Apiádense del lector - Kurt Vonnegut - E-Book

Apiádense del lector E-Book

Kurt Vonnegut

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Beschreibung

A Kurt Vonnegut le gustaba decir: "Practicar una forma de arte es una forma de hacer crecer el alma". Apiádense del lector es la encarnación misma de esa idea, un libro sobre la escritura y la vida, y de por qué las dos van de la mano. Maestro de maestros, el autor de Matadero Cinco y Desayuno de campeones fue extremadamente generoso con sus estudiantes: creativo, alentador, poco solemne, divertido y pródigo en recursos que son técnicos, pero que al mismo tiempo esconden la filosofía que tenía sobre el arte de narrar. "Encuentra un tema que te importe y que en tu corazón sientas que a los demás debería importarles", era su primera regla. Y solo una vez que el tema estaba claro, les decía a sus alumnos: "Escriban para contentar a una sola persona. Si abren la ventana y le hacen el amor al mundo entero, por así decirlo, su historia se va a contagiar de neumonía". Este libro está lleno de historias luminosas y sutiles, muy útiles para aprender a escribir, y también de situaciones en las que Vonnegut muestra su rostro más humano: vemos al veterano de guerra, al hombre de familia, al fumador empedernido y al escritor inclasificable cuya obra, con el paso del tiempo, no ha parado de crecer. Por primera vez traducido al español, este libro cristaliza la experiencia que durante años Kurt Vonnegut desplegó en el legendario taller de escritores de Iowa, donde hicieron clases figuras como José Donoso (contemporáneo y amigo de Vonnegut) y Raymond Carver. Una manera distinta —con muchos antecedentes biográficos— de entrar en la obra de un narrador fundamental de la literatura estadounidense del siglo XX. Su obra, de hecho, ha sido recientemente publicada en la prestigiosa Library of America. Por su enorme cantidad de consejos, ejemplos y disecciones de múltiples obras, el libro es como asistir a un taller de escritura creativa.

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Apiádense del lector: para escribir con estilo.

Kurt Vonnegut & Suzanne McConnell

Pity the reader. On writing with style, Kurt Vonnegut & Suzanne McConnell

© Editorial Hueders

© De la traducción: Francisco Díaz Klaassen

Primera edición: mayo de 2022

ISBN edición impresa 978-956-365-235-2

ISBN edición digital 978-956-365-262-8

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin la autorización de los editores.

Diseño de portada e interior: Constanza Diez

www.hueders.cl|[email protected]

santiago de chile

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Para todos mis estudiantes, los del pasado y los del futuro, y para todos los de Kurt.

“Escribe como un ser humano. Escribe como un escritor”, Kurt Vonnegut a sus estudiantes del Taller de Escritores de Iowa, 1966.

INTRODUCCIÓN

“Aquí vamos una vez más con la vida real y las opiniones que buscan parecerse a un animal grande y absurdo no tan distinto de un oobleck o un grinch o un lórax, o quizás como un sneech, las invenciones del Dr. Seuss, el gran escritor e ilustrador de libros infantiles”.

kurt vonnegut, Destinos peores que la muerte.

Fui estudiante de Kurt Vonnegut en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa a fines de los años 60, y seguimos siendo amigos hasta su muerte. Le debo como escritora, profesora, y como ser humano. Este libro pretende ser la historia de los consejos de Vonnegut para todos los escritores, para todos los profesores, lectores, y para el resto del mundo.

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Vonnegut no era famoso cuando empezó a enseñar en el Taller de Escritores de Iowa. Había publicado cuatro novelas, estaba trabajando en Matadero Cinco, tenía 42 años.

La primera vez que lo vi (sin saber quién era) me hizo gracia. Estaba de pie al frente de una sala de conferencias, junto a los otros escritores que iban a ser nuestros profesores. Era alto, con los hombros curvados (un hombre con forma de plátano, como una vez se describió a sí mismo), y estaba fumando un cigarrillo a través de una boquilla negra y alargada, inclinando la cabeza para botar el humo, ciertamente consciente de lo absurdo y afectado que se veía; en otras palabras, había asumido una pose—el primer deber en la vida de cualquier persona, según Oscar Wilde.

Estaba usando la boquilla, como vendría a saber luego, para intentar reducir seriamente los efectos nocivos del cigarrillo.

La maestría en escritura de Iowa era un programa de dos años, lo suficientemente largo como para que los estudiantes eventualmente gravitaran, como por osmosis, hacia los profesores con los que tenían afinidad. En mi segundo año llegué a su taller.

Mientras tanto leí Cuna de gato y Madre noche, los dos libros que había publicado más recientemente, con lo que empecé a familiarizarme con él como escritor a partir de esas novelas, al mismo tiempo que empezaba a conocerlo como profesor y como persona.

Fui vecina de los Vonnegut durante mi primer año, mientras vivía con otros estudiantes graduados en un lugar llamado Black’s Gaslight Village. Y nuestra geografía siguió siendo adyacente a lo largo de los años. Visité a Kurt en Barnstable, lo vi en Michigan cuando él dictaba cátedra y yo llegué a enseñar allí por primera vez. Me mudé a Nueva York casi al mismo tiempo que él, y durante los últimos 35 años he pasado los veranos a una hora de distancia de Cape Cod, donde él vivió durante dos décadas. Kurt y yo almorzábamos ocasionalmente, nos escribíamos cartas, hablábamos por teléfono, nos encontrábamos en eventos literarios. Me envió un hermoso jarrón de vidrio soplado como regalo de matrimonio. Nunca perdimos el contacto.

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Es probable que hayan llegado a Vonnegut leyendo sus libros, asignados en el colegio o en la universidad o leídos de forma independiente, según la edad que tengan. Si leyeron Matadero Cinco, el más conocido de todos, también saben de la experiencia que lo llevó a escribir ese libro, porque la introduce en el primer capítulo: como un estadounidense veinteañero de ascendencia alemana, fue capturado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y llevado a Dresde, donde luego fue bombardeado por los británicos y los norteamericanos. Él y los demás prisioneros, que fueron llevados a un matadero subterráneo, sobrevivieron. Casi ninguna otra persona, animal o planta lo hizo.

Ese evento alimentó su escritura y le dio forma, junto a otros eventos, a sus puntos de vista. (Sin embargo, no fue ese el punto de partida de su escritura, como se suele asumir; ya estaba en camino a convertirse en escritor para cuando se alistó). Pretendo guiarlos a través del laberinto de sus consejos como un director-titiritero, relatando experiencias de su vida cuando estas arrojan luz o clarifican cómo obtuvo la sabiduría que imparte; especificando, en la medida de lo posible, de qué punto de su vida deriva un consejo: de él como principiante, estando en la mitad de su carrera, o siendo un escritor maduro; y contando anécdotas sobre él y sobre mi vida cuando sean relevantes.

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Me pidieron que escribiera este libro a instancias de la Fundación Vonnegut. Se suponía que debía hacerlo Dan Wakefield, pero un día me telefoneó, demasiado exhausto después de compilar otros dos libros maravillosos de las obras de Vonnegut, Cartas, una selección anotada de sus cartas, y Si esto no es agradable, ¿qué lo es?, una antología de sus discursos.

—Tú eres la persona perfecta para hacer este libro — me dijo, persuasivamente—. Has enseñado escritura, escribes ficción, fuiste su alumna y lo conociste. Todo calza.

Las palabras de Kurt Vonnegut debían de corresponder aproximadamente al 60 por ciento del libro. Aparte de eso, su composición corría por mi cuenta.

Todo lo que tenía que hacer, dijo Dan, era escribir una propuesta introductoria y enviarla al jefe de la Fundación Vonnegut, su amigo y abogado Don Farber, y al editor de libros electrónicos Arthur Klebanoff, el jefe de RosettaBooks, junto a los perfiles que había publicado sobre Vonnegut en el Brooklyn Rail y el Writer’s Digest, como evidencia de mi capacidad y estilo literario. Dan Wakefield ya les había hablado de mí.

