiendo!», Hunter fue subiéndome la liga por la pierna. Pero no se dedicaba solo a moverla. Me acariciaba perezosamente el interior de la pierna con el pulgar mientras avanzaba. Cuando llegó a la mitad del muslo, me lo apretó para llamar mi atención y nuestras miradas se encontraron.
Después, su mano siguió avanzando.
Me odié por no haberlo detenido. Odié que mis manos simplemente se quedaran quietas a los costados y que pareciera que me hubieran arrebatado la voz, normalmente bulliciosa. Pero la reacción de mi cuerpo hizo que me fuera imposible objetar. El efecto que me causó su mano fue intenso. Se me endurecieron los pezones, mi respiración se volvió superficial y se me puso la piel de gallina. Estaba mucho más cachonda de lo que debería haber estado. Y no era solo por su mano… sino también por la forma en la que me miraba. Sabía sin lugar a dudas que él estaba tan cachondo como yo, y con eso me bastó.
Los dedos de Hunter me rozaron el muslo a un ritmo lento y sensual, hasta que llegaron a lo alto del interior de mi muslo. Sentía el calor que irradiaba su mano entre mis piernas.
Aunque la multitud nos miraba con atención, nadie podía ver hasta dónde había llegado gracias a mi vestido de dama de honor. Y mientras toda la escenita se desarrollaba a cámara lenta y de forma erótica para mí, Beyoncé ni siquiera había terminado de cantarles a las solteras.
Hunter deslizó la mano hasta mi rodilla y me la apretó mientras se agachaba.
—No te atrevas a decirme que solo yo he sentido eso.
El DJ pidió a todos que aplaudieran y Hunter me besó en la mejilla, se puso de pie y me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Yo seguía completamente aturdida.
Anna frunció el ceño.
—¿Estás bien?
Me aclaré la garganta.
—Necesito un trago.
—¿Qué os parece si vamos a tomar algo al bar los cuatro? —inquirió el recién estrenado marido de Anna.
Un trago llevó a dos, dos a tres, y tres a…
Natalia
«Joder, me encuentro fatal».
Me palpitaba la cabeza y me dolían los músculos. Había una mancha húmeda en mi almohada, donde seguramente había babeado mientras dormía. Sin levantar la cabeza, eché un vistazo alrededor y vi mi maleta en la esquina. «Madre mía, ni siquiera recuerdo haber vuelto a la habitación del hotel». Pero estaba tremendamente aliviada de estar aquí y no en la habitación de al lado. Traté de pensar en lo último que recordaba. Agarré el ramo, Hunter atrapó la liga… y me metió la mano por debajo del vestido.
«Ay, Dios mío». Me sentía como una mierda, pero ese recuerdo todavía despertaba algo en mi interior.
Recuerdo que los cuatro fuimos al bar: Anna, Derek, Hunter y yo. Hunter brindó por las tres cosas imprescindibles en la vida: una botella llena, un amigo fiel y una mujer hermosa. Y brindó «por el hombre que lo tiene todo». Recordé que llamaron a Anna y a Derek para hacerse unas fotos y que Hunter pidió otra ronda y me contó historias sobre Derek y él de cuando eran pequeños. Sin duda, era un seductor nato, pero la forma en que hablaba de su amigo también resultaba muy entrañable.
Después de eso, los recuerdos se volvieron borrosos. No recordaba ni por asomo haber salido de la boda ni haber regresado al hotel. Estiré el brazo hacia la mesita de noche y cogí el teléfono para ver la hora. ¡Mierda! Eran casi las diez y mi vuelo salía a la una. Estaba a punto de salir disparada de la cama cuando un ruido me detuvo en seco.
Se parecía a un ronquido.
«Un ronquido con un vibrato profundo».
Como estaba acostada de lado, giré la cabeza en su dirección.
Me quedé helada cuando encontré la procedencia.
Helada.
Estaba bastante segura de que el corazón se me paró un instante.
Un hombre yacía en la cama junto a mí, mirando hacia el otro lado. Y a juzgar por la anchura de sus hombros, supe que no era un hombre cualquiera. Aun así, necesitaba confirmarlo. Me incliné sobre el enorme cuerpo conteniendo la respiración y eché un vistazo a su rostro. Justo cuando vislumbré a Hunter, soltó otro fuerte ronquido y salté de la cama. Me quedé quieta en cuanto me recuperé de la conmoción, ya que no quería despertarlo.
«Mierda. ¿Qué he hecho?».
