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Un ardiente romance con un atractivo jeque. Daniyah Hassan pagó un alto precio por irse de su casa y desafiar a su padre. Ahora estaba divorciada y de regreso en Omán, lamiéndose las heridas y tratando de evitar un matrimonio concertado. A pesar de que Dani había jurado renunciar a los hombres, cuando el financiero rebelde Quasar Al Mansur hizo su aparición, se derritió. A Quasar la belleza de Dani y su vulnerabilidad le tentaron más allá de toda lógica. Aunque descubrió que estaba fuera de su alcance, no iba a permitir que la rencilla que llevaba décadas enfrentando a sus familias le impidiera conseguir lo que quería.
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Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Jennifer Lewis
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Caballero del desierto, n.º 2036 - abril 2015
Título original: Her Desert Knight
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6267-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Entrar a su librería favorita de Salalah era como estar en un capítulo de Las mil y una noches. Para llegar hasta allí, Dani tenía que atravesar el zoco local con sus pilas de zanahorias y repollos, los cajones de higos y dátiles y cruzarse con un montón de hombres ancianos vestidos con túnica y turbante. Y entonces llegaba a la tienda. La doble puerta de madera arañada tenía grandes remaches de metal incrustados, solo estaba abierta una pequeña sección, y tenía que cruzar la parte inferior de la puerta para llegar a la ahumada oscuridad del local. El humo era incienso, que ardía eternamente en un antiguo brasero colgado en una esquina, mezclado con el humo de la pipa que fumaba el anciano dueño de la tienda. Estaba sentado en una esquina pasando las páginas de un grueso tomo encuadernado en piel, como si mantuviera la tienda únicamente por su propio placer de leer.
Los libros estaban apilados en el suelo como las naranjas de los puestos de fuera. Ficción, poesía, tratados de navegación marítima, consejos sobre cómo montar a camello: todos en árabe, y la mayoría tenía al menos cincuenta años y estaba encuadernado en piel. Dani había encontrado allí varias joyas, y siempre entraba en la tienda con un cosquilleo de emoción.
Cuando cruzó el umbral y se llenó los pulmones con el fragante aire, se fijó en que había un visitante al que no conocía. La luz, que procedía de una única y estrecha ventana, arrojaba su brillo difuso sobre la alta figura de anchos hombros de un hombre joven.
Dani se puso tensa. No le gustaba la idea de que hubiera un hombre en su reino encantado de los libros. Últimamente no le gustaba que hubiera hombres en ningún sitio.
Pasó por delante del desconocido en su camino hacia la pila de libros que había empezado a investigar el día anterior, un lote nuevo de poesía que el dueño había comprado en un bazar de Muscat.
El hombre iba vestido a la manera occidental, con vaqueros, camisa blanca y unos mocasines de aspecto muy caro. Dani le miró con recelo cuando pasó por delante de él y luego se arrepintió de haber alzado la vista. Unos ojos azul oscuro ribeteados por negras pestañas se clavaron en los suyos. El hombre la miró desde lo alto de su aristocrática nariz y esbozó una media sonrisa. Una Dani más joven y estúpida habría pensado que era mono, pero ya no era tan tonta. Se preparó por si el hombre tenía la osadía de dirigirse a ella.
Pero no lo hizo. Sintiéndose algo decepcionada, se dirigió a la pila de libros. Y entonces descubrió que el que buscaba no estaba. Revisó la pila dos veces. Y luego las pilas de al lado.
Miró habría atrás y luego volvió a girar la cabeza al descubrir que el desconocido la estaba mirando fijamente. Experimentó una sensación de alarma. ¿Había estado mirándola todo el tiempo? ¿O acababa de darse la vuelta al mismo tiempo que ella? Le molestó descubrir que el corazón le latía con fuerza bajo la tela de su atuendo tradicional.
–¿Está buscando este libro?
Su voz, masculina y aterciopelada, hizo que diera un respingo, y Dani se reprendió a sí misma por estar tan tensa.
El desconocido le mostró el libro que ella estaba buscando. Una edición de los años treinta de Majnun Layla, del poeta persa Nizami Ganjavi, encuadernado en piel verde desteñida con letras de oro.
–¿Habla usted mi idioma? –las primeras palabras que salieron de su boca la pillaron por sorpresa. Su intención había sido decir que sí, pero se le produjo un cortocircuito en el cerebro. No había oído a nadie hablar su idioma desde que regresó de Nueva Jersey tres meses atrás.
