Amor ruso - Chantelle Shaw - E-Book
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Amor ruso E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

La violinista Eleanor Stafford no estaba acostumbrada a las fiestas, de modo que no fue una sorpresa que se quedara deslumbrada por el inquietante ruso Vadim Aleksandrov. La vibrante atracción la hizo perderse en esa embriagadora sensación...  y arrojarse a sus brazos.Pronto, se vio viviendo con él en su villa mediterránea, asistiendo a fiestas llenas de glamour y colmada de lujos. Debería haber estado eufórica, pero en el pasado de él había algo tan oscuro, que ni siquiera su virginal dulzura era capaz de sacar a la luz…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Chantelle Shaw. Todos los derechos reservados. AMOR RUSO, N.º 2041 - noviembre 2010 Título original: Ruthless Russian, Lost Innocence Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9248-3 Editor responsable: Luis Pugni E-pup x Publidisa

Capítulo 1

Auditorio del Louvre. París

Sucedió en un instante. Una mirada fugaz y ¡zas!, Eleanor se sintió como si la hubiera alcanzado un rayo.

El hombre se encontraba a algo de distancia, rodeado por un grupo de elegantes mujeres francesas que rivalizaban por su atención. La primera impresión que tuvo en esos segundos durante los que sus ojos se encontraron fue que era alto, moreno e irresistiblemente guapo. Pero cuando apartó la mirada de sus penetrantes ojos azules, añadió la palabra «peligroso» a la lista.

Impactada por la reacción que había tenido ante un completo desconocido, miró su copa de champán, vio que le temblaban las manos e intentó concentrarse en su conversación con un periodista musical de la sección de cultura del Paris Match.

–El público se ha quedado embelesado con usted esta noche, mademoiselle Stafford. Su interpretación del segundo concierto para violín de Prokofiev ha sido verdaderamente excepcional.

–Gracias –sonrió ligeramente al periodista aunque seguía totalmente pendiente del intenso escrutinio del hombre situado al otro lado de la sala, y necesitó toda su fuerza de voluntad para evitar girar la cabeza. Fue casi un alivio que Marcus apareciera a su lado.

–¿Sabes que todo el mundo dice que esta noche ha nacido una estrella? Has estado absolutamente maravillosa. Acabo de echarle un vistazo a la crítica que Stephen Hill está escribiendo para The Times y cito textualmente: «La pasión y el virtuosismo técnico de Stafford son increíbles. Su genialidad musical es deslumbrante y su actuación de esta noche le ha cimentado un lugar como una de las mejores violinistas del mundo». No está mal, ¿eh? –Marcus no podía ocultar su satisfacción–. Vamos, tienes que darte una vuelta. Hay unos cuantos periodistas que quieren entrevistarte.

–La verdad es que, si no te importa, me gustaría volver al hotel.

La sonrisa de Marcus se desvaneció cuando vio que Eleanor hablaba en serio.

–Pero es tu gran noche –protestó.

–Soy consciente de que la fiesta es una oportunidad ideal para obtener más publicidad, pero estoy cansada. El concierto ha sido agotador –sobre todo cuando las horas previas a su actuación en solitario había estado consumida por los nervios. La música era su vida, pero el miedo escénico que sufría cada vez que actuaba en público era bastante desagradable y en ocasiones se preguntaba si de verdad quería una carrera en solitario cuando eso la hacía enfermar de miedo.

–Esta noche has atraído a un público de lo más selecto, y no puedes desaparecer sin más. He visto, por lo menos, a dos ministros del gobierno francés, sin mencionar a la oligarquía rusa. Por cierto, no mires ahora, pero Vadim Aleksandrov viene hacia aquí.

Ella giró la cabeza y sintió como si se le fuera a salir el corazón cuando vio esa impactante mirada azul. El hombre caminaba hacia ella con aire decidido y se quedó paralizada ante la clásica belleza masculina de sus esculpidos rasgos y de su cabello negro peinado hacia atrás.

–¿Quién es? –le susurró a Marcus.

–Un multimillonario ruso. Amasó su fortuna con un negocio de teléfonos móviles y ahora es propietario de una cadena de televisión satélite, de un periódico británico y de un imperio inmobiliario que se dice que incluye la mitad de Chelsea... o «Chelski», como algunos lo llaman –añadió Marcus antes de quedarse en silencio bruscamente.

