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La desaparición de un artista tiene en vilo a la sociedad. El acontecimiento despierta fantasmas del pasado y del futuro, complicando la vida a los mortales del presente. Se ponen así en juego las morales de Nietzsche, Platón y la religión. Los tiempos cambiaron modernizándolo todo, menos a la humanidad. Valores y vicios feudales siguen vigentes en el valle de San Andrés. Un joven que nunca deseó exaltación, se ve envuelto en una trama de sangre. El sargento Rudy, buscando la verdad, no puede desprenderse de la telaraña de mentiras y supersticiones tejida por los andrinos.
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Seitenzahl: 99
Veröffentlichungsjahr: 2025
Franco Ramiro Ugarte
Ugarte, Franco Ramiro Anomalías en San Andrés / Franco Ramiro Ugarte. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6072-8
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Anomalías en San Andrés
Excursión
Nace una estrella
Duda y maldición
Los Andrinos
La Salamanca
Perdón y mentiras
Revelación
El misterio
Elefantes ocultos
La verdad durmiente
La piscina
Tradición
Carnaval grande
Carnaval chico
“Andaba la casa alborotada; pero con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto”.
Fragmento del Quijote de la Mancha.
Toda materia e incluso lo inmaterial de este mundo o fuera de él, desde un alfiler hasta la misma Luna, necesitan un dueño. El chileno Jenaro Gajardo, usando un vacío jurídico, se proclamó dueño del satélite dejándolo como legado a su pueblo. Por supuesto, todos conocemos esa historia. La referencia no es más para demostrar desde que el ser humano entendió el valor de la propiedad no ha dejado de ir por ella con o sin razón. Una de esas razones es: “la herencia”.
Existen dos clases de herederos: los herederos de bienes y los herederos de cultura. En la antigua Grecia existía un solo tipo: el que por ley debía heredar el oikos y mantener la cultura de su antepasado. Sin el compromiso aceptado debía renunciar; asunto de interés para los arcontes, pues ellos mismos podían ser víctimas del olvido total.
La herencia es un bien que tiene la particularidad de ser generada sin sacrificio alguno. El camino a seguir desde este punto moral, se encuentra con la renovación moral constante de la sociedad donde hoy en día se persiguen bienes externos cargados de egoísmo.
El último camión de exteriores del periodismo dejaba San Andrés. El excesivo peso de los equipos causaba roces del paragolpes contra el suelo levantando polvo de las irregulares calles de tierra. Casuales vecinos sin compromisos, apenas reparaban en tales maniobras. El sargento Rudy, recostado en el marco de la puerta de la comisaria, observó indiferente la evacuación abrupta, chupó el mate hasta el final, señal sugestiva al cebador anunciando satisfacción. Mientras acercaba el porongo a su ayudante, oteó el final vacío de la calle principal y sin esperar a que la polvareda se disipara, confiado, comentó sus designios:
—Ahora es nuestro turno.
Los artistas con talento, especie en extinción, nacen del vacío desafiando cánones naturales de formación. Prorrumpen carismáticos, exhibiendo dones desconocidos que asombran a propios y extraños. La simple naturalidad de sus artes cautiva al público. Aldebar Palacios era uno de esos milagros del folklore, hijo de Paulino Palacios y Rosaura Romero, y tercero de cinco hermanos. Su familia adolecía de arritmia musical; eran víctimas de la falta de coordinación coreográfica.
Paulino, recibido de veterinario, se comprometió con Rosaura. Oriundos del valle de San Andrés, formaron su hogar en la ciudad próxima al poblado: Río Grande. Empujados por resquemores incomprensibles, emigraron del suelo natal. La madre del novel profesional, viuda matriarcal de fuerte carácter, desde el inicio del noviazgo, la desaprobó por “idílica”. Advertencia desestimada por los jóvenes. En represalia por la desobediencia, la indolente echó a su hijo de sus tierras. Sostuvo el castigo, declarándolos indignos por “vivir en el pecado” y les retiró la palabra, sin evaluar posibles consecuencias.
