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«Así fue Tándalo» se trata de una recopilación de relatos y reflexiones filosóficas de Rómulo D. Carbia. Los textos recogidos en este libro son «El hombre», «Y yo te calumnié», «Las dos fuerzas», «Los miedos», «Apocalíptico», «El ansia», «La derrota», «El triste», «Rumbo al sol», «El gesto», «Cuento color de lila» y «Una psiquis».
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Seitenzahl: 75
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Rómulo D. Carbia
Saga
Así fue Tántalo
Copyright © 1909, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681116
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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A Pedro J. Naón
á Enrique J. Banchs,
á Juan José de Soiza Reilly
Fraternalmente.
‹El hombre, esclavo del querer, está perpetuamente amarralo á la rueda de Ixión, vierte siempre en el tonel de las Danaides, es Tántalo devorado por la sed eterna.›
Schopenhauer.
Sean estas palabras el único prólogo. Nada explicará mejor que ellas el contenido de este libro, humano casi hasta la hipérbole.
Por las páginas que siguen no desfilarán siluetas de manicomio. Pasarán las almas de todos los cuerdos y de todos los sensatos. La locura justificaría mucho de lo extraño que abunda en este libro, y por eso quiero dejar la constancia solemne de que todos mis personajes están pletóricos de cordura. Son hombres psiquica y físicamente sanos, como el que me lee y como yo...
Rómulo D. Cázbia.
Buenos Aires, Junio 14 de 1909.
Afuera, una llovizna menuda, y casi imperceptible, esfumaba el detalle en el panorama de la ciudad, que parecía abatirse bajo la desolación sentimental del otoño.
Ernesto se acercó al cristal de la ventana que daba luz á su gabinete de estudio y miró intensamente, abismándose en la contemplación del cuadro que ofrecía aquella tarde melancólicamente gris. Luego, aproximando una butaca, se sentó.
Estaba abrumado de tristeza. Toda su historia íntima desfiló cinematográficamente por su memoria, ya harta de recuerdos, y al hacer un maquinal y brusco movimiento de cabeza deseando librarse de aquel tormento macabro, sus ojos tropezaron con un volumen almacenado en uno de los escaparates de su vasta biblioteca.
Para distraerse, más que para nada, y casi sin quererlo, trató de leer la inscripción que ostentaba su llamativo lomo de cuero rojo. Y leyó: Los grandes dramas de Shakespeare.
La figura de Hamlet, como evocada por un conjuro, anadiómenamente se levantó en su espíritu. Ernesto, entonces, cerrando los ojos, meditó:
¡Hamlet!: sí, es un símbolo. Anatole France lo ha dicho ya: Hamlet es un hombre, es el hombre, es todo el hombre. Y recordó las palabras textuales del gran ironista:
«Hamlet: Tú eres de todos los tiempos y de todos los países; en tres siglos no has envejecido una hora. Tu alma tiene la edad de cada una de nuestras almas. Vivimos juntos, Príncipe Hamlet, y eres lo que somos: un hombre en medio del mal universal. Se ha sutilizado sobre tus palabras y sobre tus acciones. Se ha demostrado que no estás de acuerdo contigo mismo. ¿Cómo comprender este incomprensible personaje?, dicen. Piensa sucesivamente como un monje de la Edad Media y como un sabio del Renacimiento. Su cabeza es filosófica y no obstante diabólica. Abomina la mentira, y su vida no es sino una gran mentira. Es irresoluto, evidentemente, y á pesar de esto ciertos críticos lo juzgan lleno de decisión, sin que se les pueda acusar de injustos y parciales. En fin, se ha pretendido, mi Príncipe, que eres un almacén de pensamientos, un montón de contradicciones y un ser humano. Pero es éste, al contrario, el signo de tu profunda humanidad. Eres pronto y lento, audaz y tímido, benévolo y cruel, crees y dudas, eres prudente y por encima de todo eres loco. En una palabra, vives. ¿Quién de nosotros no se te asemeja en algo? ¿Quién de nosotros piensa sin contradicción y obra sin incoherencia? ¿Quién de nosotros no te dice con mezcla de piedad, de simpatía, de admiración y de horror: «¡Buenas noches, amable Principe!»
Ernesto se sintió embriagado de verdad. Y tras las palabras solemnes de France, pensó en todo lo que las confirmaba en forma irrevocable. Su recuerdo se paseó por la historia.
Soy como todos los hombres, se dijo, y como todos siento rebeldías, rebeldías que nacen del dolor. Si no sufriéramos, si todo fuera plácido, no habría locos, ni criminales, ni dinamita, pese al señor Schopenhauer. El dolor: he aquí el causa causarum de todo lo malo, de todo lo negro, de todo lo triste.
