Cantan los ángeles, rugen los monstruos - Hartmut Rosa - E-Book

Cantan los ángeles, rugen los monstruos E-Book

Hartmut Rosa

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Beschreibung

Para algunos, el metal es poco más que ruido, una maraña de sonidos violentos que apenas merece el estatuto de música; para muchos, es una obsesión, una auténtica forma de vida. ¿A qué se debe esta discrepancia? ¿Qué hace del metal algo que suscita a la vez repugnancia y fascinación? Además de uno de los sociólogos más importantes de nuestro tiempo, Hartmut Rosa es también un metalero veterano. Desde que descubrió el género de joven, este ha marcado el compás de sus días: escucha cada disco, lee todas las revistas e incluso ha tocado en una banda. En este libro, Rosa bebe de su experiencia íntima con una música que le ha acompañado toda la vida para abrirnos las puertas del metal —de su historia, de sus rituales— y estudiar qué puede decirnos este fenómeno de nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Con un estilo esmeradamente divulgativo, apto para lectores no especializados, Rosa encuentra en el metal, y en la música en general, un eje de resonancia con el mundo, un compañero que resiste al paso de los años y nos permite llamar «hogar» a algo tan abstracto como el riff de una guitarra o el grito de un vocalista.

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Seitenzahl: 269

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Titulo original alemán: When Monsters Roar and Angels Sing. Eine kleine Soziologie des Heavy Metal

© Kohlhammer GmbH, Stuttgart, 2023

© Hartmut Rosa, 2023

© De la traducción: Cristopher Morales Bonilla

Diseño de cubierta: Adrià Chamorro Ramos

De la corrección: Marta Beltrán Bahón

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2025

Primera edición: mayo, 2025

Preimpresión: Moelmo SCP

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-19407-63-4

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

A mis hermanos del metal Armin, Stefan, Simon y Peter, así como a Dörte Wehner y a todos los músicos de Scarecrow Overdrive, Comet Crash, Panacea, Purple Haze, Red Foil, Los Profesores, Varnish, WAP y Mitho Kanywa, con los que compartí escenario durante mis años salvajes.

Índice

Intro

1. Introducción: «It’s Heaven and Hell»

2. «He is insurrection, he is spite»:el nacimiento del heavy metal a partir de la música rock

3. ¡Pero quién escucha esto!

4. «Me acuerdo...» Qué significa la música en la vida de los fans

5. Piel de gallina y lágrimas en los ojos: la experiencia de escuchar metal

6. Más cerca que tu propio aliento: el metal como resonancia profunda

7. «Paradise is Here»: principio y final del concierto como epifanías

8. «Seguro que no que no hablan en serio... ¡Pero sí lo hacen!»De qué se trata realmente

9. Digresión final: cómo el heavy metal venció a la industria cultural

Outro

Agradecimientos

Glosario

Intro

El ser humano es como un árbol:

Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz,

tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra,

hacia abajo, hacia lo oscuro, hacia el mal.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

Tengo una teoría. Y tengo una experiencia. Una poderosa y formidable experiencia. Es la experiencia de la tremenda energía que se libera en el heavy metal, una fuerza que me agarra y mueve mi cuerpo y mi alma desde dentro y desde fuera al mismo tiempo, que los conecta y los une. Toca lo más profundo de mi interior y, al mismo tiempo, se esfuerza por alcanzar las alturas imaginables más elevadas. Ahora solo tengo que unir teoría y experiencia, y eso es lo que intentaré hacer en este pequeño libro. Al hacerlo, espero que la forma en la que aquí he intentado fusionar la teoría de la resonancia y la experiencia musical pueda aplicarse también a contextos de experiencias musicales completamente diferentes, e incluso más allá, contribuyendo a la comprensión de nuestras experiencias sensoriales, estéticas y corporales.