La pareja reedificó su vida, dirigiendo esfuerzos a construir la felicidad en familia, tolerando a distancia ojos acusadores, reproches de la madre del graduado e intrigas fraternales. Inmunes a las provocaciones, el doctor y los suyos tomaron afición a las excursiones por las montañas. Un día, como cualquier otro paseo por el campo, cuando Aldebar –o Aldo, como le decían– contaba catorce años, organizaron una salida al Parque Sanabria de las sierras precordilleranas. Emplazado dentro de las extensas yungas, este parque es una zona boscosa y montañosa que en verano se vuelve selvática, ofreciendo amplias hondonadas precipitadas en valles y profundas quebradas. Estrechas galerías dividen en laberintos las columnas de árboles gigantescos. Los visitantes la recorren prevenidos por señales de fácil lectura. Numerosos senderos bordean laderas de los cerros, cuya tupida vegetación oculta amenazadores precipicios.
Con la alborada, los Palacios subieron en auto hasta una de las entradas. La jornada, de sencillo plan, consistía en descender hacia el este bordeando un cerro y luego ascender por la cuesta oeste, realizando un giro de 360°. El deporte en plena naturaleza suaviza el abrasivo ritmo social urbano. La tranquila caminata de seis horas, favorecida por el cielo sin nubes, auguraba una grata recompensa para los excursionistas. La humedad boscosa aumenta cuando pica el sol, obligando a consumir abundante agua, líquido que el cuerpo elimina por transpiración u orina; motivo no reconvenido si alguien quedaba atrás.
Al mediodía llegaron a un claro del bosque y bajo un solitario arrayán, decidieron hacer un alto. Los padres prepararon el picnic, mientras los niños curioseaban alrededor, cuando estuvo listo se acomodaron en la improvisada mesa sobre el césped. El ambiente familiar creado los sacó del éxtasis y recién allí notaron la ausencia de Aldo. Al principio creyeron que acudió urgido al baño, ante la dilación, comenzaron a llamarlo cada vez más desesperados.
Rosa y los chicos se quedaron mirando cómo Paulino corría en busca de ayuda. Después de dos largos días y noches, hallaron al extraviado lejos de los senderos, colgando de sus piernas de enmarañadas raíces emergiendo como serpientes de un barranco. El joven se había demorado orinando, media hora antes de llegar al árbol solitario, sin percatar que su familia cambió de rumbo. Al equivocar la senda, perdió sus pasos en las entrañas del bosque. Por algunas horas, caminó asustado entre espinosas matas y enredaderas, finalmente aturdido por el tiempo de indefensión cayó al vacío. Desmayó pidiendo auxilio. Una patrulla de rescate lo encontró en estado de shock, deshidratado, con los labios blancos y los ojos hundidos por el hambre. Al caer abruptamente, las piernas de Aldebar se trabaron en las raíces, provocando que el peso de su cuerpo quebrara sus débiles rodillas como ramas secas.
El restablecimiento de Aldebar en el hospital de la capital requirió atención multidisciplinaria, incluyendo el apoyo de sus familiares. El tratamiento de retorno a la independencia funcional fue aplicado en un acto de tres partes: recuperación emocional, física y la motricidad de sus piernas. El miedo y el abandono le provocaron trastornos de pánico. Los profesionales de la salud mental lo ayudaban a reintroducirse en la realidad. Aldo despertaba con hiperventilación pidiendo ayuda, trance que alarmaba a sus padres. Durante su restablecimiento, la incondicional madre permaneció a su lado. Repuesto de los ataques de ansiedad, describía a Rosaura su pesadilla recurrente: detalles aislados de alucinaciones de las noches pavorosas sufridas en la profundidad del bosque.
—Despierto en el vacío estrellado y voy cayendo envuelto en una niebla densa. Varas multicolores latiguean, espoleadas por vientos de rachas intensas. Desciendo hasta que mi columna golpea el fondo de bloques congelados. Gimen y relinchan, cabezas de viejos y de caballos condenados. Intento escapar y un gran peso aprieta mi cuerpo contra el piso de hielo. Exhausto, caigo de rodillas, rendido sin pelear, claudico, prisionero. Un ave de terror salida del infierno con sus garras me jala del pecho, intenta sacar mi alma, pero escucho tu voz llamándome desde el cielo. ¡Ayúdame, mamá…! Me muero de miedo –sollozando, Aldo reiteraba el relato una y otra vez.
