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Chispas en la oficina… y en el dormitorio En el pasado, la mimada Amanda Winchester había estado fuera del alcance de Jared James. Pero habían cambiado las tornas: Jared tenía éxito, Amanda no poseía nada y él era su nuevo jefe. Había llegado la hora de la venganza… y acostarse con la deliciosa Amanda sería su recompensa. Amanda odiaba que Jared tuviera ventaja, aunque sucumbir a sus sensuales demandas fuera una dulce tortura. Pero cuando Jared se dio cuenta de que se estaba llevando su virginidad, todo cambió. No contento con una noche, estaba decidido a tener a Amanda… una y otra vez.
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Seitenzahl: 170
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Natalie Anderson. Todos los derechos reservados.
AMANTE EN LA OFICINA, N.º 1865 - julio 2012
Título original: Hot Boss, Boardroom Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0666-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Amanda se tomó un instante antes de entrar en el avión y comprobó la placa del fabricante que había en la parte superior de la puerta. Sí, era de verdad. Se había construido en una fábrica auténtica. Siempre miraba aquella placa antes de entrar en un avión. Jamás embarcaba sin comprobar los datos que aparecían en aquel pequeño rectángulo de metal. Era un ritual que la tranquilizaba.
Bajó de nuevo la mirada para no ver las miradas de reprobación de las azafatas mientras le indicaban con gesto enojado su asiento. Sabía que estaban enfadadas. Igualmente, notó el enojo de los pasajeros. Había provocado un retraso de cinco minutos. No se trataba de un espacio de tiempo muy largo, pero, aparentemente, era una eternidad para los pasajeros de un avión. Escuchó los murmullos de descontento.
Pues tendrían que aguantarse. Levantó la barbilla y se esforzó aún más por no hacerles caso. Aquello había sido una emergencia. Dependían de ella demasiadas personas. Afortunadamente, Kathryn, una antigua compañera de la universidad, le había conseguido un billete en aquel vuelo en el último minuto y había hecho que el personal de tierra retuviera al avión mientras ella corría por los pasillos. Un segundo más tarde y aquella puerta habría estado cerrada. Si Amanda no hubiera tomado aquel vuelo, no habría podido llegar a Auckland al día siguiente a tiempo para la reunión. El riesgo de niebla a primera hora de la mañana era demasiado grande. Por lo tanto, había recorrido la distancia entre Ashburton y Christchurch en un tiempo récord, aunque sin superar los límites de velocidad. Kathryn se había ocupado del resto.
Casi sin mirar a la persona que ocupaba el asiento junto a la ventana, colocó su maletín en el compartimiento que tenía delante y se sentó en el asiento del pasillo. El vuelo duraba poco más de una hora, pero contaba hasta el último minuto. Aquella reunión tenía que ser un éxito. La empresa necesitaba aquel contrato para mantenerse a flote y ella necesitaba mantener su empleo. El dinero importaba. Sí, era una cuestión de vida o muerte.
Se abrochó el cinturón. El avión había empezado a moverse y las azafatas habían comenzado con las instrucciones de seguridad. La propia Amanda hubiera podido sustituirlas. Había realizado aquel viaje muchas veces en los últimos dos meses.
De repente, se dio cuenta de que se había sentado en business. No había viajado en aquella parte del avión tan exclusiva desde hacía años.
Gracias, Kathryn.
A medida que el avión iba tomando velocidad por la pista, la ansiedad comenzó a apoderarse de ella. Reclinó la cabeza sobre el asiento y cerró los ojos. Comenzó a repasar las probabilidades, los hechos y las cifras por las que un avión permanecía en el aire.
No le sirvió de nada. Un sudor frío comenzó a cubrirle todo el cuerpo.
Pensaría en la reunión. Eso le haría olvidarse de todo.
Imposible.
Pensaría en su abuelo.
Igualmente imposible.
El corazón le latía en la garganta, asfixiándola. Estaba sudando más en aquellos momentos de lo que había sudado durante su alocada carrera por el aeropuerto. No podía tener un ataque de pánico y causar más molestias a los demás pasajeros del avión. Sin embargo, el corazón le palpitaba cada vez más fuerte, más rápidamente.
«Tienes que concentrarte en la respiración».