¡Es imposible, empero, suprimir el dolor! Ya lo dicen aquellos versos de Isvara Krisma que son la condensación de toda la filosofía sankya de los setenta principios: Mientras el alma esté unida al cuerpo no está libre de dolor. Y Pitágoras ha dicho en sus versos áureos: Soporta con paciencia tu destino.
Pero, ¿por qué? La moral de Empédocles me subleva. ¿Por qué el hombre ha de desprenderse de las cosas sensibles? Si en ello hay razón, la vida huelga, es innecesaria...
La filosofía parece ir contra la vida, contra lo que naturalmente somos. Picato de Mitelene, uno de los siete sabios de Grecia, aconseja que se trate de hermosear el alma y se prescinda del cuerpo; Quilón de Esparta, un colega suyo, no se cansa de repetir que el recuerdo de la muerte debe apartar al hombre de los deseos inmoderados; Solón de Atenas, otro de los siete, aconseja que se huya de los placeres; y Cleóbulo de Lindo, y Tales de Mileto hablan más ó menos lo mismo. ¡Siempre la resignación al dolor, pues no hay otro remedio! Y hasta los chinos, según lo atestiguan los aforismos del Mingsiu - pao - kien, que vale tanto como decir: «espejo precioso para iluminar el espíritu», sostienen que el diamante adquiere brillo á fuerza de ser frotado y que, á su semejanza, el hombre llega á ser perfecto sólo después de ser probado por la adversidad.
¿Y Schopenhauer no declara que únicamente el dolor es positivo, mientras que el bienestar y la dicha son enteramente negativos? «El mal es positivo—recuerdo que dice este filósofo—puesto que se hace sentir. Todo bien, toda felicidad, toda satisfacción son cosas negativas, porque no hacen más que suprimir un deseo y determinar una pena.»
Lo que más me confunde es que esta opinión no pertenece á un solo hombre. Es de la sabiduría de todos los tiempos. El bien y el mal, tomados subjetivamente, se han resuelto siempre en el placer y el dolor. La antigüedad planteó el problema, y desde Aristóteles á Kant, todos los sabios han tratado de resolverlo.
En la Edad Media, en forma solemne y definitiva, proclámase al sufrimiento castigo del pecado, en tanto que se desvanecen las teorías pesimistas de la Roma Imperial. Ello hace que la humanidad atormentada se resigne al dolor y encuentre llevadera la pesada carga. Y al resignarse, los hombres se hacen santos. Por eso el Medio-evo, que fué el período histórico durante el cual la humanidad de Occidente gimió más y más largo, está sembrada de santos.
Kempis sintetiza admirablemente la doctrina evangélica de la resignación al sufrimiento, en aquel capítulo de la Imitación en que dice que no debe considerarse el hombre digno de consuelo, pues lo es de tortura.
Después de todo, el concepto de Epicuro acerca de que el dolor consiste en la resistencia que encuentra la voluntad á la realización del deseo, tiene su alto símbolo en el Tántalo mitológico, que es, también, el símbolo más completo del hombre, siempre devorado por la sed eterna, según las palabras del filósofo alemán.
El padre del pesimismo moderno ha dicho á este respecto: «La vida no se presenta, en manera alguna, como un regalo que debemos disfrutar, sino como un deber, como una tarea que tenemos que cumplir á fuerza de trabajo.» Y Voltaire agrega por su parte: «Las moscas han nacido para ser devoradas por las arañas, y los hombres para ser devorados por los pesares.»
Cuanto más pienso más me convenzo de la necesidad de ser rebelde. Sufrir; ¿y por qué sufrir? La Tabla de Cébes, diálogo griego en el que se exponen ideas acaso pueriles y acaso grandes, deja en el espíritu convicción de que la vida no es mala y de que la muerte tampoco lo es. Y se me ocurre esta pregunta: ¿Cómo hay que vivir la vida para que no resulte mala, si es concepto de todas las sabidurías que el mundo es un riguroso presidio?...
Platón, hijo espiritual de aquel dulce y apostólico Sócrates que condensaba toda su doctrina en el nosce te ipsum clásico, nos enseña que el alma humana consta de dos partes distintas: la una se halla colocada en el centro del pecho, y es la noble, la que nos inspira el valor y la que nos da fuerza; y la otra, violenta y fatal, que los dioses colocaron entre el diafragma y el ombligo, es la que sirve de jaula á esa bestia feroz, que es preciso alimentar para que la raza humana no se extinga...