Casados de nuevo - Yvonne Lindsay - E-Book

Casados de nuevo E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Según un estudio detallado, su exmarido era el hombre perfecto para ella… Accedió a conocer a su futuro esposo en el altar… Ese fue su primer error. El asombro de Imogene cuando se encontró cara a cara con Valentin Horvath, su exmarido, fue una conmoción. Según la agencia que los había emparejado, estaban hechos el uno para el otro al cien por cien. Lo cierto era que la mutua atracción que sentían seguía viva. Sin embargo, ¿hundirían ese nuevo matrimonio todos los secretos y malentendidos que habían bombardeado el primero o conseguirían salvarlo?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Dolce Vita Trust

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Casados de nuevo, n.º 165 - mayo 2019

Título original: Inconveniently Wed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-841-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Todo va a salir bien, mamá –dijo Imogene apresurándose a tranquilizar a su madre por milésima vez.

No tenía duda alguna de que su madre recordaba demasiado bien la mujer rota que Imogene había sido cuando regresó de su voluntariado en África, con su primer matrimonio, sus esperanzas y sus sueños hechos añicos. Sin embargo, como le había dicho a su madre varias veces, en aquella ocasión las cosas iban a ser completamente diferentes. Aquel matrimonio se iba a basar en la compatibilidad mutua, que se había encontrado después de un intenso estudio clínico realizado por un equipo de asesores matrimoniales y psicólogos. Ella ya había pasado por el amor pasional, había experimentado la felicidad y el gozo de la atracción a primera vista, aunque apenas había conseguido superar la devastadora realidad al descubrir que todo había sido mentira. Así, al menos nada iría mal.

–¿Lista? –le preguntó la organizadora de bodas.

Imogene se pasó una mano por su vestido de novia, una creación de seda y organza que no tenía nada que ver con el vestido de cóctel prestado que se había puesto para su anterior boda.

–Por supuesto –asintió.

La organizadora de bodas le dedicó una amplia sonrisa y, después, le indicó al pianista que cambiara de música para anunciar la entrada de la novia. Imogene dudó en la puerta. Entonces, tomó la mano de su madre y comenzó a avanzar lenta y firmemente hacia el hombre con el que iba a construir un futuro y a crear la familia que tanto tiempo llevaba deseando. Una serena sonrisa adornaba su rostro mientras establecía un ligero contacto visual con los amigos y los parientes que habían realizado el viaje desde Nueva York a la costa oeste. La formalidad de firmar la solicitud de licencia por separado allí en el estado de Washington cumplía a la perfección con la regla de conocerse en el altar que imponía Matrimonios a Medida. Se aseguró que aquello era lo mejor para una chica chapada a la antigua como ella, con valores tradicionales. No pensaba dejar nada al azar.

La anterior boda de Imogene había estado llena de excitación y una alocada dosis de lujuria. «Y mira cómo te salió», le recordó una vocecilla en el interior de la cabeza. Aquella boda sería diferente. No había burbujas de excitación, más allá de una cierta curiosidad por ver cómo sería el novio.

No. En aquella ocasión no iba a ser víctima de las embriagadoras garras de la pasión, una pasión que le había aturdido los sentidos, por no hablar del sentido común. En aquella ocasión, tenía en mente un objetivo concreto. Una familia propia. Sí, sabía que podía dar los pasos suficientes para ser madre soltera, pero no quería afrontar algo así en solitario. Quería un compañero compatible con ella, alguien a quien pudiera terminar amando con el tiempo. Alguien con quien pudiera estar segura de que el amor tendría continuidad y longevidad, aunque solo fuera por el tiempo que tardara en crecer. ¿Y si el amor no llegaba? ¿Podría vivir sin amor? Por supuesto que sí. Ya se había casado antes por impulso y, cuando el matrimonio se desmoronó, ella quedó destrozada. En aquella ocasión, había tomado todas las precauciones posibles para asegurarse de que aquello no volvería a suceder. Con cariño y respeto mutuo, todo sería posible.

