Cancion Fantasma - La Maldición Del Solar Denby - Mark L'Estrange - E-Book

Cancion Fantasma - La Maldición Del Solar Denby E-Book

Mark L'Estrange

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Beschreibung

Una maldición familiar puede perdurar durante generaciones.

Cuando el gerente de banco Jonathan Ward hereda una vieja casa solariega, empiezan a suceder cosas extrañas. En su primera noche en la propiedad una preciosa y joven mujer aparece ante su puerta suplicándole ayuda. Un momento mas tarde ella ha desaparecido.

Las extrañas apariciones y sonidos que no parecen de este mundo se suceden, y la joven mujer pidiendo ayuda continúa apareciendo ante su puerta todas las noches. Desesperado por saber que es lo que esta sucediendo Jonathan acude al vasto conocimiento de la bibliotecaria de la ciudad en busca de su ayuda.

Conforme la historia de la casa se va desvelando, Jonathan empieza a darse cuenta de la verdadera extensión del horror que le espera.

¿Es demasiado tarde para salvar a aquellos a los que ama y…a si mismo?

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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CANCION FANTASMA

LA MALDICIÓN DEL SOLAR DENBY

MARK L'ESTRANGE

Traducido porJORGE ALBERTO IGLESIAS JIMENEZ

Derechos de autor (C) 2019 Mark L’estrange

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

This book is a work of fiction. Names, characters, places, and incidents are the product of the author's imagination or are used fictitiously. Any resemblance to actual events, locales, or persons, living or dead, is purely coincidental.

All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without the author's permission.

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Querido lector

Notas

Dedicatoria: A mi abandonada familia: Rebeccah, Claire, Namita, Alish, Laura, Sarah,Chandrika, Dele and Rob.

Gracias por soportar la locura

PRÓLOGO

1970

Spalding Hunt estaba de pie en la entrada de gravilla de su garaje, fumando un puro después de comer como de costumbre. Era un hombre de costumbres, y siempre lo había sido. A los ochenta y cuatro años el se sentía con derecho a hacer lo que más le apeteciera, sin la necesidad de justificar sus acciones a aquellos que le rodeaban.

La verdad es que el, soltero por vocación, nunca había permitido que lo que pensaran los demás afectara a sus decisiones. El siempre había vivido según sus normas.

Mientras exhalaba un gran circulo de humo al cielo nocturno, Spalding se giró al oír unas pisadas detrás suya.

El señor y la señora Jarrow habían trabajado para el durante mas de veinticinco años.

La señora Jarrow se dedicaba a las labores del hogar, hacía la comida y limpiaba, mientras que su marido cuidaba el jardín, hacia labores de mantenimiento y de chofer.

Ellos vivían en una modesta granja en las tierras del solar de Spalding y aunque les cobraba una miseria por vivir allí, el modesto sueldo que les pagaba hacía que ambos tuvieran que tener otro trabajo a media jornada.

Jack Jarrow trabajaba tres mañanas a la semana en la oficina de correos del pueblo en el departamento de clasificación, mientras su mujer cubría el turno de tarde en su local como camarera de barra.

Si Spalding hubiera querido pagarles un sueldo digno, los Jarrow hubieran podido cuidar de el y de su casa a tiempo completo. Pero como no era así, la pareja de cincuentones hacía lo que podía en su tiempo libre.

Emily Jarrow se aseguraba de que el desayuno de Spalding estuviera en la mesa puntualmente a las ocho en punto todas las mañanas, incluyendo los fines de semana y de servirle la cena a las nueve todas las noches.

Todas las mañanas, para desayunar, Spalding siempre pedía un desayuno ingles completo, que consistía en gachas de avena, huevos y bacon, tostadas con mermelada y una taza de te. Para comer siempre tomaba invariablemente un sándwich y una pinta o dos de cerveza, servidas por Emily casi siempre en el local.

Para la cena el siempre pedía un menú de cuatro platos empezando por una sopa, seguida de un plato principal, postre y queso. Siempre acompañaba la cena de una botella de Clarete, y a veces de un vaso o dos de Oporto para acompañar al queso.

Al contrario que muchos octogenarios, el apetito de Spalding no había disminuido con el paso de los años, incluso había logrado mantener una figura relativamente en proporción con su altura.

El observó como los Jarrows se subían a su coche y salían por la entrada del garaje.

Justo en el momento en el que los Jarrow alcanzaron una cierta distancia comenzó el canto, como Spalding sabía que lo haría.

Era igual todas las noches.

¡Cuando el se quedaba solo empezaba el tormento!

Primero era la canción, interpretada por una voz dulce y amable que parecía casi como si la llevara el viento, mientras la melodía de la conmovedora nana, llenaba el aire que le rodeaba.

“Contra más profundas se hacen las aguas, mas anhela mi alma volar.

En las alas de un águila, esperare para siempre jamás.

En los brazos de mi verdadero amor, esperare que me llegue la hora.

Así que abrázame por siempre, hasta que seas mío.

Por mucho que lo intentaba, Spalding no podía bloquear el sonido. Ni siquiera metiendo un dedo en cada oreja, la nana parecía esquivar sus defensas.

Era casi como si la música emanara de su interior, un grito que le salía del alma.

¡El conocía la voz!

Después de tantos años hubiese sido totalmente plausible que el la hubiera olvidado si no hubiera sido por el hecho de que le visitaba todas las noches y a menudo durante el día, cuando el estaba solo.

El no tenía ningún control sobre la voz, y no había manera de hacer que se callara.

