Atrapado por el deseo - Sara Orwig - E-Book

Atrapado por el deseo E-Book

Sara Orwig

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Un incendio en el rancho de Maggie Langford llevó a su vida al campeón de rodeo Jake Reigner, que puso patas arriba su tranquila existencia y despertó en ella deseos que había creído muertos hacía mucho. Pero la pasión llegó a su punto álgido cuando Jake se trasladó temporalmente a casa de Maggie, siguiendo las órdenes del padre de esta. La joven madre soltera sabía que no podía ceder a sus deseos, pero cada vez le resultaba más difícil no dejarse vencer por la ternura de sus besos. Sabía que era imposible tener nada serio con un cowboy siempre a punto de marcharse. Pero... quizá ella fuera una mujer especial que consiguiera ablandar el corazón de Jake y convencerlo de que se quedara con ella... para siempre. Aquel desconocido era demasiado sexy.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 187

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sara Orwig

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Atrapado por el deseo, n.º 1185 - marzo 2015

Título original: Cowboy’s Special Woman

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5818-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

 

El fuego era una de las pocas cosas que ponía realmente nervioso a Jake Reiner. Sujetando el manillar de su Harley con fuerza miró por encima del hombro las llamas que lamían los cedros y robles. A pesar de los cuarenta grados de calor del mes de agosto y las ráfagas del caliente aire de Oklahoma, el espectáculo del incendio le heló la sangre. Sabía que iba por el camino de tierra a una velocidad peligrosa, pero tenía que advertir a la familia que vivía en el rancho cuanto antes.

A los pocos minutos subió una cuesta y vio al final de una curva la alta casa victoriana de dos plantas. La rodeaban un garaje para tres coches, el granero, la casa del los vaqueros, unos cobertizos y un corral. La marca de ganado Circle A estaba grabada a fuego sobre la puerta del granero. Dentro del patio cercado había una mujer junto a un enorme algodonero. Llevaba una motosierra en las manos.

Su figura hizo que a Jake se le acelerase el pulso. Unos vaqueros ceñidos con las perneras cortadas revelaban sus largas y bien torneadas piernas. Una camiseta metida en la cintura de los pantalones le ajustaba el generoso busto. El largo cabello rubio, sujeto en una gruesa trenza, le colgaba por la espalda hasta la cintura. Al acercarse, Jake se dio cuenta de que la mujer tenía expresión preocupada.

Un perro apareció tras el granero y comenzó a ladrar, haciendo que la mujer levantase la cabeza. El perro se detuvo junto a ella y siguió ladrando.

Jake frenó la moto rodeado de una nube de polvo. Cuando se silenció el motor oyó los gritos infantiles que provenían de la copa del algodonero. Montada en una de las ramas inferiores había una niña con una brecha en la cabeza y lágrimas rodándole por las mejillas.

–¡Mami!

–Sujétate bien, Katy –dijo la mujer con calma. Le lanzó una mirada de desconfianza a Jake–. ¿Y usted qué quiere?

–¿Necesita ayuda? –preguntó él, apeándose de la moto. Se dio cuenta de que entre el incendio y lo que sucedía allí, la familia aquella estaba metida en un buen jaleo. Lo más urgente parecía ser la niña.

–¿Qué hace usted aquí? –preguntó la mujer, la desconfianza convertida ya en enfado. Al ver la expresión de los ojos azules, Jake se dio cuenta de que no le inspiraba a ella ninguna confianza con su pelo largo, sus vaqueros rotos y su moto.

–Hay un incendio en su campo, subiendo el camino.

Ella miró por detrás de él y palideció.

–¡Ahora no! –exclamó, volviendo a mirar a la niña–. Primero tengo que bajar a Katy –dijo, dándose la vuelta como si se hubiese olvidado de su presencia.

Maggie Langford se acercó al tronco del árbol mientras luchaba con su creciente pánico. Un incendio grande los hundiría en la miseria. Katy estaba atrapada y herida y ahora había un incendio en el rancho. Rezó una breve plegaria para poder liberarle el pie, que se le había encajado entre la rama y el tronco. Cuando levantó la pesada motosierra, una mano se cerró sobre su muñeca y el extraño le quitó la herramienta.

Fue un segundo, pero su contacto fue como si le hubiese dado una corriente eléctrica. Cuando el forastero se le acercó, Katy lanzó un alarido.

–Cortaré un poquito más y luego podré romper la rama. Súbase a sujetarla para que no se caiga –dijo él con voz profunda.

