!Buenas noches, Miami! - Begoña Oro - E-Book

!Buenas noches, Miami! E-Book

Begona Oro

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Beschreibung

Cuando hace quinientos años Ponce de León llegó a las costas de Florida buscando la fuente de la juventud, jamás podría haberse imaginado que en ese territorio lleno de palmeras, extensos humedales e idílicas playas podría existir una grandiosa e indescriptible ciudad como Miami, con sus rascacielos y sus tiendas de ropa, con su brillante sol y su clima tropical, con sus colores incendiarios y sus cantantes melódicos españoles, y, sobre todo, con esa impresionante mezcla de culturas. Esa es la ciudad que descubre Begoña Oro en un viaje que le lleva a participar en la Feria Internacional del libro de Miami y a conocer su extraordinario paisaje humano, natural y artificial.

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Seitenzahl: 96

Veröffentlichungsjahr: 2015

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© Begoña Oro, 2014.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2015. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

CÓDIGO SAP: OEBO826

ISBN: 9788490565810

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Dedicatoria

A. M. (ANTE MIAMI)

MIAMI PLAYA

HURACANES

TURPITUD

SANGRE

PELIGROSONGO

CUMPLEAÑOS

M. (MIAMI)

AMOL

ARMARIO

DRESS CODE

RAZA

EXCLAMACIONES

DESPIERTA, MIAMI (MÁS EXCLAMACIONES)

HIPODERMIS

EXIT ONLY

PASEO

COCHES

RAÍCES

SKYLINE

COLORINCHIS

PLÁSTICO (SUCEDÁNEOS)

MÁS SUCEDÁNEOS

MIEDO

MÁS MIEDO

HUMEDAD

CÍRCULO

NO NAME HARBOUR

FAMILIA

STILTSVILLE

FUNDIR

SOL (SEARCHING FOR FRED NEIL)

ARGAMASA

STRIPTEASE

AMOR

ADIÓS

P. M. (POST MIAMI)

BUENAS NOCHES, MIAMI

FRÍO

PALMERAS

NO HE ESTADO EN MIAMI

AGRADECIMIENTOS

¡A FERNANDO SANCHO!

A. M. (ANTE MIAMI)

MIAMI PLAYA

En Zaragoza hay playa.

Puede que Salou figure en los mapas en la provincia de Tarragona, pero todo zaragozano que se precie sabe que Salou es parte de Zaragoza, como Cambrils, como Miami Playa. Allá, en esas playas de la Costa Dorada, acampan los matrimonios zaragozanos con la suegra, la pala, el Heraldo de Aragón y los niños, y echan el agosto.

Uno podría imaginarse a un zaragozano en tiempos de Cristóbal Colón, de vacaciones en Miami Playa, harto de suegra, críos y monsergas, que decide autorreclutarse para hacerse a la mar —cualquier cosa antes que seguir aguantando eso—; un zaragozano cabezudo con un casco a lo Hernán Cortés del tamaño del auditorio de Santa Cruz de Tenerife; un zaragozano que llega a la costa de Florida junto a Ponce de León y siente una punzada de remordimiento por los críos y la mujer, y entonces declama solemne al pisar tierra: «Lo llamaremos Miami», pero entonces le cruza fugaz el recuerdo de su suegra y masculla entre dientes «Bicho», y del desprecio se le cae la «o». Entonces todos repiten «Miami Bich, Miami Bich». Y ahí tienen además una etimología apócrifa de bitch, que en inglés es una mujer que da sucedáneo de amor a cambio de dinero.

Pero no. Miami Playa no es un pueblecito con ruinas romanas como, pongamos, Roda de Barà; ni es un pueblecito con iglesia románica como Calafell. Miami Playa no es ninguna villa antigua de cuyo nombre se acordara un oriundo de allí cuando llegó al extremo de ese moco que le cuelga a Estados Unidos, no.

Lo del zaragozano huyendo de la suegra a comienzos del siglo XVI, con un súbito arrebato nostálgico al pisar tierra, no pudo suceder por la sencilla razón de que Miami Playa no existía entonces. Miami Playa es aún más nuevo que Miami Beach.

La cosa fue al revés.

