Amor & Hate - Roberto Santiago - E-Book

Amor & Hate E-Book

Roberto Santiago

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Beschreibung

Erik, Allegra, Nil y Ras han viajado a Benidorm para vivir una experiencia única en el festival de música.No se conocen de nada, sus motivos son distintos y quizá, en otras circunstancias, sus vidas nunca se hubieran cruzado. Pero la noche antes de la final sus caminos se encuentran.Una huida, una explosión, una pistola, y cuatro jóvenes que se unen en una peculiar banda para buscar su propia melodía en un mundo lleno de trampas.

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1.

ERIK

Un disparo.

Solo uno.

Es la primera vez en mi vida que voy a usar una pistola.

Puedo sentir el frío del metal en el bolsillo.

Un solo disparo.

No te dará tiempo a más.

Apunta bien.

Solo uno.

Jamás he disparado.

Ni siquiera en un videojuego.

Soy malísimo para esas cosas.

Solo tengo que apretar el gatillo.

Estoy rodeado de miles de personas.

La música retumba en el pabellón.

El humo.

Las palmas.

La euforia contagiosa.

Ella está en el escenario.

Cantando.

Los bailarines la llevan en volandas sobre la plataforma circular.

Las cámaras de televisión vuelan a su alrededor.

Una grúa sube y baja.

Los atrecistas empujan el decorado a toda velocidad.

El show está en el momento álgido.

Tres minutos donde se lo juega todo.

Ciento ochenta segundos y se acabará.

Cuando dispare, habrá gritos, empujones, carreras, caos.

Los del pinganillo se abalanzarán sobre mí.

Caeré de bruces.

Me inmovilizarán.

Apretarán sus rodillas sobre mi cuerpo.

Me dolerá.

Lo mereceré.

Habrá sufrimiento, acusaciones, reproches.

Los servicios de seguridad privados, la Policía Nacional, la Guardia Civil...

Todos intervendrán.

Habrá declaraciones gruesas.

El festival repulsa cualquier acto de violencia.

Este tipo de actitudes son intolerables.

Y otras cosas parecidas.

Sacarán un perfil de mi vida, de mi familia, de mi instituto.

Se culpará al sistema.

A la educación que he recibido.

A la pérdida de valores y referentes.

Habrá debates.

Mogollón de hashtags.

Tendencias.

Polémica.

Al final, el viento lo barrerá todo y solo quedará el silencio.

Eso del viento y el silencio no se me ha ocurrido a mí. Es de una canción, como casi todas las cosas buenas.

Ella no acabará su canción.

Yo no sé dónde terminaré.

Ha llegado el momento.

Respiro hondo.

Me abro paso entre la gente.

Atravieso la pista.

La gente cree que solo intento coger mejor sitio.

Algunos protestan.

Hay codazos.

El sudor pegajoso.

Sigo avanzando.

Estoy a punto.

Ella canta como si el mundo se fuera a acabar, como si fuera la última vez que entona esa melodía.

Se ha convertido en un himno.

Sus mechones azules vuelan.

La luz recorre sus tatuajes en cuello y brazos.

Tiene nombre de diosa griega, de destello luminoso, de titán.

La gente, enloquecida, corea su nombre.

Selene.

Selene.

Selene...

El palacio de deportes estalla.

Una descarga de emoción recorre las gargantas de miles de personas.

El estribillo resuena como si fuera un volcán a punto de entrar en erupción, escupiendo notas musicales.

Vale.

Lo del volcán que escupe notas tampoco es mío, lo he sacado de otra canción.

Tengo ganas de brincar.

De unirme a aquel estribillo.

Es todo lo que quiero,todo lo que te quiero,todo lo que me quiero.Todo lo que te meto,todo lo que me meto,todo lo que merezco.Lo-que-te-me-me-me-to,lo-que-me-me-me-me-to.

Acaricio el gatillo.

La gente baila.

Se empujan, se agarran, se abrazan, se besan.

Eufóricos.

Desde la grada A, en la parte superior del pabellón, alguien me observa.

Es la única que no canta, que no aplaude, que no tiene los ojos clavados en la actuación.

Es Ras.

La chica del autobús.

Siento su mirada siguiendo mis pasos entre la multitud.

Lo-que-te-me-me-meee-to,lo-que-me-me-me-meeeee-to.

Del techo caen miles de estrellas.

Sobre el escenario, Selene canta, salta y...

¡Arde!

Su traje dorado se envuelve en llamas.

Espectacular.

Agita los brazos como si fueran dos alas incandescentes.

Un arnés la eleva varios palmos sobre el suelo.

Es el clímax total.

Lo-que-te-me-me-meeeeeee-to,lo-que-me-me-me-meeeeeeeeeee-to.

Una locura.

El público levanta las manos con las palmas extendidas.

En éxtasis.

Miles de bocas y manos y almas sincronizadas.

Ella canta con todo el cuerpo.

La voz sale de su estómago.

Recorre el pecho.

Atraviesa la garganta.

Y un aullido imparable revienta el corazón de todos.

Es lo más puto flipante que he vivido.

Dos ojos me atraviesan desde el escenario.

Es Nil.

El bailarín dos.

No deja de moverse, siguiendo la coreografía, cadera, brazo, brazo, giro, giro, rodilla, cadera, al suelo, arriba...

Suda.

Se entrega.

Su mirada me sigue.

Continúo.

Nada ni nadie me detiene.

Estoy a pocos metros de las vallas que protegen el escenario.

La música atronadora.

Las luces estroboscópicas.

Selene hipnotiza al público.

La expresión rota de su rostro.

Las llamas se han convertido en humo.

Los bailarines la envuelven.

La voz en cascada lo revienta todo.

Aterriza.

Y explota.

LO-QUE-TE-ME-ME-ME-TO,LO-QUE-ME-ME-ME-MEEEEEEEEE-TO.

Ya está.

Último empujón.

Estoy.

Levanto la vista.

La tengo delante.

Selene sube a la torre humana que han ido formando los bailarines.

Nil está apoyado sobre las manos, al borde del escenario, sosteniendo al resto.

Me busca otra vez. Me encuentra. Me mira.

Ras se asoma desde la grada, agarrada con fuerza a la barandilla.

No me queda mucho tiempo.

Quiero asegurarme.

Me doy la vuelta.

Última comprobación.

En la silver room, al otro extremo del palacio de deportes, la veo.

Allegra está de pie sobre los sillones blancos.

