Amor cautivo - Chantelle Shaw - E-Book

Amor cautivo E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Había sido secuestrada por su enemigo Drago Cassari habría apostado su cuantiosa fortuna a que Jess Harper era una ladrona y una mentirosa. Para proteger a su familia, debía mantenerla cerca. Pero, cautiva en su palacio, la batalladora Jess no tardó en obsesionarle. Drago sabía que era una locura, pero Jess hacía que le ardiera la sangre en las venas… Estar con Drago era como estar en el infierno y en el cielo a la vez; exquisitas y sensuales noches dieron paso a la dura realidad cuando descubrió que estaba embarazada. Aquello la ataba para siempre al arrogante italiano, y a los pecados de su pasado…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Chantelle Shaw. Todos los derechos reservados.

AMOR CAUTIVO, N.º 2257 - septiembre 2013

Título original: Captive in His Castle

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3517-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Quién diablos es Jess?

Drago Cassari apartó un mechón de pelo moreno de su frente mientras contemplaba con preocupación y expresión frustrada la figura inmóvil de su primo en la cama de la unidad de cuidados intensivos. El rostro de Angelo presentaba un tono casi gris contra las sábanas blancas. Tan solo la casi imperceptible elevación y descenso de su pecho indicaba que seguía aferrado a la vida, ayudado por los diversos tubos conectados a su cuerpo, mientras una máquina que se hallaba junto a la cama registraba sus signos vitales.

Al menos había empezado a respirar sin ayuda y, tres días después de que lo hubieran sacado de su coche accidentado para trasladarlo al hospital Mestre de Venecia, comenzaba a haber indicios de que estaba recuperando la consciencia. Incluso acababa de murmurar algo. Una sola palabra. Un nombre.

–¿Sabéis a quién se refiere? –Drago volvió la mirada hacia las dos mujeres que se hallaban al pie de la cama y se abrazaban mientras lloraban–. ¿Es Jess una amiga de Angelo?

Su tía Dorotea dejó escapar un sollozo.

–No sé cuál es su relación con ella. Ya sabes que últimamente se ha estado comportando de un modo muy extraño. Casi nunca respondía al teléfono cuando lo llamaba. Pero logré hablar con él unos días antes de... –su voz se quebró– antes del accidente, y me dijo que había renunciado a su curso en la universidad y que estaba viviendo con una mujer llamada Jess Harper.

–En ese caso será su querida –a Drago no le sorprendió enterarse de que su primo había dejado sus estudios de Empresariales en Londres. Angelo había sido excesivamente mimado por su madre desde que perdió a su padre siendo un niño, y siempre había huido de todo lo que se pareciera al trabajo. Más sorprendente resultaba la noticia de que hubiera estado viviendo con una mujer en Inglaterra. Angelo carecía de confianza en sí mismo en todo lo referente al sexo opuesto, pero, al parecer, había superado su timidez–. ¿Te dio sus señas en Londres? Tengo que ponerme en contacto con esa mujer y organizar las cosas para que venga a visitarlo –Drago miró al neurólogo que se hallaba al cuidado de su primo–. ¿Cree que existe la posibilidad de que el sonido de la voz de esa mujer despierte a Angelo?

–Es posible –respondió el médico con cautela–. Si Angelo tiene una relación cercana con esa mujer, puede que reaccione.

Dorotea dejó escapar un nuevo sollozo.

–No creo que sea buena idea traerla aquí. Temo que es una mala influencia para Angelo.

Drago frunció el ceño.

–¿Qué quieres decir? Si la tal Jess Harper puede ayudar a Angelo, es imperativo que venga a Italia. ¿Por qué piensas que es una mala influencia?

Dorotea se dejó caer en una silla y comenzó a sollozar con tal fuerza que sus hombros se estremecieron.

Drago controló su impaciencia, pues comprendía la agonía de Dorotea. Su primo solo tenía veintidós años, y en muchos sentidos seguía siendo poco más que un niño... aunque cuando él tenía su edad ya era director de Cassa di Cassari, lo que suponía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Las muertes de su padre y su tío, causadas por una avalancha mientras esquiaban, habían arrojado a Drago de lleno al despiadado mundo de los negocios. También tuvo que hacerse cargo de sus desoladas madre y tía, y había asumido el papel de padre para su primo de siete años.

Ver a Angelo en aquel estado, no saber qué iba a ser de él, suponían una auténtica tortura. Durante los pasados quince años se había esforzado mucho por su familia, y odiaba la sensación de impotencia que le producía aquella sensación. No tenía ningún medio para lograr que Angelo recuperara la consciencia, pero al menos tenía el nombre de una mujer que podía ayudar.