Con una combinación de disgusto y frustración, Spalding tiró su puro medio fumado y entró en la casa a toda prisa.

El cerró la puerta de un portazo y se quedó con la espalda apoyada en esta durante unos instantes.

Tal y como el había esperado el canto había cruzado el umbral de la puerta con el, y ahora que estaba dentro de la casa la letra de la canción hacía eco por toda la casa como si estuvieran cantando en todas las habitaciones a la vez.

Spalding apretó las manos contra los oídos en un fútil intento de amortiguar el sonido.

Después de dar unos pasos hasta llegar al gran salón, el levantó la cabeza y gritó a pleno pulmón.

¡Ya basta, no puedo soportarlo más! ¿Qué quieres de mi?

En respuesta a sus gritos, varias de las puertas de las habitaciones del piso de arriba empezaron a abrirse y a cerrarse, una tras otra.

Como si estuvieran esperando su turno en una cola, las luces del piso de arriba empezaron a parpadear hasta que finalmente se apagaron, y la única luz que había en la habitación provenía del fuego rugiente de la chimenea del salón, el cual proyectaba unas sombras misteriosas en la puerta en la que Spalding estaba apoyado.

Las puertas del piso de arriba continuaron abriéndose y cerrándose de un portazo, pero el ruido que hacían, no era suficiente para tapar el canto que se filtraba desde todas y cada una de las habitaciones de la casa.

Spalding caminó hasta el pie de la amplia escalera y miró a la oscuridad del piso de arriba.

“¿Por qué no me dejas en paz?”, gritó el en la oscuridad.

“Llora por mi amor mío”, hasta que el mar se seque

Nunca busques respuestas, ni preguntes el por qué.

El camino al que estoy destinada, no esta pavimentado con oro

Pero la calidez de tu amor, me quita el frío.

Las palabras de la nana que el tiempo atrás había aprendido de memoria, a la fuerza, se repetían en su cabeza burlándose de el o incitándolo a pasar a la acción.

Lentamente, apoyándose en la barandilla, Spalding empezó a abrirse camino a través de la curvada escalera. ¿Qué puedo hacer?, gritó el una vez más, manteniendo la cabeza firme como esperando que algo o alguien entrara en su línea de visión. Una ráfaga de viento frío soplaba por la escalera, mientras el viejo se agarraba a la barandilla aferrándose a la vida. La fuerza de la ráfaga meció a Spalding como si estuviera atrapado en un torbellino, casi haciéndole caer.

Tal audacia de intentar impedir que Spalding subiera la escalera hizo que aumentara su determinación por completar la tarea.

Tomando una gran bocanada de aire, el continuó subiendo la escalera, negándose a rendirse.

Cuando el había llegado a la mitad, Spalding sintió como si le apretaran el pecho.

Antes de que tuviera la oportunidad de responder ante el problema la mano izquierda se le entumeció y a el le costó un esfuerzo supremo quitarla de la barandilla.

Spalding se quedó ahí parado en la escalera durante unos instantes, indefenso, mientras trataba de desentumecer su mano. Pero antes de que sus esfuerzos dieran su fruto, un dolor agudo, como si le estuvieran dando una puñalada le atravesó por el lado izquierdo de su cuerpo.

Agarrándose el hombro con la mano derecha, Spalding sintió ceder el suelo bajo sus pies.

El era apenas consciente del canto que aún resonaba en el aire mientras el caía a plomo por las escaleras, hasta el piso inferior.

Mientras la vida se escapaba de su anciano cuerpo, el canto cesó y las luces de la casa se volvieron a encender.

Los ojos sin vida de Spalding miraban al frente, incapaces de presenciar la aparición fantasmal que se cernía encima suya desde lo alto de las escaleras.

1

(HOY EN DÍA)

Meryl Watkings llevaba un carrito de bebidas hacia una de las muchas mesas que rodeaban el escenario en el fondo del pub que ella regentaba con su marido Mike.

El bar estaba abarrotado, demasiado incluso para ser un viernes por la noche. Meryl lo había achacado a la nieve que había caído ayer por la tarde, se había acumulado una capa de varios centímetros de espesor, y al hecho de que una vez al mes ella y su marido contrataban a una banda para que tocara en directo en el pub.

Esta noche, tenían a un grupo de folk que lo formaban cuatro primos. Un hombre tocaba la batería, otro la guitarra, luego había una chica con la otra guitarra y otra con la flauta. La que tocaba la guitarra era la cantante principal del grupo.

Era la primera vez que este grupo venía a tocar a su pub, pero venían recomendados por otros patrones de la industria que Meryl y Mike conocían.

Eran nómadas gitanos que actuaban por todo el mundo, y aunque nunca habían publicado un al bum, la gente que estaba cerca del escenario siempre les pedía que tocaran una canción más.

Mary se apresuró en volver a la barra donde ya había cinco clientes esperando a que les sirvieran, además de los clientes que su marido y los otros dos camareros de barra aun no habían atendido.

El grupo estaba ya colocando los instrumentos en el pequeño escenario, y las chicas ya habían recibido varios silbidos de admiración del publico masculino. Meryl consideró seriamente en advertir por megafonía que guardaran el orden, pero a las dos muchachas parecía gustarles la atención que les dispensaban y respondían mandando besos a la multitud.

La actuación estaba programada para las nueve y media, y justo antes de que la manecilla más larga del reloj alcanzara las seis Mery sintió una corriente helada de aire prominente de la puerta de entrada cuando, esta se abrió y entró uno de sus clientes habituales del local arrastrando los pies.

