Amor irresistible - Elle Kennedy - E-Book
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Amor irresistible E-Book

Elle Kennedy

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Beschreibung

  «Salir con Demi es muy mala idea. Ahora solo tengo que convencerme». Después de los resultados de la temporada pasada, me he propuesto sentar la cabeza. Basta de chicas y de distracciones. Como nuevo capitán del equipo de hockey, primero van el deporte y la universidad, y luego todo lo demás. Y eso significa que yo, Hunter Davenport, debo olvidarme de mi faceta de ligón durante un tiempo. Pero mis planes se van al traste cuando la guapísima y divertidísima Demi Davis entra en escena. Aunque me siento muy atraído por ella, Demi tiene novio, así que problema resuelto. Hasta que él la engaña y Demi se fija en mí. Resistirse es inútil, aunque intentaré hacer todo lo posible. Venimos de mundos muy diferentes y buscamos cosas distintas en la vida. Salir con Demi es muy mala idea… Ahora solo tengo que convencer a mi cuerpo y a mi corazón. La nueva entrega de la autora best seller de Kiss Me   "¡Otra lectura adictiva de Elle Kennedy! Amor irresistible es una novela romántica llena de pasión que te derretirá. ¡No podrás dejar de leer!" Vi Keeland, autora best seller del New York Times "Siempre que cojo un libro de Elle Kennedy, sé que no podré dejar de leer hasta que llegue a la última página. Amor irresistible no ha defraudado: es una lectura intensa, divertida y me ha tenido en vilo hasta el final." K. A. Tucker, autora best seller "¡Este libro es una delicia! Sumamente desternillante. La química fuera de serie entre Demi y Hunter me mantuvo en vilo toda la noche. Amor irresistible es una nueva historia fantástica de una de mis series favoritas de todos los tiempos." Sarah J. Maas, autora best seller del New York Times "¡Ay, madre mía! La Reina del Hockey lo ha hecho otra vez. ¿Un macho alfa célibe? ¡Oh, sí! ¿Una heroína que lo convence para romper su voto de castidad? ¡Oh, sí por partida doble!" Ilsa Madden-Mills, autora best seller del Wall Street Journal  

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Amor irresistible

Elle Kennedy

Serie Love Me 3
Traducción de Sasha Pradkhan

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Nota de la autora
Sobre la autora

Página de créditos

Amor irresistible

V.1: noviembre de 2021

Título original: The Play

© Elle Kennedy, 2019

© de la traducción, Sasha Pradkhan, 2021

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2021

Todos los derechos reservados.

Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Corrección: Alexandre López

Publicado por Wonderbooks

C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª

08009, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-23-0

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Amor irresistible

Salir con Demi es muy mala idea. Ahora solo tengo que convencerme

Después de los resultados de la temporada pasada, me he propuesto sentar la cabeza. Basta de chicas y de distracciones. Como nuevo capitán del equipo de hockey, primero van el deporte y la universidad, y luego todo lo demás. Y eso significa que yo, Hunter Davenport, debo olvidarme de mi faceta de ligón durante un tiempo. Pero mis planes se van al traste cuando la guapísima y divertidísima Demi Davis entra en escena. 

Aunque me siento muy atraído por ella, Demi tiene novio, así que problema resuelto. Hasta que él la engaña y Demi se fija en mí. Resistirse es inútil, aunque intentaré hacer todo lo posible. Venimos de mundos muy diferentes y buscamos cosas distintas en la vida. Salir con Demi es muy mala idea… Ahora solo tengo que convencer a mi cuerpo y a mi corazón

La nueva entrega de la autora best seller de Kiss Me y Los Royal

«¡Otra lectura adictiva de Elle Kennedy! Amor irresistible es una novela romántica llena de pasión que te derretirá. ¡No podrás dejar de leer!»

Vi Keeland, autora best seller del New York Times

«Siempre que cojo un libro de Elle Kennedy, sé que no podré dejar de leer hasta que llegue a la última página. Amor irresistible no ha defraudado: es una lectura intensa, divertida y me ha tenido en vilo hasta el final.»

K. A. Tucker, autora best seller

«¡Este libro es una delicia! Sumamente desternillante. La química fuera de serie entre Demi y Hunter me mantuvo en vilo toda la noche. Amor irresistible es una nueva historia fantástica de una de mis series favoritas de todos los tiempos.»

Sarah J. Maas, autora best seller del New York Times

«¡Ay, madre mía! La Reina del Hockey lo ha hecho otra vez. ¿Un macho alfa célibe? ¡Oh, sí! ¿Una heroína que lo convence para romper su voto de castidad? ¡Oh, sí por partida doble!»

Ilsa Madden-Mills, autora best seller del Wall Street Journal

#wonderlove

A Sarah J. Maas, por tu apoyo y entusiasmo.

Y por recordarme por qué escribo.

Capítulo 1

Hunter

Esta fiesta es un rollo.

Debería haberme quedado en casa, pero estos días mi casa parece el set de un programa de las Kardashian. Gracias a mis tres compañeras de piso, está saturada de estrógenos.

Por supuesto, también hay un montón de estrógenos aquí, en la residencia de las Zeta Beta Ni, pero son de esos a los que me puedo sentir atraído. Todas mis compañeras tienen pareja, así que no se me permite tocarlas.

«Tampoco puedes tocar a ninguna de estas mujeres…».

Cierto. A causa mi autoimpuesta abstinencia, no tengo permitido tocar a nadie, y punto.

Eso me hace plantearme la siguiente pregunta: si un árbol cae en el bosque y no te puedes acostar con nadie en una fiesta celebrada en la residencia de una sororidad, ¿todavía se considera una fiesta?

Rodeo con los dedos el vaso de plástico rojo que mi amigo y compañero de equipo, Matt Anderson, me acaba de plantar en la mano.

—Gracias —musito.

Doy un trago y hago una mueca. Esta cerveza está aguada, aunque puede que sea algo positivo. Un buen incentivo para no consumir más de un vaso. El entrenamiento de mañana no empieza hasta las diez, pero había planeado llegar un par de horas antes a la pista de hielo para trabajar mis cañonazos.

Tras el desastroso final de la temporada pasada, prometí que haría del hockey mi máxima prioridad. El nuevo semestre empieza el lunes, nuestro primer partido es la semana que viene, y estoy motivado. Briar no llegó al campeonato nacional el año pasado, y fue por mi culpa. Esta temporada será diferente.

—¿Qué te parece esa chica? —Matt señala discretamente con la cabeza a una chica mona que lleva unos shorts y una camisola rosa pálido. No lleva sujetador y se le marca el contorno de los pezones a través de la tela sedosa.

Se me hace la boca agua.

¿He mencionado que es una fiesta de pijamas? Yip yip, hace casi cinco meses que no tengo sexo y estoy inaugurando mi tercer año de carrera en una fiesta donde todas las mujeres apenas llevan ropa. Nunca me he jactado de ser muy listo.

—Está muy buena —le digo a Matt—. Venga, ve a ligártela.

—Lo haría, pero… —Suelta un gruñido de protesta—. Te está mirando a ti.

—Bueno, estoy fuera del mercado —contesto, y me encojo de hombros—. Eres libre de acercarte y decírselo. —Le doy un toquecito amistoso en el brazo—. Estoy seguro de que te considerará un premio de consolación adecuado.

—¡Ja! Que te den. No soy el segundo plato de nadie. Si no se muere de ganas por enrollarse conmigo, prefiero encontrar a alguien que sí. No tengo necesidad de competir por la atención de una mujer.

