Atrapados en la tormenta - Judy Christenberry - E-Book

Atrapados en la tormenta E-Book

Judy Christenberry

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Beschreibung

Un niño de regalo Nicholas Avery era rico, guapo... y estaba a punto de ser padre. Cuando Andrea Avery se enteró de que se había quedado embarazada, decidió ocultárselo a su marido porque con su matrimonio relámpago había encontrado el paraíso y sabía que lo último que deseaba Nicholas era una familia... Pero al verse obligada por una tormenta a pasar día y noche con él, Andrea no estaba segura de cuánto tiempo podría mantener su pequeño secreto... especialmente cuando estaba compartiendo con él tanta pasión.

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Seitenzahl: 144

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Judy Christenberry

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atrapados en la tormenta, n.º 1389 - junio 2016

Título original: Daddy on the Doorstep

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8215-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Andrea Bainbridge intentaba ver a través de la cortina de agua que caía sobre el parabrisas, rezando para llegar a casa de la tía Bess antes de que el torrente empujase el coche fuera de la carretera. Apenas se veía el pavimento, solo la mediana.

Cuando, por fin, vio a lo lejos el camino que llevaba a la granja dejó escapar un suspiro de alivio. Pero el alivio se convirtió en pánico cuando el coche patinó.

Decir que había barro bajo las ruedas era decir poco. Arenas movedizas sería más adecuado.

«Tranquila, Andy. Te estás poniendo histérica».

Pero con razón, se dijo a sí misma. La tía Bess había llamado por teléfono tres horas antes, quejándose de un fuerte dolor en el pecho y no había podido convencerla de que fuese al hospital. Bess le había asegurado que prefería esperarla.

Normalmente el viaje no duraba más de dos horas, pero no había dejado de llover en todo el mes y tenía que ir a menos de sesenta por hora.

Andrea entendía cómo debió sentirse Noé. Los ríos se habían desbordado y solo quedaba una carretera abierta hasta la granja. Y no sabía cuánto tiempo permanecería abierta. Se había quedado petrificada al cruzar el viejo puente de madera.

El coche empezó a patinar en el barro y Andrea sujetó el volante con las dos manos mientras pisaba el freno a fondo. Cuando por fin se detuvo, estaba en medio del camino.

—Tranquila, Bess. Estoy llegando —murmuró.

La tía Bess era la persona que más quería en el mundo y haría cualquier cosa por ella.

Dando marcha atrás muy despacio, Andrea esperó hasta notar algo sólido bajo las ruedas y entonces pisó el acelerador. Afortunadamente, el coche se puso en marcha de nuevo.

La granja se hizo, por fin, visible bajo la cortina de agua y Andrea saltó del coche a toda prisa. No le preocupaban la lluvia o el barro, solo la tía Bess. Tenía que llevarla al hospital lo antes posible.

—¿Bess? ¿Bess?

La recibió el silencio.

Andrea entró corriendo en la cocina, pero no había nadie. Y tampoco estaba en el dormitorio.

—¿Bess? ¿Dónde estás?

Entonces vio una nota pegada en la puerta:

 

Andy,

He convencido a Bess para que me dejase llevarla al hospital. Me pareció que era mejor no esperar.

Roy Evans

 

Andrea se apoyó en la puerta, aliviada. Su tía estaba en buenas manos. Roy Evans era un vecino que iba a verla casi todos los días…

Entonces recordó la frase «me pareció mejor no esperar» y entró en la cocina a toda prisa para buscar la guía de teléfonos.

Nerviosa, buscó apresuradamente el número del hospital Hubbard, en el pueblo más cercano. Mientras marcaba el número, su corazón latía acelerado. No quería pensar que su tía…

—Hospital Hubbard… ¡no puede entrar ahí, señor! ¡Está molestando a los pacientes!

—Por favor, necesito saber…

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

La voz no llegaba desde el teléfono, sino desde el porche. Y la reconoció enseguida.

Era su futuro ex marido, Nicholas Avery.

Andrea colgó el teléfono y corrió al porche, incrédula. Nick había desaparecido después de un viaje de negocios a África.

—¿Tía Bess?

—¡Nick! ¿Qué haces aquí?

No era una bienvenida muy agradable, pero, ¿qué esperaba? Era absurdo que la mirase con esa cara de enfado.

—Creo que eso debería decirlo yo, ¿no te parece? Después de todo, Bess es mi tía.

—Pero habías desaparecido…

—Pues ya me has encontrado. ¿Dónde está mi tía? —la interrumpió él.

