Aquella noche inolvidable - Yvonne Lindsay - E-Book

Aquella noche inolvidable E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Una visita inesperada acabó con una sorpresa que sacudiría su mundo… Tras haber quedado viuda de un hombre controlador y egocéntrico, la hotelera Stevie Nickerson no iba a permitir que nadie le arrebatara la independencia que tanto le había costado lograr. Por eso cuando Fletcher Richmond, director de una constructora y mejor amigo de su difunto marido, llegó de forma inesperada a su hotel-boutique para tomarse un pequeño descanso, Stevie se mostró algo recelosa. Sin embargo, un inocente flirteo derivó en insinuaciones que rozaban lo prohibido, y ella acabó en la cama de él…, esperando un bebé.Con Fletcher insistiendo en que se casaran y en ayudarla a propulsar su negocio, ¿lo rechazaría Stevie o bajaría la guardia y le permitiría derretirle el corazón?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Dolce Vita Trust

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aquella noche inolvidable, n.º 2183 - mayo 2024

Título original: One Night Consequence

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628533

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Stevie le dio un último estirón a la colcha antes de apartarse de la cama con dosel y mirar la habitación con profundo orgullo.

Le encantaban los toques de los adornos navideños; eran reliquias familiares sacadas de las cajas del desván. Por fin todo empezaba a tomar forma. Por fin estaba cumpliendo el sueño de convertir su casa familiar, de doce habitaciones, ciento cuarenta años y estilo victoriano Reina Ana, en un hotel boutique de alojamiento y desayuno.

Los últimos dieciocho meses habían sido complicados para el turismo. ¡Qué narices! Habían sido complicados para todo en todo el mundo. Pero ella se había mantenido a flote y ahora estaba lista para empezar a nadar. Y en cuanto el banco le confirmara el nuevo préstamo, se pondría en marcha.

El ruido de un potente coche recorriendo el camino de entrada la advirtió de una llegada inminente. Qué raro, no recordaba haber registrado ninguna reserva. Bueno, a lo mejor lo había hecho Elsa antes de irse de vacaciones. Stevie regentaba el hotel junto a Elsa, que ayudaba con la limpieza y hacía excursiones guiadas por la montaña para los huéspedes, y Penny, cuyo dominio era la cocina. Si había algo que esa mujer no pudiera cocinar entonces era porque no se había inventado.

Stevie se giró hacia la ventana sonriendo satisfecha. Sí, todo estaba saliendo conforme al plan. Pero en cuanto vio el cupé de marca europea junto a la entrada, se le borró la sonrisa. Arrugó los labios con desaprobación. Ese coche era la clase de despliegue de ostentación que habría entusiasmado a su difunto marido. Un sabor amargo le llenó la boca. Hacía semanas que no pensaba en Harrison, pero ciertas cosas lo traían de vuelta a su mente junto con la sensación de insuficiencia y dependencia que él le había generado.

Se apartó de la ventana recordándose que ya no era esa mujer; que volvía a ser ella, Stevie Nickerson, la orgullosa propietaria de Nickerson House. En esa casa estaban sus raíces. Era el lugar al que pertenecía y donde era feliz. Así que, pasara lo que pasara, se plantaría una sonrisa de felicidad mientras recibía a su único cliente.

Bajó corriendo la escalera principal con la mano sobre la barandilla de madera pulida, que había decorado con guirnaldas de acebo. Podía recorrer ese lugar con los ojos cerrados. Era su hogar. Y ahora podía compartirlo con otros.

Accedió a la zona de recepción justo cuando la puerta se abrió. El sol envolvía al recién llegado, cuyo rostro no pudo ver en un primer momento. Lo único que distinguió fueron el contorno alto y fuerte de su cuerpo, el porte cansado de sus hombros y la mochila desgastada que llevaba en la mano.

–Bienvenido a Nickerson House. Espero que haya tenido un buen viaje –dijo con voz suave mientras la puerta se cerraba tras él.