Este es uno de los motivos por los que Matt me cae bien: es competitivo sobre el hielo, pero fuera de la pista es bastante decente. Llevo jugando a hockey toda mi vida, y he tenido compañeros que no se lo pensarían dos veces a la hora de robarle la chica a un amigo; o incluso peor, de enrollarse con ella a sus espaldas. He jugado con chicos que tratan a las fans del hockey como si fueran de usar y tirar, y que han compartido a chicas como si fueran caramelos. Chicos con ningún respeto y unos prejuicios terribles.

Pero, en Briar, tengo la suerte de jugar con chicos decentes. Por supuesto, no hay ninguna plantilla que se libre de tener un capullo o dos, pero la mayor parte de mis compañeros son buena gente.

—Sí, no creo que te resulte muy complicado —coincido—. La chica morena que está a las dos en punto ya te está haciendo de todo con la mirada.

Abre mucho los ojos marrones cuando se fija en la chica con curvas que viste con un camisón corto blanco. Ella se sonroja en cuanto sus miradas se cruzan, sonríe con timidez y alza el vaso en un brindis silencioso.

Matt me abandona sin mirar atrás, aunque no me extraña.

El comedor está lleno de chicas en lencería y chicos en batines a lo Hugh Hefner. Yo no sabía que era un evento temático, así que llevo bermudas y una camiseta de tirantes, y voy bien. La mayoría de los tíos que me rodean están ridículos con los atuendos que llevan.

—¿Te lo pasas bien? —La música retumba, pero no está lo bastante alta como para que no oiga a la chica a la que Matt miraba en un principio.

—Sí. Ha venido mucha gente. —Me encojo de hombros—. El DJ es bastante bueno.

Se acerca, furtiva.

—Soy Gina.

—Hunter.

—Sé quién eres. —La simpatía irrumpe en su voz—. Estuve en el partido de la liga contra Harvard, cuando aquel capullo te rompió la muñeca. Todavía no me creo que lo hiciera.

Yo sí. Me tiré a su novia.

Pero no se lo cuento. De todos modos, tampoco es que lo hiciera a propósito. No tenía ni idea de quién era esa chica cuando me acosté con ella. Aunque, al parecer, ella sí que sabía quién era yo. Quería vengarse de su novio, pero yo no me enteré hasta el momento en que este se lanzó sobre mí en medio del segundo partido más importante de la temporada, el que determina quién va a la Frozen Four, el torneo más importante de la temporada universitaria. La muñeca rota fue el resultado de un placaje contra el hielo. El capullo de Harvard no pretendía rompérmela, pero ocurrió, y de repente yo estaba fuera del partido. Igual que nuestro capitán, Nate Rhodes, al que echaron por intentar defenderme.

Regreso de golpe al presente.

—Fue una forma horrible de terminar la temporada —comento.

Ella encuentra la manera de posar la mano en mi bíceps derecho. Últimamente, mis brazos están mucho más grandes, aunque esté mal que yo lo diga. Cuando no practicas sexo, hacer ejercicio es imperativo para no perder la cabeza.

—Lo siento —ronronea Gina.

Desliza los dedos con suavidad por encima de mi piel descubierta, lo que me provoca unos pinchazos de calor por todo el brazo.

Casi gimo en voz alta. Dios santo, estoy tan cachondo que, con solo una caricia en el brazo, una mujer me ha provocado una semierección.

Sé que debería apartarle la mano, pero hace mucho tiempo que nadie me toca de forma no platónica. En casa, mis compañeras de piso me toquetean a todas horas, pero ninguna de forma sexual. A Brenna le gusta darme cachetes o pellizcarme el trasero para burlarse de mí cada vez que pasa a mi lado por el pasillo, pero no me desea. Solo es una cabrona.

—¿Quieres que vayamos a un sitio más tranquilo a hablar o algo? —sugiere Gina.

He vivido el tiempo suficiente en este planeta como para ser capaz de descifrar el significado oculto de «hablar o algo» en el idioma de las chicas.

1) No vamos a hablar demasiado.

2) Vamos a pasar mucho tiempo haciendo «algo».

Gina no podría habérmelo dejado más claro, a menos que hubiera levantado un cartel que dijera: ¡acuéstate conmigo! Incluso se pasa la lengua por los labios cuando articula la pregunta.

Sé que debería negarme, pero la idea de volver a casa ahora mismo y masturbarme en mi habitación mientras mis compañeras de piso se hacen una maratón de temporadas antiguas de The Hills no me atrae demasiado. Así que añado:

—Claro.

Y sigo a Gina fuera de la habitación.

* * *

Terminamos en un cuchitril en el que hay un sofá, un par de estanterías con libros y un escritorio contra la pared del fondo bajo una ventana. Está sorprendentemente vacío. Los dioses de la fiesta se han apiadado de mi celibato y nos han proporcionado el tipo de privacidad peligrosa que debería evitar a toda costa. En lugar de eso, me coloco en el sofá y dejo que Gina me bese el cuello.

Su camisola de satén me roza el brazo y la sensación de placer que me produce el más mínimo roce es casi pornográfica. Todo me pone cachondo estos días. El otro día se me puso dura mientras veía un anuncio de Tupperware en YouTube porque la MILF que aparecía en él estaba pelando un plátano. Entonces lo cortó en pedacitos y puso los trozos de plátano en un recipiente de plástico, y ni siquiera ese horrible simbolismo me disuadió de tocarme mientras pensaba en la Mujer del Plátano. En un par de meses, empezaré a penetrar las tartas de manzana que hace cada domingo mi compañera Rupi.

—Hueles muy bien. —Gina inhala profundamente, suelta el aire y su aliento cálido me hace cosquillas en el cuello. Cierra la boca y, como una herradura ardiente, la posa en mi piel de nuevo.

Me gusta tenerla sobre mi regazo. Sus muslos torneados atrapan los míos y siento su cuerpo caliente y voluptuoso cubierto por el satén. Tengo que parar esto.

Me hice una promesa a mí mismo y al equipo, aunque nadie me lo haya pedido y todos piensen que estoy loco por insistir en no tener sexo. Matt declaró directamente que no creía que dejar de lado mis impulsos sexuales fuera a afectar en lo más mínimo a nuestros partidos de hockey. Pero yo creo que sí, y para mí es una cuestión de principios. Los chicos me votaron para que fuera su capitán. Me tomo en serio la responsabilidad y, por experiencia personal, sé que tiendo a dejar que las mujeres me enreden la cabeza. El año pasado, ir de flor en flor me costó una muñeca rota. No lo repetiré.

—Gina, yo…

Me interrumpe cuando presiona sus labios contra los míos. De pronto, nos estamos besando y la cabeza me da vueltas. Sabe a cerveza y a chicle. Y el pelo, que le cae sobre un hombro en una cortina espesa de rizos rojos, huele a manzanas. Mmm… Me la quiero comer.

Nuestras lenguas bailan y el beso se vuelve más profundo y apasionado. La cabeza todavía me da vueltas y la lujuria y el descontento libran una batalla en mi interior. He perdido la capacidad de pensar con claridad. La tengo tan dura que me duele, y Gina solo lo empeora cada vez que se restriega contra mi entrepierna.

Treinta segundos más, me digo. Treinta segundos más y paro esto antes de que vaya más lejos.

—Te deseo tanto… —Vuelve a posar los labios en mi cuello, y entonces, joder, desliza la mano entre los dos. Me agarra el pene por encima de los calzoncillos y casi gimo de placer. Hacía una eternidad que una mano que no fuera la mía me tocaba. El placer es vergonzosamente intenso.

—Gina, no. —Gimo, y necesito hacer un gran esfuerzo para apartarle la mano. Mi pene protesta y deja caer líquido preseminal por el interior de mis bóxers.

Ella se sonroja y se le ponen los ojos vidriosos.

—¿Por qué no?

—Estoy… Me estoy tomando un descanso de todo eso.

—¿De qué?

—Del sexo.