—Su vecino dejó una nota diciendo que la había llevado al hospital.

—¿Qué le ha pasado?

—Me llamó hace unas horas. Por lo visto, tenía un dolor en el pecho y no quería ir al médico hasta que yo llegase.

—¿Un ataque al corazón? —preguntó Nick, asustado.

Nunca había visto a su marido asustado. Ex marido, se corrigió Andrea. O lo sería pronto. Pero tenían algo en común: los dos querían a Bess.

—Estaba llamando al hospital cuando llegaste. Voy a llamar otra vez.

Aquella vez la atendieron inmediatamente.

—Voy a pasarle con la habitación, pero por favor sea breve. Hay muchas urgencias y necesitamos las líneas abiertas.

—Tía Bess —suspiró Andrea, aliviada, al oír una voz temblorosa.

—¿Eres tú, Andy? Gracias a Dios. Estaba muy preocupada. ¿Dónde estás?

Andrea no pudo contestar porque Nick le quitó el teléfono.

—¿Tía Bess? Soy Nick. ¿Te encuentras bien?

Bess era su tía, la hermana de su madre, de modo que tenía más derecho a hablar con ella. Y Bess se sentiría aliviada al oír su voz. Andrea sabía por Bess que Nick había desaparecido en África durante un viaje de negocios y que la embajada había sido incapaz de darle información sobre su paradero.

Hablaba con Bess todas las noches, para compartir sus miedos. Por eso la aparición de Nick la había sorprendido tanto.

—¿Está bien? —preguntó Andrea, impaciente.

Él no contestó. Ni siquiera la miró.

—Sí, muy bien. Cuídate, tía —dijo, antes de colgar.

—¡Yo también quería hablar con ella!

—La operadora me ha pedido que colgase. Mi tía está bien, el médico cree que solo ha sido una indigestión.

—¡Una indigestión!

Estaba asustadísima, había tenido que conducir durante tres horas por una carretera inundada, se encontraba inesperadamente con Nick… ¿y todo por una indigestión?

Pero volvería a hacerlo. La salud de Bess era lo más importante.

—Pues sí, una indigestión.

—En fin… me alegro de que solo sea eso.

Nick no dijo nada, simplemente se quedó mirándola. Dolida por su frialdad, Andrea se dirigió a la puerta.

—¿Adónde vas?

—Al hospital.

—De eso nada —le espetó él entonces, tomándola del brazo.

—¿Cómo que no? ¡Suéltame! Claro que voy al hospital.

—Andy, escúchame. El puente ha desaparecido.

—No digas tonterías, acabo de cruzarlo —replicó ella. Y le aterraba tener que volver a hacerlo.

—He venido en un helicóptero de la policía y hemos visto cómo el agua se llevaba el puente.

El argumento casi la convenció, pero la idea de quedarse sola en la casa con él…

—No te creo.

—Andy, usa la cabeza por una vez. No puedes salir de aquí.

Andrea se soltó de un tirón.

—¿Que use la cabeza por una vez? —repitió, furiosa.

Pero no merecía la pena discutir con él, de modo que salió de la cocina sin decir nada más.

Nick la llamó. Nicholas Avery jamás se rendía o admitía la derrota y, como esperaba, llegó a su lado cuando estaba abriendo la puerta del coche.

Andrea se volvió para decirle que la dejase en paz, pero antes de que pudiera decir nada, Nick le dio un empujón y acabaron los dos en el barro. Un trueno colosal hizo retumbar la tierra y, cuando intentaba incorporarse, perpleja, solo vio una masa verde. Un árbol había caído sobre el techo de su coche.

Un metro más y habría caído sobre su cabeza. La habría matado. Si Nick no la hubiese tirado al suelo, estaría muerta.

Andrea se quedó mirándolo, incapaz de reaccionar. Nick estaba levantándose, con la ropa cubierta de barro. Y por primera vez se dio cuenta de que ella estaba en las mismas condiciones.

—Andy, ¿te has hecho daño?

—No, no… creo que no.

Estaba temblando, pero no sabía si de frío o de miedo.

—Vamos dentro. ¿Puedes andar?

Nick no esperó respuesta. Sencillamente, la tomó por la cintura para llevarla hasta el porche.

—Quítate la ropa.

Andrea se preguntó si estaba teniendo una pesadilla.

—¿Cómo?

—Andy, estás cubierta de barro —dijo él, exasperado—. Quítate la ropa y métete en la ducha.

La idea de darse una ducha caliente era muy alentadora, pero desnudarse delante de su ex marido, no.

—Date la vuelta.

—No seas ridícula.