Pero Eleanor no necesitó ver la intrigante sonrisa de Marcus para saber que el hombre en cuestión estaba justo detrás de ella. Podía sentir su presencia. El especiado aroma de su colonia invadió sus sentidos y se le erizó el vello de la nuca cuando él habló con esa profunda y melodiosa voz, tan exquisita y sensual como las notas de un violonchelo.

–Disculpen, pero me gustaría felicitar a la señorita Stafford por su actuación de esta noche.

–Señor Aleksandrov, soy Marcus Benning, el representante de Eleanor. Y ella, por supuesto, es lady Eleanor Stafford.

Ella se sonrojó y se molestó con Marcus, que sabía que odiaba que utilizara su título, pero que insistía en que era una buena herramienta publicitaria. Pero cuando giró la cabeza hacia el hombre, Marcus y los demás invitados se desvanecieron y allí sólo pareció existir Aleksandrov. Posó la mirada en su rostro y se sonrojó más todavía con el fiero brillo de sus ojos. Una curiosa mezcla de temor y excitación la invadió, junto con la ridícula sensación de que su vida jamás volvería a ser la misma después de ese momento. Sintió una extraña renuencia a estrecharle la mano y se quedó impactada cuando él se llevó su mano a la boca y la besó.

–Eleanor –su voz marcada por un fuerte acento le produjo un escalofrío de placer que le recorrió la espalda; el mismo que sentía cuando deslizaba el arco sobre las cuerdas del violín. El suave roce de su boca contra su piel ardía y ella apartó la mano, con el corazón acelerado.

–Es un placer conocerlo, señor Aleksandrov –dijo Marcus con entusiasmo–. ¿Es cierto que su compañía tiene el monopolio de las ventas de teléfonos móviles en Rusia?

–Efectivamente, pero la empresa ha crecido y se ha diversificado bastante desde entonces –murmuró Vadim Aleksandrov como quitándole importancia a su trabajo y siguió mirando a Eleanor hasta que Marcus finalmente captó la indirecta.

–¿Dónde están los malditos camareros? No me vendría nada mal que me rellenaran la copa –murmuró antes de dirigirse hacia la barra con su copa vacía.

Durante un segundo Eleanor se vio tentada a salir corriendo detrás de él, pero los brillantes ojos azules del enigmático ruso parecían ejercer un magnético poder sobre ella y se vio tan abrumada por su potente masculinidad que creyó estar clavada al suelo.

–Esta noche ha tocado magníficamente.

–Gracias –le supuso un gran esfuerzo formular una respuesta educada, totalmente consciente de la atracción que bullía entre los dos. Nunca antes había experimentado nada parecido, nunca se había sentido tan atraída por un hombre y era algo que le resultaba francamente aterrador.

La sardónica sonrisa de Vadim la advirtió de que él estaba dándose cuenta de todo ello.

–Nunca había oído a alguien que no fuera ruso interpretar a Prokofiev con la apasionada intensidad por la que él, y muchos de mis paisanos, son conocidos –murmuró con una aterciopelada voz que pareció envolver a Eleanor como una íntima caricia.

¿Había sido eso un rodeo para decirle que él era un hombre apasionado? Se sonrojó al pensar que no era necesario que el hombre se molestara en señalar algo que resultaba perfectamente obvio, incluso para ella, con su limitada experiencia sexual.

Vadim Aleksandrov portaba su virilidad como si fuera un estandarte y descaradamente la recorrió de arriba abajo con la mirada.

–¿Está disfrutando de la fiesta?

Eleanor miró a su alrededor, donde cientos de invitados charlaban al mismo tiempo. El murmullo de las voces le hacía daño a los oídos.

–Es muy agradable –murmuró.

Pero la mirada de Vadim le dijo que él sabía que estaba mintiendo.

–Tengo entendido que mañana por la noche ofrecerá otra actuación, así que supongo que se quedará en París...

–Sí. En el Intercontinental –añadió ella.

–Yo estoy en el Jorge V, no lejos de usted. Tengo un coche esperando fuera... ¿puedo llevarla a su hotel? Tal vez podríamos tomar una copa.