El viejo había venido todas las tardes desde que abrieron el pub.

El nunca hablaba con nadie excepto para decir por favor o gracias cuando pagaba su bebida, y siempre se sentaba en la esquina mas alejada de los demás clientes para disfrutar de su cerveza en paz.

Meryl notó la cara de sorpresa del viejo cuando este se percató de lo llena de gente que estaba la zona próxima a la barra. Durante unos instantes el se quedo inmóvil cerca de la puerta de entrada observando el abarrotado pub y Meryl estaba convencida de que el estaba pensando en marcharse sin tomarse sus dos pintas de cerveza de costumbre.

Meryl tuvo el impulso de darle el cambio al cliente que acababa de pagar por su consumición y disculparse con el cliente siguiente mientras ella rodeaba la barra y cogía al viejo por el brazo justo cuando este se había dado la vuelta para dirigirse a la salida.

El hombre la miró con una mezcla de sorpresa y confusión en la cara hasta que se dio cuenta de quien era la persona que le estaba cogiendo por el brazo.

Meryl sonrió de oreja a oreja. “Esta noche estamos hasta los topes”, explicó ella. “Pero hay una mesa vacía perfecta para usted”.

Acto seguido, ella guio al viejo cuidadosamente entre la multitud hasta que llegaron a su destino.

Una vez que el se sentó, Meryl se ofreció a servirle, “lo de siempre, ¿no?

El viejo sonrió, “si, por favor”, contestó el, y Meryl le dio unos golpecitos en el hombro antes de volver a la barra.

Después de servir a un par de clientes habituales, Meryl volvió con el viejo con su pinta de cerveza fuerte de costumbre.

Ella la dejó encima de la mesa delante de el y mientras el abría la cartera para pagar, ella le sujetó la mano. “La primera de hoy corre de mi cuenta”, dijo ella guiñándole el ojo.

El viejo se lo agradeció amablemente, y Meryl le dejo a solas para volver a la barra.

La banda se presentó a sí misma y empezó la actuación.

La música de la banda era una mezcla de géneros musicales, pero ellos hacían sus propios arreglos para adaptarlas al genero folk/country que ellos habían prometido tocar, y para cuando casi habían terminado la primera serie de canciones la multitud se les había unido cantando las viejas canciones conocidas por todos.

Cuando la banda hizo una pausa para descansar, hubo una repentina ola de gente con ganas de juerga que fueron a la barra a pedir más bebida.

Entretanto ella servía a los clientes Meryl le echaba un ojo al viejo que estaba sentado en la esquina, y mientras el apuraba el último trago de su cerveza ella ya le estaba sirviendo otra.

Ella se hizo camino entre la muchedumbre justo cuando el viejo estaba levantándose para intentar llegar a la barra. Se le iluminó la cara cuando vio a Meryl aproximándose a el, se dejó caer en la silla y empezó a contar su dinero anticipándose a su llegada.

“Oh, muchísimas gracias”, suspiró aliviado el hombre, temía tener que abrirme paso entre toda la gente para llegar a la barra”.

Meryl se rió. “Te entiendo”, contestó ella. “Al menos me alegro de estar al otro lado de la barra, ya no cabe un alfiler aquí esta noche”.

El viejo asintió y le dio el dinero justo de su pinta de cerveza. “Son muy buenos”, opinó el, señalando con la cabeza hacia el escenario vacío.

“Si”, Meryl coincidió con el, “es la primera vez que vienen, pero no será la ultima. Me alegra que le guste nuestra actuación”.

“Oh, si, me encanta”, dijo el viejo sonriendo.

“Bueno, será mejor que vuelva a la barra antes de que haya un disturbio, la banda volverá dentro de un minuto para terminar su actuación. Espero que se quede hasta el final.

El viejo asintió. “Lo haré, gracias”.

Después de un descanso de diez minutos la banda volvió al escenario entre tremendos aplausos y más silbidos de admiración.

La cantante principal agradeció el cariño del publico, y antes de que empezaran la segunda serie de canciones ella se tomó unos minutos para presentar uno a uno a los miembros de la banda. La chica que tocaba la flauta era su sobrina y los dos hombres eran hermanos. Todos agradecieron el cariño del publico cuando les tocaba el turno de ser presentados.

La segunda parte del concierto fue igual de bien que la primera, con la audiencia igual de enamorada de la actuación de la banda y con ganas de participar. Aunque el alcohol había convencido a algunos participantes de que sabían cantar bien, la realidad era bien distinta, pero todo el mundo se lo estaba pasando bien, que era lo más importante para Meryl.

Al final de la actuación la banda dejo en el suelo los instrumentos y se colocaron en el centro del escenario para recibir una bien merecida ovación, con el publico puesto en pie.

Mientras el publico le pedía a la banda que siguiera tocando, Meryl hizo sonar la campana para avisar a la gente de que podían pedir la ultima consumición.

La cantante principal miró a la dueña del bar levantando el dedo índice para preguntar si había tiempo para una ultima canción.

Meryl asintió con la cabeza como respuesta y procedió a preparar una bandeja de bebidas para la banda para cuando ellos hubieran acabado.

“Damas y caballeros”, empezó la cantante, una vez que habían cesado los aplausos y los gritos de animo. “Nos gustaría cantar una ultima canción para vosotros esta noche”, alguien gritó desde le publico “gracias”, la muchacha rió agradecida. “Esta es una vieja nana gitana la cual la mayoría de nosotros hemos aprendido de nuestras madres cuando aún estábamos en la cuna. Esperamos que os guste”.