—¿Cómo?

—Intento vivir sin…

—¿Sin qué? —Parece tan confusa como yo abatido.

—Sin sexo —aclaro, taciturno—. Quiero decir que no tendré sexo durante un tiempo.

Frunce el ceño.

—Pero… ¿por qué no?

—Es una larga historia. —Hago una pausa—. Bueno, en realidad, no lo es. Este año quiero concentrarme en el hockey, y el sexo es una inmensa distracción. Eso es todo.

Permanece en silencio durante un largo segundo. Entonces, me toca la mejilla y me acaricia la barba incipiente sobre la mandíbula con el pulgar. Se pasa la lengua por los labios, y yo casi me corro en los pantalones.

—Si te preocupa que quiera tener algo más contigo, relájate. Solo busco un rollo de una noche. Tengo muchísimo trabajo este semestre y no tengo tiempo para relaciones.

—No tiene nada que ver con las relaciones —trato de explicar—. Es el sexo en general. Una vez empiezo, no quiero parar. Me distraigo y…

Vuelve a interrumpirme.

—Vale, sin sexo. Te la como.

Casi me atraganto con mi propia lengua.

—Gina…

—No te preocupes, me tocaré mientras lo hago. Las mamadas me ponen muy cachonda.

Esto es una tortura.

Pura tortura.

Lo juro, si el ejército necesita ideas para romper a alguien, dadle a un chaval universitario que tenga una erección, echadle a una tía buena sobre el regazo y haced que ella le diga lo mucho que quiere tener sexo sin compromiso y que le ofrezca mamadas porque la ponen «muy cachonda».

—Lo siento —gruño. Entonces, logro realizar una hazaña todavía más difícil: la aparto de mi regazo y me levanto—. Mi estado mental no es el más apropiado para… nada de esto.

Ella se queda sentada y echa la cabeza hacia atrás para mirarme. Tiene los ojos abiertos de incredulidad y una pizca de… lo que podría ser compasión. Por el amor de Dios. Ahora se apiada de mí por mi celibato.

—Lo siento —repito—. Y para que lo sepas, eres la chica más atractiva de esta fiesta y mi decisión no tiene nada que ver contigo. Me hice una promesa en abril y quiero mantenerla.

Gina se muerde el labio inferior y, para mi sorpresa, veo un destello de admiración en su rostro.

—No voy a mentir —dice—, estoy un poco impresionada. No hay muchos tíos capaces de mantenerse firmes a esa decisión cuando se topan con mi cuerpazo.

—No hay muchos hombres tan estúpidos como yo.

Sonriente, se levanta de un salto.

—Bueno, supongo que nos veremos por ahí, Hunter. Me gustaría decirte que te esperaré, pero esta chica tiene sus necesidades, y es evidente que no van acordes a las tuyas.

Se ríe, sale poco a poco del cuchitril y yo observo cómo balancea su atractivo trasero a cada paso.

Me paso ambas manos por el pelo y suelto un gemido ahogado contra las palmas. No sé si debería estar orgulloso de mí mismo o patearme el culo por el ridículo camino que he tomado.

En gran medida, me ha ayudado a concentrarme en el hockey. Saco toda mi frustración sexual sobre el hielo. Soy más fuerte y rápido de lo que era la temporada pasada, y casi me deshago de la desesperación en cada uno de los lanzamientos a portería que hago. Las balas dan en el objetivo, casi a modo de homenaje a mi pene doliente. Un reconocimiento de que su sacrificio debe ser honrado.

Solo es hasta el final de la temporada, me aseguro a mí mismo. Siete meses más, que sumarán un año entero de celibato en cuanto cruce la línea de meta. Y entonces me recompensaré a mí mismo con un verano lleno de sexo. Un verano de sexo.

Un verano de sexo sucio, decadente e interminable.

Por favor. Estoy muy cansado de mi propia mano. Y no estoy ayudando a la causa con estupideces como abrirme a la tentación con preciosas chicas de sororidades.

Por primera vez en mucho tiempo, me muero de ganas por que empiecen las clases. Con suerte, tendré tanto trabajo este semestre que me ahogaré en él. Deberes, tiempo extra sobre la pista de hielo, entrenamientos y partidos: es todo en lo que me permito concentrarme. Y, por descontado, no más fiestas de sororidades.

Evitar la tentación es la única manera de centrarme en el juego y mantener la polla en los pantalones.

Capítulo 2

Demi

—Cierra con llave —ordeno a mi novio, Nico, cuando entra en la habitación. El hecho de que mi sororidad sea la anfitriona de la fiesta de esta noche no significa que mi habitación esté abierta al público. La última vez que organizamos una fiesta y olvidé cerrar con llave, subí a por un jersey y me topé con un trío en curso. Uno de los dos chicos incluso había cometido la atrocidad de usar a Fernando, mi panda tuerto de peluche, como cojín para colocarlo bajo el trasero de la chica. Ya sabéis, para que les resultara más sencillo realizar la doble penetración que estaba a punto de empezar.

«Nunca más, Fernando», le aseguro a mi amigo de la infancia mientras lo muevo a la mesita de noche para hacerle sitio a mi novio.

Nico se deja caer de espaldas sobre la cama, se cubre la cara con el brazo y suelta un suspiro de agotamiento. Se ha perdido la fiesta porque tenía que trabajar, pero aprecio que haya hecho el esfuerzo de venir aquí después de su turno, en lugar de irse al estudio donde está de alquiler en Hastings. El pueblecito está a diez minutos en coche del campus de Briar, así que no se encuentra demasiado lejos, pero sé que le habría resultado más sencillo volver a casa directamente y dormir.

—¿Cansado? —señalo, compasiva.

—Muerto —responde con la voz amortiguada. Su antebrazo impide que le vea los ojos, lo que me da la oportunidad de admirar su cuerpo sin que se burle de mí por ello.

Nico tiene la complexión alta y esbelta de un jugador de baloncesto. Aunque jugó de base en el instituto, no recibió ninguna beca universitaria, y tampoco era lo bastante bueno como para jugar en la NBA, pero no creo que le importe demasiado. El baloncesto era un deporte que disfrutaba cuando jugaba con sus amigos del instituto; su verdadera pasión son los coches. Sin embargo, aunque ya no haga deporte, todavía está en buena forma. Realiza una buena dosis de ejercicio al mover cajas y muebles en la compañía de mudanzas donde trabaja.

—Pobre bebé —murmuro—. Deja que me ocupe de ti.

Con una sonrisa, empiezo por la parte inferior de su cuerpo y voy poco a poco hacia arriba. Le quito las zapatillas, deslizo el cinturón por las presillas y le bajo los pantalones. Se sienta para ayudarme con la sudadera y vuelve a desplomarse hacia atrás. Ahora tiene el pecho descubierto, lleva bóxers y calcetines, y ha vuelto a colocarse el brazo sobre la cara para protegerse los ojos de la luz.

Me apiado de él y apago la luz del techo para encender la lámpara de la mesita de noche, que emite un resplandor pálido.

Entonces me acomodo a su lado, vestida con el camisón de seda negro que llevaba para la fiesta.

—Demi —balbucea cuando empiezo a besarle el cuello.

—¿Mmm?

—Estoy demasiado cansado para esto.

Desplazo la boca por la línea angulosa de su mandíbula y la áspera barba incipiente me rasca los labios. Llego a su boca y lo beso con suavidad. Me devuelve el beso, pero es una caricia efímera. Entonces, vuelve a soltar un gemido de cansancio.

—Cariño, en serio, no tengo energía. He trabajado catorce horas seguidas.

—Yo haré todo el trabajo —susurro, pero en cuanto deslizo la mano hacia su entrepierna, no noto ninguna señal de vida. Su pene está flácido como un fideo.