Un mes después, mientras trabajaba como voluntaria en la mesa del Museo y Biblioteca Kurt Vonnegut en la Feria del Libro de Brooklyn, Julia Whitehead, la directora del museo, me presentó a Dan Simon, el fundador de la editorial Seven Stories, responsable de publicar los últimos dos libros de Vonnegut, y conocido suyo cercano. Le expliqué este proyecto. Simon murmuró:

—Me encantaría publicar ese libro.

El resultado fue un nuevo contrato con la Fundación Vonnegut, RosettaBooks y Seven Stories. Voilá. Cualquiera que sea el formato en el que estén leyendo esto, los tenemos cubiertos.

X

Wilfred Sheen dijo de Vonnegut:

—Él no quedará atado a ningún ismo, ni siquiera a uno bueno.

Vonnegut prefería “improvisar sus políticas, incluso su pacifismo”.1 Era propenso a ver el otro lado de la moneda, la ambigüedad y las contradicciones.

Después de todo, había sido capturado, encarcelado y forzado a trabajar cargando cadáveres por un régimen enemigo podrido por la idolatría y deteriorado por el deseo de un pueblo por abrazar soluciones fáciles y autoritarias.

Habría apreciado el palíndromo de André Thomkins, el artista suizo: “DOGMA I AM GOD”.*

Por mi parte, quiero evitar, tanto como sea posible, mis propios impulsos y los del lector por hacer de los consejos de Kurt Vonnegut un dogma. Una de las maneras con las que pretendo conseguir esto es adoptando el concepto de “oscurecimiento”.

Lo tomo prestado de Profunda Simplicidad, de Will Schutz, publicado en 1979, “el único libro que le da sentido al Movimiento del Potencial Humano”, de acuerdo con su portada. Schutz, uno de los siquiatras líderes de ese movimiento, lista sus credenciales al principio: ha explorado todas las avenidas que aquel movimiento produjo para expandir la mente, el cuerpo y el alma. También ha dirigido innumerables seminarios en el Instituto Esalon. Es un libro útil, conciso y aterrizado (actualmente agotado). Pero la parte que se me quedó grabada durante 40 años es el último capítulo, “Oscurecimiento”. Comienza así: “A veces mis esfuerzos por crecer se convierten en objeto de diversión para la parte de mí que me está observando”. Schutz se cansaba, ocasionalmente, de esos esfuerzos y se rebelaba.

Así que diseñó un taller llamado “Oscurecimiento”. En él los participantes eran alentados a ser retorcidos, superficiales y a regodearse en su propia miseria. Bebían mucho, fumaban como carretoneros, se llenaban de comida chatarra y culpaban a todos los demás por sus problemas, empezando por los otros miembros del taller y hasta llegar a Dios Todopoderoso. En las clases, cada persona divulgaba sus peores atributos y les explicaba a los otros cómo adquirirlos. Un hombre dijo que nunca terminaba nada. Prometió enseñarle al grupo su método la semana siguiente. Para cuando llegó el miércoles ya se había salido del taller.

Los resultados de los talleres de “Oscurecimiento” fueron sorprendentes. Fueron tan efectivos como los talleres regulares a la hora de crear conciencia sobre la comedia humana, y para hacer que todos los participantes se dieran cuenta de que ellos mismos habían tomado sus propias decisiones (y que por lo tanto podían tomar otras).

He adaptado la palabra “oscurecimiento” y la he redefinido para poder usarla como un principio rector de este libro. Cuando aparezcan alternativas, ironías, advertencias o contradicciones respecto de consejos o ideas anteriores, el concepto de oscurecimiento estará actuando. (Originalmente, las palabras en negritas marcaban esas instancias, pero esas intrusiones pasaron a mejor vida en el proceso de edición). Espero que este término y esta metodología subrayen la noción de que la verdad (que no es lo mismo que los hechos) puede tener muchas caras, y que Vonnegut era un ser humano, no un ser dogmático.2

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Justo después de que me ofrecieran este proyecto, Julia Whitehead me habló del artista Tim Youd, que había estado haciendo una performance en el Museo y Biblioteca Kurt Vonnegut. ¿Su arte? Volver a tipear novelas, usando el mismo modelo de máquina de escribir que usó el escritor, en el mismo lugar en el que trabajó o donde ocurre la novela. Vuelve a tipear la novela usando una misma página una y otra vez, con una hoja acolchada debajo y leyendo en voz alta, “en una especie de farfulleo”, para no perder el lugar y mantenerse atento. La hoja se rasga. Le pone scotch y continúa. Los agujeros y rasgaduras accidentales crean la obra de arte tangible; al final, separa las dos hojas y las enmarca.

En el Museo y Biblioteca Kurt Vonnegut, Tim Youd tipeó Desayuno de campeones una semana y Payasadas la siguiente, usando una Smith Corona Coronamatic 2200 eléctrica.

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—La experiencia de sumergirme durante dos semanas seguidas me ayudó a apreciar el genio de Vonnegut. Y sobre todo su desolación —dijo Youd.

Uno de los propósitos de Youd es lograr que la gente se enfoque en el trabajo del escritor.

—Hemos llegado a un punto en el que estamos más interesados en mirar los pergaminos de Kerouac que en leerlo. Lo mismo con la casa de Hemingway en Key West.

El fetichismo hacia los escritores famosos, sugirió, ocurre porque “leer libros es muy trabajoso”.

Hay mucha onda alrededor de Vonnegut: tazas, tarjetas de felicitaciones, marcapáginas, mousepads, poleras. Indianápolis luce un mural de él en una pared del centro. Sus frases dan nombre a cafeterías, bares, grupos de música. La gente se tatúa citas suyas.

Si estos artefactos honran o profanan, actúan como talismán o kitsch, solo Dios y cada persona pueden saberlo.

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Tim Youd reconoce que sus propias performances pueden contribuir al fetichismo. Yo temo estar aportando con este libro también. Porque he tomado las maravillosas palabras de Vonnegut fuera de contexto. Las he alterado, acortado, dado vuelta y apretado en moldes para que calcen con los propósitos de este libro.

Es como las citas de Vonnegut que a menudo aparecen en Internet. Están sacadas de contexto, como las citas de cualquiera, y a veces resultan engañosas. Por ejemplo, sus reglas para escribir cuentos, que aparecen en la colección Caja de rapé Bagombo, no están destinadas a ser aplicadas a la novela. Pero aparecen como reglas para escribir todo tipo de literatura.

Alguien podría leer Apiádense del lector sin leer jamás la literatura de Vonnegut. Pero sus palabras pertenecen ante todo a sus verdaderos hogares, donde nacieron.

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Cuando Dan Wakefield estaba por publicar su primera novela superventas en los años 50, su editor, que también era el de Vonnegut, le preguntó a este si podía editar el trabajo de Wakefield. Esa labor editorial, dice Dan, “consistió en una carta de dos páginas con siete sugerencias para mejorar la novela. Adopté cuatro de las siete, y mi novela mejoró gracias a ello. Lo más importante era su consejo de que no debería seguir sus sugerencias ‘solo porque las hubiera sugerido’. Enfatizó que solo debía adoptar aquellas ‘que me hicieran sentido’. Dijo que no debería escribir o cambiar nada simplemente porque él (o cualquier otro editor o escritor) lo hubiera sugerido, a menos que la sugerencia calzara con mis propias intenciones y visión para el libro”. Wakefield dice que fue “una de las lecciones editoriales más valiosas que jamás aprendí”.

X

Repasando las tareas que nos daba Vonnegut en el Taller de Escritores, veo que más allá del oficio de escribir, estaban diseñadas para enseñarnos a pensar por nuestra cuenta, a descubrir quiénes éramos, qué cosas amábamos o aborrecíamos, qué nos hacía explotar, qué mareaba nuestros corazones.

Mi ambición es que las palabras de Vonnegut en este libro provoquen efectos similares en quienes lo lean.

X

Kurt Vonnegut dijo:

Cuando escribo, me siento como un hombre sin brazos ni piernas que tiene un lápiz de cera en la boca.3

¿Cuenta esto como un consejo? Para mí, sí. Significa: tú puedes. Todos los escritores se sienten ineptos. Incluso Kurt Vonnegut. Permanezcan sentados, no dejen de escribir.