Entré de puntillas al baño con el corazón acelerado, mientras mi cerebro trataba desesperadamente de recordar algo de la noche anterior… cualquier cosa que involucrara a Hunter Delucia dentro de mi habitación.
«Dentro de mí».
Esto era peor que mi peor noche en la universidad. ¿Cómo era posible que no recordara nada? Mi reflejo me dio la respuesta: parecía un muerto viviente. Mi cabello negro azabache era una maraña enredada, medio recogido y con horquillas sueltas por todas partes. Tenía la piel más pálida de lo habitual, y los ojos verdes estaban rojos e hinchados.
Fue entonces cuando por fin miré hacia abajo. Llevaba puestos una camiseta y un pantalón de chándal, pero debajo todavía llevaba el sujetador y las bragas. Me paré a reflexionar, y lo importante no era el hecho de no recordar haberme vestido, sino el porqué estaba vestida. En cuanto me quitaba el sujetador, no volvía a ponérmelo. Por no mencionar que no me avergonzaba mi cuerpo y que nunca volvía a vestirme después de una noche de pasión.
¿Es posible que hayamos dormido juntos y no nos hayamos acostado?
Me metí la mano bajo los pantalones y me toqué mis partes íntimas. No estaba nada dolorida. Aunque eso no era una prueba concluyente, ya que puede que el gigante que roncaba en mi cama no fuera anatómicamente correcto y fuera un amante gentil. Ninguna de las dos cosas parecía plausible.
Revisé el bote de basura en busca de algún condón y el toallero para ver si habíamos utilizado alguna toalla para limpiarnos la noche anterior. Nada. Aun así, estaba hecha un desastre. Desde luego, parecía que había tenido una noche de sexo salvaje y desenfrenado.
Por desgracia (o quizá por suerte), no tenía tiempo de pensar en lo que había sucedido. Si no ponía rumbo al aeropuerto en menos de quince minutos, perdería mi vuelo.
Tras darme una ducha rápida, me sequé y caminé de puntillas hacia la maleta. Recogí mi ropa, pero la liga, que era la causante de este desastre, no estaba por ningún lado y me apenaba no tenerla como recuerdo.
Hunter seguía sin moverse. De hecho, roncaba más fuerte y de forma más constante. Me apresuré a vestirme, me recogí el pelo en una coleta y me puse un poco de crema hidratante en la cara antes de meter todo en la maleta.
Estaba a punto de escabullirme cuando decidí que necesitaba saber qué había pasado. Dejé la maleta en la puerta por si tenía que huir rápidamente y caminé en silencio hacia el lado de la cama de Hunter.
Por supuesto, a diferencia de mí, estaba tan guapo esta mañana como la noche anterior. Me tomé un momento para apreciarlo. Tenía el cabello castaño cobrizo despeinado, pero le quedaba incluso más sexy que anoche, cuando lo llevaba peinado hacia atrás. Unas pestañas oscuras y espesas enmarcaban sus ojos rasgados y cerrados, que recordaba que eran de un impresionante azul claro.
Seguía roncando con suavidad y a un ritmo constante, así que respiré profundamente y me acerqué más. Necesitaba ver qué había debajo de la sábana. Tenía el pecho desnudo, pero ¿llevaba pantalones debajo?
Un paso más.
Me detuve de nuevo para observar su cara antes de dar el último paso. Seguía profundamente dormido. O eso creía…
Extendí la mano, cogí el borde de la sábana y la levanté con mucho cuidado. Luego, me incliné hacia adelante para mirar debajo.
«Joder».
Llevaba puesto un bóxer.
Pero… tenía una erección matutina. Un bulto enorme le sobresalía de la ropa interior ajustada. Era imposible que esa cosa hubiera estado dentro de mí. Tendría que estar al menos un poco dolorida.
Aliviada (aunque sentí una extraña sensación de pena y anhelo al ver aquel miembro gigante), volví a dejar la sábana y me di la vuelta para alejarme. Una mano grande me agarró la muñeca.
—Lo recordarías, cariño. Créeme. —La voz grave de Hunter tenía un deje de diversión.
—Yo… estaba buscando algo.
—Ah, ¿sí? ¿Qué estabas buscando? —preguntó arqueando una ceja.
—Mi zapato.
—¿De qué color es? —Le dio un tirón en el labio.
Intenté recordar a toda prisa qué zapatos había traído para el viaje.
—Negros con una tira plateada por delante.
La mirada de Hunter se posó en mis pies. «Mierda».
Volvió a mirarme.
—Ya los he encontrado.
Bajé la vista hacia mis zapatos para evitar su intensa mirada.
