Calle de sentido único - Walter Benjamin - E-Book

Calle de sentido único E-Book

Walter Benjamin

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Beschreibung

La prosa breve de Walter Benjamin hace mucho tiempo que forma parte del canon de los clásicos modernos. Ya se trate de un sello, de una alfombra persa o de un tiovivo, incluso los fenómenos más insignificantes pueden ser objeto en esta obra de la famosa imaginación intelectual de Benjamin, en busca de una comprensión más profunda del siglo XX. En cada fragmento se perciben las amenazas y catástrofes de la época… pero, al mismo tiempo, también la esperanza profunda de que todo sea, algún día, distinto y mejor. En la época actual en la que se publican con profusión las obras de grandes pensadores como Walter Benjamin, es muy oportuna la aparición de esta pequeña, pero gran obra, pues resulta un camino alternativo para entrar en la compleja obra del gran filósofo alemán.

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Akal / Básica de Bolsillo / 298

Walter Benjamin

Calle de sentido único

Traducción: Alfredo Brotons Muñoz

La prosa breve de Walter Benjamin hace mucho tiempo que forma parte del canon de los clásicos modernos. Ya se trate de un sello, de una alfombra persa o de un tiovivo, incluso los fenómenos más insignificantes pueden ser objeto de la famosa imaginación intelectual de Benjamin, en busca de una comprensión más profunda del siglo xx. En cada fragmento de esta obra se perciben las amenazas y catástrofes de la época… pero, al mismo tiempo, también la esperanza profunda de que todo sea, algún día, distinto y mejor.

En la época actual en la que se publican con profusión las obras de pensadores fundamentales como Walter Benjamin, resulta muy oportuna la aparición de esta pequeña, pero gran obra, pues puede convertirse en un camino iniciático para entrar en el complejo pensamiento del gran filósofo alemán, cuyas reflexiones iluminan nues­tro tiempo.

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Einbahstrasse

© Ediciones Akal, S. A., 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4091-0

Nota a la presente edición

A finales de 1924 se le ocurrió a Walter Benjamin la idea de reunir en un libro los aforismos que iba escribiendo durante años. Así es como nació este libro, titulado en alemán Einbahstrasse. Lo terminó en septiembre de 1926 y se publicó por primera vez en Alemania en enero de 1928.

El traductor ha utilizado las ediciones alemanas de Suhr­kamp Verlag (1955) y Fischer (2011) de la obra. Todas las notas a pie de página que aparecen en la presente edición son del traductor.

Esta calle se llama

calle de Asja Lacis[1],

nombre de aquella que,

cual ingeniero, la abrió

en el autor.

[1] Asja Lacis (1891-1979): actriz y directora de teatro letona. Revolucionaria soviética en 1917, contribuyó a la difusión internacional de la obra de dramaturgos como, entre otros, Bertolt Brecht. En 1924, buscando un clima favorable a los delicados pulmones de una de sus hijas, viajó a Capri; allí fue donde conoció a Walter Benjamin, con quien colaboró profesionalmente y, hasta 1926, mantuvo una relación sentimental. Detenida y deportada por la KGB, entre 1938 y 1948 permaneció internada en Kazajistán. En 1956 fue readmitida en el Partido Comunista de la Unión Soviética.

Gasolinera

En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones. Y ciertamente de una clase de hechos que casi nunca ni en lugar alguno han constituido la base de convicciones. En estas circunstancias, la verdadera actividad literaria no puede aspirar a desenvolverse en el marco literario: esta es más bien la expresión usual de su infructuosidad. La eficacia literaria significativa solo puede nacer del riguroso intercambio entre acción y escritura: ha de plasmar, en folletos, opúsculos, artícu­los periodísticos y carteles, las modestas formas que corresponden mejor a su influencia en comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Solo este lenguaje instantáneo se muestra activamente a la altura del momento. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite a las máquinas: nadie se sitúa delante de una turbina y la inunda de lubricante. Uno vierte un poco en roblones y juntas ocultos que se han de conocer.

Sala del desayuno

Una tradición popular desaconseja contar sueños por la mañana en ayunas. De hecho, en ese estado quien se ha despertado sigue todavía en el círculo mágico del sueño. Pues las abluciones no sacan a la luz más que la superficie del cuerpo y sus funciones motrices visibles, mientras que en los estratos más profundos, también durante la purificación matutina, la gris penumbra onírica persiste, es más, se consolida en la soledad de la primera hora de vigilia. Quien, sea por temor a las personas, sea por mor del recogimiento íntimo, rehúye el contacto con el día, no quiere comer y rechaza el desayuno. Evita así la ruptura entre mundo nocturno y diurno. Una precaución solo justificada por la combustión del sueño en un trabajo matutino concentrado cuando no en la oración, pero que de otro modo conduce a una confusión de los ritmos vitales. En esta situación el relato de sueños es infausto, pues la persona, aún a medias confabulada con el mundo onírico, lo traiciona en sus palabras y no puede por menos de esperar la venganza de este. En términos más modernos: se traiciona a sí mismo. Ha dejado atrás la protección de la ingenuidad onírica y queda desamparado al rozar, sin superioridad, sus visiones oníricas. Pues solamente desde la otra orilla, desde el pleno día, puede abordarse el sueño desde el superior recuerdo. Este más allá del sueño solo es alcanzable en una purificación análoga a las abluciones pero totalmente distinta de estas. Pasa por el estómago. Quien está en ayunas habla de los sueños como si hablara en sueños.