La imagen, además, y esto es algo muy vonnegutiano, es escandalosamente cómica, pero exige cierta perspectiva. Porque yo soy afortunada: no me faltan ni los brazos ni las piernas, y para escribir puedo recurrir a algo más que un lápiz de cera. ¿No les sucede lo mismo a la mayoría de ustedes?

Y, por lo tanto, esta imagen sirve como un buen consejo para los profesores que se desesperan al enseñar, para los lectores que no entienden un texto difícil, para cualquiera que aborde algo y se sienta inepto frente a esa tarea. Lo que prácticamente nos incluye a todos nosotros. ¡Sigan así! ¡Anímense! ¡Ríanse! ¡Todos somos ineptos frente a nuestras tareas!

X

El Vonnegut escritor se motivaba con temas humanitarios que quería traer a la palestra. Sus alumnos éramos afortunados. Pero sus lectores son su cuerpo estudiantil más grande e importante.

Como profesor en el Taller de Escritores, Vonnegut era apasionado y se indignaba. Resollaba al reírse. Era considerado, agudo, ingenioso, entretenido e inteligente. En otras palabras, se parecía al autor de sus libros. Aunque no le faltaban algunas poses protectoras, era básicamente él mismo —el mismo indianés gracioso, sincero, que siempre busca la verdad y habla sin remilgos— cada vez que hablaba y en todo lo que escribía.

Kurt Vonnegut siempre estaba escribiendo. Siempre estaba aprendiendo y compartiendo lo que había aprendido.

He asignado cuentos, novelas y ensayos de Vonnegut a un amplio espectro de alumnos. Su obra atraviesa las fronteras de la edad, la etnicidad y el tiempo. Dos de las mejores tareas y las clases más apasionadas y efectivas que he enseñado jamás fueron inspiradas por Cuna de gato, con 30 años de diferencia: una en una clase introductoria de literatura a fines de los años 60, en el Centro de Estudios Superiores Delta, y la otra en una clase sobre literatura de los 60 poco después del 11 de septiembre de 2001, en Hunter College.

Lo que espero hacer aquí, para citar a Vonnegut sobre el placer de leer historias, es “escuchar a escondidas una conversación fascinante” que él estaba teniendo con sus lectores.

Se me viene a la cabeza la manera en la que uno comenzaría una carta dirigida a una persona anónima pero responsable, y con algo de suerte receptiva: “A quien corresponda”. Esta frase a algunos les puede sonar demasiado formal y distante, ya que esa es la manera en la que se la suele usar. Pero por favor tómenla literalmente y con el sentido que le doy aquí, como una cálida bienvenida: A QUIENES CORRESPONDA.

* En inglés la palabra “dogma”, leída al revés, dice: “Yo soy Dios”. (Nota del traductor)

CAPÍTULO1

Consejos para cualquiera para escribir de todo

“Cuando enseño —y he enseñado en el Taller de Escritores de Iowa, en City College, en Harvard— no busco gente que quiera ser escritor. Busco gente apasionada, a la que algo le importe enormemente”.

kurt vonnegut, Cómo darle la mano a Dios.

En 1980, la compañía International Paper patrocinó una serie de consejos en el New York Times. Cada artículo de dos páginas fue escrito por un conocido experto. Cada uno presentaba los puntos principales en negritas, con ilustraciones y explicaciones adicionales debajo. Incluían Cómo dar un discurso, por George Plimpton; ...Escribir un currículum, por Jerrold Simon, de la Escuela de Negocios de Harvard; ... Disfrutar la poesía, por James Dickey, y así.

—Después de considerar el hecho de que casi repruebo química, ingeniería mecánica y antropología, y que nunca tomé una clase de literatura o de composición, me eligieron para escribir acerca del estilo literario —dijo Kurt Vonnegut sobre su contribución.4

Divisé el Cómo escribir con estilo de Vonnegut cuando se publicó, y a partir de entonces cada semestre entregué copias de él a mis alumnos de escritura en Hunter College. Ese es el formato Vonnegut que voy a seguir para empezar aquí. Ofrece consejos generales dirigidos a todo el mundo, acerca de escribir cualquier cosa, incluidas siete “reglas” generales.

Hay una introducción de cinco párrafos. Después Vonnegut ofrece la primera y más importante sugerencia: “Encuentra un tema que te importe”.

Fíjense en cómo escribe eso. Asume que, ya que eres un ser humano, te tiene que importar algo. Todo lo que tienes que hacer es buscar en el supermercado de ti mismo y localizarlo. Debajo del audaz encabezado, sin embargo, la frase completa se vuelve más compleja:

Encuentra un tema que te importe y que en tu corazón sientas que debería importarle también a los demás [énfasis añadido]. Esta preocupación genuina —y no cómo juegues con el lenguaje— será el elemento más convincente y seductor de tu estilo.

No te estoy pidiendo que escribas una novela, por cierto... aunque no me molestaría que lo hicieras, siempre y cuando genuinamente te importara algo. Basta con una solicitud al alcalde acerca de un bache frente a tu casa, o una carta de amor a la vecina.5

La siguiente anécdota ilustrará su absoluta sinceridad al discutir estos géneros comparativamente humildes. Al hablar sobre sus seis hijos en Domingo de Ramos, menciona las proclividades artísticas e intereses que siente que les legó, en carpintería, dibujo, música y ajedrez. En esa época, su hijo Mark había publicado su primer libro, y su hija Edie había ilustrado otro. Alaba esos logros, junto con la productividad artística y general de sus otros hijos, pero guarda sus mejores elogios para una carta que su hija Nanette le escribió a un completo extraño.

¿Cuál es mi favorita, de todas las obras de arte que han producido mis hijos? Quizás sea una carta escrita por mi hija más joven, Nanette. ¡Es tan orgánica! Se la escribió a un “Señor X”, un cliente irascible del restaurante de Cape Cod en el que trabajó como mesera en el verano de 1978. Verás, el cliente estaba tan enojado por el servicio que recibió una noche, que se quejó por escrito a la administración. La administración pegó la carta en el tablero de anuncios de la cocina.

Esto decía la respuesta de Nanette:

Querido Señor X,

En mi calidad de camarera recién entrenada, siento que es mi deber contestar al reclamo que usted escribió recientemente al hotel ABC. Su carta le ha causado a una joven inocente más sufrimiento este verano que las molestias que usted experimentó cuando no recibió su sopa a tiempo y le quitaron el pan prematuramente, entre otras cosas.

Creo que, efectivamente, usted recibió un mal servicio por parte de esa nueva camarera. La recuerdo muy nerviosa y alterada esa noche, pero ella esperaba que sus errores, aunque torpes, fueran entendidos con compasión debido a su inexperiencia. Yo misma he cometido errores como camarera. Afortunadamente, los clientes se lo tomaron con humor y fueron compasivos. En el transcurso de apenas una semana, he aprendido tanto de estos errores, gracias al apoyo y entendimiento de otras camareras y clientes, que ahora me siento con confianza y rara vez los cometo.

No me cabe ninguna duda de que Katherine va de camino a convertirse en una camarera competente. Usted debe entender que aprender a ser camarera se parece mucho a aprender a hacer malabares. Es difícil encontrar el balance y el manejo de los tiempos. Una vez que los encuentras, sin embargo, ser camarera se vuelve una habilidad sólida e inamovible.

Debe haber cabida para cometer errores incluso en un establecimiento tan bien calibrado como el hotel ABC. Se les debe permitir a las camareras ser humanas. Quizás usted no se dio cuenta de que al nombrar a esta joven obligó a la administración a despedirla. Katherine ya no tiene trabajo durante el verano en Cape Cod, y las clases están a la vuelta de la esquina.

¿Tiene alguna idea de lo difícil que se ha vuelto encontrar trabajo en este lugar y en este momento? ¿Sabe lo difícil que les resulta a muchos estudiantes jóvenes llegar a fin de mes? Siento que como ser humano debo pedirle que le dé vueltas a lo que es verdaderamente importante en la vida. Espero que, siendo justos, piense en lo que le he dicho, y que en el futuro sus acciones sean más reflexivas y humanas.

