Alia - A. B. Silveira Márquez - E-Book
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Beschreibung

Alia Rodríguez, una destacada escritora latinoamericana, nos transporta a través de su vida en una emotiva y conmovedora narrativa. Desde su juventud en la exuberante selva misionera, donde un amor de verano la marca para siempre, hasta su madurez como una mujer reconocida y admirada, Alia nos invita a reflexionar sobre el paso del tiempo, la búsqueda de la identidad, la importancia de los vínculos, la fragilidad de la existencia y la importancia de vivir cada momento al máximo. Ambientada en los paisajes exuberantes de Misiones y Córdoba, esta historia nos sumerge en un mundo de emociones auténticas y personajes inolvidables. Desde el primer encuentro con Carlos, el amor de su vida, hasta las pérdidas y reconstrucciones que la acompañarán a lo largo de los años, la protagonista nos muestra cómo el amor, la familia y la amistad son los pilares que sustentan nuestra existencia. En un mundo que se mueve a un ritmo frenético, Alia nos invita a detenernos y preguntarnos: ¿qué significa amar de verdad?, ¿cómo entendemos la pasión?, ¿existen las casualidades?, ¿cómo enfrentamos la pérdida de un ser querido?, ¿podemos ser felices después de la tormenta? Alia es más que una novela; es un homenaje a la vida, al amor y a todas las mujeres que, como ella, luchan por encontrar su lugar en el mundo. Es una historia que nos conmueve, nos inspira y nos recuerda que, a pesar de las adversidades, siempre hay tiempo para amar y ser amados.

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Seitenzahl: 374

Veröffentlichungsjahr: 2025

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A. B. Silveira Márquez

Alia

o Acerca del Tiempo que nos Resta para Amar

Britez Silveira Márquez, Andrea Alia : o acerca del tiempo que nos resta para amar / Andrea Britez Silveira Márquez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5845-9

1. Narrativa. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

I. ALIA

II. ATRAVESANDO EL AMOR

III. ENCUENTRO ARGENTINO

IV. EL ABANDONO

V. EL PASO DEL TIEMPOY UNA VELA

VI. LA HISTORIA DE ANA

VII. ACERCA DE AUSENCIASY PRESENCIAS

VIII. ACERCA DEL AMOR REAL

IX. LO INESPERADO: A3 Y A4

X. CARLOS: UNA BREVE HISTORIA

XII. LA RECONSTRUCCIÓN

EPÍLOGO

ÚLTIMAS PALABRAS

A todas las personas que, aún sin saberlo, formaron partede esta aventura: gracias. No podría haberlo hecho sin ustedes.

Y un mimo a mí misma, por no creer en imposibles y porquecada vez que todo parecía «aplastarme», el mirarme al espejo y decidir CAMINAR fue el acto más valiente– aunque simple y complejo– que hiceen esta vida o en el tiempo que me resta para amar.

#Todos moriremos, pero ¿todos habremos amado?

I. ALIA

Transcurría el año 2083 y la multifacética Alia Rodríguez fallecía. En la televisión de la sala del living de la casa de Amelia se transmitía una de sus presentaciones más emblemáticas. Amelia recordaba que aquella presentación, a la que asistieron más de diez mil personas, fue la primera en realizarse en el nuevo Centro de Convenciones de la ciudad de Miami, recién terminado de reconstruir luego de las grandes inundaciones del año 2042. Amelia creía recordar que había sido a finales de octubre del año 2043.

—Buenas tardes, querido público. En esta edición del programa Solo una Persona tenemos el agrado de presentarles a la latinoamericana más reconocida en el mundo entero: Alia Rodríguez. Hoy estará con nosotros durante unas horas para hablar de todo: su vida, su fuerza, sus alegrías y sus tristezas. Recibámosla con un fuerte aplauso.

—¡Muchas gracias, Patricia! Y a todos los aquí presentes por tan cálido recibimiento. Muy buenas tardes a todos. Un saludo especial a aquellos que nos miran desde sus casas. Es un placer compartir esta tarde con ustedes —dijo Alia esbozando una tímida sonrisa y prosiguió diciendo, mientras apoyaba ambas manos sobre su corazón formando una especie de cruz oblicua: —Patricia, si me permites, antes que sigamos, tengo una pequeña sorpresa que quisiera compartirla con este hermoso público. Escribí anoche unas palabras que espero sean de su agrado. Al terminar, contestaré todas tus preguntas.

Patricia asintió con la cabeza como aceptando la propuesta y los murmullos que se escuchaban provenientes del público fueron cesando. La ansiedad se podía palpar en el ambiente.

Amelia, sentada en su sillón de dos cuerpos con una manta en su regazo, analizó cómo Alia se preparaba para recitar como si se tratara de una gran ceremonia. «Era una buena actriz», pensó.

Alia, desde su asiento, miró en todas direcciones girando lentamente su cabeza. Al finalizar, dejó de sonreír y bajó la vista. Dio vuelta su torso y agarró la carpeta que estaba en la pequeña mesa al lado del sillón de un cuerpo azul donde estaba sentada y sonrió tímidamente. El auditorio seguía aguardando en un silencio expectante. Tomó entre sus manos unas hojas de papel, miró alrededor y, esbozando una tímida sonrisa –que no mostraba sus dientes–, comenzó a leer.

Mi nombre es Alia Rodríguezy esta es mi historia. Cuando estaba atravesando una etapa muy caótica de mi vida, encontré en la escritura un refugio. Lo que comenzó como una terapia personal se transformó en lo que hoy considero mi misión de vida: ayudar a otras personas, a través de mi historia y sus aprendizajes, a crear sus propias estrategias para atravesar momentos difíciles. A lo que aspiro, humildemente, es a que cada uno pueda encontrar su propio camino para ser feliz y estar en paz.