Y entonces, ya con la puerta cerrada, pudo distinguir sus rasgos. Llevaba el pelo peinado hacia atrás en la zona de la frente y tenía unos penetrantes ojos grises, las cejas rubias y tupidas, y unos pómulos marcados y rosados sobre la incipiente barba que cubría su angulosa mandíbula. Stevie no pudo evitar clavar la mirada en su boca; una boca formada por un labio superior que parecía esculpido sobre uno inferior más carnoso y sensual. Eran unos rasgos que le resultaban familiares y que estaban incrustados en el rincón más profundo y oscuro de sus recuerdos. Unos rasgos que le produjeron un escalofrío de temor y un nudo en el estómago.

Fletcher Richmond, el mejor amigo de su difunto marido, estaba ahí, en su casa. No lo había visto desde la muerte de Harrison. Anteriormente a eso, parecía que Harrison y él se habían distanciado y ella, egoístamente, se había sentido aliviada de no tener que fingir cuánto la afectaba su presencia durante sus ocasionales visitas. Nunca se había parado a pensar por qué se habría enfriado esa amistad y había dado por hecho que cada uno había decidido seguir un camino distinto. Además, para entonces ya había empezado a notar que su matrimonio se desmoronaba y eso había acaparado toda su atención y energía.

Fletcher había estado entre la multitud de personas que habían asistido al funeral y había hablado un instante con ella para darle el pésame. Verlo ahora ahí era… todo un impacto.

Stevie se llevó una mano al cuello como si eso fuera a calmar la tirantez que de pronto la había dejado sin voz. Tosió para despejarse la garganta.

–¿Stephanie? –preguntó él igual de impactado que ella.

–Ahora atiendo al nombre de Stevie.

Antes de casarse con Harrison, él había insistido en que usara su nombre completo ya que era más apropiado para la futura esposa de un hombre que apuntaba a lo más alto. La veía como el accesorio perfecto para sus aspiraciones políticas… siempre que ella se olvidara de su apodo, se enderezara los dientes, diera clases de dicción y se vistiera y se comportara en consecuencia. Y Stevie, atontada por el amor, había hecho todo eso además de darle carpetazo a su grado en Gestión Hotelera.

–Conque Stevie, ¿eh? ¿Y eso por qué?

Fletcher no perdía el tiempo, iba directo al grano. Stevie recordaba que siempre había sido así. Y también recordaba que era el único hombre que había logrado desconcertarla con solo una mirada. Incluso ahora sentía esa familiar sensación recorriéndole el cuerpo; la dureza de los pezones bajo el sujetador de encaje y la palpitante excitación en la zona inferior del vientre. Se obligó a ignorarla, como siempre había hecho.

–Siempre he usado ese nombre. Al menos, hasta que conocí a Harrison. Bueno, lo siento. ¿Tenía una reser…?

–No sabía que este establecimiento fuera tuyo. Aunque sí que recuerdo que Harrison me comentó que tu familia estaba metida en el negocio hotelero.

¡Cómo no! A Harrison siempre le había gustado alardear y hacer que todo sonara más importante de lo que era en realidad.

–Llamé ayer e hice una reserva para dos semanas.

¿Dos semanas? El nudo de la garganta se hizo más fuerte.

–A ver… –murmuró ella en un intento de buscar tiempo.

Arrancó el ordenador y abrió el programa de reservas. Sí, ahí estaba. Elsa había anotado además que el cliente quería hacer algunas de las excursiones guiadas.

¿Cómo se le había podido pasar algo así? Si hubiera sabido que Fletcher iba a ir, habría… ¿Habría qué? ¿Cancelado la reserva? ¿Salido de viaje? ¡Qué ridiculez! Era adulta y tenía un negocio. Empezó a tararear en bajo. Era algo que siempre había hecho cuando estaba nerviosa y que había sacado de quicio a Harrison. No recordaba haberlo hecho desde el funeral. ¿Significaría algo que justo fuera Fletcher Richmond quien le había vuelto a despertar ese hábito?

–Sí, aquí está. La suite Beaumont. ¿Tiene equipaje, señor Richmond?

–Llámame Fletcher, por favor. Somos viejos amigos.

¿Amigos? Ella nunca lo había considerado su amigo, y menos cuando solo verlo le había producido una incómoda reacción física.

Se obligó a sonreír.

–De acuerdo. Fletcher. ¿Equipaje?

–Solo mi mochila –respondió él lanzándole una sonrisa letal.