Ella lo miró con la barbilla levantada, pero el acto de rebeldía terminó con un escalofrío que la hizo temblar de arriba abajo.

—¡Mira que eres cabezota! —exclamó Nick, dándose la vuelta.

Temblando, se quitó la ropa llena de barro. ¿Cómo habían terminado así?, se preguntaba.

—Ya está. Voy a entrar en casa.

—No uses todo el agua caliente —le advirtió él.

Andrea corrió al único cuarto de baño, al lado del dormitorio de Bess, y cerró la puerta. Después de quitarse la ropa interior se metió bajó el chorro de agua caliente, pero tardó un rato en dejar de temblar.

Un porrazo en la puerta casi la hizo resbalar en la bañera.

—¡Voy a meter tu bolsa de viaje! ¡Y date prisa, me estoy helando!

La puerta se abrió y se cerró inmediatamente. Andrea apartó la cortina y vio su bolsa en el suelo. Cinco minutos después, al salir del baño, se encontró a Nick apoyado en la pared, cubierto apenas por una toalla… y no pudo reprimir un gesto de sorpresa al ver su torso desnudo.

No podía decir palabra, de modo que simplemente le indicó con un gesto que podía entrar.

—Gracias. Por cierto, no he traído ropa. A menos que quieras verme medio desnudo todo el día, sugiero que busques algo para mí.

Andrea tragó saliva. ¿Verlo solo con una toalla hasta que alguien pudiera rescatarlos?

Aquel hombre estaba loco. Y ella también se volvería loca si tenía que ver sus tentadores músculos a todas horas.

El sonido de la ducha la despertó de su estupor y decidió entonces bajar al sótano, donde Bess guardaba la ropa vieja. Si no la había dado a la iglesia, debería haber algo para Nick.

Tenía que haberlo.

—¿Nick? —lo llamó diez minutos después.

—¿Sí?

—He encontrado algo de ropa en el sótano. Voy a dejarla en el suelo —dijo Andrea, abriendo la puerta del baño.

No quería mirar, pero lo imaginó desnudo, gotas de agua corriendo por su torso, el pelo mojado… y se le hizo un nudo en el estómago.

No iba a pensar en ello. Su matrimonio había terminado. Esos días habían quedado atrás y se alegraba de ello.

Andrea se tragó el dolor que llevaba un mes intentando controlar. Sí, se alegraba.

Intentando pensar en algo que no fuera Nick, fue a la cocina para calentar agua. Le encantaba compartir sus secretos con Bess mientras tomaban un té. No quería compartir ningún secreto con su ex marido, pero al menos hacer té la mantendría ocupada.

—¿Crees que la revista Zero querrá una foto? —oyó la voz de Nick, tras ella.

Andrea se volvió, con una mano en el corazón. Su voz ronca había sonado como cuando hacían el amor. Pero sus recuerdos, aquellos recuerdos prohibidos, se esfumaron al verlo posando tontamente como si fuera un maniquí.

Nick era un hombre muy grande. Medía un metro ochenta y seis y el peto vaquero de su tío Homer le quedaba por encima de los tobillos. Debajo llevaba una camiseta que se pegaba a su torso como una segunda piel. Las mangas le llegaban por debajo del codo.

A pesar del susto que tenía encima, Andrea soltó una carcajada.

—Très chic!

Pero Nick era un peligro y cuando lo vio sonreír, mostrando aquel hoyito en la mejilla, la risa desapareció.

—Estoy haciendo té. ¿Te apetece?

—Sí.

Con ese monosílabo le hacía saber que estaba tan incómodo como ella. Para no mirarlo, Andrea se dedicó a sacar tazas del armario y a buscar las galletas que Bess siempre guardaba en la despensa.

Aunque era una cobardía, le habría gustado encontrar una razón para tomar el té por separado. Pero Nick la habría seguido.

¿O no? No la había seguido cuando se fue de casa. Aparentemente, había aceptado la ruptura con toda tranquilidad. Y eso era lo que quería, se recordó Andrea a sí misma. Exactamente lo que quería.

—Gracias.

Ella asintió con la cabeza. Al menos así, con monosílabos, no tenía que buscar tema de conversación.

—¿Ha estado lloviendo desde que me fui?

Se había marchado a África el mes anterior. La lluvia empezó una semana después, pero nadie esperaba que durase tanto.

—Más o menos.

—Las cosas tienen mala pinta desde el aire. ¿Mi tía Bess ha tenido algún problema?

—No, creo que no.

—Podría haber llamado a mi empresa. Tenían instrucciones de ayudarla en todo.