En mis escritos, videos, presentaciones, entrevistas e incluso, hasta en mis miniseries, intenté plasmar aquellas enseñanzas que he aprendido. Sé que mi «voz» es una mezcla de mis conocimientos, vivencias, opiniones, y también, de mis prejuicios. Por ello, sé que algunos de ustedes me amarán; otros, quizás, me aborrezcan o incluso, otros, sentirán pena por mí; pero les aseguro que vale la pena saber acerca de mi historia y todo aquello que aprendí, porque es la historia de una vida y sus devenires. Incluso algunos se vean reflejados en alguna parte o en toda, porque estoy convencida de que la historia de cada ser humano es la historia de todos y de cada uno.

Comenzaré desde el principio: mi nombre es Alia. Seguramente, les pareció raro la primera vez que lo escucharon, pero «no tan raro» como se dice por estos tiempos.

Recuerdo de pequeña haberle preguntado a mi madre cuál era su procedencia y ella, risueña, me contestó: «Es un invento». Recuerdo que le reclamé, en esa oportunidad, que se inventara una historia, porque yo necesitaba tener un origen acerca de mi nombre para cuando me lo preguntaran. Ella rio y yo quedé con una inquietud en el pecho acerca del porqué habría optado por un nombre inexistente. Lindo, pero inexistente.

Pasaron los años y volví a preguntar. Esta vez, me dijo la verdad. Creo que tenía como 14 o 15 años porque recuerdo haber asistido a varias fiestas de 15 por ese tiempo. Hago un paréntesis, por si quieren saberlo: yo no festejé mis quince por decisión propia. En retrospectiva, me parece que tendría que haberlo hecho, y no por mí, sino por toda esa gente bonita que tenía en rededor.

Volviendo al relato de mi nombre: Alia no existe en ningún diccionario de nombres e incluso, a veces, he llegado a preguntarme si realmente existo. Sin embargo, esa historia se las contaré capaz más adelante o, tal vez nunca, solo el tiempo lo dirá. Alia, en pocas palabras, fue un error. Mi mamá me dijo que quería llamarme Alma y que se equivocaron en el registro. ¿Alma o Alia, cuál prefería? Alia, definitivamente, Alia. Es mi nombre, mi sello, mi pasado, mi presente, mi futuro, mi legado y es único.

Creo que siempre busqué lo único y, sin embargo, estoy aquí reflexionando –como todos– acerca de la vida y de la muerte, y escribiendo mis palabras para que el tiempo las atesore. Para serles sincera, no creo que perduren en el tiempo. Por lo menos, tengo la esperanza de que sobrevivan por algunos años. Acaso, ¿alguien recuerda los poemas, escritos, charlas, e incluso fotos de los tatarabuelos? No tengo muchas expectativas, solo ruego que el tiempo guarde mis palabras por unos años para que lleguen a mis nietos y a algún que otro interesado en mis lecciones y memorias de vida.

Les cuento, en confidencia, que hace algunos años imaginé que el mundo era un lugar lleno de oportunidades. Sin embargo, luego de atravesar ciertas situaciones –algunas buenas y otras muy desafortunadas–, comprendí una simple verdad: que el mundo te limita y te libera según el modo en que lo veamos. Parece una frase trillada, pero cuando no hay un camino a seguir, aún hay opciones. De hecho, he llegado a pensar en términos de tres opciones para cada encrucijada:

Retroceder, queriendo desandar el camino vivido y como esto resulta imposible, se vive del recuerdo y de lo que hubiera sido, transformándonos en seres sumidos en la nostalgia;

Permanecer inmóvil con el peligro de que tu luz se vaya apagando cada día un poco más hasta que te transformas en un fantasma de tu propia vida y

Decidir avanzar, aún con temor, pero con la esperanza de que innumerables nuevos caminos te esperan.

Comprendí que, muchas veces, para elegir la tercera opción, necesitamos permanecer inmóviles o incluso, retroceder para tomar impulso.

Comprendí que, muchas veces, no podemos solos y allí reside el poder de la familia, amigos y/o pareja. También comprendí que, muchas veces, callamos nuestros dolores para no preocupar a nuestros seres queridos. En esos momentos, aparecen, como por arte de magia, ciertas personas para que uno recupere las esperanzas, pueda visualizar las opciones para avanzar y seguir viviendo. Yo las llamo las personas amarillas, porque son del color del sol, el cual siempre sale aún luego de las peores tormentas. Esas que te enseñan que siempre hay una posibilidad, que solo basta una pequeña semilla y un poco de tierra para que nazca una planta que te dará de comer, un árbol que te brindará sombra y una flor que te deslumbrará con su belleza. Aparecen para recordarnos que vale la pena seguir respirando. Aparecen para decirnos que, tal vez, nuestros mejores días están por venir. Aspiro a ser una persona amarilla para alguien algún día. ¡Ojalá, ya lo haya sido!

Esperen… pienso… sí lo he sido. He sido mi propia persona amarilla. Les cuento. Muchas veces, cuando caigo en la más profunda tristeza, suelo quedarme inmóvil. La depresión me aprisiona, no tengo esperanzas, suelo estar sola y no comentárselo a nadie. En esos momentos, la única persona que puede ayudarme soy yo misma. Entonces me levanto de la cama, del sillón o de la silla donde estaba inmóvil e implemento una táctica simple, pero que ha resultado efectiva para mí: me obligo a no permanecer quieta y salgo a caminar.

Camino para despejarme, camino para maravillarme con el mundo, camino para ser un turista en mi propia ciudad, camino y camino, porque al cabo de unos pasos descubro un nido de pájaros nuevo en el barrio, la sonrisa de algún vecino, las plantas que van creciendo y el cielo sobre mi cabeza que me cobija y me da vida. Siempre que el desgano me aqueja, trato de pensar que soy una niña que no conoce nada del mundo y cuando eso sucede, el mundo deja de ser lo cotidiano para ser algo maravilloso a punto de ser descubierto. La mirada de niña es la que me salva de mi mirada de adulta. Pero hay que rescatarla, practicarla, cobijarla, sino se diluye como el agua luego de una tormenta. Si quieres maravillarte con y por la vida debes creer que puedes hacerlo. Todo comienza con una mirada. Mira distinto, mira como si fuese la primera vez.Pero no siempre pensé así y por eso, esta es la historia de mi vida, llena de muchos fracasos y de algunos éxitos.