Cordialmente,

Nanette Vonnegut.6

Yo misma siento una simpatía inusual por el contenido de la carta de Nanette. El primer cuento que publiqué está escrito desde el punto de vista de un lavaplatos en un restaurante que se venga de un jefe opresivo.7 Fui camarera durante todos mis años de universidad. Después descubrí que pagaba exactamente lo mismo que ser profesor adjunto. Como la poeta Jane Hershfield ha comentado con gracia, muchos escritores han estado en “el gremio alimenticio”.8

En cualquier caso, la carta de Nanette cumple con el estándar primario de su padre. El tema le importa lo suficiente como para escribir la carta, y también cree que debería importarle a otras personas: específicamente, a su jefe, al hombre que se quejó, a la camarera en cuestión, y presumiblemente a las demás camareras del restaurante.

La carta de Nanette es bastante seria. Pero puedes escribir de asuntos serios de una manera juguetona. Dios sabe que eso es lo que hacía Kurt Vonnegut.

Treinta y un años antes, a la edad de 25, Kurt escribió un contrato a seguir por él y su esposa Jane. Se acababan de casar y esperaban su primer bebé.

Contrato entre Kurt Vonnegut y Jane C. Vonnegut, efectivo a partir del sábado 26 de enero de 1947.

Yo, es decir Kurt Vonnegut, juro solemnemente que seré fiel a los compromisos listados a continuación:

Con el entendimiento de que mi esposa no me dará la lata, interrumpirá, o de otro modo molestará al respecto, prometo limpiar el baño y la cocina una vez a la semana, a una hora y día de mi elección. No solo eso, sino que la limpieza será a fondo, y a lo que ella se refiere con esto es que me meteré debajo de la tina, detrás del váter, debajo del fregadero, debajo del refrigerador, en las esquinas; y que recogeré y pondré en otra ubicación cualquier objeto removible que dé la casualidad de estar en el piso en ese momento, de manera que pueda limpiar debajo de ellos y no solo a su alrededor. Aún más: mientras lleve a cabo estas tareas me abstendré de hacer comentarios como “puta”, “mierda”, “puta mierda” y otras vulgaridades de esa índole, ya que semejante lenguaje es estresante cuando lo más drástico que está ocurriendo en la casa es el enfrentamiento con la Necesidad. Si no cumplo con este acuerdo, mi esposa queda en libertad de darme la lata, interrumpirme, y de otro modo molestarme hasta empujarme a limpiar el piso de todos modos —sin importar cuán ocupado esté.

Yo, además, juro que acataré las siguientes reglas de convivencia mínimas:

Colgaré mi ropa y pondré mis zapatos en el clóset cuando no los esté usando;

No meteré tierra en la casa sin necesidad, por ejemplo al no limpiarme los pies en el felpudo, o al usar mis pantuflas para sacar la basura, y otras cosas;

En vez de dejarlos en el piso o en una silla, botaré a la basura las cajas de fósforos usados, paquetes de cigarrillos vacíos, el pedazo de cartón que viene cuando compras camisas, etcétera;

Después de afeitarme pondré el equipo de afeitar de vuelta en el botiquín;

En caso de ser el directo responsable de un anillo de agua alrededor de la tina después de darme un baño, con la ayuda de un trapeador y una escobilla, y no mi toalla, eliminaré dicho anillo;

Con el entendimiento de que mi esposa recoja la ropa sucia, la ponga en una bolsa y deje la bolsa a la vista en el pasillo, yo recogeré dicha bolsa y la llevaré a la lavandería a más tardar tres días después de que dicha bolsa haya hecho su aparición en el pasillo; y además traeré la ropa limpia desde la lavandería dentro de un plazo de dos semanas desde que la haya llevado allí, cuando todavía estaba sucia;

Al fumar haré todos los esfuerzos posibles para dejar el cenicero que esté usando en ese momento en una superficie que no esté inclinada ni se hunda, que no tenga pendiente o depresiones, que no esté arrugada o ceda a la menor provocación; se entiende que dichas superficies incluyen montones de libros precariamente apilados al borde de una silla, los brazos de la silla que tiene brazos, y mis propias rodillas;

No tiraré las cenizas ni apagaré cigarrillos ni en los bordes ni adentro del basurero de cuero rojo o el basurero estampado que mi amantísima esposa me hizo para la Navidad del año 1945, ya que semejantes prácticas notablemente menoscaban la belleza, y a la larga el uso, de dichos basureros;

En el caso de que mi esposa me pida un favor, y ese favor no pueda ser visto sino que como razonable y dentro del campo de las atribuciones de un hombre (cuando su esposa está embarazada, esto es), cumpliré con lo pedido dentro de un plazo de tres días después de que mi esposa lo haya presentado. Se da por descontado que mi esposa no hará referencia al tema, más allá de dar las gracias, por supuesto, dentro de esos tres días; si, no obstante, no cumplo con dicho favor, después de que un lapso sustancial haya transcurrido, mi esposa estará en su derecho a darme la lata, interrumpirme y molestarme de otro modo hasta empujarme a hacer aquello que debería haber hecho;

Una excepción al límite de tres días se hará al sacar la basura, ya que cualquier idiota sabe que más vale no esperar tanto; sacaré la basura dentro de tres horas luego de que la necesidad de eliminar los desechos me haya sido señalada por mi esposa. Sería agradable, sin embargo, si al observar la necesidad de eliminar los desechos con mis propios ojos, yo llevara a cabo esta tarea por iniciativa propia, y no obligara a mi esposa a mencionar un tema que le resulta moderadamente desagradable;

Se entiende que, de encontrar estos compromisos inadmisibles o demasiado coercitivos para mi libertad, tomaré medidas para modificarlos mediante contrapropuestas, presentadas constitucionalmente y discutidas cortésmente, en vez de terminar con mis obligaciones ilegítimamente, con un simple estallido obsceno o algo por el estilo, y el posterior persistente incumplimiento de dichas obligaciones;

Se entiende que las condiciones de este contrato son vinculantes hasta el momento en el que llegue el bebé (momento a ser precisado por el doctor), tras lo cual mi esposa una vez más estará en plena posesión de sus facultades y será capaz de emprender actividades más arduas de lo recomendado en estos momentos.9

Imagínense, queridas esposas, ser las destinatarias de semejante carta. (Especialmente en los años 50, cuando las tareas del hogar eran un asunto que incuestionablemente solo les concernía a ustedes). Cuando menos, habrían sabido que su esposo había escuchado sus quejas. Habrían sabido que las había considerado dignas de su atención. La carta les habría asegurado que las quejas, ustedes, y la convivencia diaria, le importaban lo suficiente como para poner todo esto por escrito. Y lo habrían adorado, ¿no? Quizás hasta lo habrían perdonado la próxima vez que les tocara vaciar su desbordante cenicero.

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Imaginemos que ambas epístolas, la carta al cliente del hotel ABC y el contrato de compromisos maritales, hayan marcado la diferencia. Haya o no la ineficiente camarera recuperado su trabajo, ciertamente se debe haber sentido defendida. El cliente y el jefe fueron invitados a ser más empáticos y a lo mejor siguieron el consejo. (A mí misma me despidieron de mi primer trabajo como camarera a los 16 años, y me sentí terrible, como si no supiera hacer nada bien. A mi sobrina una vez, en el restaurante donde trabajaba, le dejaron una servilleta en vez de una propina, en la que un cliente había escrito: “Por favor, no te reproduzcas”. Una carta escrita a nombre de cualquiera de nosotras habría sido muy apreciada). Kurt y Jane deben haber alcanzado cierta calma de las disputas que sin duda precipitaron el contrato.

X

El punto es que escribir bien, incluso una carta corriente o un calculado correo electrónico, demanda tiempo, esfuerzo y pensamiento. Te tiene que importar lo suficiente como para darle tu energía, sopesando ese coste contra el coste de no hacerlo.

X

A veces el tema te encuentra a ti. No se trata de buscar qué es lo que te importa. Algo pasa justo frente a ti que hace que te termine importando tan ferozmente que se vuelve integral para tu ser.