Su vestido brillante refleja los focos.

Ella también me mira.

Allegra tiene unos ojos increíbles.

Todo en ella es increíble.

Durante un segundo, se traza un hilo invisible de miedo y complicidad entre los cuatro.

Nil.

Ras.

Allegra.

Y yo.

No hay vuelta atrás.

Selene despega los labios.

HARTA DE QUE ME DIGAS,HARTA DE QUE ME DIGAN,HARTA DE HARTARME.LO-QUE-TE-ME-ME-MEEEEEEE-TO,LO-QUE-ME-ME-ME-MEEEEEEEEEEEE-TO.

Es el final.

De la canción.

De la gala.

De todo.

Empuño la pistola.

Tembloroso, la apunto.

Ella me ve.

Y no solo ella.

Alguien a mi lado grita algo que no es la letra.

«¡Tiene una pistola!».

De repente, siento que tengo más espacio a mi alrededor.

Es demasiado tarde.

Tengo que hacerlo.

Ya.

Todo lo que he hecho.

Todo lo que ha sucedido.

Todo ha sido para llegar a este instante.

Me llamo Erik con k y acabo de cumplir diecisiete años.

Al fin...

Aprieto el gatillo.

2.

ERIK

Será mejor que empiece por el principio.

El autobús circulaba por la autovía a ciento diez kilómetros por hora.

Noche cerrada.

A través de las ventanillas, La Mancha.

O eso se suponía.

En realidad, lo único que podía vislumbrarse eran algunas luces perdidas, pueblos espectrales que se tragaba la oscuridad.

Llevábamos menos de una hora de viaje desde la Estación Sur de Madrid.

Sin paradas.

El servicio exprés.

El bus tenía un diminuto baño junto a la escalerilla de entrada.

Apestaba.

Llegaríamos a Benidorm antes del amanecer, así me ahorraría una noche de hotel.

Había reservado una habitación para el sábado en un hostal de la playa de Levante, cerca del Rincón de Loix.

Hostal SolyMar.

Lo había encontrado en Booking.

A dos kilómetros y medio del centro. Puntuaciones decentes.

No demasiado lejos del mar. No demasiado lejos del palacio de deportes, donde se celebraría la gala final.

El nombre era horrible. Hostal SolyMar.

Tampoco tenía pensado pasar mucho tiempo allí.

El plan era ir a los puntos de encuentro para fans. A los EuroClubES. Y luego hacer cola unas cuantas horas. Quería pillar buen sitio.

El festival no me importaba.

Yo iba para ver a Selene.

Era la mejor cantante de todos los tiempos.

Había sacado su primer disco solo dos años antes y lo había petado desde el principio.

Fue una sorpresa que se presentara al festival.

No le pegaba.

Decían que su discográfica la obligó.

Se decían muchas cosas.

Su canción se había convertido en un hit.

Era la bomba.

Había teorías sobre el contenido sexual de la letra. Sobre supuesta apología de las drogas. Sobre un montón de chorradas.

Ni caso.

Selene era la mejor.

Ganó la primera semifinal, era la gran favorita para la victoria.

Bueno, empatada a votos con la vencedora de la segunda semifinal.

Allegra.

La única que podía llegar a quitarle los votos del jurado o del público.

También tenía una legión de fans.

Muy escandalosos.

Los llaman los allegres y arman mucha bulla por todas partes.

Su canción, Purpurina social, no estaba mal.

Resultaba casi imposible no ponerse a bailar cuando sonaba.

Pero si me preguntas a mí, Selene era un millón de veces mejor que Allegra.

Yo solo iba para verla a ella.

Eso ya lo he dicho.

–¿Te importa?

Una chica apareció por el pasillo del autobús y se dejó caer en el asiento vacío a mi lado.

–No te importa, ¿verdad? –repitió.

–Yo no... o sea, no –dije, un poco cortado.

Me extrañó que se hubiera levantado de su sitio para sentarse a mi lado.

El autobús iba medio vacío.

–No soy una acosadora ni ningún rollo raro –dijo, como si me estuviera leyendo el pensamiento.

No podía verla bien.

El bus iba en penumbra.

Ella no me miraba directamente.

–Es que me he comido un bocadillo de queso y aguacate y una barrita de avellanas y me ha entrado cantidad de sueño, necesito dormir –siguió la chica–. Una vez me robaron en un viaje aprovechando que estaba dormida, ¿sabes? Bueno, no me robaron, pero estuvieron a punto. Pues eso, que si no te importa me voy a echar un rato aquí a tu lado. Podemos hacer turnos. Primero vigila tú. Luego cuando me despierte hago yo la segunda guardia, ¿guay?

Sin esperar mi contestación, echó el respaldo hacia atrás y subió los pies al asiento.

–Ah, me llamo Ras –dijo–. Bueno, vale, me llamo Melisa, pero prefiero Ras.

–Encantado –dije–. Yo soy Erik con k.

–¿Te lo has inventado o te llamas así de verdad? –preguntó, sorprendida.

–Me lo pusieron mis padres –contesté–. Por lo visto les flipaban las películas de vikingos, yo qué sé. Preferiría llamarme Pablo o Alberto, pero es lo que hay.

–Eres muy gracioso, Erik con k –dijo ella–. Me alegro de haberte elegido como compañero de guardia. Tampoco te vayas a creer. Los demás viajeros son todos unos vejestorios, por eso te he escogido. Ahora, si no te importa, me voy a sobar. No te duermas, eh. Te toca vigilar.

–Claro, claro –dije.

En pocos segundos, se quedó completamente dormida.

Sin más.

Ni siquiera me había dado tiempo a reaccionar.

Todo había ocurrido muy deprisa.

Era una situación tope marciana.

Estaba en un autobús nocturno, haciendo guardia porque una desconocida me había dicho que en un viaje habían estado a punto de robarle.

Intenté no moverme demasiado.

No quería despertarla.

A medida que hacíamos más kilómetros, empecé a ponerme un poco nervioso.

¿Y si en realidad la chica me estaba haciendo el lío?

No sabía cómo, pero a lo mejor era una estafadora.

O tal vez no.

Tal vez todo lo que había dicho era verdad.

Me estaba entrando sueño.

Pero si me quedaba dormido, Ras se enfadaría.

Miré la carretera e intenté pensar en otra cosa.

Saqué el móvil con cuidado.

Tecleé la contraseña y entré en archivos guardados.