Meryl le echó un vistazo al viejo sentado en la esquina.

Ya tenía el vaso vacío y Meryl decidió ofrecerle otra cerveza por cuenta de la casa. A menudo, ella le había estado observando cuando venía la local los viernes por la noche. Era obvio que el no conocía a ninguno de los otros clientes, y siempre quería sentarse tan lejos de la gente como le fuera posible.

El pub tenía su clientela de gente mayor, pero ellos siempre estaban al quite de unirse a la conversación de los demás- agrupándose a menudo sin conocerse de antes.

En algunas ocasiones un cliente dejaba claro que no le gustaba que nadie se metiera en la conversación y Meryl siempre sentía pena por el solitario individuo que se alejaba buscando la compañía de otra persona.

Pero en todo el tiempo que llevaba trabajando en el pub, Meryl nunca había visto al viejo intentar unirse a ninguna conversación con nadie; ni con trabajadores del local ni con clientes.

En un par de ocasiones Meryl había intentado sacarle algo de conversación mientras le servía su cerveza, y aunque el era muy educado y cortés, siempre conseguía desbaratar sus esfuerzos contestando con monosílabos.

Mientras ella iba de camino para servirle otra cerveza, la cantante empezó a cantar la ultima canción de su actuación.

“Contra más profundas se hacen las aguas, mas anhela mi alma volar.

En las alas de un águila, esperare para siempre jamás.

Para sorpresa de Meryl, de repente el viejo giró la cabeza para mirar a el escenario, su movimiento fue tan abrupto y repentino que mando su vaso vació rodando por la mesa, el consiguió cogerlo justo a tiempo antes de que cayera al suelo piedra se hiciera añicos.

Las manos del viejo empezaron a temblar de manera incontrolada, y cuando Meryl llegó a su mesa, ella se inclinó y le puso la mano encima de la suya en un intento por tranquilizarle

La voz de la cantante se oía de fondo resonando en la barra y en todo el pub.

El resto de la banda tocaba de manera suave, como para asegurarse de que no interferir en la melodía de la cantante.

Meryl puso la cerveza que acababa de servir en la barra delante del viejo.

Cuando este levantó la vista para cruzarse las miradas con Meryl, ella vio como las lagrimas le inundaban los ojos, rebosando y cayendo por las mejillas dejando dos marcas gemelas a su paso.

De pronto Meryl sintió un incontrolable deseo de rodearle con sus brazos y decirle que toda iba a salir bien. En verdad, para empezar, ella no sabía que era lo que le pasaba al viejo.

En vez de eso, ella pensó que abrazarle llamaría demasiado la atención, y lo ultimo que Meryl quería era que el hombre pasara mas vergüenza, así que agarró un par de servilletas de papel del bolsillo de su delantal y se las dio para que el pudiera secarse las lagrimas.

Aguantándose las lagrimas, el viejo le dio las gracias por su amabilidad.

Meryl se sentía en la obligación de quedarse y averiguar que era lo que le pasaba. Mike siempre le andaba recriminando que quisiera solucionar los males del mundo, pero ella no podía evitarlo.

No le costaba nada decirle unas palabras amables al viejo y proporcionarle algo de consuelo, y ella estaba más que dispuesta a aliviar su pena.

Meryl se sentó al lado suya y giró la cerveza para que el asa quedara de cara al viejo.

“Ahí va otra a cuenta de la casa”, susurró ella, para no molestar a aquellos que continuaban escuchando a la cantante.

El viejo giró la cabeza para mirarla y le dio las gracias entre lagrimas.

Meryl le aguantó la mirada durante unos instantes.

Había algo en su mirada que escondía tras de si una tristeza que era casi palpable.

Cuando la cantante acabó, la audiencia empezó a aplaudir ruidosamente.

El resto de la banda se unió a ella para agradecerle a el publico las muestras de cariñó recibidas, y para prometer que volverían la próxima vez que pasaran cerca de allí.

El anuncio fue recibido con gran alegría.

Mientras la banda empezaba a recoger sus instrumentos, Mike recogía el carrito de bebidas que Meryl les había llevado antes. Ella se había cruzado la mirada con Mike cuando este regresaba a la barra y le hizo señas para decirle que ella se quedaba donde estaba de momento.

Mike inmediatamente sumó dos y dos y se dio cuenta que su esposa estaba de nuevo intentando llevar el mundo sobre los hombros, y en broma dirigió una mirada al cielo.

Meryl le hizo burla con la lengua en respuesta, lo que hizo que el empezara a reírse por lo bajini mientras llegaba a la barra.

Meryl puso de nuevo su atención en el viejo que tenía a su lado.

El había logrado secarse las lagrimas, pero el esfuerzo le había dejado los ojos rojos e hinchados.

El se puso la mano en la boca como para aclararse la garganta.

“Beba un trago”, Meryl le animó a hacer, señalando con la cabeza a la cerveza que ella le acababa de traer.

El viejo le dio las gracias y se llevó el vaso a la boca, dándole varios tragos.

Después de volver a dejar el vaso en la mesa, continuó secándose las lagrimas con la servilleta.

Mientras le observaba, a Meryl le parecía que iba a romper a llorar otra vez de un momento a otro.

“¿Tiene alguna cosa que me quiera contar?” preguntó ella suavemente. “Ya sabe, no es bueno guardárselo todo para uno mismo”.

El viejo miró al frente durante unos instantes, en dirección a la banda, que ahora se encontraba sentada en una mesa delante del escenario disfrutando de sus bebidas.

