Caminos - Lucía Florinda Villalba - E-Book

Caminos E-Book

Lucía Florinda Villalba

0,0
5,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Venimos de un rancho (porque no fue un ranchito sino RANCHO) de barro y paja brava, fresca casa en tiempos llenos de risas, faltó de todo y cualquier cosa estaba de más. Venimos desde el fondo de muchas necesidades, las paredes de barro, el techo de paja y el piso sólo tierra, pero tierra limpia, tierra que sanaba los pies descalzos. Los pies descalzos, la pisada firme y la mirada feliz.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 249

Veröffentlichungsjahr: 2019

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Villalba, Lucía Florinda

Caminos / Lucía Florinda Villalba. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-761-858-7

1. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

En memoria de mi padre

y mi hermano a quienes Dios llamó.

Dedicado a mi madre, mis hijas

y sobrinos todos, especialmente a Mauricio

Agradezco a mis hermanos por su apoyo.

LA PARTIDA SIN REGRESO

¿Cómo empezar? Si no sé qué escribir…

Una llamada decía

–Totón está en peligro fue a dormir anoche y hoy no despierta –

–Oh, debe estar pasado de borrachera, ya despertará–.

–No entendés, no despierta, lo intentaron, lo bañaron y llamaron a la ambulancia, está en la guardia del hospital con respirador–

Al oír y comprender una nube negra copó mi corazón sentía que algo me oprimía la garganta y no podía llorar.

¿Qué me ofuscaba? Y ese presentimiento que más que un presentimiento era seguridad y certeza que un final llegaría y Totón ya estaba en camino a la luz sin fin.

Ese mismo nudo hoy aprieta mi garganta y la misma tristeza, el mismo dolor de la partida me oprime.

Fui al hospital, la guardia, las ambulancias. La gente sentada en algún lugar donde podía, esperaba compungida porque en los hospitales la miseria es peor que en cualquier nosocomio.

Allí el desamparo es el primer omnipresente. Mi cuñada, sus hijos, mi madre, mis otros hermanos con la mirada desolada, yo no me atrevía a preguntar siquiera, no quería verlo, pero me empujaron a la sala de guardia, había varios enfermos y solo miré a mi hermano, era solo su cuerpo, sus ojos cerrados y su boca, su hermosa boca de labios carnosos sensuales que a tantas mujeres cautivó, estaba violentado por los tubos del respirador.

Volví a mi casa con la desazón marcado en el rostro y mi llanto estremeció la habitación inundando todo, debía gritar y pedir auxilio a mi Dios o no resistiría al dolor.

Mi hermano, el primer hermano cuando yo sola estaba con mis padres llegaba él, el primero. Mi primer compañero. El PATRÓN DE LA CASA decía mi padre y yo torpe para hablar con mis 21 mes de nacida, lo llamaba TOTÓN, el primero que vi llegar y era el primero que vi partir.

Ave canora, su corazón y su alma de poeta.

Su guitarra formaba parte de su piel.

Su canto y sus arpegios volaba por los senderos, montes y ríos, por los pueblos en peñas de amigos, por los cañaverales o blancos algodonales.

Toda su alma, su mente, su corazón enamorado de su familia, de su Dios.

Enamorado de sus sueños de bogar en su canoa, pescando, remando, nadando.

Su ímpetu de aventuras trabajando en donde nadie iría, todo él, TOTÓN… Quedan aquí en cada persona que lo conoció cada lugar que pisaron sus pies.

El monte, el campo, los esteros lo ven pialando, enlazando, persiguiendo a la caballada.

El pescadero de Totón seguirá llevando su nombre.

Los algodonales donde trabajó ya no están, pero él busca otros de nubes.

Ya no temen los carpinchos, ni liebres, el mariscador ya no caza.

Ya no temen las abejas, el melero cantor ya no le toma un poco de su miel porque todo él es miel.