–Tranquila, Katy. Subiré contigo –dijo Maggie, intentando calmar a su hija. Luego se dirigió a Jake–. Es mi pequeño terremoto. Se cayó cuando trepaba el árbol.

–Hay que tener cuidado con estos árboles, que estiran las ramas y te agarran los pies –le dijo el forastero a Katy con una sonrisa tranquilizadora que suavizó sus recias facciones.

A través de las lágrimas y la sangre que le brotaba de la brecha en la cabeza, la niñita de cinco años le devolvió la sonrisa.

Maggie se agarró a una rama y se subió al árbol, sujetando a Katy, que se dio la vuelta para abrazarse a ella. La madre miró al hombre alto y curtido por el sol que llevaba una badana roja en la cabeza y el pelo largo y descuidado. Le cubría el torso una camiseta negra a la que le había arrancado las mangas y los fuertes músculos se le marcaron al hacer funcionar la sierra eléctrica. Cuando acabó de cortar y se acalló el ruido del motor, él dejó la herramienta en el suelo y la miró con sus ojos oscuros.

–¿Lista?

–No me sueltes, Katy –dijo ella, asintiendo con la cabeza y sujetando a su hija.

El extraño dio un salto, se colgó de la rama, que con un fuerte crujido se desprendió del tronco, liberando el pie de Katy.

–Démela –dijo el hombre, alargando los brazos.

Maggie bajó a su hija. El forastero dejó a la niña con cuidado en el suelo y Katy se frotó el tobillo sorbiendo las lágrimas. Maggie se dispuso a saltar y cuando lo hizo, un par de manos la sujetaron por la cintura y el hombre la agarró. Sin pensarlo, ella le apoyó las manos en los brazos. Sintió sus músculos, sólidos como una roca y lo miró a los ojos, fijos en los suyos con turbadora intensidad. Cuando la dejó en el suelo ella permaneció como hipnotizada durante un segundo.

–Mami.

La voz de su hija rompió el embrujo y Maggie dio un paso atrás, soltándolo.

–Gracias de nuevo. Tengo que llamar al 911 y avisar del incendio. Déjame verte el tobillo, Katy –dijo, arrodillándose junto a su hija. Sintió la mirada del forastero mientas examinaba el tobillo magullado de Katy. Movió el pie de su hija suavemente–. ¿Te duele?

–No.

–Da las gracias –dijo Maggie, poniéndose de pie.

–Muchas gracias, señor –dijo Katy, sorbiendo las lágrimas y frotándose el tobillo mientras intentaba ponerse de pie. Maggie la alzó en sus brazos.

–Me llamo Jake Reiner –dijo el forastero y a Maggie le subió un calorcillo por el cuerpo al oír su voz. Nuevamente se sintió hipnotizar por su mirada. Se separó con un esfuerzo, dirigiéndose a la casa.

–Hay un grifo –dijo, y señaló el granero–. Quizás quiera tomar agua fresca. Yo tengo que luchar contra un incendio. Gracias por avisar. Vamos, Tuffy –ordenó, y el perro trotó a su lado.

Se dirigió a la casa mientras Jake la miraba, fascinado. La mujer balanceaba las caderas ligeramente al caminar y los pantalones cortos le permitían lucir sus largas piernas. La contempló hasta que la puerta mosquitero se cerró con un golpe tras ella.

Cuando volvió la mirada hacia el sudoeste, Jake vio un penacho de humo gris que se elevaba sobre las copas de los árboles y se alejaba llevado por el aire. La familia de aquel rancho se encontraba en serias dificultades.

Entre el garaje y el granero Jake divisó el grifo y se dirigió a él. Al pasar la puerta del garaje vio una camioneta y un descolorido camión de caja plana. Abrió el grifo y se salpicó la cabeza con agua fría. Mientras se pasaba los dedos por el pelo, miró dentro del granero que se abría a su izquierda. Estaba lleno de sacos de comida y grandes baúles. Su mirada fue del baúl a su moto, sobre la que se hallaban la mayoría de sus posesiones. Al menos, con su estilo de vida vagabundo, no tenía que preocuparse por un montón de cosas. Se inclinó a tomar otro largo trago y mojarse un poco más. Cuando se enderezaba, una camioneta llegó por el camino y se detuvo de golpe, levantando una nube de polvo rojo. Una mujer de cabello castaño salió y miró a Jake.

–¿Está Maggie dentro? –preguntó, mientras corría hacia al casa.

