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Criaturas mágicas de diferentes especies: hadas, orcos, elfos, centauros, minotauros, dáraxes, entre muchas otras, coexistían con los humanos en paz. Con el tiempo, los humanos comenzaron a sentirse inferiores, las criaturas mágicas eran más fuertes, rápidas, e incluso más longevas que ellos. Los humanos aterrados pidieron ayuda a Dios, para no ser pisoteados por ellas... Dios envió una gran cantidad de anillos con poderes extraordinarios, anillos que sólo los humanos podían usar, sin embargo, el imperfecto ser humano lleno de odio y envidia al ver la respuesta de Dios se llenó de soberbia e incluso llegó al extremo de sentirse superior a las criaturas mágicas que antes temía y decidió que estas no debían habitar el mundo. No todos los humanos aceptaban esa decisión, habían humanos buenos, lamentablemente... eran minoría. Esta es la historia de uno de esos buenos humanos llamado Leonel, el cual encuentra uno de los anillos, el anillo de Fuego, y con su poder, ayudará a combatir el mal.
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Seitenzahl: 292
Veröffentlichungsjahr: 2019
González Morales, Pablo Enrique
Anillos de fe : el león de fuego / Pablo Enrique González Morales. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
250 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-761-785-6
1. Narrativa Fantástica. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Diseño de portada: Justo Echeverría
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Escribir Anillos de Fe no fue un proceso fácil. Yo tenía apenas 18 años y pasaba por una etapa sumamente desgastante: Trabajaba por las mañanas y estudiaba de noche, así que sólo tenía tiempo para escribir de madrugada. Además de la falta de tiempo, la lamentable y caótica situación del país que me vio nacer entorpeció aún más el camino para lograr esta obra. Por si no fuera poco, mi familia estaba lejos (y por mucho) de tener una buena posición económica. Por estas y otras razones que prefiero obviar, me tomó alrededor de cuatro años culminar con esta ardua labor llena de constancia y muchísima ilusión.
Me vi obligado a huir de mi país, porque reconocí que no podría tener una vida digna sin importar cuanto me esforzara. Argentina me recibió con los brazos abiertos. La adaptación fue difícil al principio, pero no tardé en darme cuenta que esta tierra ya tenía un pedacito de mi corazón. La vida de un inmigrante es ruda, pero mi sueño de publicar este libro fue algo que se mantuvo firme.
Aunque pudiera decir que de principio a fin alcancé esta meta por mis propios méritos, tengo que destacar por obligación moral y con un aprecio más allá de las fronteras, el profundo agradecimiento que tengo hacia las personas que contribuyeron de maneras que jamás podré pagar. Personas que me parecen tan puras e íntegras, tan alejadas de lo mundano y banal, que por momentos pienso que no son humanos. Para ellos escribo estas palabras, para dedicarles un infinito agradecimiento a esos ángeles que estuvieron ahí, en los momentos adecuados.
Si bien hay veces que empezar por alguien se torna complicado, este no es el caso, puesto que Reny Morales no sólo fue la primera persona en alentar este enorme esfuerzo, sino que también hizo grandes sacrificios con su tiempo y dinero para hacer posible que hoy cada lector tenga un ejemplar de este libro ante sus ojos.
A Agrimilda Perches por ser base fundamental en mi niñez, y enseñarme desde niño el camino que debía seguir.
A la familia Serrano Morales, compuesta por: Alejandro Serrano, Mirla Morales, Rodrigo Serrano y Sofía Serrano; por brindarme más que un simple apoyo moral. Les agradezco por brindarnos hospedaje en su casa durante el viaje que tuvimos que hacer Reny y yo a la capital de mi país, Caracas, para pedir los derechos de propiedad intelectual de esta obra.
A la familia Núñez Morales, compuesta por: Mario Núñez, Rosalba Morales, Eleuda Núñez y Andreina Núñez; por no dudar siquiera un segundo para poner en mis manos cualquier cosa que requiriera para lograr todo aquello que quisiera. Ojalá todos pudieran entender lo mucho que significa un amor tan incondicional que te haga sentir que aunque no tengas mucho, lo tienes todo. Tal como esta familia me lo hizo sentir a mí.
A Pablo González (padre), Mauro Pirona (padrastro), Zoraida Morales (madre) y Leonel González (hermano): por darme lo esencial, compañía… la fuerza de todo amor es la capacidad que tiene alguien para darte, en su tiempo, lo mejor que tiene y puede. Ellos siempre estuvieron y siempre estarán, de la manera más linda de prevalecer en la vida, como una familia unida.