Un constructor visionario, una especie de Pocero, empezó a construirlo en 1952 al ladito de L’Hospitalet de l’Infant. El señor Esquius, se llamaba. Me gusta imaginar al señor Esquius en Miami Beach, volviendo la cabeza a cada «Excuse me», frunciendo el ceño mosqueado al oírse nombrado tantas veces, regresando a casa con una mujer cubana y clavando una sombrilla sobre la arena de una playa aún desierta, una playa por esconder tras bloques de apartamentos, mientras dice cariñoso a su mujer: «Lo llamaremos Miami, mi amol».

Pero me temo que tampoco.

Me temo que Marcel·lí Esquius no llegó a pisar suelo americano. Cuenta su hijo Jaume que su padre, una mañana de domingo, vio en el cine, en el No-Do, la noticia de un huracán que había pasado por Miami Beach. Días después, este constructor amante del ciclismo, el billar y la música se acercó a aquellas setecientas hectáreas por construir. Quizá al salir del coche, el viento le voló el sombrero. «Mare meva! Quin vent!», debió de pensar Marcel·lí. «Esto parece Miami Beach». Luego recogió el sombrero y, mientras lo arrugaba entre las manos, se quedó mirando el horizonte con ese inevitable aire soñador que se le pone a uno al mirar el mar y susurró: «Lo llamaremos Miami Playa». Si no fuera porque miraba hacia Mallorca, se diría que veía el Miami americano a través de la bruma tarraconense.

Y así nació Miami Playa.

Pero todo esto yo no lo sabía porque mi padre, aunque de Zaragoza, era más de llevarnos a congresos de química que a Salou, a Cambrils o a Miami Playa, lo que nos ha reportado mucha más familiaridad con los diagramas de Lewis que con la arena.

Sin embargo, yo tenía una compañera de clase, Carmen Pilar Sánchez, cuyo padre tenía un negocio de puertas, de puertas Fichet, que al parecer son menos dadas a congresos estivales, y Carmen Pilar veraneaba en Miami Playa. Nos lo repetía a la mínima ocasión, lo que me llevó a pensar que era algo de lo que era digno presumir. Yo me imaginaba a Carmen Pilar Sánchez, con nuestro uniforme gris de hebilla plateada, en un paisaje tropical entre palmeras y aguas turquesas, y no ocultaba mi admiración, porque entonces yo era tan inocente que mi corazón solo albergaba buenos sentimientos, no envidia. Carmen Pilar Sánchez —todo sea dicho— no me apeó de mi confusión. No creo que tratara de engañarme; simplemente se aprovechaba de mis sesgados conocimientos geográficos, tan amplios que llegaban hasta la costa de Florida, tan cortos que ignoraban aquella Miami Playa de la Costa Dorada.

Cuando pusieron en la tele Corrupción en Miami, me imaginaba a Carmen Pilar Sánchez jugueteando cual Lolita con la hebilla del uniforme (era incapaz de cambiarla de vestuario, solo de escenario), tomando un zumo con sombrillitas en una terraza junto a aquellos dos detectives buenorros, sobre todo Ricardo, que era el que más me gustaba, aunque tenía mis dudas sobre qué opinaría el señor Sánchez de un hombre que echa puertas abajo a patadas.

Ahora que me voy a Miami, cada vez que lo cuento los zaragozanos me preguntan con guasa, y envidia, que si a Miami Playa. Pero no, zaragozanos, me voy donde Sonny Crockett y Ricardo Tubbs, donde Horatio Caine, donde Alejandro Sanz, a Mayami, a 7.456,77 kilómetros de Miami Playa.

¡Chúpate esa, Carmen Pilar Sánchez!

HURACANES

No elegí ir a Miami.

Me llevan.

Confieso que, de haber podido elegir, habría escogido otro destino. Encima lo primero que he leído sobre Miami es que es una de las cuatro ciudades del mundo con más probabilidades estadísticas de ser devastada por un huracán. Lo es junto a Nassau, La Habana y Bahamas. No sé qué puesto ocupa cada una. Leo también que la temporada de huracanes dura hasta finales de noviembre, y yo viajo del 17 al 24 de noviembre. Me invade una sensación parecida a la de ser escorpio por los pelos: el secreto y no muy justificado orgullo de creerse peligroso o en peligro, que al final vienen a ser cosas más parecidas de lo que uno querría creer.