Estaba guapísimo siempre, pero cuando sonreía, suponía todo un peligro para el equilibrio de cualquier mujer. Sin embargo, ella sabía bien que el físico no contaba; la valía de un hombre residía en cómo respetaba y trataba a los demás. Reforzó sus defensas porque estaba segura de que, en cuestión de minutos, ese hombre empezaría con exigencias e imposiciones, tal como habría hecho Harrison. Después de todo, ¿no había dicho siempre su marido que Fletcher y él estaban cortados por el mismo patrón?

–Si me acompañas, te llevo a tu suite –dijo con voz tensa mientras abandonaba la protección de la recepción.

En cuanto lo hizo, se sintió vulnerable. No era una mujer pequeña, pero Fletcher le sacaba más de diez centímetros y la hacía sentirse como si hubiera perdido el control de la situación. Tal vez debería empezar a llevar tacones en el trabajo. ¡No!, se dijo con firmeza. Se había prometido que nunca más se vestiría de un modo determinado ni por ni para ningún hombre. Ahora en concreto llevaba el uniforme de día: un elegante vestido negro, de manga corta en verano y larga en invierno, a juego con unos zapatos de salón de tacón bajo.

Se puso recta y se dirigió a la escalera que conducía a la segunda planta. Fletcher la seguía de cerca.

–Qué lugar tan bonito –comentó él.

–Gracias. Es el hogar de mi familia desde hace cinco generaciones.

–Qué curioso que Harrison no lo mencionara nunca.

Claro que no. Aunque la familia de Stevie siempre había tenido dinero, nunca habían llegado al nivel estratosférico de riqueza de la que disfrutaba su familia política. Según Harrison, ella tenía que dar gracias de que él la hubiera sacado de la mediocridad y le hubiera transformado la vida. Y, sí, desde luego que le había transformado la vida, pensó arrugando los labios.

–Aquí está tu habitación –dijo al llegar al final del pasillo. Abrió las puertas dobles del que había sido el dormitorio principal original y dio un paso atrás mientras Fletcher entraba.

–Seguro que encuentras todo lo que necesitas, pero, si falta algo, por favor, no dudes en avisarme. Levanta el teléfono y marca el cero.

–¿Has dicho cinco generaciones? –preguntó Fletcher mientras ella cerraba las puertas.

Stevie se detuvo.

–Sí, uno de mis antepasados construyó la casa para su esposa inglesa. Ha habido Nickersons desde entonces.

–Pero no siempre fue un hotel, ¿no?

–No, aunque cuando mi abuelo murió, mi abuela la convirtió en una especie de centro de retiro y bienestar estilo jipi para enfado de los vecinos, que se pensaban que estaba fundando una secta. Siempre decía que, gracias a eso, no le faltó comida en la mesa para mi padre y para ella, así que mereció la pena herir susceptibilidades. Gracias a los cambios que hizo entonces al añadir algunos baños y ampliar la cocina, ha sido fácil convertirla en un hotel boutique.

Fletcher soltó una risita y ese sonido hizo que le revolotearan mariposas por el estómago. Recordó que su risa podía iluminar una sala y a todas las personas que hubiera en ella.

–Qué mujer, debió de ser todo un carácter. ¿Aún vive?

–Murió hace un par de años. Sigo echándola de menos. Me acogió cuando yo era un bebé y mis padres murieron en una avalancha.

–Lamento mucho tu pérdida.

En lugar de resultar manidas, esas palabras sonaron cargadas de comprensión y compasión.

–Gracias. Bueno, como te he dicho, aquí deberías tener todo lo que necesitas. Te podemos servir el desayuno en la suite o en el comedor. Solo tienes que avisarnos esta noche antes de las diez.

–La persona con la que hablé al hacer la reserva me comentó lo de las excursiones guiadas.

–Sí, pero ahora mismo no está aquí. Puedo proporcionártelas a través de otro proveedor.

–O podrías llevarme tú.

–Es que estoy muy ocupa…

–Creo que en el paquete que adquirí viene especificado que, si lo necesito, alguien de Nickerson House me acompañaría en los recorridos más complicados.

Stevie gruñó por dentro, pero mantuvo la compostura.

