Calle de sentido único - Walter Benjamin - E-Book

Calle de sentido único E-Book

Walter Benjamin

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Beschreibung

  Comenzado cuando Benjamin conoce y se enamora de la revolucionaria letona Asja Lacis, a quien va dedicado, Calle de sentido único es un texto que inaugura una nueva forma de hacer literatura y de pensar la estética. Antes que una simple recopilación de clarividentes aforismos (sobre la realidad política de una Alemania de Weimar que hoy resuena siniestramente familiar o acerca de una sutil psicología del amor), este libro es un mapa urbano ordenado según la lógica de los escaparates de una galería comercial. La voluntad de Benjamin era, en palabras de su amigo Theodor Adorno, "contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y le entregaran su secreto". Y este secreto nos habla tanto de nuestra manera de relacionarnos con las cosas de la vida cotidiana como de los sueños que proyectamos sobre ellas: en los paisajes dibujados en los sellos y los billetes, en la fe del madrugador o en la experiencia de la infancia como la de un tiempo proyectado hacia el futuro. Benjamin encontró en Calle de sentido único una escritura que se emancipa del pretencioso "gesto universal del libro" y apuesta por un nuevo modo de entender lo estético en folletos y carteles, en archivos y catálogos, en la resistencia a desaparecer del efímero tiempo de la vida. Desde su publicación en 1928, su influencia no ha dejado de crecer.   "Un autor que conviene frecuentar para que no nos pase desapercibido lo más significativo del tiempo en el que nos ha tocado vivir." Fermín Herrero, Epicuro "Unas ediciones primorosas de sus memorias, libros de bolsillo o más bien breviarios […]. Un descubrimiento, una gratísima sorpresa." La Cultureta, Onda Cero "Una buenísima puerta de entrada a la obra de Benjamin para ese lector a quien quizá le asuste leer a uno de los pensadores más influyentes del siglo XX." Marta García, Cadena SER "[Junto a Infancia berlinesa hacia mil novecientos] Dos obras absolutamente maestras". J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo  

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SERIE MENOR, 4

Walter Benjamin

CALLE DE SENTIDO ÚNICO

TRADUCCIÓN DE RICHARD GROSS

EDITORIAL PERIFÉRICA

PRIMERA EDICIÓN: enero de 2021

TÍTULO ORIGINAL:Einbahnstraße

DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez

© de la traducción, Richard Gross, 2021

© de esta edición, Editorial Periférica, 2021. Cáceres

[email protected]

www.editorialperiferica.com

 

ISBN:978-84-18264-80-1

 

La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

 

 

 

 

Llámase ésta

calle de asja lacis,

nombre de aquella

que, cual ingeniera,

la abrió en el autor.

Estación de servicio

La construcción de la vida está en este momento mucho más dominada por el poder de los hechos que de las convicciones. Y de hechos que casi nunca ni en ninguna parte han devenido en base de convicciones. En circunstancias como éstas, la verdadera actividad literaria no puede tener la pretensión de desarrollarse en el marco literario; esto es, más bien, la habitual expresión de su infructuosidad. La eficacia literaria relevante sólo puede surgir en la estricta alternancia entre la acción y la escritura; debe plasmar en octavillas, folletos, carteles y artículos de periódico las formas más modestas, más acordes a su influencia en comunidades activas que el exigente gesto universal del libro. Sólo este lenguaje inmediato se muestra, en cuanto a eficacia, a la altura del momento. Las opiniones son para el aparato gigante de la vida social lo que el aceite para las máquinas; uno no se pone delante de una turbina y la riega con aceite: echa una pizca en remaches y ranuras ocultos que es preciso conocer.

Cuarto de desayuno

Desaconseja cierta tradición popular relatar los sueños en ayunas por la mañana. En efecto, el que acaba de despertar permanece todavía en la esfera mágica del sueño. La ablución no convoca a la luz más que la superficie del organismo y sus visibles funciones motrices, en tanto que en las capas más profundas, también durante el aseo matinal, la gris penumbra onírica persiste o incluso se consolida en la soledad de la primera hora de vigilia. Quien rehúye el contacto con el día, sea por temor a los humanos, sea para íntimo recogimiento, no quiere comer y desprecia el desayuno. De ese modo evita la quiebra entre el mundo nocturno y el diurno. Delicadeza ésta que sólo se justifica por la combustión del sueño en el concentrado trabajo de la mañana, cuando no en el rezo, ya que de otra manera lleva a confundir los ritmos vitales. En ese estado, referir el sueño es fatal, porque la persona, todavía medio confabulada con el mundo onírico, traiciona a éste con sus palabras y por ello ha de contar con su venganza. Dicho en términos más modernos: se traiciona a sí misma. Ha dejado la protección de la ingenuidad soñadora y ha quedado desamparada al rozar sus propias visiones oníricas, sobre las que no tiene dominio, pues sólo desde la orilla contraria, desde la claridad del día, debe abordar el sueño a partir del recuerdo superior. Ese más allá del sueño no puede alcanzarse sino en una purificación, que es análoga al lavado, pero completamente distinta de él. Pasa por el estómago. El ser, en ayunas, habla del sueño como si hablara dormido.