Luisa Cassari, la madre de Drago, palmeó con delicadeza el hombro de su hermana.

–Debes decirle a Drago lo que ha hecho Angelo, y por qué te preocupa tanto su relación con esa inglesa.

–¿Qué ha hecho Angelo? –preguntó de inmediato Drago.

Dorotea fue incapaz de contestar a causa de los sollozos, pero finalmente logró contenerlos.

–Ha dado dinero a esa mujer... mucho dinero. De hecho, toda la herencia que le dejó su padre. Y eso no es todo. Jess Harper tiene una ficha policial.

–¿Cómo lo sabes?

–Hace una semana recibí una llamada de Maurio Rochas, que sigue siendo el asesor financiero de Angelo. Estaba preocupado porque lo que tenía que revelarme era información confidencial, pero sentía que era su deber ponerme al tanto de que Angelo había sacado todo su dinero del banco. Cuando interrogué a Angelo al respecto, fue muy brusco conmigo –explicó Dorotea con voz dolida–. Finalmente admitió que había prestado su fondo a esa mujer, Jess Harper, pero no me dijo para qué, ni cuándo pensaba devolvérselo. Se mostró especialmente reservado y sentí que me estaba ocultando algo. Estaba tan preocupada que llamé de nuevo a Maurio. Este me contó que había hecho averiguaciones sobre la mujer y que había descubierto que unos años atrás había sido condenada por fraude.

Drago masculló una maldición y recibió una mirada de reproche de su madre. A veces se preguntaba si sus parientes se harían alguna vez cargo de sus vidas en lugar de fiarse de él para que resolviera sus problemas. Él mismo había animado a Angelo a que se fuera a Inglaterra a estudiar, creyendo que así se volvería más independiente.

–¿Qué tontería habrá hecho ahora? –murmuró casi para sí.

Pero su tía tenía un oído excelente.

–¿Cómo puedes culpar a Angelo estando su vida pendiente de un hilo? –dijo, llorosa–. Puede que la tal Jess Harper lo convenciera contándole alguna mentira. Ya sabes que tiene un gran corazón... Es joven, y admito que un poco ingenuo, pero estoy segura de que no habrás olvidado que a ti también te engañó una mujer rusa hace unos años, Drago, y aquella situación fue mucho peor que esta, porque lo que hiciste casi lleva a Cassa di Cassari a la ruina.

Drago apretó los dientes al recordar el episodio más humillante de su vida. Cuando tenía la edad de Angelo se metió en un lío a causa del bello rostro y el sensual cuerpo de una mujer. Se coló totalmente por la promesa de sensualidad que escondían los ojos negros de Natalia Yenka y persuadió a la junta directiva de Cassa di Cassari, la compañía de objetos de lujo para el hogar fundada por si bisabuelo, para que invirtiera en una operación sugerida por aquella rusa. Pero la aventura resultó ser un fraude y Drago estuvo a punto de perder la confianza de la junta.

Desde entonces se había esforzado mucho por recuperar su apoyo, y estaba orgulloso de haber hecho de Cassa di Cassari un importante negocio para la economía italiana. Pero ni los miembros de la junta ni su familia conocían los sacrificios personales que había tenido que hacer para alcanzar el éxito, ni el vacío que sentía en su interior.

Agitó la cabeza como para alejar aquellos pensamientos y centró la atención de nuevo en su primo. Si su tía perdía a su hijo, no creía que fuera a ser capaz de superarlo. Aquella espera resultaba desesperante y, si existía la mínima posibilidad de que la presencia de aquella mujer inglesa pudiera hacer salir a Angelo del abismo en que se encontraba, debía convencerla de que acudiera al hospital.

–¿Adónde vas? –preguntó su tía con voz trémula al ver que se encaminaba hacia la puerta con paso decidido.

–A buscar a Jess Harper. Y cuando la encuentre pienso asegurarme de obtener algunas respuestas.

Con la pesada caja de herramientas y la bolsa de la compra a cuestas, Jess entró como pudo en su piso y se agachó para recoger el correo de debajo del felpudo. Había dos recibos y una carta del banco. Por un instante su corazón latió más rápido, hasta que recordó que ya no tenía en números rojos la cuenta de su negocio, y que tampoco tenía que preocuparse por devolver un cuantioso descubierto. Era difícil dejar atrás las viejas costumbres.