Rosaura, adepta a las supersticiones, cuando su hijo estaba extraviado y empezaba a perder las esperanzas, consultó a su madre: la bruja del pueblo de San Andrés. Ella aseguró que Aldo, a pesar del riesgo, seguía vivo; las criaturas del bosque lo protegían y lo veía ansioso por escuchar su voz. Al relacionar ambos relatos, Rosa reforzó su fe en la espiritualidad. Su testimonio fue glorificado por los andrinos (pobladores de San Andrés), fieles creyentes de lo sobrenatural. Mientras los psicólogos del hospital trataban el cuadro sintomático con ciencia, Rosaura atendía secretamente la turbación de su hijo, rodeándolo con amuletos enviados por su abuela bruja.
Aldebar, expuesto a múltiples dolencias, necesitó de un extenso periodo para recuperar el estado de ánimo y concentración. Durante siete semanas llevó botas de yeso. Los masajes devolvieron elasticidad a sus músculos, de a poco aprendió a caminar de nuevo. La debilidad limitaba sus ejercicios de rehabilitación. Al cabo de unos meses, el fisioterapeuta advirtió a los padres su falta de interés. Su actitud apática impedía su resiliencia. Por ello, recomendó actividades físicas placenteras que lo motivaran. Propuso a sus padres inscribirlo en una academia folclórica. El contacto con otros chicos, podría despertar el deseo de recuperar el sentido de control y competencia. Aldo pasaba la mayor parte del tiempo en silla de ruedas, lógicamente desestimó la inquietud, pero luego accedió ante los ruegos de Rosa.
Profesores y aprendices de música y danza de la Academia El Juglar aceptaron el desafío. Aldebar, consciente de su condición, temía la fusión con el grupo porque el rechazo podría arrojarlo nuevamente al abismo depresivo. Sin embargo, la resistencia que imaginaba se desmoronó ante la hospitalidad de la comunidad artística. Las relaciones afectuosas con desconocidos reforzaron los valores adquiridos en su hogar, contribuyendo a su equilibrio emocional; efecto buscado por profesionales y familiares.
De a poco, el aprendiz fue despojándose de la silla de ruedas. Los meses pasaron y el voluntarioso reaprendió a caminar y a disfrutar del arte folclórico. Descubrió con rapidez sus secretos, pero, ocultó su progreso: anhelaba sorprender a su familia. El Día de la Tradición fue la ocasión perfecta. La academia presentó en el salón municipal de Río Grande una función cultural de canto y danzas folclóricas, con un número especial. El público, en gran cantidad, asistió al espectáculo. Conjuntos y solistas deleitaron a los presentes. Cuerpos de danzas, engalanados con vestimentas tradicionales, expusieron el contagioso ritmo de la música autóctona. Al cierre, cuando el presentador anunció la sorpresa publicada, solícitas miradas coparon al escenario.
En Río Grande conocían a Aldebar y su historia: el hijo del veterinario; el del accidente en el bosque; el de la silla de ruedas. Por eso, cuando emergió detrás del telón, caminando erguido, pisando fuerte con sus botas de cuero, enmudecieron. Un tibio aplauso sucumbió en el salón. El público estaba en ascuas. Sorprendidos familiares desconocían porque Aldo estaba en el centro del escenario. Los cuestionamientos terminaron cuando un bombisto entró en escena repiqueteando el cuero, y al grito de ¡Aura...!, Aldebar Palacios desplegó un magnífico zapateo al ritmo del malambo. La fuerza de la danza criolla propuso, entre público y artista, el juego circular de quien motivaba a quién. Sentir la experiencia de la conexión, hizo comprender a los concurrentes el valor del esfuerzo, el sufrimiento y la victoria final.
Aldo, emocionado, agradeció a los espectadores, quienes le devolvieron su cariño con un largo aplauso. Esa noche nació el romance del artista con el público, que lo rebautizó con el nombre de “Fénix” por su capacidad de superar la adversidad y resurgir con más virtudes.
El tiempo pasó y la academia salió de gira, cada vez más distante de Río Grande. Finalmente, Aldo se despegó del grupo. Mantuvo vigente sus presentaciones incorporando a su número de baile, el canto y la ejecución de distintos instrumentos musicales; la guitarra fue la predilecta, convirtiéndolo en reputado músico. Su crecimiento artístico llamó la atención a las productoras de festivales importantes. Los años pulieron su técnica y carácter.