A Alexandra Vílchez por haber invertido su valioso tiempo en contactar editoriales y ayudarme en cada uno de los procesos de este libro justo después de estar terminado, además de ayudarme a encontrar esperanzas e ilusiones en esta obra cuando me encontraba al borde de la desesperación.
A Fidel Navarro por su ejemplo, con el cual me enseñó que toda persona que tenga un proyecto, y trabaje sin parar día y noche para alcanzarlo, está destinado a ver los frutos de su esfuerzo ya sea en esta o en otra vida.
A Anthony Hernández, por regalarme la amistad más sincera y verdadera, dándome a entender que un hombre sin un amigo leal es un ser incompleto.
A Rebeca Ávila por ser la primera lectora de mi libro, quien me inspiró, me ayudó y alentó en todo momento, desde el principio hasta el final.
A Cristian Trabalon por emplearme y darme un puesto con la suficiente remuneración para poder ahorrar y llevar a cabo este sueño. No cualquiera ayuda de esa manera a un inmigrante.
A Andrés León por sus extremadamente valiosos consejos, su gran optimismo para con la obra, y sus infinitas palabras de aliento que tanto necesité a lo largo de estos cuatro años.
Al gran país que es Argentina, por recibirme, brindarme la posibilidad de trabajar, ayudar a amigos y familiares, conocer gente nueva y maravillosa, y darme las facilidades que no pudo mi tierra natal, que aunque hermosa y noble, ha sido cautiva de un gobierno corrupto.
Y por último pero no menos importante, a la editorial Autores de Argentina, por cumplir mi sueño de ver este libro publicado.
Un triste comienzo
Hace mucho tiempo, en la tercera gran isla de Wester, en una pequeña cabaña a tres días de caminata del pueblo Bulton, un niño trigueño, de cabello negro y ojos color café, con un pequeño overol y unas diminutas botas, se preparaba para ir con su padre a pescar, arreglando su habitación apresuradamente, salió y bajó las escaleras hasta la cocina, donde se encontró con una mujer blanca, de cabello negro y ojos oscuros, ella era muy hermosa y tenía una sonrisa que reflejaba humildad y amor, llevaba un largo vestido blanco y marrón, el niño al ver a la mujer dijo:
Buen día, mamá ¿sabes si papá ya se fue al lago a pescar?
Buen día, te has levantado un poco tarde, me temo que tu padre ya se fue a pescar, pero tranquilo hijo, él dijo que te llevaría a pescar más tarde, para que captures el pez de nuestra cena –comentó la madre sin quitar la sonrisa de la cara.
¿Y hace mucho que se fue? –preguntó, con cara de tristeza.
Hace ya unas horas –le contó– pronto ha de volver.
Mamá tuve un sueño muy raro –confesó, al ver a su madre empezar a cortar unos vegetales para el almuerzo.
–Cuéntame sobre ese sueño– Dijo la madre con mucha tranquilidad mientras cortaba unas zanahorias.
–Bueno, yo era un caballero, con una armadura roja, y estaba parado en el cráter de un volcán el cual despedía mucho
humo, creía que en cualquier momento iba a hacer erupción, frente a mi estaba otro caballero, no era parecido a mí, ya que ese otro caballero era de color azul y mucho más delgado, yo era musculoso y teníamos unas espadas del mismo color que nuestras armaduras– contó el niño a su madre.
–¿Sí? ¡Que sueño tan raro!– Dijo la madre entretenida por la historia del niño.
–¡Sí! el sueño fue muy real, era como si lo estuviese viviendo. Un grito se dejó oír desde fuera de la casa.
–¡Aida, Leonel, he regresado!– dijo aquella voz.
–Es Uro, ve a recibir a tu padre y ayúdale con las cosas que trae.
–Si mamá –respondió Leonel emocionado porque su padre había regresado.
Al salir a recibir a su padre, Leonel notó que en sus manos traía un gran pescado, gigante, casi de su tamaño. Fue tanta la emoción que ayudó al padre a meter el pescado en casa y su padre ni siquiera necesitaba su ayuda. Al entrar a la casa, su esposa lo recibió con un beso. Uro era alto y trigueño, su cabello era negro y sus ojos eran color café, tenía una notable musculatura y también poseía la sonrisa de amor y humildad de su esposa.
–Aida, eres más hermosa cada día– dijo Uro después de recibir el beso de su esposa.
