Brevísimos y otras historias - Pilar Altamira - E-Book

Brevísimos y otras historias E-Book

Pilar Altamira

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Beschreibung

El arte de los microrrelatos es un desafío para cualquier autor, pues se necesita unir reflexiones y sentimientos en pocas palabras. Pilar Altamira lo consigue de manera exitosa en "Brevísimos", en donde por medio de historias mínimas, desfilan gentes de Riaza, Segovia y otros lugares, con el fondo de una mirada relajada y finamente humorística sobre los seres humanos y los objetos. En su trabajo, la autora explica que: "El texto está dividido en dos, como las dos caras de una misma moneda, en este caso dos concepciones diferentes del arte de contar: una, la intimista y la otra, ´cara a cara´ con lo que sucede en nuestro entorno, ajeno a nosotros y, al tiempo, estrechamente relacionado con nuestro propio devenir."

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Seitenzahl: 86

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Pilar Altamira

Brevísimos y otras historias

 

Saga

Brevísimos y otras historias

 

Copyright © 2016, 2022 Pilar Altamira and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728374900

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

PRÓLOGO

Al contemplar un ejemplar de esos libros JOYA que se editaban hace años, concretamente el titulado “Máximas y Reflexiones” de Rafael Altamira, me surgió la idea de aceptar el desafío conmigo misma, escribir una serie de microrelatos, textos que apenas superaran una página sin perder el interés y la coherencia de su contenido. No es algo fácil y, por otra parte, no lo considero un género menor ante esas novelas interminables. Simplemente son impresiones, fruto de la observación, que se traducen en reflexiones rápidas, como indica el autor de la contraportada.

El texto está dividido en dos, como las dos caras de una misma moneda, en este caso dos concepciones diferentes del arte de contar: una, la intimista y la otra, “cara a cara” con lo que sucede en nuestro entorno, ajeno a nosotros y, al tiempo, estrechamente relacionado con nuestro propio devenir. Espero que susciten nuestro interés.

Sin más, me puse a ello y ¡aquí están estos Brevísimos!

La Autora

BREVÍSIMOS Y OTRAS HISTORIAS

REFLEXIONES DE UN GATO DIABÉTICO

Me llamo Leonardo. Mi raza es Bosque de Noruega, por parte de madre, con mezcla de angora. Mi piel es atigrada, marrón y gris y luzco una cola y un cuello muy peludos. Pese a mi pomposo nombre, no soy descendiente de ningún sabio ni de un famoso pintor ni de un emperador. Sí poseo un distinguido pedigree y la vida de algunos de mis antepasados transcurrió en las cortes de Viena o de Estocolmo. Allí paseaban majestuosos por los salones reales hundiendo sus patas en las mullidas alfombras, incluso hechos un ovillo en el regazo de alguna encopetada dama. He oído decir que en remotas civilizaciones, como en el antiguo Egipto, fuimos adorados como dioses. A mí tanto abolengo no se me ha subido a la cabeza; estamos en otros tiempos y yo soy un gato normal.

Bueno, normal no. Soy un gato diabético, peso nueve kilos y tengo diez años de edad bastante mal llevados. Mi enfermedad se detectó cuando, víctima de una sed insaciable, comencé a beber litros y litros de agua, caminaba por el pasillo dando tumbos y mis amos, asustados, decidieron llevarme al veterinario. Desde entonces, todos los días debo hacer ejercicio y cada doce horas tienen que inyectarme una dosis subcutánea de insulina. Eso, y la horrible comida para gatos diabéticos que me suministran, son los únicos reproches que puedo dedicarles. En verdad, mis amos son encantadores y yo soy consciente de no ser más que un pobre gato, pero he llegado a formar parte de su vida. Creo que nos necesitamos, entre nosotros existen lazos de amor que expresamos en una mirada, en una caricia o con un maullido. Por supuesto, yo intento modularlos para ellos lo más afinadamente posible y ellos saben distinguir cuando expreso cariño o disgusto, acercamiento o rechazo.

Soy testigo de su renuncia a cualquier plan con sus amigos si ello supone un obstáculo para mi tratamiento. Ni siquiera llegan a tomarse un par de días de vacaciones, y dejarme al cuidado de otra persona tampoco es una solución, mis nervios se disparan y comienzo a hiperventilar peligrosamente… Pese a todo, cada mañana me levanto a las seis y hago todo lo posible para que se despierten, suban la persiana y llenen mi cuenco.

Aquella noche en la casa reinaba la calma. Mis amos habían salido a dar un paseo buscando alivio al intenso calor veraniego. Ahora dormían acunados por la silenciosa penumbra del hogar. Yo permanecía despierto, encaramado en el alféizar de la ventana. Hacia tiempo que la inquietud alteraba mi sueño. Reflexionaba, día y noche sobre mi futuro y la situación en la que trascurría mi vida. A pesar del buen trato recibido, mi interior se rebelaba, un simple gato no podía interferir en las vidas de dos seres humanos. Noche tras noche contemplaba los saltos de mis compañeros por los tejados y escuchaba sus maullidos a la luna, el brillo de sus pupilas y mi cuerpo temblaba de envidia. Eran unos felinos libres. En aquel momento, tomé una decisión: no deseaba ser un obstáculo en la vida de dos seres humanos. Elevé mi cabeza al cielo, clavé la mirada en el plateado disco lunar y sin querer dirigir ni una sola mirada a la habitación que dejaba atrás, di un gran salto y aterricé suavemente sobre mis patas en el tejado vecino.