N.º 113

Las horas que contienen la forma

han transcurrido en la casa del sueño.

 

 

subterráneo

Hemos olvidado hace tiempo el ritual que presidió el levantamiento de la casa de nuestra vida. Sin embargo, cuando la asaltan y las bombas enemigas caen sobre ella, ¡qué escuálidas, estrambóticas antiguallas dejan éstas al descubierto entre sus cimientos! ¡Cuánto no quedó enterrado y sacrificado entre fórmulas mágicas! ¡Qué truculento gabinete de rarezas aparece allá abajo, donde los pozos más profundos están reservados a lo más cotidiano! En una noche de desesperación me vi en sueños renovando impetuosamente la amistad y la fraternidad con el primer compañero de mi época de colegial, a quien llevaba décadas sin ver y del que apenas me había acordado en todo ese tiempo. Pero al despertar lo vi claro: aquello que la desesperación había sacado a la luz como una descarga explosiva era el cadáver de ese hombre, que estaba emparedado allí y que tenía la función de impedir que quien allí habitara se le asemejase en algo.

vestíbulo

Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber observado las estancias en mi sueño. Era una sucesión de pasillos encalados como los de una escuela. Dos turistas británicas ya mayores y un guardián son los figurantes del sueño. El guardián nos invita a registrarnos en el libro de visitantes, abierto sobre un atril contiguo a la ventana, al final de un pasillo. Cuando me acerco y lo hojeo, veo mi nombre ya consignado en una tosca y abultada letra infantil.

comedor

En un sueño me vi en el estudio de Goethe. No guardaba ningún parecido con el de Weimar. Era, sobre todo, minúsculo y no tenía más que una ventana. A la pared opuesta se adosaba, por la parte estrecha, el escritorio. Sentado a él, el poeta, de provecta edad, estaba escribiendo. Yo estaba a un lado cuando interrumpió su tarea para regalarme un pequeño jarro, una vasija antigua. La hice girar entre mis manos. En la estancia hacía un calor abrasador. Goethe se puso en pie y me acompañó a un cuarto aledaño, donde habían dispuesto una larga mesa para mi familia. Pero ésta parecía calculada para muchas más per­sonas de las que la formaban. Sin duda, habían in­cluido también a los ancestros. Me acomodé en el extre­mo derecho, junto a Goethe. Cuando el banquete hubo terminado, el poeta se levantó trabajosamente, y yo, con un ademán, solicité permiso para ofrecerle sostén. Al tocar su codo, me eché a llorar de emoción.

Para hombres

Convencer es estéril.

Reloj patrón

Las obras acabadas tienen para los grandes menos peso que aquellos fragmentos por cuyo hilo el trabajo discurre durante toda su vida. Concluir una obra sólo colma de una alegría incomparable al débil, al distraído, que por ello se siente devuelto a su vida. Al genio, cualquier cesura, tanto los duros golpes del sino como el dulce sueño, le sobrevienen mientras se desempeña con celo en su taller, cuyo perímetro de acción él traza en el fragmento. «El genio es celo.»

¡Vuelve! ¡Todo perdonado!

Como el que da una vuelta gigante en la barra fija, así el joven hace girar la rueda de la fortuna, de la que tarde o temprano sale el premio gordo. Sucede, pues, que únicamente lo que ya sabíamos o practicábamos a los quince años constituirá un día el acervo de nuestros atractivos. Y hay por ello una cosa que no se puede remediar jamás: haber perdido la ocasión de fugarse de la casa de los padres. A esa edad, cuarenta y ocho horas habiendo estado abandonados a nuestra suerte cuajan, como la sosa cáustica, en el cristal de la felicidad existencial.

