¿Buscando sexo? - novela erótica - Gloria Hole - E-Book

¿Buscando sexo? - novela erótica E-Book

Gloria Hole

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Beschreibung

Como mujer, haces todo para complacer a los hombres. Pensé en eso a las seis y luego las chicas mayores me dijeron qué clase de cosas las mujeres tenían que dejar para satisfacer a los hombres. Así que no, pensé entonces. Hoy soy mayor y tengo más experiencia de vida. He cambiado de opinión sobre ello. No tiene nada que ver con el hecho de que agrada a los hombres. Este es sólo el efecto secundario agradable. Me gusta hacer todas las cosas sucias y me gusta. En este sentido ... queridos hombres, mujeres y parejas. Asegúrese de pasar un buen rato y divertirse. *** Gloria Hole ganó su dinero con la prostitución casi toda su vida. Pertenece a la roca primordial, que todavía hace que los corazones de los hombres golpean más rápido. Con gran sensibilidad, entiende cómo transmitir sus experiencias a los jóvenes. Ella es conocida como un maestro para los jóvenes que quieren aprender las artes del amor. Con mucha pasión y deseo genuino, ella es parte de la profesión y todavía persigue su vieja profesión como pasatiempo. Muchos hombres han perdido su inocencia. Ella no es una escritora profesional. Más bien, es una preocupación privada el dejar que otras personas participen en estas historias de sexo o incluso animarse a ser activas. Mientras tanto, había escrito muchas historias de sexo sobre y para las personas de mente abierta sexual. El sexo y los cuentos eróticos en español, sin embargo, a partir de 18 años, son su gran pasión. Especialmente de las zonas: Analsex, Groupsex, Cuckold, Femdom, Outdoorsex, Swingersex, Wifesharing, Talk Dirty, Milf y Omasex. Para ellos no hay tabú. También le gusta escribir sobre hombres maduros y mujeres jóvenes, niñas de la escuela (las chicas son mayores de 18 años), el sexo por primera vez, los gastos, el amor y el amor de lesbianas. Erotic debe ser porno, sin censura y hardcore para ella. Escrito en un lenguaje claro y expresivo. Las historias de sexo deben ser para el lector como un porno para la cabeza. Esto es exactamente lo que está pasando en mis libros de sexo. Libros eróticos que el hombre y la mujer hacen afilados. Historias de sexo | sin censura | Historias eróticas | novela erótica | erotismo

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¿Buscando sexo? - novela erótica

Lobo ferozAnal con mi vecina maduraJessica y el club de ajedrezEl culo malditoFantasía de colegialaLa chica del Curso...Suegrita lindaEl LadronRecuerdos de Playa del Rebollo Guardamar del SegurLa colegialaPie de Imprenta