Después de unos momentos en silencio, el viejo contestó. “Es esa canción”.

A ella le llevó un momento caer a que se refería.

Finalmente, Meryl pensaba que ya lo entendía. “Oh, ya lo entiendo, ¿esa canción le trae recuerdos, de su niñez quizás?, ella le preguntó, satisfecha consigo misma por lograr que el viejo le siguiera la conversación.

Para su sorpresa el viejo su puso en pie de un salto faltándole poco para mandar el vaso de cerveza volando por los aires.

“Tengo que irme” dijo el, tenía la voz rota como si el esfuerzo fuera demasiado para el.

Meryl también se puso en pie al lado suya.

Ella se dio cuanta de que el viejo estaba bastante alterado, y no pudo evitar pensar que era culpa suya, aunque no había sabido poner el dedo en la yaga.

Meryl observó al viejo tocarse los bolsillos para asegurarse de que no se había dejado ninguna de sus pertenencias antes de marcharse.

Aunque estaba de espaldas a ella, Meryl pudo ver como el se frotaba los ojos, sospechando que estaba llorando otra vez.

Como Meryl estaba bloqueando la salida por un lado y el viejo intentó salir por el espacio que había entre la mesa y la pared, pero este era demasiado pequeño y el solo consiguió golpearse la pierna contra el pico de la mesa.

Su fallido intento por escapar solo hizo que el viejo se pusiera mas nervioso, y cuando dio la vuelta para marcharse la frustración le hizo que se le saltaran las lagrimas cayéndole por las mejillas.

Aunque Meryl podía oír la voz de Mike en su cabeza diciéndole que no se metiera, ella decidió que no podía permitir que el viejo se marchara en ese estado. Sobre todo, ella no quería sentirse responsable de que el se fuera del pub en ese estado y tuviera un accidente de regreso a su casa resbalando en el hielo.

Armándose de valor, Meryl puso una mano tranquilizadora en el hombro del viejo y le dedico una sonrisa tranquilizadora. “¿Le importa decirme su nombre?”.

Obviamente la pregunta cogió al hombre por sorpresa, y durante unos instantes el parecía estar visiblemente más calmado.

“Jonathan”, contestó el, tartamudeando ligeramente como tratando de hacer que le salieran las palabras. “Jonathan Ward”.

“Muy bien, Yo soy Meryl Watkings, y ese hombre de detrás de la barra es mi marido Mike”, ella le tendió la mano al viejo, “Y me gustaría darle la bienvenida formalmente a mi pub, disculpándome por no habernos presentado antes”.

Jonathan Ward estrechó la mano de Meryl, casi por instinto, y la apretó suavemente.

A pesar del hecho de que el había intentado marcharse del pub tan pronto como le fuera posible, no podía ser tan maleducado como para rechazar un apretón de manos de la dueña del local.

Ambos se dieron la mano mientras el viejo parecía haberse relajado bastante durante el proceso.

Convencida de que ella había conseguido el efecto deseado, Meryl le indicó a Jonathan que volviera a sentarse.

El pub estaba empezando a vaciarse, y la mayoría de los clientes se acabaron sus bebidas y abandonaron el local, perdiéndose en la fría noche.

Todavía con ciertas dudas Jonathan aceptó la sugerencia de Meryl.

Una vez que ambos se hubieron sentado, Meryl habló. “Lo siento muchísimo si le he molestado Jonathan, le aseguro que no era mi intención.

El viejo sacudió la cabeza, “por favor, no se culpe”, le pidió el. “Como iba usted a saberlo”.

Al mirar por encima de ella, Jonathan vio que los gitanos de la banda de música estaban todavía disfrutando de sus bien merecidas bebidas.

El cambió su atención hacia Meryl. “Es solo por esa canción, ya ve, ¡no la había oído desde hacía casi cincuenta años, y no esperaba volver a oírla en el tiempo que me queda de vida!”.

A Meryl le confundieron las palabras del hombre, y su cara era buena muestra de ello.

Ella se moría por decirle a el hombre que le contara más y se lo explicara, pero se mordió la lengua, consciente de que ya le había alterado los nervios una vez esta noche y ella no quería repetir la experiencia.

Al final, ella no tuvo que preguntarle nada.

El viejo, al ver su cara de desconcierto, junto con la amabilidad que le había mostrado, le dio el coraje suficiente para enfrentarse a algo que le había estado persiguiendo durante toda su vida adulta.

En ese momento, el decidió que ¡ya era hora de deshacerse de sus demonios interiores!

¡De una vez por todas!

2

Una vez que Jonathan le dijo a Meryl que había decidido confiar en ella, ella se excusó un momento para poder ponerse una copa, darles las buenas noches a los trabajadores de su local, y agradecerles a los músicos el haber dado un concierto tan maravilloso.

Jonathan le pegó un sorbo a su bebida, nerviosamente y observó mientras Mike acompañaba a los trabajadores del pub a la salida y cerraba la puerta tras su salida.

La banda se acabó sus bebidas y fue a la barra a dejar los vasos vacíos.

Mientras Meryl los acompañaba a la salida, Jonathan llamó en voz alta a la cantante principal.

“Jovencita”, el se puso en pie para llamar su atención, “Me preguntaba si podría hablar un momento con usted antes de que vaya”.

La muchacha sonrió y caminó hacia la mesa del viejo, seguida de cerca por el resto de la banda. “Si, dijo ella alegremente, ¿Qué puedo hacer por usted?

Meryl sospechaba que Jonathan iba a preguntarle a la joven cantante si podía repetir la canción, así que ella volvió y permaneció al lado del viejo.

