Breve historia de la literatura costarricense - Álvaro Quesada - E-Book

Breve historia de la literatura costarricense E-Book

Álvaro Quesada

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Beschreibung

El autor nos ofrece de manera ágil, amena, y sin embargo completa, este recorrido por cien años de literatura costarricense. Brevedad solo indica aquí conocimiento pleno de la materia y claridad en la búsqueda de lo esencial. En esta obra corta, el autor presenta a manera de ensayo, no un catálogo o listado de autores y textos costarricenses, sino un análisis historiográfico de la literatura de este país, contextualizado con datos y apreciaciones del entorno político, social y cultural de las distintas épocas.

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Veröffentlichungsjahr: 2013

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Álvaro Quesada Soto

Breve historia de la literatura costarricense

Presentación

Amalia Chaverri

Gastón Gaínza

Centro de investigación en identidad y cultura latinoamericanas

CIICLA

Cuando salió a la luz este libro, Álvaro Quesada Soto expresó que quedaba pendiente el último capítulo. Pasó el tiempo y partió para siempre, no sin antes haber cumplido su promesa: dejar listo ese Capítulo VI, titulado “Globalización y Posmodernidad” que ahora se incluye en esta nueva edición.

Entre tanto, algunos de sus contenidos aparecieron en otros espacios de publicación, a saber: en Tópicos del Humanismo (UNA, 2000) y en la Revista Letras Nº 32 (UNA, 2000).

Este Capítulo VI se publica con algunos ajustes de orden estrictamente tipográfico y práctico: a) se unificó y actualizó la norma intituladora y b) se incluyó el nombre del escritor en los casos en que aparecía únicamente el apellido; esto último, en beneficio de nuevos lectores y del carácter didáctico del texto, dirigido a un amplio público.

En relación con la totalidad de esta nueva edición de Breve historia de la literatura costarricense, se incluye un aparato de citas que no aparece en la primera versión, porque Álvaro decidió prescindir de las referencias bibliográficas en beneficio de una “lectura más atractiva y fluida”, como afirma en la “Introducción” de esa versión que, pese a la contradicción explícita, hemos decidido mantener para ser fieles al texto original.

Se incluye igualmente, en el Capítulo V, el título Libro Brujo (1998) de Gerardo César Hurtado. Hubo que agregar, también, una “Bibliografía adicional” para dar cuenta tanto de los autores y textos usados como referentes en las notas que se incluyeron en esta nueva edición –según se explicó anteriormente–, como de aquellos que supuso la incorporación del sexto capítulo.

Al respecto, cabe hacer notar que en la “Introducción” de la primera versión del libro, Álvaro afirma que en él “solo se incluye a los autores nacidos antes de 1950 y que comenzaron a publicar antes de 1980”. Con toda seguridad, en la segunda edición que Álvaro tenía en mente antes de morir, habría reescrito la “Introducción” para actualizarla en cuanto a sus nuevos contenidos.

Sirva esta nueva edición como homenaje a la memoria de Álvaro Quesada Soto, quien dedicó su vida –con innegable pasión– al estudio de nuestras letras y quien dejó una impronta imborrable en la reescritura de la historia literaria de Costa Rica.

Introducción

Todo ensayo que, como el presente, aspire a ofrecer una visión resumida y sintética de un amplio período de historia literaria, conlleva ciertas dificultades y limitaciones: implica un arduo trabajo de compresión, selección y poda. Sin embargo, un resumen o exposición abreviada no implica necesariamente la repetición adocenada y simplona de verdades consabidas o viejos lugares comunes; ni una exposición fragmentaria y deshilvanada; ni un simple catálogo descontextualizado e inconexo de nombres de autores, títulos de obras, fechas de publicaciones, nacimientos o defunciones. En este ensayo se ha procurado conciliar con cierto rigor académico, la incorporación de los datos provenientes de los estudios especializados más recientes y novedosos, con un lenguaje comprensible y una exposición amena y fluida, atractiva para cualquier lector no especializado. Por otra parte, se ha procurado también, dentro de los límites de un trabajo de este tipo, ubicar la historia de la literatura costarricense en el ámbito de la historia social y cultural del país donde se produjo.