Sus compañeros de trabajo lo extrañarán y más que un amigo o conocido, vecino o cualquiera en aprietos lo extrañará, arreglaba sus autos, motos porque aquel cantor guitarrero, no solo era poeta, cantor, su aventura incluía mecánica, carpintería, albañilería junto a su amada esposa, a la par. Las mismas ansiedades, las mismas virtudes.

Allí estaba, en esa cama de hospital entregado, hasta parecía tener paz y si hubiera hablado me hubiera dicho:

–Lucita, tranquila… tranquila hermanita– cuando mis lágrimas mojaban su frente.

Mi madre… tan linda ella, dulce en su santidad parecía una flor mustia devastada a la que hubieran olvidado regar su planta. Se aferraba a su fe en Dios igual que yo y el resto de mis hermanos.

Yo imploraba a Jesús y María Santísima aceptación y fortaleza para todos, que todos aceptaran aquella santa voluntad de Dios.

Mi dolor no tenía límites ¿cómo aceptar? ¿Cómo verlo así? Aquella angustia que me apretaba el esternón me oprimía la garganta y se ahondaba por el estómago recorría todas mis vísceras, se instaló para siempre aquella mañana.

¡El Zorzal, Mora! Moraju! estaba a punto de partir, las cadenas de oraciones estaban a la orden. Sus amigos cantores, trabajadores, sus amigas, llegaban querían saber ¿qué pasa con Totón?, Santito para sus jefes, Mora para sus hijos, Morita para sus amigos, TOTÓN para su madre y sus hermanas partió al lugar sin mal el 14 de julio.

PRIMEROS RECUERDOS DE INFANCIA

En aquel paraje lejano llamado La Margarita comienzan mis primeros recuerdos.

Saliendo de La Leonesa, el pueblito más cercano, seguíamos por el camino largo pasábamos por el basural y avanzábamos hasta llegar al puente Paso Paloma sobre el río Quiá y como una cinta larga se extendía el camino.

En carro jardinera tirada por caballos o montados en caballo seguíamos disfrutando la naturaleza, no había rutina en aquel camino ya que no lo recorría muy a menudo hasta llegar a la edad escolar, recorrerlo era una aventura. Llegábamos a un portón hacia la derecha, allí se extendía otra senda siempre de tierra con árboles de distintos tamaños y distintas formas yo me divertía dándole una forma una fantasía a cada rama, soñaba alcanzar con las manos un nido de pajarito y acariciar un pichón o un huevito, sonrío al recordarlo.

Nos internábamos en ese camino varios kilómetros, al entrar a pocos metros la casa de unos moradores, amigos de mi infancia y de toda la vida. De barro y paja, fuerte, digno se erguía la casa y era bello saludarnos y jugar un poco o pedir un poco de agua, aunque no tenían heladera siempre estaba fresca.

Era la familia Soteras. A menudo las madres irían al pueblo a comprar provisiones y los niños, María Paula y María Inés que eran un poquito mayores a mí, quedaríamos en esa casa esperando.

Seguíamos el camino hasta llegar a otro establecimiento no de ladrillos, siempre de barro y rodeados de árboles y un gran corral de vacas, bueyes, y caballos. Era el puesto de la compañía azucarera Las Palmas de la cual era empleado mi padre.

Aquel puesto estaba a cargo de la familia Ramírez también empleados de la compañía.

Después de tanto camino solitario era bueno encontrar vecinos y saludarnos. Unos pocos kilómetros más adelante siempre a la derecha pasando un patio amplio de tierra se hallaba el rancho donde vivíamos, era nuestro nido, porque en aquellos lares, éramos como pájaros libres al viento, corriendo, jugando, soñando, trepando a los árboles.

Por aquellos tiempos estábamos: la primera hija del matrimonio de Librada y Damián, quien escribe, Lucía. Mi hermano Totón a quien puse su apodo debido a mi poco hablar a temprana edad, Zuly y Nené.