Las circunstancias dictaron que Kurt Vonnegut escribiera una carta a su casa, cuando por fin estaba de vuelta en territorio aliado, después de haber sido prisionero de guerra. Por lo que sus familiares en Indianápolis tenían entendido, él estaba muerto. Había desaparecido en acción. Tenía que contarles lo que había pasado.

DE: Pfc. K. Vonnegut

12102964 Ejército de los Estados Unidos.

A:

Kurt Vonnegut,

Williams Creek,

Indianápolis, Indiana

Gente querida.

Me cuentan que probablemente nunca les informaron que me encontraba en una situación distinta a la de “desaparecido en acción”. También es muy posible que ninguna de las cartas que mandé desde Alemania les haya llegado. Lo que me obliga a explicar un montón de cosas. En resumen:

He sido prisionero de guerra desde el 19 de diciembre de 1944, cuando nuestra división fue hecha jirones por el último empuje desesperado de Hitler a través de Luxemburgo y Bélgica. Siete divisiones Panzer fanáticas nos golpearon y separaron del resto del primer ejército de Hodges. Las otras divisiones norteamericanas a nuestros flancos consiguieron retirarse; nosotros tuvimos que quedarnos y pelear. Las bayonetas, por cierto, no sirven demasiado contra los tanques. Se nos acabaron las municiones, la comida y los suministros médicos, y nuestras bajas eran mayores al número de los que todavía podían pelear... así que nos rendimos. Por lo que hicimos, la 106 recibió una condecoración presidencial, y otra británica a manos de Montgomery, pero ni de broma valió la pena. Fui de los pocos que no resultaron heridos. Por eso, gracias a Dios.

Bueno, los superhombres nos hicieron marchar, sin darnos comida, agua o dejarnos dormir, hasta Limberg, a unos 100 kilómetros, creo, donde nos subieron y encerraron en vagones pequeños sin ventilación ni calefacción; 60 hombres en cada uno. No había cuartos de baño... el piso estaba cubierto de estiércol de vaca fresco. No había espacio para que nos echáramos todos; la mitad dormía mientras la otra mitad permanecía de pie. Pasamos varios días, incluyendo Navidad, en ese costado de Limberg. En Nochebuena la Fuerza Aérea Real bombardeó y ametralló nuestro tren sin marcar. Mataron a 150 de los nuestros. Nos dieron algo de agua el día de Navidad y avanzamoslentamente a través de Alemania hasta un campo de prisioneros en Muhlburg, al sur de Berlín. Nos sacaron de los vagones durante Año Nuevo. Los alemanes nos hicieron pasar por agua hirviente para despiojarnos. Muchos hombres murieron del shock en las duchas, después de 10 días de hambruna, sed y congelamiento. Pero yo no.

Bajo la Convención de Ginebra, los oficiales y suboficiales no tienen que trabajar cuando se los toma prisioneros. Yo soy, como saben, un soldado raso. Ciento cincuenta de esos seres inferiores fueron enviados a un campo de trabajos de Dresde el 10 de enero. Yo era su líder en virtud del poco alemán que hablo. Para nuestra desgracia, nos tocaron guardias sádicos y fanáticos. Se nos negó atención médica y ropa. Se nos asignaron largas horas haciendo trabajos forzados extremadamente duros. Nuestra ración de comida consistía cada día de 250 gramos de pan negro y una pinta de sopa de papa desabrida. Después de dos meses de intentar mejorar nuestra situación desesperadamente, y de haber recibido tan solo sonrisas insípidas a modo de respuesta, les dije a los guardias lo que les iba a hacer cuando llegaran los rusos. Me golpearon un rato. Fui despedido como líder del grupo. Pero las golpizas eran cosas de poca monta: un chico murió de hambre y a otros dos las tropas de las SS les dispararon por robar comida.

El 14 de febrero llegaron los norteamericanos, seguidos por la RAF. Sus esfuerzos combinados mataron a 250 mil personas en 24 horas y destruyeron todo Dresde, quizás la ciudad más hermosa del mundo. Pero a mí no.

Después de eso nos pusieron a cargar cadáveres desde los refugios antiaéreos: mujeres, niños, viejos; gente muerta por traumatismos, quemados o asfixiados. Los civiles nos insultaban y nos tiraban piedras mientras transportábamos los cuerpos a las enormes piras funerarias de la ciudad.

Cuando el general Patton tomó Leipzig nos evacuaron a pie a (¿‘la frontera sajona-checoslovaca’?). Permanecimos allí hasta el fin de la guerra. Nuestros guardias nos abandonaron. Lo hicieron ese feliz día en el que los rusos se empecinaron en eliminar cualquier resistencia ilegítima en nuestro sector. Sus aviones (P-39) nos ametrallaron y bombardearon, matando a 14, pero a mí no.

Entre varios robamos equipos y una camioneta. Durante ocho días viajamos saqueando todo a nuestro camino a través de Sudetenland y Sajonia, viviendo como reyes. A los rusos les encantan los norteamericanos; nos recogieron en Dresde. Desde ahí manejamos en camiones Ford de Préstamo y Arriendo hasta llegar al frente norteamericano. Después nos hicieron volar a Le Havre.

Les escribo desde el club de la Cruz Roja en el campo de repatriación de prisioneros de guerra de Le Havre. Estoy siendo maravillosamente bien alimentado y entretenido. Los barcos están repletos, naturalmente, así que deberé tener paciencia. Espero estar en casa en un mes. Una vez en casa tendré que permanecer 21 días recuperándome en Atterbury, recibiré 600 dólares de paga y —ojo con esto— sesenta (60) días de permiso.

Tengo demasiadas cosas que decirles, lo demás tendrá que esperar; no puedo recibir cartas, así que no escriban.

29 de mayo, 1945.

Con amor,

Kurt.

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Esta carta fue publicada póstumamente en el año 2008, en Recordando el Armagedón.10 Lo que resulta sorprendente, retrospectivamente, como le resultará aparente a cualquier lector de Vonnegut, es que en ella yacen las semillas de su estilo, en especial el de Matadero Cinco, así como la experiencia que alimentó y lo afectó tanto a él como a su trabajo por el resto de su vida. Ese estilo es inseparable del contenido de la carta.

La carta también viene a darle la razón al soberbio argumento de Kurt del estilo proviniendo de la preocupación personal. Él no se sentó a pensar: “¿Cómo escribo esto con estilo?” o “¿Cómo lo hago para impresionar a futuros lectores?”.

Tenía 22 años y escribió impulsado por la necesidad de comunicarle a su familia lo que le había pasado. Escribió impulsado por el asombro que sintió ante su propia sobrevivencia. Escribió también, quizás, impulsado por la noción de que había sido uno de los pocos testigos de un evento cataclísmico, uno de enormes implicancias políticas y culturales, una experiencia “lujosa”, como la describiría después.

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Esta preocupación genuina —y no cómo juegues con el lenguaje— será el elemento más convincente y seductor de tu estilo.11

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—La forma sigue siempre a la función —como famosamente dijo el arquitecto Louis Sullivan.

—Sí que creo que alguna especie de ingeniero divino controla la evolución —le dijo Kurt Vonnegut a Jon Stewart en el Daily Show en septiembre del 2005—. No puedo evitar pensarlo. Y este ingeniero sabe exactamente lo que él o ella está haciendo, y por qué y hacia dónde se dirige la evolución.

Hizo una pausa. Stewart esperó.

—Y por eso tenemos jirafas e hipopótamos y gonorrea.12

Aunque el plan del ingeniero divino esté en el aire, como bromea Kurt, el hecho de que cite estas formas de vida tan diversas y asombrosas nos hace maravillarnos ante el diseño individualizado del que hace gala el ingeniero: cada criatura está maravillosamente formada para su propia función y supervivencia. La máxima de Sullivan se cumple.

Sigue siempre el ejemplo: escribe de acuerdo a tu propósito.

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Vonnegut trabajó en los periódicos de su colegio y universidad. Ambos eran excelentes. Ese entrenamiento debe haber dejado su impronta en el estilo de la carta que mandó a su casa. Estaba reportándose. Tenía la ambición de volverse periodista. Había llevado una máquina de escribir consigo al entrenamiento básico. Creo que hay algo en todos nosotros que nos lleva a crecer en cierta dirección, algo predestinado. Esa es mi experiencia con la escritura. El joven Kurt Vonnegut ciertamente tiene que haber sabido que esa sería una experiencia seminal en su vida —una que no lo dejaría tranquilo y que le haría preguntarse por qué había salido ileso cuando tantos otros no lo hicieron, entre otras cosas— y la carta documentaba todo eso también.