N.º 113

Las horas que contienen la forma han transcurrido en la casa de los sueños.

Sótano

Hace tiempo que hemos olvidado el ritual según el cual se construyó la casa de nuestra vida. Pero cuando se la ha de tomar por asalto y ya caen las bombas enemigas, qué de antiguallas esmirriadas y extravagantes no ponen estas al descubierto entre los cimientos. Qué no se enterró y sacrificó, todo entre fórmulas de encantamiento, qué espantoso gabinete de rarezas allá abajo, donde a lo más cotidiano le están reservados los pozos más profundos. En una noche de desesperación me vi en sueños renovando calurosamente amistad y fraternidad con el primer camarada de mis años escolares, al que hace décadas que ya no veo y del que tampoco me había acordado casi nunca en todo ese tiempo. Pero al despertar lo vi claro: lo que la desesperación había sacado a la luz como una detonación era el cadáver de ese hombre allí emparedado y que debería hacer que quien alguna vez viva aquí no se le asemeje en nada.

Vestíbulo

Visita a la casa de Goethe[1]. No recuerdo haber visto habitaciones en el sueño. Era una sucesión de corredores enlucidos como en una escuela. Dos visitantes inglesas ya mayores y un empleado son los comparsas del sueño. El empleado nos invita a registrarnos en el libro de entradas abierto sobre un pupitre junto a una ventana al final de un pasillo. Cuando me acerco, al ojearlo encuentro mi nombre ya anotado con letra infantil grande y desmañada.

Comedor

En sueños me vi en el gabinete de trabajo de Goethe. No se parecía en nada al de Weimar[2]. Ante todo, era muy pequeño y solo tenía una ventana. A la pared de enfrente estaba adosada por su lado estrecho la escribanía. Sentado ante ella escribía el poeta a edad muy avanzada. Yo me hallaba a un lado, cuando él se interrumpió y me dio como obsequio un jarroncito, una vasija antigua. Lo hice girar entre las manos. En la habitación hacía un calor tremendo. Goethe se levantó y pasó conmigo a la estancia contigua, donde se había dispuesto una larga mesa para mis parientes. Pero parecía calculada para muchas más personas de las que estos contaban. Sin duda estaba también puesta para los ancestros. Tomé asiento junto a Goethe en el extremo derecho. Concluida la cena, él se levantó con dificultad, y con un gesto le pedí permiso para sostenerlo. Al tocarle el codo me eché a llorar de emoción.

Para hombres

Convencer[3] es infructuoso.

Reloj regulador

Para los grandes las obras concluidas son menos importantes que aquellos fragmentos en los que el trabajo les lleva toda su vida. Pues solo al más débil, al más disperso, le produce una alegría incomparable la conclusión, y se siente con ello devuelto a la vida. Al genio cualquier cesura, los más duros golpes del destino, le sobrevienen como el dulce sueño en el celo de su taller. Y el círculo mágico de este él lo traza en el fragmento. «El genio es celo»[4].

¡Vuelve! ¡Todo perdonado!

Como uno que hace molinos en la barra fija, así de chaval hace uno mismo girar la rueda de la fortuna de la que tarde o temprano sale el premio gordo. Pues únicamente lo que ya sabíamos o practicábamos a los quince constituye un día nuestra attrativa[5]. Y por eso a una cosa nunca se puede poner remedio: no haber escapado a los padres de uno. A las cuarenta y ocho horas de intemperie, a esa edad se forma como en una solución alcalina el cristal de la felicidad de toda la vida.