MI RANCHO

Venimos de un rancho (porque no fue un ranchito sino RANCHO) de barro y paja brava, fresca casa que en tiempos llenos de risas, falto de todo y cualquier cosa estaba de más.

Porque nada más faltaba para ser feliz que el tierno cuidado de mamá, las oraciones en cada noche frente a los santitos y la foto de María Santísima.

No faltaba nada más que el sudoroso pan que ganaba papá.

En la chacra, el choclo, zapallo, mandioca y toda verdura.

Corríamos por el campo y buscábamos nido de Pilincho o de Tero.

Venimos desde el fondo de muchas necesidades, las paredes de barro, el techo de paja y el piso sólo tierra pero tierra limpia,

tierra que sanaba los pies descalzos, el patio amplio que en los

días de lluvia jugábamos a quien reconocía la gota más grande y cuando éstas dejaban de caer salíamos a ver quién dejaba mejor marcado sus pies en el barro y quien no resbalaba.

Los pies descalzos, la pisada firme y la mirada feliz.

¡Era tan linda mi casa de barro!!! con olor a pasto, a palo borracho,

al aromo con sus flores amarillas!

Acostumbrábamos a tener cada uno sus animales preferidos a modo de mascota, Totón y yo, los mayores.

Mi yegua: la Tordilla, su yegua: la Puchina, mi gallina, su gallina, hasta que no recuerdo cómo llegó una cerdita, de color rojiza, su “Chanchita”. Ambos éramos solidarios entre nosotros, hacíamos yunta brava y si por desgracia alguna gallina suya o mía paraba en la olla, no debíamos enterarnos o ninguno de los dos comía.

Cierto día, llegando ya la nochecita comíamos un trozo de pan y su “chanchita” tan cercana a nosotros, le arrebató su trozo de pan. El pan no faltaba, pero era escaso y duro conseguirlo, mi padre que observara de lejos la escena arrojó un palo al animalito sin ánimos de acertar sólo ahuyentarla tal fue la desgracia de Chanchita que el palo pareció girar en el aire y pegó justo en su cabeza.

Desazón de todos … papá pidiendo perdón, nosotros llorando… ¡Chanchita fue a parar a la parrilla!!!

– ¡yo no voy a comer! –

–yo tampoco– y el llanterío seguía.

Nuestros padres comprendían y debieron aceptar nuestro ayuno.

En aquella otra ocasión fue de mañana.

Mamá salió temprano al puesto cercano, ayudaba a ordeñar las vacas y se ganaba la leche que nos traía para nuestro consumo.

En la casa quedábamos a nuestro propio cuidado siendo un primo mayor que había llegado a la casa con la misión de ayudarnos y próximamente iríamos a la escuela juntos, yo pisaba la edad escolar, él, Julián y yo como mayores seríamos los responsables del resto de la población menuda, Totón siempre de mucho carácter no quería obedecer órdenes y yo como mayor pretendía mandar la tribu, como decía mi abuela se desconocieron los indios y tamaña pelea se armó.

_ ¡tené que barrer el patio vos Totón!

_ ¡yo no! –

– ¡Te digo que sí! – insulto va, insulto viene arrojó una lata aplastada por el tiempo y de punta embistió a mi bella y enorme cabeza dejando caer un hilo de sangre y mi llanto estalló en gritos.

El alboroto fue general y todos acusaban a Totón yo ponía agua en mi cabeza y así me encontró mi madre al regresar como un pollito mojado y ensangrentado ya que como sabemos, la cabeza sangra mucho y además le había arrojado agua que expandió el color rojo en todo mi cuerpo.

Después del susto de mi madre y al comprobar que no fue tan grave, curó mi herida y calmó mi llanto…. Nadie escapó a su castigo, esa era su costumbre, si alguna pelea acontecía nadie resultaba inocente, todos recibíamos castigo.

La cicatriz, cada vez que peino mis cabellos la veo y recuerdo a mi hermano amado.

Totón era el hombrecito de la casa, así lo instruía mi padre y él lo tomaba a pecho.