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La segunda sugerencia que Vonnegut hace en Cómo escribir con estilo es “No te vayas por las ramas”. Al igual que él, yo tampoco “voy a divagar al respecto”.

La tercera es “No te compliques”. Alguna de las frases más profundas de la literatura, señala, son las más simples: “‘¿Ser o no ser?’, se pregunta el Hamlet de Shakespeare”.

Una caricatura del Times muestra a Shakespeare con un dedo en la frente y una ondulante nube del pensamiento arriba suyo:

—¿Debería actuar en función de los impulsos que siento, o permanecer pasivo y por lo tanto dejar de existir?

Vonnegut continúa:

La sencillez de lenguaje no es solo respetable, sino que quizás incluso sea sagrada. La Biblia empieza con una frase a la altura de las habilidades escriturales de un adolescente travieso: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra”.13

Abunda la idea de que la escritura compleja —arcaica, enrevesada o repleta de palabras esotéricas— es de alguna manera elevada, más inteligente que el lenguaje llano. Si no puedes entenderlo, debe ser superior. Vonnegut basó más de una novela en lo absurda que resulta esta premisa.

Algunos críticos desestimaron la escritura de Kurt Vonnegut por ser demasiado simple. John Irving los criticó a su vez. Creen, escribió Irving, que “si el libro es tortuoso y supone un pesado esfuerzo leerlo, debe ser serio”, mientras que “si el libro es lúcido y agudo y la narrativa fluye como el agua, deberíamos sospechar que es muy simple y tan ligero y poco serio como una pelusa. Este es un tipo de crítica simplista, por supuesto; es una crítica fácil también”.

“¿Por qué lo ‘legible’ es algo malo estos días?” Algunas personas “se sienten recompensadas por el esfuerzo que les resulta encontrarle sentido a lo que acaban de leer [...]. Yo prefiero la recompensa de encontrar a un escritor que ha aceptado el enorme esfuerzo de escribir con claridad”.14

Vonnegut también criticaba a los críticos literarios. Escriben “gárgaras rococós”, dijo una vez.15

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¿Cómo evitar caer en divagaciones? ¿Cómo conseguir “no complicarte”? Veamos el cuarto consejo de Vonnegut: “Ten agallas para cortar”.

Existe la posibilidad de que también seas capaz de hacerle collares a Cleopatra, por así decirlo. Pero tu elocuencia debería ir en función de las ideas en tu cabeza. Este podría ser tu principio: si una frase, sin importar cuán excelente sea, no ilumina tu tema de una manera nueva y práctica, quítala.16

Si tienen una tendencia a la cháchara, o a canturrear, o a ser pródigo en detalles, una manera de lidiar con esos impulsos es simplemente seguir adelante: parloteen, adornen, abrillanten.

Más que cortar de raíz las inclinaciones, frenando el flujo y sofocando la posibilidad de desenterrar posibles diamantes, quiten los excesos después de escribir un primer borrador con escarceos y florituras.

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Un consejo que yo misma le daría a cualquiera que escriba cualquier cosa es separar el proceso de composición del proceso de edición. Primero escriban a toda máquina, sin escudriñar en lo que están escribiendo. Déjenlo estar por un tiempo. Luego vuelvan a leerlo con ojos frescos, edítenlo y revísenlo. Repitan este proceso, ad infinitum de ser necesario, aunque estén satisfechos y lo den por terminado.

Este método se ha vuelto un truismo entre los profesores de escritura. “Escritura libre” es una expresión común.17 Los niños de parvulario la conocen. Implica otro tipo de escritura, un tipo que no es realmente libre: implica reprimir la edición.

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Hace años, nadie había escuchado hablar de escritura libre. Diagramábamos frases. Hacerlo era un juego tedioso, pero placentero. Así aprendimos la estructura del lenguaje. Tiene sentido de una manera hermosa y geométrica.

Recuerdo que también me enseñaron sobre la estructura de un ensayo. Bromeábamos diciendo que funcionaba así: di lo que vas a decir, luego dilo, luego di que lo dijiste. De nuevo, un ensayo me parecía una forma geométrica: una frase se compone de un sujeto/verbo/objeto. Un párrafo se compone de oraciones: una declaración temática, seguida de frases que explican o elaboran ese punto, y otra que concluye resumiendo o acentuando lo que se ha dicho. Un ensayo consta de párrafos sucesivos. Apílenlos y ahí lo tienen: ¡ta-da!

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Al enseñar en el Taller de Escritores de Iowa, Kurt nunca dijo nada de separar el proceso de escribir del de editar. Eso es porque él no escribía de esa manera. Probablemente porque nunca la aprendió en el periódico de su escuela o de sus profesores en Shortridge High.

Cuando le preguntaron en 1974: “¿Podría hablarnos un poco acerca de su método de composición?, ¿cómo escribe y reescribe?, ¿páginas sucesivas, una a la vez?”, Vonnegut respondió:

Están los que avanzan sin parar y los que se pegan en la cabeza, y yo soy de los que se pegan en la cabeza. Es decir, golpeas una pared con tu cabeza hasta que llegas a la segunda página y la atraviesas a golpes hasta llegar a la tercera, y así. Mucha gente escribe de maneras distintas. A mí no me sirve de nada una máquina de escribir eléctrica, por ejemplo. No me cabe en la cabeza que alguien inventara algo así. Pero envidio a los que escriben sin parar, ¿sabes? Debe ser excitante escribir un libro de cualquier manera en quizás un mes, terminarlo a trancazos, y luego volver a hacer lo mismo, una y otra y otra vez. Nunca he podido hacerlo. Hice algo parecido con Las sirenas. Las sirenas fue un caso de escritura automática, casi. No fue de esos en que te pegas en la cabeza, porque simplemente lo empecé y lo escribí de una sentada.18

Escribió Las sirenas de Titán de un tirón en largos pliegos de papel, al estilo Kerouac. Los corcheteó y pegó con scotch. En el archivo de Vonnegut de la Universidad de Indiana, los borradores se guardan enrollados como pergaminos.

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Cómo escribir con estilo fue, a su vez, editado, por supuesto. Aquí hay algunos ejemplos. Por favor, noten que las palabras en cursivas entre corchetes son las que el editor eliminó.

El primer ejemplo es de la introducción de cinco párrafos:

[Cuando empieces a poner las palabras sobre el papel, recuerda que] El peor descubrimiento que vas a hacer sobre ti mismo es que no sabes lo que es interesante y lo que no. ¿Acaso no te gustan o desagradan escritores más que nada por lo que deciden mostrarte o hacerte pensar? ¿Alguna vez admiraste a algún escritor cabeza hueca por su maestría del lenguaje? No.

El editor estaba en lo correcto al sacar el principio. ¿No creen? La frase declarativa es más fuerte así. Por lo general, las frases declarativas lo son.19 Saber lo que es interesante no tiene nada que ver con “Cuando empieces”, y “recuerda que” implica un deber, y a nadie le gusta que lo regañen. Sobre todo, la frase “Cuando empieces a poner las palabras sobre el papel, recuerda que” no “ilumina tu tema”.

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Kurt Vonnegut empieza su artículo diciendo que los periodistas y los escritores técnicos están entrenados para no mostrarse, mientras que los otros escritores “se muestran un montón [...] a los lectores”.

Estas revelaciones [son fascinantes para nosotros los lectores] nos muestran a los lectores con qué tipo de persona estamos pasando el rato. El escritor, ¿parece ignorante o informado [loco o cuerdo], estúpido o brillante, deshonesto u honrado, soso o entretenido...? Y así.

El editor sacó la parte sobre “fascinantes” (incluyendo un “lectores” repetido) y fue directo al grano: “Estas revelaciones nos muestran a los lectores con qué tipo de persona...” “Loco o cuerdo” está tachado. Había demasiados en la lista, ¿verdad? Ya nos hacemos la idea.