—Vaya, qué tonta. Me he quedado dormida y estoy un poco desubicada. Tengo que irme o perderé el vuelo. —Intenté alejarme, pero me agarró la muñeca con más fuerza.
—No te irás a ninguna parte sin hacer antes dos cosas.
—¿Qué cosas?
—Darme tu número y un beso de despedida.
—Yo… yo… no te has lavado los dientes.
Hunter soltó una risita. Parecía que no se tragaba ninguna de mis tonterías. Estiró el brazo hacia la mesita de noche, cogió su teléfono y me lo tendió antes de levantarse.
—¿Queda pasta de dientes en el baño?
—El botecito que ofrece el hotel.
—Voy a cepillármelos. Apunta tu número.
Mientras Hunter estaba en el baño, pensé en no escribirle nada en el teléfono. Era imposible mantener el contacto con un hombre que vivía a casi cinco mil kilómetros de distancia. Un tipo como él era lo último que necesitaba. Había química entre nosotros, eso sí que lo recordaba. Sin embargo, aún no se habían curado las quemaduras provocadas por el último hombre que había encendido mi fuego: mi exmarido. Aunque Hunter era persistente, y no tenía tiempo para discutir sobre mantenernos en contacto. Así pues, en lugar de eso, escribí mi nombre y mi número en su móvil, pero cambié los dos últimos dígitos.
Y menos mal, porque lo primero que hizo Hunter cuando regresó del baño fue comprobar que había escrito algo. Por suerte, no intentó llamarme. Satisfecho, arrojó el teléfono sobre la cama y asintió con la cabeza.
—Gracias. Ahora, bésame.
Sabía que no iba a permitir que me fuera sin hacerlo. Así que me sacrifiqué para llegar a mi vuelo, me puse de puntillas y le di un beso rápido en los labios.
«Mmm… Suaves y agradables».
(Y con aroma a menta fresca).
—Bueno, ha sido un placer conocerte. —Me di la vuelta para salir corriendo por la puerta, pero Hunter me agarró la muñeca una vez más.
—Te he dicho que me beses.
—¡Acabo de hacerlo!
—Bésame como hiciste anoche.
Antes de que me diera tiempo a asimilar sus palabras, Hunter me atrajo hacia él. Me envolvió la nuca con una de sus grandes manos y la apretó con firmeza para dirigir mi cabeza hacia donde él quería. Entonces, sus labios se posaron sobre los míos.
La sorpresa de sentir su boca contra la mía se disipó rápidamente cuando me lamió los labios para animarme a abrirlos para él. Su lengua se coló dentro y gimió mientras me inclinaba la cabeza y me besaba con más pasión. La vibración del sonido nos recorrió por completo y un zumbido me recorrió el cuerpo. Después de eso, dejó de lado la suavidad y la delicadeza. Me agarró el culo y me levantó del suelo, de modo que le envolví la cintura con las piernas. Cuando nos llevó hacia la pared, una sensación de familiaridad me invadió. No recordaba los detalles de nuestro anterior beso, pero ahora sabía en lo más profundo de mi corazón lo que sentí en aquel momento.
Solté el teléfono para poder enredar los dedos en su pelo. Tiré de los suaves mechones, pero necesitaba más. Un profundo gemido surgió de mi pecho y se coló por nuestras bocas conectadas. Hunter me apretó más fuerte contra la pared, de manera que su gruesa erección presionaba el centro de mis piernas abiertas. Se restregó contra mí mientras me besaba y la fricción que causó a través de nuestra ropa me llevó a un lugar al que no creía que fuera posible ir completamente vestida.
Parecía como si quisiera tragarme entera y, en ese momento, le habría dejado. Tenía las tetas aplastadas contra su pecho y sentía los latidos de un corazón que palpitaba descontrolado, aunque no sabía si era el mío o el suyo. «Madre mía, ¿dónde aprende un hombre a besar así?».
Estaba sin aliento y aturdida cuando nos separamos. Hunter me chupó el labio inferior y tiró de él antes de liberar mi boca.
—Cambia el vuelo. Aún no hemos terminado. —Su voz sonaba tensa.
Tragué saliva para intentar recuperar algo de compostura.
—No puedo. —Mi voz apenas era un susurro. Fue todo lo que pude decir.
—¿No puedes o no quieres?
—No puedo. Izzy viene a casa hoy.
Hunter echó la cabeza hacia atrás para darme un poco de espacio para respirar, un poco de espacio para hablar.
—¿Izzy?
—Mi hijastra, que me odia.
—¿Estás casada? —Parpadeó, aturdido.