Aquella noche una patrulla policial recorría los campos investigando o buscando quizá algún delito, llegaba a mi casa y en el portón carente de todo tipo de seguridad, asomaban y llamaban, mi madre tímida y temerosa, en aquella soledad el rancho lucía desprotegido, hoy día me pregunto cómo hemos vivido tan solos y tan felices, la respuesta la encuentro en Dios: Quien a Dios tiene nada le falta–

Aquellos policías preguntaban a mi madre si habíamos recibido visitas de algún hombre desconocido y antes que ella respondiera lo hacía Totón (demás está decir que mamá salía con todos los niños pegados a su pollera) los policías alumbraban con sus potentes linternas iluminando el rancho que solo tenía velas o candil prendido y al ver un caballo atado al árbol del costado preguntaron a quién pertenecía

_ ese caballo es mío y el otro que está más allá es de mi hermano–

Los policías observaron y como si respetaran la dignidad del hombrecito saludaron a mi madre y partieron.

Regresamos a nuestra habitación a la luz del candil y dormíamos confiando en el cielo, tanta paz para tanta inocencia

Vaya uno a saber qué miedos y luchas batallaba mamá en su interior.

La vida transcurría plácida, no sin carencias, mi padre además de trabajar en los cañaverales se afanaba en la chacra cultivando cuánto fuere necesario y posible,

Mamá ayudaba mucho, debían carpir yuyos, cuidar si alguna planta caía….

Era muy difícil conseguir pan ya que las panaderías estaban en el pueblo y tampoco alcanzaba el dinero para comprarlo todos los días. Mamá amasaba pan casero y lo horneaba en el horno de barro, todos ayudábamos a poner leña y quemarlo hasta calentarlo... ¡Ese pan no duraba mucho ya que sabía tan rico!

Las compras se hacían una vez por mes, cuando papá cobraba su salario mensual.

Cuánta magia en esas tardes que metíamos leña al horno y las rojas llamas eran flores brillantes que infundían un sentimiento indefinido de belleza y temor, calor con olor a esperanza.

Las llamas devoraban las ramas y veíamos acercarse la hora de colocar la masa y cocinar el pan.

Cuánto trabajo de mamá y tanto cuidado para que ningún niño saliera quemado ya que todos rodeábamos el horno en bella ceremonia.

Cuando el pan salía mamá lo partía y pronunciaba a modo de oración “Jesús”. Qué bella persona mi madre y su fe de hierro y ejemplo de entrega al prójimo.

Con solo pronunciar el Nombre que está sobre todo nombre su oración era completa.

SALIDAS AL PUEBLO

Levantarse más temprano que de costumbre ya que todos los días nos acostábamos con el sol y levantábamos con él.

Mamá comenzaba con ayuda de Totón, yo siempre fui torpe para esas cosas, a preparar la jardinera, los caballos y eso era tedioso para mí. Mucho trabajo poner a la Puchina en la vara del carro atarle la correa la cincha y luego el caballo ladero…en fin no describo mucho porque esta parte de la historia no me agrada, me producía miedo me sentía torpe, no podía saltar para subir o bajar todo me resultaba difícil, Totón feliz, feliz de sentirse útil, importante en su papel.

Todo listo, subíamos al carro jardinera y camino al pueblo a lo largo del sendero charlábamos, discutíamos Totón me cuidada por orden de papá que decía

– ella es mujercita – así creció mi amado hermano, hombrecito fuerte, protector.

Llegábamos a los almacenes de ramos generales y algunas veces también a las tiendas de ropas y telas.

Mamá había comprado varias veces distintos dulces, batata, membrillo los cuales yo rechazaba, tampoco me gustaba el té, no los probaba. Un día me llevó un dulce envasado en un vaso de vidrio y tapado con una tapita de metal brillante, me encantó el frasco con forma de vaso, lo destaparon y ella untó el producto marrón brillante y blando a un trozo de pan y me dio a comer, mmmmm ¡qué rico estaba esto! Mamá explicó era dulce de leche. Yo lo bauticé “dulce con tapa”, a Zulita (Zuly) también le agradó mucho y a Nené (el pequeño de la casa) también, pero quien se apropió del dulce fui yo.