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Y aquí están las dos frases que el editor sacó de “Ten agallas para cortar”.

[Si tan solo fueran los profesores los que insisten en que los escritores modernos no se alejen de los estilos literarios del pasado, podríamos razonablemente ignorarlos. Pero los lectores insisten en la misma cosa]. Quieren que nuestras páginas se parezcan a las páginas que ya han leído.

Esta es la versión final:

Los lectores quieren que nuestras páginas se parezcan a las páginas que ya han leído.

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¿Por qué hay que tener agallas para cortar? Por un asunto de fuerza. Si le quitas la bulla distractora a una frase de pocas palabras, si las palabras son certeras pegan más fuerte.

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El quinto consejo de Vonnegut es “Suena como suenas”.

El estilo de escritura más natural para ti está destinado a sonar como el habla que escuchabas cuando niño. Son afortunados los escritores que crecen en Irlanda, pues el inglés que se habla allí es tan ameno como musical. Yo crecí en Indianápolis, donde el habla común suena como un serrucho de banda cortando latas galvanizadas, y emplea un vocabulario tan ornamental como una llave inglesa.

Todas [...] las variedades del habla son hermosas, como las variedades de las mariposas son hermosas. No importa cuál sea tu primera lengua, deberías atesorarla toda tu vida. Si resulta que no es el español, pero se las arregla para aparecer cuando escribes en español, el resultado por lo general es delicioso, como una chica hermosa que tiene un ojo verde y otro azul.20

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Miren esta variedad de voces para constatar a lo que se refiere Kurt. Cada una abre una historia. Ninguna se parece a la de Vonnegut. Ninguna se parece entre sí, como las huellas digitales y los copos de nieve. No vean las fuentes para ver de dónde vienen. Simplemente lean en voz alta y escuchen:

Sin duda te alegraría conocerme. Yo era esa señora que apreciaba la juventud. Sí, durante todo ese tiempo feliz yo no era como los otros. A mí no me pasó por encima como un sueño inquieto. Para mí los martes y los miércoles eran tan alegres como un sábado por la noche.21

La puerta del comedor de Henry se abrió y entraron dos hombres. Se sentaron en la barra.22

Los ciegos canturrean, si te fijas. Lo que es completamente entendible una vez que has estado alrededor de uno y te das cuenta de que no hay ojos que te obliguen a ver otra gente, y te sales con la tuya la primera vez, lo que parece venir de la nada, y es como estar en la iglesia de nuevo con viejas de pecho gordo y señores viejos resoplando un tarareo que sigue desde lo más profundo de la garganta lo que sea que el cura esté diciendo.23

Había soñado que cien vergeles en el camino al pueblo se habían incendiado; y que las lenguas de fuego de esa tarde sin viento atravesaban las flores.24

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¿No son encantadores? Y, a la vez, ¿no son muy variados?

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En contraste con la crítica que Vonnegut le hace a su habla del Medio Oeste norteamericano, ¿qué tal estas frases musicales que son tan coloridas como precisas, y en las que el sonido se hace eco del sentido y sigue a la función?

... donde el habla común suena como un serrucho de banda cortando latas galvanizadas.

Irradiaba tanta sexualidad como la mesa de juegos de su abuela.25

La superficie de la Tierra se agitaba y hervía en una inquietud fecunda.26

[La palabra “esquizofrenia”] me sonaba y se veía como una persona estornudando en medio de una tormenta de copos de jabón.27

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Vonnegut sigue:

Me pasa que confío más en mi escritura, y también parecen hacerlo los demás, cuando sueno como una persona de Indianápolis, que es lo que soy. ¿Qué alternativas tengo? La que más vehementemente recomiendan los profesores sin duda te la han forzado a ti también: escribir como un español cultivado de hace un siglo o más.

No creo que los profesores todavía exijan eso, pero lo hacían cuando él estaba en el colegio. Y piden otras cosas que pueden machacar el alma tanto como eso.

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Miren lo mucho que Vonnegut se divierte burlándose de esto en Desayuno de campeones.

“Supongo que esa no es la palabra correcta”, dijo ella. Estaba acostumbrada a disculparse por su uso del lenguaje. La habían alentado a hacerlo en el colegio. La mayoría de los blancos de Midland eran inseguros al hablar, así que lo hacían usando frases cortas y palabras simples, para minimizar los errores embarazosos. Era el caso de Dwayne. Y de Patty.

Esto pasaba porque sus profesores de lengua solían hacer muecas y cubrirse los oídos y darles malas notas y cosas por el estilo cada vez que eran incapaces de hablar como lo hacían los aristócratas de antes de la Primera Guerra Mundial. También les decían que no eran dignos de hablar o de escribir en su propia lengua, a menos que amaran o entendieran novelas incomprensibles y poemas y obras de teatro sobre gente lejana de hace mucho tiempo, como Ivanhoe.

[...]

Los negros no aguantaban esas cosas. Hablaban de cualquier manera. Se negaban a leer los libros que no podían entender... aduciendo que no podían entenderlos. Hacían preguntas tan insolentes como: ¿Para qué quiero leer yo Historia de dos ciudades?

[...]

Patty Keene reprobó lengua el semestre en el que tuvo que leer y apreciar Ivanhoe, un libro que era sobre hombres que usaban armaduras de hierro y las mujeres que los amaban. Y la pusieron en una clase correctiva de lectura en la que tuvo que leer La buena tierra, que era sobre chinos.28

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Vonnegut no siempre confió en su propia voz indianesa.

Recuerdo una vez que estaba con el productor teatral Hilly Elkins. Él acababa de comprar los derechos para Cuna de gato, y yo intentaba sonar sofisticado. Hice algunos comentarios sofisticados, y Hilly sacudió la cabeza mientras decía:

—No, no, no. No. No. Copia a Will Rogers, no a Cary Grant.

Este intercambio ocurrió a mediados de los 60, cuando estaba enseñando en Iowa. Kurt nos lo confesó en clase justo después de que ocurriera. Recuerdo su risa arrepentida.

Rememoro esto vívidamente, porque esa misma semana mi hermana me estaba visitando y la llevé a la clase para que pudiera hacerse una idea del taller y sobre todo de Vonnegut. Pero Kurt no estaba ahí. Kurt estaba en Nueva York. Ese día nos hizo clases Richard Yates (¡Vaya sustituto!).

Vonnegut estaba teniendo éxito, por fin. Se le estaban abriendo las cosas por todos lados, como por ejemplo con la venta de los derechos de Cuna de gato. Estaba encontrando su equilibrio.

“Seguía perdiendo y recobrando el equilibrio, que es la trama de toda la literatura popular. Y yo mismo soy una obra de literatura”, escribe a modo de prefacio antes de contar por escrito esta anécdota.29

Debajo de su sexto consejo, “Di lo que quieres decir”, explica: “Ahora entiendo que todos esos ensayos e historias antiguas con las que debía comparar mi propio trabajo no eran magníficas por lo pasadas de moda o extranjeras que fueran, sino que porque decían precisamente lo que sus autores querían que dijeran.

Mis profesores deseaban que escribiera con exactitud, eligiendo siempre las palabras más efectivas, y conectándolas sin ambages, rígidamente, como partes de una maquinaria. No es que quisieran transformarme en un viejo arcaico después de todo. Esperaban que me volviera inteligible... y por lo tanto que me pudiera dar a entender [...]. Si rompía todas las reglas de puntuación, y hacía que las palabras significaran lo que yo quería que significaran, y las conectaba desastrosamente, simplemente no se me entendía.

Y por lo tanto, dice Vonnegut, más te vale que evites eso también, “si tienes algo valioso que decir y quieres que se te entienda”.30

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En Desayuno de campeones, el personaje de Rabo Karabekian, un pintor expresionista abstracto, ha vendido una de sus pinturas al Centro de las Artes de Midland. El cuadro, “de siete metros de ancho y cinco de alto”, fue pintado con una “pintura verde para muros” comprada en una ferretería.

La franja vertical era una cinta fluorescente naranja [...]. Fue un escándalo lo que costó el cuadro. [¡Cincuenta mil dólares!] [...].