El hombre frunció el ceño y sonrió al mismo tiempo.
–Sí, no me había dado cuenta siquiera. Supongo que he pasado demasiado tiempo en Estados Unido. O tal vez el instinto me dijo que usted también hablaba el mismo idioma.
–He vivido varios años allí –Dani se sonrojó. Su apariencia de estrella de cine resultaba desconcertante, pero trató de no juzgarle por su aspecto. Se aclaró la garganta–. Y sí, ese es el libro que estaba buscando.
–Es una lástima. Estaba a punto de comprarlo –sus facciones y su tonalidad parecían omaníes, pero la ropa occidental y los ojos del color del mar le otorgaban un punto exótico.
–Usted ha llegado antes –Dani se encogió de hombros y trató de fingir que no le importaba.
–Creo que no. Si usted sabía que estaba aquí y lo andaba buscando, está claro que llegó primero –sus ojos azules mostraron un brillo travieso–. ¿Lo ha leído?
–Oh, sí, es un clásico. Lo he leído varias veces.
–¿De qué va?
–Es una historia de amor trágica –¿cómo era posible que no lo supiera? Tal vez ni siquiera leía árabe. Tenía un acento raro, británico tal vez.
–A veces pienso que todas las historias de amor son trágicas. ¿Existe acaso algún final feliz?
–No lo sé. Mi propia experiencia no ha sido muy alentadora –le sorprendió pronunciar aquellas palabras. Había decidido mantener en secreto sus tormentos íntimos.
–La mía tampoco –el hombre esbozó una sonrisa–. Tal vez por eso nos gusta esta historia de amor trágica en la que todo el mundo muere al final. Así nuestros fracasos parecen menos terribles en comparación –sus ojos brillaban con amabilidad–. ¿Ha venido aquí para escapar de alguien?
–Así es –Dani tragó saliva–. De mi marido… exmarido. Espero no volver a verlo nunca más –seguramente no debería revelarle tantas cosas a un desconocido. El divorcio era algo poco frecuente y muy escandaloso en Omán.
–Yo también –su cálida sonrisa resultaba tranquilizadora–. Vivo en Estados Unidos, pero vuelvo a Omán cuando necesito salirme del carrusel y sentir la tierra firme bajo los pies. Siempre es tranquilizador ver lo poco que ha cambiado esto desde que me fui.
–A mí me resultó alarmante la primera vez que volví. Si no fuera por los coches y los teléfonos móviles, parecería que seguimos en la Edad Media. A mi padre y a mis hermanos no les gusta que salga de casa sin que me acompañe un hombre de la familia. ¡Es increíble! Como si no hubiera vivido casi nueve años en Estados Unidos.
El hombre sonrió.
–El choque cultural es muy fuerte. He vivido los cuatro últimos años en Los Ángeles. Me alegra conocer a alguien que está en la misma situación que yo. ¿Le gustaría ir a tomar un café?
Dani se quedó paralizada. Que un hombre le pidiera a una mujer ir a tomar un café era una proposición.
–Creo que no.
–¿Por qué no? ¿Cree que su padre y sus hermanos no lo aprobarían?
–Estoy segura de ello –el corazón le latía con fuerza bajo el conservador vestido. Una parte de ella quería irse con él a tomar aquel café. Por suerte, consiguió mantener aquel deseo bajo control.
–Déjeme al menos comprarle este libro –el hombre se dio la vuelta y se encaminó hacia el dueño de la tienda.
Dani se había olvidado de él, seguía enfrascado en su mundo en el rincón más alejado de la tienda. No parecía haber escuchado su conversación.
Quiso protestar e insistir en comprarse ella misma el libro, pero cuando reunió la compostura para acercarse, el dueño ya estaba envolviéndolo.
–Gracias –aceptó el paquete con una sonrisa forzada–. Tal vez debería invitarle a un café para agradecerle su generoso regalo –no era un libro barato, y si era ella la que invitaba no se trataba de una cita, ¿verdad? Tenía veintisiete años. No era precisamente una adolescente. Podía compartir un café con un hombre que vivía en Estados Unidos para matar el tiempo aquella aburrida tarde. Se le aceleró al pulso mientras esperaba una respuesta.
–Eso sería muy amable por su parte.