Sin embargo, ¿no sería llevar las cosas demasiado lejos lo de casarse a primera vista? Evidentemente, esa era la opinión de sus padres. Su padre ni siquiera había acudido a Port Ludlow para la ceremonia alegando un caso muy importante de derechos humanos en el que estaba trabajando. Sin embargo, el desagrado que le producía que ella hubiera llegado a un acuerdo con la exclusiva agencia matrimonial había resultado evidente. Para él, la perspectiva de conocer al futuro cónyuge en el altar era garantía de desastre, pero los dictados de Matrimonios a Medida habían sido muy claros. No había posibilidad alguna de conocer al futuro cónyuge antes de la ceremonia y los dos participantes debían confiar por completo en el proceso de emparejamiento. Imogene miró rápidamente a su madre, que había accedido a acompañar a su única hija al altar para casarse con un desconocido. Caroline O’Connor miró hacia atrás con la preocupación reflejada en el rostro por lo que su hija estaba a punto de hacer.

Los ojos de Imogene estaban prendidos del novio, que estaba ante el altar, de espaldas. Un hombre cuya postura mostraba que era la clase de persona acostumbrada a estar al mando. Sintió un escalofrío por la espalda. Mientras se acercaban a la primera fila, su madre dudó antes de darle un beso en la mejilla. Después, tomó asiento. Imogene respiró profundamente y se centró de nuevo en el desconocido que la estaba esperando. Había algo en el gesto de los hombros y en la forma de la cabeza que le resultaba familiar. Algo que no presagiaba nada bueno.

Cuando él se dio la vuelta, la incredulidad se apoderó de cada célula del cuerpo de Imogene. Se detuvo en seco a pocos pasos del altar. Le había reconocido.

–No –susurró atónita–. Tú no.

Imogene apenas escuchó el susurro que se produjo desde los bancos en los que se sentaban los familiares del novio. Otra vez no. Tan solo podía observar al hombre que por fin se había dado la vuelta para mirarla.

Valentin Horvath.

El hombre del que se había divorciado hacía siete años.

Debería haber sentido satisfacción por el hecho de que la expresión de su rostro fuera tan atónita como debía de ser la de ella, pero no fue así. De hecho, la satisfacción pasó a un segundo plano mientras que la ira y la confusión tomaban protagonismo. Imogene miraba fijamente al hombre con el que había compartido más intimidades que con ningún otro ser humano. El hombre que no solo le había roto el corazón, sino que se lo había aplastado.

Y, sin embargo, debajo de la ira, debajo de la implacable certidumbre de que no había posibilidad alguna de que aquel matrimonio pudiera salir adelante, estaba la atracción sexual que les había llevado a su primera precipitada, fiera y breve unión. Imogene hizo que lo que pudo por aplacar las sensaciones que parecían haber cobrado vida dentro de su cuerpo, por ignorar la repentina oleada de calor que surgió en lo más profundo de su ser. Por no fijarse en el modo en el que los pezones se le habían erguido bajo el corsé de encaje francés que llevaba puesto debajo del vestido de novia. Se dijo que fue simplemente una respuesta fisiológica ante un hombre muy atractivo y que no significaba nada

Valentin extendió una mano hacia ella.

–No –repitió Imogene–. Esto no va a ocurrir.

–No podría estar más de acuerdo –dijo su exesposo con firmeza–. Vayámonos de aquí.

Él la agarró por el codo. Imogene, de mala gana, le permitió que la llevara hasta una sala adjunta, mientras trataba de negar el hecho de que, a pesar de todos los años que habían estado separados, el fuego que siempre había ardido tan vivamente entre ellos había vuelto a prender casi sin que se diera cuenta. Sintió que la piel se le caldeaba justo en el lugar por el que Valentin la había agarrado. Sus sentidos cobraban vida ante su corpulencia, ante el mismo aroma de entonces, un aroma que ella se había esforzado mucho por olvidar, pero que parecía estar impreso indeleblemente en lo más profundo de su ser.