Mientras avanzaba por el pasillo echó un vistazo a la habitación de Angelo. Estaba perfectamente recogida... lo que significaba que aún no había vuelto. Frunció el ceño. Hacía tres días que se había ido y desde entonces no había respondido a ninguna de sus llamadas. ¿Debería estar preocupada por él? Probablemente había cambiado de trabajo, como solían hacer muchos de los empleados eventuales que contrataba.

Pero Angelo había sido distinto a los demás. A pesar de haberle asegurado que tenía experiencia como decorador, pronto había quedado claro que no tenía ni idea. Sin embargo era inteligente y hablaba perfectamente inglés, aunque con acento extranjero. Le contó que era un emigrante sin hogar. Su gentil naturaleza le había recordado a la de su mejor amigo, Daniel, al que conoció en el hogar de acogida para niños, y tal vez por eso le había ofrecido impulsivamente el cuarto que tenía vacío en su piso hasta que lograra salir adelante. Angelo se había mostrado muy agradecido, y no resultaba muy normal que se hubiera ido sin despedirse, sobre todo dejando sus cosas atrás y, especialmente, su querida guitarra.

Denunciar su desaparición habría resultado exagerado, y, aunque ya hacía tiempo que habían pasado sus años de adolescente problemática, aún conservaba cierta desconfianza hacia la policía. Pero ¿y si había sufrido un accidente y estaba solo en algún hospital? Ella sabía muy bien lo que era sentirse totalmente sola en el mundo.

Si al día siguiente no tenía noticias de él iría a la policía, decidió mientras dejaba la bolsa de la compra en la mesa de la cocina. Luego sacó la comida congelada que había comprado. A causa de una confusión con las pinturas, el trabajo que tenía entre manos se había retrasado, y ese era uno de los motivos por el que la desaparición de Angelo resultaba tan inconveniente. Era posible que no fuera el mejor pintor del mundo, pero para acabar el contrato a tiempo necesitaba toda la ayuda posible.

Las instrucciones de la caja plateada de pasta a la boloñesa decían que se cocinaba en seis minutos. Dado el hambre que tenía, seis minutos parecían una eternidad, pero mientras se hacía tenía tiempo de tomar una ducha. Al mirarse en el espejo vio que tenía una mancha de pintura blanca en el pelo, nada extraño después de haber estado pintando un techo.

Se desvistió rápidamente y fue a la ducha. La semana anterior, para celebrar su cumpleaños, se había permitido el lujoso gusto de comprar un gel para la ducha. La perfumada espuma le dejó la piel suave como la seda, y una generosa dosis de champú bastó para eliminar la pintura del pelo.

Su cuadrilla de trabajadores se burlarían de ella sin piedad si averiguaran que tenía un lado tan «femenino». Trabajar en un entorno de hombres era duro, pero también lo era ella; su infancia se había encargado de asegurarse de ello.

El sonido del timbre de la puerta fue inmediatamente seguido del timbrazo del microondas que indicaba que la comida ya estaba lista. Se puso rápidamente el albornoz y fue a la cocina. El timbre volvió a sonar. ¿Por qué no desistía quien fuera y le dejaban comer tranquila?, se preguntó, irritada. La comida del microondas olía ligeramente a plástico, pero tenía tanta hambre que le daba igual. Sacó el recipiente con los espaguetis y le quitó la capa de plástico transparente que lo cubría. Cuando el timbre sonó por tercera vez, se le ocurrió de pronto que tal vez era Angelo.

Drago apartó la mano del timbre y soltó una maldición. Estaba claro que no había nadie en la casa. Había conducido a toda velocidad desde el aeropuerto hasta Hampstead, que era donde vivía Jess Harper. Según Maurio Rochas, la inglesa era pintora. Probablemente tenía bastante éxito si podía permitirse vivir en aquella zona de Londres.

Maurio apenas tenía información sobre ella, y el detective que había contratado Drago aún no se había puesto en contacto con él. Pero, de momento, los motivos por los que Angelo hubiera decidido dar su dinero a aquella mujer eran irrelevantes. Lo único que importaba era lograr persuadirla para que visitara a Angelo en el hospital, pues existía la posibilidad de que el sonido de su voz lograra sacarlo del coma.

Frustrado, pulsó el timbre una vez más, aunque sabía que sería inútil. No tenía sentido seguir allí si Jess Harper no estaba en casa. Estaba a punto de encaminarse de nuevo hacia las escaleras cuando la puerta se abrió.

–Oh –dijo una voz a sus espaldas–. Pensaba que se trataba de otra persona.