Lobo feroz

No eres más que una zorra calientapollas- le tenía que haber dicho, pero no, le he deseado buenas noches y me he despedido hasta mañana. Llevo el suficiente tiempo en las redes sociales para saber cómo funcionan, y sé que prima la paciencia. No me importa esperar, seguir una estrategia, acechar, confundir a la presa, como un lobo. Aunque ella ya no tenga la edad de Caperucita. Estos ojos y esta boca tan grandes, estas manos enormes y este rabo gordo son para hacerlo todo mucho mejor. Y no importa que luego venga el cazador, porque para entonces yo ya habré saciado mi hambre. Mientras llega ese día, que llegará, cierro el chat, me acomodo en mi sillón ergonómico, y abro a plena pantalla la foto tan sugerente que ella me ha enviado antes de decirme que sólo busca amistad. Viéndola lamer un helado con un cucurucho deliberadamente grande, con un escote ante el que la palabra vértigo se queda pequeña y mientras en el reflejo de sus gafas de sol puedo adivinar caer la baba del fotógrafo de turno, mi mano, subiendo y bajando, ayuda a que bajen las pulsaciones y se me pase el enfado. Ninguna cuarentona que busque únicamente amistad pone como foto de perfil una imagen en la que enseña más de media teta. Así de claro. Por eso estoy aquí de nuevo, y por eso está ella; porque soy su mejor opción, por cercanía, por físico, porque sé decir lo que ella quiere escuchar en cada momento, porque sé cuando calentarla y sacar su lado más sucio sin que lo parezca, porque no parezco tan desesperado como los demás por acostarme con ella, aunque lo esté. Costará, pero llegará ese momento más temprano que tarde en la que ella pida una cita. Tomar un café, pasear, charlar… todo quiere decir follar. Si no lo es, lo aparenta muy bien. Sólo hay que ver la forma de chupar la cucharilla con la que acaba de dar vueltas a su capuccino. Como en la foto con el helado. Si en una primera cita uno muestra sus puntos fuertes y esconde los débiles, ella me está demostrando que sabe utilizar muy bien la lengua. Además está la diferencia de estatura y la perspectiva y su costumbre de llevar sueltos los dos primeros botones de la blusa, que hacen inútil cualquier esfuerzo de mi imaginación. Y mientras la mayor parte de mi cerebro está concentrado en encontrar ese momento en el que los pezones se le marcarán en la brillante tela de su camisa, hay un reducto de mis neuronas que no han desconectado, que aun son capaces de reír sus pretendidas gracias, de contestar a sus preguntas y de presentarme como un buen partido. Al final quedamos en una cafetería, terreno neutral, pero cerca de mi barrio. No me lo dijo, que quedó claro que no quería que nadie la pudiera ver conmigo, y aunque no sé cómo tomármelo, tenerla en mi terreno me puede acabar favoreciendo. Nos hemos reconocido al instante, tampoco fue tan difícil. Habíamos intercambiado fotos, y el lugar tampoco estaba tan concurrido. No se lo diré nunca, pero tiene algún kilo de más para su estatura, aunque tampoco se pueda decir que es rellenita; el pelo corto, con un peinado moderno, parecido a uno de esos edificios de líneas arriesgadas construidos por genios de la arquitectura, pero teñido de un rubio excesivo que le hace parecer algo mayor de lo que me ha confesado. Si es que no se quita años, que todo puede ser. Lleva un anillo grande en su mano derecha, varias pulseras que asoman en el trozo de brazo que deja descubierta su chaqueta, tiene los ojos verdes, bonitos, la verdad, y un colgante negro a juego con el anillo que encamina mi mirada una y otra vez hacia sus pechos… No sé qué he dicho pero se ha echado a reír. Espontánea, estruendosamente, como si hubiera soltado el mejor chiste del mundo. Si lo he hecho no soy consciente. Tal vez sea el reducto estajanovista de mi cerebro. El caso es que mientras caminábamos sin rumbo ella se ha echado a reír, y se ha acercado tanto a mí que nos hemos rozado. He sentido el roce de su cuerpo en el mío, he sentido sus pezones corneándome en las costillas y me ha gustado. He estirado mi brazo y he rodeado su cintura. Seguimos caminando. No se separa, no tengo que retenerla abrazada, sólo va cambiando la inclinación de mi mano: de la cintura a la cadera, un leve giro y siento el tacto firme de su culo en mis dedos. Ya casi estamos. - ¿Por qué no me invitas a subir a tu casa?