Como toda historia literaria, este ensayo enfrentó también la necesidad de escoger ciertos criterios de agrupación o división que permitieran organizar y clasificar autores y textos individuales en períodos y promociones literarias: cortes y clasificaciones que siempre tienen algo de arbitrario al establecer división y orden donde solo existe una serie de textos. Para cumplir con ese requisito, tan arbitrario como imprescindible, aquí se ha tratado de combinar diversos criterios: para la agrupación y división de autores en diversas promociones, se ha procurado combinar las fechas de nacimiento de los autores, las fechas de publicación de sus obras y su filiación estético-ideológica; para la apreciación de los diversos períodos literarios se ha procurado combinar la visión panorámica de conjunto con la referencia a figuras y textos individuales. Es obvio que las apreciaciones referentes a autores contemporáneos, por su cercanía en el tiempo o por el hecho de que aún están en plena producción se hacen más tentativas y provisionales; por esa razón se ha preferido establecer un límite cronológico a este ensayo: solo se incluye a los autores nacidos antes de 1950 y que comenzaron a publicar antes de 1980. Al lector corresponde juzgar en qué medida esos propósitos eran los más pertinentes y en qué medida se lograron.

Finalmente, por la índole de este ensayo, dirigido a un público general, se ha preferido suprimir del texto todas las referencias bibliográficas para hacer su lectura más atractiva y fluida. Sin embargo, se incluye al final del volumen una Bibliografía comentada que ofrece una somera referencia a las principales fuentes de información general; en esos trabajos podrá encontrar el lector interesado mayores datos sobre autores, obras o temas específicos.

Capítulo I

El Olimpo: La forja de una identidad

Durante la colonia y casi todo el siglo XIX, la producción literaria en el territorio de lo que hoy es la República de Costa Rica fue poco importante. La primera imprenta apenas ingresó al país en 1830 y la publicación de libros se redujo mayoritariamente a textos didácticos, políticos o religiosos. Las primeras producciones literarias empiezan a imprimirse, de manera esporádica y limitada, en los periódicos que se publican hacia mediados del siglo XIX, pero el único género que tiene algún desarrollo consistente antes de finales de siglo es el cuadro de costumbres, concebido a imitación de Mariano José de Larra y del costumbrismo español e hispanoamericano, como descripción o comentario humorístico, pintoresco o satírico, de las costumbres sociales y políticas.

Solo a finales del siglo XIX se aprecia ya una preocupación y un esfuerzo sistemático por producir una literatura nacional costarricense: esa preocupación está íntimamente ligada al esfuerzo por construir una identidad nacional, proyecto colateral a la construcción de la Nación y del Estado liberal en las últimas décadas del siglo pasado. El proyecto de convertir a Costa Rica en una Nación independiente de Centroamérica se consolida en 1848 con la declaración de la República. Ese proyecto solo fue viable gracias a los nuevos recursos y posibilidades de crecimiento que generaba el negocio de la siembra y exportación del café que se consolida hacia mediados de siglo, al mismo tiempo que se proclamaba la independencia de Costa Rica. La exportación de café a Inglaterra inicia una paulatina pero inexorable transformación económica, política y cultural del país. Con la inserción en el mercado internacional ingresa el progreso capitalista y la modernidad europea, aunque no todos los sectores de la población tuvieron igual acceso al control del Estado o a las bondades del mercado, el progreso y la modernidad.

Durante las últimas décadas del siglo XIX una oligarquía cafetalera, que había logrado consolidar su posición hegemónica en el interior de la joven república mediante el control del financiamiento, beneficio y exportación del “grano de oro”, procura consolidar también un Estado Nacional con sus correspondientes aparatos ideológicos uniformados bajo el signo del liberalismo político y del positivismo filosófico. Pero el dominio oligárquico en el interior del país es, a su vez, solo un reflejo del poder de las metrópolis industriales que dominan el mercado internacional: con respecto a ellas la oligarquía criolla aparece como un grupo subordinado, y la flamante nación se delinea como un pequeño país agrícola, dependiente y periférico con respecto a las relaciones de poder mundial.