Una mujer de cierta edad con cabello plateado y ojos azules se levantó del asiento del primer banco del lado del novio.

–Valentin…

–Nagy –dijo él–, creo que deberías venir con nosotros. Tienes muchas cosas que explicar.

¿Muchas cosas que explicar? Imogene frunció el ceño. Se sentía muy confusa. Había reconocido el diminutivo en húngaro para «abuela» de cuando Valentin solía hablarle de su familia. ¿Cómo era posible que su abuela tuviera algo que ver con lo que estaba ocurriendo?

–Sí, creo que sí –replicó la anciana con voz firme. Se volvió para apaciguar a los invitados con una sonrisa tranquilizadora–. Que no se preocupe nadie. Volveremos enseguida.

¿Enseguida? Imogene lo dudaba, pero permitió que Valentin la condujera detrás de la anciana, que caminaba decididamente delante de ellos.

 

 

–Explícate –le exigió Valentin en el momento en el que cerró la puerta.

–Hice exactamente lo que me pediste. Te encontré una esposa.

–No lo comprendo… –dijo Imogene.

Valentin tampoco lo comprendía. El encargo que le había dado a Alice había sido bastante concreto. Quería una esposa y una familia. Después de un primer intento fallido hacía siete años, cuando había dejado la lógica a un lado y había dado un salto sin red, había decidido tomar un enfoque más racional. Sin embargo, jamás hubiera imaginado que sería su exesposa la que se presentaría ante él aquel día. Su belleza había aumentado en los años que habían pasado desde la última vez que la vio.

Se tomó un instante para ver a su encantadora ex. Seguía teniendo el cabello cobrizo que tan abundantemente le adornaba la cabeza, los ojos verdes grisáceos que lo miraban con desaprobación en aquel instante y la suave piel de alabastro. Todo ello formaba ya parte del pasado y ahí era donde debía seguir estando.

Valentin centró su atención en su abuela, que recuperó la compostura con su habitual gracia y distinción antes de volver a tomar la palabra.

–Imogene, deja que te explique, pero, primero, siéntate. Y tú también, Valentin. Ya sabes que no puedo tolerar que no dejes de moverte de un lado a otro. Desde niño, siempre ha parecido que tenías hormigas en los pantalones.

Valentín se tragó sus palabras en aquella ocasión. Se limitó a indicarle a Imogene que se sentara y, a continuación, él hizo lo mismo. Estaban lo suficientemente cerca como para que él pudiera oler su fragancia. Era diferente de la que ella solía utilizar cuando estaban juntos, pero no menos potente en lo que se refería al efecto que ejercía en sus sentidos. Utilizó su autocontrol para ignorar el modo en el que el aroma lo turbaba, invitándole a acercarse un poco más a ella, a inhalar más profundamente y a poder centrarse en su abuela.

Alice se acomodó detrás del escritorio del pequeño despacho y colocó las manos sobre el cartapacio. Se tomó su tiempo para empezar a hablar. Evidentemente, quería escoger bien sus palabras.

–Me gustaría recordaros que los dos firmasteis un contrato para casaros hoy.

–¡No con él!

–¡Con ella no!

Los dos respondieron al mismo tiempo y con el mismo énfasis.

–No recuerdo que ninguno de los dos dijerais que había excepciones cuando fuisteis a contratar los servicios de Matrimonios a Medida, ¿verdad? –dijo arqueando una plateada ceja–. Cuando firmasteis los contratos con Matrimonios a Medida, nos disteis la potestad para encontrar a vuestra pareja de vida ideal, algo que yo… nosotros hicimos –añadió, corrigiéndose.

–¿Cómo? –le preguntó Imogene a Valentin–. ¿Tu abuela forma parte de todo esto?

El asintió.