Consulté la reserva del hostal.

Los horarios con las previas.

El itinerario con los preconciertos en la playa.

Y, sobre todo, mi entrada para el Benidorm Fest©. La había comprobado un millón de veces.

Entrada de pista.

Tendría a Selene apenas a un par de metros de distancia.

Iba a ser increíble.

Era mi primer viaje solo.

Me había escapado de casa.

O sea, no es que me hubiera escapado exactamente.

Mis padres creían que me había ido a pasar el fin de semana al chalé de un compañero del instituto, Tomás Gallo.

En primaria, Tomás y yo éramos amigos.

Pero luego dejamos de ir juntos porque él es un gilipollas y no tenemos nada en común, es de esos que solo hablan de fútbol y que puntúan a las chicas en plan culo-tetas-cara.

Como no tenía muchos amigos, a mis padres les hizo tanta ilusión lo de Tomás Gallo que se lo tragaron a la primera y no hicieron más preguntas.

Total, que me fui de viaje sin contárselo a nadie.

Bueno, a Tomás Gallo le conté la verdad por si acaso a mis padres les daba por llamarle o algo.

Me dijo que era un bicho raro y que eso del Benidorm Fest© era para viejas y maricones.

Pues eso, que Tomás era un gilipollas.

Ah, también me dijo que si quería que me cubriese con mis viejos ese fin de semana tenía que hacerle los trabajos de Filosofía y de Historia del Arte y darle el teléfono de mi hermana.

Mi hermana Sofía tenía quince años, era superpopular y, según Tomás Gallo, estaba buenísima. Un nueve-nueve-nueve.

Le dije que sí a todo y le prometí a Tomás que le hablaría bien de él a mi hermana, como si eso fuera a servir para algo.

Miré de reojo a Ras.

Llevábamos ya un montón de kilómetros y no se movía ni un milímetro.

Consulté el Google Maps.

Kilómetro 345 de la A3.

Habíamos hecho tres cuartas partes del trayecto.

Empecé a notar un hormigueo subiendo por la pierna.

Se me había quedado dormida.

No me atrevía a levantarla.

Temía hacer ruido o algún movimiento brusco.

Me concentré y aguanté como pude.

También me entraron ganas de ir al baño, me estaba meando a lo bestia.

Pero si me levantaba, la despertaría.

Tenía que hacer guardia.

Me había comprometido.

Traté de pensar en otra cosa.

La canción.

Lo-que-te-me-me-me-to.

Lo-que-me-me-me-me-to.

En la foto de promoción, Selene aparecía con un vibrador dorado y un frasquito de popper.

Se había liado una buena.

La acusaron de provocadora, de promover el uso de sustancias ilegales y de no sé cuántas cosas más.

Amenazaron con echarla del festival.

Pero enseguida llegaron nuevas polémicas. Primero, lo del autotune en una canción, aunque el tema era una mierda igual, con autotune o sin él, y al final eso no le importó a casi nadie.

Luego lo del vídeo de Keylo en TikTok: uno de los favoritos morreándose con un miembro del jurado... La que se lio ahí sí fue muy gorda.

La movida con la letra de Selene era una gilipollez al lado de eso. Y todo quedó en nada.

Era imposible, ya no podía aguantar más.

Me armé de valor y traté de salir por el hueco diminuto que había delante de los asientos.

Primero una pierna.

Luego otra.

Después un brazo.

Parecía un contorsionista.

Ras abrió un ojo y me pilló justo allí.

–¿Hemos llegado? –preguntó.

–No, no, perdona, es que tengo que ir al baño –me excusé–. Quedan como cien kilómetros, me parece.

–Hum –dijo, y volvió a cerrar el ojo.

Era increíble.

Se quedó dormida otra vez en medio segundo.

Ni se planteó que era su turno.

Fui al baño.

Al volver, me quedé en el asiento que había al otro lado del pasillo.

Me sentía como Jon Snow en el muro, tendría que servir en La Guardia de la Noche para toda la eternidad.

Era injusto.

A este paso, íbamos a llegar sin que me diera el relevo.

No tendría que haber aceptado.

A veces me pasa, digo que sí a las cosas sin pensarlo mucho y luego me siento mal.

Además, si me comprometo con algo, tengo que cumplir.

Nunca he sido capaz de dejar las cosas a medias.

Apoyé la cabeza, tratando de no pensar en nada.

Dejándome llevar.

Noté que los ojos se me estaban cerrando.

Los párpados pesaban.

El ruido monótono del autobús avanzando, las ruedas sobre el asfalto.

No recuerdo en qué momento me quedé dormido.

Soñé que estaba en el escenario del Benidorm Fest©.

El palacio de deportes de L’Illa repleto de gente.

Todos me miraban.

No sé qué hacía allí ni cómo había llegado.

No sonaba música.

Nadie cantaba.

De repente, me daba cuenta.

Estaba desnudo.

La peña me miraba y se partían la caja.

Intentaba taparme con las manos.

Por alguna razón, no podía huir.

No podía escapar del escenario.

Era un sueño, nada tenía lógica.

En la vida real, jamás se me ocurriría subir a un escenario, mucho menos en bolas.

Odio que me miren. Me gusta pasar desapercibido. A veces desearía ser el hombre invisible.

Ya había tenido esa pesadilla otras veces.

Me quedaba desnudo en lugares públicos.

Era horrible.

–Te has dormido, ¡qué fuerte!

Desperté de golpe.

Ras estaba superindignada.

–Podrían habernos robado –me acusó–. Prometiste que estarías atento.

–Perdón, ha sido solo un momento –dije.

–Qué fuerte –volvió a decir.

–Lo siento...

Miró hacia la ventanilla y señaló a lo lejos.

–Benidorm –dijo, con los ojos brillantes.

De pronto, ya no estaba enfadada. Al revés, parecía feliz.

Cambiaba de humor muy deprisa, costaba seguirla.

–Mola –dijo.

En el horizonte, se podía distinguir un impresionante skyline de rascacielos iluminados.

El Bali.

El Intempo.

Algunos de los edificios más altos del mundo.

–Tú también vienes al festival, ¿verdad? –me soltó Ras.

–¿Cómo lo sabes? –pregunté.

–Por la cara de Benidorm Fest© que tienes –dijo riendo y añadió–: Bueno, y por la camiseta.

Llevaba puesta la camiseta negra con el logo del festival.

No lo recordaba.