–Gracias, pero no puedo irme de la fiesta –farfulló, consciente de que hacía unos minutos había planeado justo lo contrario. Pero la descarada sensualidad de Aleksandrov la inquietaba demasiado como para plantearse charlar más tiempo con él; su mirada de deseo la advirtió de que él se esperaría que la copa en el bar precediera a una invitación a su habitación... y ella no era la clase de mujer que tenía relaciones de una noche.

Pero... ¿y si hubiera sido la clase de mujer que invita a un sexy desconocido a pasar la noche con ella? Una serie de impactantes imágenes le asaltaron la mente; imágenes de Vadim desnudándola y acariciándola antes de tenderse sobre las blancas y frescas sábanas de la cama del hotel y hacerle el amor.

Pero, ¿en qué estaba pensando?

Podía sentir el calor que irradiaba de su cara e inmediatamente desvió la mirada, temiendo que él hubiera podido leerle el pensamiento.

–La fiesta se celebra en su honor, comprendo que quiera quedarse. Estaré en Londres la próxima semana. Tal vez podríamos cenar alguna noche.

Rápidamente, Eleanor ignoró el impulso de aceptar su invitación.

–Me temo que estaré ocupada.

–¿Todas las noches? –su sensual sonrisa hizo que el corazón le diera un vuelco–. Es un hombre con suerte.

Ella frunció el ceño.

–¿Quién?

–El amante que ocupa su atención todas las noches.

–Yo no tengo ningún amante... –se detuvo bruscamente al darse cuenta de que había revelado sobre su vida privada más de lo que había deseado. El brillo de satisfacción en los ojos de Vadim hizo saltar las alarmas dentro de su cabeza y se sintió agradecida cuando vio a Marcus haciéndole señas para que se reuniera con él en la barra–. Si me disculpa, creo que mi representante ha concertado otra entrevista. Gracias por la invitación, pero la música ocupa todo mi tiempo y en este momento no puedo permitirme salir con nadie.

Vadim se había acercado imperceptiblemente y Eleanor podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Se puso tensa y abrió los ojos de par en par cuando él alargó la mano y deslizó suavemente un dedo sobre su mejilla.

–En ese caso tendré que intentar persuadirla para que cambie de opinión –le dijo en voz baja antes de darse la vuelta y alejarse.

Londres. Una semana después

El invernadero de la Mansión Amesbury era un hervidero de voces según los invitados iban llegando y tomando asiento. Los miembros de la Orquesta Real de Londres ya estaban en sus puestos y se oían el habitual crujido de las hojas de las partituras y el susurro de las conversaciones de los músicos mientras se preparaban para el concierto.

Eleanor sacó su violín de la funda y la recorrió un diminuto escalofrío de placer cuando deslizó los dedos sobre la suave y pulida madera de arce. El Stradivarius era exquisito e increíblemente valioso. Varios coleccionistas le habían ofrecido una fortuna por el instrumento; una cantidad suficiente para poder comprarse una casa y tener dinero de sobra para vivir en caso de que su carrera fracasara, pero el violín había pertenecido a su madre, de modo que su valor sentimental era incalculable y jamás se desprendería de él.

Leyó la partitura por encima y repasó mentalmente la melodía aunque no tenía necesidad de tener las notas delante después de haber pasado cuatro horas ensayando esa misma tarde. Perdida en su propio mundo, apenas fue consciente de las voces que la rodeaban hasta que alguien pronunció su nombre.

–Estás a cientos de kilómetros, ¿verdad? –le dijo Jenny March, su amiga y violinista–: He dicho que creo que una de las dos tiene un admirador, aunque desgraciadamente creo que ésa no soy yo –añadió con un tono de verdadero pesar haciendo que finalmente Eleanor levantara la cabeza.

–¿A quién te refieres? –murmuró mirando a su alrededor con curiosidad.

La orquesta había actuado en la Mansión Amesbury en varias ocasiones. El invernadero acogía un público de doscientas personas y ofrecía una atmósfera más íntima que otros recintos, pero Eleanor prefería el anonimato del Robert Albert Hall o del Festival Hall. Recorrió con la mirada la primera fila de asistentes y se detuvo en seco en una figura sentada a unos metros de donde se encontraba ella.