–De acuerdo. Podría llevarte yo. Aunque te agradecería que me avisaras con algo de tiempo. Bueno, si no necesitas nada más… –dijo girándose.

–Cena conmigo esta noche. Podemos hablar de los viejos tiempos.

Ella cerró los ojos y respiró hondo, pero, al hacerlo, lo único que logró fue captar más su aroma; una fragancia fresca con notas cítricas y un fondo a sándalo mezclado con la calidez y vitalidad de su masculinidad. Un aroma que había olvidado y que tenía tan prohibido ahora como cuando había estado casada.

–Fletcher –dijo con un suspiro de enfado–. Esta noche estoy ocupada y, sinceramente, preferiría no recordar viejos tiempos contigo cuando llevo los últimos dieciocho meses intentando olvidarlos.

Y con eso, cerró las puertas con firmeza y echó a andar por el pasillo. Le temblaba la mano cuando agarró la barandilla. ¿Por qué le había permitido disgustarla? Era su negocio, su casa, y él era un huésped, nada más. Estaría alojado solo dos semanas y después volvería a irse. Estaba deseando que llegara el día, pero, mientras tanto y aunque detestara la idea, tenía que ceñirse al protocolo que ella misma había establecido para Nickerson House.

La experiencia de Fletcher allí tenía que ser perfecta… por mucho que para ella fuera a ser una tortura.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Fletcher se quedó mirando las puertas mientras se preguntaba qué narices había hecho para enfadar tanto a Stephanie… o Stevie, mejor dicho. Seguro que echaba de menos a Harrison y su pérdida seguía demasiado reciente. Después de todo, solo había pasado poco más de año y medio desde la muerte de Harrison en un accidente de avión.

Lo que no le cuadraba era eso que había dicho sobre intentar olvidar el pasado. Su amigo y ella habían vivido entregados el uno al otro, pero la mujer que había visto hoy, por muy impresionante que siguiera siendo, no era la misma que había conocido primero como prometida y después como esposa de Harrison. Por un lado estaba lo del nombre, «Stevie», que curiosamente le pegaba más que el formal «Stephanie»; y por el otro, el hecho de que hubiera abandonado la casa de los dos para volver a su casa de la infancia, como si estuviera deseando dejar atrás esa parte de su vida.

De todos modos, ¿quién era él para decirle a nadie cómo sobrellevar una muerte repentina? Él mismo había perdido a su padre hacía casi un año. Aunque, claro, dudaba que Harrison hubiera llevado la doble vida que había tenido su padre durante treinta y cinco años, con dos familias y dos negocios casi idénticos, unos en Norfolk, Virginia, y otros en Seattle, Washington. Las respectivas familias la habían descubierto cuando Douglas Richmond había caído muerto en su despacho de Seattle. Por suerte, los hermanastros se habían unido en el impacto y el dolor y habían colaborado cuando había surgido un caso de espionaje corporativo en Desarrollos Richmond, en Seattle. Pero dejando a un lado a su nueva familia, Fletcher aún recordaba el impacto que le había supuesto descubrir que su padre, un hombre al que había venerado toda la vida por su integridad y su devoción por la familia, había resultado un fraude. Aún estaba intentando asimilarlo. Y ese era precisamente el motivo por el que se ausentaría de su trabajo en Construcciones Richmond durante dos semanas, algo nada propio de él. Ahí esperaba recargar fuerzas y relajarse. Reponerse tras un año turbulento.

Stephanie Reed era la última persona que había esperado encontrarse en Asheville. Por otro lado, no podía decirse que no hubiera pensado en ella desde la muerte de Harrison. Es más, no había podido sacarse de la cabeza su expresión de conmoción durante el funeral. Había querido reconfortarla, pero se había recordado con firmeza que, siempre que había ido a visitarlos, ella le había demostrado que no era bien recibido. ¿Habría estado celosa de la amistad que tenían Harrison y él? La suya había sido una relación basada en una simpática rivalidad en los estudios, los deportes y las chicas. Fletcher se había licenciado siendo el mejor del curso, con Harrison solo unos puntos por debajo, pero su amigo se había llevado el mejor premio. Había visto a Stephanie primero y se había casado con ella.