Drago giró sobre sus talones... y sintió que se quedaba sin aliento al contemplar la figura de la mujer que se hallaba en el umbral de la puerta. Solo en otra ocasión en su vida se había sentido tan noqueado por una mujer, y entonces era un impresionable joven de veintidós años. En la actualidad tenía treinta y siete, poseía una considerable experiencia sexual y empezaba a estar un tanto cansado de las relaciones superficiales que solía mantener.

Agitó ligeramente la cabeza para despejarse. Había conocido a cientos de mujeres preciosas a lo largo de su vida, y se había acostado con muchas de ellas, pero aquella lo había dejado literalmente sin aliento. Su mirada se vio atraída como por un imán por la abertura del albornoz blanco, que revelaba la curvilínea parte superior de los pechos. Darse cuenta de que probablemente estaría completamente desnuda debajo de aquella prenda despertó su deseo con una intensidad desconcertante.

El rostro de la joven que tenía delante era un óvalo perfecto y sus delicados rasgos parecían haber sido esculpidos en porcelana. Los altos pómulos le conferían un aire casi élfico que se veía acentuado por sus rasgados ojos verdes. Su melena, color pelirrojo oscuro, acentuaba la palidez de su piel. Drago experimentó un inexplicable sentido de la posesión que le hizo desear tomarla allí mismo.

–¿Puedo ayudarlo en algo?

Su voz era suave, con una ligera ronquera que hizo que el corazón de Drago latiera aún más deprisa. La idea de que su primo Angelo hubiera hecho el amor con ella le produjo una intensa sensación de celos.

–¿Es usted Jess Harper? –preguntó con brusquedad.

Ella entrecerró los ojos.

–¿Quién quiere saberlo?

–Me llamo Drago Cassari. Tengo entendido que mi primo Angelo ha estado viviendo aquí con usted.

–¿Su primo? –repitió Jess, perpleja–. Angelo me dijo que no tenía ningún familiar. ¿Tiene algún papel que lo demuestre? –añadió con cautela.

Irritado por su tono suspicaz, Drago sacó su móvil y buscó una de las fotos que tenía almacenadas.

–Esta es una foto de Angelo y su madre conmigo. Fue tomada hace seis meses, en la inauguración de la nueva Cassa di Cassari en Milán –explicó a la vez que le entregaba el teléfono.

Jess contempló la pantalla unos momentos.

–Está claro que es Angelo, aunque nunca lo había visto vistiendo un esmoquin –dijo lentamente–. Pero... esto no tiene sentido. No entiendo por qué no mencionó nunca a su familia.

A Drago no le extrañó que Angelo hubiera mantenido en secreto los detalles de su vida privada. Los Cassari eran una de las familias más ricas de Italia, y atraían mucho la atención de la prensa. Él mismo había sido perseguido por los paparazzi desde que era una adolescente, y había enseñado a su primo a ser muy cauteloso con la prensa. Pero, si era cierto que Jess Harper tenía una ficha policial, tal vez no había sido lo suficientemente cauteloso con ella.

La expresión confundida de Jess Harper resultaba sorprendentemente convincente.

–Hay una tienda Cassa di Cassari en Oxford Street donde venden una ropa de cama exquisita y otros artículos para el hogar. No había relacionado el apellido de Angelo con ese nombre. Pero supongo que solo será una coincidencia –frunció el ceño tras mirar de nuevo la foto–. A fin de cuentas, no es posible que Angelo esté relacionado con esa cadena de tiendas de fama mundial...

¿Sería cierto que no estaba al tanto? A Drago le costaba creerlo.

–Nuestro bisabuelo fundó Cassa di Cassari poco después de que acabara la Primera Guerra Mundial. Después de que nuestros padres murieran en un accidente heredé el setenta por ciento de la empresa, y Angelo el treinta por ciento.

Jess Harper le devolvió el teléfono como si le quemara.

–No entiendo qué está pasando, ni por qué me engañó Angelo, pero el hecho es que no está aquí. Se fue hace un par de días sin decir adónde iba y no sé dónde está. Me temo que no puedo ayudarlo –dijo, y empezó a cerrar la puerta.

Drago se lo impidió introduciendo un pie en el umbral.

–Está en el hospital, luchando por su vida.

Jess se quedó paralizada. El enfado que le había producido averiguar que Angelo le había mentido se evaporó al instante.