–¡Oh! ¿Pero qué está haciendo aquí? –murmuró girando la cabeza unos segundos, aunque demasiado tarde, ya que no logró evitar la chispeante mirada del hombre que había habitado sus sueños cada noche durante la última semana.

–¿Lo conoces? –Jenny abrió los ojos de par en par y no pudo ocultar ese tono de envidia en su voz–. Menuda sorpresa, ¿quién lo diría? Eleanor, está como un tren. ¿Quién es?

–Se llama Vadim Aleksandrov y es un multimillonario ruso. Lo he visto una vez, pero no lo conozco.

–Bueno, está claro que a él le gustaría conocerte –dijo Jenny con gesto pensativo e intrigada por los dos coloretes que cubrían las mejillas de su amiga. Lady Eleanor Stafford era conocida por ser una persona fría y serena... tanto que algunos miembros de la orquesta le habían puesto el apodo de «Princesa de Hielo»; sin embargo, en ese momento Eleanor parecía claramente aturdida.

–No entiendo por qué está aquí –murmuró nerviosa–. Según la columna de cotilleos de la revista que he leído, debería estar en el festival de Cannes con una famosa actriz italiana –la fotografía de Vadim con su voluptuosa acompañante se había grabado en su mente y, por si eso fuera poco, no era capaz de sacarse de la cabeza la imagen de un Vadim desnudo y haciéndole el amor a su última amante. Su vida privada no le interesaba, se recordó. Vadim Aleksandrov no le interesaba y bajo ningún concepto cedería ante el deseo de girar la cabeza y mirar esos penetrantes ojos azules que sentía posados en ella.

Tuvo que concentrarse para no hacerlo mientras el público tomaba asiento y Gustav Germaine, el director de la orquesta, levantaba la batuta.

Eleanor adoraba la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak y estaba furiosa consigo misma por dejarse distraer por la presencia de Vadim. Después de respirar hondo, se colocó el violín bajo la barbilla y sólo cuando deslizó el arco se relajó y puso toda su atención en la música que fluía desde la madera y las cuerdas, y que parecía brotar de dentro de ella arrasando a su paso cualquier otro pensamiento.

Una hora y media después las últimas notas de la sinfonía se desvanecieron y el sonido del tumultuoso aplauso del público sacó a Eleanor de su estado de ensoñación catapultándola a la realidad.

–¡Dios mío! Gustav casi está sonriendo –susurró Jenny mientras los miembros de la orquesta se levantaban y agradecían los aplausos–. Eso debe de significar que por una vez está satisfecho con nuestra interpretación. A mí me ha parecido que ha sonado perfecta.

–Yo no estoy contenta del todo con cómo he tocado al principio del cuarto movimiento –murmuró Eleanor.

–Pero tú eres más perfeccionista todavía que Gustav. A juzgar por la respuesta del público, a ellos les ha encantado..., sobre todo a tu ruso. No te ha quitado los ojos de encima en toda la noche.

–Él no es mi ruso –no quería que le recordaran a Vadim ni quería saber que había estado mirándola. Tampoco quería mirar hacia él, pero como una marioneta manejada por unas cuerdas invisibles, giró la cabeza unos centímetros y sus ojos se posaron inexorablemente en la figura de pelo oscuro sentada en la primera fila.

Jenny tenía razón... estaba como un tren y tenía que admitirlo aunque no lo quisiera. La música dominaba su vida y por lo general no se fijaba en los hombres, pero Vadim era uno imposible de ignorar. Era alto, calculaba que mediría más de un metro noventa, y tenía unos hombros impresionantemente anchos que ahora cubrían una elegante chaqueta. Su cabello negro azabache y el tono aceitunado de su piel apuntaban a unos posibles antepasados mediterráneos que hacían que sus intensos ojos azules resultaran más impactantes todavía bajo esas cejas negras. Su anguloso rostro estaba exquisitamente tallado, con unas esculpidas mejillas, una nariz fina y una barbilla cuadrada bajo una preciosa boca que resultaba absolutamente sensual.

Oh, sí... estaba como un tren. Eleanor sintió cómo el corazón le latía con fuerza contra las costillas cuando esos ojos azules la recorrieron y los labios de Vadim se curvaron en una sonrisa que le decía que sabía lo inquietante que su presencia resultaba para ella.