Los pulmones se le contrajeron, como si quisieran resistirse al aire que necesitaba entrar en ellos. Los motores rugieron. Amanda se agarró con fuerza a los reposabrazos y apretó aún más los ojos. Trató de concentrarse en la relajación de sus músculos. No debía desmayarse, o peor aún, gritar.
Aspirar, espirar. Dentro y fuera. Así se hacía…
–Por supuesto. Si hablamos de alguien lo suficientemente egoísta y poco considerado como para retener un avión, esa persona solo podías ser tú, Amanda.
Abrió los ojos y giró la cabeza. Aquella voz había sido capaz de aplacar todos sus miedos.
Unos ojos más oscuros que la noche y enmarcados por espesas pestañas le devolvieron la mirada. Pómulos afilados. Frente ancha. Gruesos labios que no sonreían, al menos para ella.
Era un rostro que Amanda conocía mejor que el suyo propio, pero que no había visto desde hacía años.
–Hola, Jared.
Casi no se percató del ruido del avión al despegar. Toda su atención estaba prendada del desprecio que veía reflejado en el rostro de Jared.
–Debe de hacer al menos diez años –añadió él–. Me habría imaginado que las cosas habrían cambiado, pero ya veo que no.
Habían pasado nueve años. Nueve años y siete meses.
–Algunas cosas cambian, pero otras no –replicó ella mientras lo miraba. Vaqueros. Jared siempre llevaba vaqueros. En el instituto, trabajando en la segadora, apilando cajas o limpiando coches. Bajo el tórrido sol de verano y en la mañana más fría del invierno, Jared llevaba vaqueros. Tal vez porque sabía lo bien que le sentaban.
Sin embargo, se dio cuenta de que los vaqueros eran diferentes. Los que llevaba en aquellos momentos eran de diseño, no los vaqueros viejos y raídos de antaño, con agujeros en las rodillas y los bajos deshilachados. El jersey con el que completaba su atuendo era de la mejor lana de merino.
Algunas cosas sí cambiaban.
El avión comenzó a tomar altura, pero Amanda ni siquiera se percató.
Tenía que ser precisamente Jared James. Aquel día había sido horrible. ¿Por qué iba a pensar que las últimas horas de la jornada iban a ser mejores? Se asomó al pasillo y miró hacia la parte trasera del avión con la esperanza de ver un asiento vacío. No tuvo suerte.
–¿Serías capaz de viajar en clase turista tan solo por evitarme? –murmuró él–. ¡Qué novedad! Veo que sigues pensando nada más que en ti. Mira lo ocupada que está esa mujer –añadió refiriéndose a la azafata que iba empujando el carrito para servir bebidas–. ¿De verdad vas a molestarla aún más?
Amanda sintió que la ira y la vergüenza se apoderaban de ella. El resentimiento que sentía hacia Jared había estado latente durante nueve años y siete meses, pero se había despertado de repente para hacer que aquel viaje fuera más largo.
Ciertas cosas no se podían olvidar nunca.
Jared estaba muy equivocado. Las cosas sí cambiaban. Como la atracción que había sentido por él. Después de estar viva durante dos años había bastado una noche para hacerla pedazos.
Por su culpa, ella se había visto obligada a abandonar la ciudad en la que había vivido siempre. Por él, la relación que tenía con su abuelo se había visto afectada. Por él, había tenido que vivir en soledad y aislamiento los últimos años en el instituto.
Desde entonces, no podía regresar a casa sin pensar en él, sin ver su sombra por todas partes, sin sentir sus pisadas. No podía dejar de preguntarse dónde estaría, lo que estaría haciendo… Sin embargo, siempre aplastaba aquellos pensamientos. No quería saberlo. No quería pensar en él.
Había sentido por él demasiado. Pensara lo que pensara, había sentido demasiado. Jared le había dejado una cicatriz en el corazón que ella no podía borrar por mucho que se esforzara, por mucho que se dijera que ya había conseguido olvidarlo. Había cometido el error de ver un héroe en una persona que no tenía corazón. Los actos de él habían tenido como resultado un castigo mucho más severo de lo que su necedad adolescente se había merecido.
¿Por qué había sido tan tonta como para creerse enamorada de él?