1

Introducción: «It’s Heaven and Hell»

No es que no me lo hubieran advertido. Cuando tenía unos 15 años, empecé a escuchar música rock, rock muy duro. Comencé con Pink Floyd y el rock progresivo, un género que sigo amando hasta el día de hoy. Pero pronto llegó Iron Maiden, cuyo primer álbum (Iron Maiden, 1980) Stefan, mi mejor amigo del colegio, y yo escuchamos de arriba a abajo. No es que las letras de cada una de las canciones de este disco tuvieran mucho sentido. Rara vez las tienen en el heavy metal, por cierto. Sin embargo, junto con la música, crean una atmósfera especial y un movimiento. Tomemos, por ejemplo, «Remember Tomorrow», del disco Iron Maiden: «Tears for somebody, and this lonely boy...». ¿Qué quinceañero no se hubiera sentido interpelado por estas frases? Sin embargo, en un maravilloso contraste entre las estruendosas guitarras, los bajos vibrantes y la potente batería que dominan todo el álbum, al final de la canción brotan repentinamente sonidos delicados, sublimes, casi místicos de los altavoces: «Unchain the colours before my eyes», la única frase que se repite dos veces.

Scan the horizon,

The clouds take me higher;

I shall return

From out of the fire

¡Qué promesa! Por supuesto, si se toma literalmente, puede sonar un poco ridícula, en el mejor de los casos, una fantasía adolescente. Pero en el metal no se trata de ofrecer una explicación intelectual del mundo. Se trata de un contacto con la realidad abierto, sentido, físico, emocional y ardiente. Con una realidad que no entendemos, pero que podemos sentir, y que abarca en igual medida lo más elevado y lo más profundo de nosotros, los seres humanos; una realidad que conecta nuestro ser más íntimo con lo más externo del mundo. Se trata del cielo y del infierno.

No es casualidad que el álbum de Black Sabbath, que Götz Kühnemund, el legendario periodista musical de culto de las revistas Rock Hard y Deaf Forever, ha valorado como el mejor álbum de todos los tiempos,1 lleve este título: Heaven and Hell. «The closer you get to the meaning; The sooner you’ll know that you’re dreaming; [...] It’s Heaven and Hell».

Stefan fue quien descubrió este álbum, e inmediatamente me lo prestó y yo me lo grabé en casete. En el colegio nos sentábamos uno al lado del otro. A veces llegábamos a desesperar a los profesores porque realmente no teníamos ganas de aprender nada de lo que nos enseñaban. Debajo del pupitre no teníamos la revista Bravo, sino la Metal Hammer, y soñábamos con formar nuestra propia banda, cosa que hicimos un poco más tarde. Stefan se convirtió en un verdadero batería, mientras que yo me convertí en un teclista bastante mediocre, por lo que pronto me echaron de la banda, que se llamaba Purple Haze. Era una banda de metal muy pesado, y a principios de los años 1980 los teclados todavía estaban mal vistos. Al menos me permitieron seguir escribiendo las letras, que el cantante nunca llegó a aprenderse de verdad, lo que a su vez me llevó a enfurecerme con él.

En cualquier caso, descubrimos Heaven and Hell al mismo tiempo que Iron Maiden, ya que los dos álbumes salieron casi al mismo tiempo. El disco de Black Sabbath nos «flasheó» a los dos al instante y nos dejó una impresión profunda y duradera. ¿En qué otro lugar de nuestra cultura se sigue hablando de una forma parecida, de lo más elevado y lo más profundo al mismo tiempo? Ciertamente, en las religiones, en la iglesia. Pero (lamentablemente) casi nadie va a la iglesia, al menos no los jóvenes que quieren sentir y experimentar el mundo de forma física. O también en el cine, en las películas. Pero allí simplemente te quedas sentado viendo la pantalla. No estás involucrado físicamente, y sobre todo: delante de tus ojos ya está lo que se supone que debes pensar y sentir. La experiencia está restringida y predeterminada por la trama. No quiero denigrar las películas —y desde luego tampoco los libros, que también podrían tenerse en cuenta aquí—, pero hay una diferencia decisiva entre el acceso al mundo a través del ojo y la cabeza, al que sirven el libro y la película, y la participación directa en el mundo que se hace a través del oído y todo el cuerpo.