Me había tocado esa camiseta en un sorteo.

Igual que la entrada para la final.

–Yo voy a ir directa a la fiesta de Penélope –anunció Ras–. ¿Te vienes?

–¿Ahora? –dije, desconcertado.

–Claro, es la fiesta oficial del festival –dijo ella–. Dura hasta las ocho de la mañana. Tenemos tiempo de sobra. Me han explicado que a última hora te dejan entrar gratis. Es una discoteca mítica.

–No sé –dije–. Yo pensaba ir a la playa para ver amanecer y eso.

–Puedes ver amanecer todos los días de tu vida –argumentó–. ¿Cuántas veces vas a poder ir a una fiesta como esta?

–Ya, eso sí –dije–. No sé.

–¿Tocas algún instrumento, Erik con k? –Era asombrosa la facilidad con la que pasaba de un tema a otro–. A mí me flipa la batería, no soy muy buena todavía, pero algún día lo seré.

–De pequeño tocaba la guitarra... y la flauta –dije–. Luego ya no.

El autobús enfiló una amplia avenida en las afueras de la ciudad.

Al cruzar una rotonda, llamaban la atención unas letras de colores enormes formando la palabra BENIDORM.

La estación era un mamotreto gigantesco, un edifico gris en mitad de la nada.

El autobús aparcó en la dársena 3 y detuvo el motor.

–Bienvenidos a Benidorm –dijo el conductor a través de los altavoces, leyendo un papel plastificado; su voz resultaba monótona, un poco forzada–. Son las cinco y veintidós minutos de la mañana, hay una temperatura exterior de nueve grados y el cielo está despejado. Muchas gracias por elegir Alsa Express para viajar. Esperamos verlos próximamente. Disfruten de su estancia.

Los viajeros fuimos bajando.

La estación parecía un lugar fantasma.

La cafetería estaba cerrada.

Apenas había algunos viajeros esperando en los asientos de plástico del vestíbulo.

Un par dormitaban en el suelo, apoyados sobre sus mochilas.

Ras y yo lo atravesamos directos a la salida.

–¿Te vienes a la discoteca o qué? –me preguntó de nuevo.

–Creo que no –musité.

En ese momento, oímos unas voces al fondo del vestíbulo.

Dos chicos estaban discutiendo acaloradamente.

Uno de ellos llevaba una mochila inmensa.

Me sonaba.

Alto y musculoso.

Los ojos rasgados.

Las cejas pobladas.

Los pómulos puntiagudos.

La nariz ligeramente desviada.

El pequeño tatuaje de una estrella en la sien.

Lo había visto en alguna parte.

Exacto.

Era uno de los bailarines de Selene.

El coreógrafo.

Nil.

Eso era, sí.

El otro no recordaba cómo se llamaba, pero enseguida me di cuenta de que también curraba con Selene.

Había visto sus caras mil veces en el vídeo. Y flipé, bueno, flipamos todos cuando clavaron la coreografía en la semifinal.

Los dos forcejearon.

–No puedes irte, Nil... no puedes –le repetía agarrándolo por el brazo, tratando de impedir que se largara.

Lo empujó.

–Claro que puedo, Ian, estoy harto –contestó.

Es verdad, el otro se llamaba Ian.

Lo había visto etiquetado en algunos de los stories de Selene.

Nil siguió adelante, hacia las dársenas.

–Por favor.

Pero nada.

No se detuvo, parecía muy decidido, y también muy molesto.

Entonces, justo cuando iba a salir hacia los andenes, ocurrió.

La puerta principal de la estación se abrió de par en par.

Y el tiempo se detuvo.

Delante de nosotros, apareció...

Selene.

En persona.

Lo prometo.

Voy a repetirlo por si alguien no lo ha entendido.

Allí en medio.

En esa estación de autobuses medio desierta.

A las cinco y media de la mañana.

¡Entró Selene!

Llevaba un abrigo de plumas y unas gafas de sol que le tapaban medio rostro.

Era inconfundible.

Sus mechones azules.

Esa forma de moverse.

Los anillos formando la palabra SEXO en la mano derecha y NEXO en la mano izquierda.

¡Era ella!

Detrás de Selene, una docena de personas la seguían, como si fueran su corte personal.

Sentí que mis pies se volvían de cemento y se hundían en el suelo.

Estaba paralizado.

Pensé que el corazón me iba a estallar en mil pedazos.

Aquello era una señal del destino.

O una casualidad.

El caso es que estaba pasando.

–Es ella, ¿verdad? –dijo Ras, tan impresionada como yo.

Asentí, incapaz de articular palabra.

Selene fue directa a por Nil.

Él no se esperaba aquello, estaba muy sorprendido. Aun así, mantenía su actitud distante.

–No puedo hacerlo sin ti –le dijo Selene.

–Joder, haberlo pensado antes, eres una egoísta –le contestó.

Se oyó un murmullo de la corte que la seguía. Cómo se atrevía aquel súbdito a hablarle así.

–Es solo un día –insistió Selene.

–No puedo más.

Selene se lo quedó mirando.

Se quitó las gafas de sol.

Sus pestañas de color azul, a juego con los ojos y el pelo, llegaban casi hasta el techo de la estación.

–Te prometo que las cosas van a cambiar, Nil –dijo.

Él negó con la cabeza.

Sus resistencias estaban empezando a ceder.

Se acercó mucho a él.

Selene le dijo algo al oído.

No tengo ni idea de lo que le susurró Selene, pero Nil cambió el rictus.

Resopló.

–Está bien –aceptó.

Ella sonrió.

–No me la juegues.

–Nunca –respondió Selene–. Vamos a tomar la última. Nos lo merecemos.

Se volvió a poner las gafas de sol y dio media vuelta.

Seguida por su séquito, se dirigió a la puerta de la estación.

Antes de salir, Nil cruzó una mirada conmigo.

Me observó durante dos o tres segundos.

No le hacía ninguna gracia que hubiéramos visto aquella escena.

El otro chico, Ian, tiró de él.

Yo seguía en la misma baldosa, digiriendo lo que acababa de ocurrir.

–Qué fuerte –dijo Ras–. Van a Penélope a tomar la última.

–¿Cómo sabes que van a Penélope? –dije–. A lo mejor van a otro sitio, o al hotel...

–Lo sé porque es obvio: todo el mundo va a Penélope, es lo más –explicó ella, con su razonamiento aplastante.

Era imposible rebatirla.