–Amor mío, no digas eso, haces que me sonroje– comentó Aida, quien estaba ya ruborizada.
–Bueno, quiero ayudarte a hacer la comida– contestó Uro con tono agradable– ¿Qué se necesita?
–Necesito terminar de cortar unas verduras, traer la leña, y buscar tomates en los cultivos que están en la parte trasera de la casa.
–Perfecto, hijo ve por los tomates, yo ayudaré con la leña, y cuando baje un poco el sol iremos a pescar para la cena, he comprado una nueva caña de pescar y te la voy a regalar ya que mañana será tu cumpleaños, cumplirás 9 y ese será mi regalo– dijo Uro acariciando el cabello de su hijo.
–El niño que no cabía en sí mismo de la emoción fue por los tomates a toda velocidad usando los grandes bolsillos de su overol y en sus pequeñas manos recogió 6 tomates de forma muy rápida y regreso a la casa, al acercarse a la cocina escuchó una plática que entablaban los padres entre susurros.
–Hoy vendrá Elí, el bandido del pueblo Bulton, y va a querer que le dé parte de mi dinero, pero no tengo dinero, hablaré con él, pero quiero que te ocultes con el niño entre los árboles, será de noche cuando llegue y no los podrá ver– murmuró Uro con tono de preocupación.
–¿Ese bandido cuando dejará de atormentarnos?– preguntó Aida muy triste por la noticia– ¿Y qué ha pasado con Noah?, él nos ayudaría con esto, ¿por qué no quieres que nos ayude?
–Noah tiene obligaciones mucho más importantes, además esos anillos solo causan destrucción, si él llegara a volver a esta casa seguramente sus enemigos vendrían también, lo cual sería peor, ya que juramos que alejaríamos a Leonel de ese mundo– repuso Uro.
–Tienes razón, pero quiero que sepas que estaré contigo en todo momento amor, no importa lo que suceda– afirmó Aida.
Por eso te amo tanto, recuerda ocultar al niño– replicó Uro.
Leonel no entendía mucho lo que sucedía, pero sabía que algo iba mal.
Después de comer, Leonel y su familia durmieron un rato. Cuando la sombra del atardecer se hizo presente, Uro y Leo se despertaron para ir al lago, el cual quedaba a unos cincuenta metros de la cabaña donde vivían. Al llegar, el padre sacó una caña de pescar con una perla roja al final de la seda y un anzuelo en forma de ancla bajo la perla, se lo dio a su hijo y este lo agitó para lanzar la perla al agua, al pasar unos minutos un pez picó el anzuelo y Leonel comenzó a tirar con todas sus fuerzas de la caña.
–Hijo espera, no hales aún, debes esperar a que el pez se canse de halar y luego te tocará a ti– dijo Uro.
Leonel esperó a que el pez dejara de halar la cuerda y luego él haló con todas sus fuerzas y un gran pez del tamaño de un gato salió del agua.
¡Toma esto! – exclamó Uro sacando un gran cuchillo de su overol– tienes que apuñalar al pez muy fuerte en sus agallas hasta que deje de moverse.
¡Papá!, eso no quiero hacerlo– comentó Leonel con una expresión de lástima en su rostro.
–Yo lo haré por ti hijo, pero recuerda que algún día será tu turno de enseñarle a tus hijos cómo pescar– fueron las palabras que soltó Uro.
Luego, tras darle una gran puñalada al pez, pescaron otros dos del mismo tamaño y los llevaron a la casa. Aida hizo un guiso con los pescados ya entrada la noche.
–Aida llévate al niño– dijo Uro con gesto preocupado.
Aida tomó al muchacho, lo llevó afuera, se acercó al bosque y colocó a Leo en la rama de uno de los árboles.
–Quiero que te quedes aquí, pase lo que pase– dijo su madre mientras una lágrima caía por su mejilla. –Toma esto –le entregó una bolsa de seda que no pesaba mucho– quiero que lo abras si yo no vuelvo por ti, tienes que estar aquí por hoy, espera a que volvamos, y recuerda, tu padre y yo te amamos más que a nuestras vidas.
–Mamá, tengo miedo– dijo el niño en el árbol.
–No te preocupes, yo siempre estaré a tu lado para cuidarte.