Jonathan estaba temblando visiblemente, intentando agarrase al respaldo de la silla para mantenerse firme, pero Meryl le agarró del brazo e insistió en que el se sentara de nuevo antes de que empezara a hablar, así que el hombre cumplió con su deseo y retomó su asiento.

“Me preguntaba… esa canción usted que ha cantado al final del concierto… usted ha dicho que su madre se la enseñó cuando era un bebe”.

La muchacha sonrió. “Eso es, la canción esta muy arraigada entre los clanes gitanos, ya que suele ser la primera canción que nos enseñan. ¿Por qué lo pregunta, la ha oído usted en alguna otra parte?”.

Jonathan se frotó las manos como para quitarse el frío de la noche cuando en realidad dentro del pub se estaba bastante caliente, y la chimenea de leña que Mike había ido alimentando durante toda la tarde aun resplandecía en toda la habitación.

Cuando abrió la boca para hablar, no le salían las palabras, Jonathan giró la cara y se puso la mano en la boca una vez mas para aclararse la garganta.

Cuando se volvió a girar hacia la banda, Meryl tenía su vaso de cerveza en la mano animándole a que le diera unos sorbos antes de continuar, Jonathan le dio las gracias y tomó un largo trago del vaso antes de volver a ponerlo encima de la mesa.

La joven cantante se inclinó sobre la mesa y descansó la mano en la manga de Jonathan. “Lo siento mucho”, dijo ella con suavidad, “no quería alterarle”.

Jonathan le hizo un gesto con la mano, como diciéndole que sus disculpas no eran necesarias. “No me ha alterado en absoluto, es solo que…” el hizo una pausa, sin poder encontrar las palabras que estaba buscando.

El miró a Meryl en busca de inspiración.

Al darse Meryl cuenta de que el viejo se sentía incomodo, decidió intervenir.

Ella llamó a su marido para que trajera bebidas para todos, e invitó a los artistas a tomar asiento. “Pongámonos todos cómodos”, sugirió ella alegremente. Hagamos un pequeño encierro, una

reunión informal entre amigos. Algo para resguardarnos del frío un durante un rato mas”.

Mientras Mike iba a buscar las bebidas y los componentes de la banda se ponían cómodos, Meryl aprovechó la oportunidad para susurrarle al oído discretamente a Jonathan para preguntarle si el estaba dispuesto a contar su historia delante de todos los demás.

Ella empezaba a sentirse culpable de haberle puesto en el centro de todas las miradas, aunque había sido el quien había llamado a la banda para que se les unieran.

Independientemente de lo que su marido le dijera, Meryl no era de las que se metían en los asuntos de los demás. Sin embargo, ella tenía la impresión de que el viejo soportaba una pesada carga que necesitaba compartir desesperadamente.

Una vez que Mike hubo traído las bebidas y todo el mundo había tomado asiento, Meryl levantó su vaso, “Salud”, ella le ofreció su vaso a todos los demás para brindar, y una vez todos hubieron terminado tomaron un trago.

Jonathan sabía que todo el mundo estaba esperando a que contestara la pregunta de que la cantante le había hecho antes, así que el decidió ponerse a la faena sin darle mas vueltas al asunto. De lo contario el temía echarse atrás, y por una parte el estaba decidido a contar su historia.

El respiró profundamente y empezó. “Ahora jovencita, me has preguntado si había escuchado esa canción antes…”

“Me llamo Melisa”, le informó la cantante. Ella se giró hacia el resto de la banda. “Esta es Julie, Fred y Barry”.

Todos saludaron con moviendo la cabeza y Jonathan les devolvió el saludo.

“Bueno, la verdad es que”, continuó el manteniendo el tono de voz bajo porque tenía miedo de que alguien de fuera le escuchara”, “hace muchos años, mucho antes de que ninguno de vosotros hubierais nacido, pasé por una experiencia aterradora que me ha perseguido durante el resto de mi vida”.

Todos los allí reunidos se intercambiaron las miradas ante la revelación del viejo.

Sus expresiones mostraban una mezcla de sorpresa y expectación.

Finalmente, Melisa habló en voz alta. “Y lo que le pasó tiene que ver con la canción con la que hemos terminado la actuación”. Preguntó ella con curiosidad.

Jonathan asintió. “Comprendo que pueda parecer ridículo que una canción tan bonita me cause tanto estrés, pero si me permitís explicaros el por que, comprenderéis porque mis recuerdos son tan perturbadores”.

“Por supuesto”, respondió Melisa con calma. “Creo que ha conseguido intrigarnos a todos”.

Varios de los presentes asintieron con la cabeza.

El viejo sabía que ya era demasiado tarde para echarse atrás- y aunque solo el recordar la historia le producía escalofríos por todo el cuerpo- el se sintió obligado a contar la historia.

El pensó por un momento que era lo peor que podía pasar si les contaba a todos los allí reunidos lo que le pasó hace tantos años.

La muerte era como jugar al gato y al ratón así había sido para el desde hacía mas tiempo del que podía recordar.

El viejo se frotó los ojos los pulgares y los dedos índices, como para despejar simbólicamente cualquier duda que le impidiera hablar.

El estaba listo.

“Es difícil saber por donde empezar”, dijo el, casi de manera retorica, sin mirar a nadie en particular. “No quiero aburriros con la historia de mi vida- ya sabéis que a alguna gente le gusta divagar recordando los viejos tiempos y lamentándose de lo que hicieron o no hicieron.