—Otra noche, mami —dice, adormecido—. ¿Por qué no pones esa serie siniestra que tanto te gusta o algo?

Me trago la decepción. Hace más de una semana que no lo hacemos. Nico trabaja los findes y varias noches entre semana, pero mañana tiene el día libre, así que este es uno de los escasos sábados en los que podríamos quedarnos despiertos hasta tarde enrollándonos si quisiéramos.

Pero no ha movido un solo músculo desde que se ha tumbado.

—Está bien —cedo, y me doy la vuelta para tomar el portátil—. El último capítulo es Niños que matan, pero no recuerdo si te puse el anterior, Payasos que matan…

Nico ronca flojito.

Maravilloso. Es sábado por la noche, hay una fiesta increíble en el piso de abajo y ni siquiera son las diez en punto. Mi novio buenorro está dormido en mi cama y yo estoy a punto de ver una serie sobre asesinos. Sola.

Viviendo el sueño universitario. Yupi.

Para empeorar la situación, este es el último fin de semana libre de estrés que vamos a tener en mucho tiempo. El semestre de otoño empieza el lunes, y este año tengo un horario intenso. Estoy en el curso propedéutico para Medicina, así que tengo que destacar de verdad durante mis dos últimos años en Briar si quiero entrar en una buena facultad de medicina. Ni en sueños tendré tanto tiempo para Nico como me gustaría.

Echo un vistazo rápido al bulto que ronca junto a mí. No parece preocuparle nuestra falta imperiosa de tiempo de calidad, pero quizá tiene razones para no hacerlo. Llevamos juntos desde secundaria. Nuestra relación ha tenido sus altibajos a lo largo de los años, y nos hemos tomado un tiempo más de una vez, pero hemos sobrevivido a todos y cada uno de los obstáculos, así que también podremos con esto.

Me meto debajo de la manta, una hazaña que requiere de habilidad, pues el pesado cuerpo de Nico presiona el otro lado del cobertor. Me coloco el ordenador sobre el regazo y cargo el siguiente episodio de mi serie favorita. Me gustaría decir que veo esta serie únicamente por el componente psicológico, pero… ¿a quién voy a engañar? Es una paranoia y me encanta.

La música amenazante llena la habitación, seguida por el familiar tono británico e invariable del presentador que me informa de la inminencia de sesenta deliciosos minutos de niños que matan.

* * *

El resto del fin de semana pasa volando. El lunes por la mañana trae consigo mi primera clase de tercero de carrera, y la que me tiene más emocionada: Psicopatología. E incluso mejor, dos buenos amigos míos también asisten a esta clase. Me esperan en las escaleras de piedra del enorme edificio cubierto de hiedra.

—Madre mía, ¡estás genial! —Pax Ling me rodea con los brazos, tira de mí para plantarme un ruidoso beso en la mejilla y me alcanza por detrás para pellizcarme el trasero. Llevo unos vaqueros cortos y una camiseta sin mangas a rayas, porque hoy hace un calor de mil demonios. Que no me quejo de que el verano siga durante septiembre. Arriba el calor, baby.

—Lo que estos pantalones cortos les hacen a tus piernas, cari —exclama Pax con aprobación.

A su lado, TJ Bukowski pone los ojos en blanco. Cuando los presenté por primera vez, TJ no era muy fan de la personalidad extravagante de Pax, pero al final se abrió a él, y ahora tienen una relación de amor-odio que me da la vida.

—Tú tampoco estás nada mal —informo a Pax—. Me encanta la camiseta.

Se sube el cuello del polo verde guisante.

—Es un Gucci, zorras. Mi hermana y yo hemos estado en Boston este fin de semana y nos hemos gastado algo de dinero. Bueno, un poco demasiado. Pero, eh, ha valido la pena, ¿verdad? —Da una vuelta rápida para mostrarnos el polo nuevo.

—Ha valido la pena. —Asiento.

TJ se ajusta las tiras de la mochila.

—Venga, entremos ya. No queremos llegar tarde a la primera clase. He oído que Andrews es una profe estricta.

Me río.

—Aún tenemos quince minutos. No te preocupes.

—¿De verdad le acabas de decir a Thomas Joseph que no se preocupe? —pregunta Pax—. Ese es su estado de ánimo por defecto.

No se equivoca. TJ es una bola de ansiedad con patas.

TJ nos fulmina con la mirada. No le gusta que se rían de él, sobre todo a propósito de su ansiedad, así que extiendo la mano y le doy un cálido apretón.

—No te enfades, cielo. Me gusta que seas un don angustias. Significa que nunca llegaré tarde a ningún lado.

Con una leve sonrisa, me devuelve el gesto. TJ y yo nos conocimos en primero de carrera, cuando vivíamos en la misma residencia de estudiantes. Mi compañera de piso era insoportable, así que la habitación de TJ se convirtió en una especie de santuario para mí. Llevarse bien con él no es siempre fácil, pero para mí ha sido un buen amigo desde el principio.

—¡Esperaaa!

El chillido femenino atraviesa la brisa de la mañana. Giro la cabeza para ver a una chica bajita que corre por el camino arbolado. Lleva un vestido negro largo hasta las rodillas con uno grandes botones blancos en el centro. Tiene un brazo en el aire y agita lo que parece ser un táper de plástico.

Un chico de pelo oscuro se para cerca de las escaleras. Es alto y se nota que está en forma, aunque lleve una sudadera gris ancha con el logo de la Universidad de Briar. Su hermoso rostro se arruga cuando frunce el ceño al percatarse de que la chica lo persigue.

Ella se desliza hasta que se detiene frente a él. No oigo lo que él le dice, pero su respuesta es alta y clara. Creo que es una de las personas más ruidosas con las que me he topado jamás.

—¡Te he hecho la comida! —Con una amplia sonrisa, le presenta el recipiente como si le entregara el santo grial.

Mientras tanto, el lenguaje corporal de él muestra irritación, como si lo que le estuviera dando en realidad fuera una bolsa de caca de perro.

¿En serio? ¿Su novia le hace la comida y él no se lo agradece y la envuelve con los brazos? Menudo capullo.

—Odio a ese chico —musita TJ.

—¿Lo conoces? —No puedo esconder mi expresión dudosa. TJ no se junta con deportistas, y el chico que tenemos delante es cien por cien uno de ellos. Esos hombros lo delatan.

—Es Hunter Davenport —añade Pax, y reconozco su tono de voz al instante. Traducción: «Oh, madre mía, quiero lamer a ese chico».

Y es cierto, se le ha puesto una mirada soñadora.

—¿Quién es Hunter Davenport? —pregunto.

—Está en el equipo de hockey.

He dado en el clavo. Sabía que era un deportista. Esos hombros…

—Nunca he oído hablar de él —digo, y me encojo de hombros.

—Tampoco te pierdes nada. Solo es un deportista rico y capullo —añade TJ.

Arqueo una ceja.

—¿Qué problema tienes con él? —TJ no suele hablar mal de los atletas. Bueno, ni de nadie, de hecho, aparte de alguna crítica ocasional a Pax.

—Nada. Solo creo que es asqueroso. Lo pillé tirándose a una zorra en la biblioteca el año pasado. Completamente vestido, pero con los pantalones bajados hasta la mitad del culo. La tenía contra la pared en una de las salas de estudio. —TJ sacude la cabeza, indignado.

Yo también siento asco, pero se debe a la grosera representación que mi amigo ha hecho de la compañera de Davenport.

—Por favor, no uses esa palabra —le riño—. Ya sabes que no me gustan esas faltas de respeto.

TJ retira lo dicho de inmediato.

—Perdona, tienes razón, no ha estado bien. En todo caso, Davenport fue la zorra en esa situación.

—¿Por qué tiene que haber una zorra?