Cuando él asintió con la cabeza, ella aceleró el paso y se acercó a la puerta mosquitero. Segundos más tarde, la rubia le quitó el pestillo, que Jake supuso habría puesto por su presencia y la morena entró mientras la rubia salía. Vio cómo la morena volvía a poner el pestillo y lo miraba un instante, pero luego la rubia atrajo su mirada. Se dirigía hacia él, deprisa, con los pechos moviéndose con cada paso.

–Tengo que ir hasta el incendio –dijo al pasar a su lado mientras se dirigía al garaje.

Del sombrío interior sacó una pala y la tiró dentro de la caja de la camioneta, donde cayó con un ruido metálico. Jake entró al garaje, sintiendo el fresco en cuanto salió del sol.

–¿Necesita ayuda?

–Agarre esos sacos, mójelos y tírelos dentro de la camioneta –dijo ella mientras corría hacia el granero.

Jake vio unos sacos colgando de un gancho. Los llevó hasta el grifo y en cuanto estuvieron bien empapados, los tiró dentro de la caja de la camioneta.

–Gracias otra vez.

–De nada –dijo él, abriéndole la puerta de la camioneta–. Y , por favor, tutéame.

Ella asintió ligeramente con la cabeza mientras se metía en la cabina. A pesar del incendio, el ranchero que vivía allí era un hombre afortunado con una preciosa mujer y una niña adorable. A Jake lo sorprendieron sus propios sentimientos. Valoraba tanto su libertad, que nunca había considerado afortunado a un hombre que sentase la cabeza para casarse. Cerró la portezuela de la camioneta y se dio la vuelta para subirse a la moto. Cuando la camioneta pasó a su lado, esperó hasta que se asentara el polvo antes de seguirla.

La nube de humo era más grande y aumentó la preocupación de Jake por la mujer. El viento del sur dirigía el incendio en dirección norte, hacia su casa. Tomó una curva y el humo lo envolvió. Mientras lo atravesaba, contuvo la respiración. Cuando el mundo se convirtió en un denso manchón gris que le escocía los ojos y le ardía en la garganta, sintió la amenaza del pánico. Sabía la regla: no te metas en el humo. Pero se había metido y ahora tenía que seguir adelante. Sentía el rugir del fuego y su calor. Acabó de atravesar la nube y logró ver otra vez.

Tomó grandes bocanadas de aire fresco, atónito ante la magnitud del incendio que rugía fuera de control, extendiéndose por acres de hierba y árboles ardiendo. Había una fila de coches en el camino mientras los hombres intentaban sofocar las llamas. Alguien había aparcado una camioneta junto a la línea de gente, con tres grandes recipientes térmicos y vasos de papel. Jake se preguntó cómo se habrían enterado del incendio tan rápido, pero supuso que la noticia se había extendido deprisa y los vecinos se apresuraron a ayudar.

Dos coches de bomberos circulaban a lo largo del perímetro del fuego y los bomberos le echaban chorros de agua, pero su esfuerzo parecía inútil. El fuerte viento avivaba las llamas, que con grandes explosiones y crujidos, rugían produciendo grandes oleadas de calor que se sumaban al caliente aire veraniego.

Jake divisó a la rubia, que ya se encontraba en la fila de hombres luchando contra el fuego con sacos y palas. Trabajaba a la par que los hombres que la acompañaban, sofocando las llamas con un saco. Jake aparcó junto a los coches y corrió por el camino. Agarrando una pala de una de las camionetas, se unió a los voluntarios para intentar apagar las llamas.

Al inhalar el irritante humo, su mente volvió al pasado, haciéndolo cavar con furia accionada por los recuerdos de aquel lejano incendio.

Se vio a sí mismo cuando niño, corriendo hacia el resplandor naranja en el cielo. Volvía a su casa en la oscura madrugada y había visto una luz rosada en el cielo nocturno. Al aproximarse, el primer temor le agarrotó el pecho, haciéndolo correr, rodeando la esquina y cruzando la calle hacia su casa, una rugiente llamarada que iluminaba toda la manzana.

Mientras el infernal incendio consumía su hogar, intentó entrar, pero los bomberos se lo impidieron. Le llevó cierto tiempo comprender que le decían con sus gritos que su familia había muerto. Y tantos años más tarde se le seguía haciendo un nudo en la garganta. Odiaba ser tan vulnerable y pensaba que había logrado mantener sus sentimientos cerrados bajo llave, sin embargo, con aquella ardiente pared de llamas revivió todo el horror y la pena. Cavó más rápido con lágrimas corriéndole por las mejillas, como si el esfuerzo físico pudiese borrar los dolorosos recuerdos y la culpa angustiosa.