Agarró su bolsa de viaje.

Me miró.

Y dijo:

–Última oportunidad, Erik con k. ¿Vienes? ¿Sí o no?

3.

NIL

No fue así.

O no exactamente.

¿Selene suplicando?

Una diva siempre es una diva y ella es la más diva de todas las que he conocido. Y eso que en el teatro me ha tocado currar con unas cuantas.

Puede que yo entonces fuera más ingenuo –cosas de empezar con nueve años –o que en un musical trabaja tanta gente que los egos acaban estando más repartidos, pero aquí no, aquí el show es ella.

Selene.

En esos tres minutos donde nos lo jugamos todo delante de cientos de miles de telespectadores, Selene es la puta ama.

Los dos mil que nos miran desde la pista y las gradas no le importan tanto. Importan más los que están en sus casas. Los que nos miran a través del móvil. Los que queremos que escuchen nuestra canción en bucle en Spotify y que nos hagan ganar miles, cientos de miles, millones de visualizaciones en YouTube. Eso sí importa, aunque ni siquiera algo así haría que Selene suplicase a su bailarín.

Da igual que sea verdad: jamás lo habría dicho, jamás habría confesado que si yo me largaba, que si Ian no la ayudaba a retenerme, ella se quedaría fuera de la competición. Ni siquiera habría estado en el top 3. Sin nosotros, Selene habría sido una más. Tal vez la última. O la penúltima. Solo una más. Y eso es lo peor que puede pasarnos a quienes nos dedicamos a esta mierda del arte: la indiferencia.

Selene se asomó a la puerta, sí. Pero solo para que Ian y yo supiéramos que estaba allí, moviendo los hilos. Su presencia tenía la misión de imponer, no de convencer. Eso lo dejaba para otros.

A lo mejor, si yo estuviera tan obsesionado con alguien como lo estaba Erik con Selene, también confundiría lo que pasó con lo que me habría gustado que pasara. Ni idea. Nunca me había ocurrido. Al menos, hasta ahora... Antes de que aparecieran Ian en los ensayos y Ras en la fiesta, nadie me había excitado tanto como lo único que de verdad me da la vida: el escenario.

Por eso acabé diciéndole que sí a Marc cuando me llamó para ofrecerme currar con Selene.

–Es una buena oportunidad, Nil.

Yo no lo veía así. Mi plan era conseguir un papel en otro musical. En una serie. Incluso en un corto. No convertirme en un bailarín más en medio de una canción que ni siquiera sería del estilo de las que me gustan.

–¿Para quién? ¿Para mí?

–Que te conozcan en Bronce es bueno.

–¿Es que ahora quieres que saque un disco con ellos o qué?

Marc torció el gesto y esperó a que yo me calmase.

En realidad, tenía razón.

Que Bronce, una de las pocas discográficas que había crecido en los últimos años, quisiera contar conmigo era una buena noticia. No porque yo tenga ninguna intención de cantar, pero sí que los Bronce, que habían bautizado con su apellido a la que empezó siendo una empresa familiar, podrían contratarme en vídeos, conciertos y cualquier otra movida donde necesitaran un bailarín. O, mejor aún, un coreógrafo.

–No van a decir ni mi nombre...

–Pero te van a ver. Y ya se encargarán de buscarte en redes. Tú espera a que esto empiece para que se multiplique tu número de seguidores.

–Genial. Un montón de salidos babeándome y mandando DMs de mierda. Justo lo que necesito.

–Igual que ahora, ¿no? –Marc me dejó claro con su sarcasmo que no estaba dispuesto a aceptar una negativa: o decía que sí o me arriesgaba a quedarme sin repre–. Con tanta foto enseñando abdominales seguro que tus privados son una fiesta.

Me mordí la lengua para no interrumpir a Marc con su tono asquerosamente paternalista.

–Mira, Nil, llevas dos años con publi, covers, algún evento... Así no podemos seguir. O llamamos ya la atención o tu carrera se va a hundir antes de comenzar. Y el Benidorm Fest© no será un protagonista en Hamilton, pero es más de lo que has tenido últimamente.

Últimamente es desde que cumplí los dieciséis.

Dieciséis.

A veces creo que mi vida se podría resumir en los números que la han marcado.

Hasta entonces iba bien, porque a las productoras les costaba encontrar niños con mis rasgos. Alto, despierto, espontáneo, con dotes para el baile y una cara lo bastante fotogénica como para dar bien en el escenario y en cámara.

Hasta que mi cuerpo exigió más espacio y el baile y el deporte me convirtieron en alguien a quien, según dice Marc, rechazan en los castings porque, si miran mis músculos, parezco mayor para mi edad, y si miran mi cara, les resulto demasiado joven. Así que ahí ando, en tierra de nadie, haciendo pruebas para series juveniles en las que, después de hacer todos sus call backs, acabo llevándome un no, esperando que me den la oportunidad de demostrar todo de lo que soy capaz. Todo lo que he aprendido desde que dejé un pueblo que paso de recordar y, con solo diez años, me instalé en Madrid para ser uno de los protas infantiles de Sonrisas y lágrimas.

Como no tenía familia aquí y mis padres tampoco se podían trasladar, los de la productora me pusieron una tutora y un piso con otros tres actores más o menos de mi edad. Los cuatro interpretábamos a distintos hermanos de la familia Von Trapp y, entre ensayos y funciones, compartimos todas las primeras veces que fueron surgiendo. Así fue como apareció Marc, que entonces era el repre de la actriz que hacía de María –menuda cursi: la actriz y el personaje –y quiso serlo también mío. Ahora creo que se arrepiente un poco.

–¿Entonces le digo que sí?

–¿Pagan bien, Marc?

–Pagan...

–Tío, son los Bronce. ¿No les podemos sacar más?

–No estás en situación de exigir mucho.

Gracias: puñalada recibida.

–¿Y quién es la cantante?

–Selene.

–¿La que ganó el Voice Talent?

–¿Te gusta?

–¿Esa imitación barata de Niki Minaj?

–No seas tan bitchy.

–Va de estrella y no tiene más que un par de discos con singles facilones y dieciséis remixes.

–Serán facilones, pero son un éxito.

No como tú, Nil, que no has tenido ninguno.

Marc no lo llegó a decir, pero casi pude oír esas palabras al otro lado del teléfono.

–Según las casas de apuestas, es la favorita.

–¿Y mi papel sería...?

–El dos.