—Yo quiero ser su zorra —añade Pax, ausente. No despega la mirada del jugador de hockey de pelo oscuro, que todavía discute con su novia.

La chica no deja de darle el táper y se lo devuelve una y otra vez. Creo que dice que no va a tener tiempo para comer, porque su chillido de respuesta es:

—¡Siempre hay tiempo para comer, Hunter! Pero ¿sabes qué? Vale. Muérete de hambre. ¡Perdona por intentar alimentarte!

Con una sonrisa, me pongo las manos alrededor de la boca, como si formara un altavoz, y vocifero:

—¡Pilla la puta comida de una vez!

Davenport gira la cabeza hacia mí y frunce el ceño.

La chica, por su parte, me sonríe.

—¡Gracias!

Le mete el recipiente en la mano una vez más y se marcha haciendo aspavientos. Los tacones bajos resuenan contra los adoquines que conforman casi todo el campus antiguo.

El chico del hockey echa chispas por los ojos mientras acerca a nosotros enfadado.

—No tienes ni idea de lo que has hecho —gruñe. Su voz es más grave de lo que esperaba, con una nota ronca adorable. Levanta el recipiente—. Ahora hemos sentado precedente. Me hará la dichosa comida todo el semestre.

Pongo los ojos en blanco.

—Guau, perdónala por intentar alimentarte.

Suspira y se aleja. Entonces se detiene.

—Oh, hola, ¿cómo va todo, tío? —le dice a Pax.

Mi amigo se queda tan boquiabierto que parece que la mandíbula va a caerle sobre las deportivas blancas. También parecen nuevas, así que supongo que el polo no es lo único que se compró en Boston.

—Hola —responde Pax, claramente pasmado por la distinción.

—Ibas a mi clase de Medios de comunicación alternativos el semestre pasado. Jax, ¿verdad?

Para mi sorpresa, Pax asiente de manera estúpida.

—¿También estáis en la clase de Psicopatología?

—Sí. —Pax respira.

—Genial. Bueno, nos vemos dentro. —Davenport le da una palmadita en la espalda antes de subir lentamente por las escaleras hacia la entrada del edificio.

Miro a mi amigo, pero está demasiado ocupado contemplando embobado el trasero de Davenport.

—Ey, Jax —me burlo—. Tierra llamando a Jax.

TJ se ríe.

Pax sale de su trance y me dedica una mirada tímida.

—Se acordaba de mí, Demi. No iba a corregirle después de que se acordara de mí.

—¡Se acordaba de Jax!

—¡Ese soy yo! Soy Jax. Ahora vivo la vida como Jax. Lo ha dicho Hunter Davenport.

Ahogo un suspiro y echo un vistazo a TJ.

—¿Por qué somos sus amigos?

—No tengo ni idea —responde con una sonrisa—. Vamos, Jax, escoltemos a nuestra dama a clase.

Entro en la sala de conferencias entre los dos chicos, como si fuéramos un bocadillo, con los brazos enlazados con los de ellos. La mayor parte de mis amigos son chicos, un hecho que mi novio ha tenido que aceptar. En el instituto no le hacía especial ilusión, pero Nico nunca ha sido un novio controlador, y creo que, en el fondo, le gusta que me lleve tan bien con sus amigos.

No me malinterpretéis, también tengo amigas. Mis chicas de la sororidad. Pippa y Corinne, con quienes voy a cenar esta noche. Pero, por el motivo que sea, mis amigos chicos superan en número a las chicas.

Dentro de la sala cavernosa, los chicos y yo encontramos tres asientos juntos en una fila que se encuentra en el centro de la habitación. Me fijo en que Hunter Davenport está una fila por delante de nosotros al final del pasillo, encorvado mientras mira el móvil.

—Madre mía, es perfecto —gime Pax—. No tenéis ni idea de lo mucho que he fantaseado con atraerlo hacia la otra acera.

Le doy un golpecito en el brazo.

—Tal vez algún día. Confío en ti.

La sala se llena, y toda la cháchara muere cuando la profesora entra a las nueve en punto. Es una mujer alta y esbelta con el pelo corto, y unos ojos astutos detrás de una montura cuadrada de color negro. Nos da una cálida bienvenida y prosigue a presentarse, nos da sus credenciales y lo que se espera que aprendamos este año.

Estoy entusiasmada. Mi padre es cirujano y mi madre era enfermera de pediatría, así que era inevitable que yo me matriculara en una carrera relacionada con la medicina. Quizá está programado en mi ADN. Sin embargo, la cirugía y la enfermería nunca me han interesado. Desde que era niña, me he sentido atraída por la mente. Me fascinan los trastornos de personalidad, los patrones de pensamientos destructivos y su impacto en el individuo cuando interactúa con el mundo.

La profesora Andrews explica los temas específicos que trataremos.

—Veremos cómo se trataban los trastornos psicológicos en el pasado, y cómo la medicina moderna los ha abordado a lo largo de los años. La evaluación clínica y el diagnóstico jugarán un papel importante en nuestros estudios. Además, creo en los enfoques prácticos de enseñanza, lo que significa que no me limitaré a permanecer de pie en el podio mientras suelto datos sobre trastornos del estrés, trastornos de humor, trastornos sexuales y similares.

Me inclino hacia delante. Ya me ha cautivado. Me gusta su tono sensato y la manera en que pasea la mirada por el aula e intenta hacer contacto visual con todos los alumnos. He tenido muchas clases en las que el profesor leía de un portátil en el mismo tono todo el tiempo y no parecía darse cuenta de que había más gente en el aula.

La profesora añade que tendremos que escribir resúmenes de los casos prácticos de los que hable en clase y que habrá varias pruebas tipo test.

—Las fechas de los exámenes están en el programa que se os ha enviado por correo electrónico. Con respecto al proyecto de investigación, necesitáis un compañero con el que trabajaréis a largo plazo, un artículo final de investigación y un estudio a fondo del caso para antes de las vacaciones. Aquí viene la parte divertida…

Me fijo en que varias personas intercambian miradas incómodas por toda la sala. Supongo que salta la alarma cuando un profesor usa la palabra «divertida». Pero a mí no me importa. Todo lo que ha explicado hasta ahora suena interesante.

—Conocéis ese antiguo juego de niños, ¿«jugar a los médicos»? —La profesora Andrews sonríe a la clase—. Es la esencia de este proyecto de investigación. Un compañero hará el rol del psicólogo y el otro será el paciente. Al primero se le proporcionarán herramientas de diagnóstico para que realice una evaluación y lleve a cabo un estudio detallado del caso. Al segundo se le asignará un trastorno psicológico que deberá investigar y que, a falta de una palabra que lo describa mejor, representará ante el doctor.

—Me encanta —dice Pax—. Por favor, por favor, déjame hacer de paciente.

—¿Por qué asumes que lo harás con Demi? —protesta TJ.

—Chicos, hay suficiente Demi para todos.

Pero Andrews nos sorprende.

—Asignaré a las distintas parejas por orden alfabético según la lista de clase. —Levanta unas hojas de papel—. Cuando oigáis vuestros nombres, levantad las manos para saber con quién trabajaréis. Muy bien, empecemos: Ames y Ardin.

Se levantan dos brazos. Una chica con el pelo lila claro y otra que lleva una gorra de los Patriots.

—Axelrod y Bailey.

Hay cerca de cien personas en la clase, pero Andrews es eficiente. Lee la lista a toda velocidad y enseguida ha llego a la letra «D».

—Davenport y Davis.

Levanto la mano a la vez que Hunter. Gira la cabeza hacia mí y se le forma una media sonrisa en el rostro.

A mi lado, TJ suspira, descontento. Se acerca a mí y susurra:

—¿Quieres que me cambie el apellido legalmente a Davidson para salvarte del capullo del hockey?