Ya tendrán una mínima idea de quién soy, pero no saben exactamente quién fui y ni quién seré porque uno nunca sabe lo que le depara el destino. Lo único constante en la vida es el cambio. Por ello, esta es solo una parte de mi historia; el resto se los contaré, si quieren escucharme, en esta tarde que vengo a compartir con ustedes. Muchas gracias.

Alia guardó las dos hojas azules escritas con tinta blanca en la carpeta. La depositó, nuevamente, en la pequeña mesa a su costado derecho; mientras brindaba una gran sonrisa a la cámara. El público, como saliendo de un trance, tardó unos segundos en reconocer que había dejado de leer, y estalló en aplausos. Alia tomó un sorbo de agua y volvió a sonreír.

—¡Gracias, gracias a todos! —dijo mientras juntaba sus manos en señal de agradecimiento e inclinaba su cabeza de costado.

Tras unos breves instantes de bullicio, el auditorio volvió a sumergirse en el silencio y Alia retomó la palabra. Comenzó a relatar pequeñas anécdotas de su vida que el público escuchaba atento. Mientras ello ocurría, la famosa presentadora mexicana Patricia Corvalán sonreía mirando a la cámara, tratando de meter algún que otro bocadillo en el relato de su ilustre visitante.

Amelia seguía mirando el programa, pero ya no escuchaba, solo contemplaba la mirada enigmática de Alia. Sonrió con la mirada triste, mientras un pequeño colibrí se posaba en el jazmín detrás de la ventana de su sala. Tomó el vuelo del pájaro como una señal y decidió secar sus lágrimas. Se paró del sillón y se dirigió hacia la cocina para prepararse un café. Al regresar, estaban transmitiendo la sección de preguntas.

—Alia, ¿qué es para vos el abandono?

—Es una mezcla de vacío con amor.

—¿Cómo? ¿Por qué? Puedes explicarte.

—Claro, Patricia… porque solo se puede sentir abandono cuando has o continúas amando y al no estar el ser amado presente se siente su vacío, que puede derivar en negación, depresión, ira, etc. Si no amas o no has amado, el vacío que provoca la desaparición de extraños poco importa.

—¿Qué es el amor?

—Es lo que se siente, lo que pervive en la ausencia, en la distancia o en la muerte. Aquello que se construye sobre pocas realidades, unas cuantas imaginaciones y muchas expectativas.

—Es un poco cruel lo que dices.

—Sí, pero no por ello deja de ser verdad. Amar a veces se basa más en expectativas que en la realidad y por eso, muchas veces uno sale lastimado, porque la expectativa no se hizo realidad. Hay que aprender a amar en la realidad. Eso a veces cuesta y entonces dejamos de amar porque nos produce disconformidad. Amar, aun en el desagrado y la bronca que nos producen las imperfecciones del ser amado, es el mayor acto de amor que puede hacerse. No somos perfectos y tampoco los seres que amamos. Sería bueno, sano y aconsejable aceptarlo.

—¿Qué es ser feliz?

—Es vivir la vida atravesando el dolor, porque no se puede ser feliz sin haber visto y experimentado lo que es sufrir, se necesita esa comparación para valorarlo. A semejanza de los mejores humoristas, quienes suelen ser los que más han padecido depresión porque, sencillamente, saben lo que es sufrir y no quieren que nadie más lo sienta. Por eso, hacen reír.

—Entonces, ¿se puede ser feliz aún en el dolor?

—Por supuesto, hasta en el llanto y en la ausencia. Porque se puede ser feliz pensando que aún hay cosas por las cuales vivir. Además, no debe equipararse, en mi más humilde opinión, a la felicidad con risas sino con paz. Creo que el estadio al cual todos los seres humanos deberíamos aspirar es a estar en paz y eso es lo que para mí equivale a la felicidad plena.

—Entonces, querida Alia: ¿estás en paz?

Alia sonríe: —Aspiro, Patricia, aspiro, como todos.

Aviso al lector

La parte más importante de la vida de Alia fueron sus pérdidas y sus reconstrucciones y, por ello, fue conocida y admirada.

Esta historia, su historia, está en parte contada por mí con la ayuda de gente que la conoció – muchas veces adornada con un poco de magia–, y en otras, por la propia Alia, quien comenzó a escribir su historia imaginando que, tal vez, sería yo quien la daría a conocer al mundo.

Me despido pensando que su vida fue un regalo, un regalo para todos los sobrevivientes de vidas normales, pero complejas, de que se puede vivir una vida completa y alegre aún en el dolor y en las pérdidas. Solo hay que tener coraje.

Amelia

#Respira

#Sé valiente

#Todo es temporal

II. ATRAVESANDO EL AMOR

Tal como el relámpago, su amor por él llegó de repente, con fuerza, revelando una luz potente y dejando marca.

El amor para la joven Alia comenzó durante unas vacaciones de verano que pasó con su familia en Brasil. Para ella el amor podría traducirse como una mezcla de imaginación, pocas realidades y muchas decepciones.

Alia conoció a Carlos durante esas vacaciones en las que ambos fueron con sus respectivas familias a una playa ubicada en el sur de Brasil llamada Capão da Canoa. Se trataba de un pequeño poblado pintoresco y poco visitado por los veraneantes argentinos que preferían playas con mayor vida nocturna como Camboriú o Florianópolis. Sin embargo, a la familia de Alia y a la de Carlos, les gustaba la tranquilidad y seguridad que brindaba esa localidad, su extensa playa y su mar, muchas veces embravecido, de grandes olas.

Ese verano iba a ser el último que Alia compartiría con su familia o por lo menos, eso era lo que ella suponía. Alia acababa de terminar el secundario con sus 17 años, y la vida de adulta parecía avecinársele a pasos agigantados. Comenzaría a vivir sola y a estudiar abogacía.