–Tranquilo, hijo –le dijo un hombre que pasaba–. Si no te lo tomas con más calma, te tendremos que auxiliar a ti. Traigo agua.

El alto hombre de cabello castaño y desarrapado peto llevaba un termo de agua fresca y un vaso de metal.

–Eres Jake Reiner, ¿verdad? Te he visto montar a caballo –le dijo el hombre, alargándole el vaso lleno–. Soy Ben Alden.

–Gracias por el agua –dijo Jake, devolviéndole el vaso después de beber.

El hombre asintió con la cabeza y siguió a lo largo de la línea de hombres. Jake vio cómo la rubia se dirigía a él antes de volver a luchar con las llamas.

Pronto le pareció que llevaba horas intentando apagar el incendio. El sudor le corría por el cuerpo y el humo le escocía los ojos y la garganta. A su alrededor, los hombres gritaban y se oía el ronroneo de las bombas de agua por encima del chisporroteo y rugido del fuego.

Con los músculos agotados, Jake miró a su alrededor y vio a la rubia hablando con Ben Alden nuevamente. El hombre tenía sus manos enrojecidas por el trabajo en los hombros femeninos.

Al ver su gesto, Jake sintió con perplejidad una irritación desacostumbrada en él. Ni siquiera sabía el nombre de la mujer y no volvería a verla nuevamente, pero deseó poder quitarle las manos a Alden de encima. Probablemente era su marido, aunque parecía mucho mayor que ella. Tenía el cabello cano y sólidos músculos bajo la camiseta. Luego Jake notó en sus perfiles las mismas narices rectas y frentes amplias y se preguntó si el hombre sería el padre de ella.

Tomó aliento y volvió a cavar. Arrojaba tierra al fuego y observaba cómo las llamas se extendían con cada ráfaga de viento. Había ya tres coches de bomberos, pero a pesar de los esfuerzos de todos, no lograban controlar el incendio. Hacía rato que se había quitado la camiseta y el sudor le chorreaba por el torso. Pensó en hielo y anheló poder tomar una ducha fría y una bebida helada.

Ya se veían la casa del rancho y los demás edificios. Tosiendo y ahogándose, Jake se sentía abrasado. Tenía las manos llenas de ampollas y tuvo que detenerse a beber agua. Se dirigió al camión con los grandes termos de agua fresca y llenó un cubo para echárselo encima.

Vio a la rubia esforzándose todavía por levantar el saco y le pareció que ella estaba a punto de desplomarse de cansancio. Agarrando un vaso de papel y un termo, se acercó a ella, tomándola del brazo. Ella se dio la vuelta con el rostro tiznado de hollín. Tenía la camiseta pegada al cuerpo por la transpiración. Sin decirle nada, Jake llenó el vasito y se lo alcanzó, pero al verla desfallecer, la llevó hasta la camioneta. Con manos trémulas ella tomó el vaso y bebió el agua de un trago.

–Gracias –le dijo, mirándolo fijamente mientras él inclinaba el termo para volver a llenarle el vaso.

–Quizás deberías ir hasta tu casa, sacar a tu niña de allí y salvar lo que puedas.

–Mi hermana Patsy se ha llevado a Katy y al perro a su casa con algunas cosas de Katy –dijo Maggie, mirando el fuego–. Me necesitan más aquí.

–No lograremos detenerlo –dijo Jake–. Te acompañaré a sacar algunas de tus cosas y muebles. Venga, ninguno de nosotros puede parar este infierno, a menos que llueva o cambie el viento. Y esas posibilidades parecen remotas.

Ella titubeó un segundo, pero acabó siguiéndolo.

–¿Cuál es tu camioneta? –le preguntó Jake.

Ella se lo quedó mirando sin comprender y luego se dio la vuelta, señalando una camioneta negra aparcada junto a las otras.

–Llaves –dijo él, alargando la mano.

–Puedo conducir.

–Dame las llaves, así recobras el aliento –dijo. Ella le dio las llaves y se dirigieron a la camioneta, montándose en ella. Tuvieron que atravesar la cortina de humo nuevamente hasta dejarla atrás.

–Nuestra casa –dijo ella con ternura al aproximarse a su hogar–. Mi abuelo la construyó.

–¿Ese con quien hablabas era tu esposo?

–No –dijo ella, girándose para mirarlo un momento como si tuviese que pensar mucho para recordar–. Es mi padre. Mi esposo y yo estamos divorciados.

–Lo siento.