Aida regresó a la casa con su marido pero Leonel seguía muy asustado. Era de noche, sin embargo había mucha luz puesto que sobre el niño estaba una inmensa luna llena la cual resplandecía. El niño escuchó unos pasos y pudo notar a una persona de gran estatura caminando hacia su casa. Al llegar, la persona no tocó la puerta, la tumbó con una gran patada.
–Elí, buenas noches, ¿por qué la rudeza? toma asiento y cálmate– dijo Uro al ver a Elí entrando después de tumbar su puerta.
Elí era alto y rubio con los pelos de punta, sus ojos eran verdes, tenía una risa burlona llena de maldad, una larga nariz, usaba una vestimenta de cuero ceñida al cuerpo de color negro, llevaba una extraña máquina en la espalda, la cual tenía una manguera que conectaba con lo que parecía una pistola que tenía en su mano derecha.
–¿Ves mi nuevo juguete?– dijo Elí mirando su arma– es una pistola capaz de disparar una poderosa llamarada hasta 20 metros de distancia.
–Por favor, sabes que vivo del comercio de peces en el pueblo, todos los días voy y vendo mis peces, pero apenas nos alcanza para vivir, esto es todo lo que he hecho esta semana, te lo daré todo, y te prometo que la próxima semana me irá mejor.
–¡Uro eres un maldito!– gritó Elí al ver dos monedas de plata y treinta de bronce– pero sabes, eres una gran persona, y admiro que luches para mantener a tu esposa y a tu hijo, por cierto, ¿dónde está tu hijo?
–Arriba, dormido– contestó Uro rápidamente.
–Ah que bien, pues te tengo malas noticias, me pagaron por asesinarte, me ofrecieron diez monedas de oro, ¿y qué crees? acepté– dijo Elí riendo a carcajadas.
–¡Eh! tranquilo, no hagas algo que puedas lamentar– dijo Uro colocando a su esposa a sus espaldas y sacando lentamente el gran cuchillo que tenía en una vaina por la parte de atrás de su cintura.
–No lo lamentaré, será muy fácil, solo te disparo, la casa se quema, mueren los tres y de una forma en la que debes estar agradecido, ya que tu hijo no se dará cuenta de su muerte, salgo rápidamente y me voy en mi caballo que dejé cerca de las colinas– comentó el despiadado Elí.
–¡Aida, sal de aquí!– gritó Uro al ver a Elí colocando la pistola en dirección hacia ellos.
Rápidamente Uro lanzó el cuchillo, clavándolo en la pierna izquierda de Elí, este soltó un grito ahogado, y luego Elí apretó el gatillo de su arma y calcinó los cuerpos de Aida y Uro en menos de un segundo.
El niño, viendo desde afuera, dejó caer algunas lágrimas al ver que de un segundo a otro su casa con sus padres dentro comenzó a llenarse de llamas. El fuego podía verse salir por todas las ventanas de la casa, de un momento a otro se pudo ver la figura de alguien salir de entre las llamas. A diferencia de la primera vez, ahora, Leonel pudo ver la cara de Elí, ya que las llamas de la cabaña alumbraban todo el lugar. Leonel observó a Elí hasta que este se perdió entre las colinas, al pasar unos diez minutos en silencio, el niño soltó un gran llanto, lloraba como loco, el miedo lo dominaba, ¿dónde estaría su mamá o su papá? Era todo en lo que podía pensar. Así estuvo durante unas horas hasta que de un momento a otro cayó dormido.
Al abrir los ojos, lo primero que vio fue los restos de su casa, bajó deprisa y comenzó a buscar a su mamá y a su papá de
entre los restos de la cabaña, pasó horas buscando, pero, lo único que encontró fue un gran cuchillo que estaba lleno de sangre y la caña de pescar que le regaló su padre, en ese momento recordó la bolsa de seda que su madre le había dado, fue por ella y al sacar lo que estaba dentro pudo ver un gran anillo naranja que tenía un boceto de llama donde debería estar el diamante, también había un pergamino, Leonel lo abrió y el pergamino decía:
Pergamino del anillo de fuego
“El anillo de Fuego le permite al portador manipular las llamas a su antojo, podrá sacar llamas de la palma de su mano y usarlas como desee, el fuego no le quemará.”
Este es uno de los anillos de fe, sólo pueden ser utilizados por humanos, los anillos proveen un gran poder a las personas que los usen, estos anillos trabajan por medio de fe. Entre más creas en ti mismo más poderoso te volverás, con el paso del tiempo te convertirás en un poderoso guerrero, cada anillo tiene su respectivo pergamino de poder, y tanto este como el anillo son indestructibles. También se ajustan al tamaño del dedo del portador, cada anillo tiene la habilidad de invocar su pergamino, sin importar el lugar en donde este se encuentre.