Por su parte, Carlos tenía 18 años y, si bien había comenzado a cursar abogacía, dedicaba casi todo su tiempo a aprender inglés, reprobando dos materias en su primer año: Penal 1 y Constitucional. Ese verano sería un punto de inflexión en su vida. Tendría que decidir si quería seguir estudiando abogacía o perseguir su sueño de irse al extranjero a trabajar. Necesitaba despejarse y nada mejor que vacacionar con su familia para reflexionar.

Ambas familias eran oriundas de la ciudad de Posadas, ubicada en la provincia de Misiones-Argentina. Ciudad, relativamente, pequeña –en comparación con otras capitales de provincia–, pero de increíble belleza por la esplendorosa vista que proporcionaba la gran anchura del Paraná delimitando sus costas. Su hermosura se completaba con retazos de selva que trataban de invadir la ciudad y con un pueblo por demás servicial y pintoresco conformado por diferentes culturas, y las familias de Alia y Carlos no eran la excepción.

La familia de Alia, de ascendencia brasileña, provenía del interior de la provincia y estaba acostumbrada a la vida tranquila y sosegada del campo; mientras que la de Carlos, oriunda por generaciones de la capital, y de ascendencia inglesa, disfrutaba de las grandes reuniones familiares y de amigos, ir al cine, al teatro, entre otras actividades típicas de la ciudad. Sin embargo, e irónicamente, Alia quien estaba acostumbrada a las carencias del campo como los cortes de luz, los problemas de agua o la poca variedad de ropa y accesorios, prefería los grandes atractivos de la ciudad, aunque si los podía disfrutar de noche era mejor, porque amaba el silencio y le costaba acostumbrarse a los ruidos de la ciudad.

Su familia se había mudado a sus 10 años desde Alba Posee a la capital para que tanto ella como su hermano Juan pudiesen acceder a una mejor educación. Sus padres habían puesto un negocio polirrubro llamado «Costa Store» para sustentarse que fuera todo un éxito, ya que combinaba productos industriales nacionales e internacionales con artesanías del interior de la provincia. Pero aún con sus 17 años a Alia le molestaban, particularmente, los ruidos de los autos y en especial, de los colectivos. Por eso, cuando anochecía y la ciudad parecía apagarse, Alia se relajaba, respiraba hondo y se sentía en paz.

Por su parte Carlos, quien estaba acostumbrado a la noche y a la ciudad, prefería las bondades que proveían el sol y el campo. Amaba salir los fines de semana a pasear por el interior de la provincia y tanto su familia como sus primos adoraban acompañarlo, así que cada vez que podía, Carlos se embarcaba en nuevas aventuras. Justo antes de irse de vacaciones ese verano, había conocido Alba Posee. Le había llamado, particularmente, la atención, que en la única despensa que encontró en el pueblo, las personas que estaban allí hablaban una especie de portuñol. Definitivamente, se notaba la impronta brasileña en la región. Después de todo, el pequeño pueblo solo estaba a un paso de balsa de la localidad de Porto Mauá en Brasil.

#Cada uno desea aquello que no posee o puede poseer.

#Aprendamos a amar lo que está en nuestra vida.

#Aprendamos a aceptar la realidad.

Transcurría el mes de enero del año 2016 en la localidad de Capão de Canoa–Brasil y el sol se ponía. Los colores del atardecer daban un espectáculo magnífico y la familia de Alia lo contemplaba con algarabía, mientras se dirigían –respirando el aire de mar– en su auto Ford Ranger hacia su hotel. Carlos, quien ya estaba cansado de atardeceres de ensueño, salió del mar y avisando a sus padres –quienes tomaban tranquilamente mate en la orilla– que se iría, se dirigió al hotel para cambiarse y salir a correr un rato. Al entrar en el vestíbulo, la vio. Era Alia quien ingresaba junto a su familia en el Hotel Capão Sur ubicado a solo una cuadra de la playa.

Carlos, al verla, quedó deslumbrado. Ella sonrió y su mundo, a partir de ese momento, solo pudo reducirse a sus ojos. Alia era de estatura mediana, de piel color té con leche como a ella le gustaba describirse, cabellos castaños oscuros con reflejos color miel y ojos marrones. Sus ojos eran comunes y a la vez, raramente perfectos; si uno la miraba bien podría observar que poseía diferentes tonalidades de marrón, siendo el borde del ojo donde el color llegaba casi al negro con un iris coronado de pequeñas motas color ámbar. Su físico era armónico y acorde a su estatura. Su cabello era largo y diría que inmanejable, pero eso la hacía única. Su sonrisa era grande y su personalidad parecía ser entre dulce e inquebrantable. O eso es, por lo menos, lo que intuyó Carlos acerca de ella.

Él, por su parte, era un poquito más alto que ella, de piel blanca, aunque bronceado al extremo, ojos color cielo y un físico que denotaba que hacía deportes. «Capaz juega al fútbol», pensó Alia al verlo. Más tarde descubriría que jugaba al básquet, y también descubriría que poseía un prejuicio escondido acerca de que solo una persona alta podía ser jugadora de básquet. Carlos Brum era su nombre y una tal Alia Rodríguez había llegado para dar vuelta su mundo.

Carlos, a diferencia de Alia, sí tenía una historia para su nombre. Él se llamaba así en honor de su tatarabuelo, abuelo y padre, y como no resultaba apropiado llamarlo Carlos IV –por la simple razón de que la costumbre había cambiado y ya no estábamos en la Edad Media– decidieron ponerle, sencillamente, Carlos Brum igual que su tatarabuelo. Sin embargo, desde chico lo llamaban chulo que significa coloquialmente lindo, bien parecido, guapo; ya que, a diferencia de sus padres, Carlos había nacido con ojos color cielo, o como a su madre le gustaba decir, color mar. Su familia decía que había heredado su bello color de ojos de su tatarabuelo inglés, quien fuera un renombrado conde de cabello oscuro y mirada profunda de ojos color mar. Su belleza se completaba con un cabello repleto de pequeños rulos color castaño oscuro que lo volvían más interesante debido a la rareza que aquello representaba. Esta vez, la herencia genética era supuestamente derivada de una esclava negra que se había casado con un trastatarabuelo. Carlos era un negro blanco o un blanco negro, dependiendo de cómo se lo describiese, y su nombre pasó a ser Chulo Brum para los conocidos y pocos reconocían a Carlos en él.