El levantó la vista, y le animó el hecho de que a todo el mundo parecía haberle hecho gracia lo que acababa de decir.

“Conocí a mi mujer Jennifer a finales de los sesenta en un festival de pop, aunque no os lo creáis. Fue en verano en un campo muy grande donde cada uno tenía traer sus tiendas y su saco de dormir, a menos que quisieran dormir en el suelo bajo las estrellas.

“El aire olía a paz en el mundo y a amor libre, había varios grupos de personas experimentando con marihuana y otras drogas recreativas”.

El levantó la vista. “Pero yo no, ya sabes, era demasiado recto y aburrido para hacer eso”.

Hubo un coro de risas en respuesta.

“En esa época”, continuó el. “Yo trabajaba en un banco en la calle principal de nuestra localidad, así que debía de asegurarme de no sacar los pies demasiado del tiesto. En aquellos tiempos te podían tirar a la calle por la cosa mas simple, si tus jefes consideraban que tu comportamiento no era el adecuado. Especialmente si trabajabas en una organización tan conservadora como yo lo hacía.

“Recuerdo que sucedió durante mi segundo día en el festival. Había hecho muy buen tiempo, lucía un sol magnifico y como tantos otros del publico, yo estaba embelesado con el espectáculo.

“Algunas de las bandas parecía que tocaban durante toda la noche, así que daba igual la hora que te fueras a dormir, siempre había música cuando te despertabas.

“Había caravanas y puestos que vendían pescado con patatas fritas, perritos calientes, donuts, algodón de azúcar y todo de tipo de comida, de manera que el aire siempre estaba impregnado del olor de la tentadora comida haciéndote sentir que tenías hambre incluso cuando no la tenías.

“Nunca olvidaré la primera vez que le puse los ojos encima a mi mujer. Era la tarde noche del segundo día del festival, y de repente el mundo entero pareció detenerse cuando vi a esa preciosidad caminar por delante de mí. Tenía una belleza cautivadora. Tenía la cara de un ángel y una textura en la piel como la porcelana y unos brillantes mechones de cabello rubio cayéndole sobre los hombros. Durante unos instantes no podía oír la música ni las conversaciones de la gente que tenía a mi alrededor y me sentía literalmente como si me hubieran sacado el aire de los pulmones.

“Me di la vuelta para ver como se marchaba, y justo en ese instante me vi obligado a seguirla a donde fuera que se dirigiera, tened en cuenta de que yo no tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando ella llegara a su destino; No era la clase de tipo que se sentía cómodo dirigiéndose hacia una chica para empezar una conversación, sobretodo a una chica tan guapa como ella. Pero algo me animó a hacerlo y pensé que se hiciera lo que Dios quisiera, así que continué siguiéndola.

“La manera en la que ella se movía entre la enorme multitud con tanta gracia y elegancia contrastaba con mis torpes intentos de perseguirla sin que lo notara. Perdía la cuenta de las veces que me tropecé con los cuerpos que se retorcían por el suelo, afortunadamente para mi, la mayor parte de ellos ni lo notaron debido al fragor del momento.

“Finalmente puede alcanzarla cuando estaba haciendo cola para comprar algodón de azúcar. Espere unos metros detrás suya, sintiéndome totalmente fuera de lugar y decepcionado conmigo mismo por no poder acercarme a ella. Encima, estando tan cerca. Sabía que si se giraba y me veía ya no podría seguirla sin asustarla, y eso lo ultimo que yo quería.

“Como si el destino estuviera de mi parte. Al girarse después de haber comprado el algodón de azúcar, una pareja joven que estaba hasta arriba de lo que fuera, se tropezó con ella y la mandaron volando en dirección mía. La escena podría haber terminado en desastre, pero logre cogerla y evitar que se cayera, aunque el algodón de azúcar acabó tirado en la hierba.

“La pareja que había provocado el accidente era totalmente ajena al mismo, y continuaron caminado por el campo haciendo eses y tropezándose el uno o con el otro.

“Jennifer estaba visiblemente molesta por la suerte de su dulce, pero una vez que yo la solté ella se dio la vuelta para agradecerme que evitase que se cayera. Hice un chiste sobre el no haber sido lo suficientemente rápido como para haber salvado su golosina también y ella se rió. Obviamente no iba a servir de nada perseguir a la pareja pues ellos ya se encontraban en el medio de todo el gentío, así que en lugar de eso me ofrecí a comprarle otro algodón de azúcar.

“Al principio me dijo que no podía aceptarlo, pero antes de que ella pudiera impedírmelo, yo ya tenía el dinero en el mostrador y había pedido el algodón de azúcar.

“Cuando le ofrecí el dulce por el palillo, Jennifer se inclinó y me dio un beso en la mejilla. Se que debí de ponerme rojo porque noté como me ardía la cara.”

“Es bueno saber que aun existen los caballeros”, dijo ella, intentando no reírse por mi reacción al besarme.

“Ambos nos presentamos y casi sin darme cuenta la guie hasta una zona del campo mucho mas tranquila donde pudiéramos sentarnos en un banco y hablar. Estaba desesperado por saber todo sobre ella; donde vivía, que cosas hacía, cual eran sus ambiciones, que hobbies tenía, y al final la bombardeé a preguntas durante tanto tiempo que cuando me volvía poner en pie, el sol ya se estaba ocultando en el horizonte.”.

“Por supuesto mientras tanto las bandas seguían tocando y el publico no quería que pararan, pero cuando Jennifer se puso la mano delante de la boca para bostezar, me di cuenta de que había monopolizado casi todo su tiempo, y no era justo tratar de mantenerla conmigo durante más tiempo.