Así, el proyecto de elaboración de un discurso nacional oligárquico, se gesta en medio de múltiples resistencias y contradicciones. En primer lugar, hay una tensión entre el proyecto civilizador de la oligarquía liberal y su modelo de cultura y realidad nacionales, frente a los choques y resistencias de los grupos subordinados cuyas culturas y formas de vida ese modelo tendía a reprimir, marginar o excluir. En segundo lugar, hay también una tensión en el propio proyecto nacional oligárquico, que oscila entre la identificación y la asimilación con los modelos metropolitanos –europeos al principio o estadounidenses más tarde– y el esfuerzo por consolidar la autoimagen de nación independiente y autónoma, con identidad y cultura propias e inalienables. De todo lo anterior se desprende una contradicción en los discursos y prácticas del liberalismo oligárquico, incapaz de conciliar su apego a la “tradición” heredada –que le garantiza la conservación de importantes privilegios– con las exigencias de modernidad y progreso capitalistas, que exigen el sacrificio de valores y costumbres tradicionales para insertarse con éxito en el mercado internacional. En este sentido la oligarquía se concibe como la abanderada de un proyecto civilizador, que aboga por la educación, el progreso y el liberalismo, enfrentada a lo que percibe como lastres tradicionales: los privilegios y dogmatismos eclesiásticos, o la ignorancia y las supersticiones populares. Estos hechos, sin embargo, tienden a generar también una relación compleja y conflictiva entre una cultura popular y campesina y la cultura de la elite urbana; entre una cultura en gran medida oral, tradicional y religiosa, por un lado; y una cultura de hombres letrados, ligada a las representaciones occidentales modernas de civilización y progreso burgueses, en la oligarquía o los grupos educados urbanos.

Al finalizar el siglo, la modernidad muestra una nueva faceta amenazante. Las crisis provocadas por el descenso de los precios del café en el mercado internacional; las repetidas intervenciones políticas y militares de los Estados Unidos en Latinoamérica, especialmente a partir de 1898; la consolidación en Costa Rica de un enclave bananero-ferrocarrilero más poderoso que el propio Estado nacional; llevan a sospechar que el progreso carga en su seno el germen de la enajenación: la sujeción del proyecto nacional a las demandas del proyecto globalizador de las metrópolis.

Las transformaciones provocadas por el proceso de consolidación del Estado nacional y la construcción de la Nación abarcaron todos los ámbitos. Las leyes, los códigos, la educación, la vida cotidiana, el imaginario colectivo, hasta el aspecto físico de la ciudad capital, cambiaban radicalmente. En las dos últimas décadas del siglo XIX se consolida la producción de héroes y gestas, himnos patrióticos, monumentos e instituciones; de una historia, una mitología, una cultura y una literatura nacionales. Se inauguran los monumentos –importados de Francia– que enaltecen la memoria del héroe y la gesta nacionales: la estatua de Juan Santamaría, erigida en Alajuela en 1891; el Monumento Nacional en conmemoración de la guerra de 1856, erigido en el Parque Nacional –hasta entonces Plaza de la Estación– en 1895. Se fundan también las instituciones encargadas de fomentar o conservar la cultura y el patrimonio nacionales: el Archivo Nacional (1881), el Museo Nacional (1887), la Biblioteca Nacional (1888), el Teatro Nacional (1897).

Paralelamente se desarrolla un acelerado proceso de urbanización que transformó en pocos años la ciudad de San José, eje transmisor del proceso de modernización del país. Un escritor norteamericano que visitó Costa Rica en los primeros años de este siglo describía a San José como “una metrópolis en miniatura”, y señalaba cómo a pesar de su pequeñez mostraba “signos de progreso por todas partes”: alumbrado eléctrico, tranvía eléctrico, telégrafos, teléfonos, ferrocarriles y un Teatro Nacional “tan hermoso y tan bien provisto como cualquier teatro de Nueva York”. No obstante, las fronteras que demarcaban los límites entre la incipiente urbe y los cafetales y potreros aledaños eran difusas; las costumbres y paisajes urbanos no se distinguían netamente de las tradiciones y parajes rurales que los circundaban y complementaban; la mentalidad urbana y los discursos de la modernidad letrada no habían roto por completo sus ligámenes con las culturas orales, la mentalidad rural, y los valores tradicionales o campesinos: si bien la ciudad se percibe como un campo de fuerzas e intercambios sociales distinto del mundo rural y campesino, lo que predomina en el imaginario cultural de los josefinos de principios de siglo, es más bien una compleja red de oposiciones e interrelaciones que enlaza y separa al mismo tiempo, la incipiente metrópolis y su entorno rural, la tradición y el progreso. El tema de las relaciones entre el espacio rural y el espacio urbano, como campos de fuerzas sociales que se oponen y entrelazan en compleja urdimbre, es uno de los más frecuentes en la literatura costarricense de principios del siglo XX.