A pesar de su historia, el día que conoció a Alia le dijo que su nombre era Carlos Brum y que era estudiante de abogacía. En ese primer encuentro, que surgió cuando ella iba dirigiéndose hacia la recepción del hotel y él iba ingresando al mismo, Carlos vio la oportunidad de hablarle y le preguntó si necesitaba algo.

—Señorita, ¿necesita algo? Mi nombre es Carlos Brum.

—Gracias, pero no —respuesta breve y cordial que significó el inicio de una relación entre ambos que duraría solo un momento o, quizá para ellos, la eternidad.

Al día siguiente de aquel inocente encuentro, Alia vio a Carlos correr por la playa a lo lejos, mientras tomaba mate con su familia. Él vestía un short y una remera blanca junto con una gorra del mismo tono que permitía aflorar sus rulos incontrolables por el viento. Eran las 18:00 h del jueves 6 de enero de 2016. Lo vio de reojo para que él no lo notara y sonrió. Percibió que un tal Carlos ya no le era indiferente y guardó esa fecha en su memoria.

El sábado de esa misma semana, la lluvia impidió que los huéspedes del hotel aprovecharan las bondades de la playa y, como una forma de agasajarlos, el gerente los invitó a una fiesta de juegos improvisada en el comedor. Alia y su familia decidieron asistir y Carlos aprovechó la oportunidad para sentarse en la mesa de ella e invitarlos a todos los presentes a jugar a un juego de cartas llamado Loba. Alia aceptó encantada porque era un juego que siempre jugaba con su familia en invierno, aunque lo jugase de una forma un poco diferente: sin contar los puntos. La idea del juego era descartarse formando escaleras o piernas con las nueve cartas que se repartían a cada uno de los jugadores. Alia solía ganar, salvo cuando a sus padres les parecía más divertido hacer trampa y engañarla. Esas trampas se transformarían en un lindo recuerdo que ella atesoraría.

Luego de jugar unas partidas junto a su familia, Carlos invitó a Alia a jugar al pool y allí lograron, al estar casi solos, conversar un ratito acerca de sus respectivas vidas bajo la mirada atenta de sus familias. Alia estaba un poco avergonzada, pero se dio cuenta de que no estaba haciendo nada malo y que, encima, ya estaba grande. Se dio vuelta y vio a su padre mirándola un poco triste y calculó que pensaba lo mismo que ella, que ya nada sería como antes. A la vuelta de esas vacaciones, ella se mudaría a un pequeño monoambiente cercano a la facultad ubicado en Av. Domingo Cabred N° 1789. La idea era que ella aprendiera a manejar sus tiempos, su dinero y a realizar los quehaceres de la casa. La vida adulta estaba a solo unos pasos de distancia y la aparición de Carlos parecía otro indicador más de aquel paso hacia la adultez. Alia tenía miedo de los cambios, pero los aceptaba como algo necesario y connatural al proceso de crecer.

Carlos fue en búsqueda de una limonada y Alia aceptó encantada la bebida, pensando que ese gesto significaba que ese hombre era distinto y que tendría un rol importante en su vida. Sin embargo, esa percepción un tanto esperanzadora se esfumaría, rápidamente, cuando al otro día vio a la familia de Carlos acercando sus maletas al vestíbulo. Comprendió con tristeza que se irían.

Alia, con una mirada de agonía y sin poder emitir palabra alguna, al ver a Carlos trayendo la última maleta, lo miró esperando una respuesta a su pronta partida. Él, entendiendo su gesto y su silencio, solo y escuetamente le dijo que se iban. Lo que Carlos no sabía era que su papá le había dicho a Alia, minutos antes, que Carlos había decidido irse porque debía hacer cosas. Alia pensó dos cosas en esa oportunidad: 1. que Carlos se estaba escapando de ella y 2. que su familia era rehén de lo que quería un simple joven. Pensó que él no debía decidir aquello y que los padres tampoco debían dejarlo, pero no era su familia y no podía hacer nada.

Así que Alia hizo lo único que pudo, miró a Carlos, sonrió y le dijo que tuviera un buen viaje. Se dio la vuelta con el corazón un poco roto y salió del hotel. Su padre, quien vio la escena, entendió que no era momento para preguntar a dónde iba, pero supo que iba hacia la playa. Tal vez, a caminar. Allí la encontraría. El sol comenzaba a emerger entre las nubes, sería un día maravilloso y Alia caminó hacia la playa, mirando el mar y dejando el recuerdo de Carlos donde debía estar: en un momento del pasado.

Al mediodía, cuando Alia y su familia regresaron de la playa para almorzar, Carlos ya no estaba. Alia sintió que algo no estaba bien, pero no podía hacer nada. Ni siquiera tenía su teléfono. Carlos desapareció de la misma forma que apareció: rápido y sin sentido.

#Nada tiene sentido, por eso, despreocúpate y fluye.

#Sé cómo el agua.

#La vida sigue, aunque no quieras.

#Levántate y camina,

#el sol aún brilla.

III. ENCUENTRO ARGENTINO

Meses después de aquel encuentro-desencuentro, Carlos volvió a ver a Alia en un bar de Posadas. Ella bailaba con sus amigas, mientras reía y disfrutaba de una bebida. Parecía gaseosa. A Carlos le pareció extraño que ella fuera a ese lugar y que ese lugar fuera el punto de reencuentro de ambos, máxime cuando Alia había dicho que nunca salía de noche. Capaz le había mentido, pensó Carlos, y esta era la verdadera Alia. Ya lo descubriría.