Leonel no podía creer lo que estaba leyendo, ¿sería eso cierto? se lo preguntaba constantemente. Miró fijamente el anillo y se lo colocó en su dedo anular, este era muy grande para su pequeño dedo, de repente comenzó a brillar y su tamaño se encogió hasta estar perfectamente colocado en el dedo de Leonel, el niño se sorprendió al ver que lo que decía el pergamino era cierto. Era hora de intentar sacar fuego, Leonel intentó de muchas formas crear una llama en sus manos, pero no tuvo éxito.
–No puedo, quizá tengo que entrenar, pero no hay tiempo, debo ir a pescar para tener algo que comer, ya mis padres no están conmigo y debo aprender a valérmelas por mí mismo– pensó el niño que aún soltaba lágrimas, este fue enseñado por su padre para cazar y por su madre para cocinar, así que se las podía arreglar por sí solo.
Se dirigió al lago con la caña de pescar y el cuchillo en la vaina, al llegar lanzó el anzuelo al agua, no pasó mucho para que un pez picara, Leonel haló con todas sus fuerzas pero no podía sacar el pez, luego de diez minutos en el intento recordó el consejo que le dio su padre y esperó a que el pez se cansara de halar, después de aproximadamente un minuto el pez ya no halaba, Leonel tiro con todas sus fuerzas y logró sacar el pez, luego con muchas lágrimas en sus ojos comenzó a darle puñaladas, hasta que este dejó de moverse, Leonel estaba todo lleno de sangre, el pescado era muy grande, la mitad de alto que Leonel, lo tomó de la cola y lo arrastró hasta llegar a los escombros de su casa, dejó el pescado en el suelo y pensó que necesitaría fuego para cocinarlo, así que tomó varios pedazos de la casa para formar una fogata. Cuando reunió los pedazos suficientes intentó encenderlos con el poder del anillo, pero no tuvo resultado, estuvo intentando por casi una hora hasta que pensó que todo eso de los anillos de poder no era más que una mentira, de un segundo a otro la mirada de Leonel cambió, esta se puso seria, casi como si estuviese enojado, el anillo comenzó a brillar y…
–¡ESTO ME LO DIO MI MADRE, Y ELLA NO ES UNA MENTIROSA, SACARÉ FUEGO DE UN ANILLO, INCLUSO SI ESO SUENA IMPOSIBLE, PORQUE MI MADRE CREE EN MÍ!– gritó Leonel con todas sus fuerzas, entonces una llama se posó en la palma de la mano de Leonel, y luego este la arrojó hacia la leña que había reunido, repentinamente la leña se llenó con una inmensa llama y Leonel quedó fascinado, estaba alegre al ver que la fe que él tenía en su madre logró hacer que el fuego saliera y entonces recordó que el pergamino decía que los anillos trabajaban por medio de fe. Después pensó que si él creía en los poderes que ahora poseía, lograría hacer cosas asombrosas, y sabía que si entrenaba con ese anillo su habilidad crecería mucho ya que el pergamino lo decía, pero eso sería después, porque ya era hora de comer. Leo colocó unas cuantas ramas y pedazos de madera en un orden correcto para que este sostuviese el pescado mientras se asaba en la fogata, luego comenzó a comerlo, pero el niño no paraba de llorar y hacer gemidos, extrañaba mucho a sus padres. En eso recordó que el gran cuchillo de su padre estaba lleno de sangre, recordó que el hombre que mató a sus padres salió cojeando de su casa, dedujo que hubo un enfrentamiento entre su padre y el asesino y que él terminó con el cuchillo clavado en la pierna, recordó el momento cuando había escuchado a sus padres en secreto en la cocina, Uro dijo que el hombre se llamaba Elí, y que vivía en el pueblo Bulton, el niño llorando y con comida entre dientes dijo:
–Juro que me vengaré y acabaré con esa persona, por arrebatarme a mis padres.