No tenía una mirada depredadora. No podía evitar ser tan guapo. Seguramente las mujeres interpretarían sus gestos de amabilidad por otra cosa. Pero ella no era tan estúpida.
Salieron al caluroso sol de la tarde y caminaron una manzana entera hasta llegar a una fila de tiendas modernas entre las que había un café nuevo. Tenía decoración occidental, lo que le resultó a Dani extrañamente tranquilizador.
El hombre retiró una silla para ella y Dani se sentó. Entonces se dio cuenta de que no sabía siquiera su nombre. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la oyera. El camarero estaba al final de la barra, muy lejos como para escuchar algo.
–Me llamo Daniyah… –vaciló. Tenía el apellido de su marido, McKay, en la punta de la lengua. Pero decidió no usarlo más. Aunque tampoco le parecía bien utilizar el de su padre, Hassan, al que había renunciado cuando se casó en contra de su voluntad–. Pero puedes llamarme Dani.
–Quasar –él tampoco dijo su apellido. Tal vez fuera mejor así. Eran conocidos, nada más. Y él se mostraba todavía más guapo a la luz del día, con la mandíbula fuerte y el pelo revuelto.
Dani apartó la vista al instante. La sangre se le alborotaba al mirar a aquel hombre.
–Tomaré un café con leche.
Quasar pidió en árabe.
–Yo también. Aunque supongo que ahora que estoy en Omán debería tomarlo solo con unos dátiles.
Dani se rio.
–Es horrible. A veces me muero de ganas de comerme unos nachos o un bocadillo.
–¿Volverás pronto a Estados Unidos?
La pregunta la pilló por sorpresa.
–No lo sé. No tengo muy claro qué voy a hacer –era un alivio ser sincera. Tal vez porque era un desconocido, decidió quitarse la máscara un rato–. Regresé aquí corriendo y ahora parece que estoy encallada, como si fuera un barco que se hubiera quedado varado por falta de viento para henchir sus velas.
Tal vez Quasar fuera el viento que estaba esperando. Aquella tarde estaba siendo lo más excitante que le había pasado desde su regreso.
–Así que necesitas una ráfaga de viento para volver a ponerte en camino.
–Algo así –Dani permitió que el brillo de sus ojos azules provocara una chispa en su pecho. El modo en que la miraba sugería que la encontraba atractiva. ¿Sería posible? La gente solía decirle que era guapa, pero su ex la había hecho sentir como la perdedora más fea del mundo. Se sentía extraña y desaliñada con aquella túnica suelta y los pantalones que se había puesto para resultar modesta, pero Quasar parecía no haberse dado cuenta.
–¿Tú por qué estás aquí? –le preguntó ella.
–He venido a visitar a mi hermano y a su familia. Y a tratar de reconectarme con mi cultura. No quiero perder mis raíces.
Tenía una sonrisa que desarmaba. Mirarle, ver cómo la camisa y los vaqueros le marcaban un poderoso cuerpo, le despertaba sentimientos que casi había olvidado que existían.
–Si quieres reconectar con tus raíces deberías llevar túnica –no podía imaginárselo con aquella prenda tradicional larga, blanca, con cinturón de cuerda y una daga ornamental colgada.
Quasar alzó una ceja.
–¿Crees que me quedaría bien?
Estaba coqueteando. Dani se encogió de hombros.
–No. Yo voy así vestida para no escandalizar a mi familia. Ya han tenido bastante.
Su mirada reflejó curiosidad, tal como Dani esperaba.
–No tienes pinta de provocar escándalos.
–Entonces, supongo que mi disfraz funciona. Estoy intentando encajar y volar por debajo del radar.
–Eres demasiado bella para conseguirlo.
Quasar hablaba bajo y el camarero no podía oírle, pero sus palabras la impactaron por su audacia.
–Aunque lleves el atuendo tradicional, se te ve la cara –continuó él–. Tendrías que tapártela para pasar inadvertida.
–O no salir nunca de casa, que es lo que le gustaría a mi padre. No sabe que estoy aquí ahora mismo. Cree que estoy en casa escribiendo poemas en mi cuarto. Tengo veintisiete años y estoy divorciada, y sin embargo tengo que salir a escondidas de mi casa como si fuera una adolescente.
Quasar se rio, y parecía que iba a decir algo, pero justo entonces llegó el camarero con los cafés. Dani observó su boca sensual mientras daba sorbos y se maldijo a sí misma por el centelleo de calor que notó bajo la ropa.