–¿Qué dos?

–El cuerpo de baile son seis chicos. Y tú serías el dos.

–El dos. Superapetecible, sí.

–Tengo que responder hoy, Nil, tú dirás.

Quería decir que no. Que ni soy ni voy a ser nunca el dos. Que no estoy dispuesto a que me conviertan en un cuerpo anónimo, en un físico del que luego harán capturas en redes diciendo que «a ese se lo tirarían», porque «ese» no tiene nombre, «ese» no es más que alguien que una diva quiere usar para que su espectáculo triunfe entre el público mayoritariamente LGTBIQ+ de un festival en el que la G amenaza con devorarlo todo. La G que siempre parece querer anular al resto del colectivo, como si las demás letras no existiésemos, como si la B, mi B, ni siquiera fuese posible. Y eso sí que me jodía, me cabreaba tener que aceptar formar parte de un juego que no era el mío, hasta que se me ocurrió el modo de cambiar las normas.

–¿Quién es el coreógrafo?

–Ni idea.

Respiré hondo antes de lanzar mi órdago.

–Pues diles que sí, que me apunto, pero que además de ser el dos de Selene, quiero ser su coreógrafo. A ver si así mejoran un poco la oferta. Total, les voy a salir más barato que contratar a otra persona más.

–También va a ser el doble de curro.

–Ya. Y el doble de visibilidad.

Marc dudó un instante.

–OK, se lo comento y te aviso en cuanto sepa algo.

¿Pero qué estás haciendo?

¿Qué cojones estás haciendo, Nil?

Me quedé un rato inmóvil, con el móvil en la mano, pensando en lo que acababa de suceder.

No solo había dicho que sí a participar en un festival que no me interesaba, sino que había aumentado mi responsabilidad. Si me decían que sí, ocuparía un lugar esencial en el equipo de Selene, en medio de esa vorágine de músicas y focos en la que resulta tan difícil distinguir lo verdadero de lo falso.

Purpurina social,la vida que te inventas,las noches que no cuentas,las ganas de gritar.Purpurina social,glitter en los storiesy ese DM que te llega,ese like que no esperasy que te hace vibrar.

El DM del que habla Allegra, en mi caso, fue de Selene. Y no se lo curró una mierda.

«Vuelve YA».

Si había alguien que podía convencerme, ese alguien era Ian.

Ninguno de los dos nos habíamos molestado en ocultar que, de vez en cuando, acabábamos enrollándonos después de los ensayos. O que, de repente, había surgido entre nosotros algo que no acababa de estar mal.

Selene lo sabía. Selene siempre lo sabe todo. Así que lo envió a buscarme para ejercer a través de él su mejor arma: la manipulación.

Ian no dudaría dónde buscarme. En cuanto viese que me había llevado todas mis cosas, iría directo a la estación de autobuses. No había otro modo de abandonar Benidorm a esas horas.

«Te veo ahora».

Me escribió Selene después de que Ian me encontrara, en un mensaje que se podía leer como una confirmación o como una amenaza.

Pero ella solo se asomó desde lejos, y, en cuanto Ian entró en la estación, se retiró al coche que la sacaría de allí. Quería dejar constancia de su poder de diva, no mancharse las manos con quienes estábamos a su servicio.

Me hizo gracia ver entrar a Ian medio pedo y con la marca del muerdo que yo mismo le había hecho en el cuello unas horas antes.

–Nil, vamos a hablar.

–¿Hablar de qué?

–No nos puedes hacer esto, joder.

–Díselo a ella.

–Espera al domingo.

–Hay cosas que no sabes.

Pero Ian asintió para dejarme claro que sí sabía. O que intuía. Solo que no podía pararse a pensar en ello. No el día antes de la actuación. Lo que yo había descubierto podía acabar con la carrera de Selene. Y si no éramos cuidadosos, también con la de quienes la rodeábamos.

–Más cosas –le insistí.

–Por favor, Nil, solo un día más. Nos merecemos estar en la final.

–No lo entiendes, joder.

–Pues explícamelo.

–No quiero ser su cómplice.

–Un día, ¿no te das cuenta? Si te largas ahora, todo lo de estos meses se va a la mierda.

–Eso es lo que quiero, mandarlo todo a la mierda, ¿no lo ves?

–Hazlo por nosotros. Por los seis.

Tenía que haberle dicho que no. Tenía que haber sido fuerte y no haber permitido que Ian me convenciera.

Pero mencionó a los seis y a mí se me cayó el mundo encima.

Juntos habíamos logrado crear algo especial durante los ensayos. A los seis nos había unido la certeza de no ser nadie y la ambición de querer ser alguien. Compartíamos las agujetas tras las horas de entrenamiento mal pagadas, la precariedad en la que sobrevivimos y que justificamos porque hacemos lo que amamos, aunque lo que amamos nos obligue a dejarnos la piel a cambio de sueldos miserables.

Los seis nos apoyábamos. Nos ayudábamos. Y en solo tres meses, desde que en noviembre dijimos que sí a Selene, nos convertimos en algo más que un cuerpo de baile. Algo que no sé si llamaría amistad, pero que se le parecía mucho.

–Nil...

Tenía que ser amistad, sí, por eso Ian y yo pasamos de estar a punto de darnos de hostias a un abrazo tímido que frené enseguida. No quería venirme abajo. Era importante no bajar la guardia. Y evitar, ante todo, que ella sospechara. Solo así podría decidir lo que haría con lo que había averiguado en cuanto acabase el festival. Después de esos tres minutos de la final donde, según decían los eurofans, con la descalificación de Keylo ya solo había dos favoritas: Selene y Allegra.

Una putada lo de Keylo. En cuanto se hizo viral su vídeo morreándose con Ágredas, uno de los del jurado, el festival se deshizo de ellos en tiempo récord y Keylo se quedó sin festival y sin carrera: el hate lo convirtió en veneno para la industria.

–Venga, tío, vamos a por la última –intentó animarme Ian.

No sé si era su manera de agradecerme que no me hubiera rajado o si fue lo único que se le ocurrió para asegurarse de que me quedaba. Lo miré aún indeciso y él, dispuesto a salirse con la suya, me dio un pico que, incluso en medio de toda esa movida, me puso un poco cachondo.

–¡Que sí! ¡Que nos vamos a Penélope! –insistió.

–¿Vais a Penélope?

Nos giramos hacia la chica que acababa de preguntarlo.