Lo cierto es que provengo de una educación muy estricta, no cristiana, pero sí de orientación espiritual y esotérica, de una orientación religiosa muy ascética y puritana. En ese contexto, el mundo se dividía en puro e impuro, y la música rock —no cabía duda— era impura. Cualquiera que escuchara esa música era un esclavo del diablo. Solo queremos tu alma era el título de un libro de Ulrich Bäumer que pusieron en mis manos como una advertencia.2 Allí se demostraba, sin lugar a dudas, que la música rock es la puerta de entrada de Satanás. Él alcanzó mi alma a través de ella. El libro era un compendio de pruebas aterradoras: mensajes al revés en las letras, prácticas de magia negra, incidentes inexplicables, suicidios de jóvenes provocados por la influencia de Satanás en la música... todo el catálogo completo. Sin embargo, no pude resistirme. Vivía en una constante tensión interna, dividido entre el deseo de escuchar a Iron Maiden y Black Sabbath, o a Michael Schenker Group y los Scorpions, y una culpa feroz, un horror secreto que rozaba el pánico. El hecho de que Black Sabbath fueran adoradores de Satán era conocido por todos, por lo menos desde que Ozzy Osbourne hizo lo del murciélago;3 también llevaban cruces invertidas. Pero también Iron Maiden eran todo lo contrario a los hijos de Dios. The Number of the Beast es el título de su álbum más exitoso, y eso ya lo dice todo. Unos años más tarde, Iron Maiden plasmó de forma impresionante la sensación que yo tenía por entonces en el disco Fear of the Dark. Todo fan del metal conoce la letra:

Fear of the dark

Fear of the dark

I have a constant fear that something’s always near [...]

I have a phobia that someone’s always there

Judas Priest también llega al corazón de este sentimiento, por ejemplo, en la canción «Nightcrawler» del álbum Painkiller:

Howling winds keep screaming round

And the rain comes pouring down

Doors are locked and bolted now

As the thing crawls into town

Straight out of hell

One of a kind

Stalking his victim

Don’t look behind you

Nightcrawler

Beware the beast in black

Nightcrawler

You know he’s coming back

Night Crawler

De este modo, me sentía casi exactamente como el escritor suizo Gion Mathias Cavelty, que contó en la radio suiza cómo, siendo un niño en la conservadora ciudad de clase media de Coira, descubrió el primer álbum de Black Sabbath:

Fue un shock para mí. [...] Ponía el disco [...] a escondidas cuando mis padres estaban fuera de casa, en el tocadiscos de mi madre. Empezó a llover, sonaron las campanas de la iglesia, y luego siguieron estas tres notas. Una y otra vez. Ellos venían directamente del infierno. Sentí un fuego encenderse dentro de mí, un fuego que redujo a escombros y cenizas toda mi visión del mundo. ¡Ja, ja! ¡Eso suena bastante patético! Pero para un niño de 11 años como yo, fue un momento de una intensidad que nunca antes había experimentado.

Poco tiempo después, el álbum Them del confeso seguidor de Satán King Diamond cayó en sus manos. El disco habla de demonios siniestros conjurados por una vieja loca y su nieto.

Dios mío, este disco hizo que se me helara todo el cuerpo. Tenía tanto miedo cuando lo escuchaba, una y otra vez, a escondidas en mi cuarto infantil en Coira. Realmente tenía la sensación de que «ellos» también estaban en la habitación conmigo, atraídos por los gritos sobrehumanamente agudos de King Diamond.4

Cavelty no se equivoca al señalar que, en el mismo año, 1988, también se publicó el álbum Transcendence de Crimson Glory: el heavy metal trata de experiencias de trascendencia, de la percepción de un encuentro con un poder o una realidad que va más allá de uno mismo, ya sea el bien o el mal. El metal es una transgresión existencial, un rebasamiento de los límites cotidianos de la realidad, tanto hacia lo más alto como hacia abajo. Esta música se esfuerza por abrirse paso hacia una experiencia diferente de la realidad, no hacia una visión del mundo, ni una explicación o teoría. No puede anclarse en una idea fija de un orden, sino que solo puede entreverse en un surgimiento fugaz y dinámico.