Leonel decidió descansar un rato y luego entrenar un poco para ver los poderes del anillo, cuando se levantó tomó la caña y el cuchillo y se dirigió hacia el lago. Al llegar dejó las cosas en el suelo, comenzó a buscar un buen sitio para entrenar, logró ver un pequeño árbol que estaba cerca del lago, y decidió entrenar ahí, lo primero que intentó fue lograr crear otra bola de fuego, cerró sus ojos y comenzó a imaginar el fuego en su mano, extendió su brazo derecho con dirección al árbol que se encontraba a diez pasos frente a él, la palma de la mano miraba hacia el tronco del árbol y al abrir los ojos, una bola de fuego cubría toda su mano, este con un deseo hizo que la bola de fuego saliera disparada de su mano hacia el árbol sin ni siquiera moverse, luego repitió eso unas cinco veces más, al ver que era fácil para él crear fuego miró el árbol, este se encontraba cubierto en llamas, ya no tenía hojas.
–Muy bien, ya domino la técnica de arrojar fuego pero creo que debo intentar lograr ser inmune a él, quiero lograr tocar el fuego sin quemarme– dijo Leonel un poco asustado. Se acercó al árbol, comenzó a acercar su mano hacia el árbol, su brazo temblaba, rápidamente el niño decidido colocó la mano en el tronco en llamas del árbol, luego soltó un gran grito de dolor al ver una quemadura en su mano, el dolor era insoportable. Leonel comenzó a llorar, era el peor cumpleaños que había tenido, se sentó un rato en la orilla del lago y metió la mano en el agua, luego de media hora se levantó y decidido lanzó con la mano izquierda otra bola de fuego al árbol, esta era más grande, y todo el árbol se llenó de llamas otra vez, este se acercó al árbol con un gesto de enfado en la cara, y su anillo resplandecía intensamente, colocó la mano en el tronco y para sorpresa de él, solo había una cálida sensación en su mano, no había dolor, a su piel no le sucedía nada al contacto con el fuego, lo repitió, como cinco veces más, hasta que ya dominaba la habilidad de no quemarse.
–Si ya no me quemo, y puedo crear llamas es hora de inventar un ataque, ¡utilizaré el puño de fuego!– dijo Leonel sonriendo. Se acercó de nuevo al árbol e hizo su mano un puño, su anillo comenzó a brillar y el puño se llenó con una llama, luego asestó con furia el puño de fuego en el árbol, este atravesó el árbol y este a su vez duplicó la cantidad de llama que despedía.
–Perfecto, es hora de la última prueba por hoy, si puedo crear fuego supongo que también puedo apagarlo, debo dominar eso para no salirme de control usando el fuego– Leonel lo dijo mientras intentaba sacar su brazo del árbol en llamas, luego extendió su mano derecha, la que estaba quemada, hacia el fuego del árbol, se imaginó a sí mismo absorbiendo esas llamas, cuando abrió los ojos el árbol carecía de fuego, era sorprendente, lanzó otra bola de fuego y cubrió al árbol con llamas de nuevo solo para ver como las absorbía fácilmente.
–¡Entrenaré duro, todos los días, me haré muy fuerte, hasta que llegue el momento de darle la cara al asesino de mis padres!
Primera amistad
Ya había pasado casi un año desde aquel terrible suceso en la cabaña de la tercera gran isla de Wester, Leonel se encontraba en el lago pescando, (ya había entrenado un largo rato, entrenaba todos los días, se convirtió en un pescador experto) esperó a que un pez picara el anzuelo, luego esperó de nuevo para que este se cansara de halar, después haló con todas sus fuerzas y el pez salió disparado seis metros hacia el cielo, rápidamente Leonel sacó el gran cuchillo que tenía envainado y lo lanzó hacia el pez, este lo atravesó en las agallas, la puntería de Leonel fue precisa, luego tomó al pez y lo arrastró hasta los restos de su casa, reunió leña para hacer una fogata, la juntó y lanzó un escupitajo hacia la leña, de ipso facto esta se llenó con unas grandes llamas, luego Leo comenzó a filetear el pescado, colocó en la fogata unas varas que llevaban los filetes de pescado incrustados, se concentró mucho en lo que estaba haciendo para no quemar los filetes.
–Oye niño, ¿qué haces aquí solo?– dijo una extraña voz.
Leonel rápidamente se volteó y desenvaino el cuchillo, al ver a la persona que estaba parada justo a unos tres metros detrás de él, se trataba de una joven mujer; era notablemente más alta que Leonel, rubia, con ojos color café, sus mejillas tenían un ligero tono rosa, tenía una simpática mirada y su voz era suave, llevaba un vestido celeste, corto, por encima de las rodillas, y un cinturón que era muy notable lleno de cantimploras.