Le sonrío.

—Está bien, sobreviviré.

—Grey y Guthrie —dice Andrews.

—¿Estás segura? —insiste TJ—. Seguro que puede cambiar de compañero si se lo comentas a la profesora.

—Killington y Ladde.

—Cielo, está bien. Ni siquiera lo conozco —digo—. Es a ti a quien no te cae bien.

—Yo lo adoro —se lamenta Pax—.Quiero jugar a los médicos con él.

Pero Andrews sigue enumerando:

—Lawsin y Ling.

Y a Pax se le ilumina el rostro cuando su compañero alza una mano. Es un chico con el pelo ondulado marrón y una mandíbula de muerte.

—Me vale —murmura Pax, y me trago una risa.

—Estos paquetes… —dice Andrews a la vez que gesticula hacia las pilas de sobres naranjas de manila que hay sobre su escritorio—… contienen instrucciones detalladas sobre el proyecto. Uno de los compañeros, por favor, que recuerde tomar uno al final de la clase. Cada equipo decidirá qué rol asume quién.

Hunter se gira y me hace el gesto de disparar con los dedos, asumo que me toca ir a por el sobre.

Pongo los ojos en blanco. Veo que me va a tocar hacer todo el trabajo.

En cuanto todos estamos emparejados, Andrews prosigue con la lección, y tomo tantos apuntes que empiezan a dolerme las muñecas. Mierda, la próxima vez tendré que traer el portátil. Por lo general, prefiero tomar apuntes a mano, pero hay mucho material que dar y la profesora cubre mucho en muy poco tiempo.

En cuanto termina la lección, me acerco a la parte delantera de la sala para coger un sobre de manila. Uf, cómo pesa. Esto alarmaría a algunas personas, pero yo tengo ganas de empezar ya con el proyecto. Suena divertido y exhaustivo, aunque mi compañero sea un deportista.

Hablando del rey del deporte, se me acerca con la mochila al ancho hombro.

—Davis —me saluda.

—Davenport.

—Llámame Hunter. —Me recorre lentamente con la mirada de la cabeza a los pies. Se toma su tiempo para observar mis piernas descubiertas, todavía bonitas y morenas del verano que he pasado en Miami.

—Demi. —Me doy cuenta de que TJ y Pax están junto a la puerta, donde esperan a que acabe.

—Demi… —dice, ausente. Todavía me revisa las piernas, y traga saliva de forma exagerada antes de subir la mirada hacia la mía.

—Sí, ese es mi nombre. —¿Por qué cambia de postura así? Entrecierro los ojos al mirarle la entrepierna. ¿Tiene una erección?

—Demi —repite.

—Ajá. Que rima con «semi». —Señalo su entrepierna con la mirada.

Hunter mira hacia abajo y se ríe.

—Por el amor de Dios, no se me ha puesto dura. Es el efecto de los pantalones.

—Claaaro.

Desliza una mano grande hacia la zona de la cremallera, la cubre con la palma y la tienda de campaña de los vaqueros parece aplanarse.

—Vaqueros nuevos —refunfuña—. Todavía están algo tiesos.

—Tiesos, dices.

—Es la tela. ¿Ves? Tócalo.

Suelto una risa gutural.

—Oh, por favor, no voy a tocarte la polla.

—Tú te lo pierdes. —Hunter sonríe con suficiencia.

—Si tú lo dices, colega. —Levanto el sobre—. Entonces, ¿cuándo quedamos para echarle un vistazo a esto?

—No sé. ¿Estás libre esta noche?

Sacudo la cabeza.

—Tengo planes. ¿Qué tal mañana por la noche?

—Sí, me va bien. ¿Cuándo y dónde?

—¿A las ocho en punto en la residencia Zeta Beta Ni?

—Oh, ¿en serio? No te tomaba por una chica de sororidad.

Me encojo de hombros.

—Bueno, pues lo soy.

A decir verdad, solo juré lealtad a la sororidad porque no quería vivir en la residencia. Además, mi madre formaba parte de la sección Zeta de su universidad, y crecí oyendo cómo sus días de sororidad fueron de los mejores de su vida. Era el alma de la fiesta entonces, y todavía lo es.

—De acuerdo. Te veo mañana por la noche, Semi —alarga las palabras antes de irse a grandes zancadas.

Capítulo 3

Hunter

—Uf. Echo mucho de menos esas tetas.

—Ellas a ti también…

—Mmm, ¿sí? ¿Qué es lo que más echan de menos de mí?

—Tu lengua, evidentemente.

—Mmm. Déjame verlas, tía buena. Solo un vistazo.

—¿Y qué pasa si entra uno de tus compañeros de piso?

—Entonces sentirán celos de mí hasta el fin de los tiempos porque estoy saliendo con la chica más sexy del planeta.

—Vale, juego. Pero solo si tú me la enseñas a mí.

—Trato hecho. Tú primero… Ah, joder, cariño… espera, igual deberías guardarlas… ¿Qué pasa si entra Hunter? Has dicho que estaba en casa.

—Ah, sin problema. Ahora Hunter es un monje. Mis tetas descubiertas no tendrán ningún efecto sobre él.

Desde la cocina, suelto el gruñido que tenía atragantado. Tenía pensado bajar a por la cena antes de mi cita de estudio con Demi Davis. En lugar de eso, he pasado los últimos cinco minutos escuchando la sesión de Skype más nauseabunda de la historia.

—Sí, soy un monje —grito hacia el pasillo—. ¡No un jodido eunuco!

Entro al salón sin darle tiempo a Brenna de cubrirse. No se lo merece. Como recompensa por soportar la videollamada sexual de Brenna y Jake Connelly, me merezco ver un par de tetas fuera del porno.

Sin embargo, Brenna ya se está subiendo la camiseta por encima del pecho, así que todo lo que me da tiempo a ver es un destello de unos pezones marrón rojizo antes de que desaparezcan de mi vista.

—Muévete, mujer del demonio. —Dejo caer el culo en el sofá a su lado y me meto una cucharada de arroz salvaje en la boca. Echo un vistazo al ordenador que hay sobre la mesita.

—Eh, Connelly. Bonita polla.

El tío de la pantalla del ordenador se sobresalta y suelta un insulto. Baja la mirada hacia la mano derecha, como si se le acabara de venir a la mente que sostiene una erección bastante impresionante. Un borrón de movimiento, el sonido de una cremallera y entonces Jake Connelly me fulmina con sus intensos ojos verdes.

—¿Nos espiabas, Davenport?

Me trago la comida.

—¿Se considera espiar cuando estás desnudo por Skype en mi maldito comedor?

—Nuestro comedor —me corrige Brenna con dulzura, y estira el brazo para darme un golpecito en el hombro.

Claro, como si pudiera olvidarlo. Quizá otro hombre estaría entusiasmado con la idea de compartir piso con tres chicas, pero no es mi situación ideal. Brenna, Summer y Rupi me caen bien por separado, pero, al juntarlas, el mundo se vuelve… ruidoso. Por no mencionar que se alían constantemente contra mí.

En teoría, mis anteriores compañeros de piso, Mike Hollis y Colin Fitzgerald, también viven aquí, pero no pasan tanto tiempo en casa como me gustaría.

Hollis solo aparece los fines de semana: pasa el resto de los días en casa de sus padres en Nuevo Hampshire por trabajo.

Fitz es diseñador de videojuegos y ha aceptado muchísimos trabajos como externo desde que se graduó de Briar. En ocasiones, eso significa desplazarse hasta la sede del estudio de videojuegos. Ahora mismo está en Nueva York, donde trabaja en un juego de rol de ciencia ficción, y se queda en el ático de Manhattan de la familia de Summer durante lo que dure el proyecto. Qué suerte tiene. El clan Heyward-Di Laurentis es asquerosamente rico, así que ahora mismo vive a cuerpo de rey.