–Bueno, ¿y dónde conociste al sexy multimillonario ruso? –susurró Jenny bajo el ruido de los aplausos del público–. Y si no estás interesada en él, creo que lo más justo es que me lo presentes. Está para comérselo.

Eleanor no pudo evitar sonreír ante el comentario de Jenny.

–Lo conocí en París.

Jenny abrió los ojos de par en par.

–París... la ciudad del amor. Esto se pone cada vez mejor. ¿Te acostaste con él?

–¡No! Claro que no. ¿Crees que me voy a la cama con un hombre al que acabo de conocer?

–No, por lo general no –la frialdad de Eleanor hacia el sexo opuesto era de sobra conocida–. Pero tal vez, si te miró como está mirándote ahora..

Eleanor supo que lamentaría la siguiente pregunta:

–¿Y cómo está mirándome ahora?

–Como si se estuviera imaginando que te está desnudando, muy despacio, y acariciando cada centímetro de tu cuerpo.

–¡Por el amor de Dios, Jen! No sé qué clase de libros has estado leyendo últimamente.

Jenny vio el rostro sonrojado de Eleanor y sonrió.

–Tú has preguntado y yo sólo estoy diciéndote lo que creo que está pasando por la mente de tu ruso.

–No es mi ruso.

Eleanor respiró hondo y haciendo uso de una gran fuerza de voluntad no miró a Vadim..., aunque no pudo obviar el recuerdo de la ardiente atracción que había sentido la primera vez que lo había visto. Una fuerza que escapaba a su control le exigía que girara la cabeza y cuando sus ojos se toparon con esa brillante mirada azul sintió una fuerte tensión sexual en su interior, además de un agradable cosquilleo en sus pechos cuando sus pezones se endurecieron, aunque se sintió avergonzada cuando Vadim bajó la mirada hacia ellos, tensos bajo la seda de su vestido. Ruborizada, giró la cabeza y forzó una sonrisa al mirar al público y agradecerles los aplausos una vez más.

A Vadim lo invadió una oleada de satisfacción al darse cuenta de que Eleanor Stafford no era tan inmune a él como a ella le gustaría creer. Cuando se habían conocido una semana atrás, él se había quedado prendado de su delicada belleza e intrigado por su frialdad. La deseaba, tal vez, más de lo que nunca había deseado a una mujer, pensó mientras recorría con su mirada su esbelto cuerpo, la curva de sus caderas, su diminuta cintura y la delicada turgencia de sus pechos bajo el vestido de cóctel negro.

Tenía el pelo peinado hacia atrás en un elegante moño y por un momento se dejó llevar por la fantasía de quitarle las horquillas para que esa sedosa melena rubia cayera sobre sus hombros. No podía creérselo, pero se había excitado; no se sentía tan excitado desde que era un joven lleno de testosterona y tuvo que respirar hondo para ejercer algo de control sobre sus hormonas.

Los miembros de la orquesta ahora estaban saliendo del invernadero. Sabía que Eleanor no había mirado en su dirección conscientemente, pero cuando lo hizo, él asintió con la cabeza haciendo que se ruborizara todavía más.

Su reacción lo satisfizo.

Cuando se habían conocido en París, había visto en su mirada que la atracción era mutua. La alquimia sexual era una poderosa fuerza que los tenía amarrados a los dos, pero por alguna razón ella había declinado su invitación a cenar con un tono frío que no había concordado ni con sus pupilas dilatadas ni con sus trémulos y suaves labios.

No quería hacer caso del rumor que corría entre ciertos individuos del grupo social al que pertenecía Eleanor y según el cual era frígida; nadie podía tocar un instrumento con tanta pasión y tener hielo en las venas. Pero no había duda de que la resistencia que oponía a sus encantos era toda una novedad. Para él jamás había supuesto un problema persuadir a una mujer para que se acostara con él y sabía que su condición de multimillonario era un gran reclamo.

Sin embargo, Eleanor era distinta de las modelos y las mujeres de clase alta con las que solía salir. Ella pertenecía a la aristocracia británica y era una violinista bella e inteligente. La atracción sexual entre los dos era incuestionable y cuando Vadim giró la cabeza para observar esa esbelta figura salir del invernadero, se propuso convertirla en su amante.

