Caperucita Roja y otras historias perversas - Triunfo. Arciniegas - E-Book

Caperucita Roja y otras historias perversas E-Book

Triunfo Arciniegas

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Beschreibung

La versión de "Caperucita Roja" que abre este libro fue escrita hace veinticinco años. Desde entonces, estos relatos, que regresan en una edición revisada y aumentada por su autor, han sido leídos por miles de niños en Colombia y otros países. Aquí encontrarás personajes de los cuentos clásicos, parodias, humor y una escritura que te encantará desde la primera línea. Una reinterpretación de cuentos clásicos para traerlos a la feroz realidad actual.

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Arciniegas, Triunfo

Caperucita Roja y otras historias perversas / il. Mateo Rivano. – México : SM, 2023

152 p. : il. ; 19 x 21 cm. – (El barco de vapor. Naranja ; 94)

ISBN : 978-607-24-5020-2

1. Cuentos - Literatura infantil. I. Rivano, Mateo, il. II. t. III. Ser.

Dewey M863 A73

Texto D. R. Triunfo Arciniegas, 2003

Ilustraciones © Mateo Rivano, 2015

Dirección de Producto: Mara Benavides

Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Mónica Romero Girón

Dirección de Arte y Diseño: Quetzal León Calixto

Edición: Carlos Sánchez-Anaya Gutiérrez

Diagramación: Mariana Castro

Primera edición, 2023

D. R. © SM de Ediciones S. A. de C. V., 2023

Magdalena 211, Colonia del Valle,

03100, Ciudad de México

Tel.: (55) 1087 8400

www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-5020-2

ISBN: 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor ® es propiedad de Fundación Santa María.

Prohibida se reproducción total o parcial.

La marca SM ® es propiedad de Fundación Santa María,

licenciada a favor de SM de Ediciones, S. A. de C. V.

Hecho en México / Made in Mexico

A Marino Troncoso, siempre en la memoria

Y la pobre niña, que no sabía que es peligroso pararse a escuchar al lobo…

CHARLES PERRAULT

CAPERUCITA ROJA

ESE DÍA ENCONTRÉ en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña a la que le decían Caperucita Roja. La conocía, pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le jalaba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.

Detuve la bicicleta y desmonté. Me sacudí el polvo del camino y la saludé con respeto y alegría. Caperucita hizo con su chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida.

Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.

—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?

Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:

—Quiero regalarte una flor, niña linda.

—¿Esa flor? No veo por qué.

—Está llena de belleza —le respondí, lleno de emoción.

—No veo la belleza —dijo Caperucita—. Es una flor como cualquier otra.

Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.

—Mira mi reguero de lágrimas.

—¿Te caíste? —dijo—. Corre a un hospital.

—No me caí.

—Así parece porque no te veo las heridas.

—Las heridas están en mi corazón —dije.

—Eres un imbécil.

Escupió el chicle con la violencia de una bala y me pareció ver en el polvo una sangrienta herida.

Volvió a alejarse sin despedirse.

Sentí que el polvo del camino era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar a una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado, pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui al pueblo y me tomé unas cervezas en la primera tienda. “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Quise despedazarlos como pulgas, pero eran más de tres.

Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.

Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.

—¿Vas a la escuela? —le pregunté, y enseguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.

—Estoy de vacaciones, lobo feroz —respondió—. ¿O te parece que éste es el uniforme?

El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.

—¿Y qué llevas en el canasto?

—Un rico pastel para mi abuelita. Te gustaría probarlo?

Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.

—Corta un pedazo.

Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.

—Es un experimento —explicó Caperucita, arrebatándome la navaja—. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita, pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.

Y me dejó tirado en el camino, quejándome.

Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.

—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla, lobo feroz. 

Y con toda su generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:

—Cómete a la abuela.

Abrí tamaños ojos.

—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.

No podía creerlo.

Le pregunté por qué.

—Es una abuela rica —me explicó—. Y tengo prisa por heredar.

No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y por eso anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.

Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer; mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.

Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.

Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.

Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo, pues la creo muy capaz de cumplir su promesa.

[1990]

LOS TRES CERDITOS

EN CIERTA OCASIÓN, tres cerditos gordos, rosados y felices salieron a recorrer el mundo. Se separaron donde el camino se dividía en tres, pero prometieron mantenerse pendientes el uno del otro.

El primer cerdito, por el camino izquierdo, se encontró con un campesino y le compró paja para hacer su casa. No demoró mucho y le quedó preciosa.

El segundo cerdito, por el camino central, se encontró con un leñador y le compró madera para hacer su casa. Demoró un poco más y le quedó preciosa.

El tercer cerdito, por el camino derecho, se encontró con un albañil y le compró ladrillos y cemento para hacer su casa. Demoró mucho más y le quedó preciosa.

El lobo hambriento vino de las montañas.

Se acercó a la casa de paja y dijo:

—Huele a cerdito tierno.

Tocó una vez.

—¿Quién es? —dijo el primer cerdito.

—Soy el doctor y traigo una pomada para el dolor de huesos.

—No me duele nada —dijo el cerdito.

—Abre de todas maneras —ordenó el lobo—. Soy un gran soplador. Soplaré, soplaré y soplaré, y tu casa derribaré.

—Si es así, espera un momento.

El cerdito espió por una rendija, luego abrió y dijo:

—Pasa, señor lobo.

Tan pronto entró, el lobo recibió un garrotazo en la cabeza y cayó al piso. Allí recibió otros cuantos. Con todo el esqueleto adolorido, el lobo se arrastró hasta la puerta y poco a poco se alejó.

“Menos mal que tengo pomada para el dolor de huesos”, pensó el lobo.

Otro día el lobo se acercó a la casa de madera y dijo:

—Huele a cerdito tierno.

Tocó dos veces.

—¿Quién es? —dijo el segundo cerdito.

—El lechero y traigo leche fresca para fortalecer los huesos.

—No me gusta la leche —dijo el cerdito.

—Abre de todas maneras —ordenó el lobo—. Soy un gran soplador. Soplaré, soplaré y soplaré, y tu casa derribaré.

—Si es así, espera un momento.

El cerdito espió por una rendija para averiguar el tamaño del lobo. Había recibido una carta de advertencia del primer cerdito. Abrió y dijo:

—Pasa, señor lobo.

Tan pronto entró, el lobo recibió un garrotazo en la cabeza y cayó al piso. Allí recibió otros cuantos. Con todo el esqueleto adolorido, el lobo se arrastró hasta la puerta y poco a poco se alejó.

“Menos mal que tengo leche para fortalecer los huesos”, pensó el lobo.

Otro día el lobo se acercó a la casa de ladrillo y dijo:

—Huele a cerdito tierno.

Tocó tres veces.

—¿Quién es? —dijo el tercer cerdito.

—Soy el panadero y traigo una torta de cumpleaños y una botella de vino.