Los diarios y las revistas culturales que se consolidan hacia finales de siglo, contribuyen también desde sus páginas, donde se confunden las noticias y producciones literarias nacionales e internacionales, donde se difunden las fotografías y grabados que van conformando una iconografía nacional, a crear el sentimiento de comunidad nacional compartida. La producción, importación y circulación de libros y folletos también sufre un cambio cualitativo a partir de 1880: desciende sustancialmente la proporción de textos oficiales y devotos, mientras aumenta el peso de las obras científicas, los ensayos sociales y las obras literarias. Junto a los textos de los escritores de moda en Europa, circulan a partir de 1890 los primeros libros de literatura nacional y los primeros libros anarquistas y socialistas, entre el escándalo de la Iglesia y los que velan por la tradición.

Por otra parte, la fundación de diversos teatros en las décadas que bordean el cambio de siglo (Variedades, Nacional, Moderno, América, Trébol, etc.), inscribió a Costa Rica en los circuitos de los artistas y compañías internacionales, que viajaban regularmente de gira por el continente americano. La presencia de las compañías fomenta el desarrollo de empresas, empresarios, aficionados y diversos tipos de público. En los bordes del siglo se estrenan también las primeras obras teatrales de autores costarricenses como Emilio Pacheco, Carlos Gagini, Ricardo Fernández Guardia, Daniel Ureña y otros, que procuran elaborar una dramaturgia nacional. Hacia principios de siglo se introduce también un nuevo tipo de espectáculo: el cine, cuya influencia en la modernización y transculturación del imaginario colectivo de las masas urbanas será fundamental durante todo el siglo XX .

La elaboración y puesta en escena del modelo nacional oligárquico corre a cargo de una elite letrada de intelectuales, políticos, maestros, historiadores y escritores, que en Costa Rica se acostumbra llamar con un nombre significativo: El Olimpo. Mientras los políticos se encargan de montar el nuevo Estado liberal, con sus leyes, códigos e instituciones en las dos últimas décadas del siglo XIX, los otros intelectuales se encargan de elaborar la nueva mitología oficial costarricense, con sus héroes, gestas y monumentos; con su historia, su cultura y su literatura nacionales.

A este grupo pertenece la primera promoción de escritores costarricenses, que la crítica ha venido a considerar como los “clásicos” de la literatura nacional: son los primeros que discuten sobre las posibilidades o características de esa literatura; los primeros que publican libros y revistas literarias; los primeros que elaboran modelos sistemáticos de representación literaria de la realidad nacional, partiendo de criterios de exclusión o distribución jerárquica de los discursos y los grupos sociales según los géneros y las funciones literarias. Constituye esta primera promoción –la llamada “generación del Olimpo”– una serie de escritores, nacidos en las décadas de 1850 y 1860, entre los que figuran Manuel de Jesús Jiménez (1854-1916), Pío Víquez (1850-1899), Jenaro Cardona (1863-1930), Manuel González Zeledón (“Magón”) (1864-1936), Carlos Gagini (1865-1925), Aquileo J. Echeverría (1866-1909), Ricardo Fernández Guardia (1867-1950). Algunos de esos autores y otros contemporáneos suyos, figuraron en el primer libro de contenido literario editado en Costa Rica: La lira costarricense, antología de poesía nacional en dos tomos publicados en 1890 y 1891. Con excepción de la poesía costumbrista de Echeverría la poesía de esta promoción no supera los viejos estereotipos decimonónicos del neoclasicismo y el neorromanticismo; es en la prosa donde aparecen los principales logros de esta promoción. Gran parte de los autores practicaron también el periodismo que tuvo un inmenso auge y difusión hacia finales de siglo: entre los periodistas descuella la figura de Pío Víquez, fundador de El Heraldo de Costa Rica, autor de artículos de costumbres, relatos de viaje y crítica social y política, cargados de ingenio, humor e ironía.