–Cálmate, baja ese cuchillo, no te haré daño, ¿acaso parezco una amenaza?– dijo la joven sonriendo.
Leo de inmediato bajó el cuchillo.
–Disculpa, es que no estoy acostumbrado a tratar con personas– comentó Leonel, mientras envainaba de nuevo el cuchillo.
–¿Dónde están tus padres?– preguntó la joven al notar que el niño hacia su propia comida, estaba un poco sucio, olía un poco mal y también por la afirmación del chico, la cual decía que no estaba acostumbrado a tratar con personas.
–Mis padres murieron en un incendio, el cual también se llevó mi casa– dijo Leonel de forma muy fría.
–¡Eso es muy triste!– comentó la chica, esta tenía una mirada de lástima– ¿Qué piensas hacer, vivirás aquí y estarás solo toda tu vida?
–La verdad sí, por los momentos eso es lo que quiero– afirmó Leo mientras escondía su mano derecha por detrás de su espalda.
Se notaba que la joven llevaba dos anillos en la mano derecha, uno en su dedo anular y otro en su meñique, uno era azul con el boceto de una gota de agua en donde debería estar el diamante. El otro era de un color celeste claro, este tenía un boceto de una roca, pero por el color del boceto, que era un celeste más intenso que el del anillo, se podía deducir que era el boceto de un trozo de hielo.
–¿Cómo te llamas?–preguntó la muchacha.
–Leonel– contestó el niño– ¿Y tú?
–Mi nombre es Zora, ¿Qué edad tienes?
–Tengo nueve años, pero no sé si ya tengo diez, porque han pasado muchos días desde que mis padres murieron– contestó de forma muy fría Leonel.
–¿Cuándo cumples años? – preguntó Zora interesada cada vez más por el niño y su pasado.
–El tres de noviembre– respondió desinteresado Leonel.
–Bueno, entonces falta una semana para que cumplas diez años– le dijo Zora intentando animarlo un poco.
–¿Tu cuántos años tienes?– le siguió la corriente a Zora.
15 –contestó Zora sonriente.
–¿Y cuándo es tu cumpleaños?– preguntó Leonel, quién comenzaba a interesarse en la chica.
Cumplo el primero de enero– respondió Zora.
–¿Y qué haces por estos lugares?– se interesó el chico
–Me dirijo al pueblo Bulton, tengo cosas que hacer allá– contestó Zora.
Leonel al oír esto quedó paralizado, en ese lugar se encontraba Eli, el asesino de sus padres, y ya se sentía lo bastante fuerte como para vengarlos porque podía usar los poderes de su anillo de Fuego. El niño no tardó mucho en decir:
–¿Puedo ir contigo?
–Claro, pero, ¿por qué el interés?– preguntó Zora al notar el cambio de ánimo tan repentino en Leonel– pensé que querías quedarte en este lugar y no tenías intenciones de irte.
–Bueno, es que mi papá trabajaba allá, y nunca me llevó, quisiera conocerlo– respondió Leonel rápidamente, ocultando el verdadero propósito que tenía.
–Está bien, puedes acompañarme, creo que salir de este lugar te hará bien, pero antes debemos comer, luego debes darte un baño, estás muy sucio, y cuando estés listo partiremos– dijo Zora muy sonriente.
–Perfecto– contestó Leonel emocionado y le ofreció un filete de pescado a Zora.
–No, gracias, soy vegetariana– contestó la joven expresando un poco de asco.
–¿Y eso a que se debe?– pregunto el niño al ver arrugar la cara a la chica.
–Ya he comido suficiente carne en toda mi vida, ahora no quiero volver a comerla, no te preocupes, buscaré fruta, tú come rápido y báñate luego, nos volveremos a ver en este lugar en una hora– dijo Zora.
Leonel comió tan rápido como pudo, luego fue al lago para tomar un baño.
No dejaba de pensar en la joven, ella tenía dos anillos, y tenían cierto parecido al de él, seguramente esa chica tenía poderes y quizás era más fuerte que él. Leonel sabía que había una posibilidad de que esa chica le quisiera quitar su
anillo de fuego, de cualquier modo ella iría al pueblo Bulton y él tenía que ir a ese lugar, además él no conocía el sendero y tal vez nunca volvería a presentarse una oportunidad como esta.
Al pasar la hora Leonel volvió a los restos de su casa, donde encontró a Zora comiendo unas frutas que había recogido.
–¿Estás listo para partir?– preguntó Zora mientras masticaba un pedazo de manzana.