–Sí. Y normalmente se le da muy bien, pero, en nuestro caso, evidentemente ha cometido un error.

Alice suspiró e hizo un gesto de contrariedad con los ojos.

–Yo no cometo errores, Valentin. Nunca. Y mucho menos en este caso.

–Espero sinceramente que no esperes que me lo crea –replicó él con frustración–. Dimos por terminado nuestro matrimonio hace siete años debido a diferencias irreconciliables.

–Infidelidad –aclamó Imogene–. Por tu parte.

Valentin estaba a punto de perder el control.

–Como he dicho, diferencias irreconciliables. Por lo que yo veo, eso no ha cambiado entre nosotros, así que no veo cómo Imogene ha podido salir como mi pareja perfecta. En esta ocasión, tu instinto te ha fallado, abuela.

–¿Instinto? –repitió Imogene atónita–. Creía que los emparejamientos los realizaban especialistas, no que se hicieran al tuntún. ¿No le parece que eso indica que usted ha incumplido su contrato, señora Horvath?

Valentin observó cómo su abuela estudiaba atentamente a su ex.

–Encontrarás que el tuntún, tal y como tú lo llamas tan despreciativamente, está perfectamente definido en la cláusula 24.2.9, subpárrafo a. Creo que el término exacto que se utiliza es «evaluación subjetiva realizada por Matrimonios a Medida».

–Eso es ridículo –protestó Imogene.

–¿Me permites que te recuerde que nadie te obligó a firmar ese contrato? –le preguntó Alice con voz gélida.

–Sea como sea –interrumpió Valentin antes de que Imogene pudiera dar rienda suelta a las palabras que se imaginaba ya se le estaban acumulando en la punta de la lengua–, lo que has hecho es manipularnos descaradamente a los dos. Esto no tiene por qué convertirse en un enfrentamiento. Los contratos se pueden cancelar sin problemas. Y creo que hablo en nombre de Imogene y de mí mismo cuando digo que este matrimonio no se va producir.

–Y yo hablo en nombre de Matrimonios a Medida cuando digo que sí se producirá. Estáis hechos el uno para el otro.

–¡Imposible! –rugió Imogene en un tono poco elegante–. Yo dije específicamente que la infidelidad rompía el trato. Si mi futura pareja no se pudiera comprometer a serme fiel, yo no podría ni siquiera considerar el matrimonio con él. ¿Qué es lo que no queda claro de eso?

–Yo no fui infiel –protestó Valentin frustrado.

Ya habían hablado de aquel asunto hacía siete años, pero la negativa de Imogene a aceptar su palabra y sus promesas había provocado que ella lo abandonara sin ni siquiera mirar atrás. De hecho, al menos para ella, había sido demasiado fácil dar por finalizada su vida en común. Los sueños y la pasión. Por su parte, Valentin se había recordado con frecuencia en aquellos días que era mejor haber descubierto su falta de compromiso para quedarse entonces que más tarde, cuando también hubiera habido niños de por medio.

–¡Dejad de comportaros como un par de niños peleándose! –les amonestó a ambos Alice–. Vuestro emparejamiento se ha realizado después de pruebas muy rigurosas. No hay nadie más perfecto para cada uno de vosotros que vosotros mismos. Valentin, ¿confías en mí?

–Ya no estoy muy seguro, para serte sincero, Nagy –respondió él mientras se pasaba una mano por la mandíbula.

–Bueno, pues es una pena –dijo Alice con cierta desaprobación–. Sin embargo, tal vez os deis cuenta de lo equivocados que estáis. Podéis disfrutar de un matrimonio feliz a pesar de lo desafortunadamente que terminó vuestro último intento como pareja.

–¿Intento? –repitió Imogene–. Lo dice como si yo hubiera tomado la decisión de dejar a Valentin a la ligera, cuando le puedo asegurar que no fue así.

Alice agitó una mano en el aire como si las palabras de Imogene no tuvieran importancia alguna.