Hace ya 25 años, Jan Koenot describió esta conexión, este deseo de trascendencia. El título de su libro, Hungry for Heaven. Música rock, cultura y religión, lleva el nombre de una canción del que para muchos es el mejor cantante de metal de todos los tiempos, Ronnie James Dio (que también cantó «Heaven and Hell»).5 Pero cuanto más se esfuerza el alma por llegar al cielo, más salvajemente se agita la bestia en sus cadenas, tal y como nos enseñó Friedrich Nietzsche. El heavy metal libera constantemente a los monstruos. Rugen en las guitarras distorsionadas y en los feroces growls, nos miran y sisean desde miles de canciones y portadas de discos. Pero no pueden ocultar que las armonías que están detrás de la distorsión son de tan gran pureza y simple belleza. En los solos ascendentes de guitarra, que emergen del arcaico entramado de guitarra rítmica, batería y bajo, y en los sonidos flotantes del teclado, irrumpe un anhelo de redención. Y las voces angelicales, en su mayoría femeninas, que han convertido a bandas de epic metal sinfónico como Nightwish o Within Temptation en fenómenos de ventas millonarias, les hacen frente. La banda de death metalAmorphis ha captado este contraste entre gruñidos monstruosos y voces claras angelicales como su principio estilístico característico durante muchos años, y ha conseguido atraer con ello a una gran multitud de fans de los más diversos campos (porque hay diferentes tipos de heavy metal). Sus colegas suecos de In Flames, Soilwork y también de Therion lo hacen de forma muy similar, alternando entre voces claras y bramidos. Por su parte, Pain of Salvation, también de Suecia, lo hacen de otra manera, a saber, con un metal progresivo y enrevesado con el que enfatizan la conexión entre la esperanza de redención y la oscuridad abismal, así como la duda, que ya expresan con el nombre de la banda.

La banda Ghost, sin embargo, tiene un sonido completamente distinto al de Amorphis. Por un lado, goza de estatus de culto en muchos círculos de la comunidad metalera, pero también ha alcanzado un gran éxito fuera de esta comunidad. Su música combina melodías pop complejas, agradables y virtuosas con unas letras ambivalentes y una imagen maligna que está centrada en la figura de un papa demoníaco, llamado «papa Emeritus», con alusiones bastante satánicas. Cuanto más aspira al movimiento melódico y armónico hacia la luz y hacia las alturas, más profundas llegan las raíces hacia el mal: un ejemplo icónico de esto es la canción «He Is», que fue votada en el cuarto lugar de la lista de las mejores canciones de 2015 por los lectores de la revista Rolling Stone, y que quizás expresa de la forma más radical esta ambivalencia existencial:

He is, he’s the shining and the light

Without whom I cannot see [...]

He’s the force that made me be

Las estruendosas cascadas de sonido permiten al oyente sentir físicamente el poder que nos ha creado y hecho nacer, envolviéndolo por completo, sin que este poder y su origen puedan ser ubicados cognitivamente o evaluados, es decir, reconocidos y valorados. Por un lado, las interjecciones pseudolatinas en el texto (nostro dis pater, nostr’ alma mater), las armonías y las metáforas de la luz evocan el cristianismo y la santidad; por otro lado, el comienzo de la canción («We’re standing here by the abyss; And the world is in flames; [...] reachingout; To the beast with many names») sugiere la tendencia contraria. Me parece decisivo que el sentido de la canción no puede localizarse en la profundidad, que su significado no pueda evaluarse, aunque la experiencia expresada parece tan clara como pura y fuerte: la luz que me deja ver, la fuerza que me deja existir...