“Lo malo era que a pesar de haber estado hablando durante tanto tiempo, aun no me atrevía a pedirle formalmente una cita. Apesadumbrado, recuerdo mascullar algo sobre dejar que volviera con sus amigas ya que estarían preocupadas por no saber de ella durante tanto rato. Pero para mi sorpresa, no digamos alegría, el grupo con el que ella había venido habían acordado ir cada uno a la suya en cuanto llegaran al festival y que de hecho ella no había visto a nadie de su grupo desde que llegaron.

Jonathan notó como se le empezaba a secar la garganta y tomó varios tragos de la cerveza para lubricarse la garganta.

“Aun así”, continuó el, por raro que parezca, todavía no sabía que excusa poner para seguir en la compañía de Jennifer.

“Recuerdo que hubo un momento de silencio muy extraño mientras yo trataba desesperadamente de pensar en que decir. Jennifer no ayudaba mucho, estaba sentada en la hierba mirando el campo, pensé que quizás quisiera comer algo.

“Al final le pregunté si tenía hambre, pero dijo que no. Entonces le pregunté si quería beber algo, pero también me dijo que no, decía que no tenía sed. Sentía que ella estaba perdiendo el interés por mí así que continué estrujándome el cerebro para pensar en que podía decir. al final cuando creí que todo estaba perdido, ella apoyó la cabeza en mi pecho y se acurrucó suavemente contra mi como si se fuera a dormir.”

“Decir que yo estaba sorprendido era decir poco. Recuerdo que me sentía atontado, como si me hubieran disparado un dardo tranquilizador, o algo así y durante unos instantes no podía mover ni un musculo para responder a la acción de Jennifer. Afortunadamente el efecto era temporal, y lentamente empecé rodearla con mis brazos hasta poder sujetarla correctamente.

“Estuvimos así durante siglos, fue algo maravilloso, y por mi, ese momento no hubiera acabado nunca. Pero anocheció completamente. Aunque estábamos aún a mitad del verano, se empezó a levantar viento, y Jennifer solo llevaba puesta una blusa, así que no pasó mucho rato hasta que la sentí tiritar entre mis brazos.

“Ahora suena ridículo, sobretodo dicho en voz alta, pero en ese momento y dadas las circunstancias, tenía miedo de que se rompiera la magia del momento y traté de ignorar el hecho de que ambos estábamos congelándonos de frio tratando de ignorar la sensación como si no fuera el caso.

“Pero, al final Jennifer ya no pudo soportarlo mas. Ella se apartó de mi y se cubrió los hombros con sus brazos, frotándolos vigorosamente para recuperar la circulación de la sangre. Por una decima de segundo pensé que iba a poner una excusa y que nunca volvería a verla. EL hecho de haber estado acurrados juntos no significaba nada en aquella época, en la que todo el mundo empezaba a ser más abierto con sus sentimientos y sobretodo las mujeres que le estaban perdiendo el miedo a que les pusieran la etiqueta de facilonas.

“Pero mis temores resultaron ser infundados”.

“Oye, no se tu”, empezó ella, “pero yo necesito algo más que tus brazos para mantenerme caliente esta noche”.

“Antes de que ni siquiera yo tuviera oportunidad de responder, ella me besó suavemente en la mejilla y se levantó del banco”.

“¿Por qué no vas y te traes algo para calentarnos?, sugirió ella. “Y nos vemos aquí después”.

“Eso les hubiera sonado a algunos como una manera educada de deshacerse de alguien”, una manera educada de buscar una excusa para marcharse y nunca volver. Pero miré a Jennifer a los ojos y de alguna manera vi que sus palabras eran sinceras, y que ella tenía la intención de mantener su promesa y volver al banco.

“Partimos en direcciones diferentes y en cinco minutos había cogido mi suéter y mi chaqueta de la tienda y estaba de vuelta en nuestro banco.

“Esperé lo que me pareció una eternidad, pero en realidad, probablemente no fue más de media hora, antes de ver a Jennifer reemerger de entre la multitud y dirigirse hacia mi, arropada con un suéter que le quedaba grande, un plumífero y una sonrisa resplandeciente en la cara.

“Pasamos la noche haciendo malabarismos para estar juntos en ese banco solitario, suficientemente apartado de la multitud para sentir que estábamos a solas, pero no demasiado lejos para poder escuchar la música procedente de los distintos escenarios diseminados por el campo.

“Yo nunca había creído en el amor a primera vista hasta esa noche. Por la mañana me sentí inundado de una emoción abrumadora, y antes de pudiera tratar de controlarme le expresé mi amor a Jennifer como un adolescente enamorado”-

“Jonathan miró a su audiencia tratando de deducir por sus expresiones si les estaba aburriendo hasta quedarse dormidos o no”.

A el le chocó que esta fuera la primera vez que compartía con un extraño recuerdos de su esposa, por no decir a un grupo de extraños, y sin embargo con que facilidad las palabras fluían a través de el.

Había tantas cosas maravillosas que podía contar sobre su esposa, cosas que el tanto anhelaba divulgar, pero el sabía que este no era ni el momento ni el lugar.

Los allí reunidos solo se habían quedado porque les había picado la curiosidad porque el decía que había oído su canción hacía muchos años, y por que el solo escucharla le provocaba terribles pesadillas. Pesadillas con las que el había tenido que vivir durante más de cincuenta años, pesadillas que eran demasiado terroríficas para contárselas a nadie.