La ciudad de Midland estaba indignada.

En un bar en la pensión en la que se están alojando muchos de los “distinguidos invitados del festival”, Rabo Karabekian le pide a Bonnie MacMahon, una camarera de Midland, que le cuente algo sobre la adolescente Reina del Festival de las Artes, cuya foto —en un traje de baño con una medalla olímpica alrededor del cuello— adorna la cubierta del programa.

Este fue el único ser humano de Midland internacionalmente famoso. Mary Alice Miller, la campeona del mundo en los 200 metros estilo pecho femenino. Solo tenía 15 años, dijo Bonnie [...].

El padre de Mary Alice, miembro de la comisión de libertad bajo palabra de Shepherdstown, le había enseñado a nadar cuando tenía ocho meses, y [...] la había hecho nadar al menos cuatro horas al día, todos los días, desde que tenía tres años.

Rabo Karabekian le dio vueltas a esto, y luego dijo en voz alta, lo suficiente como para que mucha gente pudiera oírlo:

—¿Qué tipo de persona transforma a su hija en un motor de fueraborda?

Bonnie MacMahon explotó [...].

—¿Ah, sí? —dijo—. ¿Ah, sí?

—¿Mary Alice Miller no te parece la gran cosa? —preguntó—. Bueno, tu cuadro no nos parece la gran cosa a nosotros. He visto mejores hechos por niños de cinco años.31

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Para aquellos de ustedes que no han tenido el placer de leer Desayuno de campeones, no voy a develar lo que el narrador llama “el clímax espiritual de este libro”, el discurso que Vonnegut descubre a su personaje Karabekian dándole a la gente de ese bar, explicando su pintura. Pero lo hace elocuentemente.

El siguiente capítulo empieza:

El discurso de Karabekian había sido recibido espléndidamente.

Todo el mundo estaba de acuerdo ahora en que Midland tenía una de las grandes pinturas del mundo.

—Todo lo que tenías que hacer era explicarla —dijo Bonnie MacMahon—. Ahora entiendo.

—No creía que hubiera nada que explicar —dijo Carlo Maritino, el constructor—. Pero lo había, por Dios.

Abe Cohen, el joyero, le dijo a Karabekian:

—Si los artistas se explicaran más a menudo, a la gente le gustaría más el arte. ¿Te das cuenta de eso?32

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Un entrevistador le preguntó a Hemingway cuánto reescribía. Hemingway dijo que dependía.

—Reescribí el final de Adiós a las armas, la última página, 39 veces antes de quedar satisfecho.

—¿Dónde estaba la dificultad? —preguntó el entrevistador.

—En dar con las palabras justas.33

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Vonnegut descubre lo que quiere decir escribiendo:

Los mensajes que salen en la máquina de escribir son muy rudimentarios o necios —engañosos—, pero sé que si paso el tiempo suficiente con la máquina, la parte inteligente de mí finalmente se hará notar y seré capaz de decodificar lo que quiere decir.34

Un borrador antiguo, quizás el primero —porque tiene garabatos y dibujos—de uno de los cuentos más queridos de Vonnegut, Harrison Bergeron, comienza toscamente así:

Era el año 2081, d. C.

Abril, por supuesto, seguía siendo el mes más cruel de todos. Solo el brillo de la pantalla del televisor mantenía a raya la humedad, la oscuridad y el miedo a que la primavera nunca llegara. Estos tres jinetes de la desesperanza parecían listos para asfixiar a George y Hazel Bergeron en el momento en el que se terminara la película.

—Qué baile más bonito —dijo Hazel.

Olvídense de la torpe metáfora de los “jinetes”; ¿de qué baile está hablando Hazel? Vonnegut garabateó a lápiz apéndices que aportan más a las respuestas (en cursivas más abajo), de modo que las frases revisadas se verían así:

Estos tres jinetes de la desesperanza parecían listos para asfixiar a George y Hazel Bergeron en el momento en el que se terminara la película. En la pantalla había bailarinas de ballet.

“Qué baile más bonito acaban de hacer”, dijo Hazel.35

Ahora sabemos con certeza que George y Hazel vieron el baile en la televisión, cuándo lo vieron, y qué tipo de baile era.

Cuando se publica la historia, la referencia inexplicable a los “jinetes” desaparece. Aunque ligeramente alteradas, las explicaciones permanecen. El párrafo inicial ha sido revisado extensivamente. Ahora es magnífico.

Era el año 2081 y todos eran por fin iguales. No solo eran iguales ante Dios y ante la ley. Eran iguales en todos los sentidos. Nadie era más inteligente que los demás. Nadie era más guapo que los demás. Nadie era más fuerte o más rápido que los demás. Toda esta igualdad se debía a las Enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la vigilancia incesante de los agentes del Discapacitador General de los Estados Unidos.36

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Vonnegut revisaba una y otra vez porque, además de considerado, era consciente de las exigencias a las que sometía a su audiencia.

[Los lectores] tienen que identificar miles de pequeñas marcas en una página, y darles significado inmediatamente. Tienen que leer, un arte tan difícil que mucha gente no llega a dominarlo incluso después de haberlo estudiado durante todo el colegio... 12 largos años.

De ahí su Regla #7: “Apiádate de los lectores”:

Nuestra audiencia requiere que seamos profesores comprensivos y pacientes, siempre dispuestos a simplificar y clarificar.37

Esas “marcas en una página” son símbolos. No son la experiencia en sí. Representan sonidos, y sonidos combinados. Requieren ser descifrados. Son un sistema de notación para la música silente de la lectura.

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De hecho, los seres humanos no han estado leyendo durante tanto tiempo. El primer alfabeto apareció alrededor del 2.000 a. C.38 Más de tres mil años después, alrededor del 1.100 d. C., Pi Sheng confeccionó el primer tipo móvil en China, pero todavía hubo que esperar varios siglos antes de que su uso o su distribución se generalizaran. Alrededor de 350 años después de eso, en el 1.450 d. C., Gutenberg inventó la imprenta. En resumen, pasaron más de tres mil años desde la creación del alfabeto hasta la invención de un mecanismo que usara ese alfabeto, y otros 400 años, más o menos, antes de que la imprenta de Gutenberg se volviera ampliamente utilizada, permitiendo que la gente común y corriente pudiera leer, y que los materiales impresos se diseminaran de forma habitual.

Los cerebros de algunas personas no funcionan bien a la hora de descifrar letras en una página. La dislexia es “una discapacidad del aprendizaje específica de la lectura”. Es neurológica, a menudo heredada, y no tiene nada que ver con la inteligencia o la enseñanza. Puede causarle problemas a la gente a la hora de leer con fluidez, en voz alta, y/o con la comprensión. Puede entorpecer el crecimiento del vocabulario y crear ortografías bien curiosas. Puede generar dudas e inseguridad. Un porcentaje estimado de un 15% de los norteamericanos son disléxicos.39

Incluso si una persona tiene un cerebro que es capaz de traducir las letras con precisión, aprender a leer toma todo el período escolar, como señala Vonnegut. E incluso en ese caso, a muchas personas les resulta una tarea dificultosa. Treinta y dos millones de adultos en los Estados Unidos no saben leer. Eso corresponde al 14% del país, cerca de uno en siete habitantes. Y un 21% lee por debajo del nivel de quinto básico. Estas estadísticas pueden incluir a los disléxicos.40

Kurt dice que leer es un “arte”. No se nace con él. Uno debe aprender a leer, y como con cualquier arte uno puede seguir mejorando sus habilidades y obteniendo placer por el resto de su vida.

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Échenle un vistazo a las penurias por las que pasó Vonnegut para que sus lectores pudieran entender y visualizar un concepto clave en Cuna de gato, el hielo-nueve. Lo consigue al hacer que un personaje, el doctor Bree, supuestamente un experto en la materia, se lo explique. Nosotros, los lectores, aprendemos junto con él.

—Hay muchas maneras —me dijo el doctor Breed— mediante las cuales ciertos líquidos pueden cristalizar, es decir congelarse, muchas maneras por las que sus átomos se pueden amontonar y trabar de una forma ordenada y rígida.