El bar se ubicaba en las afueras de la ciudad cercano al barrio Puerto Laurel. Hacía poco que había sido inaugurado y para Alia constituyó la primera salida desde que había vuelto de las vacaciones en Brasil. El bar se llamaba «ND: a Natural Desire», un Deseo Natural, en español.

Estaba construido como una especie de platillo volador formado por un semicírculo con grandes ventanales con vistas a una playa privada y al río. Sus dueños deseaban que las personas que fueran allí sintiesen que estaban en Miami, lugar en el cual habían vivido unos años. Por ello, idearon un diseño que rescataba lo más emblemático de la arquitectura de aquella ciudad estadounidense y lo unieron con ideas propias, creando un bar que parecía salido de un cuento. Estaba repleto de palmeras, sillones blancos por doquier, grandes barras, tragos exóticos, mesas con comida más adornada que rica, especial para las fotos de redes sociales. En fin, una maravilla por donde se lo mirara.

A un mes de su apertura, este nuevo bar festejaba su gran éxito con una fiesta para invitados vip. Sin embargo, tanto Alia como Carlos habían sido invitados por ser, simplemente, amigos de los dueños. Alia era amiga de Camila, la novia de Esteban, uno de los dueños, y Carlos, a su vez, era amigo de Esteban, a quien había conocido jugando en el mismo campeonato de fútbol amateur al que se había incorporado ese año.

Carlos llegó a la fiesta, y saludó a Esteban y a otros conocidos. Luego, se fue a recorrer el lugar y decidió ir en búsqueda de un trago. Todo era perfecto. La decoración, la comida, los tragos, las chicas. Carlos se sintió con suerte y sonrió, pensando que, tal vez, podría llevarse a una chica a su casa esa noche.

Mientras esperaba que lo atendieran en la barra, fue cuando la vio bailando y disfrutando con amigas. Era Alia. No podía sacarle la mirada de encima, tratando de asegurarse de que, en realidad, fuese ella y no un simple engaño que le jugaba su mente. La seguía mirando, tratando de dilucidar aquello, cuando Alia se dio la vuelta y lo vio. Sonrió nerviosa, abriendo grandes sus ojos. En ese momento, Carlos lo supo: era ella y lo había reconocido.

Alia, entre estupefacta e incrédula, tragó salida y se volvió a dar vuelta para pensar acerca de lo que sus ojos acababan de ver. «¿Qué hacía Carlos acá?», pensó mientras una extraña sensación de quemazón la comenzaba a recorrer por todo el cuerpo y el entorno a ella parecía borrarse. Quería huir de ese lugar, de esa sensación, pero al mismo tiempo quería quedarse y descubrir hacia dónde la conducía. Tenía miedo de ese caos que parecía invadirla. Necesitaba, imperiosamente, esconderse del poder que tenía la mirada de Carlos. «¿Era realmente Carlos?».

Miró hacia todas direcciones buscando a sus amigas, no encontrándolas. Estaba de repente sola en el medio de la pista. No sabía cuánto tiempo había pasado. «¿Dónde estaban las chicas? ¿En qué momento desaparecieron?», se preguntaba Alia, sorprendida y a los gritos, aún en el silencio de su propia mente.

Trataba de tranquilizarse, mientras las buscaba con la mirada. Sin embargo, su corazón desoía las súplicas de su mente y comenzaba a latir con mucha más fuerza. Quería seguir mirando a Carlos, pero no podía dirigir la mirada hacia él. Sus partes íntimas, coordinando la reacción de su mente y de su corazón, comenzaron a vibrar y a galopar lentamente, descontrolándola. Alia ya no recordaba dónde estaba ni cómo comportarse. En un segundo de miedo paralizante, bajó la cabeza y tratando de recomponerse, suspiró y pensó que estaba en un lugar sumamente concurrido y encima con gente que la conocía, por lo cual, debía tranquilizarse para volver a sentirse en paz y segura. No quería que nadie la importunara de esa forma y menos un hombre que decidió irse sin siquiera tener el valor de despedirse. Tampoco quería dar explicaciones acerca de su conducta porque su vida era su asunto. Carlos era su asunto.

«¡Deja de decir y sentir tonterías! ¡Compórtate!» Alia se retó a sí misma en su mente sabiendo que nadie estaba cerca, nadie le pedía explicaciones y encima, no estaba cien por ciento segura de haber visto lo que vio. Por ahí, pensó, solo era un chico parecido. Suspiró.

Cuando salió de su ensimismamiento, lo buscó con la mirada volviendo una y otra vez su cabeza en varias direcciones sin verlo. Suspiró nuevamente y pensó para sus adentros que él había reaccionado a su rechazo y que se había ido. O tal vez, ni siquiera era él.

De repente, sintió una vibración por todo el cuerpo y un roce sobre su brazo izquierdo. Era Carlos quien se había acercado lentamente por su espalda y la había tocado. Al colocarse delante de ella, Alia sonrió avergonzada de pensar que él se hubiera ido dejándola sola y sin siquiera despedirse apropiadamente. Por un breve instante, recordó que ya lo había hecho en Brasil, pero obvió ese pensamiento como toda mujer enamorada y vio solo lo que quiso ver: la mirada de su amado.

Él tenía dos tragos en la mano.

—Hola, Alia. Son mojitos. Los pedí, especialmente, para ambos —le dijo, mientras extendía su brazo para alcanzarle su trago.

Alia aceptó sin tener mucho control sobre qué decir o qué hacer. Estaba nerviosa y aún no comprendía, cabalmente, todo lo que sucedía.

Sus amigas, quienes se habían ido al baño, vieron la escena desde lejos y decidieron dejarla sola. Alia había estado muy estresada últimamente con los exámenes de la facultad y algunos problemas familiares, así que un coqueteo con un extraño no le vendría nada mal. Lo que las amigas de Alia no sabían, era que ella sí conocía a Carlos.