–Los hechos son que cada uno de vosotros pidió una pareja para toda la vida cuando contratasteis los servicios de Matrimonios a Medida. Todos los datos que se obtuvieron durante vuestro proceso de análisis apoya mi, nuestra, decisión de emparejaros de nuevo. Sé que los dos tenéis problemas…

–¿Problemas?

Aquella vez fue Valentin el que repitió.

–Os pido que me escuchéis –les ordenó Alice mirándolo con autoridad–. ¿Podéis decir los dos sinceramente que el hecho de haberos vuelto a ver os ha dejado fríos?

Valentin se rebulló un poco en la silla, consciente de que la reacción física que había tenido al ver a Imogene había sido tan fiera e instantánea como lo había sido siempre. Aún recordaba la primera que la vio, cuando ella llevó a un niño de su escuela de primaria a Urgencias, donde él trabajaba como especialista. A pesar de que había ejercido su papel como médico impolutamente, se había visto bastante afectado por la presencia de Imogene. En aquella oficina, cuando estaba sentada a su lado tratando de no cruzar su mirada con la de él cuando Valentin la miraba, él no podía dejar de observar la orgullosa postura de su esbelto cuerpo y la decidida línea de la mandíbula. Una mandíbula que él había trazado de besos. El cuerpo se le tensó de repente por el deseo. La necesidad que sintió de ella fue tan abrumadora como lo había sido siempre. Se volvió a mirar a su abuela.

–No, no puedo –dijo él de mala gana.

–¿Y tú, Imogene? Cuando viste que era Valentin el que te estaba esperando hoy en el altar, ¿cómo te sentiste?

–Confusa –replicó ella secamente.

–¿Y? –insistió Alice.

–Está bien. Me sentí atraída por él, pero la atracción no es lo único necesario para que funcione un matrimonio. Eso ya lo hemos demostrado.

–Sí, así es –admitió Alice–, pero, dado que la atracción aún arde entre vosotros, ¿no os parece que os debéis el hecho de descubrir si, en diferentes circunstancias, podréis conseguir tener un matrimonio feliz?

–Creía que yo ya lo había intentado en su momento –protestó Imogene–. Amaba a Valentin con todo mi corazón. Un corazón que él terminó rompiendo.

Alice suspiró y se reclinó en su asiento. Entonces, entrelazó las manos encima del regazo.

–Entiendo –reconoció–. Y aún te duele, ¿verdad?

Imogene asintió secamente.

–En ese caso, aún tienes sentimientos sin resolver hacia mi nieto, ¿verdad?

Valentin protestó.

–Nagy, eso no es justo. Ella tomó una decisión hace mucho tiempo. No puedes obligarnos a hacer esto. Es cruel e innecesario.

–Nunca es fácil afrontar los fracasos –dijo Alice lentamente mientras se levantaba de su asiento–. Os dejaré a solas durante unos minutos para que podáis hablar un poco más. Os pido encarecidamente que deis una oportunidad más a vuestro matrimonio. Desde entonces, vuestras circunstancias han cambiado dramáticamente. Ninguno de los dos es tan joven o tan volátil como erais y, permitidme que os lo diga, ninguno ha tenido tampoco una pareja más adecuada desde entonces. Os ruego que habléis como adultos racionales. Aseguraos de que no pasareis el resto de vuestras vidas preguntándoos si os deberíais haber dado otra oportunidad. Esperaré fuera para que me comuniquéis vuestra decisión. No me hagáis esperar demasiado tiempo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Alice cerró la puerta y los dejó a los dos solos en la sala.

–Menuda es tu abuela –protestó Imogene con dureza–. ¿Cómo se ha atrevido a hacer algo así?

–Se atreve porque es a lo que se dedica.

Imogene se levantó de la silla. El vestido susurró con el rápido movimiento y la profunda respiración bajo el escote joya.

–¿A lo que se dedica? ¿En serio? ¿Estás justificando su comportamiento? –le preguntó Imogene con incredulidad. Dejó escapar una seca carcajada.