- preguntó de pronto. Ya hemos llegado. Nada más franquear la puerta la empujo contra la pared. La beso y ella se deja besar. Mis manos ansiosas recorren su torso sin saber dónde detenerse; ella suelta el bolso sin preocuparse de qué se le pueda romper. Nos besamos, nos lamemos, nos mordemos. Mi lengua hace una inspección profunda de su boca. Crecen su deseo y mi polla. Suelto los pocos botones que puedo soltar en su blusa. Dios, qué ricos… Bronceados, pecositos, algo caídos, cierto, pero apetecibles a más no poder. Aparto su chaqueta, su camisa y los sobo con ganas acumuladas. Me agacho ligeramente, cojo aire y me sumerjo en ellos. Beso, lamo, estrujo, inhalo, muerdo, aprieto, mamo… Mis sentidos se recrean en sus tetas. Ella tampoco se arruga y hace un buen rato que, por encima de las ropas, soba el bulto que crece en mi entrepierna. Trepo de nuevo hasta su cara y abrimos la boca al unísono para devorarnos. - Vamos… vamos- me apremia. Cuando bajo la vista para que los gestos de mis dedos resulten menos descoordinados, observo que ella ya ha soltado su pantalón y que me aguarda en tanga. A la mierda el preservativo. Suelto el cinturón, abro el botón, y sin esperar a que el pantalón se deslice por mis piernas, bajo de un tirón el calzoncillo y agarro mi polla. Ella la mira, no dice nada pero sé que le gusta: cabezuda, largura media, grosor generoso. Lamo su cuello, ella echa la cabeza hacia atrás sin prevenir el golpe que se dará en la nuca. Aparto con la mano izquierda la tela de su ropa interior mientras que con la derecha dirijo mi acometida. Ella apoya bien recta la espalda en la pared, contrae los músculos del culo y eleva las caderas; yo me encorvo, apoyo el pene en sus labios y repentinamente me elevo. Oh, si… ¿Por qué hemos perdido tanto tiempo chateando si era esto lo que deseábamos desde que intercambiamos el primer saludo? Estoy dentro, ella da un respingo y se muerde el labio. Me retiro levemente y vuelvo a empujar. Reímos. Un golpe más y nos convencemos de que aquello es real. Ritmo, trato de darle ritmo. Entro y salgo, salgo y entro. Apoyo mi frente en la suya, su mirada busca la mía. Empujo, empujo… Mi boca trata de encontrar algo de humedad en sus labios, pero éstos arden; toda ella arde. Sus dedos se entrelazan con los míos. Ella levanta la pierna, rodea las mías. Trato de mantener la cadencia. Sus manos se posan en mi pecho, peinan mi vello, me hacen cosquillas. Trato de no desconcentrarme; paso ligero, un, dos, un dos… Su calor se traspasa a mi cuerpo. Dentro, fuera, dentro, fuera. Nuestras bocas se encuentran, nuestros cuerpos chocan. Mis manos abrazan su espalda, busco su trasero, la levanto en el aire, bota sobre mi polla. Su braga rebelde me incomoda, ella la aparta de nuevo y aprovecha que sus dedos ya están ahí para estimular su clítoris. Yo sigo a lo mío. Su cuerpo me pesa, los brazos se me cansan, empiezo a sudar. O ella o yo. No puedo desfallecer, no ahora. Inicio una nueva tanda, entro, salgo, entro, salgo, entro… - Ay, sí, sí… así, no pares, sigue, sigue- empieza a farfullar entre gemidos. Un pequeño esfuerzo, una gran recompensa; si se corre yo tendré unos instantes para recuperar fuerzas. Agarro mejor su cuerpo, pongo más ímpetu. Empujo, empujo, pareciera que la quisiera empotrar en la pared. Se corre. Un último empentón y, sin salir, me retiro lo suficiente para no acabar preso entre sus convulsiones. Observo su cara, sus bonitos ojos se tornan en blanco y su boca abierta como si hubiese tenido una aparición. Hago que deje de levitar y la deposito en el