–¿Por qué? ¿Está enfermo? –preguntó, sintiéndose repentinamente culpable por no haber denunciado la desaparición de Angelo. Era un joven muy agradable, y ella debería haberse dado cuenta de que no se habría ido del piso sin despedirse.

–Tuvo un accidente. Ha sufrido lesiones cerebrales y lleva tres días inconsciente –Drago Cassari habló en un tono muy controlado, pero, cuando Jess lo miró, vio evidentes indicios de tensión en su rostro.

Jess se sintió enferma al recordar a Angelo la última vez que lo vio. Había preparado una sencilla comida para ambos y Angelo se había mostrado especialmente agradecido. Luego la ayudó a fregar. Al día siguiente le sorprendió descubrir que se había ido, pero asumió que estaba tan acostumbrado a vivir solo como ella y que no había considerado necesario informarla de que se iba.

–He venido a pedirle que vaya a visitarlo al hospital –continuó Drago–. Cuanto más tiempo permanezca inconsciente, más probabilidades habrá de que sufra daños cerebrales permanentes.

–¿Tan mal está? –preguntó Jess, agobiada. De pronto, en su mente surgió la imagen de Daniel en la unidad de cuidados intensivos, después de haber sido atropellado por un coche cuando iba en bici. Parecía tan tranquilo, como si estuviera dormido, pero la enfermera le explicó que estaba conectado a una máquina que respiraba por él y que no mostraba ninguna actividad cerebral. Jess entendió que estaba muy enfermo, pero no esperaba que muriera. Solo tenía dieciséis años. Ya habían pasado otros ocho desde entonces, pero recordarlo aún hacía que un nudo le atenazara la garganta.

¿Correría peligro la vida de Angelo? Por la seria expresión de su primo, así debía de ser.

–Claro que iré a visitarlo al hospital –Jess no sabía por qué le había dicho Angelo que no tenía familia, pero eso carecía de importancia cuando su vida corría peligro.

Miró al hombre que decía ser primo de Angelo y captó un ligero parecido entre ambos hombres. Los dos eran morenos, aunque Angelo tenía el pelo rizado y Drago lo tenía liso y lo llevaba más corto. Pero mientras que el atractivo de Angelo resultaba bastante juvenil, con sus enternecedores ojos y su suave sonrisa, su primo era el hombre más letalmente sexy que Jess había visto.

Su rostro resultaba cruelmente bello, duro, anguloso, con unos ojos color ébano bajo unas espesas cejas. Sus labios no sonreían de forma natural, pero su curvatura poseía una sensualidad única...

Aquellos pensamientos fueron tan inesperados que Jess estuvo a punto de dar un gritito debido a la sorpresa. Cuando lo miró a los ojos captó en ellos un destello de algo que provocó una extraña e intensa sensación en su pelvis.

–Por supuesto que iré al hospital –repitió–. Pero antes tengo que vestirme.

Al decir aquello, Jess se hizo intensamente consciente de que estaba desnuda bajo el albornoz. Se tensó mientras Drago Cassari la sometía a un intenso escrutinio. Tuvo la sensación de que la estaba desnudando mentalmente y aferró instintivamente las solapas. El brillo de aquella mirada le advirtió de que él era muy consciente del efecto que le estaba provocando. Jess se ruborizó mientras se preguntaba por qué estaría reaccionando de forma tan poco habitual en ella. Trabajaba en un entorno de hombres que la consideraban «uno de ellos». Solo una vez en la vida se había sentido sexualmente atraída por un hombre, y la experiencia le había dejado unas cicatrices emocionales que aún no habían sanado por completo. Desde entonces había estado demasiado ocupada con su trabajo como para entretenerse con aquello. No estaba acostumbrada a reaccionar con los hombres a un nivel sexual, y le conmocionaba su reacción ante aquel desconocido... aunque fuera el hombre más sexy que había visto.

Pero Drago Cassari no era un completo desconocido; era el primo de Angelo, se recordó. Le avergonzó haberse permitido aquellos pensamientos inapropiados mientras Angelo se hallaba en una situación crítica. Respiró profundamente y abrió completamente la puerta para permitirle pasar.

–¿Quiere entrar a esperar? Solo me llevará un momento cambiarme.

–Gracias.

En cuanto Drago entró en la casa, su figura pareció dominar el espacio. Debía de medir casi un metro noventa, y el hecho de que vistiera por completo de negro, vaqueros, camisa y cazadora, acentuaba su altura y su poderío físico. Jess captó el aroma de su loción para el afeitado y sintió un cosquilleo en sus pezones cuando, excitados, rozaron la tela del albornoz.