—Connelly, muévete. El coche nos espera abajo —ladra otra voz desde los altavoces del portátil—. Tenemos esa sesión de fotos de beneficencia esta noche.

Jake mira por encima del hombro.

—Oh, mierda, lo había olvidado.

—¿Qué estás haciendo en…? Oh, ¡hola, Brenna! —Una cara enorme aparece en la pantalla; un primer plano tan inmenso que casi le veo las fosas nasales peludas al chaval.

Cuando se retira, experimento un extraño momento fan, porque, madre mía, es Theo Nilsson, uno de los jugadores estrella de Edmonton. No me creo que Nilsson haya entrado casualmente en la habitación de hotel de Jake, y no hay forma de frenar el pinchazo de envidia que siento al pensar que Jake está ahí fuera jugando a hockey con auténticas leyendas.

De pequeño soñaba con dedicarme profesionalmente al hockey, pero, a medida que crecía, me di cuenta de que tal vez no era el mejor camino para mí. Ese estilo de vida me asusta, si soy sincero. Así que no me presenté a la selección. Joder, ni siquiera me había planeado jugar en la universidad. Vine a Briar con la intención de sacarme un grado en empresariales y convertirme en emprendedor, pero un amigo y compañero de equipo que se graduó hace un par de años me sacó de mi retiro autoimpuesto, y aquí estoy ahora.

—Me tengo que ir, cariño —dice Jake a Brenna.

—Pásalo bien haciéndote fotos con todas esas fans que se mueren por ti —canturrea ella.

Nilsson suelta una risotada.

—Es un evento benéfico para una organización de curling sénior —revela el compañero de equipo de Jake.

Ella no se inmuta.

—¿Tú has visto a Jake? —pregunta a Theo—. Esos tipos viejos se le tirarán encima. Los fans locos no saben de edades.

Mientras Brenna cuelga, me meto un trozo de pollo a la parrilla en la boca.

—No me creo que ese fuera Theo Nilsson —digo con la boca llena.

—Ya, es muy guay. La semana pasada cenamos con él cuando jugaron contra los Bruins.

—No me lo restriegues.

Los labios rojos marca personal de Brenna forman una sonrisa empalagosa. Incluso cuando está sola en casa, se toma su tiempo para ponerse ese pintalabios que grita «fóllame». Es mala.

—Si te portas bien, la próxima vez te invito.

—Yo siempre me comporto —protesto—. Pregúntaselo a mi pene, el pobre quiere portarse mal y yo no se lo permito.

Se ríe.

—Creo que toda esta lujuria embotellada no le hace ningún bien a tu salud. ¿Qué pasa si te explotan las pelotas y te mueres?

Me lo pienso.

—Tal vez es como mil orgasmos acumulados en una sola explosión. ¿Quién querría seguir viviendo después de eso? Creo que, tras experimentar una explosión de mil orgasmos, nada sería igual.

—Es un buen argumento. —Los ojos oscuros de Brenna me siguen cuando me levanto y voy a la cocina a lavar el plato.

—Me tengo que ir —digo tras asomar la cabeza hacia la sala de estar—. Te veo luego.

—¿Adónde vas?

—Tengo una cita de estudio en la residencia Zeta.

—¡Ja! Y hasta aquí el voto de castidad.

—No. El voto sigue intacto. Solo estoy trabajando en un proyecto con una chica de la sororidad.

—Un proyecto —se burla.

—Sí, un proyecto. El mundo no gira alrededor del sexo, B.

—Claro que sí. —Se pasa la lengua por los labios de forma lasciva y se me estremece la boca como respuesta. El pene también.

Tiene razón. El sexo lo es todo y está en todas partes. No puedo ver a una mujer humedecerse los labios sin que mi cerebro se ahogue en la alcantarilla de lo sexual.

Hasta ahora, solo he encontrado una solución para controlar la libido: la marihuana. Y ni siquiera puedo servirme de ello tanto como me gustaría, aparte del porro ocasional en una fiesta. La hierba me relaja y me ayuda a controlar los impulsos carnales, pero también me deja exhausto y me ralentiza durante los entrenos. Y ni de broma quiero tentar a los dioses de las pruebas de drogas de la NCAA. Así que, igual que el sexo, solo es otra actividad divertida que tengo que evitar. Mi vida es maravillosa.

—En fin, y luego he quedado con algunos de los chicos en el Malone para jugar al billar. No me esperes despierta.

—¿Qué? ¿Y no estoy invitada? —Hace pucheros en forma de burla.

—No —respondo, y no siento ni la más ligera culpa. Vivo en Villa Estrógeno, y, a veces, necesito escapar, aunque solo sea durante una noche—. Prohibido chicas. Ya hay bastantes mujeres en esta casa.

—Oh, te encanta. Rupi te hace la comida cada día, Summer, el desayuno, y yo siempre voy por la casa en ropa interior. Comida e inspiración sexual para tus pajas, Davenport. Estás en el paraíso.

—Si estuviera en el paraíso, me acostaría con vosotras cada noche. A la vez.

—¡Ja! Ya te gustaría. Pásatelo bien con tu… —Brenna dibuja unas comillas en el aire— «proyecto».

La hago una peineta y me voy. Al cabo de quince minutos, vuelvo a estar en el campus, con el Land Rover aparcado en la calle arbolada donde se encuentra la hilera de residencias de las fraternidades y sororidades, pero esta noche solo oigo el sonido amortiguado de la música de unas pocas.

Ando por el camino lleno de flores que lleva a la puerta delantera de la residencia Zeta. Casi todas las ventanas de la casa victoriana de tres plantas tienen la luz encendida. Llamo al timbre y aparece una chica alta y delgada en pantalón de pijama.

Arquea una ceja.

—¿Te puedo ayudar en algo?

—He venido a ver a Demi. —Levanto el hombro sobre el que llevo la mochila—. Vamos a estudiar.

La hermana de Demi se encoge de hombros, gira la cabeza y grita:

—¡Demi! ¡La puerta!

Entro en la casa, que ha sufrido un cambio drástico desde que estuve aquí el fin de semana. Está limpia como una patena, huele a friegasuelos de limón y no hay chicas con poca ropa, ni tíos borrachos, ni charcos de cerveza esparcidos por el suelo de madera.

Oigo unos pasos por las escaleras de madera, y la chica de la clase de Psico baja los escalones a saltos con una piruleta que le sobresale por la comisura de la boca. Por supuesto, me fijo en sus labios, que brillan y están tintados de rojo por el caramelo que está chupando. Lleva el pelo negro recogido en una coleta alta, unos pantalones a cuadros y una camiseta de tirantes fina de color blanco por encima de un sujetador deportivo negro.

Es muy mona, y tengo que obligarme a dejar de repasarla con la mirada.

—Hola —dice, y me echa un largo vistazo.

—Mel, ¿quién estaba en la puerta? —grita alguien.

Se produce un estallido de voces y media docena de chicas salen de la cocina hacia el recibidor. Todas se detienen de golpe al verme. Una de ellas me desviste con los ojos sin disimular, mientras que las demás son ligeramente más discretas.

—Hunter Davenport —exclama la mirona alargando las palabras—. Dios, eres incluso mejor de cerca.

Por lo general, me vuelvo tímido o estúpido cuando estoy rodeado de mujeres, pero todas me están evaluando, y es realmente desconcertante.

—Tal vez deberías darme tu número —murmuro.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Para que la próxima vez pueda escribirte cuando llegue y salgas a buscarme con discreción para evitar todo… esto… —Hago un gesto hacia nuestra audiencia.