Se volvió para mirarlo y vio la respuesta.
Ninguna jovencita inexperta de dieciséis años podría resistirse a un hombre tan atractivo. Piel oscura, olivácea, ojos casi negros y el cabello oscuro siempre revuelto. Misterio. Rebeldía. Jared James resultaba demasiado intrigante, demasiado enigmático como para que ella no hubiera sentido curiosidad. A todo esto había que añadir un físico espectacular, tonificado en las horas de duro trabajo. Por último, estaba la actitud. Ningún hombre tenía la actitud de Jared James.
Amanda no había podido resistirse, al igual que el resto de las mujeres de la ciudad. Sin embargo, ella había sido la más ingenua.
–Amanda Demanda –dijo él. Su carcajada la azotó como si fuera el viento seco del desierto.
Aquel antiguo apodo aún tenía el poder de hacerle daño. Lo había escuchado siempre entre susurros, al pasar. Sin embargo, nadie se había atrevido a decírselo a la cara. Solo Jared.
Los ojos de él la desafiaban. La boca parecía burlarse de ella. Amanda levantó la barbilla. Solo había un modo de manejar aquella situación. Fría cortesía. Los modales propios de una dama, unos modales que Jared jamás utilizaba, al menos con ella. En realidad, tampoco podía culparle. Ella también se había portado muy mal con él y le había exigido de manera muy grosera que le obedeciera cuando estaba en la finca de su abuelo. Había sido el modo en el que una chica inmadura había tratado de conseguir su atención sin lograrlo, al menos no del modo que ella deseaba. Por ello, después había probado con algo aún más infantil. Había oído el modo en el que las chicas hablaban de él, el modo en el que lo miraban… Se rumoreaba que era un amante peligroso, exigente, el amante que todas las mujeres querían. Ella, ingenuamente, había pensado que si le ofrecía todo conseguiría la clase de atención que buscaba.
Menuda estupidez. La reacción que Jared tuvo le había arrebatado los últimos retazos de su infancia y eso era algo que ella jamás le perdonaría.
Bien. En aquellos momentos no buscaba su atención. Decidió que no le daría más que una conversación cortés, le preguntaría educadamente por su vida y luego se excusaría con su trabajo. Por mucho que le hubiera gustado reaccionar de otro modo, ya había causado suficientes molestias en aquel vuelo. Además, no parecía haber más asientos disponibles.
Respiró profundamente para tranquilizarse y se volvió hacia él con la mayor sonrisa que pudo esbozar. En realidad, era minúscula, pero allí estaba.
–Vaya, Jared, ¿qué tal estás?
–Ocupado.
–¿Has venido a visitar a los viejos amigos?
–Tan solo ha sido una escala para mí. Se debería haber tardado diez minutos en embarcar a los pasajeros de Christchurch, pero, por tu culpa, han sido quince. Vengo de Queenstown.
–¿Has estado esquiando? –le preguntó ella sin hacer caso de la indirecta.
–No. Practicando snowboarding.
–Qué bien.
Prefirió no imaginarse a Jared con el cabello cubierto de nieve. Él estaría guapísimo en la montaña. En realidad, era demasiado guapo hasta estando sentado a su lado. Amanda comprendió que una mujer de veinticinco años podía verse igual de afectada que una de dieciséis por el físico de Jared James.
Trató de respirar profundamente para olvidarse de aquel pensamiento y volver a sentir ira. Decidió que ya había hablado lo suficiente. El avión avanzaba tranquilamente, por lo que se inclinó y tomó su maletín. Había llegado el momento de concentrarse en su trabajo a pesar de que resultaba evidente que le iba a costar. No podía dejar de pensar en los recuerdos que llevaba mucho tiempo tratando de enterrar. La humillación de entonces resultaba tan real y reciente como nunca. A pesar de todo, sacó tranquilamente el ordenador. Estaba decidida a mantener las apariencias y su dignidad. Después de todo, ya no tenía dieciséis años.
Aceptó un café de la azafata y se reclinó sobre el asiento para que Jared pudiera tomar el suyo.
–¿Y tú, Amanda? ¿Has estado ocupada? –le preguntó él tras dar un sorbo.
–Mucho.
