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Es en el comienzo de la sequía, durante nuestra estación más lacerante, cuando Carmín ferroso abre su estrecho camino de polvo y sed hacia la memoria y el recogimiento. El poemario parte de la concordancia cíclica de los ritmos humanos con los ritmos de la naturaleza, que aquí es huella siempre de otra cosa, velo sobre velo, oficio de ritos minúsculos que solo una mirada sin sombras puede captar. Esto no quiere decir que estemos ante un libro exento de tinieblas o de fácil penetración, pues es precisamente la densidad de sus velos lo que hace de Byron Salas un acontecimiento tan querido en la poesía actual, por tanto nos recuerda que todavía es posible una escritura que se comprometa con exprimir el sabor exacto de cada palabra y nos invite a gozar de la tensión de sus vocablos, del erotismo en sus liturgias, más allá del misterio de esa vida vivida que cada poema explora a manera de fragmentos o, como él mismo lo dirá, «de miembros enfermos/ramas mutiladas». Nicole Bolaños
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Seitenzahl: 22
Veröffentlichungsjahr: 2025
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llegar desde lejanos países […] igual que una garza que se desangrara
Pablo García Baena, Himno del cedro.
el comienzo—la sed
ocurre nuevamente el día
otra vez el cedro se despide de sus hojas
y el tiempo se encarna
en la brevísima ventisca que las arranca
amarillentas o de un verde desvalido
algunas grises rodando contra un atardecer
de lluvias imparables
el mismo cedro de hace años
de hace uno y diez años
de hace veinte años
cuando fue imperceptible para ese niño de entonces
que tiritaba sentado junto a la malla de la fábrica
—abandono y maquila—
son tus años esas hojas
las voces que las ven irse
y comentan que viene de nuevo el verano
aunque revienten al anochecer las nubes
sobre el valle sobre las montañas
llega nuevamente este día para el cedro
como un tañido en la distancia
un tañido puede ser carnosidad de paisaje
—escribe Ramón Gaya—
un cedro puede ser una vida
su densidad
su sabor
sus olores
aquello que lentamente cae
espirales contra un fondo gris
un cedro puede ser tu vida
toda ella
en una ráfaga
I
frutos impostores invaden el aire
mariposas blancas
encienden las malezas
son ojos que brillan
en las ramas de los arbustos estériles
y anónimos convertidos hoy en parras
—alzan sus cabezas
ciervos nuevos del verano—
entre espigas caídas
—y esto lo sabe bien
la memoria de tus pies—
carne de un torso agusanado
fuente de agua
que manaba de esa tierra
cubierta de tanta cosa sin nombre
de tanta vida no medida
por palabra o gesto
vida abierta a tu mano
alerta siempre la lengua del corazón al muerto almíbar resurrecto
II
abiertos los dedos del oficiante
abierta la mano sobre la malva flor
que se deshace
en el agua hirviendo
—el té para sanar
las lombrices blancas—
proyecta su sombra
sobre verdes órganos de luz
lanzas que hieren plumas delgadas
oscurecen estambres
fijan el reloj caído
desde la ventana de la casa
sus agujas
arena dunas
o segundos
ramaje espinoso
sobre su carita
extasiada
—dedos abiertos
sobre aquella sangre—
III
besa uvas falsas
algunas al borde de la pudrición
manzanas blancas se fisuran
coliflores en arbustos recuerdan calaveras
todo un jardín de maravillas
su labio golpeado
que riega los campos
estimula raicillas
levanta remolinos
restos marchitos del choreque
al brotar del aire su boca
imaginé una medialuna
en la lámpara de marzo
gajo pétreo alguna vez chupado
en su forma de piel vestigial
bajo las sábanas fragantes a molusco
aquel desierto del ángel
caído
donde se masticaba la miel
como si fuera
plomo
donde invadía