La figura fue perdiéndose en aquella jungla de tejas y chimeneas. En los rincones de la noche aún pudo escucharse el más hermoso de los maullidos. Leonardo había elegido la libertad.

UN VIAJE APASIONANTE

Mi viaje comenzó junto a una estrella. Iba descendiendo, dejando atrás nubes y meteoritos en un camino largo e intenso. Mi destino era algún lugar lejano y desconocido. Por de pronto, me encontraba en un medio cálido y silencioso, donde mi vida transcurría placentera hasta que un buen día esa paz se quebró y todo mi entorno fue presa de una gran conmoción. Las paredes se estremecían, bruscas sacudidas me zarandeaban de un lado al otro y apenas podía respirar.

Tras cortos momentos de calma, sobrevinieron aquellos espasmos cada vez más intensos. Una fuerza incontenible me empujaba hacia delante. No sabía qué era aquello ni hacia dónde me llevaba, pero sentí miedo. No quería abandonar aquél lugar tranquilo, aquellas paredes que me protegían de un exterior desconocido, quizá hostil.

En mi vano intento por mantenerme firme, una marejada líquida me arrastró hacia un túnel oscuro. Fue un tránsito difícil y doloroso. Al final, una luz intensa y frío, mucho frío. Oí rumores de voces, y me sentí sola y desprotegida, pero llena de esperanza. Ahora sí por vez primera, escuché con claridad el sonido de una voz humana:

¡MIRAD, UNA NIÑA!

UN OBJETO MUY ESPECIAL

Los objetos, al igual que los seres vivos, han tenido un origen y una trayectoria hasta llegar a su destino final. Algunos incluso encierran ciertos secretos.

Este objeto es pequeño y suave, se adapta a la mano mientras deslizo sin violencia sobre el papel la punta roma, sin duda desgastada por el uso, que asoma en el extremo de una envuelta de madera de un débil tono anaranjado que permite adivinar su antigüedad. Se trata del lápiz de dibujo de mi bisabuelo escultor y arquéologo. Lo sostengo entre mis dedos mientras pienso en sus orígenes, evoco el árbol que entregó su corteza para envolver esta fina barra de grafito y la mina subterránea que permitió la extracción de su riqueza.

Gracias a ellos, un hombre sensible pudo reflejar y conservar lo que veía en las páginas de su viejo cuaderno de campo: infinitas plantas arquitectónicas, bóvedas y capiteles perfectos en su geometría, bellas formas escultóricas e interesantes esbozos de rostros humanos. Acaricio la envejecida cubierta entelada, olfateo la madera y el lápiz parece trasmitirme algo del calor de la mano de mi antepasado.

Antes de volverlo a su lugar, junto al álbum, no puedo evitar un sentimiento de gratitud hacia la madre Naturaleza que colaboró desinteresadamente ofreciendo sus dones: la madera, el grafito para que el genio de un artista pudiera expresarse a través de este objeto que hoy reposa entre mis manos.

COSTURERA A DOMICILIO

Se llamaba SOL y pertenecía a esa triste legión de viudas, casadas o solteras necesitadas de un mínimo aporte económico para subsistir. ¿Alguien se imagina lo que supone acudir, cada día, a una casa diferente para hacer las mismas cosas? No se me borra su imagen: Sol era fea, desangelada, vestida humildemente, con unas gruesas gafas redondas que mientras cosía bajaban hasta la punta de su nariz, bajita y encorvada sin duda a consecuencia de la postura inclinada sobre la costura.

Llegaba temprano, desayunaba en la cocina y enseguida aparecía la señora de la casa, envuelta en su bata larga, con las órdenes precisas: Mire Sol, tiene que zurcir estas sábanas, y dar la vuelta a los abrigos del colegio de las niñas. No están los tiempos para comprar unos nuevos, es un buen paño y así podrán usarlos un par de años más. Recuerdo con horror aquellos abrigos de uniforme, azul marino con botones dorados, dados la vuelta veinte veces. Sin rechistar, Sol se sentaba en un taburete bajo, encorvaba la espalda y comenzaba su tarea. Si era mucha, se quedaba a comer y continuaba dándole a la máquina por la tarde. Apenas hablaba.

A veces, me paraba frente a ella hipnotizada por el giro de la rueda y el rítmico golpeteo de la máquina, y me preguntaba: ¿Qué pasará por su cabeza?, ¿cuántos abrigos coserá o descoserá a lo largo de la semana?, ¿no sentirá la tentación de dar una patada al taburete y destrozar la Singer?

MI HERMANA

A través de las ventanas, árboles y sembrados desfilaban veloces. Algunos campesinos saludaban agitando la mano al paso de las máquinas. Él iba pensando: “No me gustan los viajes y, sobre todo, no quiero dejarla sola”. Enfurruñado, pegó su cara al cristal. “Ella me lleva a todas partes y me enseña a portarme bien en publico, a pintar. Cuando hago algo mal, me riñe y yo me pongo serio; entonces ella me da un beso. Y yo la perdono”. Suspiró profundamente. “¡Es la más guapa del mundo!” Un momento de descanso y volvió a sus pensamientos. “