–Creo que ya estás lista para que esa brisa te infle las velas –dijo entonces Quasar.
–Sinceramente, no sé para qué estoy lista. Acabo de recibir la sentencia de divorcio.
Quasar alzó su taza.
–Felicidades.
Ella se rio entre dientes.
–Siento que tengo algo que celebrar.
–Todos cometemos errores. Yo tengo treinta y un años y nunca me he casado. Tiene que ser un error de algún tipo. Al menos eso es lo que me repiten mis dos hermanos, que están felizmente casados.
–¿Creen que deberías buscar a alguien y sentar la cabeza?
–Totalmente. De hecho, creo que no me van a dejar salir de Omán hasta que esté legalmente casado.
Dani se rio. Ya que sus hermanos no le animarían a casarse con una divorciada, podía relajarse. Podía admirar a Quasar sin tener que preocuparse de lo que pudiera pasar. Pero se sintió algo triste al darse cuenta de que era mercancía dañada, que estaba fuera del mercado.
–¿Y a ti qué te parece la idea?
–Me deja paralizado –afirmó Quasar–. Si estuviera hecho para el matrimonio, seguramente ya me habría casado.
–Eso es porque no has encontrado todavía a la persona adecuada.
–Eso es lo que me repiten constantemente.
–Es mejor esperar a la persona adecuada que tener que zafarte después por haberte equivocado –seguramente muchas mujeres irían detrás de él. De hecho, dos chicas se habían sentado en una mesa al lado de la suya y podía verlas mirarlos y cuchichear.
Aunque tal vez estuvieran cuchicheando sobre ella. Dani no sabía hasta qué punto conocía la gente su situación. Cuando volvió pensó que nadie la recordaría o a nadie le importaría lo que había estado haciendo, pero se le había olvidado que Salalah era una ciudad pequeña donde corrían los cotilleos. Se puso tensa y le dio un sorbo a su taza de café.
–¿A qué tipo de negocios te dedicas?
–A cualquiera que me llame la atención –Quasar la miró fijamente–. Me gusta meterme en terrenos nuevos y ser el primero en explorarlos. La tecnología de impresión en tres dimensiones es mi última incursión. Impresoras que pueden crear un objeto sólido. Va a ser toda una revolución. Imagina poder diseñar e imprimir unos zapatos nuevos desde tu propia casa.
–Parece divertido.
–Esta tecnología se está usando para imprimir tejido humano para operaciones con injertos de piel. Yo invertí dinero para ayudarles a desarrollar la tecnología. Acabo de vender mi parte.
–¿Por qué? Suena fascinante.
–Quería probar algo nuevo. Soy muy inquieto.
Así que aquella era la razón por la que no se había casado. Se aburría con facilidad y entonces buscaba algo nuevo y más emocionante.
–¿Tú a qué te dedicas? –Quasar se acercó más hacia ella.
A Dani se le aceleró el pulso. Aquello era una novedad. No pensó que volvería a sentirse atraída nunca por ningún hombre. Al menos aquella parte de sí misma seguía viva, aunque no iba a servirle de mucho. A Quasar le brillaron los ojos y Dani se preguntó si podría leerle la mente.
–¿Se trata de una ocupación secreta? ¿Trabajas para la CIA?
Dani se sonrojó. Había estado tan centrada en cómo había reaccionado su cerebro que se le había olvidado responder a la pregunta.
–Soy historiadora del arte, y mi último trabajo fue en Princeton. Soy experta en el antiguo Oriente Medio.
–Mesopotamia, Sumeria y Ur-Nammu –una tenue sonrisa asomó a sus sensuales labios.
–La mayoría de la gente pensaría en el antiguo Egipto.
–¿Te ha dado la impresión de que estaba presumiendo?
–Un poco –Dani contuvo una sonrisa. Su arrogancia y su seguridad en sí mismo resultaban atractivas–. Pero no te lo tendré en cuenta.
–Gracias. Deberías ver el museo que ha montado mi hermano. Ha construido un hotel en una antigua ubicación de la Ruta de la Seda.
–Eso parece la pesadilla de un historiador.
–¡Te gustaría! No quedaban más que unos cuantos trozos de muro en medio del campo, y él ha construido recreando el original y tratando de conservar la mayor parte posible. Los arqueólogos que excavaron el lugar encontraron algunas vasijas y figuritas pequeñas. Tal vez te resulten interesantes. Podríamos visitar el sitio juntos. Está cerca de Salalah en coche. Podríamos ir mañana.