–Tú ni siquiera conoces el significado de esa palabra –replicó él con una carcajada.
–Te aseguro que ya no me conoces, Jared –dijo ella suave pero firmemente.
Jared no sabía lo mucho que había cambiado su vida. Tal vez nueve años atrás había sido una niña mimada, caprichosa, pero ya no lo era. Había crecido y había adquirido responsabilidades.
–Conozco lo suficiente.
Jared la observaba atentamente. Amanda se dijo que no podría ver mucho aparte del abrigo de lana marrón, que tenía ya varios años, y que con su estilo clásico y atemporal ocultaba la falda y la camisa que habían estado muy de moda varias temporadas atrás.
Sin embargo, a pesar del grueso abrigo y de las medias opacas que le cubrían las piernas, se sentía como si la mirada de Jared la estuviera desnudando. Observó los oscuros ojos y sintió que el pulso se le aceleraba.
Entonces, recordó.
Jared James era malo. Tenía malos modales, mal genio, mal comportamiento y era malo para ella.
De repente, él le tomó la mano. Inmediatamente, Amanda trató de apartarla, pero Jared se lo impidió. Sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, él tiró de la mano y comenzó a inspeccionarle los dedos más detenidamente. La piel de Amanda pareció arder cuando entró en contacto con la de él.
–No me puedo creer que estas manos tan bonitas sepan lo que es trabajar duro.
Jared comenzó a trazarle círculos sobre la palma. Amanda quería retirar la mano, pero, al mismo tiempo… al mismo tiempo, el resto de su cuerpo empezó a…
Desear.
Aquellos círculos la turbaban. Los dedos le temblaban. Le costaba tomar aire para respirar.
Una sonrisa suavizó la boca de Jared. Era la clase de sonrisa que jamás le había dedicado a Amanda, una sonrisa que la tentaba y la ponía nerviosa. La sonrisa se profundizó y se convirtió en el gesto que podía conseguir tumbar a una mujer sobre una cama en cuestión de segundos.
Por supuesto, aquello era algo que ella jamás le permitiría hacer. No podía volver a sentirse de nuevo así…
–Esta clase de manos lo saben todo sobre el placer –susurró él. Entonces, le deslizó dos dedos sobre la palma y levantó los ojos justo a tiempo para ver la mirada hipnotizada y sorprendida de ella–. ¿Verdad, Amanda?
Amanda apretó el puño y retiró la mano. Se sentía muy avergonzada, pero lo peor de todo era que sospechaba que Jared sabía que no era vergüenza lo único que estaba experimentando. Dejó de intentar mostrarse madura y cortés. Lo miró con desaprobación. No le gustaba el efecto que Jared tenía sobre ella, el efecto que siempre había tenido con o sin sonrisa.
El muy canalla se estaba riendo, en aquella ocasión con un descarado sarcasmo.
Todo resultaba demasiado humillante. Encontrarse con el hombre que había sido la causa de tanto sufrimiento y descubrir que él aún podía turbarla de aquella manera era insoportable.
–Te ruego que me perdones, Jared. Tengo mucho trabajo que hacer –le dijo.
–¿De verdad, Amanda?
–En realidad, sí. Al contrario de lo que tú puedas pensar, no soy una mujer rica y tengo que ganarme el dinero para poder comer.
–Pero supongo que no justamente ahora.
Ella miró el reloj. Faltaba aún una hora aproximadamente para que terminara aquel vuelo infernal y fijó la mirada en la pantalla del ordenador deseando poder desaparecer dentro de la pantalla.
–Sabes que siempre fuiste una mujer muy hermosa, Amanda, pero lo eres aún más ahora.
–¿Tú crees? –replicó ella. Trató de fingir desinterés, pero no pudo.
Jared la miró de arriba abajo.
–Sí. Tal vez estás un poco pálida y algo delgada, aunque resulta difícil verlo bajo ese abrigo. Tienes los pómulos muy afilados. ¿Acaso últimamente no has dormido lo suficiente?
–Como te he dicho, he estado muy ocupada –dijo ella tratando de centrarse de nuevo en la pantalla.
Jared se giró completamente hacia ella para observarla mejor. Al final, Amanda no se pudo resistir. ¿De verdad había pensado él que ella era guapa todos aquellos años atrás? Si de verdad había sido así, ¿por qué lo había hecho?