Algunas veces, íbamos al pueblo a lomo de caballo y por turno acompañábamos a mamá, unas veces Totón, otras yo.

En algunos días la familia Soteras y la nuestra salíamos todos a esperar en el camino que unía San Carlos, General Vedia, Puerto Bermejo y La leonesa, un colectivo camino a Las Palmas, lo tomábamos, en días especiales llegábamos a misa de la parroquia Santa Margarita de Las Palmas, qué ilusión, tanto respeto en la iglesia, saludar a una que otra persona, ver caras distintas. Yo pensaba: son los ricos y agachaba la cabeza pensando que eran superiores. Ya quería regresar a mi paraíso amado.

Cierta tarde llegamos al pueblo doña Soteras, mamá y yo con la promesa de comprarme dulce con tapa; ¡en el primer almacén no había dulce con tapa, yo no lo podía entender ni aceptar, llorando a mares salimos de allí caminando cuadras y cuadras hasta el próximo almacén y … OH! Tampoco había, mi llanto aumentaba, La gente miraba curiosa y lastimosa, se preguntarían ¿Qué le pasa? En el tercer almacén de ramos generales lo hallamos y mi llanto acabó, cuánta tensión sufrió mi madre.

EL PATRON (TOTON) DEFIENDE A SU PAPÁ

Mamá comenzó en su afán de ayudar en la economía, a vender de modo clandestino artículos de almacén y algunas bebidas en pequeñas cantidades, pero bien dicen los ancianos,

–el alcohol trae diablo y los juegos de azar, más–.

Así estaban mi padre y otros personajes masculinos de la zona, hombres que trabajaban en los cañaverales, en una partida de truco, este juego no lo describo ni sus discusiones ya que jamás asomé a esos eventos mi curiosidad.

Jugaban y nunca supe cómo ni porqué se armó la rosca, las voces subían airadas, y los insultos coparon el lugar, nosotros con mamá ingresamos a la habitación y cerramos puerta, asustados, inquietos, expectantes, esto era una experiencia nueva.

Y de pronto... ¿Totón?

– ¿Dónde está Totón? –

– ¡Oh no! ¡Tu hermano! Andá a buscarlo con cuidado que no te vean ni te atropellen–

Salí muerta de miedo y enojada con mi hermano, ¿dónde se mete? Claro, lo más indicado era que saliera yo, pequeña sería menos visible.

Dí un rodeo a la casa hacia el lugar de dónde venían las voces ya que se habían alejado unos metros.

Descubro a mi hermanito, arrastrando un garrote, una gran tacuara que para él resultaba grande.

–¡Tomá papá, dale papá!!–

Papá lo tomó defendiéndose eficazmente con tal arma, yo tiré del brazo a Totón y a duras penas lo llevé adentro.

Finalizado el episodio desagradable y peligroso, papá instruía que no vuelva a suceder, Totón jamás debía intervenir, ya crecería.

Al día siguiente todo fue olvidado para los demás no para nosotros, oímos de contrabando a papá alardear del valor de su hijo.

Totón siempre agrandadito quería ser como Julián (nuestro primo mayor) quién por ser un poco mayor tenía más fuerzas y experiencia.

Subía y bajaba de los árboles, perseguía lagartijas a las que yo temía. Corría tras de la iguana y montaba como un adulto siendo tan pequeño.

Presumía de ser hombre porque así lo trataba papá.

Aunque papá no llevaba mucho tiempo en la casa a causa del trabajo y además era un hombre a quien le gustaba salir de fiesta los sábados por la noche.

Para salir, sus camisas bien planchadas (por nuestra madre, lógico) y sus pantalones con la raya bien marcada sus zapatos lustrados.

Montaba su bicicleta y salía.