—Divorciada. —Me reí entre dientes—. No estarías en mi habitación ahora mismo si siguiera casada. Por muy borracha que estuviera anoche.
—Ah.
Se inclinó como si estuviera a punto de reanudar nuestra sesión de besos. Le puse una mano en el pecho para detenerlo.
—¿Y tú? Anna me dijo que no te iba el matrimonio. Pero ¿tienes novia o algo?
—No. Tampoco me gustan mucho esas cosas. Aunque, si vuelves a la cama, te mostraré lo que sí me encanta hacer.
Era tentador. Muy muy tentador. Por desgracia… se trataba de Izzy.
—Lo siento, tengo que coger el vuelo. —Suspiré.
Hunter
Doce años antes
«Maldita sea. Me he equivocado de universidad».
No recordaba un día más caluroso que este. La radio del coche decía que estábamos a 38 grados, pero era la humedad inusual de Los Ángeles lo que lo hacía insoportable. Como había llegado unas horas antes para encontrarme con mi hermano y no conocía su campus, me senté en una escalera de ladrillo frente a una fuente situada en una explanada, con la esperanza de que soplara una brisa. La brisa no apareció, pero sí algo mucho mejor. La chica más hermosa que había visto en mi vida se acercó a la fuente circular que tenía a unos treinta metros de distancia, se quitó los zapatos, se subió al borde y se metió dentro de un salto. Se sumergió y salió a tomar aire mientras se apartaba el pelo rubio empapado de la cara.
La gente que pasaba la miraba, pero ella no parecía darse cuenta ni importarle lo más mínimo. Flotaba de espaldas, aunque probablemente solo había sesenta centímetros de agua. La sonrisa en su rostro era contagiosa y me dediqué a mirarla hipnotizado. Había pasado casi un mes desde que mi madre murió, y parecía que hacía una eternidad que no me sentía tan feliz y libre.
Después de unos minutos, la chica se sentó y miró en mi dirección.
—¿Vas a acompañarme o seguirás mirándome desde allí como un pervertido?
Miré a mi alrededor para asegurarme de que me estaba hablando a mí. No había nadie más cerca. Así pues, me levanté y caminé hacia la fuente.
—¿Es una especie de iniciación a una hermandad?
—¿Te sentirás mejor si digo que sí? —Sonrió—. Porque me mirabas como si fuera un bicho raro desde donde estabas sentado.
—No te miraba como si fueras un bicho raro.
—A mí me ha parecido que sí.
Me quité los zapatos y me metí en la fuente.
—Te estaba mirando y me preguntaba si siempre sonríes así o si refrescarte de verdad te hace tan feliz.
Ladeó la cabeza mientras me observaba.
—¿Por qué no iba a estar feliz? Estamos vivos, ¿no?
El agua fría sentaba de maravilla. Flotamos en silencio durante un rato, y sonreímos cada vez que uno de los dos pillaba al otro mirando.
—Soy Summer —dijo.
—Hunter.
—¿Te gusta el calor?
—No de este tipo.
—¿Cuál es tu estación favorita, Hunter?
—El verano —contesté esbozando una sonrisa. Nadó hasta el borde de la fuente y apoyó los codos en el ladrillo para observar el interminable chorro de agua que salía del centro. La seguí, me coloqué a su lado y traté de no prestarle atención a sus pezones, que se transparentaban a través de su camiseta mojada. No fue una tarea fácil.
Summer se giró para mirarme.
—¿Estudias en esta universidad?
—No. Mi hermano. He venido a visitarlo este fin de semana. ¿Y tú? ¿Estudias aquí o solo vienes a refrescarte en la fuente?
—Estudio aquí. Arte. —Su sonrisa era tan cegadora como el sol.
Se apartó del borde y nadó hasta el otro lado de la fuente. La observé, intrigado por la arbitrariedad de sus acciones. Cuando volvió a apoyarse sobre él, ahuecó las manos a ambos lados de su boca para gritarme, aunque la fuente no era tan grande.
—¿Verdad o atrevimiento?
Menuda chica más extraña. Y hermosa. Quién iba a decir que extrañamente hermosa podía ser una combinación tan condenadamente sexy.
—Verdad —grité a modo de respuesta.
La forma en que arrugó el rostro mientras se golpeaba el mentón con el dedo fue jodidamente adorable. Cuando decidió lo que iba a preguntar, se le iluminó tanto el rostro que solo faltaba que apareciera una bombilla sobre su cabeza. Me reí para mis adentros.
—¿Qué es lo que más miedo te da? —gritó.