Vivienda de diez habitaciones lujosamente amueblada

El estilo mobiliario de la segunda mitad del siglo xix únicamente lo ha descrito y analizado satisfactoriamente a la vez cierta clase de novelas policíacas en cuyo centro dinámico se halla el terror provocado por la casa. La disposición de los muebles es al mismo tiempo el plano de las trampas mortales, y la serie de habitaciones prescribe a la víctima el trayecto de su huida. Que precisamente esta clase de novela policíaca comience con Poe[6] –es decir, en una época en la que apenas quedaban ya viviendas de ese tipo– no prueba nada en contra. Pues sin excepción los grandes escritores ejercen su arte combinatorio en un mundo que viene tras ellos, tal como las calles parisinas de los poemas de Baudelaire[7] no existieron sino después de 1900, ni tampoco antes los personajes de Dostoievski[8]. El interior burgués de los años sesenta a noventa, con sus gigantescos aparadores rebosantes de tallas de madera, los rincones sin sol donde se alza la palmera, el balcón parapetado por la balaustrada y los largos corredores con la cantarina llama de gas, solo al cadáver le resulta adecuado como morada. «En este sofá la tía solo puede ser asesinada.» La inánime opulencia del mobiliario únicamente se vuelve verdadera comodidad ante el cadáver. En las novelas policíacas, mucho más interesante que el Oriente paisajístico es ese opulento Oriente de sus interiores: la alfombra persa y la otomana, el candil y la noble daga caucasiana. Tras los pesados kelims[9] arregazados, el dueño de la casa celebra sus orgías con los títulos bursátiles, puede sentirse un mercader oriental, un pachá embustero en el kanato[10] del embuste, hasta que una hermosa tarde esa daga de vaina plateada sobre el diván ponga fin a su siesta y a él mismo. Este carácter de la vivienda burguesa que tiembla esperando al asesino anónimo como una vieja lasciva al galán lo captaron algunos autores a los que, en cuanto «escritores de novelas policíacas» –tal vez también porque en sus obras se plasma una parte del pandemónium burgués–, se les han negado los honores merecidos. De lo que aquí se trata lo pusieron de relieve Conan Doyle[11] en obras aisladas y la escritora A. K. Green[12] en una gran producción, y con El fantasma de la ópera, una de las grandes novelas sobre el siglo xix, Gaston Leroux[13] contribuyó a la apoteosis de este género.

Productos chinos

En estos días nadie debe empeñarse en lo que «sabe hacer». La fuerza estriba en la improvisación. Todos los golpes decisivos se darán con la mano izquierda.

Un portón se abre al comienzo de un largo camino que conduce cuesta abajo a casa de..., a quien yo visitaba todas las tardes. Desde que ella se mudó, la abertura del arco del portón quedó ante mí como el pabellón de una oreja que ha perdido el oído.

No hay manera de que un niño en camisón de dormir salude a una visita que entra. Los presentes, desde su superior posición moral, intentan en vano persuadirle para que venza su mojigatería. Minutos después se presenta, esta vez en cueros, ante el visitante. Mientras tanto se había lavado.

La fuerza de la carretera es distinta si uno la recorre a pie o la sobrevuela en aeroplano. Así, también la fuerza de un texto es distinta si uno lo lee o lo transcribe. Quien vuela solo ve cómo la calzada se desliza por el paisaje, se devana ante sus ojos según las mismas leyes que el terreno circundante. Solo quien recorre la carretera a pie advierte el poder de esta y cómo justamente de ese terreno que para el aviador no es más que una llanura desplegada hace surgir en cada una de sus curvas lejanías, miradores, calveros y perspectivas, lo mismo que la voz del oficial soldados de una fila. Solamente el texto transcrito da órdenes así al alma de quien se ocupa de él, mientras que el mero lector nunca descubre las nuevas vistas de su interior tal como el texto, esa calzada que atraviesa su cada vez más densa selva virgen interior, las va abriendo: porque el lector obedece al movimiento de su yo en el libre espacio aéreo del ensueño, pero el transcriptor se deja mandar. De ahí que la copia china de libros fuera una garantía incomparable de cultura literaria y la transcripción una clave para los enigmas chinos.

Guantes

En la aversión a los animales la sensación dominante es el temor a que nos reconozcan al tocarlos. Lo que se asusta profundamente en el hombre es la oscura consciencia de que en él vive algo tan poco ajeno al animal inspirador de la aversión que este puede reconocerlo. — Toda aversión es en origen aversión al contacto. Incluso cuando uno se sobrepone a este sentimiento, solo es mediante gestos bruscos, desmesurados: el objeto de aversión es violentamente estrujado, devorado, mientras que la zona del más tenue contacto epidérmico resulta tabú. Solo así cabe satisfacer la paradoja de la exigencia moral que requiere del hombre simultáneamente la superación y el más sutil cultivo del sentimiento de aversión. No puede negar su parentesco bestial con la criatura a cuyo reclamo responde su aversión: ha de dominarla.

Embajada mexicana

Je ne passe jamais devant un fétiche de bois, un Bouddha doré, une idole mexicaine sans me dire: C’est peut-être le vrai dieu[14].

Charles Baudelaire

He soñado que estaba en México como miembro de una expedición científica. Tras medir una selva virgen de altos árboles, llegamos a un sistema de cuevas a flor de tierra en la montaña, donde desde los tiempos de los primeros misioneros se había mantenido hasta ahora una orden cuyos hermanos continuaba la labor de conversión entre los nativos. En una gruta central inmensa y rematada en punta a la manera gótica se estaba celebrando un servicio divino según el más antiguo rito. Entramos y presenciamos su fase culminante: ante un busto de madera de Dios Padre que se mostraba instalado a gran altura en alguna parte de una pared de la cueva, un sacerdote alzaba un fetiche mexicano. Entonces la cabeza divina se movió negando tres veces de derecha a izquierda.

Estas plantaciones se encomiendan a la protección del público