Totón imitaba todos sus movimientos.

En el rancho quedábamos encerrados protegidos por la bendición de Dios, nuestras oraciones antes de dormir y la hombría de Totón.

No temíamos, mujer de fierro, de voluntad invencible en su fragilidad mi madre inspiraba seguridad.

Hoy lo comprendo: quién a Dios tiene, nada le falta.

AGUA, DON DE DIOS

Una de las carencias principales fue el agua, era muy difícil conseguirla, ni hablar de agua potabilizada.

No recuerdo los primeros días de llegar a la casa, como lo solucionamos, pero a pocos días, papá compró una bomba de extraer agua y unos señores lo ayudaron a introducir un caño tan largo, tan largo que mis ojos de niña no alcanzaban a ver la punta. En lo profundo de la tierra hallaron agua, la probaron y sabía buena. Allí quedó la bomba, debíamos manipular una manija para extraer el agua, costaba un poco de esfuerzo, pero… teníamos agua.

En épocas de sequía la bomba se ponía pesada y más pesada, el agua salía con arena y debíamos esperar a que la arena se posara en el fondo del balde o colarla.

En algunos días cuando la sequía aumentaba y la arena se hacía muy espesa ya no salía una gota de agua, debíamos acudir a algún río que quedara más cercano o alguna aguada cerca y colar el agua de charco.

Fueron dificultades que formaron nuestra voluntad y fortaleza ante las adversidades de la vida. Los pobres tienen la bendición especial de Dios a ninguno nos dejó secuelas. Pienso hoy lo hemos vivido sin resentimientos, con tanto amor y fe, confiando plenamente en la Providencia sin leer la Biblia, conocíamos de Dios y María por derecho propio.

Cuando el agua salía cristalina por la bomba, era una dicha y más de un rezongón cuando debíamos esforzarnos en sacar abundante para los caballos.

¡Bendita agua! Qué con tanto esfuerzo la sacábamos, llenábamos el balde grande y alcanzaba. Para bañarnos al costado de la bomba en una “latona” (fuentón de aluminio) o nos tirábamos agua con un recipiente cualquiera, felices, jugando, tirándonos agua. Mamá limpiaba nuestras cabezas y jamás nos tocó un piojo. ¡Gracias papá por instalar esa bomba! ¡Gracias mamá por cuidarnos tanto! Gracias Señor Creador de todo porque siempre encontramos lo necesario para ser felices.

PASEOS A CASA DE ABUELA PASTORA

¡No había nada más bello, placentero y pleno de alegría que visitar a la abuela Pastora cada 8 de diciembre!

Fecha tan amada en mi corazón, festejaban a la Madre de Dios la Inmaculada llena de gracia Virgen de Caacupé y a la Pura y limpia María de Itatí–

La ansiedad comenzaba días antes cuando preparábamos las ropas que usaríamos, mamá preparaba pastelitos y comida para el camino, los caballos debían estar ya designados y pastando cerca de la casa, las ruedas de la jardinera bien engrasadas.

Mi corazón estallaba de ansiedad y alegría. El camino era largo y debíamos sortear alcantarillados, abrir tranqueras para continuar.

Las portadas como las llamábamos estaban cerradas para impedir el paso del ganado de una chacra a otra, y al costado estaban los alcantarillados (lo llamaban guardaganado) para que los camiones o tractores pasaran transportando la caña hacia la fábrica de azúcar.

El camino largo rodeado de vegetación, en ambos lados las zanjas, cunetas, o desagües no sé…. ¡A menudo llenas de agua! ¡supongo contenían el agua de las lluvias para despejar el camino o calle larga, de tanto en tanto zigzagueante, estaba bordeado de achiras florecidas.¡Qué bello todo! Colores rojos sangre, anaranjada, o granates, sus hojas verdes o moradas.

Transitábamos el paraje Sol de Mayo con sus casitas ni tan separadas ni tan juntas, pocas, pero suficientes, solo veíamos sus techos de paja y alguna de chapas rojas y siempre el verde árbol dando sombra a cada choza.