Es evidente que muy pocos oyentes6 suelen preocuparse por estos problemas de interpretación. El heavy metal no incita al análisis exegético de los textos. Esta música no trata generalmente de propuestas teóricas y apenas de historias coherentes y complejas. Sin embargo, «por regla general» significa aquí: hay algunas excepciones notables, especialmente los álbumes conceptuales, en los que todas las canciones y el artwork (es decir, la portada, el diseño del libreto y también el montaje del escenario en los conciertos en directo) están dedicados a una temática o historia concreta, o incluso a una historia literaria, en donde se incluyen a menudo modelos literarios, bíblicos o mitológicos «de la alta cultura». En su álbum Dante XXI, por ejemplo, Sepultura utilizó La divina comedia de Dante Alighieri, mientras que el álbum de Grave DiggerThe Grave Digger se basa en algunos cuentos de Edgar Allan Poe. Por su parte, Nightfall in Middle-Earth, de Blind Guardian, se inspira en el Silmarillion de Tolkien, mientras que Paradise Lost de Symphony X rinde homenaje a John Milton, y Saviour Machine busca musicalizar el Apocalipsis de San Juan en una obra conceptual concebida como trilogía. Pero incluso aquí, en mi opinión, se trata menos de un hilo narrativo claro que de entrelazar y superponer imágenes y metáforas a través de las cuales, para decirlo en términos sociológicos, se presente un contenido no determinable, significativo y cargado de valores o intersticios fluctuantes, en donde se abre un espacio intermedio. Theodor Wiesengrund Adorno, uno de los más grandes pensadores del siglo xx, que en definitiva fue uno de los fundadores de la tradición de la Teoría Crítica y que, en última instancia, se remonta a Karl Marx, probablemente habría llamado a esto «pensamiento no identificador». Con ello se refiere a una forma de pensar que no se limita a conceptos establecidos y fijos, sino que los sitúa en relaciones cambiantes y busca así abrirlos a la experiencia real. Se trata de un sentir y pensar fuerte y físicamente anclado en constelaciones que generan relaciones conceptuales y emocionales cambiantes entre los objetos de la experiencia. Porque ya no está claro qué es bueno y qué es malo, qué es en absoluto y qué no lo es; más bien, consiste en que al mismo tiempo es inequívoco que algo es. Para el oyente se vuelve claro en lo que podemos llamar, con Adorno, realidad social reificada, solidificada, fija, donde es posible encontrar un acceso existencial al mundo y a su propio yo. Se hacen tangibles, precisamente porque el espacio tonal, emocional y textual-asociativo abierto elude una definición clara del contenido:

Hay que obligar [a las] condiciones petrificadas a bailar cantándoles su propia melodía.7

Según Karl Marx, esta es la tarea de la teoría, pero también es lo que puede hacer la música heavy metal, aunque a menudo a los críticos sociales de izquierda les parezca conservadora y apolítica, cuando no latentemente reaccionaria. Los álbumes y las canciones de metal no contienen ni siguen ninguna teoría, no funcionan porque ofrezcan interpretaciones políticas, sino que obtienen su poder del hecho de que (dicho una vez más en términos sociológicamente complejos) abren visual, intelectual y emocionalmente el enfoque mental de tal manera que los ritmos y armonías irrumpen en las esferas existenciales con su violencia y las ponen en movimiento. Tocan esferas que la sociedad de la tardomodernidad ya no es capaz de abordar en absoluto de forma cognitiva y teórica.

Como sociólogo que trabaja empíricamente, no conozco ni el cielo ni el infierno, ninguna fuerza que me cree y me sostenga, nada sagrado y nada diabólico; no puedo asignar un lugar teórico al horror y la veneración en mi visión del mundo. De hecho, ni siquiera soy capaz de describir «empíricamente» la intensidad de la felicidad y la profundidad de la desesperación. Y si intentara medir la «soledad» por el número de contactos sociales activos, no sabría de qué estaría hablando. En cambio, el heavy metal quizás exprese performativamente lo que es la idea básica de la ironía romántica. Te permite significar algo y al mismo tiempo no significarlo: «He is the Force that made me be». Él, Dios; él, el diablo; él, el que no existe, pero a quien siento; él, que es y no es al mismo tiempo. Aquí, «algo que no es y, sin embargo, no solo no es», es algo que puede experimentarse, por utilizar una vez más las palabras de Adorno.8 No quiero sobrecargar aquí la música con interpretaciones cuasiteológicas. Eso no le haría justicia. Pero sí quiero ponerlo todo en la balanza, entender qué es lo que lleva a millones de fans en todo el mundo a no solo adorar esta música, que los no fans y los musicólogos suelen experimentar y describir simplemente como ruido primitivo, sino incluso a considerarla lo más importante de sus vidas.

En este libro, por tanto, quiero centrarme en la experiencia, no en el significado del heavy metal. ¿Qué efecto tiene la música hard rock en sus oyentes? ¿Qué la hace tan especial? ¿Por qué este estilo musical no se desvanece como las modas de la música pop? ¿Por qué, tal y como demostraré, resulta ser incluso más fuerte que la industria cultural?