–Sí, debemos llegar antes que oscurezca– dijo Leonel un poco precipitado.
–No creo que eso sea posible– le dijo Zora con gesto burlón. – el pueblo Bulton queda a unos tres días de caminata de aquí, y no creo que tengas unos caballos cerca.
–Entonces tendremos que dormir por el camino– afirmó Leonel un poco nervioso.
–No te preocupes, no es muy diferente a como tu duermes en este lugar– dijo Zora burlándose, mientras alborotaba el cabello de Leonel, y él sonrió.
Luego de que Leo recogiera sus cosas, que no eran más que su cuchillo y su caña, emprendieron el viaje, caminaron y caminaron hasta que se hizo de noche.
–¿Te parece si acampamos en este lugar?– propuso Zora mientras veía el sendero, el cual era un camino recto rodeado de árboles.
–Me parece bien– afirmó el niño detallando el lugar.
–Bueno, iré a buscar frutas, tu deberías ir haciendo una fogata, la que estaba hecha en tu casa era perfecta, así que creo que tienes más experiencia que yo con el fuego– contestó Zora.
Leonel soltó una pequeña risa burlona después de oír el comentario de Zora, fue a buscar la leña y cuando la reunió toda señaló la pila de leña con su dedo índice y en la punta de su dedo se dejó ver una pequeña llama. Su anillo estaba brillando. Luego el fuego salió disparado hacia la leña rápidamente, esta se encendió, la fogata estaba lista. Leo se sentó a esperar a Zora, después de unos minutos ella apareció con muchas manzanas.
–Comeremos esto, y dormiremos, mañana continuaremos con el camino– dijo Zora bostezando.
De repente Zora dejo caer las manzanas, y se colocó cerca de Leonel rápidamente.
–¿Qué sucede?– preguntó Leonel asustado al ver la cara de seriedad de Zora.
–Algo va mal, lo puedo sentir– afirmó Zora mientras miraba a todos lados, luego un gran jabalí salió de entre los árboles a toda velocidad con intención de embestir a Zora y a Leonel, uno de los anillos de Zora brilló y ella lanzó un escupitajo en la dirección en la que venía el jabalí, la gota de saliva atravesó al animal por el cráneo.
–Es sólo un animal, pensé que sería algo peor– dijo Leonel.
–No te apartes de mí, es algo peor que sólo un animal, los animales no se comportan así, ellos no te atacan sin una razón, hay algo escondido entre los árboles– anunció Zora.
–Pero, ¿cómo puedes saberlo?– pregunto Leonel asustado.
–Luego te explico, no te muevas de este lugar– dijo Zora mientras iba a examinar al animal muerto.
Se escuchó un poderoso rugido, un enorme tigre apareció detrás de Leo, este del susto no podía moverse, el tigre rápidamente levantó la garra, y luego la dejó caer en dirección hacia el niño, pero esta fue atajada por un cordón transparente que salía de una de las cantimploras de Zora, ella se encontraba con el brazo extendido en dirección hacia el tigre, entonces levantó su brazo hacia el cielo y el látigo de agua que tenía sujetado al inmenso tigre, lo lanzó unos metros al aire. Comenzó a salir agua de otra cantimplora de las del cinturón de Zora, salió una gran cantidad de agua, la cantimplora ahora se veía vacía, formó una bola de agua que se encontraba flotando justo frente a ella, luego alzó sus brazos en dirección a la bola de agua, los separó y la bola de agua se convirtió en miles de pequeñas gotas que se encontraban rodeando a Zora y a Leonel, con un rápido movimiento de sus manos Zora hizo que esas miles de pequeñas gotas de agua salieran disparadas a todas direcciones y con mucha velocidad, tenían una fuerza tremenda, las pequeñas gotas de agua eran capaces de atravesar los árboles en su camino. Luego, llegó un silencio que no tardó mucho en romperse por el sonido de un golpe que se escuchó muy cerca de donde ellos se encontraban.
–Con que logré acabar contigo antes de tú hacerlo conmigo– fueron las palabras que salieron de Zora.
Después ella se metió en el bosque, en dirección donde se había escuchado el golpe, Leonel estaba muy asustado, no sabía si permanecer en ese lugar o salir corriendo, pero al cabo de unos minutos Zora salió de entre la maleza.
–No te preocupes, no nos volverá a molestar– dijo Zora.
–¿Qué fue lo que ocurrió?– preguntó Leo, al cual aún le temblaban las piernas.
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