Allí moraba la tía Chimina (Maximiniana) hermana de mi padre, no nos deteníamos pues lo más probable que ya estaría en casa de abuela, era la cita de todos los hijos de Doña Pastora.

Pasábamos por paraje Las Rosas luego llegábamos a Moreno Cué (dónde fuera Moreno). Moreno se llamó uno de los últimos caciques de la zona.

Algarabía, mimos, besos, abrazos todas las demostraciones de las tías, primos y el cariño inolvidable de abuela, nos encontrábamos pocas veces en el año.

–Aychiyara!– (Dios mío), decía abuela con tanto cariño, el amor resbalaba de sus ojos tiernos.

Mi padre con un carácter tan fuerte, autoritario no permitía tanta demostración y ordenaba fuéramos a jugar.

– ejeyana to guapù che regazo– (deja se siente en mi regazo)

Hasta hoy día el corazón se me llena de esa tibia nostalgia de su cariño y se me endulzan los recuerdos.

Tía Hipólita ordenaba a sus hijos:

–Cuiden bien de Totoncito, Zulita, Nenesito y Luchi (Lucía). Ya que ellos eran moradores del lugar

Éramos frágiles a sus ojos, nuestros padres nos cuidaban tanto que no estábamos muy duchos para la vida en esos parajes y a saber, no eran malos lugares solo que las costumbres eran más liberales que las nuestras.

Recorrer aquellos campos llenos de verde paz eran mi encanto.

Hacia el frente del rancho de mi abuela una campiña extensa que llamaba a corretear y saltar, era una cancha de fútbol, allí jugaban los campeonatos inter chacra. La empresa disponía estos predios para sana diversión y en un costado un pozo, profundo y silencioso con un brocal que sobrepasaba mi estatura, una roldana arriba por donde deslizaban el balde y luego subía cantarín de agua fresca.

Avanzando se llegaba a la casa de mi tía a la vera de un río, tan bello, los árboles bajaban sus ramas para acariciar o mirarse en el agua.

Por el lado derecho del rancho de doña Pastora un caminito largo nos acercaba a otro río o quizá el mismo que zigzagueaba y en mi niñez no lograba entenderlo, a la vera de éste no veía árboles, solo vegetación y el agua corría menos cristalino, pero no le quitaba belleza al río. Por el costado izquierdo se extendía otro caminito largo, pasábamos una casa vecina tomaba una curva y continuábamos rumbo a Cabral cué (donde fuera Cabral).

Antes de llegar al río y de cruzar el puente encontrábamos la escuela rural.

A un costado y casi a la vera del río la casa de mi madrina Doña Marta y su madre Doña Juanita. Un poco más distanciado la casa de doña Ramonita.

Mi madrina Marta con su esposo Juan, mi padrino, buscando nuevos horizontes con su familia se trasladaron a otra gran ciudad y desde allí siguen bendiciéndome con su amor incomparable, cada vez que los visito siento en su amor todo aquel paraíso de mi infancia.

Hoy de adulta leo la BIBLIA y me entero de un paraíso inicial en la creación, en mi corazón y en mi recuerdo se dibujan estos lugares.

Tierra bella, hermosa creación, lamentablemente el egoísmo de los seres humanos lo arruinan. Yo feliz, porque lo viví así: un paraíso.

8 DE DICIEMBRE

¡Al día siguiente 8 de diciembre! Día de la Inmaculada Tupá Sú (Madre de Dios).

¡El patio enorme de tierra, todo regado y adornado con banderines, tiritas, guirnaldas y las columnas de maderas en alto con el gancho arriba en la punta de donde colgarían las Petromar o Sol de Noche que tornaban las noches tan iluminadas que parecía que el sol salía de noche ¡Tan divertido todo para mí!