Dejó de pensar en el pasado y lo miró.
–Tuviste tu oportunidad.
–¿Significa eso que no tendré otra?
Lo miró fijamente a los ojos, tan fríamente como pudo.
–No.
Jared sonrió.
–Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo otra.
–Por favor –comentó ella con sarcasmo–. ¿De verdad crees que vas a conseguir algo con esa frasecita?
–¿Acaso está demasiado cerca de la verdad?
–Más bien es demasiado machista.
–Dime que no y te escucharé. Tanto si lo dices en serio como si no –dijo Jared. Se inclinó hacia ella, hablándole en voz baja–. Jamás he necesitado insistirle a una mujer. Normalmente, es al revés.
Amanda parpadeó. Había tardado un segundo en absorber lo que él le había dicho. Le estaba recordando…
–Yo era muy joven.
–Pero ahora ya no lo eres tanto. Pídemelo otra vez –murmuró–. En esta ocasión, la respuesta podría ser muy diferente. No sería difícil que yo dijera que sí…
–Sigue soñando, don Juan.
Jared se echó a reír.
–Eres tan refinada, Amanda. ¿Qué le ha pasado a la niña caprichosa que siempre conseguía lo que quería?
Amanda lo entendió por fin. Estaba burlándose de ella. No había dicho ni una sola palabra en serio. Cuando más cortésmente se portaba ella, más grosero era él. Hasta que consiguió hacerla saltar.
Decidió que si Jared quería hablar, ella controlaría la conversación a partir de aquellos momentos.
–¿Has estado últimamente en Ashburton?
–No he estado desde hace nueve años y siete meses.
La satisfacción se apoderó de ella. Jared sabía exactamente el tiempo que había pasado. Él se marchó de la ciudad la semana en la que ella cumplía años. Amanda no lo había vuelto a ver desde entonces.
–¿Y por qué no?
–No había razón para hacerlo.
Ni familia. Ni amor. Ni ninguna persona especial.
Amanda había querido darle amor. En realidad, ella y el resto de la población femenina de Ashburton. Jared James, que había sido abandonado por su madre y cuyo padre era un alcohólico empedernido, era muy guapo y estaba solo y aislado.
–¿Ni siquiera la curiosidad?
–¿Y por qué debería tener curiosidad?
–Tienes razón.
Amanda decidió que no iba a sentirse herida por aquella respuesta. Prefería sentirse agradecida porque la falta de interés de Jared significaba muy probablemente que no sabía lo de su abuelo. De hecho, no había muchas personas que lo supieran, pero en una ciudad pequeña resultaba difícil guardar secretos, en especial cuando se trataba de una figura pública tan importante. Sin embargo, su abuelo se merecía dignidad y Amanda estaba trabajando más de lo que había trabajado en toda su vida para asegurarse de que la tuviera. Por alguna razón, le resultaba importante que Jared no pensara mal de su abuelo. Podía pensar lo que quisiera de ella, pero no de su abuelo.
Se centró de nuevo en la pantalla. Leyó la misma frase cinco veces antes de comprenderla y de tratar de ir a la siguiente. No pudo hacerlo. Sería mejor que se preocupara de otras cosas.
Tenía la reunión a las diez del día siguiente y para ellos era vital conseguir aquel contrato. La agencia se había visto muy afectada por el clima económico y corría el riesgo de verse obligada a cerrar. Si aseguraban aquel contrato, podrían salir adelante. Y ella necesitaba salir adelante. Su abuelo dependía de ello.
Desgraciadamente, le resultaba imposible concentrarse. Además, sabía que le esperaba una larga noche llena de incómodos recuerdos mezclados con nervios y adrenalina. Lo peor de todo era que necesitaba estar al cien por cien al día siguiente.
Maldita sea… ¿Por qué tenía que estar Jared James en aquel vuelo?
Jared se sentía irritado y divertido a la vez. Al final, terminó por ver el lado divertido de todo aquello. Amanda tenía un aspecto completamente tranquilo cuando entró en el avión. Ni se dignó a mirar a los pasajeros ni a disculparse con nadie. Por supuesto que no.