suelo. Trastabilla, no sé si todavía le tiemblan las piernas o es que ha apoyado mal un tacón. Nos miramos y nos agradecemos mutuamente sin hablar. La beso; los dos tenemos que exigir a nuestras gargantas una dosis extra de saliva que poder intercambiar. Sigo bajando por su cuello y un aroma mezcla de perfume caro y sudor me embriaga. Después esos pechos… No los suelto, los junto, los subo, los bajo, clavo en ellos mis dientes y mis uñas. Levanto la vista, se muerde los labios con los párpados caídos. Se está calentando de nuevo, tengo que seguir mi viaje. Su vientre palpita, siento en mis labios el calor de su sangre yendo y viniendo. Su escaso y cuidado vello púbico, de un color que no acierto a definir me indica que ese debe ser el tono natural de sus cabellos. Estampo un morreo en sus labios, mi lengua se deleita con un retrogusto de orgasmo. Ella posa sus manos en mis hombros: primero me aparta, luego me atrae hacia sí. Bajo completamente sus bragas. - Vamos a ponernos cómodos- le digo. Ella escruta mis movimientos mientras le levanto una pierna, luego otra, saco sus zapatos, el pantalón busca una salida. Un pie, el otro y su tanguita está en mis manos. Lo huelo; cuando se marche se lo pediré de recuerdo. Deslizo su ropa por un suelo no demasiado limpio, confío en que sabrá perdonármelo. Después la blusa y la chaqueta, desnudo sus hombros, y finalmente emprenden el vuelo desde mi mano al montón de su ropa. Recoloco su cuerpo, la espalda apoyada en la pared, las piernas ligeramente separadas y flexionadas, que sus muslos sufran un poco. Luego vuelvo a su cuerpo. Un lametazo largo, sucio, de abajo a arriba para ponerla en preaviso. Escupo sobre su sexo, mi lengua extiende la saliva para darle un brillo especial. Gime. Entierro la cabeza entre sus piernas, se revuelve. La frente apoyada en la parte más baja de su tripita, la nariz aspirando el perfume de su vello, y los labios sobre los suyos. Mi lengua se cuela lo suficiente en su coño como para comprobar que quiere guerra, respiro, y vuelvo de nuevo. No sé cuanto dura su tortura, en cualquier caso demasiado para su cuerpo desentrenado. Es incapaz de mantener las piernas flexionadas, así que opto por pasar una de ellas sobre mi hombro, con su femoral bombeando en mi oído. Mis besos caen por su muslo, me concentro en su concha. Me ayudo de los dedos, separo sus labios. Rosáceo y tímido observo su clítoris. Inesperadamente soplo sobre él. Ella ríe, y presa de las cosquillas intenta cerrar las piernas. No le dejo, vuelvo a su pipa. Lo beso, lo lamo, trato de pinzarlo entre mis labios. ¿Cómo decía el cuento? Para comerte mejor… El tintineo de sus pulseras me avisa que sus manos se van a posar sobre mi cabeza, sus uñas rasgan mi cuero cabelludo. En esta postura estoy indefenso, ella ve a las claras que me falta pelo; en esta postura está indefensa, la veo deshacerse cada vez que mi lengua ataca su sexo. Gime, aplasta mi cabeza y gime. Cuando su respiración se acelera sé que es irreversible. Se corre de nuevo. Asisto en exclusiva a su orgasmo, su coño empieza a segregar flujos y mi boca bebe de ellos. Cuando me incorporo la beso. Su cara tiene la sonrisa inimitable de la felicidad. La giro y hago que se mire en el único espejo de cuerpo entero que tengo en casa y que teníamos casi enfrente. Su pelo algo más alborotado de lo que había previsto la laca, la cara colorada y el cuerpo brillante por el sudor. Le gusta lo que ve. A mí también. Me desnudo con prisas y contemplo nuestro reflejo en el espejo: dos perfectos incompletos. Sólo falta un detalle y ella se ha dado cuenta. Alarga la mano y agarra mi pene; algo crecido pero perdida la dureza. Sujeto su brazo a la altura de la muñeca y guío sus movimientos. Surte efecto, crece algo y se hincha como el pecho de un pollo. Ahora sí, aunque siempre se puede estar mejor. Cuchicheo en su oído, ella se detiene, me mira, una sonrisa pícara cruza su rostro y comienza a arrodillarse. - Ah…