«A veces ponerse máscaras nos hace más verdaderos», pensó Alia, mientras se veía a sí misma y a Carlos vestidos de fiesta entremezclándose con gente de un ambiente que les era extraño. Carlos parecía distendido y en paz. Actuaba como si fuese el galán de la noche, vestido con jeans y una remera blanca apretada. Alia con su micro pollera negra y un top blanco escotado, coronado con zapatos altos de tiras, también parecía una mujer acostumbrada a salir de noche. Ella recordaría que, al vestirse para esa noche, había pensado que se sentiría nerviosa y temía no encajar, así que eligió lo que le pareció un atuendo sencillo, pero efectivo: el look de mujer fatal.

Carlos la miró agarrar la copa con el trago. La vio hermosa, pero intranquila. Alia no estaba en su mundo y se notaba. La invitó a salir al patio rumbo a la playa. Era una noche fresca y de luna llena. Ella estaba encantada con el lugar y con él. Carlos, de alguna forma indescriptible, la llenaba de paz y de alegría. Sin embargo, Alia se sinceraba con ella misma diciéndose que no lo conocía y que, por lo tanto, estaba, otra vez, idealizando. Debía parar. Y convino consigo misma que, por lo menos, aceptar la copa y bajar con él hacia el río, era un paso importante para descubrir quién era realmente Carlos.

Ambos caminaron en silencio. No es que no quisieran hablar, simplemente, no podían hacerlo. Caminaban por un sendero de madera bajo la luz de la luna y de las palmeras iluminadas con dirección hacia el río. Definitivamente, el lugar era esplendoroso. Todo estaba pensado para brindar a los comensales un ambiente de paz rodeado de naturaleza y lujo.

Alia pensó que, si tenía que festejar su cumpleaños, lo haría allí. Siguieron caminando en lo que parecieron horas, pero solo habían sido minutos. El silencio era tan necesario, que ninguno de los dos osó terminarlo. Al llegar a una especie de living playero compuesto por un sillón de ratán con almohadones de rayas blancas y beige y una pequeña mesa, decidieron en una comunicación telepática, sentarse y apoyar sus copas allí. Ambos miraban el río sin pensar en nada en concreto, y cada tanto se miraban y sonreían nerviosos hasta que Carlos dijo:

—Te amo.

—¿Qué? —exclamó Alia sorprendida.

—Solo lo decía para cortar la tensión —prosiguió Carlos.

Ambos se miraron y rieron a carcajadas. La tensión, efectivamente, se había ido. Alia se sintió aún más segura de que ese chico jugaría un papel muy importante en su vida. «¡Qué bobo!», pensó ella para sus adentros.

—¿Cómo has estado? —dijo Carlos.

—Bien. Todo normal, estudiando y pasando tiempo con los amigos y la familia, lo usual. ¿Vos?

—Extrañándote.

Alia volvió a reírse y pensó que capaz el alcohol lo estaba desinhibiendo, porque el Carlos que ella recordaba no era así: tan histriónico.

—¡Basta, Carlos! —exclamó Alia.

—Decime que no me extrañaste y que no pensaste en mí —lo dijo mientras la miraba a los ojos sonriendo.

Alia lo miró y rio simplemente. No pudo decirle ni que sí ni que no. Agarró su copa y tomó un sorbo del mojito. Miró al río. Por supuesto, que lo había extrañado y cuando lo vio en la fiesta pensó que el destino había movido sus hilos para que se encontrasen. También, pensó que Posadas no era una ciudad tan grande y que era probable encontrarlo, pero decidió desechar ese pensamiento y volvió a pensar en términos de destino manifiesto. Él le gustaba y eso era innegable. Si a él le gustaba ella o solo se sintió atraído, poco importaba en esos momentos.

Sin embargo, esos chistes que comenzó a decir la intranquilizaron y, el fantasma de historias pasadas, aún a su corta edad, le advirtió que él podría estar jugando solamente. Decidió dejar de pensar tan negativamente y volvió a mirar a esos ojos que la ponían nerviosa.

—Trataré de ser directo. Me gustas y me intrigas mucho. En situaciones normales, calculo que tendría más cuidado con mis palabras e iría más despacio, pero en dos semanas salgo de viaje y quisiera conocerte. No quiero que pienses que quiero jugar contigo, pero esta es mi situación: en dos semanas me voy a vivir y a trabajar al extranjero por un año.

La cara de Alia se desfiguró. Abrió grandes sus ojos sin poder creer lo que él acababa de decir. «¿Carlos se iba? ¿Por qué? Y encima justo ahora que lo estaba empezando a conocer».

Carlos percibió que Alia ya no lo escuchaba, la vio con la vista perdida mirando el horizonte. Apoyó su mano sobre su muslo, la miró y solo atinó a decir:

—Todo va a estar bien, Alia. Tranquila.

Alia lo miró y esbozó una sonrisa cargada de tristeza. Pensó en las injusticias de la vida, en lo injusto de haberlo encontrado ahora. Tachó de su mente la idea de destino manifiesto con Carlos e impuso la frase de «la vida no es justa, es solo vida».

—No te enojes, Alia. Me gustas y mucho, pero ya tenía programado este viaje desde hace mucho tiempo y debo irme. No espero que me esperes, pero quisiera conocerte y ver qué nos pasa.

Alia no contestaba, seguía perdida. Trató de recordar la alegría y el nerviosismo que sintió al verlo solo minutos antes. La sensación de quemazón que viajaba por su cuerpo y las ganas que tenía de besarlo. Nada de eso existía ya, estaba triste. Quería irse de allí, dejar de mirar el río, dejar de sentir su mano sobre su muslo, tirar la copa en la arena, volver a la fiesta y bailar con alguien más. Olvidarlo sí, eso quería, olvidarlo. Hacer que Carlos nunca hubiese existido. Carlos debía desaparecer de su mente.

Carlos, por el contrario, lo único que quería era recuperar a la Alia risueña de hace breves instantes. Mirarla reír por y para él. Verla bien, brillante, contenta.