–No, no lo estoy justificando. Estoy tan furioso y atónito como lo estás tú. Ni en un millón de años pensé que…

Imogene observó cómo Valentin se ponía de pie frente a ella. Siempre había sido un hombre muy corpulento, pero ella no le tenía miedo. Sabía demasiado bien lo tierno que podía ser y lo delicadas que eran sus caricias. El pulso se le aceleró ligeramente. Trató de cambiar sus pensamientos.

–Un millón de años no sería suficiente tiempo –murmuró ella mientras apartaba la mirada de los ojos azules de Valentin.

No. Ni el final de los tiempos sería suficiente para deshacer todo lo ocurrido durante su primera unión. Él se había llevado su amor, su adoración, su corazón y los había destruido por completo. Imogene jamás olvidaría el momento en el que entró en la pequeña casa de ambos y olió el distintivo perfume que siempre se ponía una de sus colegas en el hospital. Tampoco olvidaría cómo, a duras penas, se dirigió hacia el dormitorio, donde descubrió a la mujer, aún desnuda y adormilada, en la cama que ella compartía con Valentin.

Las sábanas estaban revueltas. El aroma del sudor combinado con el del sexo flotaba pesado en el ambiente. Imogene había oído el sonido de la ducha en el pequeño cuarto de baño que había al final del pasillo, pero no había esperado a ver a su marido. Cuando Carla, su compañera, le preguntó si estaba buscando a Valentin indicándole el cuarto de baño, ella se dio la vuelta y se marchó.

Entró en el primer bufete de abogados que encontró. Completamente aturdida, empezó a realizar todos los trámites para disolver el matrimonio que, evidentemente, tan poco había significado para Valentin. Sin embargo, para ella lo había significado todo.

Se había quedado sumida en un profundo estado de shock. ¿Y si había malinterpretado a Carla? Sin embargo, si hubiera sido así, ¿por qué había renunciado Valentin a ella tan fácilmente? Si era tan inocente como afirmaba ser, ¿por qué, a lo largo de las siguientes semanas no había ido a buscarla al hotel al que ella se había mudado mientras terminaba su contrato de maestra para poder regresar a los Estados Unidos? En vez de eso, simplemente la había dejado marchar, lo que a ella le parecía que era indicativo de una conciencia culpable. Además, no quería pensar ni por un instante que ella hubiera cometido un error. Carla no había tenido razón para mentir e Imogene sabía que Valentin y ella habían sido pareja antes de que ella misma llegara a África. Se lo había dicho el propio Valentin. Imogene había sido una tonta al creerle cuando él le dijo que todo se había terminado entre ellos y que Imogene era la única mujer para él.

El sonido que hizo Valentin al aclararse la garganta la devolvió al presente.

–Entonces, supongo que es no.

–Supones bien –respondió ella.

–¿Ni siquiera estás dispuesta a pensarlo?

–Ni siquiera –afirmó ella–. No volveré a casarme con un mujeriego.

–Imogene –dijo él pronunciando el nombre con suavidad, con un cierto tono de arrepentimiento que la afectó muy profundamente–, nunca te fui infiel.

–Sé lo que vi, Valentin. No me tomes por una completa idiota.

Él se mesó el cabello con frustración.

–Lo que viste fue…

–¡A tu amante acurrucada entre mis sábanas, en mi cama y oliendo a ti! –exclamó ella airadamente.

–No era lo que pensaste que era…

–¡Ah, vaya! ¿Ahora me vas a decir que no te acostaste nunca con ella?

–Sabes que no puedo decirte eso, pero te dije la verdad cuando te conté que todo formaba ya parte del pasado. Jamás te fui infiel –insistió.

–Tú dices una cosa, pero yo vi otra.