Vivienda de lujo amueblada, de diez habitaciones

El estilo mobiliario de la segunda mitad del siglo xix sólo ha sido descrito y analizado satisfactoriamente por cierta clase de novela policíaca en cuyo centro dinámico figura el terror de la vivienda. La disposición de los muebles es a la vez el plano de las trampas mortales, y la sucesión de las estancias dicta a la víctima el trayecto de la huida. Que esta clase de novela policíaca comience precisamente con Poe –es decir, en un momento en que tales residencias ya apenas existían– nada dice en su contra, pues, sin excepción, los grandes escritores practican su juego combinatorio en un mundo que viene después de ellos, tal como las calles parisinas de los poemas de Baudelaire son posteriores a mil novecientos o los personajes de Dostoievski no preceden a éste. El interior burgués de los años sesenta a noventa, con sus gigantescos aparadores profusos en tallas de madera, los rincones sin sol donde está la palmera, el mirador parapetado por la balaustrada y los largos pasillos con la llama cantarina del gas, es una residencia únicamente adecuada al cadáver. «En ese sofá, a la tía sólo pueden asesinarla.» La desangelada opulencia del mobiliario no se vuelve confort de verdad sino ante el cadáver. Mucho más interesante que el Oriente paisajístico de las novelas policíacas es ese exuberante Oriente de sus interiores: la alfombra persa y la otomana, la lámpara colgante y la noble daga del Cáucaso. Tras los pesados y recogidos kilims, el dueño de la casa celebra sus orgías con los títulos de valores, puede sentirse mercader oriental o pachá patrañero en el kanato de la patraña, hasta que una hermosa tarde aquella daga de plateada vaina sobre el diván pone fin a su siesta y a su vida. En este carácter distintivo de la vivienda burguesa, que espera tan estremecida al asesino anónimo como la vieja salaz al amante, penetraron algunos autores que, denominados «escritores policíacos» (quizá también porque en sus obras se configura una parte del pandemónium burgués), no han recibido los honores que les corresponden. Lo que se trata de captar aquí lo exhibieron Conan Doyle, en obras sueltas, y la escritora A. K. Green, en una gran producción, y fue Gaston Leroux quien con El fantasma de la ópera, una de las grandes novelas sobre el siglo xix, llevó el género a la apoteosis.

Chinerías

En estos días nadie debe empeñarse en lo que «sabe hacer». Es en la improvisación donde radica la fuerza. Todos los golpes decisivos se darán con la mano izquierda.

Hay una portalada al comienzo del largo camino que lleva, cuesta abajo, a casa de …, a la que yo visitaba todas las noches. Cuando ella se mudó, el vano del arco de la portalada se me presentaba como el pabellón de una oreja que hubiera perdido el oído.

Imposible convencer al niño, en camisa de dormir, de que salude a la visita que entra. Los presentes, desde el superior punto de vista de las buenas costumbres, le insisten para vencer su pudor, mas no lo consiguen. A los pocos minutos reaparece, esta vez completamente desnudo, para mostrarse ante el visitante. Había ido a lavarse.

La fuerza de la carretera es distinta según uno transita por ella a pie o la sobrevuela en aeroplano. Asimismo, la fuerza de un texto es diferente según uno lo lee o lo transcribe. Quien vuela sólo ve cómo la carretera se desliza por el paisaje; se desovilla, para él, según las mismas leyes que la topografía circundante. Sólo quien transita por ella a pie experimenta su poder y el modo en que, de aquel mismo terreno que para el aviador no es más que llanura desplegada, saca, con voz de mando y en cada uno de sus giros, distancias, belvederes, calveros y perspectivas, de manera idéntica a como la voz del comandante hace salir a los soldados del frente de batalla. Así pues, únicamente el texto transcrito manda sobre el alma de quien está ocupado en él, mientras que el mero lector nunca llega a conocer las nuevas vistas de sus adentros que el texto va abriendo, aquella carretera por la selva virgen interior que se espesa una y otra vez: el lector obedece al movimiento de su yo por la libre región aérea de la fantasía, en tanto que el transcriptor lo somete al mando. De ahí que la práctica china de copiar libros fuese un aval incomparable de cultura literaria, y la transcripción, una clave para acceder a los enigmas de la China.

Guantes

En la repugnancia a los animales, la sensación dominante es el miedo a ser reconocido por ellos en el contacto. Aquello que se horro­riza en lo profundo del ser humano es la oscura conciencia de que dentro de él vive algo que es tan poco ajeno al animal repugnante que éste podría reconocerlo. Toda repugnancia es, en su origen, una repugnancia al contacto. Para sobreponerse a ese sentimiento sólo cabe el ademán impulsivo, desmesurado: abra­zará lo repugnante con vehemencia, lo devorará, mientras la zona del más delicado contacto epidérmico permanece tabú. Únicamente así se puede satisfacer la paradoja de la exigencia moral que reclama al ser humano la superación y, a la vez, el desarrollo más sutil del sentido de la repugnancia. No puede negar el parentesco bestial con la criatura a cuya llamada su repugnancia responde: ha de adueñarse de ella.

Embajada mexicana

Je ne passe jamais devant un

fétiche de bois, un Bouddha doré,