—Alia, volvé… aún no me fui. Disfrutemos de la noche.

—No puedo. Ya te extraño —contestó Alia mientras se paraba y salía caminando hacia el ruido y la fiesta.

Carlos la vio pararse y caminar y una sensación de amargura lo invadió. Decidió pararse. Corrió y cuando la tuvo cerca, agarró su brazo, le dio la vuelta y sin preguntarle, la besó. Alia se resistió por un momento, pero luego se dejó llevar. Ambos necesitaban ese beso. Fue un beso largo, apasionado, húmedo, voraz. Cuando por fin se separaron, se miraron y sonrieron. Carlos la abrazó y Alia se recostó sobre su pecho. Pocas palabras habían sido dichas entre ambos, pero el beso fue la prueba de que podría ser amor.

Alia odió un poco a la vida, lo odió a él por haberla besado y se odió a sí misma por dejarse besar y abrazar. Ya estaba hecho. Se relajó. Pensó con los ojos cerrados apoyada en su pecho: «Quedan dos semanas, ese es el tiempo que nos resta para amarnos. Quedan dos semanas y no importa lo que pase después, quedan dos semanas…».

El resto de la noche, Carlos no paró de besarla y la fiesta transcurrió entre besos, bailes y alcohol. Ambos no estaban acostumbrados a beber y se sentían más desinhibidos de lo normal. Cuando sus amigas lograron ubicarla entre la muchedumbre se sorprendieron de lo que vieron. Es cierto que deseaban que Alia se divirtiese y conociera a alguien, pero nunca esperaron encontrarla, tan alocadamente, besándose con un extraño en el primer encuentro.

Convengamos que Camila y Elsa no sabían que Carlos y Alia ya se habían conocido. Alia nunca les había contado de la existencia de Carlos, tal vez por temor, tal vez, por vergüenza a decir que había imaginado un futuro con alguien que había visto por breves instantes y compartido apenas unos juegos de pool y Loba o, simplemente, para que no se metieran en su vida.

Camila y Elsa la miraban entre contentas y estupefactas en cómo su amiga, la que nunca osaba salir de fiesta, bailaba y se besaba con un extraño a la vista de todos sin parecer importarle nada ni nadie.

—Alia, ¿qué te parece si descansamos un ratito? Yo voy al baño, pido otro trago y volvemos a la playa o quizás podríamos salir de acá.

—Carlos, lo primero, lo acepto; lo segundo, no vayas tan rápido. No nos conocemos y ya te vas —contestó Alia, mientras se mentía a sí misma acerca de su propio deseo.

Ella quería con todas sus fuerzas y un poco de falta de raciocinio salir de ahí con él para coronar la maravillosa noche que estaban viviendo. Sin embargo, los preconceptos de antiguas costumbres culturales la frenaban. Su mente iba para un lado, mientras que su corazón y su entrepierna para el otro. De hecho, era tanto su sentir que cuando él no la veía, tenía que cerrar sus piernas para tratar de contener la temblequera de su vagina. No quería sentirse así, pero su cuerpo la traicionaba y la humedad arreciaba para indicarle que sus palabras poco o nada tenían que ver con su sentir.

Alia aprovechó y se fue al baño. Allí la verdad salió a relucir. Su bombacha estaba empapada. Ella rio para sí. Rio porque se dio cuenta de que su deseo era irse y el de Carlos también, pero la sociedad y sus reglas imposibilitaban la conclusión de los deseos contenidos en el alma. Recordó el nombre del lugar «Un Deseo Natural» y volvió a reírse. Capaz la vida le estaba mandando de esas señales que a ella tanto le gustaba recibir y decidió escuchar lo que quiso: debía seguir sus deseos y todo estaría bien. Salió del baño pensando eso y preguntándose si efectivamente se iría o no con Carlos.

«¿Y hacia dónde la llevaría? ¿Sería seguro? Ya el pánico comenzó a invadir nuevamente su mente. Carlos el desconocido, Carlos el asesino, Carlos el abusador, Carlos el mentiroso que dice que se va de viaje para acostarse rápido con mujeres, Carlos, Carlos».

«Pará», se dijo a sí misma. «Seguí tu intuición». Y en ese preciso momento lo vio caminando hacia ella con un trago en la mano derecha, mientras que en la izquierda traía una botella de agua. Rio.

—Alia, creo que ya tomamos demasiado, pero como la noche es todavía joven, traje agua y un solo trago para ambos. Así podremos seguir divirtiéndonos sin perder la cordura —dijo Carlos sellando sus palabras con una maravillosa sonrisa.

Alia, intrigada por su accionar, no supo si Carlos hizo eso por compromiso, para quedar bien, por manipulación o porque, simplemente, era así su personalidad. Pero le gustó que dijera eso, pues se sintió protegida por ese desconocido que la había encandilado una y otra vez desde que lo vio por primera vez en Brasil. Carlos no podía ser un asesino, a lo sumo un psicópata. Rio y rio fuerte.

—Alia, ¿de qué te ríes? —preguntó intrigado Carlos.

—De nada, amor. De nada.

Ambos rieron al unísono, pero Carlos se reía por el uso de la palabra «amor», mientras que Alia pensaba en que no habría forma de que fuera un asesino.

—Alia, ¿por dónde andabas? —interrumpió Camila con una sonrisa intrigante.

—Aquí nomás. Te presento a Carlosss… —en ese momento Alia se dio cuenta de que no recordaba su apellido.

—Carlos Brum —contestó Carlos saludando a Camila con un beso.

—Hola Carlos, soy Camila, amiga de Alia y novia del dueño del bar. ¿Será que me la prestas un ratito?

—¡Ohhh! ¡Vos sos Camila! Encantado de conocerte, Esteban me ha hablado mucho de vos. Jugamos al fútbol juntos. Sííí, claro que puedes llevarte a Alia, pero solo por un rato —dijo Carlos sonriendo y guiñándole el ojo a Alia.