La velada en la Mansión Amesbury fue un evento para recaudar fondos organizado por el patrocinador de una organización benéfica para niños y después de la actuación de la orquesta se sirvió una selección de quesos y de exquisitos vinos en la Sala Egipcia. Eleanor sonrió y conversó con los invitados, aunque no podía ignorar la familiar sensación de vacío en su interior que siempre seguía a una actuación. Había volcado su corazón y su alma en la interpretación, pero ahora se sentía emocionalmente vacía y la algarabía de voces exacerbaba su persistente dolor de cabeza.

No había visto a Vadim desde que había salido del invernadero, y supuso que se había marchado inmediatamente después de la actuación. Era un alivio saber que no tendría que enfrentarse a su inquietante presencia durante el resto de la noche, pensó mientras salía por una puerta en dirección al invernadero de naranjos que recorría toda la casa y que resultaba un lugar agradablemente fresco y tranquilo después de la recargada atmósfera de la Sala Egipcia. Los árboles cítricos eran hermosos, pero ella deseaba estar en la Mansión Kingfisher, junto al Támesis, su hogar durante los últimos años. Miró el reloj preguntándose cuándo podría marcharse de la fiesta y se sobresaltó cuando una figura salió de entre las sombras.

–Pensé que se había ido –dijo algo alarmada.

Vadim Aleksandrov enarcó las cejas y le respondió:

–Me halaga que se haya dado cuenta de mi ausencia, lady Eleanor.

Su profunda voz era tan sexy que ella no pudo evitar el pequeño escalofrío que la recorrió. La única luz que había en el invernadero era la plateada luz de luna que se colaba por los cristales y esperaba que eso impidiera que él viera el rubor de sus mejillas.

–Por favor, no me llame así. Nunca utilizo mi título.

–¿Prefiere que la llame simplemente Eleanor, como hacen sus amigos? –bajo la penumbra la sonrisa de Vadim dejó ver unos dientes blancos y perfectos que a Eleanor le recordaron a los de un lobo–. Estoy encantado de que me vea como a un amigo. Eso supone un gran paso en nuestra relación.

Ella se quedó paralizada, furiosa por su tono de burla, aunque también consciente de un subyacente tono de voz más serio que la advirtió de que no bajara la guardia.

–No tenemos ninguna relación –le dijo bruscamente.

–Una situación poco satisfactoria que se puede remediar fácilmente. Tengo dos entradas para Madame Butterfly en la Royal Opera House el jueves por la noche. ¿Le gustaría acompañarme? Podríamos cenar después de la representación.

–El miércoles vuelo a Colonia para actuar en la Opernhaus –le dijo Eleanor, intentando convencerse a sí misma de que esa ligera sensación de pesar que la invadió por el hecho de no poder acompañarlo se debía únicamente a que la famosa ópera de Puccini era una de sus favoritas.

–Entonces cambiaré las entradas para otra noche.

La confianza que tenía en sí mismo era la de un hombre acostumbrado a conseguir lo que se proponía y su arrogante sonrisa hizo que a Eleanor se le erizara el vello de la nuca. Estaba claro que esperaba que las mujeres cayeran rendidas a sus pies y era indudable que muchas se lanzarían ante la oportunidad de pasar una noche con él... para después lanzarse a su cama...,

pero ella no era así. Había intentado rechazarlo con educación, pero estaba claro que ahora necesitaba unas tácticas más directas.

–¿Qué parte de «no» no entiende? –le preguntó con frialdad.

Lejos de mostrarse ofendido, Vadim sonrió todavía más y caminó hacia ella acorralándola con su penetrante mirada azul. Eleanor era de estatura media y gracias a sus tacones ganaba siete centímetros, pero aun así él quedaba bien por encima de ella y la musculosa fuerza de su torso era una formidable barrera que le impedía escapar del invernadero. Vadim había invadido sus pensamientos día y noche durante la última semana y ahora, mientras inhalaba el exótico aroma de su perfume, Eleanor no podía negar que lo deseaba.

–Esta parte –dijo Vadim con voz suave mientras le colocaba una mano bajo la barbilla y bajaba la cabeza antes de que ella tuviera tiempo para darse cuenta de sus intenciones... o reaccionar.