A un costado del rancho grande de estancias amplias estaba el oratorio, una pequeña capillita que ni parecía de barro y paja ya que estaba toda pintada de cal y pintura blanca y celeste una cruz pequeña en el vértice y adentro las imágenes: Nuestra Señora de Caacupé, de Itatí y nuestro Señor Jesucristo no faltaba.

En un rincón de la capillita las banderas de colores Celeste y Blanca, Amarilla, toda Celeste y toda Blanca varias de cada una. Las imágenes de la Virgen estaban en andas adornadas de flores de distintos colores brillantes.

¡Nuestra Sra. de Caacupé un cuadro tan bello era! La Sra. con su cabellera larga en cascadas de rulos y sus ojos azules, traído el cuadro de Paraguay ya que abuela oriunda de aquel bello país cuya sangre corre también por mis venas.

Ntra. Sra. de Itatí en yeso de rostro muy dulce y bonito como caracteriza a la Sra. de la región argentina estaba vestida de raso y sedas celestes y blancas adornadas de lentejuelas y piedras brillantes, llevaba aros y corona de oro, la habían adornado con peluquín de cabellos naturales sobre el cual colocaran la coronita de oro. Todo contribuía que ante mis ojos asombrados pareciera real y cada año el ritual se repetía.

EL almuerzo pasaba rápido y desapercibido esperando con ansias el baile de la noche.

El rezo del santo Rosario aproximadamente a las 15 de tarde, recuerdo muchas cosas que no comprendía, un rato antes me sentaba a mirar con detenimiento, así nacía mi vocación mariana, miraba esa foto, esa imagen sin entender lo que oía decir a los adultos:

–¡es milagrooosaa! – no captaba mi entendimiento,

–pórtate bien porque la virgencita se enoja –

Cansada de tanto pensar pedía en mi corazón:

–Virgencita, si es verdad que existes muéstrame algún día, que yo pueda entender, virgencita, quiero verte –

Mis tías: (las que recuerdo) Rafaela (Cochona le decían), Hipólita (Polita) ya casada con sus tres hijos Rolando, Titina y Gerardo. Dora también casada, Elsa al igual que Cochona, ambas solteras.

La más pequeña no era mi tía sino una hermana, hija de mi padre con una mujer anterior a mi madre y a quien cuidaba mi abuela, Irma se llama y es mi hermana. Maximiniana (Chimina), el tío Higinio que venía de Buenos Aires para la fiesta.

Abuela llamaba para la oración que habían llegado los moradores de toda la zona y mis tías huían, no querían rezar hasta que abuela gritaba:

–Peñemboé que ondenó ndereyeroqú moai co pujarépe!!!– (deben rezar o no bailarán esta noche) – contundente su autoridad.

Todas muy devotas a rezar. Lo mismo sucedía con las muchachas del lugar acudían a rezar porque resultaba vergonzoso asistir al baile nocturno sin haber participado en los rezos.

A las 17 más o menos salía la procesión las vírgenes en andas rodeadas de flores y brillantes a hombro de las personas que se turnaban para transportarlas y todos querían participar, pedían, hacían promesas a la virgen, por un novio, una novia, trabajo pan salud, la pureza de esa gente aún conservo en mi corazón.

Iniciaba la caravana los jinetes transportando banderas, luego seis u ocho caminantes transportando más banderas que irían turnándose, todos querían participar de algún modo, todo me resultaba bello, los niños íbamos y veníamos disfrutando de tal movimiento.

Seguido de los abanderados de a pie los señores músicos, un acordeonista y algunos guitarreros y cantores, cantaban a la virgen. Seguido las andas transportando a las vírgenes.

Caminábamos no recuerdo cuántos kilómetros hasta que llegamos a alguna casa vecina que esperaba con todos los adornos, el patio regado, los confites, el vermut y las golosinas, chipá, sopa paraguaya, cuanta algarabía, rezaban otra vez y partía la caravana hacia otra casa a veces hasta tres casas que la solicitaban y regresaban a casa de Doña Pastora, mi abuela.