En mi investigación, procederé por dos vías, por así decirlo. Por un lado, al estilo de una sociología empírica que registra las características externas, por ejemplo socioestructurales, de la escena, o más bien que las describe y las interpreta. Esto incluye, por ejemplo, preguntas como qué «estratos sociales» escuchan heavy metal, qué características tienen los oyentes y cómo es la proporción entre hombres y mujeres. Al mismo tiempo —y esto es aún más importante para mí — también quiero tomarme en serio el «lado interior» de la experiencia musical. En sociología llamamos a esto «análisis fenomenológico»: ¿qué ocurre, por ejemplo, entre los músicos y los participantes de un concierto? ¿Qué se siente cuando Iron Maiden irrumpe en el escenario bajo una luz deslumbrante y delante de un «muro de sonido», o cuando el festival Wacken se acerca a su final, o cuando Metallica recuerda en el escenario a su bajista Cliff Burton, que murió en un trágico accidente de autobús en 1986? ¿Por qué los metalheads leen una y otra vez historias y reportajes sobre sus bandas y entrevistas con sus héroes?

A continuación, hablaré brevemente de la historia del heavy metal, a través de la cual defino el término de forma muy amplia. En sentido estricto, el metal es en realidad un tipo de música rock que poco a poco se ha ido diferenciando. El heavy metal, por lo tanto, puede ser visto en cierto modo como el núcleo interno, duro y permanente de la escena del rock. En las revistas de metal se analizan, tratan y hasta celebran todas las grandes bandas de la historia del rock. Incluso grupos y artistas que decididamente no son «heavy», como Alan Parsons, Marillion, Asia, Toto, Journey o Barclay James Harvest, siguen vivos en la escena metalera; sus discos y conciertos se escuchan, discuten, versionan y celebran. Curiosamente, esto se aplica incluso a un grupo pop como ABBA. Su último álbumVoyage, publicado tras cuarenta años de silencio, apareció en un sorprendente número de listas de reproducción de periodistas del metal y fue ampliamente recibido y apreciado en la comunidad metalera. En cierto modo, la prensa del metal se ha convertido en una memoria viva y continua de la historia del rock, en la que también se transmite, se vuelven a medir y se debate su tradición cultural y sus influencias colaterales.

Por lo tanto, entenderé el heavy metal en este sentido amplio: para mí el término representa menos un sonido específico y más una escena que se mantiene unida por una cierta forma de hacer y escuchar música, que describiré y analizaré con más detalle más adelante. También se caracteriza por una actitud según la cual la música no es solo «entretenimiento», diversión, sino que, de algún modo, también trata sobre las «últimas cosas». Esto puede sonar extraño desde el punto de vista de quienes desprecian esta música, a cuyos ojos los álbumes y las bandas de metal se caracterizan por sus clichés solidificados y su patética irrelevancia. ¿Quiénes se podrían tomar en serio a los monstruos, dragones y demonios, a los ángeles y princesas, como si fueran esas «últimas cosas»? ¿No es ridículo?

Me gustaría responder a esto de dos maneras: en primer lugar, no puede haber ninguna duda de que muchas cosas en la escena del metal son ridículas, irrelevantes y tópicas si se las mira desde fuera. Pero, en segundo lugar, no puede haber tampoco ninguna duda de que por detrás y por debajo de todo, al menos para algunas bandas y oyentes, hay algo más. Y ese «más» tiene que ver con una experiencia trascendental, que no es «proposicional», es decir, al nivel de estrictos enunciados lógicos, ni tampoco narrativa, que no puede identificarse, que no puede captarse. No obstante, sí se puede sentir si estás dispuesto y eres capaz de exponerte a la experiencia del metal, y puede verse y reconocerse aunque no puedas o no quieras; basta con ver los conciertos y películas con atención. Por ejemplo, el musicólogo, teólogo y filósofo del sonido Rainer Bayreuther identifica una determinación incondicional en el metal, que saca a los oyentes de la «zona de confort» del entretenimiento musical agradable y normalizado y, por tanto, es más probable que conduzca a experiencias trascendentales cuasirreligiosas que la música clásica de iglesia.

La música heavy metal [...] insiste en muy pocos elementos, pero los aplasta radicalmente y sin piedad en el mundo. Eso me inspira respeto. El metal no tiene intenciones religiosas, pero quiere saber realmente. Eso desafía las experiencias trascendentes.9

Volveré sobre ello en los capítulos sexto y séptimo.