Debía de tener mi edad y estaba junto a otro chico que era el primer cishetero –mi gaydar nunca falla –que veía en la última semana. Era obvio que acababan de llegar a Benidorm y andaban buscando plan para acabar una noche que, para ellos, tan solo había empezado.

–Nosotros también queremos ir –se adelantó ella y me miró con una expresión en la que, no sé por qué, pude reconocerme.

Se me da bien leer a la gente. No es un don ni un talento natural ni ninguna rayada de esas. Es solo que cuando te has acostumbrado a buscarte la vida, acabas adivinando pronto a las personas que te rodean. Por eso, en cuanto conocí a Selene supe que ocultaba algo. Igual que cuando conocí a Ras estuve seguro de que nos íbamos a entender.

–Podemos pillar un taxi –nos propuso a la vez que invitaba a su amigo a que la siguiese–. Por cierto, me llamo Ras. Y este es Erik.

–Con k.

Me hizo gracia que nos aclarase su ortografía, como si fuera un dato superimportante.

–Venga, va, pillamos uno los cuatro.

–No es necesario, Ian –Selene interrumpió de pronto–. Cabemos todos en la furgo de la discográfica. Venga, ya vamos tarde.

–Genial –Ras, una vez más, tomó la iniciativa.

–¿Y si no nos dejan entrar? –dudó Erik, sin dejar de mirar a Selene.

–¿Qué dices, chaval? Somos las estrellas, claro que os dejan –le contestó Ian.

–Decid que son del equipo –ordenó Selene.

Ya no escuchó nada más. Se puso los cascos y pasó de todo el mundo.

–Percusionista, ¿os vale? –Ras se señaló a sí misma mirándonos a Ian y a mí.

Los dos nos reímos y asentimos dándole la razón.

–Y tú, ¿Erik con k? –bromeó Ian.

–¿Yo?

–¿Quién decimos que eres?

Erik se encogió de hombros.

–Su asistente personal.

Lo dijo como si en realidad lo estuviera deseando, y nos volvimos a reír.

Nada más llegar, Selene salió sin mirar atrás. Para cuando llegamos a la puerta, ya había desaparecido dentro de Penélope.

–¿Y esos? –nos preguntó a Ian y a mí el tipo que vigilaba la puerta, después de pedir nuestras acreditaciones.

–Vienen con nosotros.

–Si no están en lista, no pasan.

Erik miró a Ras con ganas de soltar un «te lo dije», pero Ras se adelantó.

–Somos del equipo. Nuestros nombres tienen que estar ahí.

–Pues yo no os veo...

–No quiero ser un capullo –intervino Erik–, pero preferiría no tener que hablar con Selene.

–Haznos caso –lo secundó Ras–, tú tampoco quieres que hablemos con ella.

El encargado de la puerta miró de nuevo en el listado y, tras hacer un poco de teatro para mantener a salvo su orgullo, fingió haberlos encontrado.

–Cerramos en dos horas –nos advirtió.

–Suficiente –respondió Ras, como si hubiera trazado un plan de acción para el que le bastaban con los ciento veinte minutos que nos acababan de ofrecer.

Ciento veinte.

Dieciséis.

Seis.

Cuatro.

¡Joder!

¿Cómo se olvida un número?

–¡Nil!

De nuevo apareció Selene. Aunque ya no llevaba su abrigo de plumas, sino un top negro a juego con las enormes gafas de sol que le cubrían media cara.

–Te dije que lo convencería –le sonrió Ian, esperando que la diva entre las divas le agradeciese el esfuerzo.

Ella ni siquiera se dignó a mirarlo. Estaba ocupada observándome. Retándome. Dejando claro que se había impuesto a todos una vez más. Y era verdad: estaba allí. Aunque no fuera por ella, sino por mis compañeros. Por los Seis. Pero eso daba igual. Los motivos no cambiaban el resultado. Me encontraba en el mismo lugar donde había estado desde que la conocí: a sus pies. Dispuesto a participar en el último número. En esa final en la que, según Twitter, teníamos más posibilidades que el resto.

Allegra ha compuesto un temazo y lo vamos a bailar hasta morir, pero #PurpurinaSocial es una canción poco eurovisiva.

@better_than_you

Este #BenidormFest© ya tiene ganadora y se llama Selene. Ah, y su coreógrafo, al que mañana entrevistamos junto a nuestra favorita, está mamadísimo: puede pisarme la cara si quiere.

@anyonesmith

Nunca sé si dar like en comentarios como el de @anyonesmith, un tío que es experto en crear hate desde su pódcast y que se ha convertido en el rey del fándom de Selene.

Cuando me escriben mensajes como el suyo, dudo qué hacer. Porque si doy el like que esperan, le estoy diciendo que no me importa que guarden mis fotos, que no me asquea que tíos de treinta, de cuarenta o de cincuenta me manden nudes que no he pedido solo porque me han visto bailando y han ido a buscarme a Instagram. Tíos que se parecen a los cuarentones que a esas horas, cuando quedaba poco para cerrar el local, nos miraban a Ian, a Erik y a mí como si fuéramos la última remesa de carne fresca de la noche.

–Mañana nos toca currar fuerte, así que no os metáis mucho.

Selene subrayó el verbo meter, por si no nos habíamos dado cuenta del juego de palabras con su canción. Ian forzó una sonrisa y ella sacó con discreción una bolsita de M para ofrecernos una chupadita. Dije que no sacudiendo ligeramente la cabeza y la miré a los ojos, tratando de atravesarlos a pesar de sus ridículas gafas de sol.

–¿No deberías estar durmiendo?

No me habría atrevido a preguntárselo si a esas alturas no me hubiera hecho ya con tanta información sobre Selene como para hundirla... Pero el Nil que había llegado a Benidorm no era el mismo Nil que se iba a marchar de allí.

–Que duerma la Intensa –dijo Selene riendo.

No me extrañó que Allegra –«la Intensa», como la había bautizado @anyonesmith– no estuviera ahí. Tenía la impresión de que era una artista profesional y responsable. Alguien que había aprovechado el festival para reinventarse y salir del bucle de baladas pastelosas en el que habían intentado encerrarla. Había algo en su salto mortal que me hacía admirarla y hasta desear acercarme a ella.

–¿Os venís?

Ras señaló hacia la pista, decidida a encontrar un lugar cerca del escenario frontal donde ubicarnos y hacernos fuertes entre los grupos que atestaban la discoteca.