Que el equipo de fútbol americano de la Universidad de Miami se llame Hurricanes no ayuda demasiado a la hora de buscar información sobre mis posibilidades estadísticas de ser personalmente devastada durante mi estancia en Miami. Dejo atrás no sé cuántas páginas deportivas y por fin entro en la antipatiquísima página del Centro Nacional de Huracanes y en la del Centro de Predicciones Climáticas. Dudo si inscribirme para que me envíen un SMS en caso de alerta. Al final lo que hago es leer cómo actuar en caso de huracán, que básicamente consiste en meterse dentro de un armario con una almohada en la cabeza.

Hala, ya estoy lista.

El 23 de noviembre de 1969 hubo una tormenta que destrozó la iglesia que construyó el señor Excuse. El campanario se derrumbó sobre la propia iglesia de Miami Playa. Ciento veinte kilos de campana cayeron y, a su paso, destrozaron la escalera de caracol. La campana no llegó hasta el suelo. Se quedó —una señora gorda y culona entrando en un Seiscientos— atascada en el tercer descansillo. Justo a esa hora, a esa misma hora, había misa, pero se retrasó por la tormenta. Es por eso que nadie acabó de badajo. A falta de más episodios históricos, a esta ausencia de víctimas entre la feligresía lo llaman «el milagro de Miami Playa».

TURPITUD

Por fin tengo los billetes. Me indican que debo sacarme una especie de visado, la ESTA. Me mandan el enlace al formulario en inglés.

Nada más empezar veo que me piden que diga si tengo alguna enfermedad communicable, y que «comunicables» son la gonorrea, la sífilis, la lepra... La ESTA tiene aire de confesionario.

Luego vienen todas esas preguntas de si he matado o pienso matar a alguien. Hay en el enunciado una palabra que me llama la atención: turpitude. Brilla dentro de la interminable oración: «Have you ever been arrested or convicted for an offense or crime involving moral turpitude or a violation related to a controlled substance; or been arrested or convicted for two or more offenses for which the aggregate sentence to confinement was five years or more; or been controlled substance trafficker; or are you seeking entry to engage in criminal or immoral activities?». Destaca con ese brillo de denario romano, con esa inconfundible sonoridad del latín.

En la versión en castellano, veo que moral turpitude se traduce como «depravación moral». Sin embargo, en castellano turpitud es «torpeza». Me da por pensar que aquí tenemos un estándar moral más chusco. ¿Qué hay de malo en ser malo? Lo malo es la torpeza, lo malo es que te pillen. Por eso todas esas preguntas del visado sobre nuestros planes criminales no nos ofenden sino que nos suenan a chiste, y pensamos: «¿Que si voy a matar a alguien? A ti te lo iba a contar».

En Miami Playa, turpitud —torpeza— es mandar al abuelo con la sombrilla a que reserve sitio en la playa cuando sale temprano a por pan y que el abuelo ponga la sombrilla de cara al viento y salga volando (la sombrilla, se entiende, no el abuelo). ¿En Miami Beach, será turpitude —depravación— mandar al abuelo con la sombrilla con la perversa intención de quitar el sitio a honrados bañistas madrugadores mientras el resto de la depravada familia duerme a pierna suelta?

Tienen estos americanos una clasificación bastante exhaustiva de las cosas que implican (y las que no) turpitude. No implica turpitude conducir borracho, evadir impuestos por despiste, robar un coche solo para darte una vuelta, escapar de la cárcel, cometer incesto, mandar una carta obscena o suicidarse. «Intentar suicidarse», precisan. No sé si porque suicidarse sí implica turpitude o porque, prácticos como son, es inútil ya clasificarlo. Implica turpitude robar, evadir impuestos a conciencia, secuestrar, matar o violar a alguien, cometer adulterio o hacerse pasar por otra persona, y esto último me obliga a detener al abuelo, a ese impostor que finge ser bañista cuando solo es un comprador de pan. Se queda el impostor imaginario con la sombrilla en vilo, antes de clavarla en la arena, a punto de dar ese pequeño paso para el hombre y ese gran paso hacia la depravación moral.

Qué difícil debe de ser ser americano.

SANGRE

El imaginario popular de Miami se nutre de vísceras. La primera víscera, la más popular, es la del corazón, esa bomba de la sangre. En Miami viven Julio Iglesias, Paulina Rubio, Alejandro Sanz, David Bisbal y un montón de famosos más. Es por eso que casi no hay programa de