Antes de eso, me gustaría examinar la naturaleza socioestructural de la comunidad del metal (capítulo 3), centrándome en particular en los factores de la educación, la orientación política y el género. En todos estos aspectos se pueden hacer observaciones interesantes para los sociólogos. A continuación, intentaré describir el metal como una forma de vida, por así decirlo, y la interacción entre los diversos elementos que desempeñan un papel en esto: los discos, sus portadas, los conciertos y giras, la música de las revistas y, más tarde, en particular, la importancia biográfica que tiene el hard rock para sus oyentes. Para muchas personas, esta música no crea simplemente una identidad, sino que organiza, centra y «ancla» las biografías, en el sentido de que la historia de la banda se convierte en un compañero de vida y, por tanto, en una especie de testigo de la vida.

Al final del libro hay un excurso (outro) en el que describo cómo la comunidad metalera de finales de los noventa y principios de los dos mil derrotó de una manera única y notable al poder de la maquinaria de la industria cultural, haciéndose con ello inmortal (capítulo 9). Pero para explicar de dónde procedía este poder, a partir del quinto capítulo volveré a enfatizar y explicar el lado fenomenológico de la música, y explicaré cómo y por qué el heavy metal ofrece a los oyentes una especie de seguridad ontológica en tiempos biográfica y políticamente muy inseguros, que además permite abrir ventanas de trascendencia, por ejemplo, a través de los solos de guitarra que explotan por los aires. El metal abre —es lo que intentaré demostrar— a través de «experiencias cumbre» musicales de gran intensidad, la posibilidad de reconexión existencial con la vida; puede ser algo así como un cordón umbilical con el mundo (capítulo 5).

Por último, me gustaría prestar especial atención al comienzo, por lo general muy ritualizado, de los conciertos, que a los fans les parece una especie de «epifanía», es decir, como la manifestación de un poder superior. Este término se utiliza en estudios religiosos para describir la aparición inesperada y repentina de un dios o un ángel entre la gente. Algo parecido se repite a menudo al final de los conciertos. Esto demuestra que en la música rock existe la posibilidad de trascendencia, que, por así decirlo, ofrece experiencias religiosas sin contenido dogmático ni intelectual. Defino «religioso» en el sentido de una teoría de la resonancia como experiencia de una reconexión «resonante», viva y transpirable con la vida, con el mundo en su conjunto; como la experiencia de una conexión existencial y autoeficaz que toca y captura nuestro ser más íntimo sin poner en circulación de forma necesaria un concepto de deidad (capítulos 6 y 7). La resonancia se refiere, pues, a la experiencia de que algo ahí fuera entra en contacto con nuestro interior, algo que nos toca y nos atrapa, y ante lo cual podemos reaccionar y responder, mientras nos transformamos con ello. Volveré sobre este tema más adelante.

Precisamente porque la música, con su volumen, sus ritmos y su paisaje sonoro, tiene un efecto físico inmediato del que es casi imposible escapar, produce inevitablemente un efecto «conmovedor». En una sociedad en la que cada vez hay menos contacto, el metal nos toca directa y físicamente. Y como todo contacto físico y abrazo, también se percibe o bien como calmante, liberador, como amor, o como una imposición, una herida, una transgresión o incluso una violación. Las reacciones varían, en consecuencia. Mientras unos, los fans, se abren al contacto, responden con entrega y con todo su cuerpo, otros reaccionan —a menudo incluso físicamente— con gestos de rechazo y cierre, o incluso con tendencias a huir. Esta es la razón por la que el metal suele ser amado u odiado: difícilmente se puede ser indiferente a un abrazo violento. Y esta es, sin duda, una de las razones por las que la comunidad metalera ha logrado mantenerse tan cohesionada desde el punto de vista interno como robusta desde el externo. A pesar de toda la voluntad de abrazar otras tradiciones y elementos musicales, de incorporarlos a su propio repertorio y experimentar con ellos, no ha dado lugar a la difuminación y mezcla de las fronteras del género con la corriente musical dominante que suele ser característica de otras formas de música.

En general, no hay duda de que en muchos aspectos el heavy metal se inscribe en la misma tradición que el Romanticismo literario y musical, que trataré en el octavo capítulo. La comprensión del arte y la relación del artista con el mundo, pero también las imágenes, metáforas, mitos y textos que viven y se discuten en el metal, se remontan claramente al lado oscuro del Romanticismo (europeo) de principios del siglo xix. De él heredó también la peculiaridad de la ironía romántica, cuyo núcleo consiste en la posibilidad estéticamente creada de superar los límites de la lógica y significar sinceramente algo y a la vez distanciarse de ello, es decir, no significarlo. Así que si nos preguntamos si la escena del metal se toma en serio sus formas de expresión pictóricas, líricas y simbólicas, su pathos y su reivindicación existencialista, como veremos la respuesta es: al mismo tiempo sí y no.