—¿Qué pasa? ¿Te intimidan unas cuantas chicas? —Demi pone los ojos en blanco y me guía escaleras arriba.

—Nah. —Guiño un ojo—. Me preocupo por ti.

—¿Por mí?

—Bueno, sí. Si no dejo de venir a verte, tus hermanas se pondrán locas de celos y, al final, su resentimiento provocará que te traten peor y perderás a todas tus amigas. ¿Es eso lo que quieres, Semi?

Se ríe.

—¡Oh, no! Tienes razón. A partir de ahora deberías trepar hasta mi ventana. Como Romeo. —Cambia la piruleta de lado con la lengua—. Spoiler: Romeo muere.

Me mete en una habitación del segundo piso y cierra la puerta.

Examino el cuarto. Las paredes son amarillas y la cama tiene cuatro postes como si debiera contar con un dosel ondulado, pero no lo tiene. La ropa de cama es lila y hay un panda de peluche sobre una de las almohadas.

El escritorio de Demi está repleto de libros de texto. Química, biología y uno de matemáticas, cuyo título no alcanzo a leer. Arqueo las cejas. Si tiene todas esas asignaturas en un semestre, va a tener mucho trabajo; no la envidio para nada.

Pero lo que más me llama la atención es el gran tablón que hay sobre el escritorio. Está repleto de imágenes, y me acerco para verlo mejor. Hmmm, hay un montón de chicos en estas fotos. También aparecen algunas chicas, pero el grupo de amigos de Demi parece consistir en su mayoría de chicos. En varias de las fotos aparece Demi con el mismo chico de pelo azabache. ¿Su novio?

—Bueno, pues ¿cómo lo hacemos? —pregunto, y dejo caer la mochila sobre la silla del escritorio.

—Bueno, Andrews dijo que tenemos que tratar estos encuentros como si fueran sesiones de terapia reales.

—Claro. —Subo y bajo las cejas—. ¿Estás lista para jugar a los médicos?

—Qué asco. No voy a jugar a nada contigo, chico del hockey.

—Es hombre del hockey, por favor y gracias.

—De acuerdo, hombre del hockey. —Demi rebusca en la mochila y saca el sobre de manila que nos dieron ayer en clase. Se sienta en el borde de la cama y se lo coloca en el regazo—. Muy bien, pues yo había asumido que tú serías el paciente y yo la doctora. Eso significa que tú harás la parte fácil del informe.

Frunzo el ceño.

—¿Qué te hace pensar que necesito hacer la parte fácil?

—Oh, perdona, no quería insultar tu inteligencia —se disculpa, y suena sincera—. Pero un amigo me dijo que estás estudiando empresariales.

—¿Y?

—Que yo soy la que estudia psicología de los dos, y creo que redactar el estudio del caso y hacer todo el trabajo de diagnóstico sería mucho más beneficioso para mí que para ti, ya que quiero dedicarme a esto. Pero si no quieres hacer la parte de la investigación, podemos echarlo a suertes.

Me lo pienso durante un momento. Tiene razón con lo de la carrera, y no me importa hacer la investigación.

—Vale, lo que sea. Seré el paciente.

—Perfecto. Hecho.

—¿Ves qué bien trabajamos juntos? —Se me va la vista hacia el sofá biplaza encastado bajo la ventana—. Genial, es como el despacho de un loquero de verdad—. Doy una zancada hacia el sofá, embuto mi cuerpo demasiado grande en él y estiro las piernas por encima del borde. Entonces, acerco la mano a la cremallera—. ¿Me quito los pantalones o me los dejo puestos?

Capítulo 4

Demi

Me echo a reír ante la estrafalaria pregunta.

—Por el amor de Dios, déjate los pantalones puestos, por favor.

—¿Estás segura? —dice Hunter, con los dedos suspendidos sobre el botón de los vaqueros.

—Afirmativo.

—Tú te lo pierdes. —Guiña un ojo y coloca las manos detrás de la cabeza.

Debo admitir que Davenport es divertido. También es muy atractivo. Mis compañeras de la sororidad han dejado charcos de baba por el suelo cuando ha pasado por delante de ellas hace un rato. La mayoría siente especial atracción por los deportistas, así que es posible que entren en mi habitación para suplicarme que les cuente todos los detalles en cuanto Hunter se vaya.

Se estira sobre mi pequeño sofá y se quita los zapatos de una patada. Lleva unos vaqueros rasgados por las rodillas, una camiseta negra y una sudadera gris con la cremallera abierta. Tiene el cuerpo musculoso, pero no es corpulento; tiene un buen cuerpo acompañado por un rostro capaz de parar corazones. Y cuando me dedica una sonrisa engreída, me horroriza notar cómo me sube el calor por las mejillas. Esa sonrisa es peligrosa. No me extraña que Pax esté obsesionado con este chico.

Abro el sobre y extraigo un paquete grapado con las instrucciones para nuestro proyecto, junto con otros dos sobres. Uno tiene la etiqueta doctor y el otro paciente.

—Toma. —Lanzo el sobre del paciente al sofá. Hunter lo caza sin problema.

Dentro del mío encuentro un montón de papeles y les echo un vistazo. Son plantillas en blanco que tengo que usar para las notas de las sesiones. Leo las instrucciones por encima. Tenemos que registrar un mínimo de ocho sesiones, pero podemos hacer tantas como queramos. Al parecer, debo incluir las notas que tome durante las sesiones en el apéndice para el estudio del caso que tendré que redactar. Mi paquete también incluye herramientas de diagnóstico y hojas con consejos.

Desde el sofá, Hunter se ríe flojito. Lo miro para ver cómo ojea los papeles. Su montón no es tan grande como el mío, seguramente porque su parte del proyecto implica más investigación.

—Creo que tendríamos que haber decidido los papeles en clase —apunto—. No sé si podremos hacer una sesión antes de que hayas repasado tu problema falso.

Pero Hunter se encoge de hombros. Una nota de ironía le tiñe la voz mientras vuelve a estudiarse los papeles.

—Está bien. Sé lo suficiente como para defenderme, por lo menos durante la primera charla.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Guarda los papeles de nuevo en el sobre y lo tira sobre su mochila. Entonces vuelve a acomodarse—. Muy bien, empecemos.

Según las instrucciones de Andrews, no se me permite grabar la sesión, pero confío en mis habilidades para tomar notas. Hago crujir el último trozo de piruleta entre los dientes, me trago el caramelo y tiro el palito a la papelera.

En cuanto los dos estamos listos, empezamos con las formalidades.

—Bien, señor… —Espero a que termine.

—Sexy.

—Prohibido. Puedes hacerlo mejor.

—Grande —sugiere.

Suspiro.

—Smith —digo con firmeza—. Eres el señor Smith. Nombre de pila, ejem, Damien.

—¿Como el niño diabólico de esa película de terror? Prohibido. Da mal karma.

—Tú sí que das mal karma —musito. Por favor, estamos perdiendo el tiempo con el registro del nombre falso. A este paso nunca terminaremos el proyecto—. Vale, tu nombre de pila es Richard, capullo quisquilloso.

Suelta un bufido.

—Es un placer conocerle, Pito Smith —digo con dulzura—. Yo soy la doctora Davis. ¿Qué le trae aquí hoy?

Una parte de mí espera que me vuelva a contestar con una tontería, algo sobre cómo necesita que se la coman, pero me sorprende.

—Mi mujer cree que necesito ir a terapia.

Alzo las cejas. Oh, directo al grano. Me encanta.

—¿De veras? ¿Y por qué lo cree?

—La verdad es que no lo sé. Es ella quien necesita ir a terapia. Siempre pierde la cabeza por cualquier cosa.

Anoto el modo en el que ha dicho la frase.

—¿Qué quiere decir con eso de que «pierde la cabeza»?