Valentin dio un paso hacia ella, pero Imogene retrocedió. Lo intentó al menos, porque el movimiento se vio interrumpido por la pared que tenía a sus espaldas. Ella lo miró con irritación, estudiando unos rasgos que le resultaban demasiado familiares. Involuntariamente, observó las líneas de expresión, que se habían profundizado a lo largo de los años, las nuevas que habían aparecido en la frente y la barba, que persistía en hacerse notar, aunque se hubiera afeitado hacía muy poco tiempo. Su rostro le había resultado tan querido… Si cerraba los ojos, era capaz de recordar cada detalle: el color de los ojos, las pestañas oscuras que los enmarcaban, el modo en el que su especial tonalidad de azul se oscurecía y profundizaba cuando estaba excitado. Tal y como estaba ocurriendo en aquellos momentos…

El deseo se apoderó de ella. Nunca había habido un hombre que ejerciera el mismo efecto sobre ella. Nunca. Solo Valentin. Nadie había conseguido igualarle nunca ni, seguramente, lo igualaría en el futuro. Eso la dejaba entre la espada y la pared. Podía ir en contra de todo lo que se había prometido que jamás aceptaría o se conformaría con menos de lo que sabía que Valentin podía darle.

–¿Podemos declarar una tregua? –le preguntó Valentin con voz ronca.

Imogene conocía aquel tono de voz, sabía que él estaba poseído por el mismo deseo que ella sufría por él. Sin embargo, en el caso de ella, solo era por él. ¿Podría Valentin decir lo mismo? Lo dudaba.

–Tal vez –contestó de mala gana.

–¿Qué te ha traído hoy aquí? –le preguntó él.

–Dímelo tú primero –insistió ella. No estaba dispuesta a mostrar debilidad alguna ante el hombre que había tenido el poder de amarla para siempre o de destruirla y que había elegido lo último.

–Está bien –dijo él de repente–. Cuando le pedí a Nagy que me buscara una esposa, tenía una imagen muy clara en mente. Quería una compañera, alguien con quien pudiera compartir mis pensamientos más íntimos. Alguien que quisiera tener un hijo, o varios. Cuando me dejaste, pensé que podía vivir la vida sin una familia propia, pero, van pasando los años y no veo un futuro sin una esposa y unos hijos. Supongo que es parte de la condición humana querer formar parte de algo, saber que una parte de ti seguirá viviendo…

Imogene sintió que, inesperadamente, los ojos se le llenaban de lágrimas. Las palabras que él había elegido, las razones para estar allí aquel día, eran muy parecidas a las de ella. ¿Cómo podían tener tanto en común y, al mismo tiempo, ser la persona equivocada el uno para el otro?

Valentin prosiguió hablando.

–¿Es esa también la razón por la que te pusiste en contacto también con la empresa de Nagy?

–Si hubiera sabido que era la empresa de tu abuela, habría salido corriendo tan rápidamente como hubiera podido –le dijo ella en tono desafiante. Entonces, se suavizo–. Sí. Esa es exactamente la razón por la que firmé mi contrato. Quiero tener hijos. Amar incondicionalmente. Pero, más que eso, quiero un compañero. Alguien en quien poder apoyarme. Alguien en quien poder confiar.

 

 

Confiar.

La palabra pareció quedar flotando entre ellos. Valentin respiró profundamente. La confianza no había abundado en África, y no solo en su matrimonio. A su alrededor, habían existido la amenaza y el peligro constantes, dado que un débil gobierno luchaba contra la corrupción a todos los niveles. Incluso dentro del hospital, había personas en las que sabía que no podía confiar.

–Lo de la confianza debe de ser algo mutuo, ¿no? –preguntó él suavemente.

–Siempre. Nunca tuviste motivo alguno para no confiar en mí, Valentin. Nunca.

–Por el contrario, tú sientes que no puedes confiar en mí. ¿Es eso lo que estás diciendo?

–Basándome en experiencias pasadas, ¿qué más puedo decir? Fuiste tú el que rompió nuestros votos matrimoniales, no yo.