Andrea tomó un sorbo de té, estudiando la galleta que tenía en la mano como si fuera un inspector de Sanidad.

—¿Has hablado con ella estos días? —insistió Nick.

Ella lo miró durante un segundo antes de volver a mirar la galleta. ¿Le molestaba que no le hubiese dado la espalda a su tía Bess? Pues peor para él.

—Sí.

Nick dejó escapar un suspiro que hubiese levantado una cometa.

—Andy, ¿podrías decir frases de más de una palabra?

Andrea levantó la barbilla, desafiante.

—Sí, claro que he hablado con la tía Bess estos días. Somos amigas.

—Y tampoco tienes que tratarme como si fuera un extraño. Estuvimos casados, maldita sea. Seguimos casados.

Aunque lo había dicho con aparente tranquilidad, sus ojos azules eran fríos como el hielo.

—Iba a solicitar el divorcio, pero… cuesta mucho dinero —dijo Andrea entonces. Era cierto, pero no la única razón. Si solo fuera por el dinero, habría pedido un préstamo—. Si tienes mucha prisa…

—No.

¿Estaba enfadado porque no había pedido el divorcio? ¿Qué le pasaba? Si tanta prisa tenía, podía pedirlo él mismo.

Pero quizá…

—¿Has pedido tú el divorcio?

—No.

—¿No acabas de pedirme que no hable con monosílabos? Lo mismo te digo, Nick.

—Muy bien —murmuró él—. No pienso pedir el divorcio. Si tú decides hacerlo, es cosa tuya.

Como si eso no lo afectara en absoluto, pensó Andrea. Pero ese había sido el problema en su matrimonio, que ella no le importaba nada. Excepto en el dormitorio.

—¿Más té?

—¡No, no quiero más té!

—Entonces quizá deberíamos hablar sobre cómo vamos a salir de aquí. Son casi las tres. ¿Puedes pedirle al helicóptero que venga a buscarnos?

—Puedo intentarlo —dijo Nick, levantándose.

¿Intentarlo? El gran Nicholas Avery no fracasaba nunca. Era un mago de las finanzas, un hombre de éxito, un millonario. Si quería que volviese el helicóptero, volvería. Aunque tuviera que comprarlo.

—No hemos tenido suerte —dijo unos segundos después, volviendo a la mesa.

—¿Por qué, tienen mucho trabajo? ¿Volverán más tarde?

—No tengo ni idea. El teléfono no tiene línea.

Capítulo 2

 

Qué! —exclamó ella, corriendo al teléfono.

—¿Ni siquiera te crees eso?

Andrea colgó, avergonzada. Nunca habían discutido mientras estaban casados, hasta la noche que ella decidió abandonarlo. Entonces, como en aquel momento, mostró incredulidad sobre algo que Nick había dicho.

—No, solo era… una reacción natural. ¿Crees que lo arreglarán hoy?

Como si la naturaleza quisiera contestar a esa pregunta, un trueno colosal sacudió la casa.

Nick sonrió, irónico.

—¿Quieres saber algo más?

Andrea apretó los dientes.

—Sí. ¿Qué vamos a hacer?

—Por ahora, quedarnos en casa para no mojarnos. No pasará nada. La tía Bess siempre tiene comida en la despensa como para un regimiento. Y aunque se fuera la luz…

—¿Crees que se irá la luz? —lo interrumpió ella, nerviosa.

—Andy, tranquila. Si se va, tenemos linternas y una chimenea. No pasa nada.

Que le diera tan poca importancia al asunto era irritante. Nick la había acusado de exagerar cuando discutieron. No le gustó entonces y no le gustaba en aquel momento.

—Muy bien —murmuró, dándose la vuelta.

Aunque hubiese luz, estaba encerrada con él. Y eso era un problema.

—Voy a leer algo —dijo sin mirarlo. Necesitaba hacer algo para olvidarse de Nick.

—Yo creo que voy a dormir un rato, si no me necesitas. Sigo con el horario de África.

Andrea se fijó en sus ojeras. ¿Por qué no las había visto antes? Probablemente porque estaba distraída con su cuerpo, tuvo que admitir. Y porque le daba miedo mirarlo a los ojos.

Esos ojos azules podían hipnotizarla como los de una serpiente de cascabel atrayendo a un inocente conejo.

—Muy bien. Haz lo que quieras.

 

 

Algo la había despertado. Andrea se movió y su codo golpeó la pared. Qué raro, pensó, medio dormida. ¿Dónde estaba? Su cama no tocaba la pared.