–¿Dónde? –preguntó Erik, que seguía mirando a Selene con cara de embobado.

–A bailar. Hemos venido a eso, ¿o no?

–Pasadlo bien –se despidió Selene y, con un gesto, ordenó a Ian que la acompañase hasta el extremo donde estaba la zona VIP.

–Ya puedes cerrar la boca, Erik –bromeó Ras.

–Tienes que presentármela. Nil, por favor, tienes que presentármela.

–Hoy no es un buen día.

–Pues cuando sea. Pero yo tengo que conocerla.

–Ya la conoces. Has ido con ella en la furgoneta. Lo que quieres es que te conozca ella a ti.

Ni Erik ni Ras pudieron oírme. Acababan de pinchar el tema de Selene y toda la pista lo cantaba a coro.

Harta de que me digas,harta de que me digan,harta de hartarme.Lo que te me me meeeeeee-to,lo que me me me meeeeeeee-to.

Animada por sus fans, Selene saltó al escenario e improvisó un playback junto con Ian, sin molestarse en buscarme para que me sumase a ellos.

–¿Tú no te animas, Nil?

La pregunta de Ras era más un guiño que un interrogante. No sé por qué, pero sentí que aquella chica era capaz de interpretarme. Había algo en su búsqueda que tenía que ver con la mía, con saber que no estás donde te gustaría pero que vas a hacer lo que haga falta con tal de llegar a ese lugar.

–Yo solo bailo si hay cámaras.

Ras sacó su móvil y me apuntó con él.

–Aquí tienes una.

Pude haberlo evitado.

Pude haberme limitado a ser lo que siempre han querido que sea.

El dos.

Pero la energía de Ras era contagiosa. Y a mí esa madrugada me quemaba el cuerpo, y la conciencia, y la rabia por todo lo que había descubierto de Selene.

Cuando dudo, bailo. Cuando las sombras me amenazan, escojo el cuerpo. La acción evita que me devore el pensamiento. Y esa noche, también.

Comencé a ejecutar los pasos más difíciles de la coreografía que yo mismo había diseñado. Poco a poco, me fui haciendo con el espacio en la pista al mismo tiempo que la gente que nos rodeaba se abría y se giraba hacia mí, cambiando la dirección de sus móviles, que hasta ese momento habían apuntado a Selene. Al cabo de unos cuantos acordes, dejaron de atender a lo que pasaba en el escenario para grabarme a mí.

De ese momento recuerdo el aplauso al terminar. El gesto de admiración sincera de Erik. La euforia de Ras (¿por qué no podía dejar de mirarla?). Y los primeros compases de la canción de Allegra sonando bajo el eco de los aplausos.

No recuerdo cuándo se bajaron Selene e Ian del escenario. Ni cuándo se marcharon. Recuerdo lo que pasó justo después de que el dos le robara su momento en Penélope a la estrella más votada de la segunda semifinal. Y ese aplauso.

Ese aplauso en la pista tan fuerte como el estallido que hizo arder una nube de aire a nuestro lado minutos después.

4.

ALLEGRA

No sé cómo sonó ese aplauso. Tampoco cómo fue el estallido.

No dudo que, de haber estado ahí, me saltara una notificación de: «Se ha expuesto a niveles de sonido que han alcanzado los 100 decibelios. Exponerse a este nivel tan solo unos minutos al día puede provocar una pérdida temporal de la audición».

No tengo padre, pero tengo un reloj que me vigila.

No estuve en la discoteca para escuchar todo eso, pero algo sé seguro: no pudo sonar más fuerte que la bomba que estalló en mi cabeza aquella misma noche. Fue poco después de las doce.

A esa hora, Erik y Ras estarían en Madrid, en la estación, a punto de coger el autobús. Erik aún no había visto a Ras. No sé si Ras habría fichado ya a Erik. Me la imagino paseando por la dársena comisqueando una barrita de avellanas mientras hacía su casting particular de futuros compañeros de guardia. Vaya ojo, Ras. Cuando te sentaste a su lado, ¿respetaste escrupulosamente el espacio del asiento? ¿Apoyaste, descolgada por el sueño, tu cabeza en él?

Ojalá yo hubiera tenido la cabeza apoyada en alguien, aunque fuera en Eric. Perdón, se escribe Erik, ¿no?

Pero no. Yo estaba sola, en la cama, una cama supergrande para mí sola, una cama donde hacer la croqueta de lado a lado. Tan pancha en Don Pancho (juro que el hotel se llamaba así).

Me había acostado pronto porque, sí, Nil, me leíste bien, soy una chica responsable y quería descansar todas las horas necesarias para estar fresca como una lechuga.

¡Pero si me acosté antes de las once!

Lo malo es que no es fácil dormir cuando cada pelo, cada poro, cada neurona de tu cuerpo saben que todo se decidirá al día siguiente. Cómo confiarse a esa nada que es el sueño. Cómo pasar de estar tan frenéticamente acompañada (el equipo técnico, la organización, mi madre, Ricky, los de la discográfica, la prensa, los fans, ¡los fans!)

a estar

tan

sola.

No hay soledad como la de la cama doble de una habitación de hotel, y yo acababa de descubrirlo esa semana.

Las sábanas estaban frías, como yo cuando me pongo nerviosa.

A veces tirito.

Ahora no. Había puesto la calefacción a tope.

Di vueltas y más vueltas.

Oía en mi cabeza mi propia canción.

Purpurina social.Y bailar y bailar.Aunque por dentro mueres,como un animal.Sufrimiento bestial.Hay que sacrificarporque todos esperanpurpurina social.

BASTA.

¿Cómo se olvida una letra? Aunque sea un ratito. Necesitaba encontrar un botón para apagarla. Pero era imposible.

Probé a sobrescribirla. Necesitaba otra canción.

En mi cerebro apareció la canción de Selene.

Todo lo que te meto,todo lo que me meto,todo lo que merezco.Lo-que-te-me-me-me-to,lo-que-me-me-me-me-to.

Me estaba taladrando el cerebro.

El ruido de la calefacción tampoco ayudaba.

Cuanto más quería dormir, más me agobiaba por no estar durmiendo y más lejos estaba de dormirme.

Cogí el móvil, esquivé todas las notificaciones, «ese DM que te llega, ese like que no esperas...»

BASTA.

y miré la hora. Ya las 23:42.

Me levanté a bajar la temperatura del termostato.

Necesitaba aire.