Dani se quedó paralizada. De ninguna manera podría ir a ninguna parte en coche con un desconocido. Aunque pareciera encantador, educado y fuera tan guapo en realidad no sabía nada de él. Se lo podía estar inventando todo. Y además, su padre y sus hermanos se lo prohibirían.
–No puedo.
–Tal vez en otra ocasión, entonces. Deja que te dé mi número de teléfono.
Dani miró hacia las dos chicas que estaban en la mesa. Tenían la vista clavada en ella y en su acompañante. Seguro que se darían cuenta. Pero, ¿qué daño hacía si nunca le iba a llamar?
El corazón le latía con fuerza mientras le veía escribir el número con mano firme en una de las servilletas azules de papel.
–Estoy alojado en el hotel de mi hermano, aquí en Salalah. Está justo en la playa. ¿Tú dónde vives? Dani tragó saliva. Aquello se estaba volviendo peligrosamente personal.
–No muy lejos –se guardó la servilleta en el bolsillo–. Debería irme ya.
–Te acompañaré a tu casa.
–Oh, no, no hace falta. Quédate aquí y disfruta –Dani dejó unas monedas para pagar el café. Quasar se las devolvió con expresión de asombro y ella decidió una vez más evitar una escena y aceptar su invitación–. Gracias por el café.
Quasar se puso de pie a la vez que ella, y durante un instante Dani tuvo la sensación de que iba a intentar besarla. Todo el cuerpo se le puso en guardia mientras la adrenalina le recorría las venas. Entonces, Quasar le tendió la mano y ella se la estrechó.
–Y gracias por el libro.
–Llámame. Me gustaría ver esos objetos contigo.
Dani agarró su nuevo libro, se dio la vuelta y salió del café lo más rápido que pudo. Hacía meses que no se sentía tan viva. Años, incluso. Y todo gracias a aquel hombre.
Entró a toda prisa en casa. Su padre tardaría todavía en volver, pero quería llegar antes que sus hermanos regresaran de sus respectivas escuelas. Su hermano pequeño, Khalid, solía volver directamente a casa, pero el mayor, Jalil, se quedaba con frecuencia en la librería técnica de la escuela para estudiar los diseños de su último proyecto de ingeniería. Normalmente Dani les preparaba un aperitivo, pero aquel día no iba a tener tiempo. Apenas le llegó para dejar el libro en la habitación y guardar la servilleta con el teléfono de Quasar en un cajón antes de que se abriera la puerta y entrara Khalid.
–Me he echado una siesta –se inventó al ver que su hermano escudriñaba la encimera vacía de la cocina. Tal vez estuvieran empezando a depender demasiado de ella. Y no tenía intención de quedarse allí eternamente.
–¿Una siesta? ¿Por la mañana? Te estás volviendo una blanda.
Entonces escuchó la familiar llamada de su padre a la puerta. Aunque estuviera abierta, le gustaba que alguien lo fuera a recibir. Dani retiró el cerrojo y forzó una sonrisa radiante.
–Hola, padre –le besó en la mejilla. Como de costumbre, él le dio la misma importancia que al aleteo de una mosca–. ¿Qué tal el día?
–Igual que siempre –respondió con el mismo tono gruñón y la misma expresión sombría de siempre–. En este negocio hay demasiados estúpidos. Siempre buscando modos más baratos de hacer lo que lleva funcionando décadas.
Su padre era ingeniero, y le irritaban las nuevas tecnologías.
–Ayuda a Faizal a preparar una cena excelente esta noche, querida –Faizal era el cocinero que venía todas las noches. Su padre clavó la mirada en ella–. Un amigo mío se unirá a nosotros hoy.
–Estupendo. ¿Es un amigo del trabajo?
–No trabaja en mi empresa. Es un proveedor. Remaches y cosas así –siguió mirándola fijamente–. Ponte algo de un color que te vaya mejor. Dani se miró la túnica azul marino que había llevado puesta todo el día.
–¿Por qué?
–Ese azul no te favorece. Algo más brillante resultará más atractivo.
Dani se quedó sin palabras. Aquella era la primera vez que su padre opinaba sobre su ropa. ¿Tenía pensado emparejarla con su amigo?