¡Qué cambio! Atrás habían quedado los zapatos y la ropa de diseño, el pelo impecablemente alisado y justo por encima de los hombros, nunca más largo, sus esculpidos rasgos resaltados a la perfección, las cejas con forma exquisita, y las uñas con una sutil manicura francesa rosada. Ahora el pelo le caía en ondas cubriéndole los hombros y, en lugar de un maquillaje perfecto, llevaba la piel limpia y fresca a excepción de un toque de máscara de pestañas, que resaltaba esos ojos marrones tan expresivos que tenía, y un pintalabios en un alegre tono coral a juego con el esmalte de uñas. Incluso hablaba de forma distinta, con una cadencia menos formal.

Era una mujer reinventada por completo. Le resultaba tan atractiva que esas vacaciones serían una agradable tortura. Le apetecía pasar algo de tiempo con ella durante su estancia, aunque tampoco quería imponerle su presencia. Fletcher tenía la suerte de gustarle a todo el mundo; por eso Stephanie, es decir, Stevie, siempre le había supuesto un reto de lo más atrayente.

Soltó la mochila en una silla y se quitó las deportivas antes de tumbarse en la cama y posar la cabeza en la almohada de plumas. Un suave aroma a lavanda emanó de la tela. Lo inhaló profundamente. Hasta ese momento no había sido consciente de lo tenso que había estado durante el viaje de seis horas. Notó cómo el cuerpo se acomodó a la cama con una sensación de bienestar que no había sentido en mucho tiempo.

A eso había ido. A descansar y ponerse las ideas en orden. A ser él mismo por un tiempo.

Desde muy joven había tenido que asumir el rol de hombre de la casa la mitad del año, cuando su padre estaba fuera «por negocios»… o por lo que ahora sabía que había sido cuidar de su otra familia.

Así que tenía que apoyar a su madre, hacer el trabajo que no hacían sus hermanos, llevar las riendas en la oficina y responder ante el consejo. Toda su vida había sido el que había resuelto los problemas de la familia y había cuidado de los demás, pero entonces todo se había desmoronado y no había podido remediar la traición de su padre, las mentiras de su madre y el dolor de su familia, ni lidiar con las exigencias de su prometida para que pusiera fin al escándalo. Además, durante el último año, había desempeñado su trabajo, pero no había encontrado ninguna satisfacción en él.

Estaba cansado.

¿Cuándo iba a cuidar alguien de él? ¿Cuándo iba a poder hacer lo que quisiera? A lo mejor esas dos semanas lo ayudaban a cambiar su situación.

Cuando se despertó estaba anocheciendo. No podía creerse que hubiera descansado casi dos horas enteras. Nunca se echaba la siesta y últimamente apenas dormía bien, pero ahora se sentía más espabilado y fresco que en muchos años. Y estaba hambriento.

Sabía que Nickerson House solo servía desayunos, así que tendría que salir a buscar un restaurante. Le molestaba un poco que Stevie se hubiera negado a cenar con él, pero suponía que, con suerte, al menos le recomendaría algún sitio cercano.

Se dio una ducha rápida y se puso ropa limpia. Agarró la chaqueta y salió de la habitación. Abajo todo estaba en silencio. Qué raro. Se había esperado encontrarse a otros huéspedes en el salón junto a la zona de recepción. El fuego estaba encendido en la gran chimenea y en una esquina había un árbol de Navidad altísimo y decorado con mucho gusto. Parecía un lugar perfecto para relajarse con una copa tras un día recorriendo senderos o haciendo snowboard, pero estaba completamente vacío. ¿Sería el único huésped?

Extrañado, recorrió el pasillo siguiendo el sonido y los aromas que provenían del fondo. Lo que fuera que estuvieran cocinando olía de maravilla. Le rugió el estómago. La puerta al final del pasillo estaba entreabierta y le permitió oír a Stevie hablando con otra mujer. Llamó antes de entrar y las dos mujeres se giraron hacia él.

–¿Hay algún problema, señor… Fletcher? ¿No funciona el teléfono de la habitación? –preguntó Stevie.

–No, no pasa nada, y seguro que el teléfono está bien. Solo quería saber si podías recomendarme algún sitio para cenar.

La otra mujer dio un paso al frente mientras se limpiaba las manos en el delantal.