–Volví a mi casa el año pasado a vivir con mi padre cuando mi madre murió.

–No sé tu nombre.

–Maggie Langford.

–Conocí a tu padre cuando me dio agua. Se llama Ben Alden –dijo él y ella asintió. Jake se detuvo junto a la puerta de atrás y se bajó. Ella ya se dirigía a la puerta.

–¿Quieres que saque algo en particular?

–Sí. Si podemos salvarlos, hay unos muebles que hemos ido heredando de generación en generación.

Cuando entraron a la casa, ella pareció recuperarse y comenzó a organizarlo todo. Sacaron muebles, ropa y álbumes de recortes y fotos. Hubo un momento en que Jake miró por encima del hombro y el estómago se le hizo un nudo al ver lo cerca que se encontraba el frente del incendio. Parecía que la casa, el granero y todos los cobertizos serían pasto de las llamas. Oyó un motor; los tres coches de bomberos se aproximaban, además del padre de ella conduciendo un tractor por la vera del camino. Los bomberos se apearon presurosos de los coches y corrieron a la casa con mantas ignífugas para proteger los muebles. En pocos minutos, Ben Alden aró una ancha franja al sur de la casa y luego cruzó el camino para arar al oeste del granero y alrededor de los demás edificios.

–Aleja la camioneta del peligro. Yo me quedaré a ayudar –dijo Jake.

–Quiero unas monturas del establo –replicó ella–. Gracias a Dios que los caballos no están allí.

Corrieron hacia el establo. Ella se detuvo dentro.

–Las cosas de papá… –dijo, pensando rápidamente. Se la veía alterada.

–¿Qué quieres sacar? –preguntó Jake, porque sabía que les quedaba poco tiempo. El viento acercaba cada vez más el frente del incendio y las chispas iniciaban nuevos focos de fuego.

–Todo –dijo ella en voz baja. Se encogió ligeramente de hombros–. Aquellas monturas –señaló y Jake sacó tres monturas y las puso en la camioneta. En minutos, el fuego había alcanzado el granero.

–Quita la camioneta de aquí –le gritó a ella–. Si no lo haces, perderás todo, y la camioneta también.

Ella se subió y se marchó mientras se acercaban más hombres. Jake oyó un grito y vio a un bombero que señalaba. Las primeras llamas lamían el tejado del granero. Jake lanzó un juramento, agarrando la pala.

El padre de Maggie siguió ensanchando la franja de tierra arada y húmeda mientras los hombres intentaban contener las llamas.

Cuando Jake vio a Maggie nuevamente con los voluntarios, se dirigió a ella.

–Todavía podrías llenar otra camioneta con cosas de la casa. Si quieres te ayudo.

–No, intentemos salvar la casa. Yo preferiría…

–Maggie, ¿has sacado los baúles del granero? –preguntó su padre, que pasó con el tractor a su lado. Jake miró el granero y vio que todo el edificio se había prendido fuego.

–No, solo las monturas.

–Yo los sacaré –dijo su padre, lanzándose hacia el granero.

–¡Papá! –dijo Maggie, con intención de seguirlo, pero Jake la retuvo por el brazo.

–Iré yo –le dijo corriendo tras el padre, que ya se había metido en el granero.

Jake se arrancó la badana de la cabeza y se cubrió con ella la boca, levantando luego un brazo para cubrirse la cara mientras intentaba no inhalar el acre humo. El incendio rugía a su alrededor y no podía ver nada.

Luego, una figura se le acercó.

–Lleva esto –gritó el padre de Maggie, entregándole un pequeño baúl.

–Señor, ¡el edificio está a punto de derrumbarse!

–¡Sal, llévatelo!

Corriendo fuera, Jake dejó el cofre y volvió hacia el granero en llamas. Divisó la oscura silueta de un hombre dentro, pero antes de que pudiese llegar hasta la puerta abierta, oyó un crujido que pareció un disparo y una enorme viga se desplomó.

La viga le dio a Ben Alden, haciéndolo caer a unos metros de la entrada.

Capítulo Dos

 

 

Maggie lanzó un alarido y se dirigió al granero en llamas.

–Yo iré –gritó Jake–. Aléjate.

Inclinándose para evitar el humo en lo posible, Jake corrió adentro. Avanzó a ciegas hasta que vio a la figura caída frente a él con la viga en llamas atrapándole las piernas.

Sin dudarlo, Jake agarró la viga y la apartó. Echándose al padre de Maggie al hombro, comenzó a andar, rogando que fuese en la dirección correcta.