En cierto modo, este libro es un doble paseo por la cuerda floja. Por un lado, no pretende ser un libro científico, sino un intento de autointerpretación desde el punto de vista y la experiencia del fan. Pretende proporcionar un best account. En otras palabras, para mí es la mejor explicación posible para lo que sucede en esta música y con ella.10 Con tal explicación o interpretación, por otra parte, no puedo prescindir del vocabulario y los instrumentos que he adquirido como sociólogo.

Esto encierra dos peligros: si lo hago mal, los aficionados a la música dejarán el libro a un lado en este punto porque el «desvarío del sociólogo» les parecerá demasiado distante e insustancial, y al mismo tiempo perderé a los partidarios de mis teorías sociológicas porque no podrán creer que me pueda tomar en serio cosas tan tópicas y brutales, un ruido tan crudo, y además querer venderlo como una experiencia de resonancia vertical, existencial. Pues bien, sea como fuere, asumo ambos riesgos, porque no quiero ocultar a los sociólogos de los fans ni a estos de los sociólogos. Quien realmente quiera entender, no deberá dejarse intimidar por tales dificultades.

Sin embargo, si no lo hago mal, este librito podrá quizás cumplir dos objetivos. Por un lado, puede ayudar a los oyentes de la música dura a comprender un poco lo que realmente están haciendo y experimentando, y lo que la música «realmente» significa para ellos y sus vidas. Y, por otro lado, avanzar la teoría de la resonancia —es decir, la teoría sociológica y filosófico-social en la que trabajo desde hace muchos años y sobre la que he escrito un extenso libro—,11 probándose y explorándose sin reservas en un verdadero ámbito de fenómenos. Y al hacerlo, quizás también obteniendo un concepto sociológico de energía (circulante), que en la actualidad sigue faltando tan amargamente en la teoría social. Porque nada puede compararse con la energía que empieza a palpitar en una gran multitud cuando, por ejemplo, la banda australiana AC/DC empieza a tocar el riff de apertura de la canción «Rock’n Roll Train».12

1. Kühnemund, G., reseñas: «Black Sabbath, Heaven and Hell», en Rock Hard, <https://rockhard.de/reviews/black-sabbath-heaven-and-hell_246183.html> [Consultado el 15 de diciembre de 2022].

2. Bäumer, U., Wir wollen nur Deine Seele. Hardrock: Daten, Fakten, Hintergründe, Bielefeld, 1984.

3. En un concierto en Des Moines en 1982, un fan arrojó un murciélago al escenario —el cual, por alguna razón, estaba sedado—, que Osbourne confundió con un adorno de Halloween y al que rápidamente le arrancó la cabeza de un mordisco. Este hecho fue descrito en los medios como «Ozzy le arranca la cabeza a un murciélago de un mordisco», lo que cimentó su imagen de loco impredecible del mundo del metal.

4. Cavelty, G. M., «Faszination Metal», en SRF «Rock Special», 20 de mayo de 2020. <https://www.srf.ch/kultur/musik/wochenende-musik/faszination-metal-autor-cavelty-­heavy-metal-hat-mich-im-kern-erschuettert> [Consultado el 15 de diciembre de 2022].

5. Koenot, J., Hungry for Heaven. Rockmusik, Kultur und Religion, Düsseldorf, 1997.

6. Unas palabras sobre la cuestión del género en el texto: he intentado encontrar una solución que sea sensible al género y, al mismo tiempo, legible y flexible. En concreto, esto significa que utilizo tanto el masculino genérico como el femenino genérico. Así que cuando hablo de «sociólogos» (Soziologinnen), me refiero tanto a los creadores de conocimiento masculinos como a los femeninos, al igual que «oyentes» puede ser masculino o femenino. Al nivelar el significado del género lingüístico de esta manera, espero que todas las identidades no binarias también puedan sentirse incluidas. Sin embargo, en ocasiones he intentado ayudarme con gerundios (personas que escuchan) (Hörende